Publicado en
febrero 22, 2015
Ira, culpabilidad, rigidez, inseguridad, morosidad. Estos sentimientos y conductas constituyen otras tantas zonas erróneas que causan desdicha, según Wayne Dyer, consejero, terapeuta y profesor adjunto en la escuela de graduados de la Universidad Saint John's de Nueva York. En el siguiente extracto de su libro "Your Erroneous Zones" ("Tus zonas erróneas"), nos ofrece métodos concretos para eliminar una de las más estériles: la preocupación.
EN CALIDAD de consejero, había venido tratando durante varios meses el caso de Luis, hombre de 47 años que se preocupaba obsesivamente. Sobre todo, temía perder su empleo y verse imposibilitado para sostener a su familia. Empezó a perder peso, a sufrir insomnio y a enfermarse con frecuencia. Hablamos de lo inútil de su manía y de lo mejor que sería su vida si pudiera tranquilizarse. Pero era un sujeto verdaderamente aprensivo. Consideraba su deber el angustiarse a diario por un desastre inminente.
Por fin, después de varios meses de esta actitud, efectivamente, lo despidieron. Al cabo de tres días, obtuvo un puesto mejor retribuido y más satisfactorio. ¡Toda su inquietud había sido en vano! Ni se había muerto de hambre su familia ni él se había hundido. Como en el caso de muchas visiones lúgubres que engendran intranquilidad, lo sucedido fue una bendición, no una tragedia. Luis aprendió por experiencia propia lo inútil que es preocuparse, y desde entonces adoptó la actitud de afrontar la vida con serenidad.
Quizá el lector también viva con tensiones y angustias innecesarias al atormentarse con todo lo habido y por haber, desde un ataque cardiaco ("El corazón puede fallarme en cualquier momento") o un viaje en avión ("¿Qué decir de tantos accidentes aéreos?"), hasta una guerra nuclear ("Podría acabar con todos nosotros"). Tal vez lo afligen sólo problemas relativamente insignificantes: pescar un resfriado, poner al día la cuenta bancaria, limpiar el garaje.
Si usted es aprensivo, procure que la experiencia de Luis le ayude a corregirse.
La ansiedad es una de las emociones más estériles. Puede usted pasar el resto de su vida angustiándose, pero nada va a cambiar. Que quede claro: entiendo por preocupación el inmovilizarse en el presente por algo futuro que apenas si depende de nosotros. Conviene no confundir esto con la previsión. Si el lector suele planear para el porvenir y su actividad actual contribuye a ello, no se trata de preocupación. Esta ocurre solamente cuando nos paralizamos a causa de un suceso eventual.
Tal alteración del ánimo es, en nuestra cultura, una de las formas más comunes de aflicción emocional. Casi todo el mundo se entrega a ella. Y, lejos de mejorar las cosas, merma nuestra eficacia en la actividad diaria.
La solución está en descubrir las "recompensas" sicológicas que nuestra inquietud busca en el subconsciente. Veamos a continuación algunos ejemplos:
• Evadir los problemas del momento. Por ejemplo, pasé el verano de 1974 en Turquía, dedicado a la enseñanza y a la redacción de un libro. Mi esposa y mi hija de siete años permanecieron en los Estados Unidos. Para mí, escribir es una tarea infinitamente solitara y difícil, y exige mucha disciplina. Cuando me sentaba a trabajar, mis pensamientos se desviaban de pronto hacia mi pequeña Tracy Lynn. ¿Y si se lanzara a la calle en su bicicleta y no tuviera precaución? ¿Y si no la vigilaran en la piscina?
Antes de darme cuenta había transcurrido ya una hora, y lo único que había hecho era preocuparme; en vano, por supuesto. Pero, ¿era así en realidad? Mientras empleaba el tiempo en angustiarme, no tenía que afrontar la difícil tarea de escribir. ¡Recompensa insospechada, ciertamente!
• Evitar los riesgos. ¿Cómo va usted a actuar, si la zozobra lo tiene inmovilizado? "No puedo hacer nada. Estoy sumamente preocupado por..." Esta actitud tan común nos permite eludir el riesgo de la acción. Aunque menos satisfactorio, es más fácil atribularse que poner manos a la obra.
• Considerarse altruista. Para ser buen padre o cónyuge hay que preocuparse. ("No puedo evitarlo. Es que te quiero".) Bonita recompensa, pero carente de toda lógica y sensatez.
• Justificar conductas contraproducentes. La persona obesa quizá coma más cuando esté intranquila; ello le proporciona un motivó sensacional para seguir con su actitud aprensiva. Igual sucede tal vez con el fumador: puesto que recurre más al cigarro cuando está preocupado, aprovecha la circunstancia para no dejar el hábito. Así, resulta más fácil inquietarse por las punzadas en el pecho que arriesgarse a descubrir su causa y afrontar la verdad con franqueza.
• Originar úlceras, hipertensión, calambres, jaquecas y dolores , de espalda. Aunque no parezcan recompensas, sí granjean una atención considerable por parte de los demás y justifican la autocompasión. Y hay quienes prefieren sentirse compadecidos antes que satisfechos en sus actos.
AHORA que el lector ha comprendido este sistema de apoyo sicológico, puede empezar a idear métodos para librarse de esos molestos bichos de la preocupación.
He aquí algunas técnicas:
• Empiece por considerar los momentos presentes como tiempo para vivir, no para angustiarse por el futuro. Cuando se sorprenda intranquilo, pregúntese: "¿Qué problema estoy eludiendo?" Una vez descubierto, arremeta contra él.
• El mejor antídoto contra la preocupación es la acción. Una amiga mía pasó una semana de vacaciones en una isla. Le agrada dar largas caminatas, pero pronto descubrió que muchos perros andaban sueltos por allí. Decidió entonces sobreponerse a su temor de que pudieran atacarla. Se armó de una piedra, resuelta a no mostrar inquietud cuando los perros se le acercaran. Al toparse con ella y ver que no retrocedía, los animales se alejaron. Aunque no recomiendo la temeridad, creo que la valentía es lo mejor para minimizar las consecuencias del miedo en la vida.
• Reconozca la ridiculez de sus preocupaciones. Pregúntese una y otra vez: "¿Cambiará el futuro como resultado de mi congoja?" "¿Qué es lo peor que podría ocurrir, qué probabilidades hay de que suceda?" Y recuerde cuántas de las cosas que le angustiaron alguna vez jamás ocurrieron.
• Reserve diez minutos por la mañana y diez por la tarde, y dedíquelos a mortificarse por cuanto desastre pueda imaginar. Después, no se preocupe hasta el siguiente lapso designado. Comprenderá lo insensato que es emplear demasiado tiempo en angustiarse.
• Proceda en abierta contradicción con sus habituales motivos de inquietud. Si se siente obligado a economizar para el futuro, disfrute ahora parte de su dinero. Sea usted como aquella persona rica que asentó en su testamento: "Por estar en mi sano juicio me gasté toda mi fortuna mientras tuve oportunidad". Goce la vida, no desperdicie el presente con pensamientos paralizantes acerca del futuro.
Las anteriores son algunas técnicas que usted puede emplear para reducir al mínimo la preocupación. Con todo, el arma más eficaz es su propia determinación de eliminar de su existencia esa conducta neurótica.
CONDENSADO DE "YOUR ERRONEOUS ZONES", © 1976 POR WAYNE W. DYER.