Publicado en
febrero 01, 2015
"El hombre del cajón" 1983.
Correspondiente a la edición de Agosto de 1987
Por Hernán Rodriguez Castelo.
Caracteriza a las dos últimas generaciones de artistas ecuatorianos un renovado interés por el grabado. La presencia de algunos experimentados maestros y la instalación de talleres han sido factores decisivos para tan saludable actitud. Y los frutos no se han hecho esperar: un bullir de nuevos grabadores, algunos muy buenos. Y entre ellos, dos especialmente destacados. Uno de esos dos es Vásconez.
LA ETAPA DEL DIBUJANTE
Marcelo Vásconez nació en Ambato en 1950. Comenzó a dibujar muy niño y esa afición lo llevó hasta la Facultad de Artes de la Universidad Central, donde estudió de 1973 a 1977. Lo que la Facultad le dio fue interés por materias teóricas, y, en especial, por la historia del arte. De los profesores, le dejó huella Galo Galecio —pero no como grabador: Galecio era profesor de pintura mural—. El grabador con el que toma contacto en la Facultad es Faik Husein. El árabe, poeta y espíritu inquietísimo, es grabador excepcional. En él pudo apreciar el joven estudiante las altísimas calidades que el grabado podía lograr. Pero en la Facultad, Vásconez se especializa en diseño y pintura.
El último año Marcelo participa en un Taller Libre que dirige Carmen Silva, artista y maestra chilena. En el taller su dibujo gana en sutileza y en poder para expresar problemas viscerales del existente humano.
Con dibujo abre, apenas egresado, su primera exposición (1977). Con ella se inauguró el Pabellón de Educación Física de la Universidad Central.
En 1978 expone "dibujo en el Salón" del Premio de París" —palabra donde los jóvenes miden fuerzas—. Su dibujo desnuda simbólicamente el cerebro humano, mostrándolo como red de extraños elementos tubulares.
El "dibujo del Salón" —de mucha calidad— forma parte de una serie. Desde estos comienzos el artista trabajará por series, para atacar el motivo en planos cada vez más cercanos y con sutiles variaciones de ángulo y punto de vista. Toda esta primera serie, de autopsia de la cabeza humana deshumanizada, es dura.
Esta primera etapa del dibujante se cierra en 1980 con una exposición en el "Museo Guayasamín". Otra vez una serie. Al tema de las cabezas abiertas se une el de muñecos manejados: esos elementos tubulares que había desnudado en el interior de la cabeza humana se han extendido como hilos —suerte de largos y enredados cordones umbilicales— por los que se manipula al hombre. En un mundo dislocado —ese es el valor simbólico del espacio fragmentado en planos— el hombre es insidiosamente manipulado. Las calidades pastosas del dibujo —como de tiza litográfica— anuncian al grabador.
"Hombre y perro" 1986
EL GRABADOR
Vásconez se retira del Taller Libre. Necesita todo el tiempo para hundirse en el fascinante mundo del grabado, que ha descubierto. El taller de la Casa de la Cultura le ofrece los medios para trabajar y experimentar. En la combinación de aguafuerte y aguatinta halla una técnica lo suficientemente sutil y plástica. Es 1981.
Ese mismo año gana la Medalla de Plata de grabado en el IX Salón Nacional de Acuarela, Dibujo, Grabado y Témpera del Municipio de Quito. En 1983 vuelve a sacar la Medalla de Plata de grabado en el mismo Salón.
"Retrato de poeta" nos recuerda lo que el joven grabador hacía en ese primer momento de madurez: grabado en sepias, con las nítidas calidades de la aguafuerte y las finas pastosidades de la aguatinta; en un medallón, la cabeza coronada, a la que una mano parece contener para que no salga, mientras la testa, atiborrada de elementos, se rompe por arriba.
El salto al primer lugar se da pronto. En 1984 sus dos grabados dominan el X Salón Nacional de Acuarela, Dibujo, Grabado y Témpera del Municipio. Lo mejor del Salón es el grabado, y lo mejor del grabado, los dos de Vásconez. "Debieron haber sido el primero y el segundo premio en esa técnica" —escribí comentando el Salón. Se le otorgó la Medalla de Oro por "La buenaventura". Un grabado de finísimas calidades y depurado acabamiento. En intencionado sepia, que confiere extraña atmósfera. El espacio dividido en dos por una horizontal blanca. En la parte superior, figuras silueteadas contra el blancp, con algo de escenográfico. En el espacio inferior, denso de ambiente, obscuras figuras sin rostro (obscuras, pero sutilmente iluminadas), portan ciegos fetiches: lo mismo la urna religiosa que una caja de la suerte, mientras desde arriba, del espacio del charlatán de feria y su mono y su pájaro caen las papeletas con la "buenaventura", que relacionan —plástica y signicamente— los dos espacios.
La obra mostraba dos características de la expresión visual de Vásconez: concienzudo estudio de la composición —resuelta generalmente en planos— y carga crítica. El asunto lo presentaba en diálogo con el medio: esa avenida "24 de Mayo" poblada de charlatanes de feria, curiosos, vagos, bohemios y putas, donde residía.
Del otro grabado recuerdo haber escrito: "Pero el otro es tan bueno como este: 'El hombre del cajón'. Otra vez la misma visión agudamente contemporánea, la misma limpieza de factura, el mismo dominio del dibujo. Un mundo baconiano, desgarrado y complejo. Un solo grabado nos habría hecho pensar: 'Parece que tenemos un extraordinario artista a la vista...' Dos nos confirman: 'Hay ese gran artista'. Y bien valía la pena ir al X Salón por hallarlo" (Expreso, Guayaquil, 3-12-1984).
En 1985 el mismo "La buenaventura" le merece el primer premio latinoamericano de grabado en un certamen organizado por Olade, y otra pieza de las siete de la serie "El hombre del cajón" le otorga el segundo premio en el Salón de Octubre de Guayaquil.
Esta serie era vigorosa. Arrancaba de un tema de la zalle: cierto vagabundo que había vivido en un cajón, y en variaciones del motivo llevaba adelante una desgarrada reflexión sobre la condición humana. El hombre prisionero, el hombre atado; su cabeza ceñida por correajes. El hombre desconcertado, en espacios fragmentados. Hasta el panel inferior de la séptima obra en el que el hombre —al parecer liquidado— flotaba contra un vacío blanco.
"La buenaventura" 1984
APERTURAS
El mundo torturado de Vásconez se abre después a lo mágico —que se anunciaba, al menos como motivo, en "La buenaventura".
Ya en la serie "Gente sin historia" (1984) y en los mismos paneles obsesivos de "El hombre del cajón" había referencias a la extrañeza de lo real. Pero el microcosmos que lo rodeaba lo requería con maravilla y magia. Sus opresivas imágenes se abrieron hacia lo festivo y pintoresco, para calar en el sustrato mágico de escenas y gentes, y llegó una nueva serie... el fotógrafo del parque, con su retablillo de corazones y sus caballos de aserrín para fotografiar a jinetes de ilusión; el fervor de la fiesta en castillos de pirotecnia.
Por la otra vertiente, un reliamo recio y humanísimo llegaba a la solidez expresiva de "Un hombre y un perro" —figura vigorosa; gesto tierno de llevar en brazos al animal—.
Y le inquietaban novedades...
En la plancha calentada y cubierta de barniz blando pone la arpillera, la pasa por la prensa, y la textura del costal se imprime. La acidación la marca en la plancha. Completa ese efecto con trabajo convencional y lo equilibra con intaglio... El grabado dista de la exactitud de dibujo y sutileza de medias tintas de los otros; pero su novedad sugiere posibilidades.
Experimenta también el color en monoimpresiones.
Esta trayectoria decidida, certera, brillante, ha tenido que enfrentarse con un medio que no valora debidamente el grabado. Solo espíritus realmente críticos, coleccionistas cultos y gente informada y de buen gusto se entusiasman por grabados excelentes y los prefieren sin vacilar a pintura simplemente buena. Pero Vásconez —y los otros buenos grabadores de nuestra actualidad plástica—han comenzado a imponer el grabado entre nuestros públicos medios. Ante calidades tan finas, ¿cómo no rendirse?