Publicado en
febrero 15, 2015
Gustavo López Armendia (Argentina).
Correspondiente a la edición de Agosto de 1987
Texto: Por Lenin Oña; fotos: Gustavo Landívar.
"Que estas bienales se repitan con más frecuencia", era la sincera recomendación de algún conmovido asistente a la Prebienal cuencana de pintura que estampó su ilegible firma en el registro de opiniones. La frase refleja no solo un anhelo individual sino, candor aparte, el entusiasmo de la capital azuaya primero y de todo el país después por la Bienal Interamericana de Pintura, Prebienal incluida. Y no es para menos puesto que el éxito promocional ha sido grande. Cuenca, ciudad académica y de poetas, de artesanos y en los últimos años de notables eventos científicos y culturales, decidió asumir también el liderazgo en la exhibición artística. Y se salió con la suya por sobre los avatares organizativos, los errores inevitables de toda primera vez, los rechazos y recelos previsibles y el conato de una antibienal. Como ha dicho la crítica argentino-mexicana Raquel Tibol, jurado de la Bienal, ha sido "una audacia infinita haberla concretado".
Desde el Salón de la Independencia (Quito, 1972) en el que participaron 75 pintores de once países latinoamericanos, con el gran premio para el argentino Ary Brizzi, no se había dado en el Ecuador otra fiesta de la pintura continental. La Bienal de Cuenca es de mayor magnitud y representatividad. No en vano pasa el tiempo. Ahora hay más artistas, un floreciente mercado del arte, más información e intercomunicación, mayor capacidad de convocatoria, premios más altos.
Quince años es mucho tiempo en el arte contemporáneo. Son tres lustros que el país se ha privado de comparar el desarrollo de la plástica de América. Las ocasionales muestras colecivas o personales que se han presentado no han sido suficientes para obtener una visión más o menos totalizante del gran trecho recorrido. Si se considera el intenso y multifacético trabajo en que se han empeñado los artistas, los cambios operados, el creciente interés que despierta el arte y el sitial que ha ido alcanzando la plástica latinoamericana en el ámbito internacional en este lapso, es fácil colegir el peso de la omisión para los artistas ecuatorianos y para su público. Se deduce también la importancia y oportunidad del salón morlaco.
Julio Le Parc, Modulación 892, Acrílico sobre lienzo. Primer Premio "Argentina"
EL ANCHO MUNDO DE LA PLASTICA
Por sobre todos los créditos vinculados a la exposición —en la organización, en los cursillos, conferencias, recitales, conciertos, muestras anexas, noche cuencana y más festejos— están los resultados específicos de la confrontación. Qué se vio y la calidad de lo que se vio. Se vio bastante y se dejó de ver bastante. Las casi ausencias de Brasil y Venezuela, representadas por muy pocos pintores, resta integridad al conjunto. Nombres relevantes como los de Antonio Seguí (Argentina) y Antonio Henrique Amaral (Brasil), por ejemplo, que estuvieron anunciados pero no concurrieron, habrían elevado el nivel sin duda. Lo mismo sucede con varios ecuatorianos y otros latinoamericanos. Faltaron algunos países, sobre todo caribeños. Un solo concursante canadiense no puede dar cabal idea de lo que se hace por allá. La cuantificación de artistas por países solo puede atribuirse a la casualidad y hasta el capricho de muchas invitaciones. Hubo sobreabundancia ante todo en la delegación nacional. ¿Disculpable por ser la sede?
No es posible, desde luego, exigir que estén todos los que deberían estar, o se quisiera que estén. El ancho mundo de la pintura actual solo admite evaluaciones parciales aún en las grandes bienales y salones. A lo más cabe demandar para el futuro criterios únicos y programados en las selecciones de cada país. Ideal sería que en todos se organicen prebienales eliminatorias o, que si se mantiene el sistema de invitaciones emanadas directamente de los organizadores, ellas respondan a júcios equilibrados y objetivos.
¿La calidad? Heterogénea como cabía esperar de una cita a la que llegaron tantos concurrentes elegidos bajo distintas pautas. Pero el criterio de calidad en abstracto conduce muchas veces al subjetivismo, al seguimiento de las modas y hasta la sumisión a los dictámenes de las metrópolis. Tal vez una de las comprobaciones más sugestivas que se logre extraer de los salones internacionales, y aún más de los regionales como el de Cuenca, es la de la afirmación de las normas y perspectivas estéticas en las zonas consideradas periféricas, que andan no solo en pos de valorar su identidad, sino de reivindicar su derecho a participar de igual a igual en la confrontación de las ideas-expresiones con que se manifiesta la plástica en el mundo de hoy. Se trata de una insurgencia en la que participan, y en la que tienen que participar y aportar más, artistas, crítica y público.
El criterio de calidad en los actuales momentos se impone al de los estilos. Dada la variedad ecléctica de lo que se hace en el arte, el arte en sí está por encima del movimiento o escuela particular en que se inscribe. Importa más la factura, la cualidad formal de la obra, que una pretendida originalidad. No se diga que el pretendido contenido, que sin paradoja se puede volver a reivindicar a condición de que la expresión que adopte corresponda a un concepto más amplio de contenido. Contenido plástico que implica una relación innovadora respecto a la pura concepción del mensaje ideológico-estético, que también se expande al liberarse de las ataduras de la didáctica palmaria y del anecdotismo directo, y al proyectarse a situaciones y maneras sugerentes o inéditas. En esta línea la pintura, dado el caso, sale ganando porque el qué se subordina al cómo se pinta. Pero el qué, el para quién y el para qué de la pintura inducen el cómo se realiza.
María de la Paz Jaramillo (Colombia).
EXPOSITORES Y VENCEDORES
La media de las obras expuestas tiende hacia arriba, manifestación del profesionalismo que se va logrando en América Latina y que se da por descontado en los Estados Unidos. Se ha confirmado una vez más la primacía de ciertas zonas y países: el cono sur, Colombia, Cuba, México. Pero se observa un interesante avance en Centro América y Puerto Rico. Si lo enviado desde Haití representa bien lo que allá acontece quiere decir que el alabado naif haitiano se ha sumergido en un pernicioso y tal vez irreversible proceso de academización. Los artistas de los países andinos, en especial los bolivianos, y menos que todos los nuestros, continúan en las reiteraciones, con un pie en el presente y el otro en el pasado. Otro tanto se puede decir de los paraguayos.
Los norteamericanos hay que situarlos aparte. De la enorme masa de pintores que hay en su país se han escogido diez de la nueva generación. Las propuestas son muy propias del mare magnum armado en los últimos años. Hay que reconocerles el excelente dominio del oficio que revelan, y no juzgarlas bajo principios que se salgan del contradictorio contexto de la sociedad donde aparecen. De ahí que se debe fiar de la inocencia con que se ha ejecutado la obra-misterio de la Bienal, el cuadro que no llegó y no se pudo ver: el que representa un asno en cuya anca se ha retratado al mismísimo presidente de los ecuatorianos. Pieles de reses enmarcadas en negro y "apropiaciones", es decir copias con sentidos y a veces simultáneas a la realización de la obra original, son otras de las amenas sorpresas made in USA.
El conjunto es digno e interesante, más trascendente que la enojosa y circunstancial jerarquización a que obligan las preseas. El gran premio para Julio Leparc ha dolido a algunos que han recurrido a argumentos que van desde un supuesto estancamiento de su creación hasta el "¿para qué volver a consagrar a los consagrados?" Estos juicios no enfrentan las obras presentadas, monumentales, herméticas en su mecanismo, fríamente bellas. Los cuadros de Colombino y Mirta Báez (segundo y tercer premios) son más rebatibles. Los del primero porque se apoyan más que nada en el hallazgo de una técnica deleznable antes que en valores plásticos principales. Los de la otra, porque el efecto esotérico buscado se frustra por sí mismo y por una defectuosa ejecución.
Las menciones, como es sabido, sirven a los jurados, además, para quedar bien con todos los que se pueda. No ha habido excepción a la regla en esta ocasión. Hay pocos aciertos si se comparan las obras agraciadas con otras de más vuelo. Acertada la mención al cubano Tomás Sánchez, cuyo conjunto de islas y lagunas expira magia e imaginación. Habría sido más impactante en el gran formato que ha usado para otros cuadros. El reconocimiennto a un joven pintor ecuatoriano, Marcelo Aguirre, no hay que verlo como premio consuelo, sino como la constatación de que, a pesar de todo, el equipo ecuatoriano no desentonó, como quizás se esperaba, en la Bienal.
Más importante y entretenido que refutar las decisiones de un jurado resulta preguntarse qué otros artistas pudieron –o debieron– merecer los galardones. ¿Por qué Maripaz Jaramillo y no otro colombiano? ¿O, Nelson Ramos en vez de otro uruguayo, Páez Vilaró? ¿O, López Armentia (Argentina), o Sammy Benmayor (Chile) por su paisano Patricio González? ¿O la mexicana Susana Sierra por su compatriota Gabriel Macotela? ¿O Bueno, o Tábara?
Sammy Benmayor (Chile)
JURADO Y ENOJOS
Los ejercicios que cada uno puede hacer son libres y útiles para la discusión. Las decisiones del jurado, inapelables y siempre rebatidas. Lo menos que se aduce es que se establece la dictadura de unos pocos para elevar a algunos y olvidar a otros. Julio Le Parc tiene una propuesta todavía no aplicada en ninguna parte y que valdría que se ensayase en aras de una mayor participación en los juzgamientos. El pintor argentino piensa que deberían conformarse jurados amplios, con representación de todos los involucrados en el proceso del arte: los propios participantes, otros artistas, los críticos, los galeristas, los directores de museos, los coleccionistas, el público. Cada sector tendría derecho a escoger un número predeterminado de ganadores. Se descartarían los premios únicos. Habría varios primeros premios y menciones, tantas cuantas sean necesarias. En resumen, con esta idea se busca, si cabe el término, democratizar los jurados, librar a los artistas del imperio de un reducido clan y poner sus expectativas en manos de un grupo relativamente numeroso.
En la Bienal de Cuenca estuvo prevista la participación de cinco miembros en el jurado, pero a última hora falló el argentino Jorge Glusberg y solo quedaron Raquel Tibol, la cubana Adelaida de Juan y los ecuatorianos Edmundo Ribadeneira y Efraín Jara. Las mujeres, críticas de reputación continental. Los hombres, intelectuales de valía pero menos vinculados a las artes plásticas que a la literatura. Resulta curioso que no se haya incluido en el tribunal a ningún pintor. Vaya, si los del oficio tendrán algo que decir...
Como siempre sucede en estos festivales del arte los inconformes aparecen por todos lados. No son solo los postergados en sus aspiraciones, sino los críticos espontáneos que asumen papeles equivalentes a los de un fiscal de pueblo. Olvidan ellos a ratos la relatividad de los premios en la verdadera configuración de una sólida trayectoria artística; olvidan la carga de subjetividad que tiene todo pronunciamiento; olvidan que lo más importante es la altura que alcanza un salón. Vienen los juicios inapelables, a veces las diatribas que en los foros pueden ser tan estentóreas como las que se escuchan en cualquier barricada o en cualquier parlamento. Vienen las tergiversaciones: alguien escribe tal cosa y no falta uno que le haga decir más de lo que dijo. Vienen los enojos, a veces los resentimientos inabordables. Pero también están los lados positivos, tantos y tan conocidos que no hace falta exaltarlos: información, nuevas ideas, nuevas relaciones, nuevos desafíos.
A los heridos y resentidos, sobre todo a los artistas que miran de reojo y con encono a sus colegas, hay que relatarles esta anécdota de Diógenes Paredes, "el monstruo". Cuentan quienes lo conocieron y trataron en una época en que no faltaban –ayer como hoy y siempre– las desavenencias, rencillas, pequeñas y medianas envidias, a veces grandes, que el pintor, tal vez para contrarrestar la imagen generalizada que se tenía (¿y que se tiene?) de los artistas como personas difíciles, con tendencias a la egolatría, a la hostilidad entre los de la cofradía, a la desconfianza al prójimo, cuando le presentaban a alguien ex tendía la mano y saludaba: –Pintor, pero amigo...
Relación 3, Tomás Sánchez, Acrílico sobre lienzo, Mención (Cuba)