Publicado en
febrero 08, 2015
Cuando las exigencias de nuestra vida social lleguen a abrumarnos, y ansiemos pasar una noche tranquila en casa, digamos sin el menor reparo: "Gracias, no quiero ir".
Por June Dake.
SI SE trata de asistir a una reunión de amigos y colaboradores, basta que alguno diga "Gracias, no quiero ir", para que lo tachen de antisocial o algo por el estilo; o bien, lo mirarán de arriba abajo, y se hará un silencio expectante que reclama una explicación inmediata.
Quisiera protestar que, por grande que sea la camaradería que nos une a las amistades, los más de nosotros, al andar corriendo de una reunión a otra, nos estamos privando de algo mucho más vital que la simple "adaptación social". Los antiguos lo llamaban meditación: un tiempo para aislarnos de la multitud y pensar, para preguntarnos: "¿Quién soy?" "¿A dónde voy ?" Una ocasión para prescindir de la sonrisa forzada, quitarnos los zapatos y hacer lo que se nos antoje, aunque sólo sea holgar.
Hace poco, una amiga mía llamó para inquirir si mi marido y yo podríamos recogerla de camino a una cena a la que estábamos invitados.
—¿Está enfermo Carlos? —le preguntó mi esposo cuando llegamos a su casa.
A la luz del crepúsculo, alcanzábamos a verlo en el patio, tendido cómodamente en una hamaca.
—No, no tiene nada —replicó mi amiga—. Está pensando.
Ambos recibimos su desconcertante respuesta en escandalizado silencio y nos apresuramos a cambiar de tema, convencidos de que Carlos estaba chiflado.
Cuando regresamos de la reunión, mi marido preguntó en cauteloso tono de broma:
—¿ Cómo va la meditación?
—¡Maravillosamente! Vengan, quiero mostrarles algo—. Una vez en el patio, señaló con ambas manos—: ¡Miren no más esas estrellas!
Preguntándome aún si Carlos no andaría mal de la cabeza, alcé la vista... y me olvidé de nuestro amigo y de los demás. Hacía tanto tiempo que no miraba un cielo estrellado en una noche despejada, que ya no recordaba lo glorioso que puede ser.
—Cuando salí, pensaba que el problema que se me presentó en el trabajo no tenía solución —nos dijo—, pero cuanto más contemplaba toda esta belleza, más insignificante me parecía la dificultad. La he resuelto sólo a medias, pero estoy seguro de que saldré adelante.
Si Carlos se hubiera forzado a asistir a la. reunión, ¿ seguiría creyendo que el asunto era imposible de resolver?
No sólo necesitamos tiempo para analizar nuestros problemas, sino también para dejar que nuestros pensamientos vaguen libremente, y aprender con ello algo más acerca de nosotros mismos. Después de todo, ¿no consiste la adaptación social en sentir simpatía por las personas y ganarse a su vez la suya? Y ¿no nos dicen constantemente los especialistas en la conducta que estimaremos a los demás en la medida en que nos apreciemos a nosotros mismos? Es, pues, necesario dedicar algunos momentos de vez en cuando para conocernos mejor.
Estoy convencida de que para ser persona íntegra hay que llevar una vida equilibrada: tener el tiempo y la necesidad de cultivar amistades y asistir a reuniones, y a la vez disfrutar un poco de la soledad y la reflexión. Creo que después de tales momentos nos sentimos renovados y fortalecidos, listos para ser más útiles a la sociedad. Por tanto, cuando las exigencias de la vida social nos agobien hasta el grado de hacernos anhelar una velada tranquila de meditación en casa, no temamos decir sencillamente: "Gracias, no quiero ir".
CONDENSADO DE "CHRISTIAN HERALI", (JULIO DE 1973). © 1973 POR CHRISTIAN HERALD ASSN INC., 40 OVERLOOK DR., CHAPPAQUA (NUEVA YORK) 10514.