EL CASO DE LOS ASESINATOS MILENARIOS
Publicado en
febrero 08, 2015
El rostro sereno e inquietante del hombre de Tollund, muerto hace 2000 años.
Foto: © Museo de Silkeborg.
Por Maurice Shadbolt.
CADA AÑO, en la aldea danesa de Silkeborg, miles de visitantes desfilan ante un hombre asesinado. Nadie sabrá nunca su nombre. Baste decir que hace 2000 años era un ser tan humano como nosotros. Su rostro ha incitado a hombres y mujeres a escribir poesías y a verter lágrimas.
Fui a ese pueblo lacustre el verano del año pasado y, al contemplar aquel semblante, sentí temor y respeto. Cada arruga, cada pelo de la barba encierra un relato vívido y terrible del pasado remoto de Dinamarca. La cuerda que lo estranguló todavía le rodea el cuello. Su expresión, serena e inescrutable, se graba en la imaginación.
El misterio dé este asesinato milenario surgió el 8 de mayo de 1950, cuando los hermanos, Emil y Viggo Hojgaard, extraían turba en la ciénaga de Tollund, cerca de Silkeborg. Era un día tranquilo y bañado de sol. Las agachadizas gritaban junto a los álamos y abetos que bordean la turbera, donde no crece más que hierba. De repente, a una profundidad de 2,75 metros, las palas toparon con un objeto.
Entre temerosos y fascinados, vieron a sus pies el rostro de un cuerpo humano. Estaba desnudo; sólo un gorro de piel le cubría la cabeza. Yacía de costado, como dormido, con los brazos y las piernas flexionados. La cara reflejaba bondad; los ojos estaban cerrados y los labios ligeramente fruncidos. Una barba rala le velaba el mentón. Emil y Viggo llamaron a la policía.
Unos agentes acudieron al lugar pero el muerto no era ningún hombre cuya desaparición se hubiera denunciado recientemente. Sospechando que se trataba de algún misterio del pasado recurrieron a los arqueólogos.
Se presentó el profesor Peter Glob, distinguido sabio de la Universidad de Aarhus. Retiró con cuidado un pedazo de turba junto a la cabeza del muerto. Una cuerda, hecha de dos correas de cuero retorcidas, le oprimía el cuello. Había sido estrangulado o ahorcado. Pero, ¿quién lo había hecho y cuándo? El erudito ordenó construir una caja alrededor del cadáver y de la turba en que estaba tendido, para que nada se alterara.
Al día siguiente extrajeron a mano la caja, que pesaba cerca de una tonelada, y un carro tirado por caballos la llevó al Museo Nacional de Copenhague. Agotado por el enorme esfuerzo, un ayudante del profesor sufrió un colapso y murió. Parecía un mal presagio, como si algún dios de la antigüedad reclamara un hombre moderno a cambio del suyo.
El hallazgo de cuerpos en las ciénagas no era una novedad. Desde que se llevan registros, han aparecido unos 400 cadáveres en Dinamarca; de tiempo atrás se conoce también la virtud preservativa del ácido húmico de la turba. No fue hasta el siglo XIX que algunos científicos e historiadores comenzaron a examinar tales restos y a darse cuenta de que procedían de oscuros y lejanos rincones de la historia europea. Ninguno de los cuerpos se conservó por mucho tiempo: a algunos los enterraron de nuevo y otros se desintegraron por los efectos de la luz y del aire.
Cuando se reanudó la explotación de la turba durante y después de la segunda guerra mundial, los hallazgos se multiplicaron: primero en Store Arden, en 1942, y luego en el marjal de Borre, en 1946, 1947 y 1948. Los objetos encontrados junto a ellos permitieron identificarlos como habitantes de Dinamarca durante los comienzos de su edad de hierro (400 a. de J.C. a 400 de la era cristiana). Por tanto, ninguno tenía menos de 1500 años, y era probable que fuesen mucho más antiguos. El primer descubrimiento hecho en el pantano de Borre (un varón adulto) resultaría de particular interés: también había sido muerto violentamente, estrangulado o ahorcado, pues tenía un dogal alrededor del cuello. Su última comida se había compuesto de granos y semillas.
Peter Glob, junto con su padre (retratista y notable arqueólogo aficionado), había investigado el oscuro pasado de su país desde que tenía ocho años. Para él, el hombre de Tollund constituía un estímulo supremo. Desde 1936 había convivido en su imaginación con los cazadores y labriegos paganos de 2000 años atrás; había escudriñado sus corroídos artefactos y explorado los cimientos de sus aldeas rudimentarias. Conocía sus costumbres y su manera de vivir. Y he aquí que, de pronto, se encuentra precisamente con uno de ellos. "La majestad y la mansedumbre parecen estar grabadas en sus facciones, como lo estuvieron cuando vivía", comenta. Algo trataba de decirle ese rostro enigmático; pero ¿qué?
A Glob le intrigaba el que muchos de los individuos hallados en los marjales hubiesen perecido violentamente: estrangulados o ahorcados algunos, otros degollados o con el cráneo roto. Tal vez fueron viajeros asaltados, o criminales ajusticiados. ¿Habría otra explicación? Todas las víctimas pertenecían a la edad de hierro de Dinamarca. Si hubiesen muerto a manos de malhechores, deberían aparecer muchas otras dispersas en diferentes épocas. Y, si se tratase de criminales, no mostrarían tantos rasgos comunes.
Peter examinó el cadáver cuidadosamente. Las radiografías de las vértebras del hombre de Tollund, tomadas para determinar si había sido estrangulado o ahorcado, no dieron resultados concluyentes. La condición de las muelas de juicio indicaba que su edad sobrepasaba con mucho los 20 años. La autopsia reveló que el corazón, los pulmones y el hígado se habían conservado bien. Más importante aún, el tubo digestivo estaba intacto, y contenía la última comida del difunto: una gacha de 2000 años atrás, compuesta de granos y semillas molidos (cebada, linaza y grama entre otros). El conocimiento de la agricultura antigua permitió determinar que la víctima había vivido en los dos siglos primeros de nuestra era. Aquella mezcla de granos y semillas denunciaba una comida preparada en invierno o a principios de la primavera.
Pero los hombres de la edad de hierro no eran vegetarianos. ¿Por qué, entonces, no había restos de carne? A Glob también le extrañó la suavidad de los pies y manos del cadáver; se diría que aquella persona realizó poco o ningún trabajo manual durante su existencia. Probablemente ocupó una elevada posición en la sociedad de su época.
Tiempo después, el 26 de abril de 1952, unos aldeanos de Grauballe, 18 kilómetros al este de Tollund, extraían también turba cuando encontraron un segundo cuerpo admirablemente conservado. De nuevo el profesor acudió en seguida. Se trataba de otro sujeto asesinado, pero, a diferencia del de Tollund, su expresión no tenía nada de serena. Lo habían degollado brutalmente con un tajo de oreja a oreja. Mostraba las facciones contorsionadas por el terror, y los labios entreabiertos en un grito de dolor acallado durante siglos.
El arqueólogo lo retiró incrustado en un gran bloque de turba para su conservación y estudio. El análisis de los tejidos por el método del carbono demostró que los restos databan de 1650 años atrás, por lo menos; aquel individuo había sido contemporáneo de Constantino el Grande. El hombre de Grauballe se encontraba en extraordinarias condiciones; las huellas digitales de pies y manos eran del todo claras. Como el de Tollund, no había efectuado nunca trabajo manual pesado. Alto y de cabello oscuro, había muerto asesinado alrededor de los 40 años. Se advirtió otra semejanza: inmediatamente antes de su muerte, había ingerido una masa de granos y semillas, preparada en invierno o a principios de la primavera. Las tres víctimas habían perecido en análoga estación.
¿Quiénes los mataron? ¿Por qué en invierno o a principios de la primavera? ¿Por qué todos aparentemente habían llevado una existencia privilegiada? ¿Y a qué se debía que hubieran comido alimentos similares antes de morir?
Tras obtener toda la información posible de los cadáveres, Glob recurrió a una de sus fuentes predilectas: el historiador romano Tácito, quien recogió, hace cerca de 1900 años, las tradiciones orales de las tribus germánicas que habitaban el noroeste de Europa. Sus relatos acerca de esos bárbaros de ojos azules, osados y generosos, a menudo iluminaban el pasado de Dinamarca. Glob encontró estas líneas: "En otro tiempo, que se tiene por remoto, todos los pueblos vinculados por la sangre se reunían en un bosque sagrado. Allí celebraban sus crueles ritos con sacrificios humanos".
Y más adelante: "Estos pueblos se distinguen por su común adoración a Nerthus, o Madre Tierra. Creen que ella se interesa en los asuntos humanos". Y el historiador confirma que aprovechaban el inicio de la primavera para rendirle ofrendas y sacrificios humanos, y así pedirle que acelerara la plenitud de la estación y las cosechas del estío. Es posible que las víctimas escogidas ingirieran una comida simbólica antes de ser consagradas por la muerte a la diosa. Esto explicaría la ausencia de carne. Los sacrificados, todos de facciones delicadas y manos y pies suaves, acaso fueron personajes de alto rango elegidos al azar, o bien sacerdotes casados ritualmente con Nerthus.
Tácito proporcionó otro dato esencial: el símbolo de Nerthus era un torce, o collar de metal que llevaban los vivos en honor de la diosa. El lazo de cuero del hombre de Tollund y del hallado en el marjal de Borre, así como el de otros cadáveres descubiertos anteriormente, eran copias de esos collares. Glob llegó a la conclusión de que era Nerthus (la propia Madre Tierra) quien había conservado a las víctimas en su seno de turba hasta mucho después de que sus sepultureros no eran más que polvo.
Peter Glob quedó satisfecho. Había encontrado a los asesinos e identificado a las víctimas. El misterio milenario había dejado de serlo.