SEÑORES, ¡ARRANQUEN SUS MÁQUINAS!
Publicado en
enero 05, 2015
El pintoresco y veloz espectáculo llamado las 500 millas de Indianápolis visto desde la pista.
Por Jacquin Sanders (Condensado de "ROTARIAN").
TODOS los años, al atardecer de la víspera del día 30 de mayo una multitud de automóviles venidos de todos los puntos de los Estados Unidos convergen hacia el conjunto de tribunas, garajes y prados que, rodeado por una cerca, se extiende en el corazón de Indianápolis, capital del Estado de Indiana. A medianoche la fila de autos estacionados tiene ya tres kilómetros de longitud y continúa creciendo, y los ocupantes vagan por todos lados y empiezan a conocerse entre sí. Una ruidosa agitación, como de feria, vibra en el aire.
Hay vendedores de comestibles, hay bailes improvisados en las calles, así como fogatas encendidas en las aceras y cuidadosamente vigiladas. Algunos descarados tienden sus talegos para dormir en los prados fronteros de las casas de la vecindad.
Nadie se queja en una noche como esta. La ruidosa y amigable multitud es la vanguardia del gran espectáculo que se efectuará a la mañana siguiente: la carrera anual de automóviles de las 500 millas de Indianápolis, para la que se prepara la ciudad durante todo el año. ¡Y con razón! De todos los grandes acontecimientos deportivos del país, el de "las 500 millas de Indianápolis" es el más concurrido (atrae 300.000 espectadores), el más rico (206.000 dólares de premio para el vencedor), y el más peligroso (en las 52 carreras celebradas ha habido 48 muertos).
A las 5 de la mañana se abren las puertas y los autos entran en fila, llenos de pasajeros que han pagado de cinco a 39 dólares por su billete. Dentro no los espera precisamente la belleza. El autódromo de Indianápolis es una mezcolanza sin estilo arquitectónico. Para acomodar debidamente a los espectadores (empeño que frustra su creciente número); en el curso de los años se han levantado tribunas de variados tamaños y materiales a ambos lados de la línea de salida, y desordenadamente a lo largo del resto de la rectangular pista de cuatro kilómetros.
La pista misma carece de la simetría de muchos hipódromos. Hace tiempo estaba enteramente pavimentada de ladrillos y aún ahora se la conoce con el apodo de "El ladrillar"; hoy tiene una delgada capa de asfalto llena de grietas y cicatrices, como cualquier carretera de mucho tránsito. Varios túneles cruzan por debajo de la pista y los automóviles recién llegados pasan por ellos para salir a una gran extensión de prados cubierta de rodadas de autos, en la que (cosa increíble) hay un campo de golf de nueve hoyos, así como espacio para estacionar unos 30.000 coches.
ANTES DE ARRANCAR
Dentro de la pista hay también una zona cercada que parece una manzana comercial, venida a menos, de un barrio bajo. Es el más insólito "vestuario" en el deporte. Antes de la carrera casi todos los espectadores emplean varios minutos en espiar, a través de las alambradas, las filas de garajes, donde muchos mecánicos han estado trabajando durante toda la noche en los motores desarmados de los autos, cuyas piezas aparecen cuidadosamente extendidas en el suelo. El público ocupa las otras horas de espera en escuchar conciertos de bandas, en contemplar las evoluciones de alguna chica que agita un bastón al compás de la música, y en comer pollo frito que casi todos traen para consumirlo a media mañana.
Aproximadamente a las 10 de la mañana, una hora antes de arrancar, los ayudantes empujan los autos, con el motor apagado, hasta la línea de salida. Siempre compiten 33 corredores (seleccionados entre unos 75 en las pruebas efectuadas durante los dos fines de semana anteriores) a quienes se alinea para la salida, según la velocidad que cada uno alcanzó en las pruebas, en 11 hileras de tres automóviles por hilera, con el más veloz al frente y en la parte interior de la pista. Esto constituye una ventaja para el auto número uno, pero como la carrera es tan larga, todo puede suceder.
A las 10:40 los intrusos y los funcionarios superfluos son desalojados de la pista, y una de las varias bandas asistentes toca el himno nacional norteamericano. Una segunda banda de música hace oír un toque militar y luego otras bandas interpretan Back Home Again in Indiana. Precisamente al final de la vehemente evocación de "mi hogar en Indiana", se sueltan miles de globos que se elevan hacia las nubes.
Esta es la señal de que ya puede empezar la carrera, cuestión de vida o muerte. Los corredores, vestidos con ropa a prueba de fuego, para su protección, y calzados con zapatos de tenis o zapatillas para su comodidad, se introducen en el automóvil, en el que se acomodan con las piernas estiradas hacia adelante y la cabeza y los hombres echados hacia atrás en un ángulo de 45 grados. La muchedumbre guarda silencio y por los altavoces se oye el anuncio que inicia invariablemente la carrera de las 500 millas de Indianápolis : "Señores, ¡arranquen sus máquinas!"
ESTRUENDO AL SOL
Lo que sigue es sólo para oído. Primero uno, después varios, luego todos los 33 motores cobran vida y empiezan a acelerar. El motor de un auto de carreras no es como el de los autos ordinarios, que zumban discretamente, como conteniendo su potencia. Aquellos rugen, chillan, aterrorizan con su volumen total de 15.000 caballos de fuerza.
Después de unos cuantos minutos los motores ya están calientes, y es el momento para dar a la pista la tradicional vuelta de mera exhibición. Primero viene la vuelta del desfile. Un coche convertible, el auto insignia, va a la cabeza seguido por los de carrera, que mantienen su lugar a una velocidad de 50 k.p.h. a lo largo de las dos rectas largas y las dos cortas, así como de las cuatro curvas, todas de idéntico peralte.
Luego sigue la vuelta de prueba, en la que se ensaya la aceleración. Los autos van cada vez más rápidos, manteniendo aún su posición. Un olor de gasolina flota sobre las tribunas, y el rugir de los motores ahoga al de la multitud. Los coches toman la última curva a 200 k.p.h. El convertible sale de la pista y los autos de carrera, todavía en formación y aún acelerando, cruzan velozmente la línea de salida. Siguen entonces 200 vueltas, con tres paradas, necesarias para reabastecerse de gasolina, a un promedio de velocidad que alcanzará casi 255 k.p.h. y que con frecuencia llegará a los 300 k.p.h.
A aquellos que nunca han visto una carrera de autos, este deporte los puede atemorizar, confundir o alborozar. El espectador necesita vista aguda y paciencia. La pista de Indianápolis es tan larga que sólo una cuarta parte de ella es visible desde cualquier asiento; más aun, no es fácil distinguir un coche de otro, tan rápidos pasan y tan parecidos son. Todos son abiertos y de un solo asiento, de casi cinco metros de largo y con un peso aproximado de 610 kg. A primera vista no parecen ser otra cosa que una mezcla de neumáticos y anuncios comerciales, porque en cada lado de la carrocería llevan, brillantemente pintados, quizá una docena de nombres de productos para automóvil. (El costo y el mantenimiento de un auto para la carrera de Indianápolis es aproximadamente de 100.000 dólares en total, y los dueños venden con mucho gusto el espacio para los anuncios.)
SOBRE RUEDAS
Los corredores son generalmente bajos de estatura y de aspecto enjuto y nervioso. En edad van desde poco más de 20 años hasta mediados los 40, y por lo general son los nervios lo que les falla primero. "No fueron mis reflejos los que me traicionaron", dice un corredor retirado, vencedor en Indianápolis. "Fue que ya no podía decidirme a correr los riesgos inevitables".
El constante compañero del corredor de automóviles es el miedo, y la tragedia va siempre pisándole los talones. Casi no hay corredor de las 500 millas que no lleve las cicatrices de antiguos accidentes. Todos muestran las marcas de la intervención del cirujano estético, y la pielquemada es común. A veces las cicatrices de un corredor son invisibles, parte misma de su herencia. Dos corredores jóvenes, Billy Vucovich y Gary Bettenhausen, empezaron a correr las 500 millas hace dos años. Hace unos 20 años sus padres compitieron también uno contra otro en la pista de Indianápolis... y en ella murieron.
Todo esto lo aceptan los corredores. A través de los años han aprendido a confiar sólo en sí mismos, en sus propias técnicas, en sus propios reflejos y valor. Se atienen también a un auxiliar de confianza: las técnicas científicas. A pesar de que, en general, carecen de educación académica (de los 50 mejores corredores, solamente uno, el neozelandés Bruce McLaren, ostenta el título de ingeniero), muchos son mecánicos consumados, con una afinidad y una sensibilidad ante sus motores que muy pocos conductores tienen.
Sólo unos cuantos de los corredores más famosos han llegado a enriquecerse con ingresos enormes gracias a los premios en efectivo, a las recompensas que reciben por prestar su nombre a algún artículo y por su trabajo con fabricantes de productos para automóviles. Algunos tienen un negocio próspero. McLaren diseña chasises para autos de carreras. Dan Gurney manufacturó en su fábrica de California el chasis de tres de los autos que entraron en los cuatro primeros lugares en la carrera de las 500 millas de Indianápolis de 1968, y su propio auto fue el que ocupó el segundo lugar.
Sin embargo, no es el dinero la única razón por la que estos hombres corren autos. Quizá no sea siquiera la razón principal. Por ejemplo, a A. J. Foyt, tres veces ganador de las 500 millas de Indianápolis (1961, 1964 y 1967), se le puede ver con frecuencia compitiendo en pistas de tierra, en carreras de segunda categoría, donde el dinero, las muchedumbres y las medidas de seguridad son limitadas, y donde únicamente el peligro no conoce límites. ¿Por qué hace esto? Algunas veces Foyt contesta: "Lo llevo en la sangre". Otras veces dice: "Es para practicar". De vez en cuando replica: "No haga preguntas tontas".
También los mecánicos de Indianápolis son extraordinarios. Pueden llenar el depósito de gasolina de un auto (de 283 litros de capacidad) en 16 segundos. En 25 segundos pueden llenar el depósito de gasolina y cambiar dos ruedas. En cuestión de minutos reparan un motor mientras que en un taller mecánico tardaría todo un día quizá. Pero hasta estos avezados mecánicos tienen sus limitaciones: la mayoría de los autos que no terminan la carrera es por fallas mecánicas, y esta es la causa más frecuente de abandono, no los accidentes.
EL MOTOR DE TURBINA
A través de los años ningún motor ha dominado tantas veces la carrera de las 500 millas de Indianápolis como el Offenhauser de pistones. En un chasis u otro los Offenhauser obtuvieron 18 victorias consecutivas hasta 1965, cuando el poderoso Ford Lotus terminó con la racha y empezó la suya propia. Pero precisamente cuando los Ford llevaban ya tres años consecutivos (1965, 1966 y 1967) entrando en los cuatro primeros lugares, apareció en escena, con ruido atronador, un nuevo contendiente: el motor de turbina. Al principio aterrorizó a pilotos y proyectistas de motores de pistón; después se perdió, rechinando, entre las nubes del fracaso.
El motor de turbina funciona según el principio de los aviones reactores. Los automóviles de turbina que introdujo en las carreras de 1967 y 1968 Andy Granatelli, fabricante de aditivos para aceites, dominaron en la pista hasta la vuelta No. 190, pero a partir de ese momento se estropearon y no pudieron terminar la competición. Estaba escrito el destino de los coches de carrera con motor de reacción, y a los patrocinadores de las 500 millas no les agradó leer el vaticinio. Antes de la carrera del año pasado redujeron tan radicalmente la potencia permitida en las turbinas, que para estas últimas se acabó la esperanza de poder competir con los motores "tradicionales".
En Indianápolis, sin embargo, las ideas nuevas para el diseño de motores rara vez serán tan importantes como la anticuada virtud de la perseverancia... acompañada por una pizca de suerte. Por ejemplo, en 1969 terminó en primer lugar Mario Andretti (quien, por cierto, estableció con su hazaña la nueva marca de 252,453 k.p.h. de velocidad media) en el mismo Ford-Hawk de pistones y turbocarga con que un año antes había llegado el último a la meta. Fue, sencillamente, una carrera de desgaste en la cual se esforzó Andretti para seguir en la lid con el coche de Granatelli, cuando ya habían fallado 22 de los 33 autos inscritos. Al final ganó por más de dos vueltas de ventaja a Dan Gurney, quien conquistó el segundo lugar por segundo año seguido. Andretti logró también señalar el estilo de la carrera de las 500 millas de Indianápolis que se corre este mes: casi todos los grandes pilotos se presentarán con el motor de turbocarga, que utiliza los gases del escape para mover la turbina que sobrecarga los cilindros, con lo cual se logra incrementar la potencia sin aumentar el peso.
HIJO DE INDIANAPOLIS
De lo que millones de personas que siguen las 500 millas de Indianápolis no se dan cuenta, es que esta carrera ejerce una influencia directa en la construcción de los automóviles de uso corriente. La pista constituye una prueba que ningún laboratorio del mundo podría reproducir jamás. La lista de los coches ganadores de la carrera de Indianápolis es como un catálogo de las mejoras mecánicas y de seguridad que posteriormente han salido de las fábricas de automóviles. En la primera carrera de las 500 millas (en 1911) se usó por primera vez el espejo retrovisor. En 1922 un auto de carreras Duesenberg empleó allí los frenos hidráulicos en las cuatro ruedas. Un año después los competidores introducían el uso de la gasolina etílica, y dos años más tarde dieron a conocer los neumáticos de baja presión. (Antes los autos de carreras y los de pasajeros usaban neumáticos inflados con presión de 90 libras.) En el cuarto decenio de nuestro siglo se instalaron los amortiguadores hidráulicos. En el siguiente se empezaron a usar los cinturones de seguridad; en el sexto, las barras de torsión, que ahora están incorporadas en la suspensión de la mayoría de los autos de pasajeros; los neumáticos de piso ancho vinieron poco después de 1960.
Por supuesto, bien mirado, no son las máquinas las que hacen tan sensacional la carrera de las 500 millas, sino los audaces puristas del volante que las tripulan. Nadie es tan representativo de esta casta como Bobby Unser, el delgado cabeza de la que es seguramente la primera familia de los autódromos. El padre de Bobby fue corredor de autos; lo mismo fueron dos de sus tíos; así como Jerry, su hermano mayor, quien se mató en 1959 cuando estaba practicando para las 500 millas; también es corredor su hermano menor, Al, que se estrelló en la carrera de 1968. Después se encaramó al muro que hay al lado de la pista, y saludó tranquilizadoramente a Bobby cuando pasó como un trueno por allí a la vuelta siguiente.
Después de la carrera, Bobby Unser, que fue el ganador, regaló sus guantes de conducir a su hijo Bobby, de 12 años. El muchacho anunció modestamente que también él será corredor de autos cuando crezca. De pie y en silencio presenciaba la escena una anciana delgada y de cara arrugada: la señora Unser, abuela del niño, quien sigue a sus hijos de una pista a otra, igual que seguía a su marido, viviendo en una casa remolque. Alguien le preguntó qué opinaba acerca de la ambición expresada por su nieto.
La anciana señora sonrió orgullosamente, y dijo: "Claro que correrá autos de carrera. Todos los hombres de nuestra familia son corredores de autos. No se podría esperar que empleara su vida en nada mejor que eso".