PPO: ESCUELA DE PROFESIONALES
Publicado en
enero 18, 2015
Un cuerpo de maestros viajeros viene ayudando a los españoles deseosos de trabajar para que se adapten a la nueva economía industrial que está transformando a su país.
Por Oscar Schisgall.
LOS OSCUROS ojos del instructor centellearon a la vez que me daba en el pecho con un dedo. Nos encontrábamos en el sótano de un edificio madrileño donde él enseñaba fontanería a una clase de 20 hombres.
"Señor", gritó, intentando hacerse oír entre el golpear de los martillos y el silbido de los sopletes, "es mucho mejor enseñar a un hombre un oficio que darle una limosna. Si se le da un pescado, comerá una vez. Pero si se le enseña a pescar, podrá comer el resto de su vida".
Esta rotunda exposición del viejo proverbio es característica del fervor que he podido apreciar en el organismo que dirige la asombrosa campaña española contra la pobreza y el paro: el PPO (Programa Nacional de Promoción Profesional Obrera). Aunque tiene apenas seis años de existencia (fue fundado el 7 de abril de 1964), ha dado ya un oficio a más de 350.000 de los 4.500.000 obreros no especializados existentes en España. Y casi 100.000 más aprenden un nuevo oficio cada año, desde arboricultura hasta la mecánica dental.
El anterior ministro de Trabajo, don Jesús Romeo Gorría, concibió el PPO como un instrumento para la formación de los trabajadores necesarios para la realización del primer Plan de Desarrollo Económico y Social, que comenzó en enero de 1964 y habría de abarcar un período de cuatro años. La expansión de la industria, el comercio y los servicios se veía impedida por la escasez de mano de obra especializada. Al no poder desarrollarse, a aquellos les resultaba imposible ofrecer nuevos empleos. Era un círculo vicioso, y había que hacer algo al respecto. Lo que se propone el PPO es, sencillamente, proporcionar a los trabajadores, en unos pocos meses, los conocimientos elementales que les aseguren un empleo y les permitan servir así a la economía del país.
Pero Romeo Gorría sabía que la mayor parte de los obreros parados viven en pueblos empobrecidos y carecen de medios para trasladarse a escuelas distantes. Además, muchos de ellos trabajan en faenas agrícolas o pesqueras de las que depende el sustento de su familia.
"No podíamos esperar que estos hombres se trasladasen a las ciudades y a las instituciones tradicionales de enseñanza donde se encuentran los profesores", dice el ex ministro. "Teníamos que hacer que nuestros profesores fueran adonde estuvieran ellos".
Tal era el meollo del singular plan del PPO, que cuenta actualmente con más de 1500 maestros ambulantes, o monitores, que dan unos 500 cursos en distintos oficios en casi toda la península. Unos característicos camiones rojos y negros que llevan pintadas las letras PPO transportan todo lo necesario para la enseñanza: maquinaria, motores, libros, sistemas de alumbrado. El equipo docente se instala en cualquier sitio donde haya acomodo: un viejo granero, un monasterio, un palacio, el sótano de un edificio público; e inmediatamente el "aula" está lista.
Cuando se designó una vieja escuela madrileña, todavía activa, como local, durante media jornada, para un curso del PPO sobre pintura de interiores, el edificio se encontraba en condiciones deplorables; los techos y paredes aparecían agrietados y había yeso esparcido por los suelos. Los monitores no encontraron mejor modo de enseñar a los futuros pintores que permitirles trabajar en el edificio mismo. Al término del curso, la escuela quedó limpia y recién pintada, y los maestros del centro estaban encantados.
"Se debería dar un curso de pintura en todas las escuelas viejas de España", me dijo uno de ellos.
La mayoría de los cursos profesionales del PPO tienen una duración media de unos tres meses (hay algunos, no obstante, como el de formación de técnicos de radio y televisión, que por su complejidad pueden llegar a durar hasta nueve meses). En las zonas donde existe el problema del analfabetismo, el PPO se encarga de que los alumnos reciban instrucción previa. Una vez terminado el curso, los camiones trasladan el equipo a otro lugar, a fin de emprender de nuevo la misión docente.
Por supuesto, los camiones no se mandan al azar por el país. El PPO sólo va a sitios donde los peritos han confirmado la existencia de una inmediata necesidad de mano de obra especializada. Al principio el PPO concentró su atención en las zonas señaladas para la industrialización por el Plan de Desarrollo, donde las nuevas fábricas necesitarían con verdadera urgencia mano de obra especializada. Después comenzó la tarea de nombrar un gerente del PPO para cada provincia; en la actualidad 43 de las 50 provincias españolas tienen ya uno. Su trabajo consiste en coordinar las auténticas necesidades de la provincia con las actividades del PPO. Este cuidadoso equilibrio de la oferta y la demanda asegura que la inmensa mayoría de los alumnos consigan trabajo casi en seguida.
Don José Farré Morán, dinámico director del PPO, y sus ayudantes obtuvieron la colaboración de la radio y la prensa nacionales para hacer llegar a todo el país la idea del PPO: ¡Ven a aprender, ven a ayudarte a ti mismo a la vez que ayudas a España! Al mismo tiempo, los monitores iban a los lugares donde se congregaba la gente sin trabajo: cafés, parques públicos, plazas de toros, y la animaban, en amistosa charla personal, a que se decidiera a seguir alguno de los cursillos del PPO: "Si después de unas semanas piensas que es una pérdida de tiempo, lo dejas y asunto terminado", recuerda haber dicho un profesor. "Nadie puede obligarte a estudiar".
De ese modo reclutaron los primeros grupos, pequeños y, generalmente, formados de escépticos. Actualmente el éxito del PPO es palpable, y en muchas provincias españolas son tantos los que desean iniciar un aprendizaje que hay que tener una lista de espera. En Cuenca hay más de 1300 esperando su turno, y en Madrid unos 4000.
Uno de los éxitos más señalados del PPO empezó a mediados de 1965, cuando José Domínguez Lorenzo y Manuel Olea Alonso quisieron abrir una gran fábrica de productos dentales. Hasta entonces las piezas de prótesis dental no se habían fabricado industrialmente en España (se importaban, principalmente, de Suiza y Alemania). Sin embargo, España ofrecía un buen mercado, por lo que el proyecto presentaba buenas perspectivas. Pero, ¿dónde encontrar personal técnico competente?
Consultaron a Diómedes Palencia Albert, ingeniero industrial que dirigía las actividades del PPO en la provincia de Madrid, quien aceptó desde luego la prueba que la consulta representaba. Primero se solicitó de los técnicos que redactaran unos cuadernos didácticos acerca de los principios básicos del trabajo de los laboratorios dentales. Estos mismos técnicos fueron contratados posteriormente como monitores. Una vez que los primeros alumnos adquirieron los suficientes conocimientos para transmitírselos a otros, organizaron dos cursos sucesivos en el pueblecito de Tielmes, no lejos de Madrid, donde había mucha gente necesitada de trabajo. Actualmente Tielmes posee la primera fábrica de piezas dentales que ha habido en España. Es esta un negocio próspero que proporciona trabajo a 80 hombres y mujeres de la localidad. Incluso exporta mercancía al extranjero. Afortunadamente, tales "milagros" del PPO ocurren con frecuencia cada vez mayor por todo el país.
En toda España las empresas ofrecen ya empleo a los alumnos del PPO. El personal de una pequeña fábrica de poliester, que está empezando a funcionar cerca de Valencia está principalmente formado por graduados del PPO. Asimismo, en Tarancón, una nueva fábrica de bicicletas emplea a 74 hombres preparados por este organismo. Además, cuando los graduados del PPO se encuentran capacitados para emprender un negocio por cuenta propia, el Ministerio del Trabajo les ofrece, por un período de diez años y a bajo interés, préstamos que oscilan alrededor de las 125.000 pesetas.
El PPO también llega al campo. Los habitantes del pueblo de Turégano, cerca de Segovia, sabían desde hacía años que el empleo de tractores podía acelerar su trabajo, aumentar la producción de trigo y producirle ganancias adicionales a la localidad. Lo que necesitaban con urgencia era adiestrarse en el manejo de tractores, arados, máquinas para esparcir abono, trilladoras y otro equipo mecánico. Los dos monitores encargados del proyecto encontraron a 28 hombres esperando recibir el curso. Estos hombres no sólo deseaban que les enseñaran a manejar los tractores, sino que también querían aprender cómo mantenerlos en buenas condiciones y cómo repararlos cuando fuese necesario, pues era difícil encontrar mecánicos para tales cometidos.
Fui al campo para presenciar una de las clases y encontré a los alumnos arando y abonando la tierra de uno de ellos. Con 28 hombres y tres máquinas dedicados al trabajo, la tarea avanzaba rápidamente. Me dijeron que la tierra de cada uno de los estudiantes se utilizaría por turno como "aula" de demostración práctica. Por tanto, todos se beneficiaban económicamente, a la vez que aprendían. Cuando pregunté a algunos de los labradores (que ya habían trabajado toda una jornada) si daban por bien empleadas las seis horas diarias de aprendizaje, obtuve por respuesta un murmullo de entusiástico asentimiento. Uno de los hombres exclamó:
"Vuelva usted dentro de unos meses, cuando hayamos traído nuestros propios tractores. ¡Verá qué diferencia!"
Hace algún tiempo varios oficiales del Ejército indicaron al director del PPO, señor Farré Morán, que muchos jóvenes volvían al término de su servicio militar a la misma vida que habían conocido antes de ingresar en filas; frecuentemente se trataba de una vida de pobreza y desesperanza. ¿Por qué no, entonces, dar a los soldados cursos del PPO en los últimos meses de su servicio militar? El Ejército proporcionaría los medios de enseñanza si el PPO se encargaba de la administración del plan. Se podría ayudar a miles de jóvenes a conseguir algún empleo civil bien remunerado cuando dejaran el uniforme. El plan era demasiado interesante como para desecharlo. Desde entonces, además de los 700 cuerpos de instructores que actualmente trabajan en pueblos y ciudades, el PPO tiene otros 300 enseñando en los cuarteles.
Hoy cientos de empresas se dirigen al PPO cuando necesitan personal especializado. Y más aun, muchas solicitan de dicho organismo que prepare a sus trabajadores actuales para desempeñar tareas más complejas. Tal medida ayudaría a ascender a los empleados a puestos mejor pagados, y al mismo tiempo dejaría vacantes otros más bajos para los empleados nuevos. También este programa ha sido adoptado.
Para satisfacer las solicitudes cada vez más apremiantes que se le hacen, el PPO necesita reclutar y adiestrar nuevos monitores, hombres cuya paciencia y sacrificio personal resultan tan esenciales para el éxito del programa. Instructores especiales, elegidos por oposición, enseñan a los futuros monitores cómo y qué enseñar, y supervisan la preparación de todos los textos didácticos. Se ofrece a los monitores unos salarios ligeramente superiores a los acostumbrados, para compensarles por la vida nómada que han de llevar; todos ellos, sin embargo, parecen hallar especial satisfacción en su ardua tarea de enseñar a los demás a mejorar su vida.
Aunque el actual programa del PPO se extiende sólo hasta el final del presente Plan de Desarrollo, cuyos cuatro años expiran en diciembre de 1971, los funcionarios están de acuerdo en que se ha convertido en parte vital y permanente del esfuerzo para el progreso de la nación. El costo medio de enseñar a alguien un oficio es poco más de 12.000 pesetas. ¡Compárese esto con las 48.000 pesetas anuales que pagan a un obrero sin oficio y sin trabajo, el Fondo Nacional para la Protección del Trabajo y la rama de Seguridad Social del Ministerio del Trabajo!
No es de extrañar, pues, que otros países, entre ellos Túnez, Marruecos y Australia, estén estudiando e imitando el programa. Panamá, Costa Rica y Colombia han instituido ya programas semejantes, y otras naciones de Iberoamérica piensan seguir el ejemplo.
"La gran sencillez de nuestro plan", asegura el director del PPO, José Farré Morán, "constituye la causa de su éxito y de su atractivo para otros países".
Y, con todo, el mejorar el nivel de vida de toda una nación, ayudando a sus ciudadanos a bastarse a sí mismos, es, según palabras de Farré Morán, "la más noble tarea de un gobierno".