EL HOMBRE QUE ENGALANÓ EL JAZZ
Publicado en
enero 18, 2015
"Entre la realeza de la música norteamericana, nadie influye ni destaca más que Duke Ellington".
—RICHARD NIXON, PRESIDENTE DE LOS ESTADOS UNIDOS.
Por John Reddy (Condensado del "SUNDAY SUN'', de Baltimore (Ohio)).
NADA parecido se había visto jamás en la Casa Blanca. Las personalidades más distinguidas del mundo del jazz, acompañadas por un pianista chapucero, que lleva por nombre Richard Nixon, armaban la gorda cantando y tocando en honor de Duke Ellington, que en esa fecha cumplía 70 años de edad. En el Salón Oriental, el Presidente tocó torpemente al piano el airecillo norteamericano tradicional en todo cumpleaños, y en seguida prendió en el pecho del popular compositor la Medalla de la Libertad, la condecoración presidencial.
—Entre la realeza de la música norteamericana, nadie influye ni destaca más que Duke Ellington —declaró el presidente Nixon.
A continuación, el Duke (o Duque) besó dos veces en cada mejilla al Presidente estadounidense: definitiva muestra de aprobación, por parte de Ellington. Y la fiesta prosiguió bulliciosamente hasta las primeras horas de la mañana, mientras que los célebres invitados ejecutaban la música de Ellington acompañados al piano por el mismo Duke.
"Nunca había visto aquí semejante cosa", comentaba un anciano maestresala, a la vez que servía el champaña. "¡Esta noche sí que vibra!"
Ese alegre jolgorio, celebrado el pasado abril, fue la más rumbosa de un gran número de reuniones con las que se festejó por su cumpleaños al notable pianista, director y compositor. Terminada la velada, un amigo de Duke Ellington dijo que este parecía fatigado.
"Cierto. Pero, ¿cómo no he de estarlo?" repuso el Duke. "¿Alguna vez te ha tocado apagar 70 velas cada vez, diez noches seguidas?"
En realidad, Ellington dista mucho de parecer fatigado. Si bien las bolsas, surcadas de hondas arrugas, que se le han formado debajo de los ojos, la burguesa barriga y el rostro triste y largo dan al músico el aspecto de alguien que está hastiado del mundo, lo cierto es que el Duke es un hombre robusto y que se conserva increíblemente activo y laborioso. A despecho de ser hipocondriaco empedernido ("¡El aire libre puede sernos mortal, viejo!" exclama), tiene un agobiador programa de trabajo, tocando con su orquesta hoy en un lugar y en otro mañana, y realizando viajes por todos los rincones del mundo durante las 52 semanas del año.
"Yo no comulgo con eso del abismo abierto entre una generación y otra", comentó el día en que cumplió los 70. "Por mi parte, creo en la regeneración. O se regenera uno todos los días, o no vive en realidad".
COMO JOSUE
La biografía de Duke Ellington constituye, en muchos aspectos, la historia del jazz mismo. En el curso de más de medio siglo de estar dedicado a la composición, Ellington ha escrito más de 2000 piezas; desde éxitos tan populares como Mood índigo y Solitude ("Soledad"), hasta música sacra y poemas tonales de gran complejidad, como Black, Brown and Beige ("Negro, castaño y café con leche"). Asimismo, ha compuesto la música de varias obras para los teatros de Broadway, y la de diversas películas. Por si esto fuera poco, de sus discos se han vendido cerca de 20 millones de ejemplares.
Ha recibido distinciones de cuatro presidentes norteamericanos, de la reina Isabel II de Inglaterra y del papa Pío XII. Ha dirigido la Filarmónica de Londres, la orquesta de la ópera de París, así como los grupos sinfónicos de Milán, Hamburgo, Toronto y Estocolmo. En los Estados Unidos se ha presentado con buen número de importantes orquestas del país. Aunque no terminó la segunda enseñanza, tiene títulos honoríficos de ocho universidades, entre ellas las de Yale y Brown. ("Un título es algo honroso", dice. "El que se me otorgue quiere decir, evidentemente, que se me escucha. Pero mi verdadera recompensa estriba en oír la música que escribo".)
Ellington no ha dejado de ser víctima de agravios por motivos raciales, pero ha sabido superarlos. Durante el cuarto decenio del siglo, cuando por primera vez hizo una gira con su conjunto por el sur de los Estados Unidos, se le cerraron firmemente las puertas de todos los hoteles. Duke Ellington resolvió la situación viajando en dos coches cama y un furgón de equipajes que se mandó reservar.
"En cada estación", cuenta el Duke, "los residentes de los diversos lugares que visitábamos venían a vernos y preguntaban:"
"—¿Qué significa esto?"
"—Pues bien —les respondíamos—, así es como viaja el Presidente de los Estados Unidos".
Como Josué derribó las murallas de Jericó, Duke Ellington ha logrado derribar los muros del prejuicio racial.
"El medio de luchar más eficaz que tengo es la música", arguye. "Durante los últimos 30 años, la protesta social y nuestro orgullo por la historia de la raza negra han constituido los temas más significativos de nuestra obra".
Y señala que en 1928 escribió una canción titulada Black Beauty ("Beldad negra").
—Hoy, lo más de moda es Black is Beautiful ("Bello es lo negro") —agrega, con leve acento de ironía.
Ellington se enorgullece especialmente de una obra teatral, My People ("Mi pueblo"), presentada en 1963, en la cual, por medio de la música y el baile, relata la historia de los últimos 100 años del negro norteamericano. Una de las canciones de la pieza, que tenía el título de King Fit the Battle of Alabam ("King dio la batalla de Alabama"), describía el dramático encuentro entre el hoy difunto Martin Luther King y Bull Connor, el jefe de policía de Birmingham (Alabama), conocido segregacionista.
Duke Ellington ofrecía un concierto en el Carnegie Hall, en Nueva York, a beneficio de la Universidad de Tougaloo, del Estado de Misisipí, cuando recibió la noticia del asesinato del Dr. King. Se refugió en su camarín y cerró la puerta. Permaneció allí a solas durante unos momentos, y al fin reapareció en el escenario; desde allí rogó a un clérigo de raza blanca, amigo suyo, que dijera una oración por el alma de King. Después, reanudó su concierto.
"ERES UN BENDITO"
Edward Kennedy Ellington vino al mundo en Washington (Distrito de Columbia), y recibió una crianza solícita, a la vez que profundamente religiosa. Su madre pertenecía a la religión bautista, y su padre (que servía como maestresala en la Casa Blanca), a la metodista; su madre insistía en que asistiera todos los domingos a los oficios de ambas iglesias.
A menudo habla de la poderosa influencia que su madre ejercía en él.
—Mi madre solía decirme: "Edward, eres un bendito de Dios" —cuenta Ellington—. Me aseguró que nunca tendría yo por qué preocuparme... Así pues, no me he preocupado nunca.
El padre y la madre de Ellington tocaban el piano, y a la edad de siete años el niño empezó a recibir lecciones de música. Sin embargo, su maestro no tardó en darse por vencido, porque Edward se negaba a hacer escalas. Con todo, a los 14 años había escrito ya su primera canción: Soda Fountain Rag, que le había inspirado la circunstancia de que por entonces trabajaba en una nevería. Ya se había ganado también el apodo de "Duke", a causa del aristocrático aspecto que ofrecía con su blanco y almidonado uniforme de vendedor de sorbetes. A veces, alguien le pide que toque aquella su primera canción.
—No puedo —replica—. ¡Es demasiado difícil!
Tras algunos años de tocar en Washington en diversas orquestas, Duke Ellington se trasladó a Nueva York. En esa ciudad recibió lo más aproximado a una instrucción musical académica que conoció nunca.
Un legendario violinista negro, de nombre Will Marion Cook, que había estudiado y conquistado gran fama en Europa, le brindó su amistad.
"Lo bombardeaba a preguntas acerca de la música", cuenta el Duke, "y las respuestas que me daba equivalían a todo un curso de seis meses. Luego, Will me decía:"
"—Debes asistir al conservatorio."
"A lo que yo contestaba:"
"—No, viejo; no quiero ir al conservatorio, porque allí no enseñan lo que yo quiero aprender".
"NO SE DECIR QUE NO"
Con el tiempo Duke Ellington organizó una pequeña orquesta, que tocaba en los aledaños de Nueva York. Ellington y su conjunto tuvieron su primera oportunidad de alguna importancia en 1927, al tocar para una emisora nacional de radio desde el Cotton Club, de Harlem. Por aquel tiempo, el jazz comenzaba a imponerse, y Harlem era la cuna de esta forma musical. Duke y su orquesta celebraban gozosas veladas, que gusta de recordar.
—Asistían a ellas Willie "el León" Smith y James Johnson. Yo aporreaba el piano, y otro tanto hacía "Fats" Waller. "El León" se metía el cigarro en la boca y se acercaba al piano. "Levántate", me decía. "Te enseñaré cómo se toca esto". ¡Y vaya si lo hacía así!
Aunque el de 1929 fue el año del desastre económico en Wall Street, los bonos de Duke Ellington siguieron subiendo. Fue este una de las figuras principales de la revista musical Show Girl, montada por Florenz Ziegfeld, y cuya música compuso George Gershwin. El Duke y su orquesta fueron después a Hollywood, a filmar dos películas, y entre 1931 y 1935 realizaron una gira por Europa, donde los críticos compararon la música del Duke con la de Bach y la de Ravel.
El Duke es un talentoso pianista, pero él, por su parte, ha afirmado siempre que su verdadero instrumento es la orquesta.
"La música que escribimos está destinada a los muchachos de la orquesta", comenta, "y a la postre el resultado es expresión del propio yo".
Las complejas armonizaciones y la singulares orquestaciones del Duke producen el efecto cálido y exuberante que caracteriza al estilo Ellington. Al correr del tiempo pasó de la composición de canciones populares corrientes, como Do Nothing Till You Hear From Me, a la de obras sinfónicas más largas y más complejas, como Reminiscing in Tempo y Such Sweet Thunder. En todo cuanto Ellington ha compuesto, ha aprovechado la música de los negros norteamericanos (jazz, himnos religiosos y blues) y le ha impreso gracia y elegancia. "Fue él quien vistió el jazz de etiqueta", ha dicho un conocido crítico.
Ello se aplica especialmente a una música tan evocadora como la pieza titulada Harlem Air Shaft*, que expresa en una melodía las brillantes imágenes y los sonidos propios de los barrios bajos de los negros neoyorquinos.
"El pozo de luz de una casa de vecindad de Harlem es rico en incidentes", comenta Ellington. "Se oye hacerse el amor a hombres y mujeres; la comidilla del lugar llega flotando hasta nuestros oídos; la gente ora, disputa, ronca. Y percibimos el olor de la cena. Todo eso quise comunicar en Harlem Air Shaft".
El Duke es capaz de componer en cualquier circunstancia, pero lo hace mejor cuando se le ha fijado un plazo.
"No sé decir que no", confiesa. "Alguien me encarga una canción, le prometo que la tendrá, y en un abrir y cerrar de ojos ya me está diciendo: ¿Dónde está mi canción ?"
Ellington compuso Black and Tan Fantasy ("Fantasía en negro y canela") en un taxi, mientras este cruzaba, a todo correr, el Parque Central, para llevar al músico al estudio donde debía hacer una grabación.
"Escribí Mood Indigo en 15 minutos", declara, "y Solitude en 20, mientras hacía yo cola".
El Duke compone también mientras viaja... y viaja casi constantemente. Solía hacerlo exclusivamente en automóvil o por tren, y se negaba a subir a un avión. Hace unos años, sin embargo, tras haber hecho su última presentación en Miami Beach (Florida), debía estar en Hollywood al día siguiente, para grabar la música de una película. La única solución al problema era el avión. El Dr. Arthur Logan, médico y confidente del Duke, dormía profundamente en su casa de Nueva York, cuando lo despertó el timbre del teléfono. Era el compositor, que lo llamaba desde Miami.
—Arthur —le dijo Ellington—, ¿quieres asomarte a la ventana y decirme si el tiempo está bastante despejado para volar?
Logan le aseguró que así era, y desde entonces el Duke sólo viaja en avión.
UNA FORMA DE CULTO
Pocos años atrás Ellington cumplía un contrato en un atestado cabaré de Redwood City (California), cuando llegaron a buscarlo el canónigo John Yaryan y el diácono C. Julian Bartlett; de la catedral de la Gracia, de San Francisco, para proponerle que ofreciera un concierto de música sacra en ese templo.
—Me sentí espantado —dice el Duke ahora—. ¿Cómo había yo de presentarme en esa enorme catedral y armar ruido? Y les contesté: "Más vale que esperen. Necesito tiempo para serenarme". Más tarde, les resolví: "De acuerdo. ¡Adelante!"
Aquella música sacra representó para Ellington la prueba más dura de su larga y productiva carrera. Ha sido siempre fervoroso creyente (todas las noches lee algún pasaje de la Biblia), y estaba decidido a escribir una obra musical hermosa y reverente.
—Me decía yo: "Hete aquí tú, Duke Ellington, y he ahí esa imponente catedral. No puedes tomar esto a la ligera, viejo. Para una catedral tendrás que escribir una obra que haga a la gente ponerse de pie".
El concierto, en el cual el coro de la catedral entona la música del Duke mientras que un bailarín zapatea frente al altar, fue un rotundo triunfo. De entonces acá Ellington ha ejecutado su concierto en otras famosas catedrales, entre ellas la de Coventry, en Inglaterra, así como en varias grandes sinagogas, donde las melodías del Duke se cantan en hebreo.
"Estos conciertos son en realidad otros tantos sermones musicales; reafirmaciones de verdades eternas", declara Ellington. "Es una interpretación jubilosa y profundamente religiosa. ¿Y por qué no iba a serlo? Ofrecer al servicio del Señor lo que uno ejecuta mejor, es una forma de rendirle culto".
SOÑAR Y COMPONER
Desde hace mucho tiempo que Duke Ellington pudo haber prescindido de su arduo programa de trabajo, pero no tiene esas intenciones. En fecha reciente después de una serie de conciertos que venía ofreciendo, uno cada noche, en las Antillas, voló hasta Nueva York para hacer una grabación. Durante el desempeño de esta labor, que se prolongó tres horas, ya se sentaba al piano, ya saltaba de la banqueta para tomar la batuta, moviendo los brazos con rudeza al compás de la música, o bien se agazapaba en el centro del círculo formado por sus músicos, a los que parecía apelar suavemente, como si quisiera hacer surgir la música de sus instrumentos mediante halagos y ruegos.
Por fin, hacia la medianoche, Ellington se disponía a marcharse. Tomaría por ahí un bocado, dijo. A continuación, él y Harry Carney, afable saxofonista, que ha formado en las filas del Duke durante 41 años, viajarían en automóvil a primeras horas de la mañana, con el propósito de llegar a Cleveland(Ohio), a tiempo de cumplir un compromiso de trabajo la noche siguiente. Harry conduciría el auto, tal como lo había hecho millares de otras noches, con lo que el Duke estaría en libertad de componer y descansar.
—Harry y yo solemos hablar poco —decía Ellington cuando salía del estudio—. Sólo sueño y escribo, y voy pensando que la próxima obra será la más grande. ¿Quién podrá predecir qué cauce tomará?
*Pozo de luz o de ventilación en un edificio de varios pisos.
© 1969 por John Reddy