CUANDO NO SE PUEDE PERDONAR
Publicado en
enero 18, 2015
Perdone a su pareja y aprenda a vivir solo, en forma creativa. No se precipite en otro matrimonio, pero no cierre la puerta del todo.
Por Victoria Puig de Lange.
De una conversación común y corriente entre tres mujeres que nos consideramos normales, salió un hecho que nos sorprendió a todas: las tres teníamos dificultad para perdonar, y cosa curiosa: todas esgrimíamos excusas más o menos fútiles para justificarlo: "No tengo paciencia con la gente innoble", declaró Patricia. "Yo necesito confiar en los que me rodean", apuntó Gloria.
En cuanto a mí, el momento no era el más indicado para tratar ese tema. Alguien que yo consideraba una buena amiga acababa de traicionarme. El dolor y la rabia eran como una piedra en mi pecho, aunque yo sabía el curso que aquello tomaría. La piedra se rompería y luego se disolvería. Así es como yo funciono. No soy mujer rencorosa, olvido esas cosas fácilmente. Esos novios que un buen día no llamaron más... "bueno, ya vendrían otros"... y desde luego, ahí está mi ex-marido, con quien tengo una gran amistad. Pero esta vez el patrón se había roto, y ahí estaba yo, un año después de "la traición", inamovible ante las explicaciones de mi amiga, y sus deseos de reanudar la amistad. Tuve un momento de reflexión, decidí que había llegado el tiempo de perdonar y la busqué, decidida a olvidar. Pero cuando me vi frente a ella, sentí que los contornos de la piedra no se habían suavizado. Al contrario, ahora eran más ásperos que nunca. Casi sin pensarlo, apelé al sentido del humor. "¿Sabes", le dije, "que me he dado cuenta de que la vida sin ti es perfectamente tolerable? Dejemos las cosas como están". Y me alejé sonriendo. Pero una vez sola, lloré sin consuelo, y me pareció que la piedra me pesaba más.
EL PROCESO DEL PERDON
Ese día aprendí algo. Perdonar no es fácil. Y como estaba dirigiendo una revista, decidí publicar un ensayo sobre el perdón, encomendándoselo a una chica que estaba a prueba... ¿Cuándo se debe olvidar una ofensa y cuándo no? ¿Cómo reconocer el momento y qué hacer si es uno el que pide perdón?
El artículo que la novel periodista escribió no fue exactamente lo que yo quería, pero resultó muy bueno, tan bueno que recibimos cerca de cincuenta cartas aprobándolo. A la voz de perdón ella se fue por el camino de. amor frustrado, la necesidad de aceptar la soledad cuando ésta se impone y el hecho de que hay que perdonar al cónyuge que abandonó el nido, aprendiendo a experimentar "un divorcio feliz".
Es decir, ella entendió el perdón siendo capaz de perdonar todas esas situaciones que culminan en la ruptura del hogar, y enfrentar esa vida nueva que de alguna manera —sobre todo si hay niños— continúa siendo de ambos.
O sea, lograr uno de esos, divorcios civilizados como los que existían en las películas de los añs '40, o en las novelas de Noel Coward, donde la pareja seguía cenando junta y llevando a los niños al circo.
VIVIR DE NUEVO
Bueno... en la vida real, un divorcio de mutuo acuerdo, donde ninguno acosa a otro, ni hay rabia, resentimiento, culpabilidad o fracaso, necesitaría dos personas maravillosamente maduras... y dos personas así nunca terminarían en una corte de divorcio. ¿Qué alternativa queda? Pues... tratar de lograr un divorcio feliz. Uno que una vez terminadas las conversaciones con los abogados, los arreglos económicos y todas las decisiones de última hora, nos deje en condiciones de hacer un inventario de lo que queda. Lo segundo es comprender que ese decreto final no significa el fin de una vida, sino la prueba de que existe un nuevo comienzo. Una invitación a vivir de nuevo. Porque, aunque el ideal es que dos personas que se han amado tanto, que decidieron vivir juntas "para siempre" cumplan su sueño, no se justifica destrozar dos vidas por defender un ideal. Y aquí es cuando vale la pena preguntarse: ¿Qué me impide tener un divorcio beneficioso ya que no he podido tener un matrimonio feliz?
Yo voy a decírselo: esa gente que le rodea y que con su actitud quisiera convencerlo de que el divorcio es una tragedia. Quieren consolarlo. ¿De qué? ¿De comer sin discusiones que le estropean la digestión? ¿De dormir sin sobresaltos y del lado de la cama que le parece? Aquí es donde entra en juego la ventaja de saber perdonar. En un hogar que fracasa no hay un culpable. Hay dos, o no hay ninguno. Nadie debe pagar por un afecto que debe ser espontáneo. En el proceso de ver morir al amor, se cometen errores que es preciso ignorar... o perdonar. En la primera etapa de la separación, es preciso darse cuenta de que no se es la única persona que ha pasado por eso, que en las estadísticas oficiales figura una cantidad de gente buena que simplemente no pudo vivir juntos. Usted es uno más. Perdone a su pareja y aprenda a vivir solo en forma creativa. Llame a sus amigos y en la forma más natural comuníqueles que se ha divorciado. Pronto sabrá quiénes quieren continuar la amistad y quién solo se interesaba en usted como pareja. En este sentido el hombre lleva la ventaja, por esa convicción que ellos mismos fomentan de que el ser polígamo es su derecho, casi un atributo. Que el cambiar de mujer no es un fracaso. En cambio ella... tarde o temprano volverá a sentirse atraída por un hombre y no faltará alguien que quiera aplicarle el doble standard. Ignórelos. Poco a poco el agua irá encontrando su nivel. Ser divorciada es casi como ser soltera... bueno... casi. Es como andar en bicicleta, algo que no se olvida del todo. Y por supuesto, en el fondo de su mente, oirá de cuando en cuando una vocecita que le dice que tal vez... tal vez... volverá a enamorarse.
RENOVARSE O MORIR
Convierta en un hobby el prepararse para esa eventualidad. Cuídese... pierda unas cuantas libras... vaya a un salón de belleza regularmente. En pocas palabras, renuévese. Es increíble lo poco que se necesita para sentirse libre. Tal vez tener el gato que nunca pudo tener porque él los odiaba.
Como en todos los mercados, las cosas funcionan en base al precio. Póngase uno muy alto y no demuestre interés sino por lo que está a su altura. Esa libertad que ha adquirido a través de un divorcio tan difícil no es para gastarla en una serie de salidas insulsas. Sobre todo, aprenda a manejarse sola y sepa que después de la fiesta, vuelve a su casa... sola. Adquiera una disciplina. No se precipite en otro matrimonio, pero no cierre la puerta del todo. No viva en perpetuo afán de "arreglar su vida". Simplemente viva. Parte de ser una divorciada feliz —además de saber perdonar— es ser realista. Primera regla de un realismo práctico: el amor no se busca.
Fuente:
Revista HOGAR, Junio 2003