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enero 24, 2015
ESTABA yo escuchando la radio de aficionados cuando oí una sensual voz femenina, que decía: "Blanca Nieves Uno Nueve para Alí Babá. ¿Estás allí, Alí?" Siguió un largo silencio. La dama repitió inútilmente su pregunta, y luego insistió por tercera vez. Entonces una voz masculina contestó: "Señorita, ¿le serviría uno de sus cuarenta ladrones?"
—A.B.H.
MI CUÑADO pasó varias horas desarmando y limpiando su segadora, y al volverla a armar le sobró una pieza. No obstante, la máquina arrancó a la perfección y pareció funcionar mejor que nunca. Él creyó que aquella pieza que sobraba no desempeñaba ninguna función, hasta que trató de apagar el aparato.
—J.S.
DESDE que comenzó la instalación del oleoducto en Alaska, los residentes del Estado hemos leído muchos reportajes periodísticos y visto abundantes programas televisados en que las oficinas gubernamentales encargadas de proteger la vida silvestre hablan alarmadas del peligro que corren los animales del Ártico a causa de las cuadrillas de obreros. Pocas personas, sin embargo, saben de un rótulo que colocaron los trabajadores a la orilla de un lago, cerca de la bahía de Prudhoe. "Advertencia", dice el letrero: "A todos los funcionarios de caza y pesca y a los biólogos: No persigan, ni perturben a los patos, gansos, cisnes y otras aves de la región. Hemos visto a estos pájaros llegar con la primavera, anidar, y volar al sur en otoño con sus crías, para luego regresar al año siguiente. No queremos que los molesten en nombre de la ciencia o de otros programas que trastornan su vida normal".
—N.A.J.
MIS DIARIOS viajes en autobús me permiten observar los hábitos y manías de muchos viajeros. Una maniobra en particular ha llamado mi atención: siempre que una persona quiere disponer de dos plazas, toma el asiento junto al pasillo; con eso obstruye el paso al sitio de la ventanilla.
Cierta tarde de mucho movimiento, el autobús comenzaba a llenarse, y tres individuos, cada uno en un asiento junto al pasillo, parecían decididos a conservar libre la plaza contigua. Ya empezaba yo a preguntarme si nunca se moverían de allí, cuando una joven bellísima subió al vehículo. Como accionados por un mismo resorte, los tres sujetos se corrieron ágil y disimuladamente hasta la ventanilla y dejaron el asiento del pasillo tentadoramente desocupado.
—P.T.
CUANDO mi tío, que es sacerdote, tomó a su cargo una parroquia, se encontró con un problema : el cura anterior había sembrado muchos rosales, y los niños de la escuela vecina, al pasar por el curato, arrancaban las flores tan pronto como aparecían. Una mañana mi tío vigiló el jardín mientras pasaban los pequeños escolares. Todo marchó de perlas hasta que un chiquillo preguntó:
—¿Puedo tomar una flor?
—¿Cuál te gusta?
El niño escogió el ejemplar más vistoso.
—Está bien. La rosa es tuya. Ahora bien, si la dejas aquí, te durará varios días; pero si la cortas la disfrutarás tan sólo unas horas. ¿Qué prefieres?
El muchacho lo pensó.
—La dejaré aquí y volveré después para mirarla.
Esa tarde mi tío hizo que otros niños escogieran cada cual su flor, y todos convinieron en conservarla en el jardín hasta que se marchitara. Aquella primavera regaló su jardín entero, sin perder una sola flor, y ganó muchos amigos.
—J.K.S.
CIERTO hombre de negocios que viajaba en nuestro vuelo de Medellín nos molestaba con sus constantes quejas. Primero, que su lugar no daba a la ventanilla; luego, que no estaba cómodo y, para colmo de males, aquel día salimos con retraso.
Al terminar la comida circuló entre los pasajeros un hermoso frutero; el viajero exigente tomó una pera, la apretó delicadamente entre el pulgar y el índice y protestó:
—Está algo pasada de madura, ¿no le parece?
—Es natural —repuso amable la aeromoza—: COMO llevamos diez minutos de retraso...
—J.M.
COMO MI marido y yo trabajamos, limpiamos muy poco la casa durante la semana. Así, cuando él invitó a un amigo nuestro, soltero, a pasar un fin de semana con nosotros, el huésped nos ayudó a hacer el aseo, y en un santiamén quedó reluciente el apartamento. Al parecer el hombre había disfrutado de su visita a pesar del trabajo, pues se mostró deseoso de volver.
No queriendo dar la impresión de que abusábamos de nuestros invitados haciéndolos ayudar en la limpieza, tomé libre la tarde del viernes siguiente y dejé la casa muy limpia. Cuando el joven arribó esa noche, miró con asombro a su alrededor y comentó:
—Veo que ayer también tuvieron huéspedes.
—R.W.