Publicado en
diciembre 21, 2014
Hay una soledad que es esencial para renovar mente y espíritu, pero dificil de lograr en pareja, sin planearla.
Por Victoria Puig de Lange.
En estos tiempos complejos que vivimos, los planes matrimoniales incluyen tópicos tan delicados como la posibilidad de hacer un acuerdo prematrimonial de orden económico, anticipando un posible divorcio... si va a planearse la descendencia o se deja eso a la suerte... en qué religión se educarán los niños en caso de que los novios tengan diferentes creencias... cómo van a dividirse los gastos domésticos cuando ambos trabajan, y finalmente, si conviene establecer una separación de bienes.
Todo se considera, menos la necesidad de crear un espacio privado, una zona de independencia para evitar la frustración que tarde o temprano llega, cuando el deseo de un momento a solas se convierte en un sueño imposible. Y la razón es sencilla. En la euforia previa a la boda, el vocablo que impera es juntos". Juntos para toda la vida... tuyo para siempre... hasta que la muerte nos separe. Hablar siquiera de "privacidad" huele a traición, a romper el concepto de "la pareja"... casi como una forma de infidelidad.
Lo que la pareja clásica parece ignorar es que la cuestión de la privacidad en el matrimonio, involucra dos necesidades muy diferentes aunque relacionadas entre sí: la primera es la libertad para disfrutar de actividades independientes, sola o con amigos, que no incluyen necesariamente al marido o a la mujer. La segunda es una forma más profunda de independencia, la soledad esencial para renovar la mente y el espíritu, algo que nunca fue fácil de obtener, menos en la problemática vida de hoy.
LA INDEPENDENCIA DE AYER
Lo curioso es que no hace mucho, hablo de la generación de mis padres, hombres y mujeres disfrutaban de este tipo de independencia, tal vez porque la división de los sexos era más rígida, y esto afectaba al matrimonio. Entonces las parejas mantenían, socialmente, una separación de los sexos. Mi padre, por ejemplo, salía de su oficina en las tardes, y partía no a su casa, sino al club, a jugar billar o bridge. Mi madre hada más o menos lo mismo con sus amigas, pero estaba siempre en casa para hacer las tareas conmigo. Papá llegaba más tarde, lleno de chismes políticos, y hablaban hasta tarde en la noche, enriqueciendo el tema.
La Segunda Guerra cambió todo eso. Las parejas de ese tiempo, influenciadas por las películas de Hollywood, empezaron a hacerlo todo juntas. Si el marido estaba de viaje, la mujer no asistía a ninguna reunión, so pena de levantar comentarios. Mi madre, que era pensamiento hablado, decía: "Yo me hubiera vuelto loca, si hubiera vivido pegada a Carlos con chicle". Pero como las cosas son como son, a esas parejas también les llegó el momento de añorar "su propio espacio". Mi madre se reía: "En mi tiempo, todos lo teníamos", decía burlona.
El problema más difícil lo tienen los que no se atreven a confesar que necesitan un momento sin el otro. No es que rechacen a su pareja. Es que como sucede cuando miramos una obra de arte, hay que alejarse para verla en toda su realidad, eliminando la confusión que la extrema cercanía presenta. Así, cuando viene el reencuentro, estamos renovados, y lo familiar resulta inmensamente reconfortante. Aunque las exigencias de los niños inevitablemente invaden la privacidad de los padres, la cantidad de tiempo privado que éstos logran dentro de la vida familiar se determina por la firmeza con que ejercen su derecho a esos momentos de soledad. Las maniobras que cada cual inventa para obtener esos momentos, llegan a ser graciosas. "Mi marido", dice una mujer con gran sentido del humor, "desarrolló de repente una afición por las comunicaciones radiales, compró un equipo completo, se declaró radioaficionado, y como tal se retira por horas con unas orejeras sobre los oídos que lo aislan del mundo inmediato. Ese tiempo que pasa en las nubes es sagrado, y yo comprendo que le hace mucho bien. Por mi parte, aprovecho esos momentos para hacer cosas que a él no le gustan: ir de compras, ver películas musicales, y hasta jugar cartas con mis amigas".
Como tantos temas relacionados con el amor y el matrimonio, lograr cierta independencia a menudo cae en el terreno de asuntos banales, como sincronizar agendas o buscar modos de ahorrar algo para tomar unas pequeñas vacaciones. Pero la naturaleza de los medios no debe opacar la importancia del fin, que es: lograr un espacio privado en el cual el crecimiento individual pueda continuar dentro de la intimidad del matrimonio. Este problema de adquirir tiempo propio para renovarse no es nada nuevo. Muchos filósofos, entre ellos algunos poetas, han escrito extensamente sobre el tema. Dice uno de ellos: "En mi práctica, trato de infiltrar en mis pacientes la idea de que por más ocupados que estén, no pueden darse el lujo de no reservar un espacio de tiempo para estar solos. Hay personas que literalmente recargan sus circuitos al no pasar algunas horas solos, sin el marido, la mujer, los niños o la gente con quienes trabajan. La persona que no da a la privacidad una mínima prioridad, es como los que andan por ahí enfermos, pero no van al médico ' porque no tienen tiempo'... Eventualmente, el mecanismo se rompe, sea el del cuerpo o el de la mente".
SECRETOS DE SOLEDAD
Marcia Lewis, una profesora de canto casada con un abogado le dijo a su marido que se había unido a un grupo de mujeres dedicadas a elevar la conciencia económica, cuando lo que realmente hacía era irse aun concierto o a una obra de teatro. Finalmente, llegó el día en que tuvo que confesar su tenebroso secreto, temerosa de que él descubriera que no existía tal grupo, y pensara que ella tenía un affaire. "Para mucha gente, la infidelidad es mucho más creíble que el deseo de estar solo". Para su sorpresa, cuando confesó la verdad a su marido, descubrió lo que muchas antes de ella habían descubierto: él tenía la misma necesidad de independencia, y no había traído el tema a la luz, temeroso de herirla.
Una pareja que aparentemente lo tiene todo para ser felices, vivía con la sospecha de que el otro podía ser infiel, basada en el deseo de ambos de alejarse sin un motivo preciso. Un día se sentaron a hablar, y ella admitió que lo que realmente necesitaba era una oportunidad de alejarse, y estar sola. "En ese momento", dice su marido, "dos de nuestros niños tenían menos de seis años".
"Después de un día lidiando con músicos, miembros de la junta directiva de la Sinfónica, y representantes del gremio, llegaba a mi casa a enfrentar el bullicio de los niños, sus exigencias y juegos. Cuando mi mujer me habló de su necesidad de estar sola, yo comprendí que yo también necesitaba poner la mente en blanco. Fue un momento de gran alivio, y allí mismo acordamos darnos unas vacaciones esporádicas. Yo me haría cargo de la casa cuando ella necesitara estar sola, y a cambio, me ausentaría un par de días, tal vez yéndome a un hotel, jugaría golf o lo que fuera. Y es increíble lo bien que me hace saber que cada cierto tiempo puedo pasar un par de noches sin tener que dar cuenta de mis actos. Me voy a un cine, a veces sólo leo hasta cansarme, o simplemente duermo. Lo importante es que el tiempo es mío y nadie me exige algo".
Bien lo dijo el poeta: en el matrimonio, la cuestión no es crear un rápido acercamiento espiritual, echando abajo todas las fronteras. Un buen matrimonio es uno donde cada cual hace del otro el guardián de su soledad, ofreciéndole, en esta confianza, lo más grande que puede dar. Una fusión absoluta entre dos personas, es una imposibilidad, y si ésta parece existir, se trata solo de un arreglo recíproco que despoja a ambos de su libertad y desarrollo. Solo cuando se acepte que aún entre los seres más afines, hay distancias infinitas que jamás desaparecerán, podrá lograrse una maravillosa existencia, donde ambos, uno al lado del otro, aceptan esa distancia que permite que puedan ver al otro de cuerpo entero, contra un cielo amplio y despejado.
Fuente:
Revista HOGAR, Octubre 2003