Publicado en
diciembre 28, 2014
Correspondiente a la edición de Diciembre de 1996
Por Carlos Iván Yánez.
Cuando niño, al percatarme de que la navidad estaba cerca, uno de mis placeres consistía en escribir enormes listas de juguetes para Papá Noel.
Redactaba las cartas motivado por el encantamiento lógico de la época y por el entusiasmo de mis padres, que veían así una magnífica oportunidad para que yo practicara las primeras letras.
De las tareas escolares no tengo el menor recuerdo, pero sí de las listas navideñas. Su contenido, más o menos, era el siguiente: 12 bicicletas, 12 balones, 12 pares de zapatos de fútbol, 12 motobombas, 12 ametralladoras, 12 trenes, 12 ambulancias, 12 trajes de torero, 12 mecanos, 12 rompecabezas, 12 libros de cuentos.
Quizá porque pensaba que Papá Noel regatearía mi solicitud y cumpliría con la mitad de lo solicitado, lo cual hubiera estado muy bien.
Los fines de semana, inclusive, abandonando mi habitual corrida de toros o el partido de fútbol en el patio de la casa, redactaba tres o cuatro cartas. Tenía decenas de ellas, escritas en papeles de diferentes colores y tamaños, listas para enviarlas a la casa de Noel en el Polo Norte, a través de un correo que yo consideraba infalible: mis padres. Pienso que unos tres años debo haberme sometido a este ritual navideño, y cada vez me convencía más de que el servicio de correo hacia el Polo era un completo desastre. O de que Papá Noel se hallaba enojado conmigo por alguna travesura imperdonable, lo cual –según cuentan mis mayores– ocurría con mucha frecuencia.
Cuando llegaba la noche de navidad, Noel se asomaba con cuatro o cinco regalos que constaban en las listas, pero no 12 de cada uno, ni de todo, como yo lo había exigido.
Entonces me explicaban mis padres –con muchísima ternura y bastante falsedad– que Papá Noel había tenido ese año demasiados gastos, que había millones de niños en el mundo, y que la próxima vez será.
Con el paso de los años descubrí finalmente que ninguna de las cartas había llegado a su destino y que Papá Noel no sirve para un carajo a muchos niños, sobre todo a aquellos que duermen en la calle, que trabajan para comer y que jamás han tenido un juguete. "Se mira... pero no se toca", debe ser la frase grabada en sus mentes infantiles mientras observan a través de las vidrieras a un Papá Noel sonriente, bonachón y muy selectivo, pues sólo entrega obsequios a los niños cuyos padres tienen trabajo.
LLUVIA DE BILLETES
Bueno, para no ser injusto, debo admitir que hay algunos Noeles terrenales que recorren el planeta haciendo excepciones y brindando felicidad el rato menos pensado.
Los habitantes de Rodelillo Alto, un barrio pobre de Valparaíso, Chile, por ejemplo, se quedaron atónitos hace algún tiempo al ver que la navidad había llegado en septiembre, cuando un bondadoso anciano de cabello blanco apareció para repartir cientos de billetes de 5.000 pesos.
"Soy un enviado de Dios para dar felicidad a los niños", era el argumento del misterioso ancianito, que visitaba cada casa y entregaba dinero según el número de infantes que ahí vivían. Pero el momento en que la policía se hizo presente, el viejo se esfumó tan rápido como asomó.
Miles de kilómetros al norte, en Chatanooga (Estados Unidos), también en septiembre, un hombre vestido de blanco paralizó el tránsito con su limosina negra, conducida por una hermosa mujer de raza negra, y empezó a entregar dinero a los transeúntes.
El sujeto repartió puñados de billetes de cinco y diez dólares, y poco antes de que llegara la policía subió a su auto y desapareció. Nunca se supo quién fue ni por qué tuvo ese acto de generosidad.
Un hecho muy curioso sucedió en Madrid, a las 13h00 de un día cualquiera, es decir a la hora en que la ciudad vive su tránsito más terrible. Desde; la ventanilla de un vehículo salieron volando billetes de mil y cinco mil pesetas, arrojados por un individuo muy contento, según dijeron los testigos.
Quienes se percataron del feliz acontecimiento frenaron sus autos para recoger el dinero. El problema no fue tan grave puesto que ocurrió en dos calles poco transitadas. Sin embargo, la hecatombe se produjo –la tercera vez– cuando ya no eran billetes sino fajos de pesetas los que salían por la ventanilla y, para colmo, en una vía rápida. La policía tampoco pudo capturar al desprendido sujeto, sobre todo impedida por el caos que se formó.
También hay ocasiones en que Noel puede estar disfrazado de chofer de un camión transportador de valores.
En Chicago (Estados Unidos), una autopista fue el escenario donde cayó una lluvia de dólares luego de que la puerta de un camión blindado se abrió y salieron despedidos seis sacos llenos de dinero.
La empresa "Loomis Armor", propietaria del vehículo, informó que las seis bolsas contenían 250.000 dólares, de los cuales 150.000 fueron recuperados. Brandon Hatch, un conductor de ambulancia, halló una bolsa con 120.000 y la entregó a la policía, mientras que varias personas devolvieron 30.000. Sobre los 100.000 que faltaron la firma perjudicada ofreció recompensa, pero no hubo respuesta.
A este Noel disfrazado lo echaron del trabajo, pero al parecer encontró uno similar en Toronto, Canadá, donde también se produjo una lluvia de billetes al abrirse la puerta de otro camión blindado. Esta vez volaron por la autopista 225.000 dólares canadienses de una furgoneta de la empresa "Loomis Armored Car Service Ltd.".
"La gente dejaba sus coches en medio de la carretera para recoger el dinero", dijo un policía que nada pudo hacer para detener el "asalto" popular. Finalmente, un guardia del carro blindado sacó su arma y terminó con la histeria.
ABUELOS MILLONARIOS
Y si de navidades fabulosas se trata, las que recibieron Helen Gueli, Deloise Singletary, Evelyn Showers y Eric Lawes no tienen comparación.
La abuela Helen, de 73 años y con diez nietos, se quedó estupefacta cuando ganó los 17 millones de dólares del premio mayor de la lotería de Massachusetts, el mayor monto obtenido en toda su historia por una sola persona. En enero de 1986 hubo un premio de 21,7 millones, pero fue repartido entre cuatro ganadores.
La abuela Deloise, de 55 años y seis nietos, hizo lo propio con la lotería de Baltivre (Maryland). La mujer conoció de su fortuna gracias a la TV. Pero a diferencia de la anterior, "sólo" ganó 5,5 millones de dólares.
En Suffolk (Gran Bretaña), el caso de Eric Lawes, de 70 años, fue mucho más increíble. Buscando un martillo extraviado con la ayuda de un detector de metales, encontró un tesoro de oro, plata y piedras preciosas enterrado en la época del período romano, hace 1.600 años.
Y en Cahokia (Illinois-EE.UU.), Evelyn Showers también ganó dos millones de dólares en la lotería, pero no estaba enterada de ello. Sólo lo supo cuando fue a la oficina de sorteos a revisar varios números pasados de fecha.
Como vemos, Papá Noel no sólo aparece en diciembre. Lo hace en varias formas y en diferentes meses y lugares.