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diciembre 28, 2014
MI SOBRINA, una joven rubia y diminuta, es miembro de la infantería de marina femenina. Uno de sus deberes es trabajar en un laboratorio. Es la única mujer que hay allí y viste tosco uniforme de trabajo. Los laboratoristas habían asumido hacia ella una actitud paternal, o fraternal, hasta el día en que la familia de la joven fue a visitarla.
Ya fuera de servicio, la muchacha, con la rubia cabellera recién peinada, se había engalanado con sus prendas más femeninas, y les enseñaba a sus padres el laboratorio. La chica quedó muy complacida con la sensación que causó su aparición allí. En medio de las exclamaciones y silbidos de admiración, oyó una voz que decía: "¡Mirad, muchachos! ¡Bartlett es mujer!"
—L.B.
COMO SOY muy inútil para tales menesteres, me complació mucho que una linda oficial del Real Servicio Naval Femenino, que estaba alojada en el mismo hotel que yo, se ofreciese a coserme un botón en el pijama. Al día siguiente, mi compañía recibió órdenes urgentes de salir de allí. Corrí por el pasillo hasta la habitación de la joven marina, y me la topé con su novio que acababa de llegar.
—Me da mucha vergüenza entremeterme así —balbucí casi sin aliento—, pero vengo a buscar mi pijama.
— B.H.S.
CIERTO día, cuando trabajaba yo en un hospital militar, entró una señora que deseaba ver al ginecólogo para que le recetase píldoras anticoncepcionales. Comencé a tomarle los datos necesarios para la ficha de citas, y le pregunté el grado del marido y su número de registro en el Ejército. Luego inquirí:
—¿ Su esposo está activo, o retirado?
—Activo, claro está —repuso ella—. ¡Si no, no necesitaría yo esas malditas píldoras!
—D.D.
UN AMIGO nuestro es comandante de la Fuerza Aérea norteamericana, y cada mes hace un vuelo rápido, en calidad de piloto, para llevar provisiones a Vietnam. Al volver de un vuelo reciente, nos refirió el siguiente episodio:
"Al aproximarme a una de las bases, me topé con nutrido fuego de artillería antiaérea, y las granadas estallaban en torno a mi avión. La torre de mando perdió momentáneamente el rumbo del aparato, y por radio me preguntó mi posición. —¡Arrodillado! —contesté".
—M.R.
DISCUTÍA yo con los jefes y sargentos de mi pelotón un ejercicio que teníamos que realizar. Como anteriormente habíamos tenido dificultades con maniobras similares, en que participan cuerpos pequeños, se les pidieron opiniones a los presentes.
—Usemos silbatos —dijo un sargento—. Que los jefes de pelotón y los sargentos lleven silbatos.
—Sí —dijo otro—. ¿Pero cómo podrán distinguir los soldados cuál silbato están oyendo?
En eso opinó un subteniente recién graduado:
—¡Muy sencillo! Usaremos silbatos de distintos colores.
—J.E.B.
UN PORTAAVIONES norteamericano anclado en el puerto de Génova esperaba la visita de un importante oficial naval italiano, y se preparaba a recibirlo con todos los honores del caso. Pronto se acercó una lancha y un sujeto uniformado, de apariencia distinguida, subió con porte marcial por la escalerilla del portaaviones. La banda de música tocó el son apropiado para tan especial ocasión, y la ceremonia de bienvenida se efectuó sin tropiezo. Más tarde, los oficiales de la nave se enteraron de que habían rendido aquellos honores... ¡al jefe de recolección de basuras del puerto!
El incidente fue bochornoso, pero no dejó de tener sus resultados favorables: ¡el servicio de recolección de basuras que el portaaviones recibió durante su permanencia en Génova fue excelente!
—T.W.S.
ACOMPAÑADO por otros tres subtenientes, caminaba yo hacia la tienda al servicio de los militares establecida en la base de Lenggries (Alemania). Pasamos por el camino a una guapa recluta del Cuerpo Militar Femenino, quien nos sonrió amablemente, pero sin cumplir el requisito de hacer el saludo de rigor. Guiñando el ojo a mis compañeros, me dirigía ella para decirle:
—¡Un momento, soldado! ¿No sabe usted que debe saludar a los oficiales?
Visiblemente confundida y buscando librarse de tan desacostumbrado y duro trato, la joven balbució:
—Mi teniente... Es que... es que esta es mi hora de almorzar.
—C.L.S.
ES YA tradicional que cuando se va aproximando el día en que los dan de baja, los conscriptos se las ingenien para hacer una mínima cantidad de trabajo. Aun cuando los que somos militares de carrera hemos aprendido a tolerar los medios de que se valen para eludir el trabajo, no pudimos menos que sonreír al ver, fijado en el vestuario del hospital, este letrero.: "El Dr. Sanders, optómetra que pronto dejará el servicio militar, anuncia que al presente está limitando sus exámenes a un ojo".
—C.F.H.