LA REINA QUE PUSO EL PUEBLO
Publicado en
diciembre 01, 2014
Correspondiente a la edición de Agosto de 1987
Por Carlos Calderón Chico.
Corrían los años treinta y Guayaquil crecía vetiginosamente. Los "gran cacao" todavía no eran cosa del pasado. Vinces, el "París chiquito" ecuatoriano se disolvía entre encajes y victrolas. "Las cruces sobre el agua" eran un recuerdo trágico. Los patriarcas del liberalismo habían optado por el remozamiento de la doctrina liberal. La "revolución juliana" seguía despertando interés en algunos círculos sociales. La crisis del capitalismo, iniciada a finales de la década de los veinte, que afectó duramente la economía norteamericana y con menos rigor a la europea, hacía ver sus efectos en nuestro país. Sin embargo, nada de esto fue obstáculo para que el Diario El Telégrafo de la ciudad de Guayaquil, el más acreditado de los medios de comunicación que tenía el país, para la época, hubiese decidido convocar a juveniles damitas de entonces, para participar en un torneo galante que eligiera a la Señorita Ecuador.
El motivo para organizar dicho concurso tenía un poderoso antecedente, y era que el The Miami National Bathing Beauty Pageant, uno de los creadores del concurso a nivel latinoamericano, había escrito al diario El Telégrafo, para que se hiciese cargo del capítulo Ecuador. Aceptadas las condiciones, el concurso arrancó a pesar de algunas críticas que se formularon en diarios y revistas del continente, en el sentido de señalar al concurso como una forma de entrometimiento yanqui y de ofensa a la mujer iberoamericana. Los premios eran atractivos: viaje a la ciudad de Miami y la posibilidad de incursionar en Hollywood. Y como era de esperarse, las candidatas comenzaron a inscribirse: Adalgisa Descalzi, Aída Cañarte, Mercedes Echeverría, Blanche La Ross Yoder, Mercedes María Wagner, Magdalena Drouet, Isabel Pino Yerovi, María Luisa Serrano, Leonor Martínez Torres, Tula Núñez del Arco, Carlota Caputti, Aracely Gilbert, Amalia Romero, Sarita Chacón y Maruja Pimentel. Como es fácil advertirlo, la mayoría de las participantes pertenecían a los círculos pudientes de la ciudad, y algunas eran de origen extranjero.
Una de las candidatas, Sarita Chacón, estaba llamada a causar más de un "escándalo social". Tendría unos dieciséis años de edad cuando se decidió a participar en el mencionado concurso. Una década atrás, cuando vivía en el fundo "María", de propiedad de su padre, cerca de Daule, una vieja de aspecto repugnante le vaticinó que llegaría a ser reina. ¡Vas a ser reina! ¡Vas a ser reina! insistía la vieja en medio del estupor y miedo de algunos de los presentes, la mayoría de ellos campesinos. Poco tiempo después, cuando la peste de la "escoba de la bruja" destrozaba las plantas, y los pequeños y medianos propietarios de tierra se veían obligados, como forma de saldar sus deudas, a dejarse embargar o vender sus tierras a precios irrisorios, don Carlos Chacón, el padre de Sarita, estuvo entre los afectados por la crisis. La solución que encontró fue la de enviar a su familia a la dudad de Guayaquil. Les compraría una casa, educaría a sus hijos "allá", y vería la forma de solucionar la situación económica. El, por su parte, había decidido quedarse como administrador de una hacienda.
Sarita estudiaba en el Colegio La Inmaculada, y su belleza era la admiración de quienes la conocían. Los galanes no faltaban. Pero ella había decidido no hacer caso a ningún tipo de insinuaciones amorosas. El comité que auspiciaba la candidatura de Sarita Chacón, como de las demás participantes, comenzó a trabajar por el triunfo de su candidata. Desde un primer momento, los que rodearon a Sarita, sabían que no tenían posibilidad de ganar, temían que las influencias de ciertos círculos se decidiera en favor de determinadas candidatas. "Las de fortuna ganarán", señalaban algunos. Otros se afligían, y daban por segura ganadora a Blanche La Ross Yoder, quien tenía una singular belleza, que la convertía en una potencial triunfadora. Los partidarios de las candidatas no descansaban. Sorteos, bailes, eran algunas de las formas escogidas para la obtención de fondos, y así poder sufragar los gastos que demandaba dicha actividad.
El entusiasmo juvenil, no decaía un instante. El día que se realizó la presentación de candidatas en el Teatro Olmedo, resultó una apoteosis. Cada una de las candidatas fue presentada con palabras elegantes por caballeros preparados para ello. La elocuencia estuvo a la orden del día. Cuando llegó el momento en que el jurado tenía que deliberar, éste comenzó a sentir la presión popular, expresada por centenares de personas que comenzaron a reunirse en los bajos del diario El Telégrafo. Los gritos comenzaron a tronar el ambiente, cada grupo vivaba a sus respectivas candidatas. Los simpatizantes de Sarita eran los más enfervorizados. ¡Viva Sarita! ¡Tres rases para Sarita! ¡Sarita! ¡Saaarita! ¡Saarita! Los resultados preliminares no se hicieron esperar. El jurado había escogido a las finalistas: Blanche La Ross Yoder, Adalgisa Descalzi, Maruja Pimentel y Sarita Chacón. Todas tenían el encanto de sus años juveniles. Guayas estaría bien representada con estas beldades. También el Ecuador.
Para el día siguiente, se había decidido dar el veredicto final por parte del enigmático jurado. Y ¿quiénes integraban al "temido" jurado que hacía sufrir a los seguidores de Sarita? Veamos sus nombres: Pedro Miller, Gobernador de la Provincia del Guayas, quien además presidía el jurado; Miguel Angel Carbo, Presidente del Municipio de Guayaquil; Enrique Pacciani, escultor, Enrique Martínez Serrano y Antonio Bellolio, pintores; Eduardo Castillo, Director de Diario El Telégrafo, poeta; Dr. Abel Gilbert, catedrático de Anatomía; el fotógrafo, Enrique Grau, y don Francisco de Elizalde, Presidente del Club de La Unión. Actuaba como secretario de dicho certamen, el periodista Adolfo H. Simmons. (La lista de personajes está tomada de la encantadora crónica novelada de Alfredo Pareja DiezCanseco –así escribía su apellido para la época–, titulada LA SEÑORITA ECUADOR, novela criolla, Editorial Jouvín, "La Reforma", Guayaquil, 1930, pág. 91).
El día esperado llegó. Alguien llegó a afirmar que el jurado se había decidido por la candidatura de Blanche, pero que por temor a la reacción popular, habían postergado el veredicto. El pueblo guayaquileño se sentía identificado con Sarita. Incluso algunos miembros del Club de la Unión le daban su apoyo entusiasta. Esto no impedía que muchos fogosos oradores hablaran de que la lucha de clase estaba presente en esta elección. Obviamente que estas palabras enardecían a la multitud que comenzaba a congregarse en la esquina del diario. El jurado estaba en una incómoda situación. Pero veamos, como parte del suspenso, qué ocurrió horas antes de conocerse el resultado final. El secretario de Sarita, era, nada más y nada menos que un joven intelectual guayaquileño de nombres y apellidos sonoros: Alfredo Pareja y Diez-Canseco, el mismo que había organizado un paseo por las principales calles de la ciudad, a bordo de un automóvil. Acompañado de los padres de la futura reina, el recorrido comenzó sin mayores novedades, cuando una entusiasta multitud comenzó a dirigirse a El Telégrafo, siguiendo al vehículo. Miles de hombres, mujeres y niños vivaban a su candidata. El pueblo deliraba. La sentía suya. Era una especie de dueña de los sentimientos de los guayaquileños. Las crónicas de la época calculan en más de treinta mil personas las que se dieron cita al local del diario.
Finalmente, la decisión fue tomada. El jurado declaró ganadora del certamen a Sarita Chacón. Guayaquil se convirtió en una ciudad sitiada por la alegría. El pueblo tenía su reina. Lo demás fue complemento del triunfo. Proclamación fastuosa de la reina, en el Teatro Edén, lectura del edicto real a cargo del Secretario de Sarita, Alfredo Pareja, y lectura de poemas, por los entonces poetas, Demetrio Aguilera Malta, Publio Falconí Pazmiño y Enrique Avellán Ferrés. Poco después, el escritor Joaquín Gallegos Lara y otros poetas dedicarían hermosas composiciones a la nueva soberana. Guayaquil, el Ecuador, contaban con una reina.
La hermosa mujer, que siendo una criatura, una vieja le había vaticinado que llegaría a ser reina, hoy, lo era. ¿Casualidad? ¿Determinismo social? No lo sabemos. En todo caso, el triunfo de una mujer venida de la entraña popular, era motivo de orgullo para su ciudad. Como hecho anecdótico, Alfredo Pareja nos cuenta en su novela-crónica, que decenas de campesinos que la conocieron años atrás en el fundo "María", que fuera propiedad de su padre, habían solicitado a los nuevos dueños que cambie el nombre de "María", por el de Sarita, lo que fue aceptado gustosamente. Estos mismos campesinos viajaron a la ciudad de Guayaquil a exteriorizar sus parabienes a la nueva reina. ¡Viva Sarita! ¡Viva la doña! ¡Con Sarita no hay barajo!
Hemos querido recordar estos hechos, porque creemos que la memoria colectiva guarda celosamente el "reinado" de una mujer, que por primera vez ¿última? la puso el pueblo.
Las fotos que ilustran este artículo pertenecen al libro "La señorita Ecuador" de Alfredo Pareja Diezcanseco