CÓMO SE CONSERVA SANO NUESTRO ORGANISMO
Publicado en
diciembre 28, 2014
La Naturaleza nos ha dotado de un milagroso sistema de defensas contra los millares de millones de gérmenes infecciosos que nos atacan diariamente.
Por Ruth y Edward Breche (Condensado de "Today's Health", revista publicada por la Asociación Médica de los Estados Unidos.
"NO ES la enfermedad sino la salud", señalaba alguna vez un médico famoso, "el mayor de los misterios de la medicina".
La buena salud de usted es un ejemplo. Miles de millones de gérmenes, muchos de los cuales pueden producir enfermedades y aun la muerte, atacan su organismo todos los días. Sin embargo, usted sigue bien. Innumerables bacterias y virus entran en su cuerpo con los alimentos que come o con el aire que respira o a través de grietas de la piel. Y usted sigue bien. Algunos de ellos establecen residencia permanente en la boca, la nariz y la garganta o en el intestino, donde pueden multiplicarse fantásticamente. Y, con todo, usted sigue bien.
¿Qué es lo que nos protege contra estos incesantes ataques de bacterias y virus?
Durante decenios dedicados al estudio, los hombres de ciencia han ido hallando lentamente la respuesta. Lo que protege la salud, nos informan, es una ingeniosa serie de defensas dispuestas escalonadamente, como las líneas sucesivas de un ejército atrincherado para detener a los invasores.
Supóngase, por ejemplo, que cae dentro del ojo una pelusilla cargada de gérmenes. Con toda probabilidad no habrá por qué preocuparse. La superficie del ojo está bañada constantemente por lágrimas, que contienen un antiséptico, destructor de bacterias, llamado lisozima, tan potente que una simple lágrima diluida en dos litros de agua todavía destruye, por lo menos, una especie de microorganismos.
La saliva y otros líquidos elaborados por el organismo también contienen lisozima, así como otras sustancias químicas antisépticas llamadas leucinas, lisinas y plaquinas, que aún no han sido estudiadas totalmente. Hasta la piel desnuda tiene un poder germicida considerable. Por ejemplo, las bacterias virulentas de la disentería amibiana, colocadas en una gota de líquido sobre una placa de cristal, sobreviven varias horas, mientras que en una gota puesta en la palma de la mano mueren a los 20 minutos.
ENORME SERIE DE OBSTACULOS
Algunas clases de gérmenes pueden sobrevivir a estas defensas exteriores e incluso multiplicarse en la piel: pero antes de que puedan hacer daño tienen que entrar en el cuerpo y luego atravesar otra admirable serie de defensas. Por ejemplo, los microorganismos que entran por la boca son atacados por los antisépticos de la saliva. A los que pasan al estómago les esperan potentes jugos digestivos; pocos llegan vivos al intestino.
Los gérmenes que logran entrar por la nariz deben atravesar el complicado laberinto de los pasadizos nasales que filtran el aire. Las superficies de estos pasajes se conservan húmedas gracias a un líquido mucoso que actúa como papel matamoscas para atrapar microbios. Cuando los gérmenes producen irritación, son arrojados con el estornudo; o bien la nariz comienza a producir secreción, y son expulsados con ella. Los microorganismos que logran llegar a los conductos que van a los pulmones quedan también atrapados en un líquido mucoso y en ocasiones los arroja la tos. Unas fibrillas semejantes a diminutos pelillos están ondeando constantemente en el líquido mucoso, impulsándolo hacia la garganta. Los gérmenes atrapados en el líquido son impulsados en forma análoga. Finalmente son deglutidos y llegan a su destino: las bien protegidas vías gastrointestinales.
Cuando los microorganismos se introducen en el cuerpo por grietas de la piel o de las superficies mucosas —grietas tan pequeñas que pueden pasar inadvertidas— el peligro, al parecer, es mayor. Supongamos que usted pisa un clavo lleno de gérmenes. Cada microbio que entra así en sus tejidos puede dividirse en dos después de unos 20 minutos, poco más o menos, y volverse a dividir al cabo de otros 20 minutos. De continuar esta proporción, daría usted albergue a un millón de descendientes microbianos en menos de siete horas, y a muchos millones de billones al día siguiente. A estas alturas el organismo estaría, naturalmente, abrumado. Ahora bien, antes que esto pueda ocurrir, habrá llegado en su ayuda otro tipo de defensa: la inflamación.
La inflamación comienza cuando, en el sitio donde hay una invasión de gérmenes, los invasores o las células corporales lesionadas ponen en circulación varias sustancias químicas. Estas sustancias se cuelan en todas direcciones hasta que alcanzan los vasos sanguíneos más próximos. Allí producen una relajación de las paredes vasculares que permite rezumar al plasma, o parte acuosa de la sangre. Acompañan al plasma sanguíneo glóbulos blancos de la sangre, llamados leucocitos, y varias sustancias bactericidas.
Los leucocitos constituyen una de las más curiosas y más eficaces defensas corporales. En aspecto se asemejan al animal unicelular llamado ameba y, como esta, pueden ir de un lugar a otro del organismo. En cierta forma aún no bien conocida, los leucocitos son atraídos como por imán al sitio de una invasión bacteriana, donde engullen al llegar todas las partículas invasoras que encuentran.
LA CAPTURA DE MICROBIOS
Es fascinante ver actuar a estos tragones a través del microscopio. Un leucocito se desliza hasta una bacteria invasora, la empuja contra una superficie sólida, luego la rodea con su cuerpo gelatinoide, abre un agujero en la membrana que le cubre como piel, y la bacteria queda completamente engullida. Un momento más tarde el leucocito se desliza tras su próxima presa. Con frecuencia, millones de leucocitos se movilizan en el sitio de una infección.
Otros factores que intervienen en la inflamación ayudan a los leucocitos en su trabajo. En el plasma sanguíneo hay una sustancia llamada fibrinógeno (el factor químico que contribuye a formar los coágulos sanguíneos) que rápidamente se solidifica en una red de hilos y, con los leucocitos y otras sustancias del plasma, forma alrededor del campo de batalla una muralla en la que quedan atrapados los gérmenes, de tal manera que se localiza la infección. Los furúnculos y los abscesos son ejemplos típicos de cómo este proceso de emparedamiento protege al resto del organismo contra los gérmenes invasores.
Aunque las bacterias son refrenadas en esta forma, se movilizan los recursos de todo el organismo para derrotarlas. Algunas de las sustancias liberadas durante la batalla entran en la corriente sanguínea y llevan la alarma a los depósitos de todo el cuerpo donde se conservan las reservas de leucocitos. En unos minutos, millones de leucocitos adicionales circulan en la sangre, que los lleva a todos los tejidos. Mientras esto ocurre, la medula ósea también recibe el aviso y acelera la elaboración de más reservas de leucocitos.
Algunos microbios están revestidos con una sustancia que repele a los leucocitos, y otros tienen el poder de matar a los leucocitos que los engullen. No obstante, aun muertos, los leucocitos continúan liberando sustancias químicas nocivas para los gérmenes.
Si los leucocitos no pueden completar la operación de limpieza, se les unen células más grandes (aunque también microscópicas) llamadas macrófagos. Estas pueden engullir no sólo bacterias, sino también leucocitos con bacterias dentro.
Generalmente, cuando un leucocito o un macrófago engloba a un germen, esto significa la muerte para el microbio; pero no siempre. Algunas bacterias pueden sobrevivir durante largos períodos dentro de las células que las han engullido. En efecto, un glóbulo blanco puede ocasionalmente prolongar la vida de una bacteria protegiéndola contra sustancias antisépticas de la sangre y contra las medicinas que el médico prescribe para ayudar a combatir la infección. Nuestro organismo necesita deshacerse de estos microbios, una vez engullidos, y de otras materias de desecho.
Para realizarlo, los tejidos corporales cuentan con una red de canales de drenaje llamada el sistema linfático. Los leucocitos, los macrófagos y las partículas invasoras entran en los vasos de esta red y son transportados por el líquido linfático a los ganglios linfáticos regionales, situados en el cuello, las ingles, las axilas, la parte posterior de los codos y otros puntos estratégicos de todo el cuerpo. Cada ganglio sirve como filtro que retiene las bacterias y otras partículas. El líquido linfático circula de un ganglio a otro hasta. que alcanza los del cuello, de donde se vierte en la corriente sanguínea. Para entonces, generalmente, todos los microbios han sido eliminados del líquido linfático por filtración.
Sin embargo, después de una enfermedad, los gérmenes pueden sobrevivir durante días e incluso semanas dentro de los ganglios linfáticos.
Los ganglios del cuello son las barreras finales que impiden a los gérmenes llegar a la corriente sanguínea, y la supervivencia de los microbios en ellos durante largos períodos explica por qué estos ganglios en ocasiones continúan inflamados y dolorosos mucho tiempo después que otros síntomas han desaparecido.
Pero aunque algunos gérmenes lleguen a la corriente sanguínea, está en espera otra línea de defensa. La medula ósea, el hígado, el bazo y unos cuantos órganos más pequeños están equipados con multitud de macrófagos para limpiar la sangre de las partículas invasoras, tal como los ganglios linfáticos filtran el líquido linfático.
ACCION DE LOS ANTICUERPOS
¿Cómo pueden los leucocitos y macrófagos distinguir los gérmenes invasores de las células o moléculas del cuerpo humano? El organismo tiene su sistema de identificación que marca a las partículas invasoras. Estas marcas, que se adhieren a los invasores, se llaman anticuerpos. Los leucocitos y los macrófagos engloban en ocasiones casi cualquier partícula con que tropiecen, pero las que buscan y devoran con mayor voracidad son las que han sido marcadas como invasoras por los anticuerpos.
En la mayoría de los casos el restablecimiento de una infección se debe en gran parte a la acción de los anticuerpos. Si usted no ha tenido nunca escarlatina, su organismo carece de anticuerpos adecuados contra los estreptococos que causan esa enfermedad. Cuando los estreptococos invaden su organismo en proporciones suficientes para multiplicarse, las fábricas de anticuerpos se alistan para la producción. Durante varios días, tal vez, los gérmenes continúan multiplicándose y usted se pone cada vez más enfermo. Ahora bien, para entonces ya ha comenzado la elaboración de anticuerpos en toda su plenitud: se producen en grandes cantidades y se adhieren a los estreptococos de la escarlatina que, tan pronto como están marcados, son presa de los voraces leucocitos y macrófagos, con lo que comienza el restablecimiento. Otra sustancia llamada complemento, que se halla en la sangre, contribuye también a destruir bacterias a las que se han unido los anticuerpos.
Son principalmente los anticuerpos los que inmunizan contra segundos ataques de muchas enfermedades comunes. La primera vez que uno sufre de enfermedades como la escarlatina o el sarampión, las fábricas de anticuerpos tardan varios días en producir el tipo adecuado. Una vez aprendida la lección, la producción puede comenzar mucho más rápidamente, y pueden obtenerse grandes cantidades de anticuerpos del tipo deseado dentro de unas pocas horas después de la entrada de unos cuantos miles de gérmenes. Así es como la segunda y las subsiguientes invasiones de un tipo determinado de gérmenes frecuentemente quedan dominadas antes de que se sospeche la infección.
Los anticuerpos son también los agentes que nos permiten dominar las enfermedades infecciosas por medio de la vacunación. Una vacuna es una sustancia que enseña al organismo por anticipado cómo elaborar anticuerpos rápidamente contra una enfermedad con la que aún no se ha encontrado. Por ejemplo, la vacuna de Salk utiliza virus de la poliomielitis, a los que se ha matado con formaldehído, para enseñar al organismo a elaborar anticuerpos contra virus de poliomielitis vivos.
EPIDEMIAS DE GRIPE
Algunas clases de gérmenes han aprendido a evadir nuestras defensas de anticuerpos. El virus de la gripe es el ejemplo más notable. Cada cierto número de años aparece un nuevo tipo de virus al que no afectan los anticuerpos comunes. Cuando esto ocurre, una pandemia recorre el mundo, como pasó hace poco con la llamada gripe "espacial". En unos cuantos años casi toda la gente adquiere el nuevo tipo de gripe y desarrolla anticuerpos contra ella. Entonces aparece un virus gripal diferente. Cada tipo de gripe requiere un anticuerpo especial.
La mayoría de los anticuerpos que circulan en la sangre se encuentran en una parte del plasma sanguíneo llamado globulina gamma. Esta sustancia, rica en anticuerpos, se puede extraer de la sangre de donantes, para almacenarla durante períodos considerables de tiempo. Las pequeñas inyécciones de globulina gamma proporcionan inmunidad temporal contra el sarampión y la hepatitis infecciosa; los "anticuerpos prestados" de la globulina gamma actúan exactamente como los anticuerpos que elabora el propio organismo.
Los niños recién nacidos también se conservan sanos mediante anticuerpos prestados. Sus fábricas de anticuerpos trabajan poco o nada durante las primeras semanas de vida, pero los anticuerpos recibidos de la madre antes de nacer los protegen durante algún tiempo contra la mayoría de las enfermedades a las cuales la madre es inmune. Los lactantes también obtienen anticuerpos protectores con la leche materna, especialmente con la secretada durante los primeros días de la lactancia.
Y después de considerar lo anterior, cabe preguntarse: ¿Podría sobrevivir la humanidad sin las líneas de defensa milagrosamente coordinadas que posee el organismo? Parece poco probable.