EN EL CAMINO DE UNA PAZ JUSTA
Publicado en
diciembre 14, 2014
Una autoridad británica en medidas contrarrevolucionarias para Asia Sudoriental, esboza aquí el procedimiento que es preciso seguir para que los sudvietnamitas puedan decidir su propio destino.
Por Sir Robert Thompson.
A PRINCIPIOS del año de 1969 era muy socorrida la falacia de que en Vietnam se imponía llegar a una paz negociada, puesto que ningún bando podía alcanzar la victoria por las armas, y con ella el fin de la guerra. Estas opiniones eran concebibles en la confusión que siguió a la ofensiva del Tet, en 1968, al anuncio del presidente Johnson, de que no presentaría nuevamente su candidatura, al cese de los bombardeos y a la iniciación de negociaciones en París, pero a principios de 1970 los hechos indican que ambos contendientes pueden ganar aún, y que los vietnamitas del sur, con la ayuda norteamericana, tienen hoy más cerca que nunca la victoria.
¿Qué es "la victoria" en una guerra de esta naturaleza? Si el Norte no puede alcanzar la victoria militar, ¿cómo podría ganar? El caso es que el Norte siempre ha considerado la guerra como una prueba de voluntad más que de fuerza, y estima que sus dos vías principales hacia la victoria son el quebrantamiento de la voluntad de los norteamericanos o de los sudvietnamitas. La mayoría de los observadores se sorprenden al comprobar que, a pesar de todos los trastornos y las bajas sufridas en los años últimos, la resolución sudvietnamita se ha mantenido firme. No ha desertado ninguna figura política importante, ninguna unidad numerosa de combatientes. Fue la voluntad norteamericana lo que empezó a fallar en 1968.
Los Estados Unidos pudieron liquidar el conflicto en forma equivalente a una petición de paz a cualquier precio, y eso de muchas maneras: desde retirar precipitadamente las fuerzas hasta imponer en Saigón un gobierno de coalición. Esto último podría retrasar temporalmente su triunfo, pero los comunistas tomarían el poder al poco tiempo, sin que nadie se lo pueda impedir.
El problema de Vietnam siempre ha sido claro: que Vietnam del Norte se apodere de Vietnam del Sur o que no se apodere. No importa que la ocupación sea repentina o gradual. Considerada así la cuestión, podríamos simplificar ahora el significado de la palabra "victoria" desde el punto de vista de Vietnam del Sur y de los Estados Unidos. En los últimos años hubo demasiadas personas empeñadas en lograr la clásica victoria de las armas con los bombardeos intensos del Norte y quizá con una gran batalla final cuyo resultado sería la rendición del enemigo, para evitarse su hundimiento y destrucción totales, como ocurrió con Alemania durante la segunda guerra mundial. Sin embargo, ese final clásico no siempre equivale a la victoria en las modernas formas de la guerra. Por ejemplo, Israel derrotó decisivamente a sus vecinos árabes en el campo de batalla, pero en modo alguno ha ganado todavía la guerra por su supervivencia.
Durante toda la guerra de Vietnam hemos oído declarar (al presidente Johnson muchas veces, y después al presidente Nixon en su discurso del 3 de noviembre del año pasado) que los Estados Unidos no desean derrocar al gobierno de Vietnam del Norte y que no tienen pretensiones territoriales contra aquel país. Por consiguiente, ganar la guerra no es doblegar a Vietnam del Norte; es solamente impedir que logre apoderarse del Sur. La expresión "paz justa" significa, sencillamente, que el futuro de Vietnam del Sur deberá decidirlo el mismo pueblo sudvietnamita, y que se debe impedir a Vietnam del Norte que determine ese futuro por la fuerza.
Todas las piezas del juego político en Asia Sudoriental —y en otras partes del mundo— están esperando los resultados. Saben que la paz temporal es fácil de comprar haciendo concesiones que equivaldrían a una derrota. Pero la paz justa y honorable requiere mucho empeño, y este es el precio que ha de pagar una gran potencia.
LAS NEGOCIACIONES, UN CALLEJON SIN SALIDA
Así como pienso que no se puede obtener una paz justa con la clásica victoria militar, opino también que no se podrá lograr la paz en París, en la mesa de negociaciones. El verdadero propósito de Hanoi al aceptar la propuesta de negociaciones se expresa en el famoso adagio comunista: "Negociar mientras se combate, es abrir otro frente".
El objetivo de las negociaciones, en un momento en que la voluntad norteamericana estaba empezando a flaquear, era menoscabar más todavía la resolución de lucha de los estadounidenses, haciéndoles creer que la paz estaba al alcance de la mano con tal de que accedieran a unas pocas concesiones más. Hanoi se ha aferrado tercamente a unas condiciones que equivalen a la rendición. Lo único que ofrece para negociar es la rapidez y la forma en que se retirarían las fuerzas de los Estados Unidos.
Muchos norteamericanos han puesto sus esperanzas en las negociaciones de París como medio de concluir honrosamente, pero esto es pensar con el corazón, y no con la cabeza. Fue un error, en primer lugar, ofrecerse a negociar. En efecto, los Estados Unidos afirmaban que no era su intención ganar la guerra, y que transigirían en un acuerdo, sacrificando para ello a Vietnam del Sur. Ahora no hay nada que negociar. Para uno y otro bando la alternativa sigue siendo ganar la guerra o perderla; o todo o nada. A ningún contendiente interesa compartir el poder o el territorio dentro de Vietnam del Sur. Al ofrecer elecciones libres con la supervisión internacional, Vietnam del Sur ha cedido en todo lo que podía ceder.
En el caso de que la guerra se volviera en contra de Hanoi, tampoco habría motivos para que los norvietnamitas suavizaran sus condiciones. Siempre podrán volver al actual estado de cosas con la esperanza de que a los pocos años se les presente otra oportunidad de apoderarse del Sur.
Si en la mesa de negociaciones no se puede concertar una paz justa, el problema será la forma de ganar la guerra en el campo de lucha. En este aspecto siempre han estado divididas las opiniones, pues la mayoría de los comandantes militares son partidarios de destruir al Ejército norvietnamita antes de habérselas con el Vietcong dentro del territorio de Vietnam del Sur. Pero esta es la opinión errónea que llevó a las grandes batallas de los años últimos y a la intensificación de la guerra.
Apegados a esa estrategia, los militares estaban obsesionados con la idea de descubrir al enemigo y combatirlo allí donde lo encontraran, y creían poder medir los progresos contando los cadáveres abandonados por el adversario y las victorias conseguidas en aisladas regiones de la jungla. No supieron comprender que el objetivo principal, entre el Ejército norvietnamita y el Vietcong, debe ser el Vietcong, y que, dentro de la estructura de este último, el primer blanco de ataque es su organización subversiva clandestina.
SEGURIDAD PARA EL FUTURO
Esto se ve más claramente si examinamos la situación a que se trata de llegar. Solamente cuando Vietnam del Sur se sienta seguro dentro de sí mismo, porque el Vietcong haya quedado virtualmente eliminado, podrá enfrentarse, con un mínimo de apoyo norteamericano, a la continua amenaza del Ejército norvietnamita apostado en sus fronteras. No es posible destruir definitivamente al Ejército norvietnamita; aunque se le inflijan pérdidas tan graves como las que se le han infligido, seguirá allí, al año siguiente, al cabo de cinco años y al cabo de cincuenta.
Pero si se reduce a proporciones insignificantes la organización del Vietcong dentro de Vietnam del Sur, el Ejército norvietnamita ya no podrá entrar en Vietnam del Sur para apoyar y buscar el apoyo de un movimiento subversivo dentro del país. Si penetrara en el Sur, se vería en él al clásico invasor extranjero, como sucedió en Corea. Eso cambia completamente las cosas. No sólo sería una situación que los estadistas norvietnamitas quizá no estén preparados para afrontar, sino que haría a rusos y chinos pensarlo dos veces antes de apoyar una agresión, porque eso invitaría a una respuesta muy diferente, a una respuesta, además, que no estaría sólo a cargo de los Estados Unidos.
Esta es la tendencia que ya se va dibujando, y por eso he dicho que los vietnamitas del Sur están ahora mejor situados para ganar esta guerra. Ha contribuido a ello una serie de factores. Aunque la ofensiva del Tet fue una victoria para Hanoi y el Vietcong por el traumatismo sicológico que produjo en el ámbito de la opinión pública norteamericana, en Vietnam del Sur fue un desastre para los atacantes. Destruyó la flor y nata de sus principales unidades, y las técnicas empleadas fueron suicidas para sus mejores soldados y sus más experimentados jefes de pelotones y compañías. Como resultado de la ofensiva del Tet y de otras que le siguieron en el curso de los dos años últimos, han perdido más de medio millón de hombres, lo que equivaldría a una pérdida de cinco millones para los Estados Unidos.
La crueldad de sus ataques contra las ciudades y las atrocidades que cometieron, sobre todo en Hue, quitaron el guante de terciopelo que ocultaba un puño de acero y produjeron la movilización total del pueblo sudvietnamita. Basta con visitar a Hue y las aldeas circundantes, que estuvieron dominadas por el Vietcong a principios de 1968, para comprender lo fuerte que ha sido la reacción.
LA EVIDENCIA DEL PROGRESO
Además hubo un cambio de estrategia en los últimos meses: se ha pasado de las operaciones de "localización y destrucción" a las de "limpieza y conservación". Se ha puesto ahora más énfasis en recuperar el control de las zonas rurales, esto es, en la pacificación. Con ello se ha ido reduciendo la cantera de combatientes del Vietcong en el interior del país. Cuando fui a Vietnam en noviembre de 1969, descubrí muchos indicios de esa reducción. Pude visitar regiones y aldeas que habían estado sometidas al control del Vietcong durante años, y encontré un sentimiento mucho más firme de seguridad; vi que la gente estaba dispuesta a tomar las armas para apoyar al gobierno, porque comprende que el Vietcong se ha debilitado.
Visité provincias donde la proporción de fuerzas del gobierno y fuerzas del Vietcong era aproximadamente igual en 1964, y las unidades gubernamentales no podían reclutar suficientes soldados, mientras que las del Vietcong aumentaban sin cesar el número de sus combatientes. Ahora ocurre lo contrario; las unidades del Vietcong son muy insuficientes, y aun en las zonas más fuertes dependen de la infiltración de norvietnamitas, en un 20 o un 30 por ciento de sus efectivos humanos.
En las aldeas, la Fuerza de Auto-defensa del Pueblo ha reclutado más de tres millones de personas, entre ellas un millón de mujeres, de los cuales casi dos millones son fuerzas adiestradas ya, con 400.000 armas enviadas. El número de voluntarios del Vietcong con baja graduación que se pasan al gobierno ha ido aumentando velozmente. El equilibrio del poder dentro del país cambió radicalmente a favor del gobierno.
Hay también otros cambios importantes. Los aldeanos ya no construyen madrigueras ni refugios para protegerse contra el fuego de los combatientes. En las carreteras que habían estado desiertas, a no ser por los convoyes militares, durante el período que siguió a la ofensiva del Tet, se puede apreciar hoy continuo tráfico de civiles. Las carreteras que ya funcionan, se mantienen abiertas, y todos los meses se reparan otras o se abren nuevas vías.
Con la seguridad mayor y el mejoramiento de las comunicaciones, la economía crece rápidamente. Se espera que este año Vietnam del Sur cultive suficiente arroz para su consumo. Florecen los huertos sembrados de hortalizas, y los productos del comercio empiezan a verse ya en las aldeas. En algunas de ellas han instalado generadores eléctricos. Si siguen progresando al mismo ritmo que en 1969, los simples beneficios de la economía libre acarrearán la derrota ideológica del Vietcong.
También se están sembrando las semillas de la democracia con la elección de jefes de las villas y las aldeas, y la elección de concejos locales, mediante los cuales el pueblo puede canalizar sus peticiones hacia el gobierno central, y el gobierno central puede canalizar su ayuda a las aldeas. En 1969 se asignó a cada aldea la suma de un millón de piastras (aproximadamente equivalentes a 8000 dólares) para obras menores de desarrollo designadas por las aldeas mismas. Este año se ampliará dicha política con nuevas asignaciones para las zonas más pobres y con préstamos destinados a obras de mayor envergadura en las zonas más ricas.
Un factor político que me impresionó fue el siguiente: no sólo el gobierno del presidente Thieu y el primer ministro Khiem es más estable que cualquier gobierno de los últimos años, sino que mejora continuamente la eficacia de sus gestiones. Hay una coordinación mucho mejor entre los civiles y los militares, y entre los norteamericanos y los vietnamitas. Se ha elaborado por fin un plan realmente combinado que cubre todos los aspectos de la guerra. Ya no existen tres "guerras", por lo menos: la guerra principal, la pacificación y la reconstrucción nacional. Ahora solamente se lucha en una guerra.
LA MAYOR NECESIDAD
A pesar de todo esto, quedan muchos problemas por delante. El peligro más inmediato es el de una nueva ofensiva del Ejército norvietnamita como consecuencia de haber aumentado la infiltración de hombres en los meses últimos a lo largo del camino de Ho Chi Minh. El hecho de que estén reforzando las unidades debilitadas demuestra que Hanoi espera quebrantar más la voluntad norteamericana mediante una ofensiva con la cual pretende infligir grandes pérdidas a los Estados Unidos, desacreditar la "vietnamización" de la guerra y detener el progreso de la pacificación.
Opino que esta ofensiva fracasará al toparse con fuerzas sudvietnamitas mejoradas y con las tropas norteamericanas que queden. Preveo que sufrirá grandes pérdidas; tan grandes que se podrá mantener en 1970 el ritmo de progreso de 1969, lo cual permitirá continuar el proyectado retiro de fuerzas norteamericanas e ir reduciendo segura y constantemente el costo de la guerra.
Pero esa ofensiva podría hacer que la gente se olvidara momentáneamente de la organización clandestina y subversiva del Vietcong. Aquí está el peligro a la larga, porque, si no se elimina esta organización, podrá volver otra vez a abrir la puerta al Norte. El arma con que verdaderamente se puede combatir a estos organismos clandestinos es la Policía Nacional, respaldada por las Fuerzas Regionales y Populares de las diferentes localidades, pues todas ellas conocen bien a la gente de las zonas en que han sido reclutadas.
Fue asombroso encontrar durante la visita que hice en 1968, cuando la ofensiva del Tet, que se había aumentado la policía a 70.000 hombres solamente, esto es, al número aproximado de fuerzas necesarias en tiempos de paz. Pero ahora aumentan rápidamente sus efectivos para llegar a la meta señalada de 120.000 hombres. Además, dentro de esta fuerza se concede la mayor importancia a las funciones de servicio secreto de la policía especial.
Extirpar la organización subversiva y clandestina requiere meses y aun años de servicios secretos, llevados a cabo con arduo empeño. Hay que descubrir y detener a los fanáticos consagrados a la subversión, con años de experiencia que datan de la lucha del Vietminh contra los franceses, porque en ellos se basa todo el movimiento de subversión en Vietnam del Sur. Aunque algunos dieron la cara prematuramente durante la ofensiva del Tet, y fueron capturados, su estructura es parecida a la de la Mafia, y no ha sufrido todavía daños serios. Por eso hay que proceder con cautela: no hay que dejarse arrastrar por el optimismo que nos puede inspirar la situación actual. Y por eso dije en mi informe de diciembre al presidente Nixon: "Se ha logrado la posición necesaria para ganar, en el sentido de obtener la paz justa, negociada o sin negociar, y de mantener un Vietnam del Sur independiente, sin comunismo. Pero eso no es todo, pues aún hay mucho que hacer".
Como inglés que soy, y simpatizante de los norteamericanos en su angustia actual, no quisiera que el pueblo estadounidense tirara en estos momentos por la borda su victoria. No es tiempo de titubeos. Estamos en un período sicológico en que lo más necesario para nosotros es la confianza: confianza en Vietnam del Sur y confianza en los Estados Unidos.
SIR ROBERT THOMPSON pasó Un año como guerrillero inglés en la retaguardia japonesa de China y Birmania durante la segunda guerra mundial. Alto oficial en la Federación Malaya, fue importante artífice del plan que sirvió para derrotar el gran movimiento de guerrillas comunistas en aquel país asiático sudoriental, entre los años de 1948 y 1960. Sirvió como jefe de la Misión Consultiva Británica en Vietnam desde 1961 a 1965, y por sus servicios le concedió el gobierno inglés el título de Sir. Desde entonces ha ido tres veces más a Vietnam en calidad de consejero del gobierno norteamericano; la última vez, a fines de 1969, en un viaje de investigación que duró cinco semanas e hizo a solicitud del presidente Nixon. Sir Robert ha pasado en Asia 27 años, y habla el chino y el malayo. Es autor de las obras Defeating Communist Insurgency, No Exit from Vietnam y Revolutionary War in World Strategy, que aparecerá próximamente.