CÓMO ALENTAR EL AMOR PROPIO DEL MARIDO
Publicado en
diciembre 14, 2014
A fin de fortalecer al marido para que luche mejor en este mundo de intensa competencia; a fin de hacerlo feliz .y equiparlo mejor para que él, a su vez, haga feliz a su esposa, ella deberá proporcionarle lo que más necesita: confianza en sí mismo.
Por James Lincoln Collier (Condensado de "Woman's Day")
"No sé qué le pasa estos días a José", decía la señora Celia B., de 32 años de edad. "Antes me agradecía mis consejos respecto a su forma de vestir; ahora, en cambio, refunfuña con sólo que le arregle el nudo de la corbata. Ya no quiere ayudarme con la aspiradora, ni a secar los platos. Precisamente ahora que trabajo fuera y que más necesito de su ayuda, no mueve un dedo siquiera cuando se trata de lo que considera obligación mía. Se pasa el tiempo sentado frente al televisor y protesta en cuanto ve que algo anda mal".
El problema de José es el muy común de un amor propio masculino gravemente herido. "Aunque José accedió intelectualmente a que Celia volviera a trabajar", explicó el consejero matrimonial, "emocionalmente no pudo aceptar la decición de su esposa. Que ella trabajara lo hizo sentirse incapaz como sostén de la familia, y por eso adoptó una actitud defensiva y se volvió demasiado sensible ante cualquier amenaza, real o imaginaria, contra su masculinidad. Como no comprendió la conducta de José, Celia minó todavía más su amor propio varonil riñéndolo y criticándolo. Afortunadamente la esposa supo advertir la situación y le puso remedio antes de que su matrimonio sufriera un daño mucho más grave".
Por supuesto no siempre la esposa que vuelve a trabajar amenaza con ello la estimación propia de su esposo. Ni tampoco el marido cuya esposa se dedica a su casa está totalmente inmune a los problemas de un yo lastimado: en su contacto diario con la complicada y competidora sociedad de hoy, el hombre común y corriente se halla sometido a repetidos ataques contra su masculinidad.
También la esposa tiene problemas de amor propio, pero muchas autoridades en la materia creen que el varón es notablemente más vulnerable en este aspecto. El hombre se levanta todas las mañanas para cruzar por la cuerda floja sobre el abismo del fracaso. En otras épocas bastaba con que fuera el buen proveedor de la familia. Hoy, sin embargo, al hombre no le basta con ganar el sustento: el mecánico necesita llegar a capataz; el autor debe escribir un éxito de librería; el hombre de negocios ha de aspirar a la presidencia de la compañía. La competencia, con las tensiones concomitantes a ella, es tal que bien puede hacer gran mella en la personalidad de un hombre; pero esto no es todo. En nuestra sociedad, del marido se espera que sea también buen amante de su esposa; prudente y compasivo padre de sus hijos; campeón en los deportes; alma de cualquier reunión social.
Huelga decir que muy pocos hombres pueden ser todo eso. Así pues, la mayoría de ellos vuelven acasa necesitados de un bálsamo para su amor propio herido. Por desgracia, lo que suelen encontrar es precisamente lo contrario. Las situaciones más destructivas son las que se refieren al dinero, los hijos y la cuestión carnal.
Los ingresos del marido son sumamente importantes para él. Constituyen la única medida tangible de su éxito como encargado de mantener a la familia. Si su esposa le hace observaciones despectivas respecto a sus ingresos, si ella gasta más de la cuenta o aspira a lujos que no puede permitirse, el amor propio del marido sufrirá sin remedio. Y más destructiva todavía (según dicen los especialistas en estas cuestiones), es la esposa que hace a su marido sentirse incapaz al hacer ostentación de lo que ella aporta al sustento de la familia.
En la imagen que de sí mismo se forma un hombre influyen también sus relaciones con sus hijos. Mide su competencia como padre por el respeto y la obediencia que le tributan sus vástagos... y estas dos cosas son cada vez más difíciles de encontrar en el mundo en que vivimos.
La prueba más dura a que se ve sometido el amor propio del varón ocurre indudablemente en la alcoba. Hasta hace una generación, poco más o menos, la gente se educaba en la creencia de que a las mujeres no les interesa el aspecto carnal. Los hombres esperaban que sus esposas fueran amantes pasivas, y no se preocupaban de procurarles el placer sexual. Ahora que estamos mejor informados, sabemos que toca al marido proporcionar a la mujer el goce carnal. Como dice Jane Mayer, consejera matrimonial de Nueva York: "Hoy el hombre que no satisface a su esposa en casi todas las ocasiones en que se aman, se considera a sí mismo un fracasado".
Esa actitud no es muy sensata. A veces, si la esposa está cansada, o molesta por alguna discusión, o si, sencillamente, no está de humor, quizá prefiera negarse rotundamente a su marido; y lo que a la esposa le parece entonces perfectamente razonable, puede, sin embargo, equivaler a un doloroso rechazo para su marido.
No siempre ocurre así, desde luego. Cuando las cosas marchan bien en el trabajo y en otros aspectos, el hombre puede encogerse de hombros ante el rechazo o las críticas de su esposa; pero cuando su amor propio acaba de sufrir daño por alguna otra causa, el mismo comentario puede provocar un disgusto.
Afortunadamente hasta el amor propio más débil se puede fortalecer, y uno de los servicios más vitales que puede desempeñar la esposa en favor de su marido, de su matrimonio y de ella misma, es aprender a fortalecer el yo de su compañero. Aunque cada matrimonio es diferente, a continuación van unos cuantos consejos de aplicación general:
• Procúrese aliviar la tensión a que está sometido el esposo. Lo primero que se necesita, desde luego, es saber cuándo el esposo se halla preocupado. A veces el motivo de su tensión es evidente: su madre está muy enferma, o bien él tiene un trabajo muy importante que hacer. Pero en otras ocasiones quizá no le diga a su esposa qué es lo que le preocupa, y prefiera callarse hasta que todo haya pasado.
Así pues, una mujer debe aprender a "sentir" cuándo está su marido en una situación que amenaza su propia estimación. Según cierto consejero en problemas conyugales, "si el marido y la esposa sostienen relaciones con cierta dosis de reciprocidad, ella sabrá cuándo su esposo está sometido a alguna tensión. Deberá tratar de darle una oportunidad para que se franquee, para que hable del problema que le aqueja. Pero si el marido no responde, si no quiere discutir el asunto, la esposa deberá abstenerse de insistir".
La labor de la esposa, pues, es allanarle el camino a su marido. No hará montañas de granos de arena. Por el contrario, dejará para más adelante, hasta que la crisis haya pasado, las decisiones que puedan ser motivo de discusión, y entre tanto atenderá a los problemas diarios y normales de los niños y la casa, calladamente y por sí misma.
• Acentúense los aspectos positivos. Nadie es perfecto. El esposo tiene que cometer errores, y hará de vez en cuando cosas que resultan molestas, pero eso no significa que la mujer deba señalárselas. "La mujer que ridiculiza o menosprecia a su esposo", dice la siquiatra Natalie Shainess, "sólo consigue perjudicarse a sí misma".
Por otra parte, asegura la señora Mayer: "Conozco hombres transformados por la esposa que ha tenido fe en ellos. Una sincera declaración de admiración puede obrar maravillas". En nuestra sociedad, que aspira a logros definidos, todo lo que hace un hombre (hasta la afición menos trascendental) significa algo para él. Si se dedica a hacer estanterías, a sembrar un jardín o a encerar el coche, la esposa deberá descubrir en su trabajo lo que tenga digno de elogio, aunque sólo pueda decir: "¡Vaya, sí que lo has hecho pronto!"
• No se considere al marido como algo establecido. El hombre y la mujer tienden, por igual, a encerrarse tanto en sí mismos que empiezan a pasar por alto las buenas cualidades de sus cónyuges. Esto se puede decir sobre todo del ama de casa que tiene mucho tiempo para rumiar sus ideas mientras plancha la ropa o limpia el hogar. Sus contribuciones al matrimonio (los pasteles y otros manjares, la ropa que huele a limpia, los niños que van muy arreglados a la escuela) suelen ser más visibles que las de su esposo. Por eso la mujer quizá tenga que hacer un esfuerzo para tener presente cuáles son las aportaciones del marido.
Conozco una señora que obra muy sensatamente en este aspecto. En una ocasión me explicaba : "Cuando nuestras cosas andan realmente mal, me aíslo y anoto todas las buenas cualidades de mi marido y todo lo que recuerdo que me ha dado, desde los hijos y la casa hasta la extravagante taza de café que me trajo de uno de sus viajes. Todo eso constituye una lista bastante larga, de modo que, después de repasarla, no me cuesta mucho trabajo llevarme bien con él".
• Censúrese el pecado, pero no al pecador. "Una de las quejas que el hombre formula con más frecuencia contra su esposa", según Jane Mayer, "es que en cada discusión saca a relucir todos sus anteriores motivos de resentimiento. La mujer trae a colación la vez que él no se atrevió a pedir un aumento de sueldo; aquella en que el marido bebió demasiado; la vez que lo engañaron en un negocio. Eso es un error. Tenemos que obrar con tacto en cualquier relación humana, sobre todo en la del matrimonio. Todo el mundo se enfada a veces, pero lo importante es descargar nuestro enojo contra el pecado, no contra el pecador. Diremos, por ejemplo: Estoy furiosa por lo que hiciste; pero no digamos: Eres un inútil".
• Escuchemos. Por lo general, a los hombres les cuesta trabajo hablar de sí mismos: de lo que piensan, lo que sienten, lo que les preocupa. Muchas veces temen descubrirse; temen que alguien se aproveche al conocer sus puntos flacos. Tranquilícese al esposo en este sentido; la esposa ha de alentarlo a que se franquee con ella. Cuanto más desembarazadamente pueda hablar de sí mismo, más seguro se sentirá, tanto más firme será el matrimonio. Sin embargo, la esposa deberá asegurarse de escuchar sin espíritu crítico; debe mostrarse inteligente, pero sincera.
Pero, ¿y el amor propio de la esposa? ¿Deberá reprimir siempre sus propias necesidades y deseos a fin de sostener la fortaleza de su esposo? Desde luego que no. También la esposa tiene derecho a ocupar un lugar importante, a ver satisfechas sus necesidades. Sólo que el marido podrá satisfacerla mejor si su personalidad se ha robustecido.
Así pues, a la larga le convendrá a la esposa olvidarse un poco de sí misma cuando su esposo ha sufrido un revés en el mundo exterior; a ceder en esto y aquello cuando él se halle sometido a tensión nerviosa; abstenerse de dar importancia a sus propios logros cuando él acaba de triunfar en algo. La mujer que es capaz de curar las heridas del marido, de hacerlo sentir que, para ella al menos, él es la persona más importante del mundo, logrará de su esposo una gratitud imperecedera, que le granjeará beneficios sin fin durante el resto de su vida matrimonial.