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noviembre 24, 2014
Una de las versiones Picassianas de "LAS MENINAS" de Velásquez.
¡Un festín de Picassos! Las 39 salas del museo de Barcelona dedicadas exclusivamente al artista alojan ahora más de 3000 obras suyas, inclusive la mitad de los dibujos que ejecutó.
Por Raúl Vásquez de Parga.
TÓMENSE dos espléndidos palacios medievales, dignos de un rey, y atibórrense sus habitaciones con pinturas, litografías, bocetos y otras obras del máximo pintor del presente siglo: Pablo Picasso.
¿El sueño de un enamorado del arte? No: es la realidad. Es decir, el Museo Picasso, de Barcelona; el único museo dedicado exclusivamente al pintor, que murió en Francia en 1973 a los 91 años de edad. Y es justo que el honor de albergarlo corresponda a Barcelona. La pinacoteca, escondida en la estrecha calle de Montcada, está en el centro mismo de la zona donde Picasso vivió, estudió y empezó su titánica carrera.
Apenas traspasada la gruesa arcada de piedra, se encuentran los libros de texto de primera enseñanza de Picasso, llenos de precoces dibujos de palomas, toros y figuras humanas en los márgenes. Cerca de allí hay vivos retratos que le ganaron el aprecio de los maestros de la Escuela Oficial de Bellas Artes de La Lonja de Barcelona. Más allá el realismo cede ante nuevas formas, a medida que el artista rompe moldes y explora lo desconocido.
Durante una visita a Paris, en 1901, Picasso pintó esta Margot, retrato de una amiga en el café, en el estilo impresionista francés. (La obra se conoce también por La espera.)
Y eso no es todo. El museo consta de más de 3000 obras, 95 por ciento de las cuales fueron donaciones hechas a la ciudad directamente por Picasso, o por su amigo Jaime Sabartés, por instancia del autor.
"Incluso los legos llegan a comprender la obra abstracta del artista cuando siguen la evolución de sus estilos pasando de una sala a otra", dice Gustavo Gili, editor internacional de libros de arte en Barcelona.
El museo no hubiera cuajado de no haber sido por un encuentro casual en 1899. Picasso, nativo de Málaga e hijo de un maestro de pintura en la Escuela de Bellas Artes de La Lonja, tenía 18 años cuando conoció a Sabartés, escritor barcelonés de su misma edad. Con un poco de humorismo, Sabartés describía así los lazos que unían a los dos hombres: "Yo soy el amigo que sirve para sostener una conversación porque no pone empeño en imponer su discrepancia; el que aguanta una caminata, montaña del Tibidabo arriba, o donde sea, sin dar muestras de fatiga". En 1904, año en que Picasso se trasladó a París para iniciar su expatriación permanente, Sabartés viajó a Iberoamérica, donde llegó a director de un diario en Guatemala. Luego, en 1935, Sabartés aceptó la oferta de Picasso de convertirse en su secretario particular en París.
Esta vista del Paseo de Colón, de Barcelona (1917), desde un balcón, fue pintada diez años después que Picasso inició el cubismo.
Picasso, como quien no quiere la cosa, entregaba a su amigo una obra de arte cada cierto número de semanas. A la vuelta de 20 años Sabartés poseía centenares de grabados, litografías y dibujos al carbón de Picasso, fechados a partir de 1924 y en su mayoría representación de figuras humanas, además de una escultura pequeña de bronce, tres naturalezas muertas al óleo y seis retratos de Sabartés que Picasso pintó entre los años de 1900 a 1947. El público sólo había visto un corto número de estas singulares obras.
Durante años Sabartés estuvo pensando en donar a un museo su fabulosa colección (compuesta al fin de 572 obras), que había rebasado con creces el espacio de su modesto apartamento de París. En julio de 1960, por consejo de Picasso, donó todo a Barcelona, indicando que además haría entrega a la ciudad de futuros donativos de su jefe. Como sitio para la exhibición, las autoridades, entusiasmadas, señalaron el Palacio de Aguilar, edificio de piedra, de tres pisos y propiedad municipal, que forma parte de una serie de antiguas y magníficas construcciones de la calle de Montcada, en lo que fue el elegante barrio de Rivera, levantadas originalmente por nobles y mercaderes ricos en el siglo XIII.
Ya restaurado el palacio con sus 18 salas, se abrió en 1963 con la Colección Sabartés y otras obras propiedad del Museo de Arte Moderno de Barcelona. Entre estas últimas estaba el legado del coleccionista Luis Garriga Roig, que constaba de una docena de obras primitivas de diversos géneros. Ya otros prominentes catalanes se han unido al proyecto del museo y han hecho valiosas donaciones: el pintor Salvador Dalí, 30 grabados originales de Picasso para una edición de Las metamorfosis de Ovidio, publicada en 1931; Gustavo Gili, las 26 láminas de cobre, canceladas, de ilustraciones de Picasso para el libro La tauromaquia, de José Delgado (Pepe Illo), cuyas reducidas tiradas se vendieron en subasta pública, durante el decenio de 1960 a 1969, hasta por 600.000 pesetas el ejemplar (al cambio actual, unos 9000 dólares).
La copa azul (1902), que corresponde a la melancólica "época azul" del pintor.
A la muerte de Sabartés, en febrero de 1968, Picasso empezó a participar más activamente en el museo. En mayo de ese año el artista, en recuerdo de su viejo amigo, cedió al museo un retrato de Sabartés terminado en 1902 y las 58 pinturas de que consta la serie de Las Meninas, por sí sola merecedora de un museo propio.
El original de Las Meninas, del maestro Diego Velázquez, del siglo XVII, está en el Museo del Prado, de Madrid. Es una escena de corte que tiene como centro a la infanta Margarita María de Austria. Hacia 1950 Picasso declaró a Sabartés que estaba considerando la idea de copiar la obra maestra velazqueña, pero desplazando a personajes y objetos, y cambiando luces, formas y colores. "Así, poquito a poco", añadió el artista, "iría pintando unas Meninas que parecerían detestables al copista de oficio; no serían las que él creería haber visto en el lienzo pintado por Velázquez, pero serían mis Meninas".
De ese modo, se encerró en una habitación de "La Californie", su casa de Cannes, ante una gigantesca reproducción fotográfica en blanco y negro de la pintura de Velázquez y se absorbió en el proyecto de agosto a diciembre de 1957. Los lienzos que resultaron refractan la escena del cuadro original en una serie aparentemente ilimitada de combinaciones de ángulos y colores.
Ciencia y Caridad terminado en 1897, cuando Picasso era estudiante, ganó mención honorífica en un concurso nacional de bellas artes.
Pero faltaba lo mejor. En febrero de 1970 Picasso resolvió que el museo debería poseer todas las obras que había dejado en Barcelona al trasladarse a París en 1904. "Hay todo un mundo de cosas allí", solía decir a sus amigos, sin dar detalles.
Una gran caja de embalar, construida especialmente, estaba almacenada en la casa familiar, en el Paseo de Gracia, ocupada por la sobrina del pintor, María Dolores Vilató Ruiz. Su contenido, amén de otras pinturas de Picasso colgadas en los muros, resultó ser un tesoro increíble. Había 213 pinturas, 681 dibujos, pinturas al pastel y acuarelas, 17 álbumes, cuatro libros de texto escolares con dibujos en los márgenes, un grabado y cinco obras no pictóricas. Si se considera que la mayoría de las hojas tenían dibujos por los dos lados y que cada álbum y cuaderno de notas contenían muchos dibujos completos en sí, el total de obras ascendió a 2200, de las cuales sólo se había reproducido una parte muy pequeña.
La colección abarcaba los años formativos del pintor, desde los nueve hasta los 23. Allí figuraba la más antigua de sus obras conocidas: un boceto de palomas con la firma "1890 Pablo Ruiz" (a instancias de sus amigos, renunció más tarde al apellido de su padre en favor del de su madre, menos común). El lote contenía todos sus trabajos de estudiante, inclusive Ciencia y Caridad, escena extraordinariamente pormenorizada, que representa a un médico (para el cual había posado su padre) a la cabecera de una moribunda.
En 1919 Picasso hizo a Barcelona su primera donación: El arlequín, pintado dos años antes.
Un detalle, al parecer de poca importancia, evoca especial nostalgia en los aficionados a Picasso. Se trata de una minuta que diseñó para Els Quatre Gats ("Los cuatro gatos"), café de Barcelona donde él y otros artistas jóvenes planeaban la rúptura personal con la tradición pictórica española para abrazar el modernismo, ya en boga más allá de las fronteras. (El museo muestra una fotografía del café, que desapareció hace mucho tiempo, y gran número de bocetos hechos por Picasso de los parroquianos, algunos de los cuales se convertirían después en grandes artistas: Isidro Nonell, Joaquín Mir y Sebastián Junyer Vidal.)
Para dar digno alojamiento a aquella nueva y copiosa donación, las autoridades aceleraron la restauración del palacio del Barón de Castellet, contiguo al de Aguilar, en el número 17 de la calle de Montcada, comprado por el municipio en 1965. Las paredes que separaban a los dos edificios fueron derribadas para que los visitantes pudieran pasar de uno a otro en sus tres niveles. El nuevo local, algo menos grande que el palacio de Aguilar, se abrió al público en diciembre de 1970. La colección del museo se divide, en dos secciones principales: pinturas y dibujos (alrededor de 2500 piezas) y obras gráficas (1069, más de la mitad de las que Picasso produjo en el curso de su vida).
Picasso murió el 8 de abril de 1973, pero el museo sigue prosperando con el continuo apoyo y aprobación de la familia Picasso. El público aumenta cada año (173.000 visitantes en 1975), y el municipio desearía adquirir una mansión adyacente como sede de un Centro Picasso de Investigaciones, que estaría dotado de biblioteca y salas de conferencias.
No en balde se ha dicho que Picasso es inmortal.
Retrato de Jaime Sabartés, fundador del Museo.
FOTOS: S.P.A.D.E.M.