Publicado en
noviembre 10, 2014
Cansada de la vida en el Paraíso, de las mentiras de Adán para ocultar que se iba con la flaca de la cueva de la esquina, Eulogia decidió volver a su casa, a su oficina... al siglo XXI.
Por Elizabeth Subercaseaux.
Esto no está funcionando como yo pensaba, dijo la tía Eulogia (Eva) en voz alta. A su lado estaba la extraña criatura (Adán) y más allá jugaban Caín, Abel, Matusael y los otros niños. Adán la miró con inquietud. En el fondo, sentía temor, porque no acababa de entender a Eulogia.
—¿Qué te pasa?
—Quiero irme, quiero volver a mi casa.
—¿Cuál casa? ¡Esta es tu casa! El Paraíso es tu casa.
—¡Era! Ya no lo es.
—¿Ah, sí? ¿Y desde cuándo el Paraíso dejó de ser el Paraíso?
—Desde que nos comimos la manzana, nos pusimos a tener hijos y me llené de trabajo —respondió Eulogia mirando a Adán con una enorme tristeza.
—Hablas como si yo no hiciera nada. Paso el día cortando leña, descuerando animales, haciendo fuego, y tú protestando día y noche, que esto, que lo otro, que nada te satisface, que te duele la espalda... como si la vida que te doy fuera pésima —se fue sulfurando—, como si todo lo que tienes no me costara ningún trabajo. ¡Mira como tengo las manos! Llenas de callos. ¿Sabes una cosa? ¡Me aburrí! Estoy hasta la coronilla contigo. Me voy con la flaca de la cueva de la esquina, y tú puedes hacer y decir lo que te dé la gana, pero no te aguanto más, ni un minuto más —y partió a la cueva de la flaca dejando a Eulogia (Eva) paralizada de rabia.
—¡Tú te lo buscaste! —le gritó Eulogia—. Ahora, la única que se va soy yo. Vuelvo a mi vida del año 2006, a mi oficina, a mi espacio propio, a Jack, a mi libertad. Y tú, quédate con tus machetes, tus pieles, tus instintos destructivos y esa paleolítica de la cueva de al lado. ¡Que te vaya bien!
Dicho esto abrió una carta de Tina Fernández que aún no había tenido tiempo de leer:
"Estés donde estés, Eulogia, por favor recapacita, y vuelve. Todo tiene su límite. El Paraíso no existe. Lo que existe es una idea del Paraíso que todas llevamos dentro, pero la realidad está aquí, en medio de los avatares de la vida moderna, junto al perejiliento de tu ex, Jack y la Domitila. ¡Vuelve, por favor! Tu amiga, Tina".
—Tiene razón Tina —dijo doblando el papel—, el Paraíso no existe. Voy a regresar.
Esa misma tarde subió al bote que la había llevado al Paraíso hacía más de 10 mil años, hizo el viaje a través del tiempo y al cabo de un rato llegó a un pequeño puerto del siglo XXI, donde se encontró con su propia civilización.
La Domitila entró; abrió la puerta con su llave. Venía con la respiración agitada y el corazón le saltaba dentro del pecho. Cualquiera hubiese dicho que acababa de correr el maratón de New York.
—¡Don Rober! ¡Don Rober! La señora Eulogia llega mañana. Le avisó a la señora Tina. ¡Levántese! Tenemos que arreglar la casa.
Era domingo. Roberto saltó de la cama y le clavó una mirada atónito.
—¿Estás segura?
—¿No le digo? Mire esta carta.
Le pasó un papel que Roberto leyó en voz alta. Era una nota dirigida a Tina, en la cual Eulogia le decía que la vida en el Paraíso se había tornado un fiasco. Que Adán se había enamorado de la cavernícola de la esquina, una flaca con gusto a nada y con las mechas crespas hasta el suelo, que andaba moviendo las caderas debajo de una piel de oso. Ella no tenía paciencia para estas cosas, estaba cansada de sus mentiras. Por las noches llegaba a la cueva, cerca de la madrugada, entraba en puntillas, y cuando ella le preguntaba: "¿De dónde vienes?", empezaba con los cuentos, que hubo una reunión con los paleolíticos de la montaña de atrás, que tuvo que cortar un tronco, que un dinosaurio se murió y quedó atravesado en el camino y él no pudo pasar. Ella no le creía ni lo que rezaba, y además no rezaba nunca, porque era ateo e irrespetuoso.
—¿Quién es Adán? —preguntó Roberto.
—Será un alter ego suyo, don Rober, porque mire, lea de nuevo, todo lo que dice se parece a usted. La flaca de la cueva, las mentirillas, ¿no le suena conocido?
En el Paraíso, Adán se dio cuenta de que las cosas iban por mal camino, tenía que hacer algo, reconquistar a su mujer, pues la amenaza de que se iba al siglo XXI no le gustaba nada.
—No nos veremos nunca más —le dijo a la flaca.
La flaca se puso de pie, sacudió su larga cabellera y con las manos en las caderas le pegó una mirada furibunda.
—¿Te vas a dejar dominar por tu mujer con tanta facilidad?
—No nos vamos a volver a ver. Punto —se puso firme Adán y se fue corriendo por los campos en busca de Eulogia (Eva).
Pero al llegar a su cueva se encontró con los chiquillos jugando por los alrededores y ni una pista de ella. Miró hacia el mar y a lo lejos, casi llegando al horizonte, vio alejarse el bote. Su mujer había cumplido su palabra, se había internado en el tiempo para emprender un viaje en el cual él no la hubiera podido acompañar.
Y acá, en el siglo XXI, Eulogia se bajaba del taxi frente a su casa. Era un lunes. El día había amanecido resplandeciente, una luz de fin de lluvia caía sobre los techos de la ciudad. Había árbolespor todas partes, y muchas flores, y autos y edificios, y semáforos y ruido. Eulogia lo observó todo francamente admirada. Subió la escalera que la conduciría a su departamento y al llegar arriba se dio cuenta de que no tenía llave. Tocó el timbre y esperó.
Al poco rato sintió pasos. Roberto abrió la puerta. Sonrió. Le estiró los brazos. Eulogia se quedó inmóvil.
—¿Qué haces en mi casa?
—En nuestra casa, dirás.
—¿Qué? Esta nunca ha sido tu casa. ¿Dónde está Jack?
—En la pensión La Gloria.
—¿Y puede saberse qué hace Jack en la pensión La Gloria?
—Es que la Domitila lnechó.
—¡Lo echó! ¿Dónde está la Domi? —preguntó seria.
—En tu oficina, trabajando para Tina y Melody.
Eulogia se pasó la mano por los ojos. ¿Estaría soñando? Entró y se dejó caer en el sillón. Entonces Roberto le explicó, lo mejor que pudo, que durante su ausencia se habían producido algunos cambios, y no alcanzó a enumerarlos todos cuando la tía Eulogia había dado un salto y en términos cortos, pero precisos, le dijo a Roberto que se fuera inmediatamente a La Gloria y que trajera a Jack de regreso. Ella iba a llamar a la oficina para que la Domi volviera en el acto.
—Y en cuanto a ti, te buscas un lugar donde vivir, debajo de un puente, en la calle, donde sea, pero aquí, créeme que te lo digo en serio, aquí no te vas a quedar. ¡Estamos separados!
—¿Y el Paraíso no te ha hecho cambiar de idea? Ay, Eulo, yo estaba tan contento creyendo que tu experiencia en el Paraíso, en medio de esa tranquilidad, sin preocupaciones, relajada todo el día, bañándote en la cascada de agua y jugando con todos los animales te haría recapacitar.
—¿Recapacitar? ¿A qué te refieres?
—Pensé que, tal vez, podrías querer volver a estar casada conmigo, volver a ser mi pareja, mi media manzana, mi costilla, como Adán y Eva, para siempre, unidos por los hijos... tú sabes.
—Mmm —dijo la tía Eulogia—. Sé perfectamente bien a qué te refieres, Roberto.
—¿Y no recapacitaste?
—Sí, pero al revés. El Paraíso me sirvió para saber que ¡nunca!, ¿me oyes?, nunca en mi vida volvería a pasar por lo que pasé en esos montes, entre esas plantas exóticas, junto a la extraña criatura que me hizo todos los hijos del mundo y luego se dio el gusto de hacerme trabajar como una loca. ¿Y de qué sirvió si se fue con la flaca de la cueva? ¡Nunca volveré contigo!
Roberto la miró espantado, ¿se habría vuelto loca? ¿De qué estaba hablando? ¿Qué era eso de todos los hijos del mundo? ¿Y quién era la extraña criatura? Pero, claro, él podría aprender muchas cosas en su vida, pero jamás entendería a Eulogia.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, JUNIO 20 DEL 2006