Publicado en
noviembre 10, 2014
Al querer expresar el significado de la palabra "afecto", visualizamos un sentimiento edificante, cálido, intenso, que nos proporcione felicidad... Así debería ser, pero no siempre lo es.
Por María Rosa Espinel de Massú.
El cariño entre esposos, entre padres e hijos, entre hermanos o amigos, para que cumpla su función de ser, tiene como características manifestar "agrado por su compañía, comunicación, felicidad por su presencia", etc., pues cuando no reúne estos requisitos, la coexistencia con el objeto de ese afecto, será más bien conflictiva, turbulenta, de marcada indiferencia e incluso puede tornarse odiosa.
Cuando vemos que una pareja se "saca chispas" mutuamente, o que la relación de un padre con su hijo adolescente o maduro es irritable, por ejemplo, pensamos que mejor fuese que no estuvieran juntos. De hecho son las manifestaciones previas a un divorcio en el caso de esposos o la independencia en caso de hijos, pues se considera preferible no estar juntos que vivir en constante desavenencia.
Sin embargo muchos, al parecer, llegan a acostumbrarse a este tipo de relaciones "tormentosas", que las convierten en rutina cotidiana.
Existen matrimonios, que bajo el disfraz de tenerse mucho amor, se ofenden, se menosprecian entre sí o simplemente se ignoran la mayor parte del tiempo; por igual, padres con hijos, cuyo turbulento convivir se torna inaceptable, pero que el hecho de ser precisamente "padres e hijos" impiden racionalizar la existencia de ambos y asumir cada uno que tanto el respeto como las consideraciones más elementales se han ido por el suelo. En estos casos y muchos otros, el afecto no ha terminado, pero el contacto ¡enciende!
Durante el periodo de noviazgo, por ejemplo, hay tortuosos momentos, en los que cada uno debería darse cuenta que el matrimonio no va a terminar con ellos, al contrario va a aumentarlos... y sin embargo se casan, porque... ¡se aman! ¡Cuántos errores se cometen en nombre del afecto!
INDIVIDUALIDAD Y RESPETO
Cada ser humano es un mundo individual y colectivo al mismo tiempo... La propia identidad se ve marcada por rasgos del carácter, de la personalidad, incluso de hábitos y costumbres, a más del entorno; el cariño que sintamos por alguien no va en desmedro de nuestra propia manera de ser, de pensar, de sentir. La diversidad de criterios, de intereses y no la falta de afecto es lo que hace de factor detonador entre dos personas que confiesan quererse, que son sinceros al decirlo pero que simplemente se les hace dificil relacionarse en paz.
En estos casos ¿debe cortarse por lo sano y apartarse?
¡De ninguna manera! Así, si una madre y su hija adolescente no pueden estar un minuto sin discutir, lo indicado es un razonamiento de ambas, escarbando punto por punto lo que pueda aducirse como raíz del problema... se establecerán posiciones (la lógica "escala" entre padres e hijos) que no podrán ser transgredidas, se comprometerán a ceder en lo que sea posible y a aceptar limitaciones o respetos mutuos que deben conservarse. Si esa hija suele no aceptar un "No" por respuesta sino que ello desencadena la tormenta, debe entender que existen los principios de autoridad primordiales que deben acatarse, y que entre las dos deben existir normas de respeto que no pueden limitarse.
Una pareja de esposo, incluso de novios, que se sienten enamorados el uno al otro, no puede permitir que hechos circunstanciales como problemas de trabajo, machismo o quemeimportismo influyan en su vida como pareja. Especialmente en estos casos, un hombre y una mujer se unen para "hacer entre dos una vida placentera". Cuando ésta sede paso a la tormenta, por ende deja de cumplir su cometido y más bien el fastidio que destruye el amor reinará sobre esos otros valores que sin duda existen.
Nadie puede decir a ciencia cierta que no ama a sus padres y viceversa... sin embargo, discusiones terribles se llevan a efecto. Tal vez la seguridad de que entre un padre y un hijo "no hay divorcio" da pábulo a excederse en el trato -o maltrato- mutuo. La mal llamada brecha generacional es peor mientras mayor es el hijo.
SIN OBLIGACIONES DE CARIÑO
Vinimos a este mundo a tratar de ser felices... pero no a costa del malestar de otros, peor si esos "otros" son nuestros padres, nuestra pareja, nuestra familia. No existen "obligaciones de cariño"... es lo más auténticamente espontáneo que tiene la vida... Si alguien no puede hacernos un favor –o a las finales simplemente no quiere hacerlo– no debe desatar nuestra indignación; si las expresiones de afecto de nuestra pareja no son como las hemos idealizado no podemos cambiar la esencia del otro a nuestro antojo; la vida privada de un hermano, hermana, es eso... su vida privada y el consejo no debe convertirse en crítica, peor en rechazo. El no juzgar conlleva a que no seamos juzgados.
Amar sin medida es maravilloso... pero eso es posible mientras ese cariño no afecte nuestra propia individualidad. El ser que se siente oprimido, subestimado y –peor aún– vejado por quienes ama, solo avanza a tientas en medio de un callejón tortuoso. Cuando el cariño se vuelve conflictivo ya no proporciona placer sino angustia, fastidio. Amemos dando seguridad de dicho amor a sus destinatarios, pero delimitando el "hasta dónde pueden llegar" en nombre mal utilizado de ese amor. Cónyuges que creen que "mandan" a su pareja, hijos que "dominan" a sus padres, amigos que "presionan"... todas son formas desorientadas de amar, sin relación a futuro y solamente combatibles con la premisa: "Solo respetando mi afecto por ti, siéndo consecuente con el que dices sentir, la relación será placentera".
Fuente:
Revista HOGAR, Marzo 2002