EL MUNDO DE LA MUERTE (Harry Harrison)
Publicado en
noviembre 03, 2014
CAPITULO I
Con un suave suspiro el tubo de servicio soltó una cápsula mensajera en la taza receptora. El timbre de aviso sonó una sola vez y quedó silencioso. Jason dinAlt miró azorado a la inofensiva cápsula como si fuera una bomba de relojería.
Algo malo ocurría. Sintió anudarse la tensión dentro de él. Esto no era ninguna nota rutinaria del servicio o una comunicación del hotel, sino un mensaje personal sellado. Sin embargo no conocía a nadie en este planeta, ya que había llegado en una nave interestelar hacía menos de ocho horas. Si hasta su nombre era otro —lo había cambiado al tiempo que lo hacía de nave— no podían haber mensajes personales. No obstante aquí había uno.
Rasgando el precinto con la uña del pulgar, quitó la tapa. El grabador del interior de la cápsula, del tamaño de una canica, dio a la voz grabada un sonido metálico, sin ningún indicio de quién le llamaba:
—Kerk Pyrrus quisiera ver a Jason dinAlt. Estoy esperando en el vestíbulo.
Esto era irregular, pero no podía evitarlo. Todas las probabilidades eran que el hombre fuese inofensivo. Un vendedor, quizás, o un caso de confusión de identidad. Sin embargo Jason puso cuidadosamente la pistola detrás de una almohada del sofá, con el seguro fuera. Dio la señal a conserjería para que dejasen subir al visitante. Cuando se abrió la puerta, Jason estaba hundido a un lado del sofá, tomando una bebida en un vaso largo.
Un luchador retirado. Esa fue la primera impresión de Jason cuando el hombre traspuso la puerta. Kerk Pyrrus era una encanecida mole de roca humana, su cuerpo moldeado aparentemente con lisas tiras de músculo. Su ropa gris era tan austera que casi era un uniforme. Atada a su antebrazo portaba una arrugada y muy gastada pistolera, de la que asomaba confesamente la boca de una pistola.
—Usted es dinAlt, el jugador —dijo, bruscamente, el desconocido—. Quiero hacerle una proposición.
Jason miró por encima del vaso, dejando que su mente jugara con las posibilidades. Este era o la policía o la competencia, y no quería tener nada que ver con ninguna de las dos. Tenía que averiguar mucho más antes de meterse en tratos.
—Lo siento, amigo —dijo Jason, sonriendo—. Pero no soy la persona apropiada. Me gusta, pero mis jugadas siempre parecen favorecer más a los casinos que a mí mismo. Por lo tanto usted comprenderá...
—No vayamos con tonterías el uno con el otro —interrumpió Kerk, con voz profunda—. Usted es dinAlt y es Bohel también. Si quiere más nombres, mencionaré el planeta de Mahaut, el casino de Nébula y muchos más. Tengo una proposición que nos beneficiara a los dos, y vale más que la escuche.
Ninguno de los nombres causó la más mínima alteración en la semisonrisa de Jason. Pero su cuerpo estaba completamente alerta y en tensión. Este musculoso desconocido sabía cosas que no tenía derecho a saber. Era el momento para cambiar de tema.
—Eso que lleva ahí es todo un pistolón —dijo Jason—. Pero las pistolas me ponen nervioso. Le agradecería que se la quitara.
—No, nunca lo hago —respondió Kerk, mirando ceñudo la pistola, como si la estuviera viendo por primera vez. Parecía estar ligeramente incómodo por la indicación.
El período de prueba había pasado. Jason necesitaba tener alguna ventaja si quería salir vivo de ésta. Mientras se inclinaba hacia adelante para poner el vaso sobre la mesa, dejó caer su otra mano con naturalidad detrás del cojín. Estaba tocando la culata de la pistola cuando dijo:
—Temo que tendré que insistir. Siempre me siento un tanto molesto cerca de personas que estén armadas —Jason siguió hablando para distraer la atención mientras sacaba la pistola de golpe. Rápida y suavemente.
Podía haber estado haciéndolo a cámara lenta sin que eso hubiera importado. Kerk Pyrrus estaba muy quieto mientras la pistola salía, mientras apuntaba en su dirección. Hasta el mismísimo último instante Kerk no actuó. Cuando lo hizo, el ademán no fue visible. Antes, su pistola estaba en la pistolera, después estaba apuntando entre los ojos de Jason. Era una disforme y maciza arma con un orificio delantero lleno de marcas y ralladuras demostrativas del mucho uso que se hacía de ella.
Jason sabía que si levantaba su propia arma una fracción de centímetro más, sería hombre muerto. Dejó caer el brazo con cuidado, furioso consigo mismo por tratar de sustituir la reflexión por la violencia. Kerk guardó su propia pistola dentro de la pistolera con la misma facilidad con que la había sacado.
—Basta ya de eso —dijo Kerk—. Vayamos al grano.
Jason se inclinó hacia la mesa y cogiendo el vaso echó un buen trago, lo cual reprimió su irascibilidad.
Era rápido manejando una pistola —más de una vez su vida había dependido de ello— y ésta era la primera vez que había sido superado. Y, además, con toda sencillez, lo que hacía el asunto doblemente irritante.
—No estoy dispuesto a hacer tratos —dijo acremente—. He venido a Cassylia para tomarme unas vacaciones, para alejarme del trabajo.
—No nos engañemos, dinAlt —dijo, impacientemente, Kerk—. Usted nunca ha trabajado en una ocupación honrada en toda su vida. Es un jugador profesional y es por eso que estoy aquí, para hacer negocios con usted.
Jason reprimió su ira con esfuerzo y echó la pistola al otro extremo del sofá para no sentirse inducido al suicidio. Había estado completamente seguro de que nadie lo conocía en Cassylia y estuvo esperando con deleite una gran partida en el casino. Se inquietaría luego por eso. Este tipo con aspecto de luchador parecía saberse todas las respuestas. Le daría algún tiempo para que se explicara y así sabría a qué atenerse.
—Está bien, ¿qué quiere usted?
Kerk se sentó en una silla que crujió ominosamente bajo su peso, y sacó un sobre de un bolsillo. Dio unos ligeros golpes con los dedos en el interior y soltó un puñado de relucientes billetes galácticos sobre la mesa. Jason los miró de soslayo, luego se incorporó de repente.
—¿Qué son...? ¿Falsificaciones? —preguntó mirando uno a contraluz.
—Son totalmente legítimos —le dijo Kerk—. Los recogí en el banco. Exactamente veintisiete cédulas, o veintisiete millones en documentos de crédito. Quiero que usted las use como efectos bancarios cuando vaya al casino esta noche. Apueste con ellas y gane.
Parecían bastante legítimas, y podían ser comprobadas. Jason las tocó cuidadosamente mientras examinaba al otro hombre.
—Ignoro lo que está usted tramando —dijo—. Pero se dará cuenta de que no puedo dar garantías. Juego, pero no siempre gano.
—Usted juega... y gana cuando quiere —dijo ásperamente Kerk—. Lo comprobamos minuciosamente antes que viniera a verle.
—Si quiere usted decir que hago trampas... —cuidadosamente, Jason reprimió su ira, de nuevo, y la mantuvo bajo control. No le reportaría ningún beneficio el incomodarse.
—Quizás usted no lo llama hacer trampas, francamente no me importa —continuó Kerk con la misma voz uniforme, sin hacer caso de la ira creciente de Jason—. Por lo que a mí se refiere puede tener usted las mangas forradas de ases y electroimanes en los dedos de los pies, con tal de que gane. No estoy aquí para discutir cuestiones de ética con usted. He dicho que tenía una proposición.
»Hemos trabajado duramente para ganar ese dinero, pero sin embargo no es suficiente. Para ser exacto le diré que necesitamos tres mil millones en créditos. El único modo de conseguir esa suma es jugándose estos veintisiete millones en efectos bancarios.
—¿Y qué gano yo con ello? —Jason hizo la pregunta fríamente, como si alguna pizca de la fantástica proposición tuviera algún sentido.
—Todo lo que pase de tres mil millones es para usted, eso sería bastante justo. Usted no está arriesgando su propio dinero, pero está en situación de tener el suficiente para mantenerse de por vida si gana.
—¿Y si pierdo?
—Ciertamente, hay la probabilidad de que usted pierda —Kerk reflexionó por un momento, no gustándole la idea—. No había pensado en eso.
»Si usted pierde... —Kerk llegó a una decisión—, bien, supongo que eso es un riesgo que tendremos que correr. Aun cuando creo que entonces le mataría. Los que perdieron su vida para conseguir los veintisiete millones merecen al menos eso —lo dijo tranquilamente, sin malignidad, y era más una decisión meditada que una amenaza.
Poniéndose en pie de un salto, Jason volvió a llenar su vaso y ofreció otro a Kerk, el cual lo cogió con un signo de agradecimiento. Jason anduvo de aquí para allá, no pudiendo estarse quieto. Toda la proposición le ponía furioso, pero al mismo tiempo ejercía una fatal fascinación. Era un jugador y esta conversación era para él como la visión de drogas para un adicto.
Deteniéndose de repente, se dio cuenta de que se había decidido hacía ya un rato. Ganara o perdiera —viviera o muriera—, ¿cómo podía rechazar la oportunidad de apostar con una cantidad como esa? Se volvió de repente y apuntó el dedo hacia el hombretón sentado en la silla.
—Lo haré. Usted probablemente sabía que lo haría desde el momento en que entró aquí, pero yo también quiero poner algunas condiciones. Quiero saber quién es usted, y quiénes son esos de los que estaba hablando. Y de dónde salió el dinero. ¿Es robado?
Kerk apuró su vaso y lo alejó de él.
—¿Dinero robado? No, todo lo contrario. Es el trabajo de dos años de extraer y refinar mineral. Fue extraído en Pyrrus y vendido aquí en Cassylia. Puede comprobarlo muy fácilmente. Yo mismo lo vendí. Soy el embajador pyrrano para este planeta —Kerk sonrió ante la idea—. No es que eso signifique mucho. Soy embajador por lo menos para otros seis planetas, pero es útil para hacer negocios.
Jason miró al musculoso hombre de cabello gris y gastada ropa de corte militar, y resolvió no reír. Uno oía hablar de cosas extrañas afuera, en los planetas limítrofes y cada palabra podía ser cierta. Jamás había oído hablar de Pyrrus, aun cuando eso no significara nada. Había más de treinta mil planetas conocidos en el universo habitado.
—Comprobaré lo que me ha dicho usted —dijo Jason—. Si es cierto, podemos hacer tratos. Llámeme mañana...
—No —dijo Kerk—. El dinero ha de ser ganado esta misma noche. Ya he emitido un cheque por estos veintisiete millones; el asunto saltará tan alto como las Pléyades a menos que depositemos el dinero por la mañana, de modo que ese es nuestro tiempo límite.
A cada momento, todo el asunto se volvía más fantástico y más intrigante para Jason. Miró el reloj. Aún había tiempo para averiguar si Kerk mentía o no.
—Esta bien, lo haremos esta noche—dijo—. Pero tendré que tener una de esas libranzas para comprobarlo.
—Cójalas todas —dijo Kerk, levantándose para irse—; no lo volveré a ver hasta después de que usted haya ganado. Estaré en el casino, por supuesto, pero no me reconozca. Valdría más que no supieran de dónde ha salido el dinero o cuánto tiene usted.
Luego se fue, después de un triturante apretón de manos que oprimió la mano de Jason como tomillo de carpintero. Jason estaba a solas con el dinero. Extendiendo las libranzas en forma de abanico, fijó la vista en sus superficies de sepia y oro, tratando de unir la realidad con el entendimiento. Veintisiete millones en créditos. ¿Qué había de impedirle trasponer la puerta con ellos y desaparecer? Nada realmente, excepto su propio sentido del honor.
Kerk Pyrrus, el hombre cuyo segundo nombre era el mismo que el del planeta del cual procedía, era el necio más grande del universo. O realmente sabía lo que estaba haciendo. Por la manera en que se había desarrollado la entrevista, esto último parecía ser lo más seguro.
—Kerk sabía que yo preferiría apostar con ese dinero antes que robarlo —dijo torcidamente.
Deslizó una pequeña pistola dentro de la pistolera de su cinturón se metió el dinero en el bolsillo, y salió.
CAPITULO II
El recepcionista robot del banco emitió un solo silbido de impulso electrónico cuando Jason le presentó una de las libranzas e iluminó un tablero que lo guió hasta ver al presidente Wain. Wain era un cortés empleado que puso unos ojos como platos y perdió algo de su color moreno cuando vio el fajo de libranzas.
—¿Usted... desea depositar esto aquí con nosotros? —preguntó mientras sus dedos las alisaban inconscientemente.
—No hoy —dijo Jason—. Me fueron entregadas en pago de una deuda. Tenga la bondad de comprobar que son auténticas y cambiarlas. Quisiera notas de crédito de quinientos mil.
Sus dos bolsillos interiores estaban repletos cuando Jason salió del banco. Los billetes eran legítimos y Jason se sentía como una caja de caudales andante. Esta era la primera vez en toda su vida que llevar una gran cantidad de dinero le resultaba incómodo. Hizo señas a un heliotaxi que pasaba, y se dirigió directamente al casino, donde sabía que estaría seguro. Por algún tiempo.
El casino de Cassylia era el lugar de recreo del grupo de sistemas estelares cercano. Era la primera vez que Jason lo veía, aun cuando conocía bien el tipo. Había pasado la mayor parte de su vida adulta en casinos como éste, en otros mundos. El decorado se diferenciaba pero siempre eran los mismos. Juego y buenas maneras en público, y entre bastidores, todo el vicio privado que uno pudiera pagar. Teóricamente no había límite en las partidas de juego, pero eso era verdad sólo hasta cierto punto. Cuando la casa resultaba perjudicada realmente, las honradas partidas dejaban de ser juego limpio y el gran ganador tenía que vigilar sus pasos muy cuidadosamente. Estas eran las fuerzas superiores contra las cuales Jason dinAlt había luchado innumerables veces, anteriormente. Estaba precavido pero no muy inquieto.
El comedor estaba casi vacío y el maître se precipitó rápidamente al lado del desconocido con su vestidura magníficamente cortada. Jason era delgado y more— no y se movía con maneras desenvueltas. Más como el dueño de una fortuna heredada que como un jugador profesional. Esta apariencia era importante y Jason la cuidaba. La cocina parecía ser buena y la bodega resultó ser maravillosa. Jason mantuvo una profesional y entusiasta conversación con el somelier mientras esperaba la sopa, luego se dispuso a saborear la comida.
Comió despacio y el gran comedor se llenó antes que hubiera terminado. Observando el festín con un largo cigarro en la boca, mató algún tiempo más. Cuando finalmente se dirigió a las salas de juego, estaban llenas y activas. Paseó alrededor de la sala, soltando unos cuantos billetes de a mil. Apenas se cuidó de cómo jugaba, prestando más atención al aire de las partidas. El juego parecía enteramente legal y nadie era víctima de manejos arteros. Eso podía cambiar con rapidez, Jason se daba cuenta de ello. Usualmente no era necesario; el tanto por ciento de la casa bastaba para asegurar el beneficio.
Una vez vio a Kerk mirando por el rabillo del ojo, pero no le prestó atención. El embajador estaba perdiendo invariablemente pequeñas sumas y parecía estar inquieto. Probablemente esperando a que Jason empezara a jugar en serio. Sonrió y siguió paseándose.
Jason se quedó en la mesa de los dados como hacía usualmente. Era el modo más seguro de obtener pequeñas ganancias. ¡Y si lo siento esta noche, puedo limpiar este casino! Ese era su secreto, la fuerza que ganaba con él, invariablemente, y de cuando en cuando le permitía un éxito y salir escapado antes que los ladrones a sueldo llegaran a recobrar el dinero.
Le llegaron los dados y tiró un ocho de manera firme. Las apuestas eran pequeñas y no se apresuró, sólo se mantuvo alejado de los sietes. Hizo el punto y pasó una natural. Luego jugó y los dados siguieron moviéndose.
Sentado allí, haciendo pequeñas apuestas automáticamente mientras los dados rodaban alrededor de la mesa, Jason consideraba ese poder curiosamente. Después de todos los años de trabajo, todavía no sabemos gran cosa de las fuerzas «Psi». Se puede adiestrar a la gente un poquito, y perfeccionar las facultades un poco más, pero eso es todo.
Se sentía esta noche; sabía que el dinero de su bolsillo le proporcionaba el estado de ánimo adicional que a veces le ayudaba. Con los ojos medio cerrados cogió los dados, y dejó que su pensamiento acariciara suavemente el patrón de hundidos puntos. Luego los dados saltaron de su mano y fijó la vista en un siete.
Estaba ahí.
Más fuerte de lo que lo había sentido en años. El firme peso de los millones en billetes lo había hecho. El mundo a todo su alrededor estaba bien definido y claro y los dados completamente bajo su dominio. Sabía hasta el último billete que tenían los otros jugadores en sus carteras y era consciente de las cartas en las manos de los jugadores detrás de él.
Lenta y cuidadosamente, aumentó las apuestas.
No había que hacer ningún esfuerzo con los dados; rodaban y se incorporaban como perros amaestrados. Jason se tomó su tiempo y se concentró en la sicología de los jugadores y el croupier. Le llevó casi dos horas hacer subir su dinero de la mesa a setecientos mil. Luego sorprendió al croupier haciendo señales de que tenían a un jugador con elevadas ganancias. Esperó a que el hombre de mirada dura se acercara para vigilar el juego, después sopló sobre los dados, apostó todas sus ganancias y lo disipó todo en una sola tirada. El hombre de la casa sonrió dichosamente, el croupier se sosegó; y, mirando por el rabillo del ojo, Jason vio que Kerk se ponía lívido.
Sudando, pálido, temblándole ligeramente las manos, Jason se desabrochó la chaqueta y sacó uno de los sobres de billetes nuevos. Rompiendo el precinto con el dedo, soltó dos de ellos sobre la mesa.
—¿Podríamos tener una partida sin límite? —preguntó—. Quisiera... recobrar parte de mi dinero.
El croupier estaba esforzándose en reprimir su sonrisa en este momento; miró de soslayo al jefe de sala, el cual hizo una rápida seña afirmativa con la cabeza. Tenían un incauto entre ellos y se proponían limpiarlo. Había estado jugando con dinero de su cartera toda la tarde; ahora estaba abriendo un sobre sellado para tratar de recuperar lo que había perdido. Un sobre grueso, además, y probablemente dinero que no era suyo. No es que a la casa le importara lo más mínimo. Para ellos el dinero no tenía lealtades. El juego continuó, con la gente del casino en una muy sosegada disposición de ánimo.
Lo cual era justamente del modo que los quería Jason. Necesitaba penetrar en ellos tan hondamente como pudiera antes que alguno se diese cuenta de que pudiera tocarles perder. La violencia empezaría entonces y Jason quería demorarla tanto como fuera posible. Sería difícil ganar sin problemas, y su fuerza psíquica podía irse tan aprisa como había venido. Eso ya le había ocurrido anteriormente.
Estaba jugando contra la casa, ahora, los otros dos jugadores eran simples comparsas, y una multitud se había agolpado apretadamente alrededor, para mirar. Después de perder y ganar un poquito, Jason hizo una serie de naturales y su pila de fichas doradas creció más y más. Había cerca de mil millones ahí, tanteó. Los dados todavía estaban cayendo fieles, si bien Jason estaba empapado de sudor por el esfuerzo. Apostando la pila de fichas entera trató de coger los dados. El croupier fue más rápido y se los quitó.
—La casa pide dados nuevos —dijo sencillamente.
Jason se enderezó y se enjuagó las manos, contento por el alivio momentáneo. Esta era la tercera vez que la casa cambiaba de dados para tratar de interrumpir su racha de ganancias. Era su privilegio. El hombre de la mirada dura abrió la cartera como hiciera antes y sacó un par al azar. Quitando la envoltura de plástico, los echó a lo largo de la mesa hacia Jason. Aparecieron con un siete natural y Jason sonrió.
Cuando Jason los sacó con la pala, la sonrisa se marchitó lentamente.
Los dados eran transparentes, primorosamente fabricados, igualmente sobrecargados en todos lados y torcidos.
El pigmento de los puntos en cinco lados de cada dado era alguna mezcla de metal pesado, probablemente plomo. El sexto lado era una mezcla férrica. Rodarían equilibrados a menos que chocaran con un campo magnético, lo cual significaba que toda la superficie de la mesa podía ser imantada. No podría haber distinguido la diferencia si no hubiera observado los dados con la mente. Pero, ¿qué podía hacer?
Agitándolos despacio, miró rápidamente alrededor de la mesa. Ahí estaba lo que necesitaba. Un cenicero con un imán en la base para fijarlo al canto metálico de la mesa. Jason cesó de agitar los dados y los miró extrañamente, luego alargó el brazo y cogió el cenicero. Echó la base contra su mano.
Mientras levantaba el cenicero, hubo un gesto de asombro unánime de todas partes. Los dados estaban fijados allí, al revés, mostrando las cajas.
—¿Es esto lo que llaman dados genuinos? —preguntó. El hombre que había echado fuera los dados alargó rápidamente la mano hacia el bolsillo de su cadera. Jason fue el único que vio lo que ocurrió después. Estaba observando esa mano atentamente, sus propios dedos cerca de la culata de su pistola. Mientras el hombre alcanzaba su bolsillo, una mano salió de la multitud detrás de él. Por su dimensión y la forma cuadrada sólo podía pertenecer a una persona. El grueso pulgar y el dedo índice se afianzaron rápidamente alrededor de la muñeca del hombre de la casa, luego se soltaron y desaparecieron. El hombre gritó chillonamente y levantó el brazo, su mano colgando flojamente, como un guante, de los rotos huesos de la muñeca.
Con su flanco bien protegido, Jason podía continuar con el juego.
—Los dados viejos, si no tiene inconveniente en ello —dijo tranquilamente.
Aturdidamente el croupier los empujó. Jason los agitó con presteza y los echó. Antes que dieran en la mesa se dio cuenta de que no podría dirigirlos: el poder psíquico transitorio se había perdido.
Dieron vuelta sobre vuelta. Y mostraron el siete.
Contando las fichas mientras eran empujadas hacia él, halló que había añadido un poquito menos de mil millones en billetes. Los otros estarían ganando esa cantidad si abandonaba el juego ahora; pero no eran los tres mil millones que necesitaba Kerk. Bien, tendría que bastar. Mientras echaba mano a las fichas sorprendió la mirada de Kerk al otro lado de la mesa y el otro hombre movió la cabeza con un firme gesto negativo.
—Que siga el juego —dijo cansadamente Jason—; una tirada más.
Sopló sobre los dados, los pulió con el puño del vestido, y se preguntó cómo se había metido en este asunto. Miles de millones rodando sobre un par de dados. Eso era tanto como la renta anual de algunos planetas. Lo único que hacía posible apuestas como esa era el hecho de que el gobierno planetario tenía una participación mayoritaria en el casino. Los agitó todo el tiempo que pudo, tratando de recuperar el dominio que había huido de él, luego soltó los dados.
Cualquier otra cosa se había detenido en el casino y la gente estaba de pie sobre mesas y sillas para mirar. No salía un sonido de esa gran multitud. Los dados rebotaron en la mesa con un repique que sonó fuerte en medio del silencio y rodaron sobre el paño.
Un cinco y un uno. Seis. Todavía podía salir airoso. Alzando los dados con la pala, Jason les habló, musitó los antiguos conjuros que traían suerte y tiró otra vez.
Se necesitaron cinco tiradas antes que Jason obtuviera el seis.
La muchedumbre repitió el suspiro de Jason y alzaron sus voces rápidamente. Jason quería descansar, tomar aliento, pero sabía que no podía. Ganar el dinero era sólo parte del trabajo, ahora tenían que largarse con él La cosa tenía que parecer casual. Estaba pasando un camarero con una bandeja de bebidas. Jason lo paró y le metió un billete de cien en el bolsillo.
—Las bebidas corren por mi cuenta —gritó mientras cogía la bandeja de las manos del camarero.
Los admiradores vaciaron prontamente los vasos llenos y Jason apiló las fichas en la bandeja. La colmaban sobradamente, pero en este momento apareció Kerk con una segunda bandeja.
—Tendré mucho gusto en ayudarlo, señor, si me lo permite —dijo.
Jason lo miró y se lo concedió con una risotada. Era la primera vez que tenía una imagen clara de Kerk en el casino. El hombre llevaba una holgada chaqueta sobre lo que debía ser un falso abdomen. Las mangas eran largas y en forma de bolsa, por lo cual parecía grueso más bien que musculoso. Era un sencillo pero eficiente disfraz.
Llevando cuidadosamente las cargadas bandejas, rodeados de una multitud de excitados clientes, los dos se abrieron camino hacia la ventanilla del cajero. El propio gerente estaba allí, mostrando una forzada sonrisa abierta. Y hasta esta sonrisa se le marchitó mientras contaba las fichas.
—¿Podría usted volver por la mañana? —dijo—. Temo que no tenemos tanto dinero a mano.
—¿Qué pasa? —gritó Kerk—. ¿Están intentando escaparse de pagarle? Bien que cogieron mi dinero sin problemas mientras perdía. ¡Ahora les toca pagar!
Los espectadores, satisfechos siempre de ver que la casa perdía, expresaron su conformidad, gruñendo. Jason puso fin al asunto en voz alta.
—Seré razonable. Déme el dinero contante que tengan y aceptaré un cheque por el resto.
No había ninguna salida. Bajo la atención vigilante de la jubilosa multitud, el gerente llenó un sobre con billetes y extendió un cheque. Jason le dio una rápida ojeada, luego se lo metió en un bolsillo interior. Con el sobre bajo un brazo, siguió a Kerk hacia la puerta.
A causa de los espectadores, no hubo ningún problema en la sala principal, pero en el momento que llegaron a la puerta lateral dos hombres entraron, cerrándoles el paso.
—Un momento... —dijo uno.
No terminó la frase. Kerk pasó sobre ellos sin aflojar el paso derribándolos de un solo golpe como a bolos de madera. Luego Kerk y Jason estuvieron fuera del edificio y andando de prisa.
—Al aparcamiento —dijo Kerk—. Tengo un coche allí.
Cuando doblaron la esquina, había un coche que se dirigía hacia ellos. Antes que Jason pudiera sacar la pistola de su funda, Kerk estaba en frente de él. Su brazo subió y su grande y disforme pistola rasgó la tela a lo largo de la manga y saltó a su mano. Un solo tiro mató al conductor y el coche se desvió y rechinó. Los otros dos hombres que le acompañaban murieron al salir por las portezuelas, las pistolas cayéndose de sus manos.
Después de eso no tuvieron más problemas. Kerk condujo a la máxima velocidad alejándose del casino; la rota manga de su chaqueta se agitaba con la brisa, ofreciendo vislumbres de la voluminosa pistola que reposaba atrás, en la pistolera.
—Cuando tenga la oportunidad —dijo Jason—, tendrá que enseñarme cómo hace el truco de la pistola.
—Cuando tengamos la oportunidad —respondió Kerk, mientras hacía entrar el coche en la vía de acceso a la ciudad.
CAPITULO III
El edificio frente al cual pararon era una de las más distinguidas residencias de Cassylia. Por el camino, Jason había contado el dinero y separado su parte. Casi dieciséis millones en efectivo. Sin embargo no parecían enteramente reales. Mientras descendían frente al edificio, dio el resto a Kerk.
—Aquí tiene sus tres mil millones. No crea que fue fácil —dijo Jason.
—Podía haber sido peor —fue su única respuesta.
La voz grabada sonó en el micrófono del otro lado de la puerta.
—El señor Ellus se ha ido a acostar. ¿Tendrían la bondad de volver a llamar por la mañana? Todas las entrevistas se convienen con antelación.
La voz dejó la frase sin concluir mientras Kerk abría la puerta de un solo empujón. Lo hizo casi sin esfuerzo, con la palma de la mano. Mientras entraban, Jason miró los residuos de roto y retorcido metal que pendían de la cerradura y se maravilló otra vez de su compañero.
Fuerza... se dijo. Más que fuerza física, el hombre es como una fuerza elemental. Tengo la sensación de que nada lo puede parar.
Esto lo ponía furioso, y al mismo tiempo lo fascinaba. No quería dejarle hasta que averiguara más acerca de Kerk y su planeta. Y sobre «esos» que habían muerto por el dinero que él apostara en el juego.
El señor Ellus era viejo, algo calvo e irascible, y no estaba de ninguna manera acostumbrado a que turbaran su reposo. Sus acompañantes se detuvieron de repente cuando Kerk echó el dinero sobre la mesa.
—¿Está siendo cargada la nave, Ellus? Aquí tiene el saldo debido.
Ellus manoseó los billetes por un momento antes que pudiera contestar la pregunta de Kerk.
—La nave... sí, por supuesto. Empezamos a cargarla cuando usted nos entregó el depósito. Tendrá que perdonar mi confusión pero esto es un poco irregular. Nunca realizamos operaciones de este volumen con dinero en efectivo.
—Es de este modo que me gusta hacer tratos —le respondió Kerk—. He cancelado la factura, esto es la suma total. Pero, ¿qué me dice usted de un recibo?
Ellus había extendido el recibo antes que se recobrara de su asombro. Lo asió apretadamente mientras miraba con aire de incomodidad a los tres mil millones desplegados delante de él.
—Esperen... no puedo coger este dinero. Tendrán que venir mañana al banco, es lo corriente —resolvió firmemente Ellus.
Kerk alargó el brazo y suavemente extrajo el papel de la mano de Ellus.
—Gracias por el recibo —dijo—. No estaré aquí por la mañana, por lo tanto esto deberá bastarle. Y si usted está inquieto por el dinero, sugiero que se ponga en comunicación con la mayor parte de la guardia o policía privada de su equipo. Se sentirá mucho más seguro.
Mientras salían por la destrozada puerta, Ellus estaba marcando frenéticamente números en el teléfono.
Kerk contestó a la rápida pregunta de Jason antes que éste pudiera efectuarla.
—Me figuro que usted querrá vivir para gastar ese dinero que tiene en el bolsillo, por lo cual he reservado dos plazas para nosotros en una nave interplanetaria —dio un vistazo al reloj del coche—. Sale dentro de dos horas aproximadamente, por tanto tenemos mucho tiempo. Tengo hambre, vamos a un restaurante. Espero qué usted no tenga nada en el hotel que quiera recoger. Sería un poco difícil.
—Nada por lo que valga la pena exponerse a que lo maten a uno —dijo Jason—. Pero ¿dónde podemos ir a comer? Hay unas cuantas preguntas que quisiera hacerle.
Bajaron cuidadosamente hacia los niveles de transporte hasta que estuvieron seguros de que nadie los había seguido. Kerk metió el coche en un oscuro astillero de carga donde lo abandonaron.
—Siempre podemos adquirir otro coche —dijo—; probablemente tienen éste localizado. Volvamos atrás, hacia la vía de transportes. He visto un restaurante allí mientras pasábamos por ella.
Oscuras y destacadas siluetas de transportadores terrestres llenaban el lugar de aparcamiento. Se abrieron camino alrededor de las ruedas altas como hombres y llegaron al cálido y ruidoso restaurante. Los conductores y los trabajadores de la madrugada no les prestaron atención mientras encontraban un puesto al fondo del local y pedían una comida servida automáticamente.
Kerk cortó un pedazo de carne de la gruesa tajada frente a él y se lo metió alegremente en la boca.
—Haga sus preguntas —dijo—, ya me estoy sintiendo mucho mejor.
—¿Qué hay en esta nave que usted dispuso para esta noche? ¿Por qué clase de cargamento estuve arriesgando mi pellejo?
—Pensé que usted estaba arriesgando su pellejo por dinero —dijo secamente Kerk—. Pero esté seguro que fue por una buena causa. Este cargamento significa la supervivencia de un mundo. Armas de fuego, municiones, minas, explosivos y cosas semejantes.
—¡Tráfico de armas! —Jason se atragantó con un bocado de comida—. ¿Qué está usted haciendo? ¿Financiando una guerra privada? ¿Y cómo puede hablar de supervivencia con un cargamento mortal como ese? No trate de decirme que estas cosas tienen un uso pacífico. ¿A quiénes están ustedes eliminando?
La mayor parte del buen humor del hombre grueso se había disipado; en su rostro se mostraba esa torva expresión que Jason ya conocía bien.
—Sí, uso pacífico sería la justa palabra. Porque eso es fundamentalmente todo lo que queremos. Vivir en paz. Y no se trata de a quiénes estamos eliminando, sino qué estamos eliminando.
—Habla usted en acertijos —dijo Jason—. Lo que dice no tiene sentido.
—Tiene bastante sentido —le dijo Kerk—. Pero sólo en un planeta del universo. ¿Cuánto sabe usted de Pyrrus?
—Absolutamente nada.
Por un momento Kerk se envolvió en sus recuerdos, tomando una expresión abstraída. Luego continuó.
—El género humano no pertenece a Pyrrus; sin embargo, hace casi trescientos años que está allí. La esperanza de vida de la población es de dieciséis años. Por supuesto la mayoría de los adultos viven más allá de eso, pero la elevada mortalidad infantil rebaja la media.
»Es todo lo que un mundo humano no debiera ser. La gravedad es casi dos veces la de la Tierra. La temperatura puede variar diariamente de la ártica a la tropical. El clima... bien, uno tiene que conocerlo para creerlo. Es distinto a todo lo que uno haya visto en ninguna otra parte de la galaxia.
—Estoy aterrorizado —dijo fríamente Jason—. ¿Qué tienen ustedes? ¿Reacciones de metano o cloro? He estado en planetas como ese...
Kerk dio un fuerte manotazo en la mesa. Los platos saltaron y las patas de la mesa crujieron.
—¡Reacciones de laboratorio! —gruñó—. Parecen poderosas en el banco de pruebas. Pero, ¿qué ocurre cuando se tiene un mundo lleno de esas mezclas? En un instante de tiempo galáctico toda la fuerza es encerrada en sutiles y estables mezclas. La atmósfera puede ser deletérea para un respirador de oxígeno, pero considerada en sí misma es tan inocua como la cerveza clara.
»Hay sólo una combinación que es puro veneno como atmósfera planetaria. Abundancia de H20, el disolvente más universal que uno pueda encontrar, más oxígeno libre sobre el cual obrar...
—¡Agua y oxígeno! —interrumpió Jason— ¿Se refiere usted a planetas como la Tierra o Cassylia? ¡Eso es absurdo!
—De ninguna manera. Porque usted nació en esta clase de ambiente, lo aceptó como justo y natural. Da por supuesto que los metales se corroen, los litorales se alteran, y las tempestades dificultan las comunicaciones. Estos son incidentes normales en mundos de oxígeno—agua. En Pyrrus estas condiciones son llevadas al enésimo grado.
»E1 planeta tiene una inclinación del eje de casi 42°, por tanto hay una tremenda variación de temperatura de estación a estación. Esta es una de las principales causas de una capa de hielo cambiando constantemente. El clima que esto produce es espectacular por decirlo suavemente.
—Si eso es todo —dijo Jason—, no veo por qué...
—Eso no es todo, es solamente el principio. Los mates mayores ejecutan la doble función destructiva de suministrar vapor de agua para mantener las condiciones atmosféricas en movimiento, y generar gigantescas mareas. Pyrrus tiene dos satélites, Samas y Bessos; los cuales se unen a veces para elevar los océanos con mareas de treinta metros. Y hasta que no se ha visto a una de estas mareas lanzarse sobre un volcán en activo, no se ha visto nada.
Los elementos pesados son los que nos llevaron a Pyrrus, y estos mismos elementos mantienen el planeta en un hervor volcánico. Ha habido al menos trece supernovas en la inmediata vecindad estelar. Pueden encontrarse elementos pesados en la mayor parte de sus planetas, tanto como atmósferas completamente irrespirables. El trabajo y explotación de minas a largo plazo no puede ser efectuado si no es por una colonia que sea autosuficiente. Este es el caso de Pyrrus, donde los elementos radioactivos están encerrados en el núcleo planetario, rodeados por una cubierta de elementos más ligeros. Y mientras que esto permite la atmósfera que necesitan los hombres, también proporciona una incesante actividad volcánica a medida que el plasma fundido se abre camino por la fuerza hacia la superficie.
Por primera vez, Jason calló. Trataba de imaginar cómo sería la vida en un planeta constantemente en guerra consigo mismo.
—He guardado lo mejor para lo último —dijo Kerk con áspero humor—. Ahora que tiene usted una idea de cómo es el ambiente, piense en la clase de formas de vida que lo pueblan. Dudo que haya una sola especie de otros mundos que viviera allí un minuto. Las plantas y los animales de Pyrrus son duros. Combaten al mundo y luchan unos contra otros. Centenares de miles de años de eliminación genética han producido cosas que causarían pesadillas hasta a un cerebro electrónico. De hojas de armadura, venenosas, con extremidades de garras y bocas de espolón. Eso describe todo lo que anda, aletea o solamente se asienta y crece. ¿Ha visto alguna vez una planta con dientes, que muerda? No creo que quiera ver eso. Tendría que estar en Pyrrus y eso significa que moriría en unos segundos, al salir de la nave. Hasta yo tendré que someterme a un entrenamiento de recuperación antes que pueda salir fuera de los edificios de aterrizaje. La lucha perpetua por la supervivencia mantiene a las formas de vida luchadoras y cambiantes. La muerte es fácil, pero las maneras de esparcirla son demasiado numerosas para registrarlas.
La desdicha se elevaba como un peso sobre los anchos hombros de Kerk. Tras largos momentos de meditación, Kerk se sacudió visiblemente como para liberarse de ella. Devolviendo su atención a la comida y recogiendo la salsa del plato, comunicó parte de sus sentimientos.
—Creo que no hay ninguna razón lógica por la cual debiéramos permanecer y hacer esta guerra interminable. Excepto que Pyrrus es nuestro hogar.
El último pedazo de pan empapado con salsa desapareció y Kerk blandió el vacío tenedor hacia Jason.
—Dichoso usted que es un habitante de otro mundo y nunca tendrá que ver eso.
—Está equivocado sobre ese punto —dijo Jason tan sosegadamente como pudo—. Voy con usted.
CAPITULO IV
No diga estupideces —dijo Kerk mientras oprimía un botón para pedir un segundo bistec—. Hay maneras mucho más sencillas de suicidarse. ¿No se da cuenta de que es millonario, ahora? Con lo que tiene en el bolsillo, puede recrearse durante el resto de su vida en los planetas de placer. Pyrrus es un mundo de muerte, no un lugar de excursión para turistas jubilados. No puedo permitir que regrese usted conmigo.
Los jugadores que pierden la calma no duran mucho. Jason estaba ahora enfadado. Sin embargo, esto se mostraba sólo de un modo negativo, en la falta de expresión del rostro y la tranquilidad de la voz.
—No me diga lo que puedo o no hacer, Kerk Pyrrus. Usted es un hombre imponente con una pistola rápida, pero eso no lo convierte en mi guardián. Todo lo que puede hacer es impedir que yo vaya en su nave. Pero fácilmente puedo llegar allí de otra manera. Y no trate de decirme que quiero ir a Pyrrus por simple turismo cuando no tiene ni idea de mis verdaderas razones.
Jason ni siquiera trató de explicar sus razones; eran sólo medio percibidas y demasiado personales. Cuanto más viajaba, más las cosas le parecían las mismas. Los viejos y civilizados planetas se sumían en una monótona semejanza. Los mundos fronterizos tenían todos el tosco parecido a campamentos en un bosque. No es que los mundos galácticos lo aburrieran. Sólo que había encontrado sus limitaciones; sin embargo no había hallado las suyas propias. Hasta que conoció a Kerk no había reconocido a ningún hombre como su superior, o ni siquiera su igual. Esto era más que egocentrismo. Era encararse con los hechos. Ahora le forzaban a enfrentarse con el hecho de que había todo un mundo de gente que pudiera ser superior a él. Jason no podría quedar satisfecho hasta que hubiera estado allí y comprobarlo por sí mismo. Aun cuando sucumbiera en el intento.
Nada de esto podía serle explicado a Kerk. Había otras razones que Kerk comprendería mejor.
—Usted no está pensando con vistas al futuro cuando me impide ir a Pyrrus —dijo Jason—. No mencionaré ninguna deuda moral que haya contraído conmigo por ganar ese dinero que usted necesitaba. Pero, ¿y qué me dice de la próxima vez? Si usted necesitó ese cúmulo de efectos mortíferos una vez, probablemente lo necesitara de nuevo algún día. ¿No valdría más tenerme presente —probado y fiel— que imaginar algún nuevo y quizás incierto proyecto?
—Eso tiene sentido —dijo Kerk, masticando pensativamente un bocado de su segunda ración de carne—. Y debo confesar que no había pensado en eso antes. Un defecto que tenemos los pyrranos es una falta de interés por el futuro. Permanecer vivos día a día es bastante trabajo. Por tanto propendemos a hacer frente a las necesidades urgentes en el momento en que llegan y dejar que el confuso futuro cuide de sí mismo. Puede venir. Espero que todavía esté vivo cuando lo necesitemos. Como embajador pyrrano para muchos lugares, lo invito oficialmente a venir a nuestro planeta con todos los gastos pagados. Con tal que cumpla por completo todas nuestras instrucciones en lo referente a su seguridad personal.
—Aceptado —dijo Jason. Y se preguntó por qué estaba tan animado firmando su propia sentencia de muerte.
Kerk estaba devorando el tercer postre cuando su reloj dio un pequeño zumbido. El hombre soltó el tenedor inmediatamente y se levantó.
—Hora de irse —dijo—. Entramos de servicio.
Mientras Jason se ponía en pie, Kerk metió monedas en el cajero electrónico hasta que apareció luz de «pagado». Luego los dos estaban afuera y andando de prisa.
Jason no se sorprendió en absoluto cuando salieron a una escalera pública móvil justamente detrás del restaurante. Estaba empezando a darse cuenta de que desde que salieron del casino todos los pasos que daban habían sido planeados y regulados cuidadosamente. Sin duda, se había extendido la alarma y estaban siendo buscados por todo el planeta. Pero hasta ahí no habían notado la más ligera señal de persecución. Esta no era la primera vez que Jason tenía que ir un paso por delante de las autoridades, pero era la primera vez que tenía que dejar que algún otro lo llevara de la mano mientras lo hacía. Hubo de sonreír a su propia conformidad automática. Había sido un solitario durante tantos años que encontraba un cierto placer acompañando a otro.
—Dese prisa —gruñó Kerk después de dar un rápido vistazo al reloj.
Anduvo con paso firme y vivo sobre los peldaños de la escalera móvil. Subieron cinco niveles de esa manera —sin ver a otra persona— antes que Kerk aflojara y dejara que la escalera hiciese el trabajo.
Jason se enorgullecía de mantenerse en buen estado físico. Pero la apresurada subida, después de una noche sin dormir, lo dejó jadeando fuertemente y empapado en sudor. Kerk, con la frente fresca y respirando normalmente, no mostraba la más ligera señal de que hubiera estado corriendo.
Estaban en el segundo nivel de los motores cuando Kerk dejó los lentos peldaños ascendentes e hizo señas a Jason para indicarle que lo siguiera. Mientras trasponían la salida a la calle un coche paró al borde de la acera frente a ellos. Jason tuvo bastante juicio para no echar mano a la pistola. En el momento exacto en que alcanzaron el coche, el conductor abrió la portezuela y salió. Kerk le pasó una hoja de papel sin decir una palabra y se metió detrás del volante. Apenas hubo tiempo para que Jason pasara dentro de un brinco antes que el coche arrancara. El cambio se había efectuado en menos de tres segundos.
Había habido sólo un vislumbre del conductor en la tenue luz, pero Jason lo había reconocido. Por supuesto nunca había visto antes al hombre, pero después de conocer a Kerk no podía confundir la sólida robustez de un nativo pyrrano.
—Eso que le ha dado era el recibo de Ellus —dijo Jason.
—Claro. Ese se ocupa de la nave y el cargamento. Estarán fuera del planeta y a distancia segura antes que se descubra que Ellus es el beneficiario del cheque del casino. Por lo tanto cuidemos ahora de nosotros mismos. Le explicaré el plan con todo detalle para que no haya equivocaciones por su parte. Le describiré todo el asunto una vez y si hay preguntas que hacer las hará sólo cuando yo haya terminado.
Los tonos de mando eran tan automáticos que Jason se encontró escuchando obedientemente. Si bien una parte de su mente hubiera querido verlo sonreír al verle asumir tan rápidamente su propia incompetencia.
Kerk hizo girar el coche hacia la corriente de tráfico que saliendo de la ciudad se dirigía hacia el puerto espacial. Conducía sin dificultad mientras hablaba.
—Hay una búsqueda organizada en la ciudad. Estoy seguro de que los cassylianos no quieren dejar ver que son malos perdedores, por tanto no habrá nada tan evidente como un control de carreteras. Pero el puerto hormigueara con todos los agentes de que dispongan. Saben que una vez el dinero sale del planeta, desaparece para siempre. Cuando rompamos el cerco, ellos estarán seguros de que todavía llevamos el dinero encima. Por tanto no habrá dificultad para el despegue de la nave con el armamento.
—Usted quiere decir —Jason parecía estar un poco asombrado— que nos estamos ofreciendo como señuelos para proteger el despegue de la nave.
—Podría decirse de ese modo. Pero puesto que hemos de escapar del planeta de todos modos, no hay ningún perjuicio en usar nuestra salida como una cortina de humo para ocultar las operaciones. Pero cállese hasta que yo haya terminado, como le he dicho. Otra interrupción y lo echo fuera del coche.
Jason estaba seguro de que lo haría. Escuchó atentamente —y quietamente— mientras Kerk repetía palabra por palabra lo que le había dicho antes. Luego continuó:
—La entrada de coches oficiales estará probablemente abierta de par en par con todo el tráfico que deben tener. Y muchos de los agentes no irán de uniforme. Podríamos hasta seguir adelante y pasar al campo sin ser reconocidos, aunque lo dudo. No tiene importancia. Pasaremos por la puerta y nos dirigiremos a la planta de despegue. El «Pride of Darkhan», para el cual tenemos pasajes, estará dando su toque de sirena de dos minutos y descolgando la pasarela. Cuando lleguemos a nuestros asientos, la nave despegará.
—Todo eso está muy bien —dijo Jason—, Pero ¿qué estarán haciendo los guardias durante este tiempo?
—Disparando sobre nosotros y unos contra otros. Nos aprovecharemos de la confusión para embarcar.
Esta respuesta no ayudó a sosegar el ánimo de Jason, pero la dejó correr por el momento.
—Perfectamente, digamos que llegamos a bordo. ¿Por qué no impiden el despegue hasta que hayamos sido sacados y detenidos?
Kerk le reservó una desdeñosa mirada antes de volver la vista a la carretera.
—He dicho que la nave era el «Pride of Darkhan». Si usted hubiera estudiado este sistema, sabría lo que eso significa. Cassylia y Darkhan son planetas hermanos y rivales en todo. Hace menos de dos siglos que hicieron una guerra intersistema que casi los destruyó a los dos. Actualmente viven en una neutralidad armada que ninguno osa violar. En el momento en que pongamos los pies a bordo de la nave estamos en territorio de Darkhan. No hay ningún convenio de extradición entre los dos planetas. Cassylia puede querernos pero no hasta el extremo de empezar otra guerra.
Esa fue toda la explicación que hubo tiempo para dar. Kerk hizo girar el coche, sacándolo de la corriente del tráfico y conduciéndolo hacia un puente que mostraba la inscripción: «Coches oficiales solamente». Jason experimentó una sensación de falta de protección mientras rodaban bajo las austeras luces del puerto en dirección a la vigilada puerta del frente. Estaba cerrada.
Otro coche se acercó a la puerta desde el interior y Kerk redujo la velocidad del suyo a una marcha lenta. Uno de los guardias habló al conductor del coche que estaba dentro del aeropuerto, luego hizo señas al vigilante de la puerta. La puerta de la barrera empezó a girar hacia dentro y Kerk pisó el acelerador.
Todo ocurrió al momento. La turbina gimió, los neumáticos chillaron sobre la carretera y el coche se lanzó contra la puerta, abriéndola violentamente. Jason tuvo una fugaz visión de los boquiabiertos guardias, después el coche estaba patinando alrededor del ángulo de un edificio.
Sonaron unos cuantos disparos detrás de ellos, pero ninguno les acertó.
Conduciendo con una sola mano, Kerk movió la otra debajo del tablero de instrumentos y arrancó una pistola que era la gemela del monstruo sujeto a su brazo.
—Use ésta en vez de la suya —dijo—. Lleva balas explosivas impulsadas por cohetes. Hacen un gran estrépito. No se moleste en disparar contra nadie, yo cuidaré de eso. Sólo cause un poco de ruido y hágales mantener las distancias. De este modo.
Hizo un único disparo rápido, sin apuntar, fuera de la ventanilla lateral y pasó la pistola a Jason casi antes que la bala alcanzara el blanco. Un camión vacío estalló con un rugido, lloviendo fragmentos sobre los coches de alrededor y haciendo huir a los conductores, llenos de pánico.
Después hubo un paseo de pesadilla a través de un manicomio. Kerk conducía con un aparente desprecio por la muerte violenta. Otros coches los siguieron y se perdieron en acrobáticas volteretas. Kerk y Jason recorrieron casi toda la extensión del campo, dejando un rastro de humeante confusión.
Luego los perseguidores estaban detrás de ellos y la única cosa que había delante era la esbelta silueta del «Pride of Darkhan».
El «Pride» estaba rodeado por una alambrada, debido al planeta del que era originario. La entrada estaba cerrada y guardada por soldados con armas apuntadas, preparadas para disparar al coche que se aproximaba. Kerk no hizo ninguna tentativa para acercarse a ellos. En vez de eso alimentó las últimas reservas de potencia del coche y se adelantó hacia la alambrada.
—Cúbrase el rostro —gritó.
Jason puso los brazos delante de la cabeza en el momento en que chocaban.
Hubo un chillido de metal roto, la alambrada se dobló enrollándose alrededor del coche, pero no se rompió. Jason salió volando del asiento, y dio en el rellenado guardafangos. Cuando Kerk tuvo la torcida portezuela abierta, Jason se dio cuenta de que el paseo había acabado. Kerk debió haber visto el giro de los globos de sus ojos porque no habló; sólo arrancó a Jason de allí y lo tiró sobre el capó del motor del destrozado coche.
—Trepe sobre la alambrada y corra hacia la nave —gritó.
Si había alguna duda sobre lo que pretendía, mostró a Jason un ejemplo de excelente carrera. Era inconcebible que alguien de su corpulencia pudiera correr tan de prisa, sin embargo lo hizo. Se movía más como un tanque al ataque que como un hombre. Jason se sacudió la confusión de su cabeza y él mismo corrió con alguna rapidez. No obstante, estaba escasamente á medio camino de la nave cuando Kerk dio con la pasarela. Estaba ya desatada de la nave, pero los asombrados auxiliares cesaron de recogerla cuando el imponente hombretón subió los peldaños de un brinco.
En lo alto se volvió y disparó sobre los soldados que estaban atacando por la puerta abierta. Los soldados se detuvieron, recularon y devolvieron el fuego. Muy pocos dispararon sobre la figura de Jason, que corría desesperadamente.
La escena frente a Jason giraba a cámara lenta. Kerk permanecía en lo alto de la rampa, devolviendo el fuego serenamente, que enviaba a todo su alrededor. Podía haber encontrado resguardo en un instante a través de la portilla abierta detrás de él. La única razón por la cual permanecía allí era para cubrir a Jason.
—Gracias —dijo Jason, jadeante, mientras ganaba los últimos peldaños pasarela arriba, saltaba al otro lado del portillo y se desplomaba en el interior de la nave.
—No hay de qué —dijo Kerk mientras se unía a Jason, agitando la pistola para enfriarla.
Un malcarado oficial de la nave retrocedió fuera de la línea de fuego y los miró a los dos de arriba abajo.
—¿Y qué diablos está pasando aquí? —gruñó.
Kerk tocó el cañón de la pistola con el pulgar humedecido, luego soltó el arma de nuevo dentro de la pistolera.
—Somos honrados ciudadanos de otro sistema planetario que no han cometido ningún delito. Los salvajes de Cassylia son demasiado bárbaros como compañía civilizada. Por esto nos vamos a Darkhan —aquí están nuestros pasajes— en cuyo soberano territorio creo estamos en este momento.
Esto último fue añadido en beneficio del oficial cassyliano, que acababa de subir a lo alto de la pasarela y estaba levantando una pistola.
No podía culparse al soldado. El vio huir a los reclamados. A bordo, además, de una nave de Darkhan. Le invadió la ira y afianzó la pistola.
—¡Salgan de ahí, canallas! No escaparán tan fácilmente. Salgan despacio con las manos arriba o los destruyo.
Era un helado instante de tiempo que se alargaba más y más sin quebrarse. La pistola apuntaba a Kerk y Jason. Ninguno de ellos intentó coger su propia pistola.
La pistola se encogió un poquito cuando el oficial de la nave se movió, luego se fijó de nuevo sobre los dos hombres. El hombre de Darkhan no se había movido mucho, sólo había dado un paso a través de la compuerta. Esto bastó para situarlo junto a una especie de caja roja a ras de la pared. Con un sólo y rápido ademán, levantó la tapa de golpe y puso el pulgar sobre el botón del interior. Al tiempo que sonreía, sus labios se desconcharon para mostrar su dentadura. Se había decidido, y fue la arrogancia del oficial cassyliano lo que había sido el factor determinante.
—Dispare un solo tiro dentro de territorio de Darkhan y aprieto este botón —gritó—. Y usted sabe lo que hace este botón... Todas sus naves lo tienen también. Cometa un acto hostil contra esta nave y alguien apretará un botón. Cada varilla de control de la pila atómica de la nave saltará de su alojamiento y la mitad de su inmunda ciudad saltará por los aires por la explosión —la sonrisa del hombre corpulento estaba esculpida en su rostro y no había duda de que haría lo que decía—. Adelante, dispare. Creo que disfrutaría apretando esto.
La sirena de aviso de despegue estaba ululando ahora; la luz de la cerrada compuerta destellaba un airado mensaje desde el puente. Igual que cuatro actores de un horrendo drama, los hombres se encararon el uno con el otro un momento más.
Luego el oficial cassyliano, gruñendo con inexpresable y frustrada ira, se volvió y retrocedió hacia la pasarela con presteza.
—¡Pasajeros a la nave! Cuarenta y cinco segundos para despegar. ¡Despejen el aeropuerto! —el oficial de la nave cerró de golpe la tapa de la caja y la acerrojó mientras hablaba.
Apenas hubo tiempo para preparar las literas de aceleración antes que el «Pride of Darkhan» despegara.
CAPITULO V
Una vez la nave estuvo en órbita, el capitán envió a buscar a Jason y Kerk. Kerk tomó la palabra y fue enteramente franco en relación a las actividades de la noche anterior. El único hecho de importancia que excluyó fue la experiencia de Jason como jugador profesional. Bosquejó un bello cuadro de dos afortunados extranjeros a quienes las fuerzas malignas de Cassylia querían despojar de sus ganancias en el juego. La totalidad de esto se ajustaba a la imagen preconcebida del capitán acerca de Cassylia. En fin, felicitó a su oficial por la corrección de sus acciones y empezó la preparación de un largo informe a su gobierno. Cumplimentó a los dos hombres, dejándoles plena libertad en la nave.
Fue un viaje corto. Jason tuvo tiempo escasamente para coger el sueño antes que aterrizaran en Darkhan. No llevando equipaje, fueron los primeros en pasar el puesto de aduanas. Salieron del edificio justamente a tiempo para ver aterrizar otra nave en una distante hoya. Kerk se paró para observarla y Jason siguió su mirada. Era una nave gris y rayada. Con los gruesos contornos de una nave de carga, pero ostentando tantos grandes cañones como un crucero.
—La suya, por supuesto —dijo Jason.
Kerk hizo una señal afirmativa y empezó a andar en dirección a la nave. Mientras subía se abrió una de las compuertas pero no apareció nadie. En vez de ello una escala plegable descendió hasta el suelo, rechinando. Kerk trepó por ella y Jason lo siguió con aire displicente. De algún modo, sentía, esto superaba las conductas de no afectación y tontería.
Jason estaba habituándose, sin embargo, a los usos pyrranos. El recibimiento a bordo de la nave para el embajador fue sólo lo que esperaba. Nada. El propio Kerk cerró la compuerta y encontraron unas literas mientras sonaba la bocina con el toque de despegue. Los motores de retropropulsión rugieron y la aceleración crepitó sobre Jason.
Y no paró. En vez de ello se hizo más intensa, quitando el aire de los pulmones de Jason y la vista de sus ojos. Jason gritó pero no podía oír su propia voz por causa del estruendo dentro de sus oídos. Piadosamente, su conciencia se oscureció.
Cuando recobró el conocimiento la nave estaba a cero G. Jason mantuvo los ojos cerrados y dejó que el dolor se escurriera de su cuerpo. Kerk habló de repente; estaba junto a la litera.
—Es culpa mía, Meta, debiera haberle hecho saber que llevábamos un pasajero «uno—G» a bordo. Usted podía haber moderado un poquito su usual despegue rápido.
—No parece que le haya dañado mucho pero, ¿qué está haciendo aquí?
Jason percibió con agradable asombro que la segunda voz era la de una muchacha. Pero no le interesaba lo suficiente para tomarse la molestia de abrir sus doloridos ojos.
—Se dirige a Pyrrus. Traté de disuadirlo de ello, claro, pero no pude hacerle cambiar de opinión. Es una 1 lástima, también, quisiera haber hecho más por él. Es el que consiguió el dinero para nosotros.
—Oh, eso es horrible —dijo la muchacha. Jason se preguntó por qué era horrible. Esto no tenía sentido para su embotada mente—. Habría valido mucho más que se hubiera quedado en Darkhan —continuó la muchacha—. Es muy bien parecido. Creo que es una lástima que tenga que morir.
Eso era demasiado para Jason. Abrió un ojo a la fuerza, luego el otro. La voz pertenecía a una muchacha de unos veintiún años que estaba de pie junto a la litera, mirando a Jason con fijeza. Era hermosa.
Los ojos de Jason se abrieron más mientras se daba cuenta de que era muy hermosa, con la clase de hermosura que nunca había encontrado en los planetas del centro de la galaxia. Todas las mujeres que había conocido tenían un cutis pálido, hombros hundidos, rostros grises cubiertos de colorantes y tinturas. Eran el resultado de siglos en los que se habían permitido arraigar en la raza rasgos degenerativos, ya que el progreso de la medicina mantenía vivos más y más tipos no aptos para la supervivencia.
Esta muchacha era exactamente lo opuesto en todos los aspectos. Era el producto de la supervivencia en Pyrrus. La poderosa gravedad que producía protuberantes músculos en los hombres, daba una firme energía a los correosos músculos femeninos. La joven tenía el esbelto cuerpo de una diosa, un cutis color canela y un rostro perfectamente modelado. El cabello, muy corto, circundaba la cabeza como una diadema de oro. La única cosa no femenina en ella era la pistola que portaba en una abultada pistolera atada al antebrazo. Cuando vio abrirse los ojos de Jason le sonrió. Los dientes eran tan uniformes y tan blancos como Jason había esperado.
—Soy Meta, piloto de esta nave. Y usted debe ser...
—Jason dinAlt. Fue un miserable despegue, Meta.
—Realmente lo siento mucho —la muchacha rió—. Pero haber nacido en un planeta de dos G te hace un poquito inmune a la aceleración.
—Venga, Meta —dijo Kerk, dando un reservado gruñido—, echaremos un vistazo al cargamento. Parte del nuevo material tapará las brechas del perímetro.
—Oh, ciertamente —dijo la muchacha, palmoteando de contento—. Leí las posibilidades, son simplemente maravillosas.
Igual que una niña con un vestido nuevo. O una caja de bombones. Eso es tener simpatía hacia las bombas y los lanzallamas. Jason sonrió torcidamente a ese pensamiento mientras salía de la litera gruñendo. Los dos pyrranos se habían ido y Jason se arrastró penosamente a través de la puerta tras ellos.
Le llevó mucho tiempo encontrar el camino de la bodega de carga. La nave era grande y al parecer sin tripulación. Jason finalmente encontró a un hombre durmiendo dentro de una de las brillantemente iluminadas cabinas. Reconoció en él al conductor que les había pasado el coche en Cassylia. El hombre que un momento antes había estado durmiendo profundamente, abrió los ojos tan pronto como Jason penetró en la pieza. Estaba vigilante.
—¿Cómo llegaré a la bodega de carga? —preguntó Jason.
El otro le informó, cerró los ojos y se volvió a dormir al instante antes que Jason pudiese siquiera darle las gracias.
En la bodega, Kerk y Meta habían abierto algunas de las cajas y estaban riendo de gozo mientras examinaban el mortífero contenido. Meta, con un bote de presión en los brazos, se volvió hacia Jason en el momento en que éste trasponía la puerta.
—Mire esto —dijo la muchacha—. Este polvo de ahí dentro; para nosotros es absolutamente inofensivo. Sin embargo, es instantáneamente destructivo para todas las formas de vida vegetal... —se detuvo de repente como si se diera cuenta de que Jason no compartía su extremado placer—. Lo siento. He olvidado por un momento que usted no es un pyrrano. Por lo cual realmente no me comprende, ¿verdad?
Antes que Jason pudiera responder, el altavoz gritó el nombre de la muchacha.
—De prisa —dijo Meta—. Venga conmigo al puente mientras resuelvo las ecuaciones. Podemos hablar allí. Conozco tan poco de cualquier otro lugar fuera de Pyrrus que tengo una infinidad de preguntas para hacerle.
Jason la acompañó al puente donde la muchacha relevó al oficial de servicio y empezó a tomar las lecturas de los instrumentos. Parecía estar fuera de lugar entre los aparatos; era una vigorosa pero flexible figura con un sencillo mono espacial de una sola pieza. Sin embargo, no se podía negar la eficiencia con que manejaba su trabajo.
—Meta, ¿no es usted un poco joven para ser el piloto de una nave interestelar?
—¿Usted cree? —la muchacha reflexionó por un momento—. Realmente no sé qué edad deben tener los pilotos. Hace unos tres años que estoy pilotando y tengo casi veinte. ¿Es eso una edad menor de la usual?
Jason abrió la boca para hablar, luego rió.
—Supongo que todo depende del planeta del que uno es originario. En algunos lugares tendría usted dificultades para disponer de la autorización. Pero apuesto a que las cosas son diferentes en Pyrrus. Según sus normas usted debe tener la clasificación de anciana.
—Vamos, usted está bromeando —dijo serenamente Meta mientras introducía datos en el ordenador—. He conocido a señoras ancianas de algunos planetas. Están arrugadas y tienen el cabello blanco. No sé qué edad tienen; lo pregunté a una pero no quiso decírmelo. Sin embargo estoy segura que deben tener más años que ninguna de Pyrrus; nadie parece tan viejo allí.
—No quiero decir viejo en ese aspecto —Jason buscó la palabra justa tanteando—. No vieja, sino desarrollada, madura. Una persona adulta.
—Todos somos adultos —respondió Meta—. Al menos poco después de salir de los distritos. Y hacemos eso a los seis años. Mi primer hijo es adulto, y el segundo lo sería también, pero murió. Por tanto yo seguramente debo de serlo.
Eso parecía decidir el asunto para Meta, si bien Jason reflexionaba acerca de los extraños conceptos, y en el fondo qué existía detrás de sus palabras.
Meta introdujo los últimos datos, volviendo su atención a Jason.
—Me alegro que esté usted a bordo en este viaje, aun cuando siento que vaya a Pyrrus. Pero tendremos mucho tiempo para hablar, y hay tantas cosas que quiero preguntarle. Referente a otros planetas. Y por qué la gente va por ahí obrando del modo que lo hace. De ninguna manera como en nuestro país donde uno sabe todo el tiempo por qué la gente está haciendo las cosas —miró con ceño por encima del ordenador por un momento, luego restituyó su atención a Jason—. ¿Cómo es su planeta nativo?
Una tras otra asomaron a los labios de Jason las usuales mentiras que contaba a la gente, y las desechó. ¿Por qué molestarse en mentir a una muchacha a la cual realmente no le importaba si uno era siervo o noble? Para ella sólo había dos clases de gente en la galaxia. Pyrranos y el resto. Por primera vez desde que había huido de Porgorstorsaand dijo a alguien la verdad sobre su origen.
—¿Mi planeta nativo? Aproximadamente el final del ramal de vía férrea más sofocante y más aburrido del universo. Uno no puede creer en la ruinosa decadencia de un planeta que es primordialmente agrario, dividido en clases sociales y está completamente satisfecho de su propia existencia tediosa. No sólo no hay allí ningún cambio, sino que nadie desea cambiar. Mi padre era un labrador, por tanto yo habría sido labrador también, si hubiera escuchado el consejo de mis superiores. Era inconcebible, tanto como prohibido, que hiciera ninguna otra cosa. Y todo lo que yo quería hacer era contrario a la regla. Tenía quince años antes que aprendiera a leer, en un libro hurtado de un colegio liberal. Después, cuando me embarqué clandestinamente en una nave de carga para otros mundos a los diecinueve años, debí haber quebrantado todas las leyes del planeta. Felizmente. Salir de mi planeta nativo fue para mí como salir de la cárcel.
—No puedo imaginar un lugar como ese —dijo Meta, moviendo la cabeza al pensar en ello—. Pero estoy segura de que no me gustaría vivir allí.
—Seguro de que no le gustaría —dijo Jason sonriendo—. De modo que una vez que estuve en el espacio, sin conocimientos ni aptitudes para nada, erré de aquí para allá metiéndome en una cosa y otra. En esta era de la tecnología, yo estaba completamente fuera de lugar. Oh, supongo que podría haber prosperado en algún ejército, pero no valgo mucho para recibir órdenes. Todas las veces que jugué por dinero me fue bien, por tanto poco a poco me metí en ello de lleno. La gente es la misma en todas partes, de modo que me las arreglo para mantenerme muy bien dondequiera que vaya a parar.
—Sé lo que usted quiere decir tocante a que la gente es igual, pero es muy diferente —dijo Meta—. No soy clara en modo alguno, ¿verdad? Lo que quiero decir es que en nuestro planeta sé lo que la gente va a hacer y el por qué lo hace al mismo tiempo. Los habitantes de todos los otros planetas obran igualmente, como usted ha dicho, sin embargo se me hace muy difícil comprender por qué. Por ejemplo, me gusta probar la comida local cuando descendemos sobre un planeta, y si hay tiempo siempre lo hago. Hay bares y restaurantes cerca en todos los puertos espaciales, por tanto voy allá. Y siempre tengo molestias con respecto a los hombres. Quieren invitarme a beber, cogerme la mano.
—Bien, una muchacha sola en esos fonduchos de los puertos ha de esperar cierta cantidad de interés de los hombres.
—Oh, lo sé —dijo Meta—. Lo que no comprendo es por qué no escuchan cuando les digo que no me interesan y que se vayan. No hacen más que reír y acercarme una silla, usualmente. Pero he hallado que una sola cosa surte efecto dondequiera que esté. Les digo que si no cesan de molestarme les romperé un brazo.
—¿Los detiene eso? —preguntó Jason.
—No, por supuesto. Pero después de romperles el brazo se van. Y los otros no me molestan tampoco. Es mucho jaleo innecesario y la comida es normalmente muy mala.
Jason rió. Especialmente mientras se daba cuenta de que esta muchacha podía romperle un brazo a cualquier individuo de los puertos espaciales de la galaxia. Era una extraña mezcla de ingenuidad y energía, distinta a toda persona que nunca antes hubiera conocido. Otra vez se dio cuenta de que tenía que visitar el planeta que producía personas como ella y Kerk.
—Hábleme de Pyrrus —pidió Jason—. ¿Por qué usted y Kerk suponen automáticamente que cae» muerto tan pronto como llegue? ¿Cómo es el planeta?
—No se lo puedo explicar —dijo Meta
Todo calor había huido ahora de su rostro—. Tendrá que verlo por sí mismo. Sé eso después de visitar algunos de los otros mundos. Pyrrus no es semejante a nada de lo que la otra gente de la galaxia haya conocido jamás. Realmente no lo creerá hasta que sea demasiado tarde. ¿Quiere prometerme algo?
—No —respondió Jason—. Al menos hasta después que sepa lo que es y haya decidido.
—No salga de la nave cuando aterricemos. Usted estaría bastante seguro a bordo, y yo haré otro viaje de aquí a unas semanas.
—No quiero prometer nada de eso. Saldré cuando desee hacerlo —Jason sabía que sin duda había una razón para las palabras de la muchacha, pero se resentía de su automática superioridad.
Meta terminó su trabajo sin otra palabra. Había una tensión en el lugar que les impedía hablar a los dos.
Hasta el día siguiente Jason no volvió a ver a la muchacha, y entonces fue completamente por casualidad. Meta estaba en la cúpula de observación de los astros cuando Jason entró, levantando la vista hacia la oscuridad llena de chispas del móvil cielo. Por primera vez Jason la vio fuera de servicio, llevando alguna otra cosa que un mono de trabajo. Esto era una bata fina y suavemente reluciente que se ceñía a su cuerpo.
—Las estrellas son tan maravillosas —dijo Meta, son— riéndole—. Venga a ver.
Jason se paró cerca de la muchacha, levantando la vista. Los diseños extrañamente geométricos del móvil cielo le eran familiares, sin embargo tenían todavía la virtud de atraerlo. Aún más ahora. La presencia de Meta producía una turbadora diferencia en el sombrío silencio de la cúpula. Su ladeada cabeza casi reposaba sobre el hombro de Jason, la diadema del cabello eclipsando parte del cielo, el suave olor de él penetrando en las ventanas de su nariz.
Casi sin pensar, los brazos de Jason rodearon a la muchacha, sintiendo él la cálida solidez de la carne bajo la fina bata. Meta no se ofendió por ello, pues cubrió las manos de Jason con las suyas.
—Usted está sonriendo —dijo Meta—. También le gustan las estrellas.
—Mucho —respondió Jason—. Pero más que eso. Recuerdo la anécdota que me contó. ¿Quiere romperme un brazo, Meta?
—Por supuesto que no —dijo muy seriamente la muchacha, luego devolvió la sonrisa—. Usted me gusta, Jason. Aun cuando no sea pyrrano, me gusta mucho. Y he estado tan sola...
Cuando Meta levantó la vista hacia Jason, él la besó. La muchacha devolvió el beso con una pasión que no contenía vergüenza o falsa modestia.
—Mi cabina está aquí cerca, sólo hay que bajar al pasillo —dijo Meta.
CAPITULO VI
Después de eso estuvieron juntos constantemente. Cuando Meta estaba de servicio Jason llevaba la comida al puente y conversaban, Jason supo muy poco más de su mundo desde entonces; por acuerdo tácito no trataban el asunto. Jason hablaba de los diversos planetas que había visitado y de la gente que había conocido. Meta era una interesada oyente y el tiempo pasaba con rapidez. Gozaban el uno en la compañía del otro y estaba resultando un viaje maravilloso.
Luego terminó.
Había catorce personas a bordo de la nave, sin embargo Jason nunca había visto más de dos o tres a la vez. Había un turno de servicios fijo que observaban en la conducción de la nave. Cuando no estaban de servicio, los pyrranos atendían a lo suyo de una manera intensa y orgullosa. Sólo cuando la nave se estabilizó y el altavoz clamó «reunión» se juntaron todos ellos.
Kerk estaba dando órdenes para el aterrizaje y hacían repentinas preguntas de aquí y de allá. Todo ello era técnico y Jason no se molestó en seguirlo. Era la actitud de los pyrranos lo que atraía su atención. Su habla tendía a ser más rápida ahora tal como lo eran sus movimientos. Eran como soldados preparándose para una batalla.
Su igualdad causó impresión a Jason por primera vez. No es que parecieran iguales o hicieran las mismas cosas. Era la manera en que se movían y reaccionaban lo que causaba la notable semejanza. Eran como grandes y talludos gatos. Andaban de prisa, tiesos y prontos a saltar en todo momento, sus ojos no dejaban de moverse ni por un instante.
Jason trató de hablar a Meta después de la reunión, pero la muchacha era casi una extraña. Respondía con monosílabos y sus ojos no hacían frente a los de Jason, sólo los rodeaban. No había nada que Jason realmente pudiera decir, por tanto Meta se movió para irse. Jason empezó a sacar la mano para pararla, luego lo pensó mejor. Habría otras ocasiones para hablar.
Kerk era el único que prestó un poco de atención a Jason, y sólo para ordenarle que se dirigiera a una litera para protegerse de la aceleración.
Los aterrizajes de Meta eran infinitamente peores que sus despegues. Al menos mientras aterrizaba en Pyrrus. Había repentinas oleadas de aceleración en todas direcciones. En un momento hubo un descenso libre que parecía interminable. Había fuertes golpes contra el casco que hacían retemblar el armazón de la nave. Era más parecido a una batalla que a un aterrizaje y Jason se preguntaba cuanto de verdad habría en eso.
Cuando la nave finalmente aterrizó, Jason ni siquiera lo supo. Los dos G constantes eran como deceleración. Sólo el lento descenso del lamento de los motores de la nave lo convenció de que estaban en tierra. Desabrochar las correas e incorporarse le costó un gran esfuerzo.
Dos G no parecía ser tan malo. Al principio. Andar requería el mismo esfuerzo que se necesitaría para llevar en hombros a un hombre del mismo peso. Cuando Jason alzó el brazo para abrir el cerrojo de la puerta era tan pesado como dos brazos. Lentamente fue hacia la compuerta principal arrastrando los pies.
Todos estaban allí delante de él; dos de los hombres hacían rodar cilindros transparentes desde una habitación cercana. Por su peso manifiesto y el modo como resonaban cuando chocaban, Jason advirtió que estaban hechos de metal transparente. No podía imaginar ningún uso posible para ellos. Cilindros huecos de un metro de diámetro, más largos que un hombre. Cerrados por un extremo con goznes y precintos por el otro. Hasta que Kerk hizo girar el disco del precinto y abrió uno de ellos no se hizo evidente su uso.
—Métase —dijo Kerk—. Cuando esté encerrado dentro, le sacaremos de la nave.
—No, gracias —le dijo Jason—. No tengo ningún especial deseo de hacer un aterrizaje aparatoso en su planeta encerrado como un salchichón envasado.
—No sea necio —fue la rápida respuesta de Kerk—. Todos saldremos dentro de estos tubos. Hemos estado fuera demasiado tiempo para arriesgarnos a andar por la superficie sin readaptación.
Jason se sentía un poco tonto mientras observaba como los otros se metían dentro de los tubos. Escogió el más cercano, se deslizó en el interior de él con los pies primero, y cerró la tapa de un tirón. Cuando apretó el disco del centro, éste descendió a presión oprimiendo un precinto flexible. En el espacio de un minuto el contenido de C02 del cerrado cilindro subió y un regenerador de aire del fondo se puso en marcha zumbando fuertemente.
Kerk fue el último en entrar. Primero inspeccionó los precintos de todos los otros tubos, luego pinchó el escape del mecanismo de paro del flujo de aire. Mientras éste empezaba a girar, Kerk con rapidez se encerró en el cilindro restante. Los portillos interiores y exteriores se abrieron lentamente y una tenue luz se filtró dentro a través de un manto de sesgada lluvia.
Para Jason, toda la cosa parecía un anticlímax. Toda esta preparación para absolutamente nada. Largos e inquietos minutos pasaron antes que apareciera un camión de carga conducido por un pyrrano. Cargó los cilindros en el camión como un envío de cargamento inanimado. Jason tuvo la desdicha de viajar en el fondo de la pila de modo que no pudo ver absolutamente nada cuando arrancaron.
Hasta que los cilindros transportadores de hombres fueron descargados dentro de un lugar con paredes de metal, Jason no vio la primera muestra de vida nativa pyrrana.
El conductor del camión estaba cerrando una maciza puerta exterior cuando algo penetró por la entrada rápidamente y chocó con la lejana pared. A Jason le llamó la atención el movimiento; se fijó para ver qué era y entonces la cosa volante descendió en derechura hacia su rostro.
Olvidando que estaba protegido por la pared del cilindro de metal, Jason desvió su cabeza. El extraño ser o animalejo golpeó el transparente metal y se pegó a él. Jason tuvo la oportunidad para examinarlo con todo detalle.
Casi era demasiado horrible para creérselo. Como si fuera un portador de la muerte reducido a los mínimos elementos indispensables. Una boca que partía la cabeza en dos; hileras de dientes, serrados y afilados. Alas coriáceas y con los extremos terminados en garras y otras más largas en los miembros que rasgaban la pared metálica.
El terror invadió a Jason, mientras veía que las garras estaban haciendo estrías en el transparente metal. Dondequiera que la saliva de la criatura tocara, el metal se oscurecía y se desconchaba bajo la acometida de los dientes.
La lógica decía que esto eran sólo rasguños en la superficie del sólido tubo. No podían importar. Pero el ciego e irrazonable miedo hacía acurrucarse a Jason y apartarse tanto cuanto podía. Encogiéndose dentro de él, buscando escape.
Sólo cuando la criatura voladora empezó a disolverse, Jason se dio cuenta de cómo era el lugar por fuera. Cortinas de líquido salían de todos lados, cayendo en espesa lluvia hasta que los cilindros fueron cubiertos. Después de un último choque de sus garras, el animal pyrrano fue arrastrado por la presión. El líquido desapareció a través del suelo y siguieron un segundo y un tercer chaparrón.
Mientras los productos químicos eran bombeados, Jason luchó por contener sus emociones. Estaba sorprendido de sí mismo. Por muy horrendo que fuera el animalejo, no podía comprender el miedo que le pudo causar a través de la pared del tubo precintado. Su reacción fue enteramente desproporcionada a la causa. Aun con el animal destruido y fuera del alcance de su vista, necesitó de toda la fuerza de voluntad para calmar sus nervios y devolver su respiración a la normalidad.
Meta paseaba fuera y Jason se dio cuenta de que la operación de esterilización había finalizado. Abrió su propio tubo y salió penosamente. Meta y los otros se habían ido ya y sólo permanecía un desconocido de rostro de halcón, esperándolo.
—Soy Brucco, encargado de la readaptación. Kerk me ha dicho quién es usted; siento que esté aquí. Pero venga conmigo, necesito unas muestras de su sangre.
—Ahora me siento exactamente como en casa —dijo Jason—. La vieja hospitalidad pyrrana.
Brucco sólo gruñó y salió golpeando con los pies.
Jason lo siguió a lo largo de un pasillo que conducía a un laboratorio estéril.
La doble gravedad era fatigante, un constante esfuerzo para los doloridos músculos. Mientras Brucco hacía pruebas con la muestra de sangre, Jason descansaba. Se había casi sumido en un sueño penoso cuando Brucco regresó con una cubeta de frascos y agujas hipodérmicas.
—Asombroso —declaró—. Ni un solo anticuerpo en su suero que le pudiera servir en este planeta. Traigo una cantidad de antígenos aquí que lo harán sufrir como una bestia durante un día por lo menos. Quítese la camisa.
—¿Han hecho esto con frecuencia? —preguntó Jason—. Quiero decir ¿desangrar de ese modo a un extranjero para que pueda gozar de los placeres de su mundo?
Brucco le pinchó con una aguja que parecía como si royera el hueso.
—No a menudo, seguro que no. La última vez fue hace años. Media docena de investigadores de algún instituto, dispuestos a pagar bien por la oportunidad de examinar las formas de vida locales. No nos negamos. Siempre necesitamos dinero de curso legal en la galaxia.
—¿Cuántos de ellos vivieron? —musitó vagamente Jason. Ya empezaba a sentirse aturdido a causa de las inyecciones.
—Uno solo. Lo sacamos a tiempo. Les hicimos pagar por adelantado, por supuesto.
Al principio Jason creyó que el pyrrano estaba bromeando. Luego recordó que tenían muy poco sentido del humor. Si una mitad de lo que Meta y Kerk le habían dicho era cierto, la relación de seis a uno no era mala en modo alguno.
Había una cama en la sala contigua y Brucco lo ayudó a dirigirse a ella. Jason se sentía narcotizado y probablemente lo estaba. Se sumió en un sueño profundo y en un ensueño.
Miedo y odio. Se mezclaban a partes iguales y caían sobre su ánimo poniéndole los nervios al rojo vivo. Si era un sueño, no quería volver a dormir nunca más. Si no era un sueño, quería morir. Intentó luchar contra él, pero sólo se sumió más profundamente. No había principio ni fin al miedo y ningún modo de escapar.
Cuando Jason recobró el conocimiento, no podía recordar ningún detalle de la pesadilla. Sólo el miedo permanecía. Estaba empapado de sudor y le dolían todos los músculos. Debió haber sido la gran cantidad de inyecciones, juzgó finalmente; eso y la brutal gravedad. La reflexión no le quitó el sabor del miedo de la boca, sin embargo.
Brucco metió la cabeza por la puerta y miró a Jason de arriba abajo.
—Creía que se había muerto —dijo—. Ha dormido una buena hora. No se mueva. Traeré algo para que se recupere.
La recuperación vino en forma de otra aguja y un vaso de líquido de mal aspecto. Le calmó la sed, pero le hizo sentir un hambre atroz.
—¿Quiere comer? —preguntó Brucco—. Apuesto a que sí. He acelerado su metabolismo para que se fortalezca más de prisa. Es la única manera de vencer a la gravedad. Sin embargo, le produce a uno mucho apetito por algún tiempo.
Brucco comió al mismo tiempo y Jason tuvo una oportunidad para hacer algunas preguntas.
—¿Cuándo tendré ocasión para observar su fascinante planeta? Hasta ahí este viaje ha sido tan interesante como una estancia en la cárcel
—Sosiéguese y goce de la comida. Probablemente pasarán unos meses antes que pueda salir fuera. Si es que puede hacerlo algún día.
—¿Podría quizás explicarme por qué? —Jason sintió que su mandíbula colgaba y la cerró con un chasquido.
—Por supuesto. Usted tendrá que pasar por el mismo curso de instrucción que siguen nuestros niños. Esto les ocupa seis años. Claro, son sus primeros seis años de vida. Por tanto uno creería que usted, como adulto, podría aprender más de prisa. Pero, por otra parte, ellos tienen la ventaja de la herencia. Todo lo que puedo decir es que usted saldrá de estos edificios sellados cuando esté preparado.
Brucco había terminado de comer mientras hablaba, y estuvo allí mirando a los desnudos brazos de Jason con creciente desazón.
—La primera cosa que debemos conseguirle es una pistola. Me pone enfermo ver a alguien desarmado.
Por supuesto, Brucco llevaba su propia pistola continuamente, aun dentro de los edificios sellados.
—Cada arma es adecuada a su poseedor y sería inservible para cualquier otra persona —dijo Brucco—. Le mostraré por qué —condujo a Jason hacia una armería atestada de armas mortíferas—. Meta el brazo aquí mientras hago los ajustes.
Era una máquina semejante a una caja con una sujeción de pistola al lado. Jason agarró la sujeción y apoyó el codo sobre una abrazadera metálica. Brucco fijó unos sensores que tocaban su brazo, luego copió los resultados de los medidores. Leyendo las cifras de la lista, entresacó diversos componentes de los arcones y prontamente montó una pistolera y una pistola. Con la pistolera atada al antebrazo y la pistola en la mano, Jason observó por primera vez que estaban unidas por un cable flexible. La pistola se ajustaba perfectamente a su mano.
—Este es el secreto de la pistolera —dijo Brucco, golpeando ligeramente el cable flexible—. Está totalmente flojo mientras uno está usando el arma. Pero cuando se quiere devolverla a la pistolera...
Brucco hizo un ajuste y el cable se convirtió en varilla que arrebató la pistola de la mano de Jason y la suspendió en el aire.
—Luego el retorno —el tenso cable zumbó y lanzó de nuevo la pistola dentro de la pistolera—. La acción de extracción es lo contrario de esto, por supuesto.
—Un magnífico artefacto —dijo Jason—. Pero ¿cómo la saco? ¿He de silbar o hacer algo parecido para que la pistola salga de sopetón?
—No, no es de mando sónico —respondió Brucco con semblante tranquilo—. Es mucho más exacto que eso. Ahora, use la mano izquierda y coja la culata de una pistola imaginaria. Atiese el dedo del gatillo. ¿Nota el molde de los tendones de la muñeca? Los impulsores sensitivos tocan los tendones de su muñeca derecha. Ignorando todas las señales excepto 1a que dice «mano dispuesta para recibir la pistola». Después de algún tiempo el mecanismo se hace completamente automático. Cuando uno quiere la pistola, la tiene en la mano. Cuando no, está en la pistolera.
Jason hizo los movimientos para cogerla con la mano derecha, torciendo el dedo índice. Sintió un repentino y quebrantador dolor en la mano y hubo un fuerte rugido. La pistola estaba en su mano —la mitad de los dedos estaban entumecidos— y el humo se alzaba en espirales del cañón.
—Por supuesto sólo hay cartuchos sin bala en la pistola hasta que uno sepa manejarla. Las pistolas están siempre cargadas. No hay mecanismo de seguridad. Observe la falta de una guarda para el gatillo. Eso le permite a uno doblar el dedo sobre el gatillo un poquito más cuando se saca el arma de manera que la pistola dispare en el mismo instante en que alcanza la mano.
Era sin duda el arma más asesina que Jason hubiera manejado nunca, tanto como la más difícil de usar. Enfrentándose al ardiente dolor de los músculos causado por la fuerte gravedad, Jason pugnó por dominar el diabólico ingenio. Tenía un irritante modo de desaparecer dentro de la pistolera cuando Jason estaba a punto de apretar el gatillo. Aún era peor su tendencia a salir con ímpetu antes que uno estuviera completamente preparado. La pistola escapaba hacia el lugar donde debiera estar la mano. Si los dedos no estaban correctamente colocados, eran empujados violentamente a un lado. Jason suspendió el ejercicio sólo cuando toda su mano fue una lívida abolladura.
El dominio completo llegaría con el tiempo, pero Jason podía ya comprender por qué los pyrranos nunca se separaban de sus pistolas. Sería como separarse de una parte del propio cuerpo. El movimiento de la pistolera a la mano era demasiado rápido para que Jason lo detectara. Era ciertamente más rápido que la corriente nerviosa que conformaba a la mano en la posición de sujeción de la pistola. Para todos los fines prácticos era como tener un rayo en la punta del dedo. Apúntese el dedo y «pum», he ahí la explosión.
Brucco había dejado que Jason practicara solo. Cuando su mano doliente no pudo asir más, Jason paró y se marchó hacia su propia habitación. Al doblar un ángulo, tuvo un rápido vislumbre de una figura familiar que se desviaba de él.
—¡Meta! ¡Espera un momento! Quiero hablarte. La muchacha se volvió impaciente mientras Jason subía arrastrando los pies, andando tan de prisa como podía con la duplicada gravedad. Todo en Meta parecía diferente de la muchacha que había conocido en la nave. Llevaba unas gruesas botas que llegaban a la altura de las rodillas, su cuerpo estaba oculto bajo abultados pantalones de algún tejido metálico. La ajustada cintura era realzada por una especie de cartuchera. Su misma expresión era fríamente esquiva.
—Te he echado de menos —dijo Jason—. No me había dado cuenta que estabas en este edificio —trató de coger su mano pero Meta la puso fuera de su alcance.
—¿Qué es lo que quieres? —preguntó Meta.
—¡Qué es lo que quiero! —repitió Jason con ira poco encubierta—. Soy Jason, ¿me recuerdas? Somos amigos. Está permitido que los amigos se hablen sin «querer» nada.
—Lo que ocurrió en la nave no tiene nada que ver con lo que ocurre en Pyrrus —Meta se adelantó impaciente mientras hablaba—. He terminado mi reacondicionamiento y debo volver al trabajo. Tú permanecerás aquí dentro de los edificios sellados, de modo que no te veré.
—¿Por qué no te quedas con el resto de los niños? Eso es lo que tu tono implica. Y no intentes salir. Hay algunas cosas que tenemos que arreglar primero.
Jason se equivocó sacando la mano para detener a Meta. Realmente no supo lo que ocurrió después. En un momento estaba de pie; en el momento siguiente caía al suelo, abierto de brazos y piernas. Su espalda estaba muy magullada, y Meta había desaparecido pasillo abajo.
Mientras regresaba a su propio cuarto cojeando, Jason maldecía en voz baja. Cayendo sobre la dura cama, trató de recordar en primer lugar las razones que lo habían traído aquí.
Y las comparó con la continua tortura de la gravedad, los sueños llenos de terror que ella sugería, el automático desprecio de esta gente para todo forastero.
Rápidamente reprimió la creciente tendencia a compadecerse a sí mismo.
Según las normas pyrranas, él era débil y desmañado. Si quería que tuvieran un mejor concepto de él debería cambiar mucho.
Rendido de fatiga se sumió en seguida en un pesado sueño, que fue interrumpido sólo por el vivo pavor de sus pesadillas.
CAPITULO VII
Por la mañana Jason despertó con un fuerte dolor de cabeza y la sensación de que no había dormido. Mientras tomaba una parte de los cuidadosamente dosificados estimulantes que le había dado Brucco, se preguntó otra vez sobre la combinación de factores que llenaban su sueño con tales horrores.
—Coma aprisa —le dijo Brucco cuando se reunieron en el comedor—. No puedo dedicar más tiempo para su instrucción individual. Se unirá a las clases regulares y seguirá los cursos establecidos. Sólo venga a mí si hay algún problema especial que los instructores o entrenadores no sepan manejar.
Las clases, como Jason debiera haber esperado, se componían de niños pequeños de rostro severo. Con sus macizos cuerpos y maneras serías, eran fácilmente identificables como pyrranos. Pero eran, sin embargo, lo bastante niños para considerar muy divertido tener un adulto en las clases. Acurrucado detrás de uno de los menudos pupitres, el coloradote Jason no lo consideraba ciertamente como una broma.
Toda semejanza con una escuela normal terminaba en la forma física de la sala de enseñanza. Por un lado, todos los niños —por pequeños que fueran—llevaban una pistola encima. Y los cursos estaban enteramente involucrados con la supervivencia. La única calificación posible en una asignatura como ésta era del ciento por ciento y los estudiantes repetían la lección hasta que la habían aprendido perfectamente. No se daban cursos de las materias escolares normales. Probablemente éstas eran estudiadas después que el niño se graduaba en la escuela de supervivencia y podía hacer frente solo al mundo. Lo cual era una lógica y serena manera de considerar las cosas. En verdad, la lógica y la sangre fría podían definir toda la actividad pyrrana.
La mayor parte de la mañana la empleó en el manejo y estudio de uno de los medikits que estaban sujetos alrededor de la cintura. Este era un analizador de infección y veneno que se ajustaba sobre una herida de punción. Si estaban presentes toxinas, el antídoto era automáticamente inyectado en el sitio. Sencillo de manejar pero increíblemente complejo en su estructura. Puesto que todos los pyrranos reparaban su propio equipo —uno sólo podía culparse a sí mismo si fallaba— tenían que aprender la construcción y reparación de todos los aparatos. Jason lo hizo mucho mejor que los pequeños estudiantes, aun cuando el esfuerzo lo fatigó.
Por la tarde, Jason hizo su primera práctica con un aparato de adiestramiento. Su instructor era un muchacho de doce años, cuya fría voz no ocultaba su desprecio para el débil habitante de otro mundo.
—Todos los aparatos de adiestramiento son duplicados físicos de la verdadera superficie del planeta, alterada constantemente a medida que cambian las formas de vida. La única diferencia entre ellas es el distinto poder de destrucción. Esta primera máquina que usted probará es por supuesto la misma en la cual son iniciados los nenes...
—Usted es demasiado amable —murmuró Jason—. Su halago me confunde.
El instructor continuó, no haciendo caso de las interrupciones.
—...dentro de la cual son metidos los nenes tan pronto como pueden arrastrarse. Es real en apariencia si bien está completamente desactivada.
Aparato de adiestramiento era una palabra inexacta, Jason se dio cuenta de ello mientras entraban por la maciza puerta. Esto era un pedazo del mundo exterior duplicado en una inmensa cámara. Jason no necesitó sustraerse mucho a la realidad para olvidar el pintado techo y el sol artificial arriba en lo alto e imaginarse a sí mismo al aire libre por fin. La escena parecía bastante apacible. Aun cuando unas nubes amontonándose sobre el horizonte amenazaban con una violenta tempestad pyrrana.
—Usted debe pasear por ahí y examinar las cosas —dijo a Jason el instructor—. Cuando quiera que toque algo con la mano, se le informará de ello. De este modo...
El muchacho se inclinó y empujó con el dedo una brizna de la blanda hierba que cubría el suelo. Inmediatamente una voz gruñó desde unos ocultos altavoces:
—Hierba venenosa. Hay que llevar botas en todas las ocasiones.
Jason se hincó y examinó la hierba. La brizna tenía en la punta un duro y reluciente gancho. Se dio cuenta con un sobresalto que todas las simples briznas de hierba eran iguales. El suave y verde prado era una alfombra de muerte. Mientras se enderezaba, vislumbró algo debajo de una planta de anchas hojas. Un animal agazapado cubierto de escamas, cuya ahusada cabeza terminaba en un largo espolón.
—¿Qué es eso del fondo de mi jardín? —preguntó Jason—. Ustedes ciertamente dan a los nenes agradables compañeros de juego.
Jason se volvió y se dio cuenta que estaba hablando al aire; el instructor se había ido. Se encogió de hombros y acarició el escamoso monstruo.
—Un diablo cornudo —dijo la voz impersonal desde el aire—. La ropa y el calzado no son ninguna protección. Mátelo.
Un vivo estampido quebró el silencio mientras la pistola de Jason se disparaba. El diablo cornudo cayó de costado, programado para reaccionar al cartucho sin bala.
—Bien... estoy aprendiendo —dijo Jason, y la idea lo complació.
La palabra «mátelo» había sido usada por Brucco mientras le enseñaba a manejar la pistola. Su estímulo había alcanzado un nivel inconsciente. Jason fue consciente de querer disparar sólo después que hubo oído el tiro. Su respeto para las técnicas de adiestramiento pyrranas subió.
Jason pasó una tarde realmente desagradable vagando por el jardín de los horrores de los niños. La muerte estaba en todas partes. A pesar de que todo el tiempo la voz impersonal le dio severos avisos en lenguaje sencillo. Así Jason pudo protegerse, más bien que ser destruido. No había creído que la muerte violenta pudiera llegar en tantas formas repulsivas. Aquí todo era mortífero para el hombre, desde el insecto más pequeño hasta la planta más grande.
Tal unidad de propósito parecía completamente antinatural. ¿Por qué era este planeta tan contrario a la vida humana? Jason hizo una anotación mental para preguntarlo a Brucco. Mientras tanto trató de encontrar una forma de vida que no estuviera ávida de su sangre. No lo consiguió. Tras una larga búsqueda, encontró la única cosa que cuando se la tocaba no atraía un aviso mortal. Era un trozo de roca que sobresalía de un prado de hierba venenosa. Jason se sentó sobre ella con una agradable sensación y levantó los pies del suelo. Un oasis de paz. Pasaron unos minutos mientras proporcionaba descanso a su cuerpo abrumado por la gravedad.
—¡HONGOS PUDRIENDOSE! ¡NO LOS TOQUE!
La voz sonó a dos veces su volumen habitual y Jason saltó como si hubieran disparado sobre él. La pistola estaba en su mano, buscando un blanco. Sólo cuando se inclinó y miró con suma atención a la roca donde había estado, comprendió. Había manchas parduscas que no estaban allí cuando se sentó.
—¡Oh, diablos tramposos! —gritó al artificio—, ¡A cuántos niños habéis ahuyentado de esa roca después de que creyeron haber encontrado un poco de paz!
Jason se resentía de la falsedad de la pista de condicionamiento, pero la respetaba al mismo tiempo. Los pyrranos aprendían muy tempranamente en la vida que no había seguridad en este planeta, excepto la que se proporcionaban ellos mismos.
Al mismo tiempo que se instruía sobre Pyrrus, Jason estaba adquiriendo también una nueva percepción de la naturaleza interior de los pyrranos.
CAPITULO VIII
Los días se convertían en semanas en la escuela, separada del mundo exterior. Jason casi se enorgullecía de su capacidad para tratar con la muerte. Reconocía a todos los animales y plantas del jardín de infancia y había ascendido a monitor donde las bestias hacían cargas asesinas contra él. La pistola eliminaba a los agresores con aburrida regularidad. Las continuas clases diarias empezaban a aburrirlo también.
Aun cuando la gravedad todavía lo oprimía, sus músculos estaban haciendo grandes esfuerzos para adaptarse. Después de las clases diarias, Jason ya no se hundía inmediatamente en la cama. Sólo las pesadillas empeoraban. Finalmente las había mencionado a Brucco, el cual mezcló un brebaje que les quitó la mayor parte de su terrorífico efecto. Los sueños continuaban todavía pero Jason era sólo vagamente consciente de ellos al despertar.
Cuando Jason hubo superado todos los artilugios que mantenían vivos a los pyrranos llegó a dominar un simulador de lo más realista, separado tan sólo por el grueso de un cabello de lo real. La diferencia era la calidad. El veneno de los insectos producía hinchazón y dolor en lugar de muerte inmediata. Los animales podían hacer magulladuras y herir su carne, pero no llegaron a desgarrar sus miembros. No te podían matar en este simulador, pero ciertamente podía acercarse mucho a ello.
Jason vagaba por esta vasta y peripatética selva con el resto de los niños de cinco años. Había algo un poquito jocoso, triste, sin embargo, en el horror nada infantil de los pequeños. Si bien todavía podían reír dentro de su vivienda, se daban cuenta de que no había alegría afuera. Para ellos la supervivencia estaba enlazada con lo deseable y la aceptación social. De esta manera Pyrrus era una sencilla sociedad en blanco y negro. Para demostrar su valía a sí mismo y a su mundo, uno sólo tenía que permanecer vivo. Esto tenía gran importancia para la supervivencia de la raza, pero producía efectos embrutecedores en la personalidad individual. Los niños se convertían en asesinos, de gestos constantemente avizores para eludir la muerte.
Algunos de los niños se graduaban en el mundo exterior y otros ocupaban sus puestos. Jason observó este trasiego por algún tiempo antes de que se diera cuenta que la totalidad de los del grupo original con los cuales él había entrado se habían ido. Ese mismo día buscó al jefe del centro de adaptación.
—Brucco —preguntó Jason—, ¿cuánto tiempo piensan retenerme en esta galería de tiro para párvulos?
—No lo estamos «reteniendo» aquí —le dijo Brucco en su usual tono irritado—. Estará aquí hasta que consiga tener la suficiente habilidad para sobrevivir en el exterior.
—Lo que tengo es la divertida sensación de que nunca seré lo bastante bueno a sus ojos. Ahora puedo desmontar y montar de nuevo todos sus malditos artefactos en la oscuridad. Soy un certero tirador con este cañón. En este mismo momento, si tuviera que hacerlo, podría escribir un libro sobre la flora y la fauna completas de Pyrrus, y cómo destruirlas. Pero tengo la idea de que hago un trabajo casi tan bueno ahora como nunca lo haré. ¿Es eso cierto?
—Creo, es decir, usted sabe que no nació aquí, y... —Brucco se retorció con el esfuerzo para ser evasivo, pero no acertó.
—Vamos, vamos —dijo Jason gozosamente—. Un serio y viejo pyrrano como usted no debiera tratar de mentir a uno de las razas más débiles, especializado en esa clase de cosa. No hay que decir que siempre seré débil con esta gravedad, así como que tengo otros impedimentos innatos. Lo reconozco. Pero no estamos hablando de eso, ahora. La cuestión es: ¿Mejoraré con más adiestramiento, o he alcanzado ya el punto máximo de mi propio desarrollo?
—Con el curso del tiempo habrá mejoras por supuesto... —Brucco empezaba a sudar.
—¡Astuto demonio! —clamó Jason, meneando ligeramente un dedo hacia el hombre—. Diga sí o no, ahora. ¿Adelantaré actualmente con más adiestramiento?
—No —dijo Brucco y aún parecía estar conturbado. Jason lo tanteaba como en una jugada de póker.
—Ahora consideremos eso. No adelantaré, sin embargo aún estoy pegado aquí. Eso no es una casualidad. De modo que le deben haber ordenado que me retenga. Y por lo que he visto de este planeta, he de reconocer que muy poco, diría que fue Kerk quien le ordenó que me retuviera aquí. ¿Es eso cierto?
—Kerk sólo lo ha estado haciendo por su propia seguridad —dijo Brucco—. Procurando mantenerlo vivo.
—La verdad ha salido —dijo Jason—. Por tanto olvidémonos ahora de ello. No vine aquí para destruir robots con su progenie. Así que haga el favor de indicarme la puerta de la calle. ¿O es que hay alguna ceremonia de graduación, primero? Discursos, entregas de diplomas, sables en lo alto...
—Nada parecido a eso —interrumpió Brucco—. No comprendo cómo un hombre hecho y derecho como usted puede decir tantas tonterías todo el tiempo. No hay nada de eso, por supuesto. Sólo algún trabajo final en una parte de la cámara de supervivencia. Es una casa cercada unida al exterior a excepción de que están excluidas las formas de vida más violentas. Y aún algunas de esas se las arreglan para encontrar la entrada de vez en cuando.
—¿Cuándo salgo?—preguntó abruptamente Jason. —Mañana por la mañana. Procure primero descansar bien esta noche. Lo necesitará.
Hubo un cierto aire ceremonial en la graduación. Cuando Jason entró en el despacho por la mañana, Brucco deslizó un macizo cargador para pistola a través de la mesa.
—Estas son balas reales —dijo—. Estoy seguro que las necesitará. A partir de este momento la pistola siempre estará cargada.
Salieron hacia una gruesa compuerta de aire, la única puerta con cerrojos que Jason había visto en el centro.
Mientras Brucco la abría y retiraba los cerrojos, un serio muchacho de ocho años con una pierna vendada subió cojeando.
—Este es Grif —dijo Brucco—. Permanecerá con usted, adonde quiera que vaya, de ahora en adelante.
—¿Mi guardia de corps personal? —preguntó Jason, mirando con desprecio al rechoncho muchachito que escasamente alcanzaba su pintura.
—Podría llamarlo así —dijo Brucco, haciendo girar la puerta—. Grif se lió con un ave de sierra, por tanto no podrá hacer ningún trabajo efectivo por algún tiempo. Usted mismo ha reconocido que nunca podrá igualarse a un pyrrano, de modo que debiera alegrarse por tener un poco de protección.
—Siempre dos palabras amables, así es usted, Brucco —dijo Jason.
Se inclinó y estrechó la mano al muchachito. Hasta los niños de ocho años daban un apretón de manos que quebrantaba los huesos.
Los dos pasaron por la compuerta y Brucco cerró de golpe la puerta interior detrás de ellos. Tan pronto como estuvo cerrada, la puerta exterior se abrió automáticamente. Estaba abierta sólo en parte cuando la pistola de Grif rugió dos veces. Luego salieron a la superficie de Pyrrus, atravesando el humeante cuerpo de uno de los animales. Muy simbólico, pensó Jason. Le preocupaba también el comprobar que no sólo no había pensado que pudiera entrar algo, sino que ni siquiera podía identificar la bestia por sus restos carbonizados. Miró alrededor cuidadosamente, esperando que podría disparar el primero la próxima vez.
Esta fue una vana esperanza. Las pocas bestias que aparecían en su camino eran siempre vistas primero por el muchacho. Después de una hora de esto, Jason estaba tan irritado que destruyó de un tiro una planta espinosa de aspecto maligno. Esperaba que Grif no lo miraría con demasiada atención. Por supuesto el muchacho lo hizo.
—Esa planta no estaba cerca. Es estúpido malgastar buena munición con una planta —dijo Grif.
No hubo ninguna molestia verdadera durante el día. Jason acabó aburriéndose, aun cuando estaba empapado por los frecuentes chubascos. Si Grif era hábil para mantener una conversación, no lo demostró. Todos los intentos de Jason fallaron. El día siguiente transcurrió del mismo modo. Al tercer día, apareció Brucco y miró a Jason cuidadosamente de arriba a abajo.
—No me gusta decirlo, pero supongo que está usted tan preparado para irse ahora como lo estará siempre.
Cambie los tapones de la nariz para filtro de virus todos los días. Revise siempre las botas por si hay rasgaduras. Los repuestos de medikits deben renovarse una vez a la semana.
—Y limpiarme las narices y llevar calzoncillos. ¿Algo más? —preguntó Jason.
Brucco empezó a decir algo, luego cambio de opinión.
—Nada que usted no debiera saber bien ya. Manténgase alerta. Y... buena suerte.
Brucco acompañó estas palabras con un triturante apretón de manos que fije totalmente inesperado. Tan pronto como el entumecimiento abandonó su mano, Jason y Grif salieron por la gran compuerta de entrada.
CAPITULO IX
Por muy reales que fueran las cámaras de adiestramiento no habían preparado a Jason para la superficie de Pyrrus. Había la semejanza básica, por supuesto. La sensación de hierba venenosa debajo de los pies y el errático vuelo de un ave de aguijón en el último instante antes que Grif la abatiera de un tiro. Pero estas cosas apenas se notaban con el fragor de los elementos alrededor de él.
Estaba cayendo un fuerte aguacero, más parecido a una cortina de agua que a un conjunto de gotas sueltas. Vivas ráfagas de viento la rasgaban, lanzando el diluvio al rostro de Jason. Jason se aclaró los ojos y escasamente pudo distinguir las formas cónicas de dos volcanes en el horizonte, que vomitaban nubes de humo y llama. El reflejo de este infierno era una sombría rojez sobre las nubes que pasaban velozmente en grandes masas por encima de ellos.
Hubo un golpeteo sobre su casco y algo saltó para salpicar el suelo. Jason se dobló y recogió una piedra de granizo tan gruesa como su pulgar. Una repentina racha de granizo batió dolorosamente su espalda y cuello; Jason se enderezó de prisa.
Tan repentinamente como empezara, cesó la tormenta. El sol era abrasador, derritiendo las piedras de granizo y enviando espirales de vapor hacia arriba desde la calle húmeda. Jason sudaba dentro de su ropa acorazada. Pero antes que hubiera andado una manzana, estaba lloviendo otra vez y Jason temblaba de frío.
Grif caminaba con firmeza y siempre al mismo ritmo, indiferente a la climatología cambiante y a los volcanes que rugían sobre el horizonte y hacían retemblar el suelo bajo sus pies. Jason procuraba no hacer caso de su malestar e igualar el paso del muchacho.
El paseo era deprimente. Las macizas y achaparradas casas lucían parduscas a través de la lluvia, más de la mitad de ellas en ruinas. Seguían una vía peatonal en medio de la calle. A ambos lados de ellos pasaban los ocasionales camiones blindados. La acera del medio de la calle extrañó a Jason, hasta que Grif derribó algo que salió con violencia de entre las ruinas de una casa en dirección a ellos. La situación central les daba alguna oportunidad para ver lo que se estaba acercando. De repente Jason se sintió muy cansado.
—Supongo que no habrá nada parecido a un taxi en este planeta —dijo.
Grif sólo miró azorado y frunció el ceño. Era obvio que nunca antes había oído la palabra. Por tanto siguieron caminando con esfuerzo, el muchacho reculando al paso tenaz de Jason. En el espacio de media hora, habían visto todo lo que Jason quería ver.
—Grif, esta ciudad suya está ciertamente descuidada. Espero que las otras estén en mejor estado.
—No sé qué quiere usted decir con descuidada. Pero no hay otras ciudades. Algunas minas situadas fuera del perímetro. Pero ninguna otra ciudad.
Esto sorprendió a Jason. Siempre había imaginado al planeta con más de una ciudad. De repente se dio cuenta que había muchas cosas que ignoraba sobre Pyrrus. Desde el aterrizaje había empleado todo su esfuerzo en los cursos de supervivencia. Había una gran cantidad de preguntas que quería hacer, pero a otra persona que no fuese su refunfuñante guardia de corps de ocho años. Había una persona que estaría más capacitada para decirle lo que quería saber.
—¿Conoces a Kerk? —preguntó al muchacho—. Al parecer es embajador para muchos lugares pero su último nombre...
—Ciertamente, todos conocen a Kerk. Pero está atareado, usted no debiera molestarlo.
—Puedes ser vigilante de mi cuerpo —dijo Jason, meneando un dedo hacia el muchachito—. Pero no eres vigilante de mi alma. Es decir que yo hago de cebo y tú continúas para matar a los monstruos. ¿Está bien?
Se resguardaron de una repentina tormenta de piedras de granizo del tamaño del puño. Luego, con poca educación, Grif mostró el camino hacia uno de los mayores edificios del centro. Había más gente allí y algunas personas hasta miraron a Jason de soslayo por un momento, antes de volver a sus ocupaciones. Jason subió penosamente dos tramos de escalera antes que llegaran a una puerta con un letrero que decía: COORDINACION Y SUMINISTROS.
—¿Está Kerk ahí dentro? —preguntó Jason.
—Ciertamente —le dijo el muchacho—. Está encargado de eso.
—Excelente. Ahora te tomas una buena bebida fría o el almuerzo o algo, y te reúnes conmigo dentro de un par de horas. Me imagino que Kerk puede cuidar de mí y hacer ese trabajo tan bien como tú.
El muchacho se detuvo indeciso por unos segundos, luego se desvió. Jason se secó un poco más de sudor y abrió la puerta con un empujón, pasando adentro.
Había un puñado de personas en el despacho al otro lado. Ninguna de ellas levantó la vista hacia Jason y le preguntó que quería. Todo tiene un objeto en Pyrrus. Si Jason venía aquí, debía tener una buena razón. Nadie pensaría en modo alguno preguntarle qué asunto lo traía. Jason, acostumbrado a la pequeña burocracia de un millar de mundos, esperó por unos momentos antes de comprenderlo. Sólo había otra puerta en la sala, en la distante pared. Jason se dirigió a ella arrastrando los pies y la abrió.
—Me estaba preguntando cuándo se dejaría usted ver —dijo Kerk, levantando la vista de una mesa cubierta de papeles.
—Mucho antes si usted no lo hubiera impedido —le dijo Jason mientras se sentaba fatigadamente en una silla—. Al fin me di cuenta que podía pasar el resto de mi vida en su cruel escuela de párvulos si no hacía algo sobre ello. Por lo tanto aquí estoy.
—¿Preparado para regresar a los mundos «civilizados», ahora que ha visto bastante de Pyrrus?
—No —dijo Jason—, Y me estoy cansando de que todos digan que me marche. Empiezo a creer que usted y el resto de los pyrranos están tratando de ocultar algo.
—¿Qué podríamos tener para ocultar? —Kerk sonrió ante la idea—. Dudo que ningún planeta tenga una existencia tan simple y unidireccional como la nuestra.
—Si eso es verdad, ciertamente no tendrá inconveniente en contestar unas cuantas preguntas directas sobre Pyrrus, ¿eh?
Kerk empezó a protestar, luego rió.
—Bien hecho. Debiera saber ya que es inútil discutir con usted. ¿Qué quiere saber?
Jason trató de encontrar una posición cómoda en la dura silla, luego desistió.
—¿Cuál es la población de su planeta? —preguntó. Kerk vaciló por un momento, luego dijo: —Aproximadamente treinta mil. No es mucho para un planeta que hace tanto tiempo que está habitado pero la razón de eso es obvia.
—Bien, una población de treinta mil —dijo Jason—. Pero ¿qué me dice del control de la superficie de su planeta? Me sorprendió descubrir que esta ciudad dentro de su muro protector —el perímetro—es la única del planeta. No consideremos las minas puesto que obviamente son sólo anexos de la ciudad. ¿Diría usted, pues, que dominan poco más o menos la superficie del planeta en la proporción en que lo hicieron en el pasado?
Kerk cogió un largo tubo de acero de la mesa que usaba como pisapapeles y jugueteó con él mientras meditaba. El acero macizo se dobló como goma entre sus manos mientras Kerk se concentraba en la respuesta.
—Eso es difícil de decir, de sopetón. Debe haber registros de esa clase de asuntos, aun cuando yo no sabría dónde encontrarlos. Depende de tantos factores...
—Olvidemos eso por ahora, pues —dijo Jason—. Tengo que hacer otra pregunta que realmente es más importante. ¿No diría usted que la población de Pyrrus está menguando invariablemente, año tras año?
Hubo un fuerte golpe mientras el tubo golpeaba la pared. Luego Kerk estaba de pie frente a Jason, con las manos extendidas hacia el hombre más bajo, el rostro colorado y airado.
—¡No diga eso! —rugió—. ¡Que no se lo oiga decir otra vez!
Jason se estuvo tan quieto como pudo, hablando despacio y escogiendo cada palabra con cuidado. Su vida estaba en la balanza.
—No se enoje, Kerk. No tenía la intención de ofender. Estoy de su lado, ¿recuerda? Puedo hablarle porque usted ha visto mucho más del universo que los pyrranos que nunca salieron del planeta. Usted está habituado a discutir asuntos. Usted sabe que las palabras son sólo símbolos. Podemos hablar y comprender que uno no tiene que encolerizarse por simples palabras...
Kerk bajó los brazos lentamente y se alejó un paso. Luego se volvió y llenó un vaso con agua de una botella de la mesa escritorio. Se mantuvo de espaldas a Jason mientras bebía.
Muy poco del sudor que Jason se quitó de su empapado rostro fue causado por el calor de la sala.
—Siento... haber perdido la calma —dijo Kerk, cayendo pesadamente en el sillón—. No ocurre de ordinario. He estado trabajando con dureza últimamente, y debo estar nervioso —no hizo ninguna alusión a lo que había dicho Jason.
—Nos ocurre a todos —le dijo Jason—. No empezaré a describir el estado en que estaban mis nervios cuando llegué a este planeta. Finalmente tengo que reconocer que todo lo que usted dijo sobre Pyrrus es verdad. Es el lugar más mortífero de toda la galaxia. Y sólo los nativos pyrranos pueden sobrevivir aquí. Puedo arreglármelas para andar a tientas un poquito después de mi adiestramiento, pero sé que nunca tendría ninguna probabilidad de salir airoso por mí mismo. Usted probablemente sabe que tengo a un muchachito de ocho años como guardia de corps. Le da una buena idea de mi verdadera situación aquí.
Reprimida la ira, Kerk había recobrado ya el dominio sobre sí mismo. Sus ojos se estrecharon cavilando.
—Me sorprende oírle decir eso. Nunca creí que le oyera reconocer que alguien podía valer más que usted en cosa alguna. ¿Es por eso que vino aquí? Para demostrar que valía tanto como cualquier pyrrano nativo.
—Apúntese un tanto a su favor —reconoció Jason—. No creía que eso fuera tan evidente. Y me alegro de ver que su mente no está tan ceñida por los músculos como su cuerpo. Sí, reconozco que esa fue probablemente mi razón para venir, eso, y la curiosidad.
Kerk estaba siguiendo su propio pensamiento.
—Usted vino aquí para demostrar que valía tanto como cualquier nativo pyrrano. Sin embargo ahora reconoce que cualquier pyrrano de ocho años puede sobrepujarlo. Eso no se ajusta a lo que sé de usted. Si usted da con una mano, debe estar cogiendo con la otra. ¿De qué manera siente aún su natural superioridad? —Kerk preguntó eso suavemente, pero había una carga de tensión detrás de sus palabras.
Jason pensó mucho antes de responder.
—Se lo explicaré —dijo finalmente—. Pero no me agarre del pescuezo por ello. Estoy jugando con que su mente civilizada puede dominar sus reflejos. Porque tengo que hablar de cosas que son estrictamente tabú en Pyrrus.
»A los ojos de su gente soy un canijo porque procedo de otro mundo. Dese cuenta, sin embargo, de que esto es también mi fuerza. Puedo ver cosas que están ocultas a ustedes por una larga asociación. Usted comprende la vieja cuestión de no poder ver el bosque por servir de estorbo los árboles.
Kerk asintió con una seña y Jason prosiguió.
—Para continuar todavía con la analogía, aterricé en una nave aérea, y al principio todo lo que pude ver fue el bosque. Para mí ciertos hechos son claros. Creo que ustedes los conocen también, sólo que mantienen sus pensamientos cuidadosamente reprimidos. Son pensamientos ocultos que son completamente tabú. Le voy a revelar el mayor de estos pensamientos secretos y espero que pueda dominarse bastante bien para no matarme.
Las manazas de Kerk se apretaron sobre los brazos del sillón, la única indicación de que había oído. Jason habló tranquilamente, pero sus palabras penetraban tan suave y fácilmente como un bisturí hurgando en un cerebro.
—Creo que los seres humanos están perdiendo la guerra en Pyrrus. Después de cientos de años de ocupación ésta es la única ciudad del planeta, y está casi en ruinas. Como si en otro tiempo tuviera una población mayor. Esa maniobra que hicimos para conseguir el cargamento de material de guerra fue una suerte. Pudiera no haber surtido efecto. Y si no lo hubiera hecho, ¿qué le habría ocurrido a la ciudad? Ustedes están andando sobre el borde quebradizo de un volcán y no quieren reconocerlo.
Todos los músculos del cuerpo de Kerk estaban rígidos mientras él se mantenía tieso en el sillón, su rostro punteado con gotitas de sudor.
Un pequeño empujón llevado demasiado lejos y el hombre estallaría. Jason buscó una manera de disminuir algo la tensión.
—No disfruto al contarle estas cosas. Lo estoy haciendo porque estoy seguro que usted las conoce ya. No puede hacer frente a estos hechos porque entonces tendría que reconocer que toda esta lucha y destrucción no tienen objeto. Si la población está descendiendo invariablemente, su lucha no es más que una forma particularmente cruenta de suicidio racial. Podrían salir de este planeta, pero eso sería reconocer la derrota. Y estoy seguro que los pyrranos prefieren la muerte a la derrota.
Cuando Kerk se levantó a medias de su asiento Jason se alzó también, gritando sus palabras a través de la niebla de ira del otro.
—Estoy tratando de ayudarlo, ¿comprende eso? Extirpe la hipocresía de su mente, lo está destruyendo a. usted. Ahora mismo está librando una batalla ya perdida. Esto no es una guerra verdadera, sólo un desastroso tratamiento de síntomas. Igual que cortar los dé— dos cancerosos uno a uno. El único resultado ha de ser la derrota final. Usted no quiere darse cuenta de ello.
Es por eso que preferiría matarme antes que oírme decir lo que no quiere oír.
Kerk estaba fuera del sillón ahora, abalanzado encima de Jason como una torre mortal a punto de caer. Sostenido sólo por la fuerza de las palabras de Jason.
—Debe empezar a encararse con la realidad. Todo lo que uno puede ver es una lucha perpetua. ¡Debe empezar a darse cuenta de que se pueden tratar las causas de esta lucha y terminaría para siempre!
El significado penetró, el impacto de las palabras disipó la ira de Kerk. Kerk cayó de nuevo en el sillón, con una expresión casi jocosa en el rostro.
—¿Qué diablos quiere usted decir? ¡Usted parece un sucio removedor!
Jason no preguntó qué era un removedor, pero registró el nombre.
—Usted está diciendo tonterías —dijo Kerk—. Esto es sólo un mundo alienígena que debe ser combatido. Las causas son hechos con existencia propia.
—No —insistió Jason—. Considérelo por un momento. Cuando usted está ausente de este planeta por un espacio de tiempo más o menos largo, tiene que hacer un curso de reacondicionamiento. Para saber cómo han empeorado las cosas mientras usted estaba fuera. Bien, eso es una proyección lineal. Si las cosas empeoran cuando uno se extiende hacia el futuro, tienen que mejorar si uno se retrae hacia el pasado. Es también una buena teoría —aun cuando no sé si los hechos me apoyan— decir que si uno se aleja suficientemente lejos en el pasado se alcanzará un tiempo en que el género humano y Pyrrus no estaban en guerra el uno con el otro.
Kerk estaba sin habla ahora, no pudiendo hacer nada excepto permanecer sentado y escuchar mientras Jason lo hería en lo vivo con golpes de ineludible lógica.
—Hay pruebas para apoyar esta teoría. Hasta usted reconocerá que yo, aun cuando no soy ningún competidor para la vida pyrrana, estoy ciertamente muy versado en ella. Y toda la flora y fauna pyrranas que he visto tienen una cosa en común. No son funcionales. Nada de su inmenso arsenal de armas es usado para luchar la una contra la otra. Sus ponzoñas no parecen actuar contra la vida pyrrana. Son buenas sólo para dar muerte al homo sapiens. Y eso es una imposibilidad física. Durante los trescientos años que los hombres han estado en este planeta, las formas de vida no podrían haberse adaptado naturalmente de esta manera.
—¡Pero lo han hecho! —rugió Kerk. —Tiene usted mucha razón —le dijo sosegadamente Jason—. Y si lo han hecho, ha de haber alguna fuerza actuando. Obrando de qué modo, no tengo ninguna idea. Pero algo ha hecho que el mundo de Pyrrus declarara la guerra, y quisiera averiguar qué es ese algo. ¿Cuál era la forma de vida dominante aquí cuando llegaron sus antepasados?
—Estoy seguro de que no lo sé —dijo Kerk—. No estará sugiriendo que hay en Pyrrus otros entes sensibles que los de origen humano. Criaturas que están organizando al planeta para combatirnos.
—No lo estoy sugiriendo, es usted quien lo dice. Eso significa que usted está captando la idea. Yo no tengo ninguna suposición sobre qué produjo este cambio, pero ciertamente quisiera averiguarlo. Entonces vería si se puede cambiar de nuevo. No prometo nada, por supuesto. Convendrá usted, sin embargo, que vale la pena investigarlo.
Con el puño golpeando la palma de la mano, sus fuertes pisadas haciendo retemblar el edificio, Kerk paseaba de aquí para allá a lo largo de la sala. Estaba en guerra consigo mismo. Nuevas ideas combatían viejas creencias. Era tan repentino... y tan difícil no creer.
Sin pedir permiso, Jason se sirvió un poco de agua fría de la botella y se hundió de nuevo en la silla, agotado. Algo entró por la abierta ventana zumbando, haciendo un agujero en la protección. Kerk lo destruyó sin alterar el largo paso, sin siquiera saber lo que había hecho.
La decisión no tardó. Acostumbrado a una viva actividad, el corpulento pyrrano encontraba imposible no decidir de inmediato. La caminata cesó y Kerk miró a Jason sin vacilar.
—No digo que usted me haya convencido, pero me es imposible encontrar una respuesta válida para sus razonamientos. Por tanto, hasta que lo haga, tendremos que obrar como si fueran verdaderos. Pero, ¿qué piensa hacer usted? ¿Qué puede hacer?
Jason marcó los puntos con dos dedos.
—Uno: necesitaré un sitio para vivir y trabajar que esté bien protegido. Así en vez de gastar mis energías en permanecer vivo puedo dedicarme a estudiar este proyecto. Dos: quiero que alguien me ayude, y actúe como guardia de corps al mismo tiempo. Y alguien por favor, con un poco más de interés que mi actual perro guardián. Sugeriría a Meta como la persona más adecuada para esta tarea.
—¿Meta? —Kerk estaba sorprendido—. Es piloto espacial y operadora de la red de defensa; ¿podría ser de valor en un proyecto como éste?
—Muchísimo. Tiene conocimiento de otros mundos y puede modificar sus puntos de vista, al menos un poquito. Y debe saber tanto de este planeta como cualquier otro adulto instruido y puede contestar todas las preguntas que yo haga —Jason sonrió—. Además es una muchacha atractiva, en cuya compañía disfruto.
—Me estaba preguntando —gruñó Kerk— si llegaría a mencionar esa última razón. Sin embargo, las otras tienen sentido, por tanto no voy a discutir. Arreglaré una sustitución para Meta y haré que envíen a la muchacha aquí. Hay muchos edificios sellados que pueden usar.
Después de hablar a uno de los auxiliares del despacho exterior, Kerk hizo unas llamadas. Las órdenes exactas fueron transmitidas rápidamente. Jason observaba todo ello con interés.
—Perdone usted por preguntar —dijo finalmente—. Pero, ¿es usted el dictador de este planeta? No hace más que castañear con los dedos y todos saltan.
—Supongo que así parece —reconoció Kerk—. Pero eso es una imagen falsa. Nadie tiene pleno mando en Pyrrus, ni hay nada que se asemeje a un régimen democrático. Al fin y al cabo, nuestra población total es aproximadamente del número de una división del ejército. Todos hacen el trabajo para el cual están mejor cualificados. persas actividades están repartidas por departamentos de los cuales está encargada la persona más calificada. Yo dirijo Coordinación y Suministros, que es la sección más indefinida. Llenamos los huecos entre departamentos y manejamos gestiones de fuera del planeta.
Meta llegó entonces y habló a Kerk. No hizo caso en absoluto de la presencia de Jason.
—Me han relevado y enviado aquí —dijo—. ¿De qué se trata? ¿Un cambio en la lista de vuelos?
—Podríamos llamarlo así —dijo Kerk—. Desde ahora cesa de todas sus tareas habituales y es destinada a un nuevo departamento, de Investigación e Indagación. Ese hombre de aspecto cansado de ahí es el jefe de su departamento.
—Sentido del humor —dijo Jason—. Del único nativo de Pyrrus que lo tiene. Enhorabuena, todavía hay esperanza.
—No comprendo —Meta miró de aquí para allá entre los dos—. No lo puedo creer. Quiero decir un nuevo departament... ¿por qué? —estaba nerviosa y conturbada.
—Lo siento —dijo Kerk—. No quise ser cruel. Pensé que quizás usted estaría más cómoda. Lo que he dicho es cierto. Jason tiene una idea —o puede tenerla— de inmenso valor para Pyrrus. ¿Quiere usted ayudarlo?
—¿Tengo que hacerlo? ¿Es una orden? —Meta había recobrado la serenidad. Y un poco de ira—. Usted sabe que tengo trabajo que hacer. Estoy segura que se dará cuenta de que es más importante que nada que una persona de fuera del planeta pueda imaginar. El realmente no puede comprender...
—Sí. Es una orden —la energía había retornado a la voz de Kerk. Meta se sonrojó por la viveza del tono.
—Tal vez yo pueda explicarlo —interpuso Jason—. Al fin y al cabo, todo el asunto es idea mía. Pero primero quisiera tu cooperación. ¿Quieres quitar el cargador de tu pistola y entregarlo a Kerk?
Meta parecía estar asustada, pero Kerk asintió con expresión grave.
—Sólo por unos momentos, Meta. Tengo mi pistola, por tanto usted estará segura aquí. Creo que sé lo que Jason está pensando, y por experiencia personal temo que tiene razón.
De mala gana Meta pasó el cargador y quitó la bala de la recámara de la pistola. Sólo entonces Jason se explicó.
—Tengo una teoría sobre la vida en Pyrrus, y temo que tendré que destruir algunas ilusiones cuando lo explique. Para empezar, debe reconocerse el hecho de que su gente está perdiendo la guerra aquí lentamente y eventualmente pueden ser aniquilados...
Antes que Jason estuviera a mitad de la frase, la pistola de Meta estaba apuntando entre sus ojos y la muchacha estaba apretando fieramente el gatillo. Sólo había odio y repulsión en su expresión. Ese era el pensamiento más terrible del mundo para Meta. Que esta lucha a la que todos ellos consagraran sus vidas estuviera ya perdida.
Kerk asió a Meta de los hombros y la sentó en su sillón, antes de que ocurriera algo peor. Pasó algún tiempo antes que la muchacha pudiera calmarse suficientemente como para escuchar las palabras de Jason. No es fácil el admitir que te han destruido las racionalizaciones cuidadosamente elaboradas durante toda una vida. Sólo el hecho de que Meta hubiera visto algo de otros mundos le permitía escuchar.
La luz de la locura seguía todavía en sus ojos cuando Jason hubo acabado, explicándole las cosas que él y Kerk habían discutido. Ella seguía sentada, llena de tensión, abalanzándose hacia las manos de Kerk como si ellas fueran las únicas cosas que le impedían saltar sobre Jason.
—Quizás es demasiado para asimilarlo en una sola sesión —dijo Jason—. Por tanto expresémoslo en términos más sencillos. Creo que podemos encontrar una razón para este implacable odio a los humanos. Tal vez no olemos bien. Quizás encuentre una esencia de sabandijas pyrranas trituradas que nos hagan inmunes cuando nos frotemos con ella. Todavía no lo sé. Pero sean cuales fueren los resultados, tenemos que efectuar la investigación. Kerk está de acuerdo conmigo en eso.
Meta miró a Kerk y éste asintió con una seña. Los hombros de Meta se hundieron con una sensación de repentina derrota. La muchacha habló en un débil tono de voz.
—No... puedo decir que estoy de acuerdo, o tan siquiera que comprendo todo lo que has dicho. Pero te ayudaré. Si Kerk cree que eso es lo razonable.
—Lo creo —dijo él—. ¿Quieres que te devuelva el cargador de tu arma? ¿No dispararás más sobre Jason? —Fue una estupidez por mi parte —dijo ella fríamente mientras recargaba su arma—. Si tuviese que matarlo, lo podría hacer con mis manos desnudas.
—Yo también te quiero, amor —Jason le sonrió.
—¿Estás preparada?
—Naturalmente —respondió Meta, arreglándose un mechón de su cabello—. Primero tendremos que encontrar un sitio donde puedas quedarte. Yo me ocupo de eso. Después, del trabajo del nuevo departamento te encargas tú.
CAPITULO X
Bajaron la escalera en un frío silencio. En la calle, Meta destruyó un ave de aguijón que no podía haberlos atacado. Hubo un airado placer en la acción. Jason decidió no reprenderla por malgastar munición. Valía más que disparara contra un ave que sobre él.
Había espacios vacíos en uno de los edificios para ordenadores. Estos estaban herméticamente sellados para mantener lejos de los delicados aparatos a los animales de Pyrrus. Mientras Meta sacaba una cama de ruedas de los almacenes, Jason entraba penosamente un escritorio, una mesa y sillas desde un despacho vacío cercano. Cuando Meta regresó con un colchón neumático, Jason cayó inmediatamente sobre él con un suspiro agradecido. El labio de Meta se frunció un poquito ante la obvia debilidad de Jason.
—Acostúmbrate al espectáculo —dijo Jason—. Pienso hacer tanto como pueda de mi trabajo mientras me mantengo en posición horizontal. Tú serás mi fuerte brazo derecho. Y ahora mismo, brazo derecho, desearía me pudieras proporcionar algo para comer. También pienso hacer la mayor parte de mis comidas en la posición tumbada ya dicha.
Resoplando con repugnancia, Meta salió de estampida. Mientras estaba fuera, Jason mascó el cabo de un bolígrafo de un modo pensativo, luego hizo unas cuidadosas anotaciones.
Después que hubieron terminado la casi insípida comida, Jason empezó la investigación.
—Meta, ¿dónde puedo encontrar registros históricos de Pyrrus? Toda clase de información sobre los primeros tiempos de les colonizadores de este planeta.
—Nunca he oído hablar de nada semejante a eso. Realmente no sé...
—Pero tiene que haber algo, en alguna parte —insistió Jason—, Aun cuando su sociedad en nuestros días dedique la totalidad de su tiempo y energías a la supervivencia podemos estar seguros de que no siempre fue de ese modo. Todo el tiempo que se estuvo desarrollando su cultura la gente llevó registros, hizo anotaciones. Pero, ¿dónde buscaremos? ¿Tenéis una biblioteca aquí?
—Por supuesto —dijo Meta—. Tenemos una excelente biblioteca técnica. Pero estoy segura que no habrá nada de eso.
Procurando no lanzar ningún quejido, Jason se levantó.
—Déjame ser el juez de eso. Sólo ves por delante.
La busca en la biblioteca fue una operación completamente automática. Un índice proyectado daba el número de llamada para cualquier texto que hubiera de ser consultado. La cinta era entregada treinta segundos después que hubiera sido marcado el número. Las cintas devueltas eran metidas en un carrete y guardadas de nuevo automáticamente. El mecanismo funcionaba de un modo perfectamente uniforme.
—Maravilloso —dijo Jason, apartándose del índice—. Un homenaje al ingenio tecnológico. Sólo que no contiene nada de valor para nosotros. Únicamente pilas de libros de texto.
—¿Y qué otra cosa debiera haber en una biblioteca? —Meta parecía estar perpleja.
Jason empezó a dar explicaciones, luego cambió de opinión.
—Más tarde investigaremos eso —dijo—. Mucho más tarde. Ahora hemos de encontrar una dirección. ¿Es posible que haya algunas cintas —o hasta libros impresos— que no estén registrados en este aparato?
—Parece improbable, pero podríamos preguntar a Poli. Vive en alguna parte de por aquí y está encargado de la biblioteca. Su trabajo consiste en registrar los nuevos libros y cuidar del mecanismo.
La única puerta que conducía al fondo del edificio estaba cerrada con cerrojos.
—Si está vivo, esto debiera conseguirlo —dijo Jason.
Apretó el botón de fuera de servicio del tablero de mandos. Esto produjo el efecto deseado. A los cinco minutos la puerta se abrió y Poli pasó por ella moviéndose con lentitud.
Normalmente la muerte llegaba temprano en Pyrrus. Si los achaques retardaban el desarrollo de un hombre, las siempre preparadas fuerzas de destrucción remataban prontamente la tarea. Poli era una excepción a esta regla. Sea lo que fuere lo que lo había atacado originalmente, había hecho un buen trabajo. La mayor parte del lado inferior de su cara había desaparecido. Su brazo izquierdo estaba torcido e inútil. El daño al tronco y las piernas lo había dejado con la sola capacidad para pasar de un lugar al otro dando trompicones.
Sin embargo todavía tenía un brazo bueno y sus ojos seguían intactos. Podía trabajar en la biblioteca relevando a un hombre plenamente capaz. Cuánto tiempo había estado arrastrando su inútil cuerpo por el local, nadie lo sabía. A pesar del dolor que llenaba sus ojos de bordes enrojecidos y húmedos, había permanecido vivo. Envejeciendo, más que ningún otro pyrrano que Jason hubiera conocido. Bamboleó hacia adelante y desconectó el timbre de alarma que lo había llamado.
Cuando Jason empezó a explicarse, el viejo no prestó atención. Sólo después que el bibliotecario hubo sacado de su ropa un audífono, Jason se dio cuenta que también era sordo. Jason explicó otra vez lo que buscaba. Poli hizo una señal de asentimiento y escribió la respuesta en una tablilla.
«Hay muchos libros, abajo en el almacén.»
La mayor parte del edificio estaba ocupada por los aparatos—robots de registro y clasificación. Avanzaron lentamente por entre las hileras de maquinaria, siguiendo al lisiado bibliotecario hacia una atrancada puerta del fondo. El hombre señaló hacia ella. Mientras Jason y Meta pugnaban para soltar las trancas encostradas por el tiempo, Poli hizo otra anotación en la tablilla.
«No ha sido abierta en muchos años. Ratas.»
Las pistolas de Jason y Meta aparecieron cautamente en sus manos mientras ellos leían el aviso. Jason terminó solo de abrir la puerta. Los dos nativos pyrranos estaban colocados de cara al ensanchado boquete. Fue bueno que estuvieran ahí. Jason no podría haber manejado lo que salió por esa puerta.
Ni siquiera la abrió por sí mismo. Los ruidos que habían hecho frente a la puerta debieron haber atraído a todos los bichos de la parte inferior del local. Jason había soltado el último cerrojo y empezado a tirar del pomo, y entonces la puerta se abrió con fuerza desde el otro lado.
Que se abriera la entrada al infierno y se vería lo mismo que salía. Meta y Poli estaban disparando codo a codo sobre la masa de asquerosidad que rezumaba de la puerta. Jason saltó a un lado y tiró contra el ocasional animalejo que pasaba por allí. La destrucción parecía continuar para siempre más.
Pasaron largos minutos antes que el último animal con garras hiciera su salida de mortal empuje. Meta y Poli estaban expectantes por si había más; alegremente excitados por la oportunidad para impartir destrucción. Jason se sentía un poco angustiado después del sigiloso y feroz ataque. Una ferocidad que los pyrranos reflejaban en sus caras. Vio un rasguño en el rostro de Meta donde uno de los animales la había alcanzado. La muchacha parecía haberlo olvidado.
Sacando su botiquín, Jason rodeó los apilados cuerpos. Algo se meneó en el medio y un rápido tiro lo inmovilizó. Luego Jason asió a la muchacha y acercó las sondas del analizador al rasguño. El aparato sonó con unos golpes secos y Meta saltó mientras la aguja de antitoxinas daba un pinchazo. Se dio cuenta por primera vez de lo que Jason estaba haciendo.
—Gracias, no me había dado cuenta —dijo Meta—. Había tantos bichos y salían tan de prisa...
Poli llevaba una potente linterna y, por tácito acuerdo, Jason la aguantó. A pesar de estar lisiado, el viejo era todavía un pyrrano cuando se trataba de manejar una pistola. Se abrieron paso lentamente a través de los desechos que llenaban la escalera.
—¡Qué hedor! —dijo Jason, haciendo una mueca—. Sin estos tapones de filtro en la nariz, creo que solo el olor me mataría.
Algo se lanzó hacia el interior del rayo de luz y un disparo lo paró en el aire. Las ratas habían estado allí mucho tiempo y protestaban por la intrusión.
Al pie de la escalera miraron alrededor. Allí había habido libros y registros en un tiempo. Habían sido sistemáticamente mascados, roídos y destruidos durante décadas.
—Me gusta el cuidado que tienen con sus libros viejos —dijo con disgusto Jason—. Recuérdeme de no prestarles ninguno.
—Puede que no tuvieran ninguna importancia —dijo fríamente Meta—, o estarían bien guardados arriba en la biblioteca.
Jason vagó tristemente por las salas. No quedaba nada de importancia. Fragmentos y trozos de documentos e impresos. No lo suficiente en un solo sitio para molestarse en reunirlo. Con la punta de una acorazada bota, golpeó airadamente un montón de deshechos, dispuesto a abandonar la búsqueda. Había un brillo de herrumbroso metal bajo la basura.
—¡Aguanta esto!
Jason entregó la lámpara a Meta y, olvidando el peligro por un momento, empezó a apartar los fragmentos. Apareció una lisa caja de metal con una cerradura automática embutida en ella.
—¡Es una caja de bitácora! —dijo Meta, sorprendida.
—Eso es lo que he pensado —dijo Jason—. Y si lo es, podemos estar de suerte al fin y al cabo.
CAPITULO XI
Cerrando el sótano de nuevo, llevaron la caja de vuelta al flamante despacho de Jason. Sólo después de rociarla con desinfectante la examinaron atentamente. Meta limpió unas letras grabadas en la tapa.
—T. E. POLLUX VICTOR Y. Eso debe ser el nombre de la nave espacial de la que salió esta caja. Pero no reconozco la clase, o lo que puede significar «T.E».
—Transporte Estelar —le dijo Jason, mientras probaba el mecanismo de la cerradura—, He oído hablar de ellas pero nunca he visto una. Fueron construidas durante la última ola de expansión galáctica. Realmente no eran nada más que gigantescos recipientes metálicos unidos en el espacio. Después de cargarlos de gente, maquinaria y pertrechos, solían ser remolcados hasta el sistema planetario que hubiera sido escogido. Estos mismos remolcadores y cohetes de un sólo disparo frenaban a la nave de transporte estelar para el aterrizaje. Luego las dejaban allí. El casco era una útil fuente de metal y los colonos podían empezar inmediatamente a construir su nuevo mundo. Y esas naves eran grandes. Todas ellas tenían capacidad para por lo menos cincuenta mil personas.
Sólo después que lo dijo, Jason se dio cuenta de la importancia de sus palabras. La grave mirada de Meta lo daba a entender bien. Había ahora menos gente en Pyrrus de la que había habido durante la colonización original.
Y la población humana, sin controles de la natalidad rigurosos, usualmente aumentaba en proporción geométrica. Jason recordaba el picante dedo del gatillo de Meta.
—Pero no podemos estar seguros de cuántas personas había a bordo de ésta —dijo apresuradamente Jason—. Ni siquiera de que esto sea la caja de bitácora de la nave que se posó en Pyrrus. ¿Podrías encontrar algo con que abrir esto a la fuerza? La cerradura está hecha una simple masa con la corrosión.
Meta descargó su ira sobre la caja. Sus dedos se las arreglaron para hacer una brecha por la fuerza entre la tapa y el fondo. La muchacha la dislocó. El herrumbroso metal chilló y se rasgó. La tapa se soltó en sus manos y un grueso cuaderno cayó sobre la mesa.
La inscripción de la cubierta destruía todas las dudas. CUADERNO DE BITACORA DE LA NAVE DE TRANSPORTE ESTELAR «POLLUX VICTORY». CON RUMBO A UN PUERTO EXTRANJERO DE SETANI A PYRRUS 55.000 COLONOS A BORDO.
Meta no podía argumentar ahora. Permanecía detrás de Jason con los puños apretados y leía por encima de su hombro mientras él volvía las frágiles y amarillentas hojas. Rápidamente pasó la parte inicial que abarcaba los preparativos del despegue y la travesía. Sólo cuando hubo llegado al momento del aterrizaje empezó a leer despacio. El impacto de las antiguas palabras saltó sobre él.
—¡Aquí está! —gritó Jason—. La prueba positiva de que estamos en el buen camino. Hasta tú tendrás que reconocer eso. Léelo, aquí mismo.
«...desde el segundo día que partieron los remolcadores, hemos quedado completamente solos. Los colonos todavía no se han acostumbrado a este planeta, aun cuando tenemos charlas de orientación cada noche. Tanto como los encargados de la propaganda a los que he estado machacando veinte horas al día. Creo que realmente no puedo censurar a la gente; todos ellos vivían en los subterráneos de Setani y dudo que vieran el sol una sola vez al año. Este planeta tiene un clima extremo, peor que todo lo que he visto en un centenar de otros planetas. ¿Me equivoqué durante las etapas del planteamiento original no insistiendo en llevar colonos de uno de los mundos agrarios? Gente que pudiera manejarse en campo raso. Estos setanianos de ciudad temen salir con la lluvia. Pero por supuesto se adaptaron completamente al 1,5 de gravedad de su planeta nativo de modo que el 2 G de aquí no les molesta demasiado. Eso fue el factor que nos decidió. De cualquier modo, es demasiado tarde ya para hacer nada sobre ello. O sobre el perpetuo ciclo de lluvia, nieve, granizo, huracanes y cosas semejantes. La solución será explotar las minas para poder vender los metales y construir ciudades climatizadas.
»Lo único de este abandonado planeta que no está realmente contra nosotros son los animales, unos cuantos depredadores al principio, pero los guardas acabaron pronto con ellos. El resto de las formas de vida silvestre no nos molestan. ¡Me alegro por eso! Han estado luchando por la existencia tanto tiempo que nunca he visto un conjunto de aspecto más mortífero. Hasta los pequeños roedores no más grandes que la mano de un hombre están acorazados como tanques...»
—No creo una palabra de eso —interpuso Meta—. No puede ser sobre Pyrrus eso que está diciendo... —sus palabras se extinguieron gradualmente mientras Jason mudamente señalaba a la inscripción de la cubierta.
Jason continuó examinando las páginas, pasándolas rápidamente. Un párrafo le llamó la atención y se detuvo. Apretando el dedo contra el lugar de referencia leyó en voz alta.
«...y siguen acumulándose las dificultades. Primero Har Palo con su teoría de que el vulcanismo está tan cerca de la superficie que el suelo se mantiene caliente, y las mieses crecen muy favorablemente. Aun cuando tenga razón, ¿qué podemos hacer? Debemos contar con nosotros mismos si queremos sobrevivir. Y ahora esta otra cosa. Parece ser que el fuego del bosque impelió a una gran cantidad de nuevas especies en nuestra dirección. Animales, insectos y hasta aves han atacado a la gente. (Nota para Har. compruebe si la posible migración periódica podría explicar los ataques). Ha habido catorce muertes por heridas y envenenamiento. Tendremos que observar las reglas para aplicación de lociones contra los insectos en todas las ocasiones. Y, supongo, construir alguna clase de defensa en el perímetro para impedir que los animales más grandes entren en el campamento».
—Esto es un principio—dijo Jason—. Al menos ahora conocemos el verdadero carácter de la lucha en que estamos empeñados. No hace a Pyrrus más fácil de manejar, ni hace a las formas de vida menos peligrosas, saber que en otro tiempo estuvieron mejor dispuestas para con el género humano. Todo lo que esto hace es mostrar el camino. Algo se posesionó de las tranquilas formas de vida, las agitó, y convirtió a este planeta en una gran trampa de muerte para el género humano. Ese algo es lo que quiero descubrir.
CAPITULO XII
Una posterior lectura del cuaderno de bitácora no mostró ninguna nueva evidencia. Había mucha más información sobre la primitiva vida de los animales y las plantas y cuán destructivos eran estos, tanto como sobre las primeras medidas de protección contra ellos. Interesante históricamente, pero de ninguna utilidad para hacer frente a la amenaza. El capitán evidentemente no creía que las formas de vida se estuvieran alterando en Pyrrus, creyendo en vez de ello que estaban descubriendo nuevas especies. No vivió para cambiar de opinión. La última anotación en el cuaderno, menos de dos meses después del primer ataque, era muy breve. Y con un carácter diferente de letra.
«El capitán Kurkowski ha muerto hoy, por envenenamiento causado por la picadura de un insecto. Su muerte es muy lamentada.»
El «por qué» del repentino cambio planetario todavía tenía que ser descubierto.
—Kerk debe ver este cuaderno —dijo Jason—. Debiera tener alguna idea de los resultados que se van obteniendo. ¿Podemos conseguir transporte, o vamos andando hasta la casa municipal?
—Andando, por supuesto —dijo Meta.
—Entonces lleva el cuaderno tú. Con 2 ges de gravedad encuentro muy difícil ser un caballero y llevar los paquetes.
Acababan de entrar en el despacho exterior de Kerk cuando un agudo alarido brotó de la pantalla del teléfono. A Jason le llevó un momento darse cuenta de que era una señal acústica, no una voz humana.
—¿Qué es eso? —preguntó.
Kerk pasó por la puerta de repente y se adelantó hacia la entrada de la calle. Todos los hombres de la oficina iban en la misma dirección. Meta parecía estar azarada, ladeándose hacia la puerta, luego mirando a Jason de nuevo.
—¿Qué significa eso? ¿No me lo puedes decir? —insistió Jason, sacudiendo el brazo de Meta.
—Alarma en el sector. Un ataque a gran escala a través del perímetro defensivo. Debemos acudir todos, excepto los guardias de otras partes del perímetro.
—Bien, vete pues —dijo Jason—. No te inquietes por mí. No me pasara nada.
Sus palabras obraron como una descarga. La pistola de Meta estaba en su mano y la muchacha se había ido antes que Jason hubiera terminado de hablar. Jason se sentó fatigadamente en la desierta oficina.
El anormal silencio del local empezaba a desesperarlo. Trasladó su silla hasta donde estaba la pantalla del teléfono e hizo girar el disco del aparato para conectarlo. La pantalla se llenó de color y sonido. Al principio Jason no pudo comprender nada de ellos en absoluto. Había sólo un confuso revoltillo de rostros y voces.
Era una especie de canal múltiple destinado a uso bélico. Un número de imágenes eran mantenidas sobre la pantalla a un mismo tiempo, hileras de cabezas o confusos fondos donde el que la usaba había salido del campo de visión. Muchas de las cabezas estaban hablando al mismo tiempo y el parloteo de sus voces no tenía ningún sentido.
Después de examinar los mandos y hacer unas cuantas pruebas, Jason empezó a comprender el funcionamiento. Aun cuando todas las estaciones estaban en la pantalla en todas las ocasiones, sus canales de audición podían ser regulados. De esa manera dos, tres o más estaciones podían ser reunidas en un enlace. Estarían en comunicación la una con la otra, pero no fuera de contacto con las demás estaciones.
La identificación entre la voz y el sonido era automática. Siempre que una de las imágenes proyectadas hablaba, la imagen tomaba un vivo color rojo. A fuerza de ensayos y errores, Jason captó el canal de audición para las estaciones que quería y trató de seguir el curso del ataque.
Muy pronto se dio cuenta que esto era algo fuera de lo corriente. De algún modo, nadie lo aclaró, había sido rota un área del perímetro y tuvieron que levantar defensas de emergencia para encapsularla. Kerk parecía estar a cargo de ello, al menos era el único con un transmisor general. Lo usaba para dar órdenes a todos los grupos.
Las persas y menudas imágenes se desvanecieron y el rostro de Kerk apareció por encima de ellas, ocupando la pantalla entera.
—Todas las unidades del perímetro envíen el 25 por ciento de su dotación al área 12.
Las pequeñas imágenes reaparecieron y el parloteo aumentó, con luces rojas fluctuando de rostro a rostro.
—...abandonen el primer piso, las bombas de sílice no pueden alcanzarlo.
—Si aguantamos seremos interceptados, pero el ángulo saliente de la fortificación está más allá de nosotros en el flanco occidental. Pidan ayuda.
—NO MERW... ¡ES INUTIL!
—...y los tanques de napalm están casi agotados
¿Instrucciones?
—El camión está todavía ahí, mándenlo al almacén de provisiones, encontrarán los materiales que necesitan reponer.
Del barullo de la conversación, sólo los dos últimos fragmentos tenían algún sentido. Jason había observado los indicios abajo cuando entró. Los primeros dos pisos de la casa debajo de él estaban atestados de pertrechos bélicos. Esta era su oportunidad para entrar en acción.
Estar ahí sentado y observar era frustrante. Particularmente cuando había una terrible emergencia. No se sobrevaloraba, pero estaba seguro de que siempre habría sitio para otra pistola.
Cuando hubo bajado lentamente hasta el nivel de la calle, un camión de turbina había parado de golpe frente a la plataforma de caiga. Dos pyrranos estaban sacando barriles de napalm que hacían rodar con atrevido desprecio por su propia seguridad. Jason no osó entrar en ese remolino de metal rodante. Encontró que podía ser de ayuda metiendo los pesados barriles en el camión mientras los otros los hacían subir rodando. Aceptaron su ayuda sin agradecimiento.
Era un trabajo agotador y agobiante el arrastrar los pesados barriles contra la fuerte gravedad. Un minuto después, Jason trabajaba con el tacto a través de una roja niebla de golpeante sangre. Se dio cuenta que la tarea estaba acabada sólo cuando el camión arrancó de repente y él fue lanzado al suelo. Yacía allí, su pecho levantándose y bajando alternativamente. Mientras el pesado vehículo cogía velocidad, todo lo que Jason pudo hacer fue levantarse rápidamente y saltar al fondo. Podía ver bastante bien, pero estaba todavía jadeando cuando frenaron en la zona de lucha.
Para Jason, fue una escena de increíble confusión.
Armas disparando, llamas, hombres y mujeres corriendo por todos lados. Los barriles de napalm fueron descargados sin su ayuda y el camión desapareció para ir a buscar más. Jason se arrimó a una pared de una casa medio destruida y trató de orientarse. Era imposible. Parecía haber un gran número de animalejos; mató a dos que lo atacaron. No pudo hacer más que eso, no le fue posible determinar el carácter de la lucha.
Un pyrrano, su tostado rostro, pálido por el dolor y el esfuerzo, subió dando un traspiés. El brazo derecho, húmedo de carne viva y goteando sangre, colgaba fláccidamente al costado. Estaba cubierto con espuma quirúrgica recientemente aplicada. El hombre sostenía la pistola con la mano izquierda, un cabo de cable de control pendiendo de ella. Jason creyó que el pyrrano estaba buscando asistencia médica. No podía haber estado más equivocado.
Agarrando la pistola con los dientes, el pyrrano asió un barril de napalm con la mano útil y lo lanzó de lado. Luego, con la pistola otra vez en la mano, empezó a hacer rodar el barril por el suelo con los pies. Era una faena lenta y pesada, pero el hombre estaba todavía en la lucha.
Jason se abrió paso a empujones a través de la agitada muchedumbre y se encorvó sobre el barril.
—Déjeme hacerlo —dijo—. Usted puede protegernos a los dos con la pistola.
El hombre se quitó el sudor de la frente con el dorso del brazo y miró a Jason. Pareció reconocerlo. Mientras sonreía su gesto era de dolor, vacío de humorismo.
—Sí, hágalo. Yo puedo todavía disparar. Dos medios hombres... quizás igualemos a un entero.
Jason se estaba afanando con demasiado empeño para ni tan siquiera advertir la injuria.
Una explosión había abierto un hoyo en la calle del frente. Dos personas estaban en el fondo, ahondándolo aún más con palas. Toda la cosa parecía insensata. Al tiempo que Jason y el hombre herido avanzaban haciendo rodar el barril, los cavadores salieron del hoyo de un salto y empezaron a disparar hacia el fondo. Uno de ellos se giró, una chica, que escasamente tendría catorce años.
—¡Alabado sea el perímetro! —resolló la muchacha—. Encontraron el napalm. Uno de los nuevos horrores se está abriendo camino hacia el área 13, acabamos de encontrarlo.
Mientras hablaba hizo girar el barril, quitó el tapón de un puntapié, y empezó a verter el helado contenido dentro del hoyo. Cuando hubo echado la mitad de él, la muchacha tiró al mismo barril adentro de una patada. Su compañero se sacó una caja de material combustible del cinturón, la encendió, y la echó al hoyo.
—Retrocederán rápidamente. No les gusta el calor —dijo el compañero.
Esto era un decir. El napalm prendió, lenguas de fuego y ondulante y grasoso humo subieron hacia el cielo. Bajo los pies de Jason el suelo se movía y andaba. Algo negro y largo se meneó en el corazón de la llama, luego se elevó hacia el cielo formando un arco por encima de sus cabezas. En medio del calor abrasador todavía se movía con extraños y bruscos meneos. Era inmenso, por lo menos de dos metros de espesor y sin ninguna indicación en cuanto a su longitud. Las llamas no lo pararon, sólo lo confundieron.
Jason tenía alguna idea de la longitud de esa cosa mientras la calle se abría y se doblaba por espacio de cincuenta metros a cada lado del hoyo. Grandes curvas del animal empezaron a brotar del suelo. Jason descargó la pistola, como hicieron los otros. No pareció hacer ningún efecto. Más y más gente estaba apareciendo, armada con una variedad de armas. Los lanzallamas y las bombas parecían ser las más eficaces.
—Salgan del área, vamos a saturarla. Retírense.
La voz era tan fuerte que hizo vibrar el tímpano de Jason. Jason se volvió y reconoció a Kerk, que había llegado con más camiones cargados con napalm y otros explosivos. Llevaba un altavoz a la espalda, el micrófono colgado frente a los labios. Su voz amplificada produjo una inmediata reacción en los combatientes. Empezaron a moverse.
Había aún dudas en la mente de Jason referente a lo que debía hacer. ¿Salir del área? Pero, ¿de qué área? Se adelantó hacia Kerk, antes que se diera cuenta de que el resto de los pyrranos estaban yendo en la dirección contraría. Hasta bajo la presión de dos gravedades, corrían ligeros.
Jason experimentó la clara sensación de quedar solo en escena. Estaba en el medio de la calle, y los otros habían desaparecido. No quedaba nadie. Excepto el hombre herido el cual Jason había ayudado. Este fue hacia Jason dando trompicones, agitando el brazo útil. Jason no pudo entender lo que dijo. Kerk estaba gritando órdenes desde uno de los camiones. Estos habían empezado a moverse también. Jason notó, de golpe, lo desesperado de la situación y empezó a correr.
Era demasiado tarde. Por todos lados el suelo estaba abollándose y resquebrajándose a medida que más bucles de la cosa subterránea forzaron su paso hacia la luz. La seguridad estaba adelante. Frente a él se alzaba un arco gris incrustado con suciedad.
Hay segundos de tiempo que parecen durar una eternidad. Un momento de tiempo subjetivo que se alarga y extiende hasta una distancia infinita. Este era uno de esos momentos. Jason se paró, helado. Hasta en el cielo el humo colgaba inmóvil. El bucle alzado en alto, de extraña vida alienígena, estaba delante de él, cada detalle de una claridad punzante.
Del grosor de un hombre, con costillas y gris como vieja corteza de árbol. Multitud de zarzillos le sobresalían por todas partes, prolongaciones pálidas y entrelazadas que se retorcían despacio con movimientos reptilescos. De forma de planta, pero que se movía con los movimientos de un animal. Y abriéndose, cuarteándose. Esto era lo peor.
Aparecieron hendiduras y aberturas. Bocas que se abrían de repente y vomitaban una horda de pálidos animales. Jason oyó sus chillidos, agudos pero distantes. Vio los dientes semejantes a agujas que guarnecían las quijadas.
El terror de lo desconocido lo mantenía paralizado allí. Como si estuviera muerto. Kerk estaba gritándole a través del altavoz, otros estaban disparando sobre el animal que atacaba. Jason no percibía nada.
Luego, avanzaba rápidamente, empujado por un hombre duro como una roca. El hombre herido estaba todavía allí, tratando de sacar a Jason. Con la pistola afianzada en las quijadas, arrastró a Jason con el brazo útil hacia el animal. Los otros cesaron de disparar. Vislumbraron la idea, y ciertamente era buena.
Una anilla de la animada masa formó bóveda en el aire, dejando una abertura entre su cuerpo y el suelo. El pyrrano herido aseguró los pies y tensó los músculos. Usando una sola mano, con un único empujón, levantó a Jason del suelo y lo lanzó bajo el arco animado. Zarcillos en movimiento rozaron su rostro como abrasadoras llamas, luego Jason se había escapado, y estaba rodando por el suelo. El pyrrano herido saltó detrás de él.
Era demasiado tarde. Había habido una oportunidad para que huyera una sola persona. El pyrrano lo podía haber hecho fácilmente; en vez de ello había empujado primero a Jason. La cosa, percibió movimiento cuando Jason rozó los zarcillos. El animal descendió y sujetó al hombre bajo su peso. El pyrrano desapareció del alcance de la vista a medida que los zarcillos se arrollaban alrededor de él y los animalejos pululaban. El gatillo de su pistola debió ponerse en posición de tiro automático porque el arma siguió disparando mucho después que el hombre debiera estar muerto.
Jason se arrastró. Algunos de los animalejos con garras corrieron hacia él, pero fueron muertos a tiros. Jason era ajeno a esto. Luego unas rudas manos lo levantaron y tiraron de él, haciéndolo avanzar. Jason cayó en el interior de un camión y el rostro de Kerk, rojo de ira, estaba en frente del suyo. Uno de los gigantescos puños se cerró sobre la pechera de Jason; luego su cuerpo fue alzado y sacudido como un flojo saco de trapos. Jason no protestó y no lo podría haber hecho aun cuando Kerk lo hubiera matado.
Cuando fue tirado al suelo, alguien lo recogió y lo metió en la parte de atrás del camión. Jason no perdió el sentido mientras el camión arrancaba, pero no se podía mover. En un momento la fatiga se iría y él se incorporaría. Sólo estaba un poco cansado, eso era todo lo que le ocurría. Mientras que pensaba esto, se desvaneció.
CAPITULO XIII
Igual que en los viejos tiempos —dijo Jason cuando Brucco entró en el cuarto con una bandeja de comida. Sin una palabra Brucco sirvió a Jason y a los heridos de las otras camas, luego se fue—, Gracias —voceó Jason mientras el hombre se retiraba.
Una humorada, un quiebro de una sonrisa burlona, como era habitual. Ciertamente. Pero aun mientras sonreía y los labios modelaban una burla, Jason los sentía como una capa exterior. Algo emplastado con una animación propia. Por dentro estaba entumecido e inamovible. Su cuerpo estaba tieso mientras los ojos todavía observaban a esa bóveda de extraña carne que descendía y ahogaba al pyrrano manco con su millón de ardientes dedos.
Podía sentirse a sí mismo debajo de la bóveda. Al fin y al cabo, ¿no había ocupado el hombre herido su lugar? Terminó la comida sin darse cuenta que comía.
Desde esa mañana, en que había recobrado el sentido, había sido de este modo. Reconocía que debiera haber muerto allá fuera en esa calle desgarrada por la lucha. Su vida debiera haberse extinguido, por caer en. el error de creer que podía realmente ayudar a los combatientes pyrranos. En vez de molestar y obstruir el paso. Si no hubiera sido por Jason, el hombre del brazo lastimado habría sido traído aquí a la segundad de los locales de reacondicionamiento. Reconocía que estaba yaciendo en la cama que pertenecía a ese hombre.
El hombre que había dado su vida por la de Jason.
El hombre cuyo nombre ni siquiera conocía.
Había drogas en la comida y lo hicieron dormir. Los cojines medicinales absorbieron el dolor y la crueldad de las quemaduras donde los tentáculos habían chamuscado su rostro. Cuando despertó la segunda vez, el contacto con la realidad había sido restablecido.
Un hombre había muerto para que él pudiera vivir. Jason se encaró con el hecho. No podía restituir esa vida, por más que quisiera. Lo que sí podía hacer era dar valor a la muerte de ese hombre. Si se podía decir que alguna muerte era valiosa... Obligó a sus pensamientos a salir de esa vía.
Jason sabía lo que tenía que hacer. Su trabajo era aún más importante ahora. Si podía resolver el enigma de este mundo mortífero, podría pagar en parte la deuda que tenía.
Incorporarse hizo que la cabeza le diera vueltas y se pegó al lado de la cama hasta que disminuyó su mareo. Los otros del cuarto no hicieron caso de él mientras lenta y penosamente se ponía la ropa. Brucco entró, vio lo que Jason estaba haciendo, y salió otra vez sin una palabra.
Vestirse le llevó mucho tiempo, pero finalmente lo hizo. Cuando Jason salió de la sala encontró a Kerk espetándolo allí.
—Kerk, quiero explicarle...
—¡No me explique nada! —el estruendo de la voz de Kerk rebotó del techo y las paredes—. Yo le explicaré a usted. Se lo digo una vez y esa será la última. No tienen necesidad de usted en Pyrrus, Jason dinAlt, ni usted ni sus preciosos y extraños proyectos se necesitan aquí. Dejé que usted me convenciera una vez con su retorcida palabra. Lo ayudé a expensas de trabajos más importantes. Debiera haber sabido cuál sería el resultado de su «lógica». Ahora he comprendido. Welf murió para que usted pudiera vivir. Valía dos veces más como hombre de lo que usted nunca valdrá.
—¿Welf? ¿Era ese su nombre? —preguntó Jason con tropiezos—. No sabía...
—Usted ni siquiera lo sabía —los labios de Kerk se retiraron de los dientes con una mueca de disgusto—. Ni siquiera conocía su nombre, sin embargo el hombre murió para que usted continuara su miserable existencia.
Kerk escupió, como si las palabras dieran un soez sabor a su lenguaje, y se dirigió hacia la puerta de salida pisando con furia. Casi como una idea tardía, se volvió hacia Jason.
—Usted permanecerá aquí dentro de los edificios sellados hasta que regrese la nave dentro de dos semanas. Luego saldrá de este planeta para no volver. Si no lo hace lo mataré al instante. Con placer —Kerk traspuso la puerta.
—Espere —gritó Jason— Usted no puede decidir así como así. Ni siquiera ha visto la evidencia que he descubierto. Pregunte a Meta... —la puerta se cerró con estrépito y Kerk desapareció.
Todo el asunto era estúpido. La ira empezaba a sustituir a la inútil desesperación de un momento antes. Lo estaban tratando como a un niño irresponsable, la importancia de su hallazgo del cuaderno de bitácora completamente ignorada.
Jason se volvió y vio por primera vez que Brucco estaba parado allí.
—¿Ha oído eso? —le preguntó Jason.
—Sí. Y estoy completamente de acuerdo. Puede considerarse afortunado.
—¿Afortunado! —Jason era el colérico ahora—. Afortunado por ser tratado como un niño tonto, con desprecio por todo lo que haga...
—He dicho afortunado —interrumpió Brucco—. Welf era el único hijo superviviente de Kerk. Kerk tenía grandes esperanzas en él, lo estaba adiestrando para ocupar su puesto con el tiempo —Brucco se volvió para irse pero Jason lo llamó.
—Espere. Compadezco a Welf. No puedo sentirlo más sabiendo que era el hijo de Kerk. Pero al menos explica por qué Kerk está tan dispuesto a deshacerse de mí como de la evidencia que he descubierto. El cuaderno de bitácora de la nave...
—Lo sé, lo he visto —interrumpió Brucco—. Meta lo trajo. Un documento histórico muy interesante.
—¿Es eso todo lo que usted puede considerar? ¿Como un documento histórico? ¿Se le escapa su significado?
—No se me escapa —respondió brevemente Brucco—. Pero no puedo ver que tenga vigencia actualmente. El pasado es inmutable y en el presente debemos defendemos. Eso basta para ocupar todas nuestras energías.
La presión de la inutilidad se activó dentro de Jason, pugnando por encontrar un modo de liberarse. Adonde quiera que se dirigiese, sólo había indiferencia.
Pero siguió hablando:
—Usted es un hombre inteligente, Brucco, pero no puede ver más allá de la punta de su nariz. Supongo que es inevitable. Usted y el resto de los pyrranos son superhombres según las normas de la Tierra. Resistentes, endurecidos, invencibles, rápidos sacando la pistola. Caigan donde quiera, lo hacen de pie. Harían unos perfectos tiradores de Texas, miembros de la policía montada del Canadá, vigilantes de policía de las marismas de Venus... cualesquiera de los fabulosos luchadores fronterizos del pasado. Y creo que es ahí donde realmente pertenecen. Al pasado. En Pyrrus, el género humano ha sido empujado al límite de adaptabilidad en músculos y reflejos. Y esto es un punto muerto. El cerebro fue lo que sacó al género humano de las cavernas y lo puso de camino a los astros. Cuando empecemos a pensar con los músculos otra vez, volveremos a estar de camino a esas cavernas. ¿No es eso lo que son ustedes los pyrranos? Un manojo de hombres de las cavernas golpeando a animales en la cabeza con hachas de piedra. ¿Se paran alguna vez a pensar por qué están aquí? ¿Qué hacen y adonde van?
Jason tuvo que detenerse; estaba agotado y jadeante. Brucco se restregó la barbilla meditando.
—¿Cavernas? —preguntó—. Por supuesto no vivimos en cavernas ni usamos hachas de piedra. No comprendo su punto de vista en absoluto.
Era imposible discutir, o tan sólo enojarse. Jason empezó a responder, luego se rió en vez de hacerlo. Con una risa nada jocosa. Estaba demasiado fatigado para discutir más. Seguía chocando con este mismo muro de piedra con todos los pyrranos. La suya era una lógica del momento. El pasado y el futuro eran inmutables, imposibles de conocer... y faltos de interés.
—¿Cómo va la lucha en el perímetro? —preguntó finalmente, deseando cambiar de tema.
—Está acabada. O en las últimas etapas al menos.
Estaba entusiasmado mientras mostraba a Jason fotografías de los atacantes. No advirtió el reprimido encogimiento de hombros dé Jason.
—Este fue el ataque más serio que hemos sufrido en años, pero lo detuvimos a tiempo. Aborrezco pensar lo que habría ocurrido si hubieran pasado unas semanas más sin que fuesen descubiertos.
—¿Qué son esos animales? —preguntó Jason—. ¿Culebras gigantescas de alguna clase?
—No sea absurdo —resopló Brucco. Golpeó ligeramente el estéreo con la uña del pulgar—. Raíces. Eso es todo. Muy modificadas, pero no obstante raíces. Se introdujeron bajo el muro del perímetro, penetrando mucho más hondo que todo lo que habíamos combatido anteriormente. No son una verdadera amenaza en sí mismas pues tienen muy poca movilidad. Mueren pronto después de cortarlas. El peligro vino al ser utilizadas como túneles de paso. Están completamente carcomidas por conductos excavados por animales, y dos o tres especies de bestias viven en una especie de simbiosis en su interior. Ahora que sabemos lo que son podemos vigilarlas. El peligro estaba en que podían haber socavado completamente el perímetro y entrado desde todos los lados al mismo tiempo. No podríamos haber hecho mucho en tal caso.
AI borde de la destrucción. Viviendo en el borde de un volcán. Para los pyrranos era un motivo de satisfacción todo día que pasaba sin ser totalmente aniquilados. Parecía no haber modo alguno de cambiar su actitud. Jason dejó que la conversación cesara ahí. Sacó el cuaderno de bitácora del Pollux Victory de la vivienda de Brucco, y lo devolvió a su propio cuarto. Los pyrranos heridos no hicieron caso de Jason mientras se echaba en la cama y abría el cuaderno por la primera página.
Durante dos días no salió de la sala. Los heridos se fueron pronto y Jason tuvo la habitación para él solo. Página por página examinó el cuaderno, hasta que conoció todos los detalles de la colonización de Pyrrus. Sus anotaciones y contramarcas se acumulaban. Hizo un mapa exacto del establecimiento original sobrepuesto a uno moderno. No concordaban en modo alguno.
Era un punto muerto. Con un mapa mantenido sobre el otro, lo que había sospechado era dolorosamente claro. Las descripciones de series continuas de rocas y rasgos distintivos físicos del cuaderno de bitácora eran bastante exactas. La ciudad obviamente había sido trasladada desde el aterrizaje. Los registros que hubieran sido guardados estarían en la biblioteca, y Jason había agotado esa fuente. Toda otra cosa habría sido dejada atrás y destruida haría ya mucho tiempo.
La lluvia azotaba la gruesa ventana por encima de su cabeza, iluminada de repente por un relámpago. Los volcanes invisibles estaban activos de nuevo, haciendo vibrar el suelo con sus rugidos en lo hondo del terreno.
La sombra de la derrota se abatía lentamente sobre Jason. Ciñendo sus hombros y oscureciendo, todavía más, el sombrío día.
CAPITULO XIV
Jason pasó un día deprimido tendido en la litera repasando toda la historia y forzándose a aceptar la derrota. La orden de Kerk de que no podía salir del local sellado le ataba las manos completamente. Se sentía cerca de la solución, pero no iba a poder alcanzarla nunca.
Un día de derrota era todo lo que podía aceptar. La actitud de Kerk era completamente emocional, sin atemperar por la más ligera sombra de lógica. Este hecho seguía hiriéndote en lo vivo hasta que Jason no pudo ignorarlo por más tiempo. El razonamiento emocional era algo de lo que había aprendido a desconfiar tempranamente en la vida. No estaba de acuerdo con Kerk en lo más mínimo, lo cual significaba que tenía que aprovechar los diez días restantes para resolver el problema. Aun cuando ello significara desobedecer a Kerk, tenía que hacerse.
Tomó el papel de notas con renovado entusiasmo. Las primeras fuentes de información habían sido agotadas, pero debía de haber otras. Mascando el estilo y pensando con ahínco, lentamente formó una lista de otras posibilidades. Toda idea, por muy extraña que fuera, fue anotada. Cuando la hoja estuvo llena, borró los términos vagos y los imposibles, como consultar registros históricos de otro mundo. Este era un problema pyrrano y terna que ser resuelto en este planeta o no podría hacerlo.
La lista llevaba a dos probabilidades. O registros antiguos, libretas o diarios que particulares pyrranos tuvieran en su poder, o historias verbales que hubieran sido transmitidas a las generaciones de viva voz. La primera alternativa parecía ser la más probable y Jason obró de acuerdo con ella en seguida. Después de una cuidadosa revisión del botiquín y la pistola, fue a ver a Brucco.
—¿Qué hay de nuevo y destructivo en el mundo desde que me fui?—preguntó.
—Usted no puede salir, Kerk lo ha prohibido —dijo Brucco, mirándole enfurecido.
—¿Le encargó Kerk que me vigilara para ver si obedecía? —la voz de Jason era sosegada y fría.
Brucco se restregó la mandíbula y frunció el ceño cavilando. Finalmente sólo se encogió de hombros.
—No, no lo estoy vigilando, ni quiero esa tarea. A lo que parece, esto está entre usted y Kerk y puede permanecer de ese modo. Márchese cuando quiera. Y hágase matar en algún lugar para acabar de una vez por siempre con las molestias que nos causó.
—Agradezco sus buenos deseos —dijo Jason—. Pero instrúyame sobre la vida salvaje.
La única mutación nueva con el que las precauciones rutinarias no le valdrían era un lagarto color pizarra que escupía una ponzoña sumamente venenosa con mortal precisión. La muerte ocurría en cuestión de segundos si la saliva tocaba la piel desnuda. Los lagartos tenían que ser localizados y muertos antes que se acercaran demasiado. Una hora de tiro al lagarto en la cámara de adiestramiento lo hizo hábil en el procedimiento exacto.
Jason salió de los locales sellados sin ruido y nadie lo vio marchar. Se guió por el mapa hasta las casuchas más cercanas, arrastrando los pies fatigosamente por las calles polvorientas. Era una tarde calurosa y tranquila, quebrada sólo por ruidos sordos a lo lejos, y el ocasional estampido de su pistola.
Hacía fresco dentro del edificio de gruesas paredes, y Jason se sentó en un banco, descansando allí hasta que el sudor se secó y su corazón cesó de golpear. Luego se dirigió a la sala de recreo más cercana para empezar su investigación.
Antes de que comenzara, la cosa estaba terminada. Ninguno de los pyrranos guardaba artefactos antiguos de ninguna clase y juzgaba que toda la idea era muy divertida. Después de la vigésima respuesta negativa, Jason estaba dispuesto a aceptar la derrota en esta línea de investigación. Había tanta probabilidad de encontrar a un pyrrano con documentos antiguos como de hallar un paquete de cartas del abuelo en la mochila de un soldado.
Esto dejaba una única posibilidad: las historias verbales. De nuevo Jason inquirió con la misma falta de resultados. Los pyrranos ya no veían la gracia que podía tener el juego y empezaban a gruñir. Jason paró mientras estaba todavía de una pieza. El comisario le sirvió una comida que sabía a pasta de plástico y a pulpa de madera. Lo comió rápidamente luego se puso a cavilar frente a la bandeja vacía detestando aceptar otro callejón sin salida. ¿Quién le podría dar soluciones? Todas las personas a las que había hablado eran muy jóvenes. No tenían interés o paciencia para contar historias. Eso era una afición de los viejos, y no había personas de edad avanzada en Pyrrus.
Con una sola excepción que Jason supiera, el bibliotecario, Poli. Era una posibilidad. Un hombre que trabajaba con registros y libros pudiera tener interés por algunos de los más antiguos. Hasta quizás pudiera recordar haber leído volúmenes ahora destruidos, Un indicio muy débil, realmente, pero que tenía que ser investigado.
Encaminarse a la biblioteca casi mató a Jason. Las lluvias torrenciales hacían el suelo inseguro, y la luz opaca hacía difícil ver lo que se acercaba. Un buscapiés se aproximó lo suficiente para arrancar un trozo de carne a su pierna antes que Jason pudiera destruirlo. La antitoxina lo aturdió y perdió un poco de sangre antes de que pudiera curar la herida. Llegó a la biblioteca, agotado y colérico.
Poli estaba trabajando en el mecanismo de uno de los aparatos para catalogar. No cesó hasta que Jason le hubo dado una palmadita en el hombro. Ajustándose el adminículo para el oído, el pyrrano se colocó en una posición tranquila, atento y encorvado, esperando a que Jason hablara.
—¿Tiene usted documentos o cartas antiguas que haya guardado para su uso particular? Un movimiento de la cabeza, no. —¿Y qué me dice de historias... usted sabe, de grandes acontecimientos que hayan ocurrido en el pasado, y que alguien le pudiera haber contado cuando era joven?
Negativo.
Resultados negativos. Toda pregunta era contestada por un movimiento de la cabeza de Poli, y muy pronto el viejo se irritó y señaló al trabajo que no había terminado.
—Sí, sé que usted tiene trabajo que hacer —dijo Jason— Pero esto es importante.
Poli movió la cabeza airadamente y alargó la mano para apartar el adminículo del oído. Jason buscó tanteando una pregunta que recibiera una respuesta más positiva. Había algo que estaba tirando de su pensamiento, una palabra que había oído y anotado, para ser examinada más tarde. Algo que Kerk había dicho...
—¡Ya lo tengo! —tenía la palabra ahí, en la punta de la lengua—. Un momento, Poli, sólo una pregunta más. ¿Qué es un «removedor»? ¿Ha visto alguna vez uno o sabe qué hacen, o dónde pueden ser encontrados?
Sus palabras fueron interrumpidas mientras Poli giraba y azotaba el rostro de Jason con el dorso del brazo útil. Aun cuando el hombre era viejo y lisiado, el golpe casi fracturó la mandíbula de Jason, lanzándolo a él a través del suelo con deslizante movimiento. Medio aturdido, Jason vio que Poli se dirigía hacia él cojeando, haciendo sordos y ronroneantes ruidos con su arruinada garganta, mientras lo que quedaba de su cara se retorcía y se agitaba por la ira.
Esta no era ocasión para la diplomacia. Moviéndose tan de prisa como podía por la fuerte gravedad, arrastrando penosamente los pies, Jason se adelantó hacia la puerta cerrada. No podía competir con ningún pyrrano en una lucha mano a mano, fuera joven y menudo o viejo y lisiado. La puerta se abrió con estrépito mientras Jason pasaba, y casi se cerró sobre el rostro de Poli.
Afuera la lluvia se había transformado en nieve y Jason caminó a través del agua nieve, restregando su dolorida mandíbula y dando vueltas al único dato que tenía. Removedor era una palabra clave; pero, ¿de qué? ¿Y a quién se atrevería a pedirle más información? Kerk era el hombre al cual había hablado del mejor modo, pero ya no podía recurrir a él. Eso dejaba sólo a Meta como una posible fuente. Quería verla en seguida, pero lo invadió una repentina fatiga. Necesitó de toda su energía para volver a los locales de la escuela, avanzando penosamente y dando trompicones.
Por la mañana comió y salió temprano. Quedaba sólo una semana. Era imposible apresurarse y echaba maldiciones mientras arrastraba su doblemente pesado cuerpo hacia el centro de asignación. Meta estaba de servicio nocturno en el perímetro y debiera estar pronto de vuelta a su vivienda. Se encaminó allá y estaba yaciendo en la litera de Meta cuando ella llegó.
—Sal —dijo la muchacha con voz inflexible—. ¿O te tengo que echar?
—Paciencia, por favor —dijo Jason mientras se incorporaba—. Sólo estaba descansando aquí, esperando a que volvieras. Tengo una única pregunta, y si quieres contestarla por mí me iré y cesaré de molestarte.
—¿Qué es? —preguntó Meta, golpeando con el pie impacientemente.
Pero había también una sombra de curiosidad en su voz. Jason pensó cuidadosamente antes de hablar.
—Pero no intentes disparar sobre mí. Sabes que soy un extranjero charlatán, y me has oído decir algunas cosas tremendas sin pegarme. Ahora tengo otra cosa más tremenda que decir. Hazme el favor de mostrar tu superioridad con respecto a las otras personas de la galaxia conteniéndote y no reduciéndome a simples átomos.
La única respuesta de Meta fue un golpecito con el pie, por tanto Jason tomó aliento y se arrojó.
—¿Qué es un «removedor»?
Por un momento Meta estuvo callada, inmóvil. Luego miró a Jason con aversión.
—Realmente encuentras los temas más repulsivos.
—Puede ser —dijo Jason—, pero eso todavía no contesta mi pregunta.
—Es... bien, la clase de cosa de las que no habla la gente.
—Yo lo hago —le aseguró Jason. —¡Bien, yo no! Es la cosa más repugnante del mundo, y eso es todo lo que voy a decir. Habla a Krannon, pero no a mí.
Meta lo asió del brazo, mientras hablaba y Jason fue arrastrado al pasillo. La puerta se cerró de golpe tras él y Jason musitó «Luchadora» en voz baja. Su ira se esfumó mientras se daba cuenta de que Meta le había— dado un indicio a pesar suyo. El paso siguiente, era averiguar quién o qué era Krannon.
El centro de asignación tenía en la lista a un hombre llamado Krannon y daba el número de su teléfono y el sitio de trabajo. Estaba cerca y Jason fue allí andando. Un vasto edificio cúbico sin ventanas, con la única palabra SUMINISTROS junto a cada una de las puertas cerradas. La pequeña entrada por la que pasó consistía en una serie de mecanismos automáticos que lo rodearon con rociadas de rayos ultrasónicos, ultravioletas, antibióticos, cepillos giratorios y tres enjuagues finales. Por último fue recibido, más húmedo pero mucho más limpio, en el área central. Hombres y robots estaban apilando cajas para el transporte de mercancías y preguntó a uno de los hombres por Krannon. El hombre lo miró de arriba abajo fríamente y escupió sobre sus zapatos antes de responder.
Krannon trabajaba solo en un espacioso local de almacenaje. Era un hombre rechoncho vestido con unos pantalones remendados cuya única expresión era de intensa tristeza. Cuando Jason entró el hombre cesó de arrastrar fardos y se sentó encima del más cercano. Los surcos de la desdicha estaban esculpidos en su rostro y parecían hacerse más profundos mientras Jason explicaba lo que buscaba. Todas las preguntas sobre la historia antigua de Pyrrus lo aburrían también y bostezaba abiertamente. Cuando Jason terminó, el hombre bostezó de nuevo y ni siquiera se molestó en responderle.
Jason esperó un momento, luego preguntó otra vez.
—He dicho si usted tendría libros, documentos, registros antiguos o algo por el estilo.
—Ciertamente ha escogido el individuo adecuado para molestar, extranjero —fue la única respuesta. Después de hablarme no va a tener más que problemas.
—¿Por qué? —preguntó Jason.
—¿Por qué? —por primera vez, el hombre estaba animado de algún otro sentimiento aparte de la aflicción—. ¡Le diré por qué! Cometí un error una vez, uno sólo, y conseguí una condena perpetua. Para toda la vida, ¿qué le parece eso? Sólo, estando solo todo el tiempo. Hasta recibiendo órdenes de los removedores.
—¿Removedores? ¿Qué son los removedores? —Jason se dominó, impidiendo que el júbilo se manifestara en su voz.
La atrocidad de la pregunta detuvo a Krannon; parecía imposible que pudiera haber un hombre viviente que nunca hubiera oído hablar de los removedores. La dicha quitó parte de la tristeza de su rostro mientras se daba cuenta que tenía un oyente cautivo que escucharía sus cuitas.
—Los removedores son traidores, eso es lo que son. Traidores a la raza humana y deben ser destruidos. Viven en la selva. Las cosas que hacen con los animales...
—¿Quiere decir que son personas? ¿Pyrranos como usted mismo? —interpuso Jason.
—No como yo, señor. No cometa ese error otra vez si quiere seguir viviendo. Quizás descabecé un sueño en la guardia una vez, por lo cual me gané este trabajo. Eso no quiere decir que la cosa me agrade o me agraden ellos. Hieden, realmente hieden, y si no fuera por la comida que recibimos de ellos todos morirían mañana mismo. Esa es la clase de trabajo en la que realmente podría poner el corazón.
—Si ellos les surten de comida, ustedes deben darles algo en recíproca correspondencia.
—Mercancías, collares de cuentas, cuchillos, los artículos usuales. Suministro lo envía en cajas de cartón y yo entrego la remesa.
—¿Cómo? —preguntó Jason.
—Por camión blindado hasta el sitio de la entrega. Luego retrocedo para recoger después la comida que han dejado a cambio.
—¿Puedo acompañarlo en el próximo envío?
Krannon frunció el ceño por un momento.
—Sí, creo que no hay inconveniente si usted es lo bastante estúpido para venir. Puede ayudarme a cargar. Está entre cosechas ahora, por tanto el próximo viaje será de aquí a ocho días...
—Pero eso es después que salga la nave, será demasiado tarde. ¿No puede ir antes?
—No me cuente sus problemas, señor —gruñó Krannon, poniéndose de pie—. Es para ese tiempo que voy y no cambio la fecha por usted.
Jason se daba cuenta que había sacado del hombre tanto como era posible en una sola entrevista. Se puso de camino hacia la puerta, luego se volvió.
—Una cosa —pidió—. Dígame, ¿qué aspecto tienen estos salvajes, los removedores?
—¿Cómo voy a saberlo? —clamó Krannon—. Negocio con ellos, no les hago el amor. Si alguna vez viera uno, lo tumbaría al momento de un balazo.
Krannon dobló los dedos y la pistola saltaba hacia dentro y hacia fuera de su mano mientras lo decía. Jason salió tranquilamente.
Mientras yacía en la litera, proporcionando descanso a su cuerpo fatigado por la fuerte gravedad, buscó un modo de hacer que Krannon cambiara la fecha de la remesa.
Sus millones en cartas de crédito no tenían valor en este mundo sin moneda corriente. Si el hombre no podía ser convencido, tenía que ser sobornado. ¿Con qué? La mirada de Jason rozó el armario donde todavía estaba colgada su ropa de otros mundos, y tuvo una idea.
Había llegado la mañana antes que Jason pudiera volver al depósito de provisiones; y estaba un día más cerca de su límite. Krannon no se molestó en levantar la vista de su trabajo cuando Jason entró.
—¿Quiere esto? —dijo Jason, entregando al paria una caja lisa guarnecida en oro, con un único y gran diamante engastado en la tapa.
Krannon gruñó y le dio vueltas en sus manos.
—Una chuchería—dijo—. ¿Para qué sirve?
—Bien, cuando uno aprieta este botón se tiene lumbre.
Apareció una llama por un agujero del tope. Krannon hizo un movimiento para devolver el artefacto.
—¿Para qué necesito una llama pequeña? Tenga, guárdelo.
—Espere un momento —dijo Jason—. Eso no es todo lo que hace. Guando se aprieta la piedra del centro, sale una de estas cosas —una bolita negra del tamaño de su uña cayó en la palma de su mano—. Una bomba pequeña, hecha de ultranita sólida. Sólo hay que apretarla con fuerza y lanzarla. Tres segundos después explota con potencia suficiente para destruir este edificio.
Esta vez Krannon sonrió ligeramente mientras echaba mano a la caja. Las armas destructivas y mortíferas son como un dulce para un pyrrano. Mientras que el hombre la examinaba, Jason hizo una proposición.
—La caja y las bombas son suyas si traslada la fecha de la próxima remesa a mañana, y me deja acompañarlo.
—Esté aquí a las 05.00 —dijo Krannon—. Salimos temprano.
CAPITULO XV
El camión ascendió con estruendo hasta la entrada del perímetro y se detuvo. Krannon hizo señas a los guardias a través de la ventanilla delantera, luego corrió una cortinilla metálica sobre ella. Cuando las barreras se abrieron repentinamente, el camión —realmente un gigantesco tanque blindado—empezó a avanzar despacio. Había una segunda barrera después de la primera, que no se abrió hasta que la interior estuvo cerrada. Jason miró por el periscopio del ayudante del conductor mientras la barrera exterior se alzaba. Lanzallamas automáticos fulguraron a través de la abertura, interrumpiéndose sólo cuando el camión los alcanzó. Un área agostada rodeaba la entrada del perímetro; detrás de eso comenzaba la selva. Inconscientemente Jason se tiró hacia atrás del asiento.
Todas las plantas y animales de los cuales sólo había visto muestras, existían aquí en superabundancia. Ramas y enredaderas rodeadas de espinos se entrelazaban formando un sólido tapete a través del cual pululaba la vida silvestre. Un ruido furioso se lanzó sobre ellos; golpetazos y arañazos resonaban en el blindaje. Krannon rió y cerró el conmutador que electrificaba la parrilla exterior. Los ruidos de arañazos se fueron apagando mientras la bestia completaba su descenso a lo largo del blindaje hasta dar en el suelo.
Era un trabajo de marcha lenta, de lenta conducción, el penetrar en la selva. Krannon tenía el rostro oculto por la cubierta del periscopio y manejaba los mandos silenciosamente. A cada kilómetro, la marcha parecía mejorar, hasta que Krannon finalmente alzó el periscopio y abrió el blindaje de la ventanilla. La selva era todavía densa y letal; pero nada parecida al área inmediatamente alrededor del perímetro. Parecía como si la mayor parte de las fuerzas letales de Pyrrus estuvieran concentradas en el área particular alrededor del asentamiento. ¿Por qué?, se preguntaba Jason. ¿Por qué este planetario, intenso y dirigido odio?
Los motores pararon y Krannon se levantó, estirándose.
—Hemos llegado —dijo—. Descarguemos.
Había roca desnuda alrededor del camión, una loma redondeada que sobresalía de la selva, demasiado llana y empinada para que la vegetación se asentara. Krannon abrió los escotillones de carga y sacaron las cajas y paquetes. Cuando terminaron, Jason se desplomó, agotado, sobre la pila.
—Vuelva adentro, partimos en seguida —dijo Krannon.
—Usted. Yo me quedo aquí mismo.
—Métase en el camión o lo mato —dijo Krannon, mirando a Jason fríamente—. Nadie se queda ahí fuera. Por un lado no podría vivir una hora solo. Pero peor que eso, lo atraparían los removedores. Lo matarían inmediatamente, por supuesto, pero eso no es lo importante. Usted lleva consigo equipos que no podemos dejar pasen a poder de ellos. ¿Quiere ver a un removedor con una pistola?
Mientras el pyrrano hablaba, los pensamientos de Jason se habían proyectado hacia adelante. Esperaba que Krannon fuera tan duro de cabeza como rápido de reflejos.
Jason contemplaba los árboles, dejando que su mirada subiera por las gruesas ramas. Aunque Krannon todavía estaba hablando, estaba consciente automáticamente de la atención de Jason. Cuando los ojos de Jason se dilataron y la pistola saltó en su mano, la propia pistola de Krannon apareció y él se giró en la misma dirección.
—¡Allá... en la copa! —voceó Jason y disparó hacia la maraña de ramas.
Krannon disparó también. Tan pronto como lo hizo, Jason se lanzo hacia atrás, se acurrucó hasta quedar hecho una pelota, bajando rodando la roca inclinada. Los disparos habían apagado el ruido de sus movimientos, y antes que Krannon pudiera volverse, la gravedad lo había arrastrado pendiente abajo hacia el interior del denso follaje. Crujientes ramas lo abofetearon, pero frenaron su caída. Cuando cesó de moverse, estaba perdido entre las plantas. Los disparos llegaron demasiado tarde para acertarlo.
Yaciendo allí, cansado y magullado, Jason oía al pyrrano maldecirlo. Krannon rodeó la roca corriendo y disparó unos cuantos tiros, pero se guardó de penetrar entre los árboles. Finalmente se dio por vencido y retrocedió hacia el camión. El motor se puso en movimiento, las ruedas rechinaron y rascaron roca abajo y de nuevo hacia el interior de la selva. Hubo ruidos sordos y estampidos que se extinguieron gradualmente.
Entonces Jason estuvo solo.
Hasta ese instante no se había dado cuenta de cuán solo estaría. Rodeado nada más que de muerte, el camión ya lejos y fuera del alcance de la vista. Tuvo que dominar un irresistible deseo de correr tras de él. Lo que estaba hecho, hecho estaba.
Esto era exponerse mucho, pero era la única manera de ponerse en contacto con los removedores. Eran salvajes, pero no obstante eran parte del linaje humano. Y no; habían caído tan bajo como para suspender el comercio con los pyrranos civilizados. Tenía que contactar con ellos, hacerse su amigo. Averiguar cómo se las habían arreglado para vivir seguros en este mundo de locura.
Si hubiera habido otra manera de resolver el problema la habría aceptado; no le gustaba el papel de héroe martirizado. Pero Kerk y su ultimátum le habían obligado a adoptar un sistema que le disgustaba. El contacto tenía que hacerse aprisa y éste era el único camino.
No se podía decir dónde estaban los salvajes, o cuándo llegarían. Si los bosques no eran demasiado letales, podía esconderse allí, escoger la ocasión para acercarse a ellos. Si lo encontraban entre los suministros, pudieran ser capaces de liquidarlo allí mismo en un típico reflejo pyrrano.
Andando cautelosamente, se aproximó a la hilera de árboles. Algo se meneaba sobre una rama, pero desapareció mientras Jason se acercaba. Ninguna de las plantas inmediatas a uno de los árboles de grueso tronco parecía venenosa, por tanto se deslizó detrás de él. No había nada destructivo a la vista y eso le sorprendió. Dejó que su cuerpo se relajara un poquito, apoyándose en la áspera corteza.
Algo blando y opresivo cayó encima de su cabeza, su cuerpo estaba cogido por una zarpa de acero.
Cuanto más luchaba, más fuerte le cogía hasta que la sangre tronó en sus orejas y los pulmones gritaron por aire.
Sólo cuando se relajó disminuyó la presión. La primera sensación de pánico disminuyó un poco en cuanto se dio cuenta de que no era un animal quien lo atacó. No sabía nada referente a los removedores, pero eran humanos, por tanto todavía tenía una posibilidad de salir airoso.
Sus brazos y piernas estaban sujetos, la pistolera se había soltado de su brazo. Se sentía extrañamente desnudo sin ella. Las fuertes manos lo cogieron de nuevo y lo lanzaron al aire, para caer boca abajo contra algo caliente y blando. El pavor lo oprimió otra vez, pues era un gran animal de alguna clase. Y todos los animales pyrranos eran letales.
Cuando el animal echó a andar, transportándolo, el pánico fue sustituido por una sensación de júbilo creciente. Los removedores se las habían arreglado para conseguir una tregua con por lo menos una forma de vida animal. Tenía que averiguar cómo. Si pudiera obtener ese secreto —y llevarlo de vuelta a la ciudad— justificaría todo su trabajo y su sufrimiento. Podría incluso justificar la muerte de Welf si la vieja guerra pudiera ser ralentizada o detenida.
Los miembros fuertemente atados de Jason le dolían terriblemente al principio pero se le entumecieron al quedar sin circulación. La galopada proseguía eternamente. Jason no terna ningún medio para medir el tiempo. Un aguacero lo empapó, luego notó que su ropa desprendía vapor mientras salía el sol.
El paseo acabó finalmente. Jason fue arrancado del lomo del animal y echado al suelo. Sus brazos quedaron libres mientras alguien desataba las ligaduras. Al reemprenderse la circulación se saturó de dolor mientras yacía allí, forcejeando para moverse. Cuando sus manos finalmente le obedecieron, las alzó hasta su rostro y desgarró la envoltura, un saco de gruesa piel. La luz lo cegó mientras respiraba ávidamente el aire puro.
Parpadeando frente al resplandor, miró alrededor. Yacía sobre un pavimento de toscas tablas, el sol poniente reluciendo en sus ojos a través de la entrada sin puerta de la casa. Había un campo arado fuera, que se extendía siguiendo la curva de la loma hasta el borde de la selva. Estaba demasiado oscuro para ver mucho más dentro de la cabaña.
Algo obstruyó la luz de la entrada, una figura alta semejante a un animal. Mirando con más atención Jason se dio cuenta que era un hombre de larga cabellera y barba espesa. Iba vestido con pieles; hasta sus piernas estaban envueltas con polainas de piel. Sus ojos estaban fijos sobre su cautivo, mientras que una mano acariciaba un hacha que colgaba de su cintura.
—¿Quién es usted? ¿Qué quiere? —preguntó de repente el barbudo.
Jason escogió sus palabras despacio, preguntándose si este salvaje tendría el mismo carácter irascible que los habitantes de la ciudad.
—Me llamo Jason. Vengo en son de paz. Quiero ser su amigo...
—¡Mentiras! —gruñó el hombre, y sacó el hacha de su cinturón—. Trampas inútiles. Lo vi esconderse. Esperaba matarme. Pero antes lo mataré yo.
Probó el filo de la hoja con un calloso pulgar, luego la levantó.
—¡Aguarde! —dijo desesperadamente Jason—. Usted no lo entiende.
El hacha descendió.
—Soy de otro mundo y...
Un fuerte golpe lo estremeció mientras el hacha se hundía en la madera contigua a su cabeza. En el último instante, el hombre la había apartado bruscamente. Agarró la pechera de Jason y lo levantó hasta que sus rostros se tocaron.
—¿Es cierto? —gritó el hombre—. ¿Es usted de otro mundo?
Su mano se abrió y Jason cayó hacia atrás antes de que pudiera responder. El salvaje saltó por encima de él, hacia el fondo oscuro de la cabaña.
—Khes debe estar informado de esto —dijo mientras buscaba algo en la pared. La luz brotó.
Todo lo que Jason pudo hacer fue mirar con asombro. El hirsuto salvaje cubierto de pieles estaba manejando un aparato de radio. Los encallecidos dedos llenos de costras de mugre abrieron diestramente los circuitos de golpe, y marcaron un número.
CAPITULO XVI
No tenía sentido. Jason trató de conciliar el moderno aparato con los salvajes y no pudo. ¿A quién estaba llamando el hombre? La existencia de un aparato de radio significaba que había por lo menos otro. ¿Era Rhes una persona o una cosa?
Con un esfuerzo mental, Jason reprimió sus pensamientos hasta ponerlos en orden. Había algo nuevo ahí, factores con los que no había contado. Continuó diciéndose que había una explicación para todo, una vez que uno tenía los hechos ordenados.
Jason cerró los ojos, impidiendo que entraran los deslumbrantes rayos del sol por donde el astro atravesaba las copas de los árboles, y reconsideró los hechos. Se dividieron claramente en dos clases: los que había observado por sí mismo, y los que había sabido por los habitantes de la ciudad. Esta última clase de «hechos» los retendría, para ver si concordaban con lo que sabía. Había una buena probabilidad de que la mayor parte, o la totalidad, de ellos resultaran falsos.
—Levántese —chirrió la áspera voz, taladrando sus pensamientos—. Nos vamos.
Las piernas de Jason estaban todavía entumecidas y apenas podía usarlas. El barbudo resopló con disgusto y lo levantó de un tirón, apoyándolo en la pared exterior. Jason se agarró a la nudosa corteza de los troncos cuando lo dejaron solo. Miró a su alrededor, tomando impresiones.
Era la primera vez que estaba en una granja desde que había huido de su planeta nativo. Un mundo diferente con una ecología diferente, pero la semejanza era bastante clara para Jason. Un campo recién sembrado se extendía colina abajo frente a la choza. Arado por un experto labrador. Surcos iguales y bien trazados que seguían el contorno de la ladera. Otra casa de troncos más grandes estaba junto a ésta, probablemente un granero.
Hubo un gangoso sonido detrás de él y Jason se volvió con presteza... quedando helado. Su mano buscó la inexistente pistola y su dedo apretó un gatillo que no estaba allí.
Algo había salido de la selva y subía silenciosamente hacia él. Tenía seis gruesas patas con pies armados de zarpas que se hundían en el suelo. El cuerpo de dos metros de largo estaba completamente cubierto de desgreñada pelusa, excepto el cráneo y los lomos. Estos estaban cubiertos con un caparazón de planchas córneas. Jason pudo ver todo esto porque la bestia estaba lo suficientemente cerca. Esperó la muerte.
La boca del animal se abrió; en parte semejante a una rana, sobresaliendo del pelado cráneo, y mostrando dobles hileras de dientes mellados.
—Aquí, Fido —dijo el barbudo, surgiendo de detrás de Jason y castañeando con los dedos.
La bestia saltó hacia adelante pasando por encima del aturdido Jason, y frotó su cabeza contra la pierna del hombre.
—Buen perrito —dijo el hombre, mientras sus dedos rascaban bajo el borde del caparazón allí donde se unía a la carne.
El barbudo había sacado dos de las monturas del establo a las que ensilló y embridó. Jason apenas reparó en los detalles de piel tersa y largas patas, mientras subía encima de uno. Sus pies pronto estuvieron sujetos a los estribos. Cuando se pusieron en marcha, la bestia con cabeza de calavera los siguió.
—Buen perrito —dijo Jason, y sin ningún motivo se echó a reír.
El barbudo se volvió y lo miró con ceño hasta que Jason calló.
Cuando entraron en la selva, oscurecía. Era imposible ver bajo el espeso follaje, y no usaron ninguna luz. Los animales parecían saber el camino. Había ruidos extraños y silbidos agudos alrededor de ellos, pero eso no molestaba demasiado a Jason. Quizás la manera automática en que el otro hombre emprendiera el viaje lo tranquilizaba. O la presencia del «perro», que sentía más bien que veía. El viaje era largo, pero no demasiado incómodo.
El movimiento regular del animal y su propia fatiga vencieron a Jason y cayó en un sueño intranquilo, despertándose con un sobresalto cada vez que se hundía hacia adelante. Al fin, durmió incorporado en la silla. Pasaron horas de este modo, hasta que Jason abrió los ojos y vio un cuadro de luz delante de él. El viaje había acabado.
Tenía las piernas tiesas e irritadas por el roce de la silla. Después que sus pies estuvieron fuera de las estriberas, bajar le costó un esfuerzo y casi se cayó. Se abrió una puerta y Jason entró. Sus ojos necesitaron unos momentos para acostumbrarse a la luz, hasta que pudo distinguir al hombre de la cama frente a él.
—Venga aquí y siéntese.
La voz era llena y fuerte, habituada a dar órdenes. El cuerpo era el de un inválido. Una manta lo cubría hasta la cintura; más arriba de ella la carne era flácida y pálida, moteada con nódulos rojos, y colgaba flojamente sobre los huesos. Parecía no quedar nada del hombre excepto la piel y el esqueleto.
—No es muy agradable —dijo el hombre de la cama—, pero me he acostumbrado a ello —su tono cambió de repente—. Naxa ha dicho que usted era de otro mundo. ¿Es eso cierto?
Jason hizo una señal afirmativa, y su respuesta animó al esqueleto viviente. La cabeza se alzó de la almohada y tos ojos de cercos rojos buscaron los de Jason.
—Me llamo Rhes y soy un... removedor. ¿Quiere ayudarme?
Jason se extrañó de la vehemencia de la pregunta de Rhes, completamente desproporcionada con el escaso volumen de su significación. Sin embargo no podía percibir ningún motivo para dar ninguna otra que la primera y clara respuesta que acudía a sus labios.
—Por supuesto lo ayudaré, por todos los medios que pueda. Mientras ello no implique daño para ningún otro. ¿Qué necesita?
La cabeza del enfermo había retrocedido flojamente, fatigada, mientras Jason hablaba. Pero el fuego todavía ardía en los ojos.
—Esté seguro... no quiero dañar a otros —dijo Rhes—. Todo lo contrario. Como usted ve, sufro de una enfermedad que nuestros remedios no curan. De aquí a unos días más habré muerto. Pero he visto... que la gente de la ciudad... usa un artefacto; lo aplican sobre una herida o una mordedura de animal. ¿Tiene usted uno de estos aparatos?
—Eso parece ser una descripción del medikit —Jason tocó un botón de su cintura que soltó el aparato médico en su mano—. Tengo el mío aquí. Analiza y trata la mayor parte...
—¿Querría usarlo para mí? —interrumpió Rhes, su voz apremiante de repente.
—Lo siento —dijo Jason—, Debiera haberme dado cuenta.
Se adelantó y aplicó el aparato sobre uno de los lugares inflamados del pecho de Rhes. Apareció la luz de funcionamiento y la fina saeta de la sonda del analizador descendió. Cuando salió, el aparato zumbó, luego sonó tres veces con golpes secos mientras tres distintas agujas hipodérmicas penetraban en la piel. Después la luz se extinguió.
—¿Eso es todo? —preguntó Rhes, mientras observaba a Jason, que devolvía el aparato a su cinturón.
Jason hizo una señal afirmativa, luego levantó la vista y notó las húmedas huellas de lágrimas en el rostro del enfermo. Rhes se apercibió de ellas al mismo tiempo y se las quitó restregando con fuerza.
—Cuando un hombre está enfermo —gruñó—, el cuerpo y todos sus sentidos se vuelven traidores. No creo haber llorado desde que era un niño... pero debe darse cuenta de que no es a causa de mí mismo que estoy llorando. Es por el incalculable número de víctimas de mi gente que murieron por falta de ese pequeño aparato que usted usa con tanta naturalidad.
—Sin duda ustedes tienen medicamentos, médicos propios.
—Médicos que usan hierbas medicinales y médicos brujos —dijo Rhes, relegando a todos ellos al olvido con un movimiento de la mano—. Los pocos hombres trabajadores y honrados se desaniman por el hecho de que los curanderos por fe pueden curar mejor usual— mente que la pócima más fuerte.
La conversación había fatigado a Rhes. El hombre se detuvo de repente y cerró los ojos.
Sobre su pecho, los espacios inflamados estaban ya perdiendo su irritado color a medida que las inyecciones producían su efecto.
Jason miró de prisa alrededor de la habitación, buscando indicios que le indicaran el camino a seguir para resolver el misterio de esta gente.
El pavimento y las paredes estaban hechas de tablas de madera unidas, libres de pintura u ornamento. Parecían simples y toscas, adecuadas sólo para los salvajes que había esperado encontrar. ¿O es que no eran toscas? La madera tenía una vasta veta semejante a una llama. Cuando Jason se acercó inclinando el cuerpo vio que se había frotado cera sobre la madera para realzar este diseño. ¿Era esto la obra de salvajes, o de artistas que procuraban sacar todas las ventajas posibles de materiales nobles? El efecto final era muy superior a la pintura pardusca y a las habitaciones con chapas de acero remachado de los pyrranos residentes en la ciudad. ¿No era cierto que los dos extremos de la escala artística tendían a la simplicidad? Los aborígenes incultos daban una sencilla interpretación de una idea clara y creaban belleza. En el otro extremo, el crítico sofisticado desechaba la excesiva prolusión de detalles y adornos y buscaba la claridad exacta del arte en el cual no existía desorden ni confusión. ¿A qué extremo de la escala estaba mirando ahora?
Estos hombres eran salvajes, le habían dicho eso. Iban vestidos con pieles y hablaban en un farfullado y chapucero lenguaje, al menos Naxa. Rhes reconocía que prefería los curanderos por fe a los médicos. Pero, si todo esto era cierto, ¿dónde encajaba el aparato de radio en el cuadro? O el techo resplandeciente que iluminaba la habitación con una suave luz.
Rhes abrió los ojos y miró a Jason con curiosidad, como si lo viera por primera vez.
—¿Quién es usted? —preguntó—. ¿Y qué está haciendo aquí?
Había una fría amenaza en sus palabras, y Jason sabía por qué. Los pyrranos de la ciudad odiaban a los «removedores» y, sin duda, el sentimiento era mutuo.
El hacha de Naxa había demostrado eso. Naxa había entrado silenciosamente mientras ellos hablaban, y se había quedado allí con los dedos junto al mango de esta misma hacha. Jason sabía que su vida estaba aún en peligro, hasta que diera una respuesta que satisfaciera a estos hombres.
No podía decir la verdad. Si sospecharan que estaba espiando entre ellos para ayudar a la gente de la ciudad, sería el fin. Sin embargo, tenía que ser libre para hablar del problema de la supervivencia.
La respuesta le llegó tan pronto como hubo planteado el problema. Sólo había necesitado un momento para considerar todo esto, mientras se volvía y encarándose con el inválido, respondió en seguida. Procurando mantener la voz normal e indiferente.
—Soy Jason dinAlt, ecólogo; por tanto ve usted que tengo las mejores razones del universo para visitar este planeta...
—¿Qué es un ecólogo? —interrumpió Rhes.
No había nada en su voz que indicase si planteaba la pregunta seriamente, o como una trampa. Todos los vestigios de la franqueza de su anterior conversación habían desaparecido; su voz tenía la mortífera calidad del veneno de un aguijón. Jason escogió las palabras cuidadosamente.
—Explicado con sencillez, la ecología es la parte de la biología que examina las relaciones entre los organismos y su medio ambiente. Hasta qué punto los factores relativos al clima y otros influyen en las formas de vida, y hasta qué punto las formas de vida a su vez influyen unas en otras y en el medio ambiente.
Jason sabía que todo eso era exacto; pero realmente sabía muy poco más sobre la materia, por lo cual siguió adelante con rapidez.
—Oí historias sobre este planeta, y finalmente vine aquí para obtener información de primera mano. Hice cuanto trabajo pude al amparo de la ciudad, pero no bastaba. La gente allí cree que estoy loco, pero accedieron a dejarme hacer un viaje aquí.
—¿Qué providencias tomaron para su regreso? —interrumpió Naxa.
—Ninguna —le dijo Jason—. Parecían estar muy seguros de que me matarían inmediatamente y no tenían esperanzas de que volviera. Se negaron a dejarme marchar bajo mi propia responsabilidad y tuve que escaparme.
La respuesta pareció satisfacer a Rhes y su rostro mostró una triste sonrisa.
—Creerían eso, esos inútiles. No pueden avanzar un metro fuera de sus muros sin un coche blindado grande como un establo. ¿Qué le contaron sobre nosotros?
De nuevo Jason percibió que muchas cosas dependían de su respuesta. Esta vez pensó cuidadosamente antes de hablar.
—Bien, quizás logre que esa hacha penetre en el dorso de mi cuello por decir esto, pero he de ser sincero. Ustedes deben saber lo que piensan. Me dijeron que ustedes eran unos sucios e ignorantes salvajes, que olían. Y... bien, tenían extraños hábitos que practicaban con los animales. Que a cambio de vituallas, ellos les suministraban collares de cuentas y cuchillos...
Los dos pyrranos rompieron a reír convulsivamente al oír esto. Rhes paró pronto, por debilidad, pero Naxa siguió riendo hasta provocarse un fuerte acceso de tos y tuvo que echarse agua sobre la cabeza con un botijo de calabaza.
—Eso lo creo bastante bien —dijo Rhes—, Parece ser la sarta de estupideces que dirían. Esa gente no sabe nada del mundo en que viven. Espero que el resto de lo que usted ha dicho sea cierto, pero aun cuando no lo fuera, está usted en su casa. Es de otro mundo, lo sé. Ningún zarrapastroso de aquí habría levantado un dedo para salvarme la vida. Usted es el primer extranjero que mi gente haya conocido jamás y por eso es doblemente bienvenido. Lo ayudaremos por todos los medios a nuestro alcance. Mi fuerza es su fuerza. — Estas últimas palabras tenían un tono ritual y, al tiempo que Jason las repetía, Naxa hizo una seña con la cabeza para confirmar la exactitud de esto. Mientras, Jason percibió que era algo más que una frase hecha. La dependencia mutua significaba la supervivencia en Pyrrus, y sabía que estas gentes permanecían juntos hasta la muerte frente a los peligros mortales que los rodeaban. Esperaba que las palabras rituales lo encerraran dentro de esa esfera protectora.
—Eso basta por esta noche —dijo Rhes—. La enfermedad me ha debilitado, y su remedio me ha convertido en gelatina. Usted se quedará aquí, Jason. Hay una manta, pero ninguna cama, al menos por ahora.
El entusiasmo había sostenido a Jason hasta ahí, haciéndole olvidar los esfuerzos del largo día bajo la doble gravedad. Poco después la fatiga le asestó un golpe físico. Tenía vagos recuerdos de haber rehusado tomar alimentos y envolverse con la manta sobre el suelo. Después de eso, el olvido.
CAPITULO XVII
Cada centímetro cuadrado del cuerpo le dolía donde la doble gravedad había apretado su carne contra la firme madera del pavimento. Tenía los ojos legañosos y la boca llena de un indescriptible sabor que salía a ráfagas. Incorporarse le costó un gran esfuerzo y tuvo que ahogar un gruñido mientras crujían sus articulaciones.
—Buenos días, Jason —gritó Rhes desde la cama—. Si no creyera tanto en nuestros curanderos, me vería «Aligado a decir que algún milagro de su aparato me ha curado durante la noche.
No había duda que el hombre iba mejorando. Los espacios inflamados habían desaparecido y la ardorosa brillantez se había ido de los ojos. Estaba sentado, apoyado en la cama, observando cómo el sol matinal derretía la granizada de la noche en los campos.
—Hay carne ahí en el armario —dijo—, y agua o visk para beber.
El visk resultó ser una bebida destilada de extraordinaria fuerza que disipó al instante la confusión del cerebro de Jason, si bien le dejó zumbando los oídos. Y la carne era un trozo tiernamente ahumado, el mejor manjar que había probado desde que saliera de Darkhan. Tomados juntos, restablecieron su confianza en la vida y en el futuro. Bajó el vaso con un suspiro de alivio y miró a su alrededor.
Una vez libre de la presión inmediata por su supervivencia y el agotamiento que esto llevaba consigo, sus pensamientos volvieron automáticamente a su problema. ¿Cómo era realmente esta gente, y cómo se las habían arreglado para sobrevivir en el yermo mortífero? En la ciudad le habían dicho que eran salvajes. Sin embargo había un aparato de radio cuidadosamente guardado y en uso allí en la pared. Y a la entrada una ballesta que disparaba unos dardos metálicos hechos a máquina; podía distinguir las muescas de las herramientas visibles en las juntas. Lo único que necesitaba era más información. Podía empezar a deshacerse de parte de sus falsos conocimientos.
—Rhes, usted se rió cuando le conté lo que decía la gente de la ciudad, tocante a que les suministraban chucherías a cambio de alimentos. ¿Qué cambian realmente con ustedes?
—Cualquier cosa dentro de ciertos límites —dijo Rhes—. Pequeños artículos manufacturados, tales como componentes electrónicos para nuestros aparatos de radio. Aleaciones inoxidables que nosotros no pódeme» conseguir en nuestras fraguas, instrumentos cortantes, transformadores electroatómicos que producen energía con cualquier elemento radioactivo. Aparatos semejantes a esos. Dentro de lo razonable nos suministran todo lo que pedimos que no esté en la lista prohibida. Tienen gran necesidad de los alimentos.
—Y los artículos de la lista prohibida...
—Armas, por supuesto, o cualquier cosa que pudiera ser convertida en un arma poderosa. Saben que fabricamos pólvora, por tanto no podemos conseguir nada como tubos fundidos que pudiéramos convertir en cañones para armas de fuego. Perforamos los cañones de nuestros propios rifles a mano, aun cuando la ballesta es más silenciosa y más rápida en la selva. Tampoco les gusta que sepamos mucho, por lo cual el único tipo de lectura que nos llega son manuales de apoyo técnicos, vacíos de fundamentos teóricos.
»La última categoría proscrita de que tengo conocimiento es la medicina. Esto es lo único que no puedo comprender, que me hace arder de odio cuando pienso en el número de fallecimientos que podrían haberse evitado.
—Conozco sus razones —dijo Jason.
—Pues infórmeme, porque no puedo pensar en ninguna.
—La supervivencia, es bien sencillo. ¡Dudo que usted se dé cuenta de ello, pero tienen una población en descenso. Su extinción es sólo cosa de años. Por el contrario su pueblo por lo menos debe tener una estable —si no ligeramente creciente— población pese a haberse desarrollado sin defensas mecánicas. Por tanto en la ciudad les odian y los envidian al mismo tiempo. Si les dieran medicina y ustedes prosperasen estarían ganando la batalla que ellos han perdido. Me figuro que los toleran como un mal necesario, para proporcionarles víveres, de otra manera desearían verlos muertos a todos.
—Eso tiene sentido —gruñó Rhes, dando un golpe de puño contra la cama—. La clase de retorcida lógica que uno esperaría de los hombrezuelos. Nos emplean para alimentarlos, y a cambio nos dan lo menos posible y al mismo tiempo nos privan del saber que nos sacaría de esta precaria existencia. Peor, mucho peor, nos separan de las estrellas y del resto de los hombres —el odio que expresaba su rostro eran tan intenso que Jason retrocedió inconscientemente.
—¿Cree usted que somos salvajes, Jason? Actuamos como animales y nos parecemos a ellos porque tenemos que luchar por la existencia a un nivel animal. Sin embargo tenemos conocimiento de los astros. En esa arca de allí, precintada con metal, hay más de treinta libros, todos los que tenemos. Novelas la mayor parte de ellos, con algo de historia y ciencia general intercalada. Suficiente para mantener vivos los relatos de la colonización de aquí y el resto del universo exterior. Vemos aterrizar las naves en la ciudad y sabemos que allá arriba hay mundos sobre los cuales sólo podemos fantasear sin llegar nunca a conocerlos. ¿Se extraña que odiemos a estas bestias que se llaman a sí mismas hombres, y que los destruyéramos en un instante si pudiéramos? Tienen razón en impedirnos poseer armas, porque tan seguro como que el sol sale por la mañana, los mataríamos a todos si pudiéramos, y conseguiríamos las cosas que nos han negado.
Era una dura condena, pero esencialmente veraz. Al menos desde el punto de vista de los perdedores. Jason no trató de explicar al colérico hombre que los pyrranos de la ciudad consideraban su actitud como la única posible y lógica.
—¿Cómo empezó esta lucha entre sus dos grupos?
—No lo sé —dijo Rhes—. He reflexionado acerca de ello muchas veces, pero no hay registros de este período. Ciertamente sabemos que todos nosotros, descendemos de colonos que llegaron al mismo tiempo. En algún lugar, en algún tiempo, los grupos se separaron. Quizás fue una guerra, he sabido de ellas por los libros. Tengo una teoría parcial, si bien no puedo probarla, que fue por la situación de la ciudad.
—Situación... no comprendo.
—Bien, usted conoce a los hombrezuelos, y ha visto dónde está su ciudad. Se las arreglaron para colocarla justamente en el centro del lugar más salvaje de este planeta. Usted sabe que no se preocupan de ninguna cosa viviente excepto de sí mismos; disparar y matar es su única lógica. Por tanto no considerarían dónde construir su ciudad, y se las arreglaron para hacerlo en el lugar más estúpido imaginable. Estoy seguro que mis antepasados se dieron cuenta del disparate y procuraron decírselo. Eso sería motivo suficiente para una guerra, ¿no es cierto?
—Lo pudiera haber sido si eso es realmente lo que ocurrió —dijo Jason—. Pero considero que plantea el problema al revés. Es una guerra entre la vida pyrrana nativa y los humanos, cada una de las dos partes luchando para destruir a la otra. Las formas de vida cambian continuamente, procurando esa destrucción final del invasor.
—Su teoría es aún más desatinada que la mía —dijo Rhes—. Eso no es cierto en absoluto. Reconozco que la vida no es demasiado tranquila en este planeta —si lo que he leído en los libros acerca de otros planetas es verídico— pero no cambia. Uno tiene que andar con pies ligeros y mantenerse alerta con respecto a toda cosa viviente de tamaño superior a uno mismo, pero puede sobrevivir. De cualquier modo, realmente no importa por qué. Los hombrezuelos siempre buscan problemas.
Jason no quiso insistir en su argumento. El esfuerzo de obligar a Rhes a modificar su actitud básica no valía la pena, aun cuando fuera posible. No había logrado convencer a nadie de la ciudad de las mutaciones letales aun cuando podían observar todos los hechos. Rhes aún podía proporcionar información, sin embargo.
—Supongo que no es importante saber quién principió la lucha —dijo Jason en interés del otro, sin creerse una palabra de ello—. Pero usted tendrá que convenir en que la gente de la ciudad está permanentemente en guerra con toda la vida local. Su pueblo, sin embargo, se las ha arreglado para domesticar por lo menos a dos especies que he visto. ¿Tiene usted alguna idea de cómo se hizo esto?
—Naxa estará aquí dentro de un minuto —dijo Rhes, señalando a la entrada—, tan pronto como haya cuidado de los animales. Pregúntele a él. Es el mejor hablador que tenemos.
—¿Hablador? —dijo Jason—. Tenía una idea distinta sobre él. No habló mucho, y lo que dijo era, bien... un poco difícil de entender a veces.
—No esa clase de habla —replicó impacientemente Rhes—. Los habladores cuidan de los animales. Amaestran a los perros y doryms, y los mejores como Naxa procuran siempre trabajar con otras bestias. Visten toscamente, pero es porque tienen que hacerlo. Les he oído decir que a los animales no les gustan los productos químicos, el metal o la piel curtida, por lo tanto llevan pieles sin curtir generalmente. Pero no deje que el mugre lo engañe, no tiene nada que ver con la inteligencia.
—¿Doryms? ¿Son esas sus bestias de transporte, la clase que montamos viniendo hacia aquí? Rhes hizo una seña afirmativa. —Los doryms son más que bestias de carga, son realmente un poquito de todo. Los grandes animales machos arrastran los arados y otras máquinas, mientras que los animales más jóvenes son empleados para carne. Si quiere saber más, pregunte a Naxa, lo encontrará en el establo.
—Quisiera hacerlo —dijo Jasón, levantándose—. Sólo que me siento desnudo sin la pistola...
—Cójala, por supuesto, está en esa caja de la entrada. Pero tenga cuidado con los bichos sobré los cuales dispare.
Naxa estaba en el fondo del establo, puliendo una de las uñas semejantes a azadas de los dedos de las patas de un dorym. Era una escena extraña. El hombre vestido de pieles allí con la enorme bestia, y el contraste de una lima de glucinio y cobre y placas electrolumínicas que alumbraban el trabajo. El dorym abrió las ventanas de su nariz y se separó con violencia cuando Jason entró. Naxa acarició su pescuezo y le habló suavemente hasta que el animal se sosegó y se detuvo, temblando ligeramente.
Algo rebulló en la mente de Jason, con la sensación de que un músculo no usado por largo tiempo estaba siendo puesto en tensión. Una sensación extrañamente familiar.
—Buenos días —dijo Jason.
Naxa dijo algo gruñendo y volvió a su trabajo con la lima. Observándolo por unos momentos, Jason trató de analizar esta nueva sensación. Picaba y se escabullía cuando Jason trataba de asirla, esquivándolo. Sea lo que fuere, había comenzado cuando Naxa había hablado al dorym.
—¿Podría usted hacer entrar a uno de los perros aquí, Naxa? Me gustaría ver más de cerca a uno.
Sin levantar la cabeza de su trabajo, Naxa dio un débil silbido. Jason estaba seguro que no podía haber sido oído afuera del establo. Sin embargo un minuto después uno de los perros pyrranos entró silenciosamente.
El hablador frotó la cabeza de la bestia, musitando— le algo, mientras el animal lo miraba resueltamente a los ojos.
El perro se puso intranquilo cuando Naxa se volvió para ocuparse del dorym. Rondó por el establo, husmeando, luego fue con rapidez hacia la puerta abierta. Jason lo hizo volver.
Al menos pensó hacerlo. En el último momento no dijo nada. Nada en alta voz. Por impulso repentino se calló, sólo llamó al perro con el pensamiento. Pensando las palabras «ven acá», dirigiendo el impulso al animal con toda la fuerza y dominio que siempre había empleado para tirar los dados. Mientras lo hacía, se dio cuenta que había pasado mucho tiempo desde que hubiese siquiera pensado usar sus fuerzas psi.
El perro se paró y se volvió hacia Jason.
Vaciló, mirando a Naxa, luego empezó a andar hacia donde estaba Jason.
Visto así de cerca, el animal era un lebrel de pesadilla. Las peladas planchas protectoras, los menudos ojos de rojos cercos, y los innumerables dientes chorreantes de saliva poco hacían para inspirar confianza. Sin embargo Jason no tenía miedo. Había una armonía entre el hombre y el animal que era entendida. Sin intención consciente, Jason alargó la mano y rascó al perro a lo largo del lomo, donde sabía que picaba.
—No sabía que fuera usted un hablador —dijo Naxa. Mientras los observaba, había amistad en su voz por primera vez.
—Yo no lo sabía tampoco hasta hace poco —dijo Jason.
Miró a los ojos del animal frente a él, rascó el arrugado y fiero lomo, y empezó a comprender.
Los habladores debían tener facultades psi bien desarrolladas, eso era claro ahora. No existen las barreras de raza o forma extraña cuando dos seres vivientes comparten mutuamente sus emociones. Primero empatía, de modo que no hubiera odio o temor. Después de eso, comunicación directa. Los habladores pudieran haber sido los que primero se abrieron paso a través de la barrera del odio en Pyrrus y aprendieron a vivir con el espíritu nativo. Otros podían haber seguido su ejemplo; esto quizás pudiera explicar cómo se formó la comunidad de los «removedores».
Ahora que se estaba concentrando en ello, Jason era consciente del flujo de pensamientos apacibles alrededor de él.
La consciencia del dorym estaba emparejada con otros semejantes a estatuas del fondo del establo. Jason sabía sin salir afuera que otras más de las grandes bestias estaban en el campo de detrás..
—Todo esto es nuevo para mí —dijo Jason—. ¿Ha reflexionado acerca de ello alguna vez, Naxa? ¿Qué es lo que siente uno siendo un hablador? Quiero decir, ¿Sabe usted por qué es que uno puede hacer que los animales lo obedezcan, mientras que otras personas no pueden conseguirlo de ninguna de las maneras?
Reflexionar de esta manera perturbaba a Naxa. Pasó los dedos por su espeso cabello y frunció el ceño mientras respondía.
—Nunca lo pensé. Tan solo lo hago. Procuro sólo saber si la bestia es buena realmente, luego puedo adivinar lo que van a hacer. Eso es todo.
Era evidente que Naxa nunca había considerado el origen de su facultad para dirigir a los animales. Y si él no lo había echo, probablemente ningún otro tampoco. No tenían motivos para hacerlo. Sencillamente aceptaban los poderes de los habladores como uno de los hechos de la vida.
Las ideas encajaban una tras otra en su mente, como las piezas de un rompecabezas. Había dicho a Kerk que la vida nativa de Pyrrus se había unido para presentarle batalla al género humano, no sabía el por que.
Bien, todavía no sabía por qué, pero estaba teniendo una idea del «cómo».
—¿A qué distancia estamos de la ciudad, aproximadamente? —preguntó Jason—. ¿Tiene usted una idea de cuánto tiempo nos llevaría llegar allí en dorym?
—Medio día para ir medio para volver. ¿Por qué? ¿Quiere usted ir?
—No quiero entrar en la ciudad, todavía no. Pero quisiera acercarme a ella —le dijo Jason.
—Vea lo que dice Rhes —fue la respuesta de Naxa. Rhes concedió permiso de inmediato, sin hacer preguntas. Ensillaron y partieron en seguida, para terminar el viaje de vuelta antes del anochecer.
Habían estado viajando por espacio de menos de una hora antes que Jason percibiera que estaban yendo en la dirección de la ciudad. A cada minuto que pasaba, la sensación se hacía más fuerte. Naxa era consciente de ello, también, meneándose en la silla callando sus sentimientos. Tuvieron que seguir tocando y tranquilizando a las monturas, que se estaban poniendo temerosas e inquietas.
—Esto está lo bastante lejos —dijo Jason. Naxa hizo alto, complacido.
El mudo pensamiento se revolvía en la mente de Jason, llenándola. Podía percibirlo a todos lados; sólo que mucho más fuerte frente a ellos, en la dirección de la invisible ciudad. Naxa y el dorym reaccionaban de la misma manera, inquietamente incómodos, ignorando la causa.
Una cosa estaba ahora clara. Los animales pyrranos eran sensibles a la emisión psí; probablemente también las plantas y las formas inferiores de vida. Quizás se comunicaban por ella, puesto que obedecían a los hombres que teman un gran dominio de la misma. Y en esta área había una capa de radiación psí tal como nunca antes había experimentado. Si bien sus facultades personales se centraban en la telekinesia —el control mental de la materia inanimada— era sensible sin embargo a la mayor parte de los fenómenos mentales. Mirando un suceso deportivo, había sentido muchas veces el grito unánime de mentes diversas expresando el mismo pensamiento. Lo que percibía ahora era semejante a eso.
Pero terriblemente distinto. Una multitud se alegraba por algún triunfo en el campo, o se abatía por una derrota. La sensación se mezclaba y se alteraba a medida que el juego avanzaba. Ahora la capa de pensamientos era interminable, fuerte y aterradora. No se transformaba muy bien en palabras. Era parte odio, parte miedo, y la suma de ambos: destrucción.
«ANIQUILEMOS AL ENEMIGO» era el término más aproximado en que Jason podía expresarlo. Pero era más que eso. Una interminable corriente de violencia y estragos mentales.
—Retrocedamos ya —dijo Jason, de repente golpeado y afligido por las sensaciones que había dejado lo penetraran. Mientras emprendían el viaje de regreso, empezó a comprender varías cosas.
Su repentino e inexplicable miedo cuando el animal pyrrano lo había atacado el primer día de su estancia en el planeta. Y las periódicas pesadillas que no habían cesado por completo, ni siquiera con drogas. Las dos cosas eran su reacción al odio teledirigido en la ciudad. Aun cuando por alguna razón ignorada no lo había percibido directamente hasta ahora, le había afectado lo bastante para ocasionarle una fuerte reacción emocional.
Rhes estaba dormido cuando regresaron y Jason no pudo hablarle hasta la mañana. A pesar de la fatiga del viaje, permaneció despierto hasta altas horas de la noche, repasando en su mente las novedades del día. ¿Podía informar a Rhes de lo que había descubierto? No muy bien. Si hacía eso, tendría que explicar la importancia de su descubrimiento y para qué pensaba usarlo. Nada que ayudase a los habitantes de la ciudad le gustaría lo más mínimo a Rhes. Mejor no decirle nada hasta que todo el asunto estuviera acabado.
CAPITULO XVIII
Después del desayuno, Jason dijo a Rhes que quería regresar a la ciudad.
—Usted ha visto bastante, pues, de nuestro bárbaro mundo, y desea volver entre sus amigos. Quizás para ayudarlos a destruirnos —Rhes lo dijo en broma pero había una sombra de fría malicia detrás de sus palabras.
—Espero que realmente no creerá eso —le dijo Jason—. Debe darse cuenta que lo contrarío es lo cierto. Quisiera ver esta guerra civil terminada y a su pueblo recibiendo todos los beneficios de la ciencia y la medicina que les han sido negados. Haré todo lo que pueda para que esto se consiga.
—Ellos nunca cambiarán —dijo tristemente Rhes—, por tanto no pierda el tiempo. Pero hay una cosa que usted debe hacer, para su protección y la nuestra. ¡No confiese, o insinué siquiera, que ha hablado con ningún removedor!
—¿Por qué no?
—¿Por qué no? ¡Significaría su muerte! ¿Es usted tan ingenuo como para suponer otra cosa? Harán todo lo posible para procurar que no subamos demasiado alto, y con mucho preferirían vernos muertos a todos. ¿Cree que vacilarían en matarlo si sospechasen siquiera que se ha puesto en contacto con nosotros? Se dan cuenta —aun cuando usted no lo haga— que usted puede sin ayuda alterar la relación de fuerzas de este planeta. El hombrezuelo quizás puede considerarnos como seres que estamos sólo a un paso de distancia de los animales, pero los jefes no. Ellos saben que los necesitamos y lo que queremos. Podrían probablemente adivinar con exactitud qué es lo que voy a pedirle.
»Ayúdenos, Jason dinAlt. Vuelva entre esos puercos humanos y mienta. Diga que no nos ha hablado, que se escondió en el bosque y lo atacamos y usted tuvo que disparar para salvarse. Proporcionaremos algunos cadáveres recientes para que esa parte de su historia parezca verdadera. Procure que lo crean a usted y, aun después que piense que los ha convencido, continúe desempeñando su papel porque lo estarán observando. Luego dígales que ha terminado su tarea y está preparado para marcharse. Escape de Pyrrus sano y salvo hacia otro planeta, y le prometo todo lo del mundo. Cualquier cosa que usted quiera la tendrá. Poder, dinero... todo.
»Este es un planeta rico. Los hombrezuelos extraen y venden el metal, pero nosotros sabríamos hacerlo mucho mejor. Traiga una nave espacial de vuelta aquí y aterricen en cualquier parte de este continente. No tenemos ciudades, pero nuestra gente tiene granjas por todas partes, ellos los encontrarán a ustedes. Entonces tendremos comercio, tráfico, independencia. Esto es lo que todos nosotros queremos y trabajaremos con esfuerzo para ello. Y usted lo habrá hecho. Todo lo que usted quiera, se lo daremos. Eso es una promesa y no violamos nuestras promesas.
La intensidad y magnitud de lo que Rhes describía estremeció a Jason. Sabía que el hombre decía la verdad y que los recursos enteros del planeta serían suyos, si él hacía lo que le pedían. Por un momento se sintió atraído, saboreando el ofrecimiento. Luego llegó la comprensión de que sería un medio poder, y de poco valor, teniéndolo todo en cuenta. Si estas gentes tuvieran la fuerza que buscaban, su primer acto sería la ansiada destrucción de los hombres de la ciudad. El resultado sería una sangrienta guerra civil que probablemente destruiría a ambos bandos. La solución de Rhes era buena, pero sólo media solución.
Jason tenía que encontrar una solución mejor. Una que acabase por entero la lucha de este planeta y permitiese que los dos grupos de humanos vivieran en paz.
—No haré nada que pueda dañar a su gente, Rhes, y sí todo lo que esté a mi alcance para ayudarlos —dijo Jason.
Esta media respuesta satisñzo a Rhes, el cual podía ver una sola interpretación de ella. El hombre pasó el resto de la mañana junto al aparato de radio, dando las órdenes para preparar los víveres que estaban siendo transportados al sitio donde se efectuaba el intercambio.
Las provisiones están preparadas y hemos transmitido la señal —dijo Rhes—. El camión estará ahí mañana y usted lo esperará. Todo se ha preparado como le he dicho. Usted se irá ahora con Naxa. Deben llegar al sitio de reunión antes que los camiones.
CAPITULO XIX
Los camiones casi están aquí. ¿Sabe usted lo que ha de hacer? —preguntó Naxa.
Jason hizo una señal de asentimiento, y miró otra vez al muerto. Alguna bestia le había arrancado el brazo y el hombre se había desangrado. El brazo arrancado había sido atado con la manga de la camisa, de modo que de lejos parecía normal. Visto de cerca, este flácido brazo, más la pálida piel y la horrorizada expresión del rostro, causaba a Jason una penosa sensación. Preferiría ver ese cadáver enterrado, sin embargo comprendía su importancia para dar crédito a la historia que iba a contar.
—Aquí están. Espere hasta que el hombre se haya vuelto de espaldas —susurró Naxa.
El camión blindado esta vez tiraba de tres remolques. El tren de vehículos subió trabajosamente la pendiente de roca y paró lanzando quejidos. Krannon salió del coche y miró cuidadosamente alrededor antes de abrir los remolques. Tenía un robot al lado para ayudarlo a cargar.
¡Ahora!—siseó Naxa.
Jason entró en el claro de repente, corriendo, gritando el nombre de Krannon. Hubo una crepitación detrás de él mientras dos de los hombres escondidos tiraban el cadáver en medio del follaje detrás de Jason. Jason se volvió y disparó sin detenerse, envolviendo el cuerpo en una lluvia de fuego.
Hubo el estampido de otra pistola mientras Krannon disparaba; su bala hizo trepidar el cuerpo dos veces muerto antes que diera en el suelo. Luego Krannon estaba tumbado boca abajo disparando hacia los árboles cubriendo la carrera de Jason.
En el momento que Jason alcanzó el camión, oyó un zumbido en el aire y un dolor violento penetró por su espalda, tirándolo al suelo. Miró alrededor mientras Krannon lo arrastraba por la portezuela, y vio el astil metálico de un dardo de ballesta que sobresalía de su hombro.
—Afortunado —dijo el pyrrano—. Una pulgada más bajo y habría alcanzado el corazón. Le advertí sobre esos removedores. Ha tenido suerte de escapar con sólo esto —Krannon se situó junto a la portezuela e hizo varios disparos rápidos, sin apuntar, hacia el ahora tranquilo bosque.
Extraer el dardo dolió mucho más de lo que lo había hecho al penetrar. Jason maldijo el dolor mientras Krannon ponía unos vendajes, y admiró el carácter de la gente que lo había herido. Habían puesto su vida en peligro para hacer que su huida pareciera real. Y también corrido el riesgo de que Jason se volviera contra ellos después de ser herido. Hicieron la tarea completa y eficazmente y los maldecía por eso mismo.
Después que Jason estuvo vendado, Krannon salió cautelosamente del camión. Terminando con rapidez el trabajo de cargar, el tren de remolques emprendió el viaje de regreso a la ciudad. Jason se inyectó una substancia contra el dolor y descabezó un sueño al tiempo que se ponían en marcha.
Mientras él dormía, Krannon debió haber transmitido las novedades, porque Kerk estaba esperando cuando llegaron. Tan pronto como el camión entró en el perímetro, el hombre abrió la portezuela de par en par y sacó a Jason. El vendaje dio un tirón y Jason sintió que la herida se abría. Apretó los dientes; Kerk no tendría la satisfacción de oírlo gritar.
—Le dije que permaneciera en los edificios hasta que partiese la nave. ¿Por qué se marchó? ¿Por qué salió fuera? Estuvo hablando con los removedores ¿no es cierto? —con cada pregunta Kerk sacudía a Jason de nuevo.
—No hablé con nadie —Jason se las arregló para escupir las palabras—. Intentaron cogerme, tumbé a dos y estuve escondido hasta que volvieron los camiones.
—Alcanzó a otro después —dijo Krannon—. Yo lo vi. Buen tiro. Creo que yo alcancé a algunos también. Suéltelo, Kerk, le dieron en la espalda antes que pudiera llegar hasta el camión.
Bastan esas explicaciones, Jason pensó para sí. No lo exageremos. Que decida más tarde. Ya es hora de cambiar de tema. Hay una cosa que apartará su pensamiento de los removedores.
—He estado haciendo la guerra por ustedes, Kerk, mientras ustedes permanecían a cubierto dentro del perímetro —Jason se reclinó en el lado del camión mientras el otro aflojaba su presa—. He descubierto qué es realmente su lucha contra este planeta, y cómo la pueden ganar. Pero déjeme descansar y les informaré.
Habían aparecido más pyrranos mientras hablaban. Ninguno de ellos se movía ahora.
Igual que Kerk, estaban paralizados, mirando a Jason. Cuando Kerk habló, lo hizo por todos ellos.
—¿Qué quiere usted decir?
—Justamente lo que he dicho. Pyrrus los está combatiendo a ustedes, activa y conscientemente. Aléjense lo suficiente de esta ciudad y podrán percibir las ondas de odio que se emiten hacia ella. No, eso es inexacto; ustedes no pueden porque han crecido con ello. Pero yo puedo, y también podría cualquier otro con algo de sensibilidad psí. Hay un mensaje de guerra que está siendo transmitido constantemente contra ustedes. Las formas de vida de este planeta son sensibles a la radiación psí, y responden a esa orden. Atacan y varían y mutan para su destrucción. Y seguirán haciéndolo hasta que todos ustedes mueran. A menos que se pueda poner fin a la guerra.
—¿De qué modo? —dijo abruptamente Kerk, y todos los rostros repitieron la pregunta.
—Descubriendo quién o sea lo que fuere que está enviando ese mensaje. Las formas de vida que los atacan no tienen inteligencia ni poder de raciocinio. Les están ordenando que lo hagan. Creo que sé como encontrar el origen de estas órdenes. Después de eso, será cuestión de dirigir un mensaje, pidiendo una tregua y el consiguiente cese de todas las hostilidades.
Un profundo silencio siguió a sus palabras mientras los pyrranos trataban de asimilar los conceptos. Kerk se movió el primero, alejándolos a todos con un movimiento de la mano.
—Vuelvan a su trabajo. Esto es de mi responsabilidad y yo me ocuparé de ello. Tan pronto como descubra lo que pueda haber de verdad —si es que hay alguna— haré un informe completo.
La gente se dispersó silenciosamente, reflexionando mientras se iban.
CAPITULO XX
Desde el principio ahora —dijo Kerk—. Y no omita nada.
—Hay muy poco más que pueda añadir a los hechos materiales. Vi los animales, entendí el mensaje. Hasta experimenté con algunos de ellos y reaccionan a mis órdenes mentales. Lo que he de hacer ahora es descubrir el origen de las órdenes que mantienen esta guerra en marcha.
»Le informaré de algo que nunca he revelado a ningún otro. No sólo soy afortunado en el juego. Tengo suficiente potencia psí para alterar las probabilidades a mi favor. Es una facultad errática que he procurado perfeccionar por razones obvias. Durante los últimos diez años me las arreglé para estudiar en todos los centros que se dedican a la investigación psí. Comparado a otros campos del saber es asombroso lo poco que se conoce. Las facultades psí básicas pueden perfeccionarse con la práctica, y se han construido aparatos que obran como amplificadores psiónicos. Uno de éstos, usado correctamente, es un excelente indicador direccional.
—¿Usted quiere construir este aparato?
—Exactamente. Construirlo y llevarlo fuera de la ciudad en la nave. Toda señal bastante potente para mantener en marcha esta lucha de siglos de duración debiera ser lo bastante fuerte para detectarla. La seguiré, me pondré en contacto con los seres vivientes que la están emitiendo, y procuraré averiguar por qué lo hacen. Supongo que usted apoyará todo plan razonable que ponga fin a esta guerra.
—Todo lo que sea razonable —dijo fríamente Kerk—. ¿Cuánto tiempo le llevará construir este aparato?
—Sólo unos días, si tienen todos los componentes —le dijo Jason.
—Pues hágalo. Cancelo el vuelo programado para ahora y mantendré la nave aquí, preparada para partir. Cuando el aparato esté construido, quiero que usted siga la pista de la señal y me informe a su vuelta.
—De acuerdo —dijo Jason, levantándose—. Tan pronto como me haga mirar este agujero de la espalda, haré una lista de las cosas que necesito.
Un hombre torvo y ceñudo llamado Skop le fue asignado a Jason como una mezcla de guía y guardián. Se tomó la tarea muy en serio, y Jason no tardó en darse cuenta que estaba preso con todas las de la ley. Kerk había aceptado su historia, pero eso no era garantía de que la creyera. A una sola palabra de Kerk, el guarda se podía convertir en verdugo.
Se le ocurrió a Jason la escalofriante idea de que sin duda esto era lo que finalmente ocurriría. Ya fuera que Kerk aceptase o no, la historia, él no podía correr el riesgo. Mientras hubiera la más ligera posibilidad de que Jason se había puesto en contacto con los removedores no podían dejarlo salir vivo del planeta. La gente de la selva mostraba ser ingenua si creían que un plan tan evidente como éste podía salir bien. ¿O sólo habían especulado sobre la mera probabilidad de que a la larga diera resultado? Ciertamente ellos no tenían nada que perder.
Sólo una mitad de la mente de Jason estaba ocupada en la tarea mientras hacía una lista de los materiales que necesitaría para el localizador direccional psí. Sus pensamientos se afanaban girando en apretados circuitos, buscando una salida que no existía. Estaba metido demasiado hondamente ya para salir. Kerk se ocuparía de eso. A menos que pudiera encontrar un medio para poner fin a la guerra y arreglar el asunto de los removedores, estaba abandonado en Pyrrus para toda la vida. Una vida muy corta.
Cuando la lista estuvo terminada, llamó a suministros. Con unas pocas sustituciones, todo lo que Jason pudiera necesitar estaba en existencia, y le sería enviado. Skop se sumió en un aparente sopor allí en su asiento y Jason con la cabeza apoyada en un brazo para protegerla contra la fuerte gravedad, empezó un modelo práctico de su aparato.
Jason levantó la vista de repente, consciente del silencio. Podía oír la maquinaria del local y voces fuera en el pasillo. ¿Qué clase de silencio pues...?
Silencio mental. Había estado tan preocupado desde su regreso a la ciudad que no había notado la completa falta de alguna clase de sensación psí. Faltaba el continuo flujo de reacciones animales, y también la vaga percepción tangible de su potencia telekinésica. De una manera repentina, recordó que siempre fue así dentro de la ciudad.
Trató de escuchar con la mente, y paró casi antes de que empezara. Había una continua presión de pensamientos alrededor de él, de la que se hacía consciente en cuanto se «acercaba». Era como estar en un submarino en lo hondo del océano, con la mano en la escotilla que contenía la aterradora presión. Tocando la escotilla, sin abrirla, uno podía sentir la tensión, el empuje de fuerza penetrando y esperando aplastarle. Era de esta manera con respecto a la presión psí de la ciudad. Los mudos gritos llenos de odio de Pyrrus inmediatamente destruirían a cualquier mente que los captara. Alguna función de su cerebro obraba como un corta circuitos psí, interceptando la percepción antes de que la mente pudiera recibir el impacto. Había sólo la suficiente filtración para mantenerlo consciente de la presión, y suministrar la materia prima para sus constantes pesadillas.
Había únicamente una ligera ventaja. La falta de presión de pensamientos le hacía más fácil concentrarse. A pesar de la fatiga, el diagrama tomaba forma rápidamente.
Meta se retrasó esa tarde, trayendo los componentes que Jason había pedido. La muchacha deslizó la larga caja hacia el banco de trabajo; empezó a hablar, pero cambió de opinión y no dijo nada. Jason levantó la vista hacia ella y sonrió.
—¿Confusa?—preguntó.
—No sé lo que quieres decir —dijo Meta—. No estoy confusa. Sólo molesta. El viaje regular ha sido suspendido y nuestra lista de suministros desatendida durante meses. Y en vez de pilotar o ser destinada a algún trabajo en el perímetro, todo lo que se me permite hacer es dar vueltas por ahí y esperarte. Luego deberé hacer algún disparatado vuelo siguiendo tus instrucciones. ¿Te extraña que esté molesta?
Jason armó cuidadosamente los componentes en el chasis antes de que hablara.
—Como he dicho, estás confusa. Puedo señalar por qué estás confusa, lo cual te hará estarlo más todavía. Una tentación a la que francamente encuentro difícil resistir.
Meta lo miró desde el otro lado del tablero, frunciendo el ceño, un dedo rizando y desrizando inconscientemente un corto rizo. A Jason le agradaba verla en esta actitud. Ejerciendo como pyrrana Meta tenía tanta personalidad como el engranaje de una máquina. Una vez fuera de situación le recordaba más a la muchacha que había conocido en ese primer vuelo a Pyrrus. Jason se preguntaba si realmente era posible hacerle comprender lo que quería decir.
—No estoy siendo injurioso cuando digo confusa, Meta. Con vuestra experiencia no podría ser de otro modo. Tenéis una personalidad isleña. Sin duda alguna Pyrrus es una extraña isla con gran cantidad de arduos problemas que sois unos expertos en resolver. Pero es una isla. Cuando os encaráis con un problema cosmopolita, estáis confusos. O todavía peor, cuando vuestros problemas insulares son metidos dentro de un contexto mayor. Eso es como jugar vuestra propia partida, pero cambiando las reglas constantemente mientras el juego continúa.
—Estás diciendo disparates —le soltó Meta—. Pyrrus no es una isla y luchar por la supervivencia no es ciertamente un juego.
—Lo siento —dijo Jason, sonriendo—. He estado usando una figura retórica, y mal escogida después de todo. Presentemos el problema en términos más concretos. Pongamos un ejemplo. Supongamos que fuera a decirte que allí, colgando del marco de la puerta, había un ave de aguijón.
La pistola de Meta estaba apuntando a la puerta antes que Jason terminara la última palabra. Hubo un estrépito mientras la silla del guarda rodaba por el suelo. El hombre había pasado de un semisopor a una completa vigilia en un instante, su pistola también buscando el marco de la puerta.
—Eso fue sólo un ejemplo —dijo Jason—, Realmente no hay nada allí.
La pistola del guarda desapareció y el hombre dirigió una mirada de desprecio a Jason, mientras enderezaba la silla y caía pesadamente en ella.
—Los dos habéis mostrado ser aptos para tratar un problema pyrrano —continuó Jason—. Pero, ¿y qué diríais si yo dijese que hay una cosa colgante del marco de la puerta que se parece a un ave de aguijón, pero que es realmente una especie de insecto grande que hila una fina seda que puede usarse para tejer telas?
El guarda movió sus tupidas cejas, mirando enfurecido al vacío marco de la puerta; su pistola salió en parte, luego retrocedió de golpe dentro de la pistolera. El hombre gruñó algo inaudible a Jason, luego pasó de prisa a la habitación exterior, cerrando la puerta con estrépito detrás suyo. Meta frunció el entrecejo con gesto de concentración y pareció estar perpleja.
—No podía ser nada sino un ave de aguijón —dijo finalmente la muchacha— Nada más podría parecerse a eso. Y aun cuando hilara seda, mordería si uno se acercase, por tanto tendría que destruirlo —Meta sonrió con satisfacción a la inexpugnable lógica de su respuesta.
—Inexacto otra vez —dijo Jason—. Sólo he descrito a la araña de jardín imitadora que vive en el planeta de Stover. Copia a las formas de vida más violentas de allí, hace un trabajo tan bueno que no tiene necesidad de otras defensas. Se posa tranquilamente en la mano e hila para uno a metros. Si soltara un cargamento de ellas aquí en Pyrrus uno nunca podría estar seguro de cuando malgastaba un disparo, ¿eh?
—Pero no están aquí ahora —insistió Meta.
—Sin embargo, podrían estar muy fácilmente. Y si estuvieran, todas las reglas de vuestro juego se alterarían. ¿Comprendes la idea ahora? Hay unas leyes y reglas fijas en la galaxia, pero no son las mismas según las cuales vivís vosotros. Vuestra regla es guerra perpetua a la vida autóctona. Quiero salirme de vuestro código y poner fin a esa guerra. ¿No os gustaría eso? ¿No os gustaría una existencia que fuera algo más que una continua lucha por la supervivencia? Una vida con una oportunidad para la dicha, el amor, la música, el arte... todas las cosas deliciosas para las cuales nunca habéis tenido tiempo.
Toda la severidad pyrrana había desaparecido de su rostro mientras la muchacha escuchaba lo que decía Jason, siguiendo con atención estos conceptos extraños. Jason había alargado su mano automáticamente mientras hablaba, y había cogido la de ella. Estaba caliente y el pulso era rápido a su contacto.
Meta de repente fue consciente de la mano de Jason y separó la suya de golpe, levantándose al mismo tiempo. Mientras se dirigía maquinalmente hacia la puerta, la voz de Jason resonó detrás de ella.
—El guarda, Skop, se escapó porque no quería perder su preciosa lógica de dos valores. Es todo lo que tiene. Pero tú has visto otras partes de la galaxia, Meta. Sabes que hay mucho más en la vida que matar y ser matado en Pyrrus. Notas que es cierto, aun cuando no quieras reconocerlo.
Meta se volvió y salió por la puerta.
Jason la miró, su mano rascando el pelo de la barba con aire pensativo.
—Meta, tengo la débil esperanza de que la mujer está venciendo a la pyrrana. Creo que vi —quizás por primera vez en la historia de esta ciudad ensangrentada y desgarrada por la guerra— una lágrima en los ojos de uno de sus ciudadanos.
CAPITULO XXI
Deje caer ese equipo y Kerk le arrancará sin duda los dos brazos —dijo Jason—. Está allá ahora y parece muy molesto.
Skop blasfemó bajo la voluminosa masa del detector psí, entregándola a Meta, la cual estaba esperando en la portilla abierta de la nave espacial. Jason inspeccionó la caiga y destruyó todas las formas de vida local que iban a curiosear. Los bichos abundaban esta mañana y mató a cuatro de ellos. Fue el último en subir a bordo y cerró la compuerta tras de sí.
—¿Dónde vas a colocarlo? —preguntó Meta.
—Veremos —dijo Jason— Necesito un sitio para la antena en un lugar donde no haya metal denso frente la concavidad que pueda estorbar la señal. Un plástico delgado servirá o, en el peor de los casos, puedo montarlo fuera del casco.
—Puede que tengas que hacerlo —dijo Meta—. El casco es de una sola pieza y realizamos la navegación con pantallas e instrumentos. No creo... espera... hay un sitio que puede servirte.
Meta mostró el camino hacia un saliente del casco que albergaba una de las lanchas salvavidas. Entraron por la compuerta, Skop forcejeando tras ellos con el aparato.
—Estas lanchas salvavidas están semi metidas en la nave —explicó Meta— Tienen portillas delanteras transparentes protegidas por paneles que se separan automáticamente cuando la lancha es lanzada. —¿Podemos separar ahora los paneles? —Así lo espero —dijo Meta. Conectó los circuitos de lanzamiento a una caja de control y abrió la tapa. Cuando cerró manualmente el relé del panel las macizas planchas retrocedieron hacia el interior del casco; hubo una clara vista, puesto que la mayor parte de la portilla de observación se proyectaba más allá de la nave principal.
—Perfecto —dijo Jason—. Lo montaré aquí. Pero, ¿cómo me comunico contigo?
—Desde aquí mismo —dijo Meta—. Hay un equipo sintonizado previamente en este aparato de comunicación. No toques ninguna otra cosa, y particularmente este conmutador —señaló a un cuadro grande y ajustado con un botón de impulsión en el centro del tablero de mandos—. Lanzamiento de emergencia. A los dos segundos de pulsarse la lancha salvavidas es lanzada. Y ocurre que esta lancha no tiene combustible.
—No tocaré nada que no deba —dijo Jason—. Ahora procura que el animal de ahí me ponga una línea de conexión con la energía de la nave y montaré este chisme.
El detector era sencillo, si bien la sintonización tenía que ser exacta. Una antena en forma de plato recogía la señal para el detector finamente equilibrado. Había una aguda depresión a ambos lados de la inserción para determinar exactamente la dirección. La señal resultante era alimentada en un amplificador. A diferencia de los componentes electrónicos del primer disco, éste estaba dibujado con cifras en papel blando. Guías cuidadosamente encoladas con entrantes y salientes se deslizaban hacia él.
Cuando todo estuvo preparado y sujeto en su lugar, Jason hizo una seña con la cabeza a la imagen de Meta sobre la pantalla.
—Despega... y con suavidad, por favor. Nada de tus especiales nueve G. Describe un círculo lento alrededor del perímetro, hasta que te diga otra cosa.
Bajo una potencia moderada la nave subió y trató de ganar altura, luego se ajustó a su marcha circular. Dieron cinco vueltas sobre la ciudad antes que Jason moviera la cabeza.
—La cosa parece estar funcionando bien, pero estamos recibiendo demasiado ruido de fondo de toda la vida local. Aléjate treinta kilómetros de la ciudad e inicia un nuevo círculo.
Los resultados fueron mejores esta vez. Llegó una señal intensa, en la dirección de la ciudad, reducida a menos de un grado del vuelo de la nave, la señal era exactamente continua.
Meta hizo rodar a la nave sobre el eje principal, hasta que la lancha salvavidas de Jason estuvo directamente debajo.
—Ahora va admirablemente —dijo Jason— Sólo mantén los mandos tal como están e impide que la proa derive.
Después de hacer una cuidadosa señal sobre el círculo del detector, Jason trasladó la antena receptora a 180° del arco. Mientras la nave seguía describiendo su círculo, Jason hizo una recepción lenta de todas las señales emitidas desde la ciudad. Estaban a mitad de camino en su contorno antes que Jason captara una nueva señal.
Era limitada pero fuerte. Sólo para estar seguro, dejó que la nave completara dos vueltas más, y anotó la dirección en el girómetro cada vez. Coincidían. La tercera vez que pasaron alrededor llamó a Meta.
—Prepárate para una vuelta de completo adrizaje, o lo que lo llaméis. Creo que tengo nuestra orientación.: Prepárate... ahora.
Fue una vuelta lenta y Jason nunca perdió la señal. Unas cuantas veces fluctuó, pero Jason la estabilizó de nuevo. Cuando la brújula se fijó, Meta aceleró la velocidad.
Tomaron rumbo hacia el territorio de los pyrra— nos removedores.
Una hora de vuelo a casi el máximo de velocidad atmosférica no trajo ningún cambio. Meta se quejó, pero Jason le hizo mantener el rumbo. La señal no variaba y estaba cogiendo fuerza lentamente. Atravesaron la serie de volcanes que marcaban los límites continentales, penetrando la nave en las impetuosas corrientes de aire recalentado. Skop se unió con sus gruñidos a las quejas de Meta. Mantuvo la torreta blindada en movimiento giratorio, pero había muy poco sobre lo cual disparar a esta distancia de tierra.
Cuando las islas aparecieron sobre el horizonte, la señal empezó a afianzarse.
—Despacio ahora —gritó Jason—. ¡Esas islas de en frente parecen ser la fuente de emisión!
Había habido un continente ahí en otro tiempo, flotando sobre el magma de Pyrrus. Las presiones cambiaron, las masas de tierra se movieron, y el continente se había hundido bajo el océano. Todo lo que quedaba actualmente de la pletórica vida de esa masa de tierra se reducía a una serie de islas, en otros tiempos las cimas montañosas de la cordillera más alta. Estas islas, cuyos lados escarpados se elevaban en línea recta desde el agua albergaban los últimos habitantes del continente perdido. Aquí vivían los más antiguos pyrranos autóctonos. Los descendientes de los vencedores de incontables luchas violentas.
—Vuela más bajo —indicó Jason—, hacia ese pico. — Las señales parecen originarse ahí.
Descendieron en picado y volaron a poca altura sobre el monte, pero no se veían más que árboles y roca quemada por el sol.
El dolor casi arrancó de cuajo la cabeza de Jason. Una explosión de odio que se propagó desde el amplificador y hacia el interior de su cráneo. Jason se arrancó los auriculares y apretó su cabeza entre las manos. A través de sus ojos llorosos vio una negra nube de bestias veloces que se elevaban desde los árboles más abajo. Tuvo un simple vislumbre de la ladera a lo lejos antes que Meta acelerara los motores y la nave se alejase con ímpetu.
—¡Los hemos encontrado! —el intenso alborozo de Meta cesó en el momento en que se dio cuenta del estado de ánimo de Jason por el aparato comunicador— ¿Estás bien? ¿Qué ha ocurrido?
Jason explicó:
—Me siento... abrasado... he experimentado una explosión psí anteriormente, pero nada semejante a esto. Tuve un vislumbre de una abertura, se parecía a la boca de una cueva, poco antes que la explosión me golpeara. Parecía venir de allí.
—Acuéstate —dijo Meta—. Te llevaré de vuelta tan aprisa como pueda. Estoy llamando a Kerk. Tiene que saber lo que ha ocurrido.
Un grupo de hombres estaban esperando en el campo de aterrizaje cuando descendieron. Salieron precipitadamente mientras la nave tocaba tierra, protegiéndose el rostro de las toberas todavía calientes. Kerk entró de rondón tan pronto como fue abierto el portillo, atisbando a su alrededor hasta que localizó a Jason tendido sobre una colchoneta de aceleración.
—¿Es verdad? —gruñó el hombre—. ¿Habéis descubierto a los criminales alienígenas que iniciaron esta guerra?
—Despacio, hombre, despacio —dijo Jason—. He descubierto el origen del mensaje psíquico que mantiene a su guerra en marcha. No he encontrado ninguna prueba por lo que toca a quién inició esta guerra, y ciertamente no me atrevería a llamarlos criminales...
—Estoy cansado de sus juegos de palabras —interrumpió Kerk—. Han encontrado a estas criaturas y señalado donde se encuentran.
—En la carta de navegar —dijo Meta—. Podría volar hasta allí con los ojos vendados.
—Excelente, excelente —dijo Kerk, frotándose las manos tan reciamente que podían oír el áspero roce de los callos—. Requiere un verdadero esfuerzo hacerse a la idea de que, después de todos estos siglos, la guerra pudiera estar llegando a su fin. Pero es posible que así sea. En vez de eliminar simplemente a estas legiones siempre renovadas de malditos bichos que nos atacan, podemos alcanzar a los jefes. Descubrirlos, llevar la guerra hasta ellos para variar, ¡y borrarlos de la faz de este planeta!
—¡Nada de eso! —dijo Jason—, ¡No! Desde que llegué a este planeta me he cansado de recibir golpes, y arriesgado la vida más de diez veces. ¿Cree usted que he hecho esto sólo para satisfacer sus sanguinarias ambiciones? Es paz lo que busco, no destrucción. Usted prometió ponerse en contacto con estos seres, intentar negociar con ellos. ¿No es usted un hombre de honor que mantiene su palabra?
—Pasaré por alto la injuria, aun cuando lo habría matado por ello en cualquier otra ocasión —dijo Kerk—, Usted ha sido de gran utilidad a nuestro pueblo, no nos avergonzamos de reconocer una deuda justa. Al mismo tiempo, no me acuse de violar promesas que nunca hice. Recuerdo mis palabras con toda exactitud. Prometí apoyar todo plan razonable que acabase con esta guerra, y eso es justamente lo que pretendo hacer. Su plan de negociar la paz no es razonable. Por ello vamos a destruir al enemigo.
—Reflexione primero —Jason le gritó a Kerk, el cual se había girado para irse—. ¿Qué hay de malo en intentar una negociación o un armisticio? Después, si eso falla, puede probar a su manera.
El compartimento se estaba llenando a medida que entraban otros pyrranos dando empujones. Kerk, casi en la puerta, se volvió para encararse con Jason.
—Le diré qué hay de malo en un armisticio —dijo—. Es la salida de un cobarde, eso es lo que es. Está bien que usted lo sugiera, usted es del exterior y no alcanza para más. Pero, ¿cree de veras que yo podría tomar en consideración una idea tan derrotista por un solo instante? Cuando hablo, lo hago no sólo por mí mismo, sino por todos los que vivimos aquí. No tenemos inconveniente en luchar, y sabemos hacerlo. Reconocemos que si esta guerra acabara, podríamos construir un mundo mejor aquí. Al mismo tiempo, si tenemos la alternativa de continuar la guerra o una paz cobarde: votamos por la guerra. ¡Esta guerra sólo acabará cuando el enemigo esté totalmente destruido!
El resto de los pyrranos mostraban su consentimiento con murmurantes voces, y Jason tuvo que gritar para hacerse oír.
—Eso es realmente maravilloso. Apuesto a que hasta cree que es original. Pero, ¿no oye todo ese vitoreante clamor del fondo? Esos son los espíritus de todos los hijos de puta esgrimidores de sable que alguna vez se afanaron por una guerra noble. Hasta reconocen el antiguo grito de combate. Nosotros estamos en el lado de la luz, y el enemigo es un ser de las tinieblas. Y nos importa un comino si el otro bando está diciendo lo mismo. Usted emplea todavía las mismas viejas palabras que han estado matando gente desde el principio de la raza humana. Una «paz cobarde», testa sí que es buena! Paz significa no estar en guerra, no batirse. ¿Cómo se puede aceptar un cobarde no— batirse? ¿Sus verdaderas razones? No puedo insultarlo por no avergonzarse de ellas; yo me avergonzaría. ¿Por qué no dice abiertamente que está manteniendo la guerra en marcha porque goza destruyendo? Ver morir a los animales los hace felices a usted y a su pandilla de asesinos, y usted quiere hacerlos más felices todavía.
Había una sentida pero muda presión en el silencio. Esperaban a que hablara Kerk. El hombre estaba pálido de ira, mantenida férreamente bajo control.
—Usted tiene razón, Jason. Nos gusta destruir. Y vamos a hacerlo. Todo lo de este planeta que nos combatió de la manera que fuera, va a perecer. Y vamos a disfrutar mucho haciéndolo.
Kerk se volvió y salió mientras el peso de sus palabras todavía colgaba en el aire. El resto se fue detrás, hablando acaloradamente. Jason se tumbó de nuevo en la colchoneta, exhausto y derrotado.
Cuando levantó la vista se habían ido, todos excepto Meta. Tenía el mismo aire de sanguinaria alegría de los otros, pero lo borró mientras miraba a Jason de soslayo.
—¿Y qué me dices de esto, Meta? —soltó abruptamente Jason—. ¿No dudas? ¿Crees que la destrucción es el único modo de poner fin a esta guerra?
—No sé —dijo la muchacha—. No puedo estar segura. Por primera vez en mi vida, me encuentro con más de una respuesta a una misma pregunta.
—Enhorabuena —dijo Jason con amargura—. Es una señal de madurez.
CAPITULO XXII
Jason se apartó y observó el mortífero material que estaba siendo estibado en la bodega de carga de la nave. Los pyrranos estaban de buen humor mientras cargaban armas de fuego, granadas, y bombas de gases. Cuando la bomba atómica con carga de retroceso fue colocada a bordo, uno de ellos inició una canción de guerra, y los otros le acompañaron. Quizás eran felices, pero la cercana destrucción sólo llenaba a Jason de intensa tristeza. Quizás la forma de vida que había encontrado mereciese ser destruida, y quizás no. Sin hacer el más ligero intento de conciliación, la destrucción sería un claro asesinato.
Kerk salió del local de operaciones cuando podían oírse gemir los motores de la nave. Partirían en pocos minutos. Jason se esforzó en avanzar arrastrando los pies e ir al encuentro de Kerk, a mitad de camino de la nave.
—Voy con usted, Kerk. Me debe al menos eso por encontrarlos.
—Esta es una misión de combate —dijo Kerk, vacilando. Evidentemente, no le gustaba la idea—. No hay sitio para observadores, ni peso adicional... Y es tarde para pararnos, Jason; usted lo sabe.
—Los pyrranos son los peores embusteros del universo —dijo Jason—. Los dos sabemos que la nave puede llevar una carga diez veces mayor que la que va a transportar hoy. Bien, ¿me deja venir, o me lo prohíbe por decreto?
—Embarque —dijo Kerk—. Pero manténgase a un lado o será pisoteado.
Esta vez con una meta señalada, el vuelo fue mucho más rápido. Meta llevó a la nave hacia la estratosfera en un gran arco balístico que terminaba en las islas. Kerk estaba en el sitio del copiloto, Jason sentado detrás de ellos desde donde podía observar las pantallas. El grupo de aterrizaje, veinticinco voluntarios, estaban en la bodega de carga con las armas. Todas las pantallas de la nave estaban conectadas al mirador delantero. Observaron aparecer y crecer la verde isla para luego difuminarse detrás de las llamas de los cohetes de freno. Maniobrando cuidadosamente la nave Meta la hizo descender sobre un llano próximo a la entrada de la cueva.
Jason estaba preparado esta vez para la explosión de odio mental, pero a pesar de eso le dolió. Los servidores de las ametralladoras reían y destruían alegremente a los animales de la isla que rodeaban la nave. Eran muertos atrozmente por millares, y todavía seguían llegando más.
—¿Tienen ustedes que hacer esto? —preguntó Jason—. Es asesinato, una carnicería, matar así a esas bestias.
—Es defensa propia —dijo Kerk—. Ellas nos atacan y son aniquiladas. Es bien sencillo. Pero cállese o lo echaré afuera con ellas.
Pasó media hora antes que el fuego de las mortíferas armas disminuyera. Los animales aún los atacaban, pero las acometidas en masa parecían haber cesado. Kerk habló por el comunicador de a bordo.
—Que salga el grupo de aterrizaje, y tengan cuidado. Saben que estamos aquí y emplearán toda la fuerza que puedan. Metan la bomba dentro de esa cueva y vean la profundidad que puede alcanzar. Siempre los podremos destruir desde el aire, pero no servirá de mucho si están protegidos por metros de roca sólida. Mantengan abierta su pantalla, dejen la bomba y vuelvan atrás inmediatamente en cuanto se lo ordene. Ahora pónganse en marcha.
Los hombres bajaron las escalerillas muy animados y se colocaron en formación abierta de combate. Les atacaron, pero las bestias fueron muertas antes que pudieran acercarse. No le llevó mucho tiempo al hombre que marchaba en cabeza llegar hasta la cueva. Tenía su cámara enfocada frente a él, y los observadores seguían el avance desde dentro de la nave.
—Una gran cueva —gruñó Kerk—. Se inclina hacia atrás y hacia abajo. Lo que yo temía. Una bomba que explotase sobre eso no haría más que cerrarla por completo. Sin garantías de que todo lo encerrado en ella no pudiera salir finalmente. Tendremos que ver cuán hondo llega.
Hacía bastante calor en la cueva como para usar los filtros infrarrojos. Las paredes de la cueva resaltaban en blanco y negro a medida que el avance continuaba.
—Ninguna señal de vida desde que entramos en la cueva —informó el oficial—. Huesos roídos a la entrada y excrementos de murciélago. Parece una cueva natural, por el momento.
Paso a paso el avance continuaba, más despacio a medida que se iban internando. Por muy insensibles que fueran los pyrranos a la presión psíquica, esos hombres eran también conscientes de la emisión de odio que era dirigida hacia ellos continuamente. Jason, atrás, dentro de la nave, tenía un dolor de cabeza que empeoraba paulatinamente en vez de mitigarse.
— ¡Cuidado! —gritó Kerk, mirando a la pantalla con horror.
La cueva estaba llena, de pared a pared, de pálidos y ciegos animales. Salían a borbotones de diminutos pasillos laterales y parecían brotar literalmente del suelo. Sus filas delanteras se disolvieron en llamas, pero seguían introduciéndose más. En la pantalla, los observadores de la nave vieron girar vertiginosamente a la cueva mientras el operador caía desplomado. Pálidos cuerpos cegaron y ocultaron las lentes.
—¡Cierren filas...! ¡Lanzallamas y gases! —Kerk vociferó al micrófono.
Menos de la mitad de los hombres estaban con vida después de ese primer ataque. Los sobrevivientes, protegidos por los lanzallamas, hicieron estallar las pequeñas bombas de gases.
Sus corazas cerradas les protegían mientras esa parte de la cueva se llenaba de gas. Uno de ellos escarbó por entre los cuerpos de los atacantes y encontró el transmisor.
—Dejen la bomba ahí mismo y salgan —ordenó Kerk—. Ya hemos tenido demasiadas pérdidas.
Un hombre distinto apareció en la pantalla. El oficial había muerto.
—Lo siento, señor —dijo—, pero será igual de fácil avanzar que retroceder mientras duren las bombas de gas. Estamos demasiado cerca para volver atrás.
—Es una orden —gritó Kerk, pero el hombre había salido de la pantalla y el avance continuaba.
Los dedos de Jason le dolían agarrotados sobre el brazo del sillón. Los aflojó y les dio masaje. En la pantalla la cueva en blanco y negro corría invariablemente hacia ellos. Minuto tras minuto pasaban de esta manera. Cada vez que los animales volvían a atacar, unas cuantas bombas más eran empleadas.
—Algo ahí al frente... parece distinto —rechinó la jadeante voz en el altavoz.
La estrecha cueva se ensanchó paulatinamente, transformándose en una gigantesca cámara; tan grande que el techo y las lejanas paredes se perdían en la lejanía.
—¿Qué son esas cosas? —preguntó Kerk—. Pasen un reflector allá encima, a la derecha.
La escena de la pantalla era confusa y difícil de distinguir ahora, oscurecida por los estratos de roca interpuestos. Los detalles no podían verse claramente, pero era evidente que era algo insólito.
—Nunca vi antes... nada semejante a estas formas —dijo el que hablaba—. Se parecen a grandes plantas de alguna clase, de diez metros de alto por lo menos; no obstante se mueven. Esas ramas, tentáculos o lo que sean, continúan apuntando hacia nosotros y tengo una sensación muy sombría...
—Destruya una, a ver lo que ocurre —djjo Kerk.
La pistola disparó y en el mismo instante una onda de odio mental intensificada rodó por encima de los hombres derribándolos. Se revolvían de dolor, aturdidos e imposibilitados de pensar o combatir a las bestias subterráneas que caían sobre ellos renovando sus acometidas.
En la nave, muy arriba, Jason sintió el impacto en su mente y se preguntó cómo los hombres de allí abajo podían haberlo resistido. Todos los ocupantes de la cabina de control también habían sido alcanzados por la onda. Kerk golpeó el marco de la pantalla y gritó a los hombres de allá abajo, que no podían oírle.
—Vuelvan atrás, retrocedan...
Era demasiado tarde. Los hombres sólo se movían ligeramente mientras los victoriosos animales pyrranos se deslizaban sobre ellos tratando de desgarrar las junturas de sus corazas. Solamente un hombre actuó, levantándose y alejando a las bestias con sus manos desarmadas. Tropezó a unos cuantos metros de distancia y se inclinó sobre la masa de cuerpos retorcidos debajo de él. Con un impulso de los hombros, alzó a otro hombre.
Estaba muerto pero su mochila seguía atada a la espalda. Unos dedos ensangrentados tantearon la mochila, luego los dos hombres fueron barridos de nuevo por la onda de muerte.
—¡Eso era la bomba! —Kerk gritó a Meta—. Si el hombre no cambió el disparador, el artefacto tiene todavía un mínimo de diez segundos. ¡Salgamos de aquí!
Jason tuvo el tiempo justo para tumbarse en la colchoneta protectora de la aceleración antes de que los cohetes actuasen. La presión pesaba sobre él y seguía creciendo. La visión se le oscureció, pero no perdió el conocimiento. El aire silbaba rozando el casco, luego el sonido cesó mientras dejaban atrás la atmósfera.
Al tiempo que Meta reducía la potencia, un estallido de luz blanca brotó de las pantallas. Se volvieron negras inmediatamente mientras los receptores del casco se quemaban. La muchacha ajustó unos filtros, luego apretó el botón que ponía en funcionamiento las pantallas de emergencia.
Muy abajo, en el hirviente mar, una nube ascendente de llamas en forma de hongo ocupaba el sitio donde momentos antes había estado la isla. Los tres la miraban, callados e inmóviles. Kerk se repuso primero.
—Ponga rumbo a nuestra casa, Meta, y transmita las operaciones en la pantalla. Veinticinco hombres muertos, pero concluyeron su trabajo. Aplastaron a esas bestias de un golpe —fuesen lo que fuesen— y pusieron fin a la guerra. No puedo pensar en un modo mejor de morir para un hombre.
Meta fijó la órbita, luego llamó para informar.
—Tenemos dificultades —dijo—. Recibo una respuesta radioluminosa para aterrizaje dada por un robot, pero nadie contesta la llamada.
Apareció un hombre en la vacía pantalla. Estaba sudoroso y había una expresión desolada en sus ojos.
—Kerk —dijo—, ¿es usted? Haga regresar la nave aquí en seguida. Necesitamos su potencia de fuego en el perímetro. Se desataron todos los males del infierno hace un momento, hubo un ataque general en todos los lados, peor que lo que nunca haya visto.
—¿Qué quiere usted decir? —balbuceó Kerk con incredulidad—. La guerra acabó. Los destruimos, destrozamos su cuartel general por completo.
—La guerra está marchando como nunca antes lo ha hecho —replicó el otro—. No sé que hicieron ustedes, pero atizó el fuego del mismo infierno aquí. ¡Pero deje de hablar y haga regresar la nave!
—¡Usted! ¡Usted lo hizo! Debiera haberlo matado la primera vez que lo vi. Quería hacerlo, ahora sé que tenía razón. Usted ha sido como una plaga desde que llegó aquí, sembrando la muerte en todas direcciones. Sabía que usted estaba equivocado, sin embargo dejé que sus retorcidas palabras me convencieran. Y mire lo que ha ocurrido. Primero mató a Welf. Luego asesinó a los hombres de la cueva. Ahora este ataque sobre el perímetro... ¡Todos los que mueran ahí, los habrá matado usted!
Kerk avanzó hacia Jason, paso a paso, el odio retorciendo sus facciones. Jason retrocedió hasta que no pudo recular más, la espalda contra el marco de la carta de navegar. La mano de Kerk se desfrenó; no fue un puñetazo, sino que golpeó con la mano abierta. Aun cuando Jason esquivó el golpe, sin embargo lo derribó y lo dejó tendido en el suelo. Su brazo estaba contra la caja de la carta de navegar, los dedos cerca de los tubos cerrados que sostenían los moldes de salto.
Jason asió uno de los macizos tubos con las dos manos y lo arrancó. Lo lanzó al rostro de Kerk con toda su fuerza. Hendió la piel del pómulo y la frente y salió sangre de los cortes. Pero ello no retardó o paró al corpulento hombre en lo más mínimo. En su sonrisa no había piedad mientras se inclinaba y arrastraba a Jason, levantándolo.
—Devuelva golpe por golpe —dijo—. Será para mí un placer tanto mayor mientras lo mato —hizo recular el puño de granito que le arrancaría a Jason la cabeza de los hombros.
—Adelante —dijo Jason y cesó de forcejear—. Máteme. Puede hacerlo fácilmente. Pero no lo llame justicia. Welf murió para salvarme a mí. Pero los hombres de la isla murieron a causa de su estupidez. Yo quería la paz y usted quería la guerra. Ahora la tiene. Máteme para tranquilizar su conciencia, porque la verdad es algo con lo cual no puede enfrentarse.
Con un rugido de rabia, Kerk bajó el puño... Meta le cogió el brazo con las dos manos y se colgó de él, apartándolo con violencia antes que pudiera descargar el golpe. Los tres cayeron juntos, casi aplastando a Jason.
—No lo haga —gritó Meta—. Jason no quería que esos hombres bajaran allá. Eso fue idea suya. ¡No puede matarlo por eso!
Kerk, estallando de rabia, no oía. Desvió su atención hacia Meta arrancándola de su lado. Meta era una mujer y su flexible vigor era poca cosa comparado a los fuertes músculos de Kerk. Pero era una mujer pyrrana e hizo lo que ningún foráneo podía hacer. Retardó a Kerk por un momento, contuvo la furia de su ataque hasta que el hombre pudo soltar las manos de ella y rechazarla. No le ocupó mucho tiempo hacer esto, pero bastó para que Jason llegara a la puerta.
Jason pasó por ella dando un traspié y corrió el cerrojo detrás de él. Un segundo después que hubo pasado el pestillo, el macizo cuerpo de Kerk se lanzó hacia la puerta. El metal chilló y se dobló, cediendo. Un gozne se soltó y el otro se sostuvo sólo por un resto de metal. Caería con el golpe siguiente.
Jason no esperó a que ocurriera. No se había parado a ver si la puerta detendría al furioso pyrrano. Ninguna puerta de la nave lo podría detener. Tan de prisa como era posible, Jason bajó por el portalón. No había seguridad en la nave, lo cual significaba que tenía que escapar de ella. La cubierta de las lanchas salvavidas estaba justamente al frente.
Desde que las viera al principio, había pensado mucho en las lanchas salvavidas. Si bien no se había esperado una situación como aquella, sabía que podía llegar un momento en que necesitara transporte propio. Los botes salvavidas habían parecido ser la mejor solución, excepto que Meta le había dicho que no tenían combustible. La muchacha había tenido razón en una cosa: la lancha en la que él había estado tenía los depósitos vacíos, lo había comprobado. Había otras cinco lanchas, sin embargo, que no había examinado. Se había asombrado con la idea de lanchas salvavidas inservibles y llegado a lo que esperaba fuera una conclusión correcta.
Esta nave espacial era la única que tenían los pyrranos. Meta le había dicho una vez que siempre habían pensado en comprar otra pero nunca lo hacían. Algún otro gasto de guerra necesario aparecía primero y los disuadía. Una nave, realmente, bastaba para sus necesidades. La única dificultad estaba en el hecho de que tenían que mantener a esa nave operativa o la ciudad pyrrana perecería. Sin provisiones serían aniquilados en unos cuantos meses. Por consiguiente la tripulación no podía imaginar abandonar la nave. Fuere cual fuere la dificultad en que se metiera, no la podían dejar. Cuando la nave desapareciera, también lo haría su mundo.
Con esta manera de pensar, no había necesidad; de mantener las lanchas salvavidas provistas de combustible. Al menos la totalidad de ellas. Aun cuando era lógico que por lo menos una de ellas tuviera combustible para vuelos cortos eso no habría sido ruinoso para la nave principal. En este punto, el encadenamiento lógico de Jason se hacía endeble. Demasiados «si». Si usaban las lanchas salvavidas de alguna manera, una de ellas debiera estar provista de combustible. Si cuidaban de eso, estaría provista ahora. Y si lo estuviera, ¿cuál de las seis sería? Jason no tenía tiempo para ir buscando. Tenía que acertar a la primera.
Su razonamiento le había proporcionado una solución, la última de una larga serie de suposiciones. Si una lancha estuviera provista de combustible, debiera ser la más cercana a la cabina de control. Aquella hacia la cual se estaba dirigiendo ahora. Su vida dependía de esta cadena de conjeturas.
Detrás de él la puerta cayó con estrépito. Kerk rugió y salió con ímpetu. Jason se lanzó por la portilla de la lancha salvavidas con toda la rapidez que la doble gravedad le permitía hacerlo. Con las dos manos asió el tirador de lanzamiento de emergencia y apretó hacia abajo.
Sonó un timbre de alarma y la portilla se cerró de golpe, literalmente en el rostro de Kerk. Sólo sus reflejos pyrranos lo salvaron de ser aplastado por ella.
Los impulsores detonaron y desprendieron a la lancha salvavidas de la nave principal. La rápida aceleración lanzó a Jason de golpe a la cubierta, luego él flotó mientras la nave entraba en caída libre. Los cohetes de impulsión mayor no se dispararon.
En ese momento Jason supo que era sentirse muerto. Sin combustible la lancha caería en la selva de allá abajo, como una roca y despedazándose cuando chocara. No había ninguna salida.
Luego los cohetes se encendieron, rugieron, y Jason cayó en la cubierta, magullándose la nariz. Se incorporó, frotándosela y haciendo una mueca. Había combustible en los depósitos; la demora en arrancar sólo había sido parte del ciclo de lanzamiento, dando a la lancha salvavidas tiempo para alejarse de la nave. Ahora a ponerla bajo control. Se metió en el sitio del piloto.
El altímetro había alimentado de información al piloto automático, manteniendo a la nave a un nivel paralelo al suelo. Igual que todos los mandos de las lanchas salvavidas éstos eran puerilmente sencillos, destinados a ser usados en una emergencia por novatos.
El piloto automático no podía ser desconectado, funcionaba de acuerdo con los controles manuales, regulando cualquier desajuste. Jason hizo girar el volante de mando con fuerza y el piloto automático moderó el movimiento, reduciendo el giro de la lancha a una ligera curva.
A través del portillo, Jason podía ver a la gran nave zumbando con un giro mucho más cerrado. No sabía quién la estaba pilotando o qué tenían ellos en consideración; no se aventuraba. Impulsando el volante hacia adelante para un descenso rápido, Jason blasfemó mientras se reducía la velocidad y bajaban suavemente. La nave mayor no tenía tales limitaciones. Cambió el rumbo con una maniobra violenta y descendió en picado sobre él. La torre blindada delantera disparó y una explosión en la popa hizo balancear a la pequeña lancha. Esto destrozó al piloto automático de golpe o lo llevó a la desobediencia. El lento descenso se convirtió en un vuelo en picado y la selva creció de pronto como una ola.
Jason hizo recular el volante de mando y apenas tuvo tiempo para ponerse los brazos en frente del rostro antes de que chocaran.
Retumbantes cohetes y árboles crujientes acabaron en una gran lluvia. Siguió el silencio, y se disipó el humo. A gran altura, la nave espacial daba vueltas, vacilante. Bajando un poquito como si quisiera descender a investigar. Luego subiendo de nuevo mientras llegaba el mensaje urgente de ayuda de la ciudad. La lealtad ganó y la nave se desvió, vomitando fuego en dirección a su hogar.
CAPITULO XXIII
Ramas de árboles habían interceptado la caída de la lancha salvavidas, los cohetes de proa se habían consumido en una explosión de emergencia, y la ciénaga había amortiguado el choque un poquito. Era sin embargo un golpetazo. El mellado cilindro se hundía lentamente en el agua estancada y el fino lodo del pantano. La proa estaba muy sumergida antes de que Jason se las arreglara para abrir a puntapiés la escotilla de emergencia a la altura de su cintura.
No había manera de saber cuánto tardaría la lancha en hundirse, y Jason no estaba en condiciones para examinar la situación. Golpeado y ensangrentado, apenas le quedaba suficiente empuje para salir por sí mismo. Vadeando y cayendo, se abrió camino hacia terreno más firme, sentándose pesadamente tan pronto como encontró algo que lo sostuviera.
Detrás de él, la lancha salvavidas borbotaba y se hundía bajo el agua. Burbujas de aire comprimido continuaron elevándose por algún tiempo, luego cesaron. El agua se aquietó y, excepto por las ramas y los árboles caídos, no había señales de que hubiera existido ninguna nave.
Los insectos gemían a través del pantano, y el único sonido que quebraba el silencio de los bosques a lo lejos era el cruel chillido de un animal que despedazaba a su presa. Cuando eso se hubo reducido a menudas ondas sonoras cuyo eco se extinguió gradualmente, todo quedó silencioso.
Jason se arrancó de su embeleso con un esfuerzo. Sentía como si su cuerpo hubiera pasado por una máquina de picar carne, y le era casi imposible pensar por la confusión que había en su cabeza. Después de unos minutos de deliberación, se dijo que el aparato médico era lo que necesitaba. El cierre de resorte era muy complejo y la apertura de botón no funcionaba. Finalmente enrolló el brazo alrededor hasta que estuvo bajo el orificio y empujó hacia abajo toda la unidad. El aparato zumbó diligentemente; aun cuando no podía sentir las agujas, conjeturó que estaba trabajando duro. Su vista giró vertiginosamente por algún tiempo, luego se aclaró. Los matadolores se pusieron a trabajar y Jason, lentamente, salió de la nube oscura que había envuelto su cerebro desde el choque.
La razón retornó y la soledad llegó con ella. Estaba sin víveres, desamparado, asediado por fuerzas hostiles en un planeta extraño. Había un terror creciente que salía de lo hondo dentro suyo, y que requería un esfuerzo de concentración el tenerlo sujeto.
—Reflexiona Jason, no te inquietes.
Lo dijo en voz alta para tranquilizarse, pero al instante le pesó, porque su voz sonaba insegura en el vacío, con una áspera agudeza de histerismo en ella. Algo se le enganchó en la garganta y tosió para aclarársela, escupiendo sangre. Mirando a la roja mancha, de repente se encolerizó. Odiando este mortífero planeta y la increíble estupidez de la gente que vivía en él. Era mejor maldecir ruidosamente y su voz no sonaba tan insegura ahora. Terminó gritando y agitando el puño contra nada en particular, pero le ayudó. La ira hizo desaparecer el miedo y lo devolvió a la realidad.
Estar sentado en el suelo era bueno ahora. El sol era caliente y cuando Jason se reclinó casi pudo olvidar la perpetua carga de la doble gravedad. La ira se había llevado el miedo, el descanso borrado la fatiga. De alguna parte del fondo de su mente, subió de sopetón la vieja perogrullada: Mientras hay vida, hay esperanza. Hizo una mueca al considerar la trivialidad de las palabras, dándose cuenta al mismo tiempo de que ahí se escondía una verdad fundamental.
Análisis de su situación. Muy golpeado, pero todavía vivo. Ninguna de las magulladuras parecía ser muy importante, y ningún hueso estaba roto. La pistola aún funcionaba, entraba y salía de la pistolera automática mientras Jason reflexionaba acerca de ello. Los pyrranos hacían el equipo duro. El aparato médico estaba funcionando también. Si no perdía la cabeza, se las apañaba para marchar en línea recta y podía vivir de la naturaleza, había una buena probabilidad de que consiguiera regresar a la ciudad. Qué clase de recepción lo estaría esperando allí era un asunto enteramente distinto. Descubriría eso después que llegara. Introducirse allí tenía absoluta prioridad.
Por otra parte estaba el planeta Pyrrus, la gravedad comedora de energías, el clima cruel, y los feroces animales. ¿Podría sobrevivir? Como para añadir énfasis a sus reflexiones, el cielo se cerró y la lluvia repicó en el monte, marchando hacia Jason. Se levantó de prisa y se orientó antes de que la lluvia obstruyera la visibilidad. Una dentada cordillera se recortaba oscuramente sobre el horizonte; recordó haberla atravesado en el vuelo de búsqueda. Serviría como una primera meta. Después que hubiera llegado hasta ella, se preocuparía de la siguiente etapa del viaje.
Hojas y tierra volaban en frente del viento, con rachas rápidas, luego la lluvia lo regó. Empapado, helado, rendido ya de fatiga, incitó a la vacilante fuerza de sus piernas a luchar contra el planeta de la muerte.
Cuando llegó el anochecer todavía estaba lloviendo. No había manera de estar seguro de la dirección, y ningún objeto en seguir y por si eso no bastara, Jason estaba al áspero borde de la postración. Iba a ser una noche lluviosa. Todos los árboles eran de grueso tronco y resbaladizos; no podría haber trepado por ellos ni en un mundo de una gravedad. Los sitios abrigados que examinó, debajo de árboles caídos y bajo gruesos arbustos, estaban tan mojados como el resto del monte. Al fin se acurrucó en el lado de sotavento de un árbol, y se durmió, temblando, con el agua cayendo invariablemente frente a él.
La lluvia paró cerca de la medianoche y la temperatura descendió repentinamente. Jason se despertó lentamente de un sueño en el cual se estaba quedando helado, para descubrir que era casi verdad. Una fina nieve estaba cayendo a través de los árboles, espolvoreando el suelo y derivando hacia Jason. El frío penetraba vivamente en su carne, y al estornudar le dolía el pecho. Su doliente y aterido cuerpo sólo necesitaba reposo, pero la chispa de razón que quedaba dentro suyo lo impelió a levantarse y andar. Si descansaba ahora perecería. Apoyando una mano en el árbol para no caerse, empezó a rodearlo con esfuerzo. Paso tras paso, arrastrando los pies, girando en torno al tronco una y otra vez, hasta que el terrible frío se mitigó un poquito y pudo dejar de temblar. La fatiga iba cubriéndole como una envolvente cubierta gris. Siguió caminando, la mitad del tiempo con los ojos cerrados, abriéndolos sólo cuando caía y terna que volver a levantarse penosamente.
Al amanecer el sol disipó las nubes de nieve. Jason se apoyó en el árbol y miró al cielo con ojos doloridos. El terreno estaba blanco en todas direcciones, excepto alrededor del árbol donde sus pies tambaleantes habían hecho un confuso círculo de oscuro lodo. Con la espalda apoyada en el liso tronco, Jason se dejo caer lentamente hasta el suelo, dejando que el sol lo calentara.
La postración lo tenía aturdido, y sus labios estaban agrietados por la sed. Una tos casi continua le desgarraba el pecho con dedos de fuego. Aun cuando el sol todavía estaba bajo, quemaba ya, resecándole la piel, áspera y ardiente.
No era normal. Este pensamiento continuó machacándole su cerebro hasta que Jason lo reconoció. Le dio vueltas y más vueltas y lo consideró desde todos lados. ¿Qué era lo que no era normal? El modo en que se sentía.
Neumonía. Tenía todos los síntomas.
Sus labios secos se partieron y la sangre los humedeció mientras sonreía. Había evitado todos los peligros animales de Pyrrus, todos los grandes carnívoros y venenosos reptiles, sólo para ser abatido por la bestia más pequeña de todas ellas. Bueno, tenía el remedio para esto también. Arremangándose con dedos temblorosos, apretó la boca del aparato médico al brazo desnudo. El aparato sonó con unos golpes secos y empezó a zumbar de un modo áspero y estridente. Eso significaba algo, lo sabía, pero no podía recordar exactamente qué. Levantándolo vio que una de las agujas hipodérmicas estaba sobresaliendo sólo a medias de su encaje. Por supuesto. Estaba vacía del antibiótico que el analizador tenía que inyectarle. Y estaba sin repuestos.
Jason tiró el artefacto con una blasfemia, y el aparato cayó dentro de un charco y desapareció. El fin del remedio, el fin del aparato médico, el fin de Jason dinAlt. Luchador solitario contra los peligros de un mundo de muerte. Extranjero animoso que sabía manejarse tan bien como los propios nativos. Le había bastado todo un día, entregado a sus propios recursos, para hacer que se firmase su sentencia de muerte.
Un gruñido ahogado resonó detrás de él. Se volvió, se agachó y disparó todo de un solo golpe. Se había acabado antes que su mente consciente supiera qué había ocurrido. El adiestramiento pyrrano había condicionado sus reflejos en el nivel precortical. Jason estaba boquiabierto mirando a la disforme bestia agonizante a menos de un metro de él y se dio cuenta de que había sido bien adiestrado.
Su primera reacción fue de infelicidad creyendo que había matado a uno de los perros de los removedores. Cuando miró más de cerca se dio cuenta que este animal era ligeramente diferente en características, tamaño y especie. Si bien la mayor parte de sus partes delanteras habían sido voladas, con la sangre saliendo en chorros agónicos, la bestia seguía tratando de alcanzar a Jason. Antes que los ojos se pusieran vidriosos con la muerte, se había abierto paso laboriosamente casi hasta los pies de Jason.
No era en absoluto un perro de los removedores, aun cuando probablemente fuese un pariente salvaje. Con la misma relación del perro al lobo. Se preguntó si había otras semejanzas entre los lobos y esta bestia muerta. ¿Cazarían también en manadas?
Tan pronto como se le ocurrió la idea levantó la vista, ni un instante demasiado pronto. Las grandes formas animales estaban avanzando por entre los árboles, cercanos a Jason. Al tiempo que disparaba sobre dos, las otras gruñeron de rabia y retrocedieron hacia el interior del bosque. No se marcharon. En vez dé asustarse por las muertes, se enfurecieron más todavía.
Jason se colocó de espaldas al árbol y esperó a que se acercaran antes de empezar a tirar de nuevo. Con cada disparo y agonizante chillido, los enfurecidos sobrevivientes rugían con más fuerza. Algunos de ellos se enzarzaban al cruzarse, desahogando su ira. Uno se apoyó en sus patas traseras y desgarró grandes jirones de la corteza de un árbol. Jason le pegó un tiro, pero estaba demasiado alejado para acertarle.
Había ventajas en tener fiebre, se daba cuenta de ello. Lógicamente percibía que viviría sólo hasta el anochecer, o hasta que la pistola estuviera descargada. Sin embargo el hecho no le preocupaba mucho. Nada importaba realmente. Se agachó, se sosegó completamente, levantando el brazo sólo para disparar dejándolo luego caer de nuevo. De cuando en cuando tenía que cambiar de postura para examinar la parte de atrás del árbol, y tumbar a alguno de los animales que lo estaban cazando al acecho en el oscuro lugar. Deseaba confusamente tener un árbol más pequeño en qué apoyarse, pero no valía la pena hacer el esfuerzo para cambiar de sitio.
Durante la tarde, disparó su último tiro. Mató a un animal que había dejado acercarse. Había notado que estaba errando los tiros a más larga distancia. La bestia rugió y cayó muerta; las otras que estaban cerca recularon y dieron alaridos de lástima. Una de ellas se puso a la vista y Jason apretó el gatillo.
Hubo sólo un ligero golpe seco. Probó otra vez, por si acaso no era más que un cartucho fallido, pero sólo sonó el golpecito. La pistola estaba vacía, y también la bolsa con cargadores de repuesto de su cinturón. Tenía recuerdos vagos de haberla recargado, aunque no podía recordar cuántas veces lo había hecho.
Esto, era pues, el fin. Todos habían tenido razón. Pyrrus era demasiado para él. Sin embargo no debieran decirlo muy alto. Eso los destruiría a todos ellos al fin, también. Los pyrranos no morían en la cama. Los pyrranos viejos no morían, sólo sucumbían.
Ahora que no tenía que esforzarse para permanecer alerta y sostener la pistola, la fiebre lo consumía. Quería dormir y sabía que sería un largo sueño. Sus ojos estaban casi cenados mientras observaba a los cautelosos carnívoros que invariablemente se acercaban más a él. El primero se aproximó lo suficiente para saltar; Jason podía ver como se ponían tensos los músculos de las patas.
Saltó. Girando en el aire y cayendo antes de que le alcanzara. La sangre le fluía por la boca abierta y el corto astil de metal que sobresalía de la cabeza.
Los dos hombres salieron del matorral y miraron a Jason, tendido allí. Su sola presencia pareció ser suficiente para los carnívoros, porque todos ellos desaparecieron.
Removedores. Jason había tenido tanta prisa por llegar a la ciudad que se había olvidado de los removedores. Era bueno que estuvieran aquí y se alegraba mucho de que hubieran venido.
No podía hablar muy bien, por tanto sonrió para darles las gracias, pero esto lastimó excesivamente a sus labios, por lo cual se durmió.
CAPITULO XXIV
Por un extraño espacio de tiempo después de eso sólo hubo confusos retazos de recuerdos que se grabaron en la memoria de Jason. Una sensación de movimiento y grandes bestias alrededor de él. Tapias, humo de leños, el murmullo de voces. Nada de eso significaba gran cosa y Jason estaba demasiado cansado para sentir interés por ello. Era más sencillo y mejor dejarse ir, sin más.
—Oportunamente —dijo Rhes—. Un par de días más tendido allí de ese modo y lo habríamos enterrado, aun cuando todavía respirara.
Jason lo miró con los ojos entreabiertos, tratando de enfocar el rostro que flotaba por encima de él. Finalmente reconoció a Rhes, y quiso contestarle. Pero hablar sólo le acarreó un acceso de quebrantadora tos. Alguien acercó una taza a sus labios y un líquido dulce se escurrió garganta abajo. Jason descansó, luego probó otra vez.
—¿Cuánto hace que estoy aquí? —la voz era fina y sonaba lejana. A Jason le costó reconocerla como la suya propia.
—Ocho días. ¿Y por qué no me escuchó usted cuando se lo explique? —dijo Rhes. Debiera haber permanecido cerca de la nave cuando aterrizó de golpe ¿No recordaba lo que le dije referente a descender en cualquier parte de este continente? No importa, es demasiado tarde para inquietarse por eso. La próxima vez preste atención a lo que digo. Nuestra gente se puso en marcha aprisa y llegó al sitio del accidente antes del anochecer. Encontraron los árboles destrozados y el lugar donde se había hundido la nave, y al principio creyeron que quienquiera que hubiera estado dentro de ella se había ahogado. Luego uno de los perros encontró su pista, pero la perdió de nuevo en los pantanos durante la noche. Lo pasaron muy mal entre el barro y la nieve y no tuvieron ninguna suerte al no poder encontrar el rastro de nuevo. La tarde siguiente estaban dispuestos a buscar más ayuda cuando oyeron sus disparos. Así que hay fin, lo lograron, por lo que veo. Uno de ellos era un hablador y ordenó a los perros salvajes que se marcharan. Habrían tenido que matarlos a todos de otro modo, y eso no es bueno.
—Gracias por salvarme la vida —dijo Jason—. Estuve más cerca de perderla de lo que quisiera. ¿Qué ocurrió después? Estaba seguro de estar destrozado, recuerdo eso. Diagnostiqué todos los síntomas de pulmonía. Garantizados como fatales en mi estado, de no recibir tratamiento. Parece que estaba usted equivocado cuando dijo que la mayor parte de sus remedios eran inútiles, parecieron actuar bien sobre mí.
Su voz se extinguió mientras Rhes movía la cabeza con un lento no, las arrugas de preocupación hondamente marcadas en el rostro. Jason miró alrededor y vio a Naxa y otro hombre. Tenían la misma sombría expresión de Rhes.
—¿Qué pasa? —preguntó Jason, percibiendo la pesadumbre—. Si sus remedios no hicieron efecto, ¿qué lo hizo? No fue mi aparato médico. El artefacto estaba vacío. Recuerdo haberlo perdido o tirado.
—Usted se estaba muriendo —dijo lentamente Rhes—. No podíamos curarlo. Sólo un aparato médico de los hombrezuelos podía hacer eso. Conseguimos uno del conductor del camión de provisiones.
—Pero, ¿cómo? —inquirió Jason, aturdido—. Usted me dijo que la ciudad les impedía el acceso a la medicina. El hombre no les entregaría su propio aparato médico. A menos que estuviera...
—Muerto —dijo Rhes, terminando la frase—. Por supuesto que lo estaba. Yo mismo lo maté, y con placer.
Esto impresionó fuertemente a Jason. Se encorvó frente a las almohadas y pensó en todos los que habían muerto para salvarlo, muerto para que él pudiera vivir, muerto a causa de sus proyectos. Era una caiga de culpa que no podía hacerse a la idea de llevar. ¿Se acabaría con Krannon, o la gente de la ciudad buscaría su muerte?
—¿No se dan cuenta de lo que eso significa? —Jason emitió las palabras con sonidos entrecortados—. La muerte de Krannon enfrentara a la ciudad con ustedes. No habrá más intercambios. Los atacaran cuando puedan, mataran a su gente...
—¡Por supuesto, sabemos eso! —Rhes se inclinó hacia adelante, su voz ronca y fuerte—. No nos fue fácil llegar a esa decisión. Siempre hemos tenido un convenio comercial con los hombrezuelos. Los camiones de transporte eran inviolables. Eran nuestro último y único medio de comunicación con la galaxia, dejando aparte la loca esperanza, de conseguir, un día, tomar contacto directo con el resto de la humanidad.
—Sin embargo, ustedes rompieron ese enlace para salvarme. ¿Por qué?
—Sólo usted puede responder por completo a esa pregunta. Hubo un gran ataque en la ciudad y vimos sus muros abatidos, tuvieron que retirarse a un solo lugar de resistencia. Al mismo tiempo la nave regresó y usted salió de ella en una nave más pequeña. Dispararon contra usted, pero no lo mataron. La nave pequeña tampoco fije destruida; empezamos a izarla ahora. ¿Qué significa todo esto? No había ningún modo de saberlo. Pensábamos que era algo esencialmente importante. Usted seguía con vida, pero obviamente moriría antes de que pudiera hablar. La nave pequeña podía ser reparada para volar; quizás ese era su plan y fuera por eso que usted la hurtó para nosotros. No podíamos dejarlo morir, aun cuando ello significara una guerra total con la ciudad. La situación fue explicada detalladamente a todas las personas de nuestra comunidad hasta las cuales podíamos llegar por las pantallas y votaron por salvarlo. Maté al hombrezuelo para conseguir su aparato curativo, luego lancé a dos doryms a una veloz carrera para llegar aquí a tiempo.
»Pero díganos... ¿qué significa eso? ¿Cuál es su plan? ¿Hasta qué punto nos ayudará?
La culpa pesaba sobre Jason y mantenía su boca cerrada. Un fragmento de una antigua leyenda pasó por su mente, acerca del Jonás que destrozó la nave espacial para que todos los que iban en ella murieran, pero él subsistió. ¿Era eso Jason? ¿Había él destrozado un mundo? ¿Podía atreverse a confesar a esta gente que había cogido la lancha salvavidas sólo para salvar su propia vida?
Los tres pyrranos se inclinaron hacia adelante, esperando a que Jason hablara. Jason cerró los ojos para no ver sus rostros. ¿Qué podía decirles? Si confesaba la verdad, sin duda lo matarían al momento, considerándolo un acto de justicia. No temía ya por su propia vida, pero si él moría todas las otras muertes habrían sido en vano. Y todavía había un modo de poner fin a esta guerra planetaria. Todos los datos estaban a su disposición ahora, sólo era cuestión de unirlos. Si tan siquiera no estuviese tan cansado, percibiría la solución. Estaba ahí mismo, oculta en un rincón de su cerebro, esperando para salir a la luz.
Hubo un ruido repentino de fuertes pisadas fuera de la cabaña, y el apagado griterío de un hombre. Nadie excepto Jason pareció apercibirse de ello. Estaban demasiado atentos a su respuesta. Jason buscó a tientas en su mente pero no pudo encontrar palabras para explicar nada. Hiciera lo que hiciera, no podía confesar la verdad ahora. Si moría, moría toda esperanza. Tenía que mentir para ganar tiempo, luego encontrar la solución correcta que parecía estar tan molestamente cercana. Pero estaba demasiado cansado hasta para formular una mentira plausible.
El ruido de la puerta abriéndose de repente hendió el silencio de la habitación. Ahí estaba un nudoso y gordezuelo individuo, el rostro rojo de ira realzado por una envolvente barba blanca.
—¿Son todos sordos? —gruñó—. Andando toda la noche, gritando hasta reventar mis pulmones, y ustedes agazapados aquí como un puñado de pájaros incubando. ¡Salgan! ¡Un temblor! ¡Un gran temblor de tierra en camino!
Todos estaban de pie ahora, haciendo preguntas a gritos. La voz de Rhes atravesó el tumulto.
—¡Hananas! ¿Cuánto tiempo tenemos?
—¡Tiempo! ¿Quién tiene conocimiento de eso? —execró el barbablanca—. Salgan o son hombres muertos, eso es todo lo que sé.
Nadie se paró a discutir ahora. Hubo una furiosa precipitación y un minuto después Jason era atado a una litera sobre uno de los doryms.
—¿Qué ocurre? —preguntó al hombre que lo estaba atando.
—Viene un terremoto —respondió el hombre, sus dedos atareados con los nudos—. Hananas es el mejor detector de temblores de tierra que tenemos. Siempre lo sabe antes que vaya a haber un temblor. Si puede pasarse el aviso con bastante rapidez nos largamos. Los detectores de temblores siempre lo saben, dicen que pueden sentirlos venir —el hombre afianzó el último nudo de un tirón y se fue.
Llegó la noche mientras partían, el rojo de la puesta de sol armonizado con un fuerte brillo escarlata del cielo septentrional. Hubo un ruido sordo lejano, más sentido que oído, y el suelo se movió debajo de los pies. Los doryms se lanzaron a una bamboleante carrera sin ser aguijoneados. Atravesaron un pantano y al otro lado Hananas cambió la dirección de repente. Poco después, mientras que el cielo meridional se encendía, Jason comprendió por qué. Las llamas iluminaban la escena brillantemente, las cenizas caían de través y ardientes masas de roca chocaban con los árboles. Emitían vapor cuando lo hacían^ y si no hubiera sido por la reciente lluvia se hubieran tenido que enfrentar también con un incendio del bosque.
Algo de gran tamaño apareció junto a la columna en marcha, y cuando atravesaron un espacio abierto Jason lo miró a la reflejada luz del cielo.
—Rhes... —Jason se sofocó, parando.
Rhes, que marchaba junto a Jason, miró a la gran bestia, de peludo cuerpo y enroscados cuernos tan altos como sus hombros; luego desvió la vista. No estaba atemorizado, o al parecer ni siquiera sentía curiosidad. Jason miró después alrededor y empezó a comprender.
La totalidad de los animales en fuga no hacían ruido, era por eso que no los había advertido antes. Pero a ambos lados oscuras formas se deslizaban entre los árboles. Algunas las reconoció, la mayor parte de ellas no.
Por unos minutos una jauría de perros salvajes corrió cerca de ellos, mezclándose con los perros domesticados.
No se hizo caso de ellos. Cosas volantes pasaban batiendo por encima. Bajo la amenaza mayor de los volcanes todas las otras luchas eran olvidadas. La vida respetaba a la vida.
Una manada de gruesas bestias semejantes a cerdos, con retorcidos colmillos, atravesó la línea desatinadamente.
Los doryms fueron más despacio, dando sus pasos cuidadosamente para no pisarlas. Animales más pequeños se subían a veces a los lomos de los mayores, yendo montados sin peligro un rato, antes que saltaran.
Golpeado sin compasión por la trepidante litera, Jason se sumió fatigado en un sueño ligero. Mientras dormía pasaron por su mente rápidas imágenes de los precipitados animales que corrían en silencio sin parar. Con los ojos abiertos o cerrados, veía la misma interminable corriente de bestias.
Todo esto significaba algo y frunció el ceño mientras se esforzaba en pensar el qué. Animales corriendo, animales pyrranos.
Se puso tieso de repente, retorciéndose en la litera, muy despierto y mirando abajo fijamente.
—¿Qué ocurre? —preguntó Rhes, acercando su dorym.
—Continúen —dijo Jason. Sáquennos de esto vivos. Sé cómo su gente puede conseguir lo que desea, poner fin a la guerra ahora. Hay una manera, y sé cómo puede hacerse.
CAPITULO XXV
Tenía pocos recuerdos coherentes del viaje a lomo. Algunas cosas se destacaban vivamente, como la masa de escoria ardiente del tamaño de una nave espacial que se había hundido en una laguna cerca de ellos, rociando la orilla con ardientes gotas de agua. Pero en su mayor parte fue sólo un viaje aparentemente inacabable, con Jason todavía demasiado débil para preocuparse mucho de él. Al amanecer el área de peligro estaba detrás de ellos y la rapidez de la marcha había disminuido, haciendo ir los doryms al paso. Los animales salvajes habían desaparecido mientras el temblor de tierra quedaba atrás, siguiendo su camino, todavía en pacífico armisticio.
La tregua por el peligro mutuamente compartido había acabado; Jason descubrió eso mientras paraban para descansar y comer. El y Rhes fueron a sentarse sobre la blanda hierba, junto a un árbol caído. Un perro salvaje había llegado antes allí. Yacía bajo el tronco, los músculos tensos, la rojiza luz de la mañana sacando un fulgor carme» de los ojos. Rhes hizo cara al animal, a menos de tres metros de distancia, sin mover un músculo. No hizo ninguna tentativa para coger una de sus armas o pedir auxilio. Jason estaba quieto también, confiando en que el pyrrano sabía lo que se hacía.
Sin ningún aviso en absoluto el perro se lanzó de repente sobre ellos. Jason cayó hacia atrás empujado por Rhes. El pyrrano cayó al mismo tiempo; sólo que ahora su mano sostenía un largo cuchillo, extraído de un tirón de la vaina atada al muslo. Con centelleante rapidez el cuchillo subió; el perro se retorció en el aire, tratando de mordisquearlo. En vez de eso el cuchillo descendió detrás de las patas delanteras del perro, el propio peso de la bestia produciendo una herida que se abría fatalmente, a lo largo del cuerpo. Estaba todavía vivo cuando dio en el suelo, pero Rhes estaba a horcajadas sobre el tirando la huesuda y acorazada cabeza hacia atrás para cortar el flexible cuello que se hallaba debajo.
El pyrrano limpió cuidadosamente el cuchillo sobre la piel del animal muerto, luego lo devolvió a la vaina.
—Normalmente no son ninguna molestia —dijo con tranquilidad—, pero estaba excitado. Probablemente perdió al resto de la jauría durante el terremoto.
Sus acciones eran exactamente lo opuesto de los pyrranos de la ciudad. No había buscado problemas ni iniciado la lucha. En vez de ello la había evitado mientras pudo. Pero cuando la bestia acometió, había sido muerta limpia y eficientemente. Ahora, en vez de celebrar su victoria, parecía apesadumbrado por una muerte.
Tenía sentido. Todo en Pyrrus tenía sentido. Ahora Jason sabía cómo había comenzado la mortífera lucha planetaria, y sabía cómo podía terminarse. Todas las muertes no habían sido ciertamente en vano. Cada una lo había ayudado a avanzar un poco más en el camino hacia la solución final. Sólo había una última cosa que hacer.
Rhes lo estaba observando ahora y sabía que compartían los mismos pensamientos.
—Explíquese —dijo Rhesr—. ¿Qué dio a entender cuando dijo que podíamos destruir a los hombrezuelos y alcanzar la libertad?
Jason no se molestó en rectificar la equivocación; era mejor que lo consideraran un adicto incondicional a su causa.
—Llame a los otros y se lo explicaré. Especialmente quiero ver a Naxa y a todos los habladores que estén aquí.
Se congregaron rápidamente cuando se pasó el aviso. Todos ellos sabían que el hombrezuelo había muerto para salvar a este extranjero, que su esperanza de salvación estaba en él. Jason miró a la multitud de rostros vueltos hacia él y trató de encontrar las palabras justas para decirles lo que tenía que hacerse. No le ayudaba saber que muchos de ellos morirían.
—Todos nosotros queremos ver el fin a la guerra en Pyrrus. Hay un medio, pero costará vidas humanas. Algunos de ustedes pueden morir al hacerlo. Creo que el precio merece la pena, porque el triunfo les traerá todo lo que han deseado —Jason miró alrededor, al tenso y expectante círculo.
—Vamos a invadir la ciudad, a abrirnos paso a través del perímetro. Sé cómo puede hacerse...
Un murmullo se extendió a través de la muchedumbre. Algunos parecían estar excitados, gozosos con la idea de destruir a sus enemigos hereditarios. Otros miraban a Jason como si estuviera loco. Unos cuantos estaban aturdidos por la magnitud del proyecto, este designio de llevar la lucha a la plaza fuerte del enemigo fuertemente armado. Se sosegaron cuando Jason levantó la mano.
—Sé que parece imposible —dijo—. Pero déjenme explicarlo. Debe hacerse algo, y ahora es la ocasión para hacerlo. La situación sólo puede empeorar de aquí en adelante. Los hombrezuelos pueden pasarse sin los víveres, sus alimentos concentrados tienen muy mal sabor pero conservan la vida. Sin embargo, van a volverse en contra de ustedes con todos los medios de que dispongan. Se acabaron los metales para sus utensilios o recambios para el equipo electrónico. Probablemente el odio les hará buscar sus granjas y destruirlas desde la nave. Todo esto no será fácil, y cosas peores vendrán. En la ciudad están perdiendo la guerra contra este planeta. Cada año hay menos de ellos, y algún día habrán muerto todos. Sabiendo cómo sienten, estoy seguro que destruirán su nave primero, y al planeta entero también, si eso es posible.
—¿Cómo los podemos parar? —gritó alguno.
—Pegando primero —respondió Jason—. Conozco todos los detalles de la ciudad y sé cómo están construidas las obras de fortificación. El perímetro está trazado para protegerlos de las formas de vida animal, pero podríamos abrimos paso a través de él si estuviéramos resueltos realmente.
—¿Qué se ganaría con eso? —replicó Rhes—. Cruzamos el perímetro y retroceden, luego constantes contraataques. ¿Qué podemos hacer frente a sus armas?
—No tendremos que enfrentarnos. El puerto espacial esta junto al perímetro, y conozco el sitio exacto donde se halla la nave. Ese es el lugar por donde nos abriremos paso. No hay guardia exterior junto a la nave y sólo unas cuantas personas en el área. Tomaremos la nave. Que podamos o no volar es poco importante. Quien gobierna la nave gobierna Pyrrus. Una vez allí les amenazaremos con destruirla si no aceptan nuestras condiciones. Tienen la alternativa del suicidio colectivo o cooperar. Espero que tengan la cordura suficiente para hacerlo.
Las palabras de Jason hicieron enmudecer por un instante a los hombres, luego levantaron una ola de ruido. No había acuerdo, sólo excitación, y Rhes finalmente los llamó al orden.
—¡Silencio! —gritó—. Esperen a que Jason termine antes de decidir. Todavía no sabemos cómo ha de efectuarse esta hipotética invasión.
—El plan que tengo depende de los habladores —dijo Jason—. ¿Está ahí Naxa? —esperó a que el hombre cubierto de pieles se hubiera adelantado dando empujones—. Quiero saber más de los habladores, Naxa. Sé que pueden hablar a los doryms y a los perros, pero, ¿qué me dice de los animales salvajes? ¿Pueden obligarlos a hacer lo que quieren?
—Son animales, claro que podemos hablarles. Cuantos más habladores, más fuerza. Los obligaremos a hacer exactamente lo que queramos.
—Entonces el ataque surtirá efecto —dijo acaloradamente Jason—. ¿Podrían disponer a todos sus habladores en un lado de la ciudad —el lado opuesto del puerto espacial— y excitar a los animales? Hacerlos atacar el perímetro.
—¡Podríamos! —gritó Naxa, arrebatado por la idea—. ¡Recogeríamos animales de todas partes, empezaríamos el mayor ataque que jamás vieran!
—Sí, eso es. Los habladores lanzarán el ataque en el lado más alejado del perímetro. Si se mantienen fuera del alcance de la vista, los guardias no tendrán idea de que sea algo más que otro ataque de animales. He visto cómo actúan. En el momento en que hay un ataque, piden reservas de dentro de la ciudad y sacan a los hombres de las otras partes del perímetro. En el momento culminante de la lucha, cuando tengan a todas las fuerzas destacadas a través de la ciudad, yo dirigiré al grupo que se abrirá paso y apresará la nave. Ese es el plan y va a tener buen éxito.
Jason se sentó, casi se postró, exhausto. Estaba tranquilo y escuchaba mientras la discusión avanzaba y retrocedía, Rhes moderando y manteniéndola en marcha. Surgían dificultades y eran eliminadas. Nadie podía encontrar un defecto básico en el plan. Había muchas imperfecciones en él, cosas que podían salir mal, pero Jason no las mencionó. Esta gente quería que el proyecto tuviera éxito e iban a conseguirlo.
La discusión terminó finalmente y los hombres se fueron. Rhes se acercó a Jason.
—Los puntos básicos están aclarados —dijo—. Todos están aquí de acuerdo. Están pasando el aviso por mensajeros a todos los habladores. Los habladores son el corazón del ataque, y cuantos más tengamos, mejor saldrá. No nos atrevemos a usar las pantallas para llamarlos; hay muchas probabilidades de que los hombrezuelos puedan interceptar nuestros mensajes. Se necesitaran cinco días para que estemos preparados para atacar.
—Necesitaré la totalidad de ese tiempo si he de ser de alguna utilidad —dijo Jason—. Ahora descansemos un poco.
CAPITULO XXVI
Es una sensación extraña —dijo Jason—. Nunca antes he visto realmente el perímetro desde este lado. Feo es casi la única palabra apropiada.
Estaba tendido boca abajo junto a Rhes, mirando a través de una pantalla de hojas, hacia el perímetro situado más abajo. Los dos estaban cubiertos de gruesas pieles, a pesar del calor del mediodía, con fuertes polainas y guantes de piel para proteger sus manos. La gravedad y el calor estaban aturdiendo ya a Jason, pero él se esforzó para no hacer caso de esto.
Delante, en el lejano lado de un abrasado pasillo, estaba situado el perímetro. Un muro alto, de elevación y contextura variantes, formado al parecer con fragmentos de todo el mundo. Era imposible determinar con qué había sido construido originalmente. Generaciones de atacantes lo habían machacado, roto y socavado. Se habían hecho reparaciones rápidas, chapuzas apañadas y arreglos improvisados. La tosca mampostería se desmoronaba y cedía el paso a un nido de ratas de maderos entrelazados. Esto conectaba con una extensión de oxidado metal, con grandes planchas remachadas. Hasta este metal había sido destruido y sacos de arena reventados se habían vertido por la rota abertura. Por encima de la superficie del muro se deslizaban haciendo curvas cables metálicos de los que colgaban sensores, acompañados por otros electrificados con alta tensión. A intervalos desiguales los lanzallamas automáticos asomaban sus bocas por encima del parapeto y barrían de la base del muro toda cosa animada que se hubiera acercado.
—Esos artefactos de fuego pueden causarnos molestias —dijo Rhes—. Ese cubre el área por donde quiere usted penetrar.
—No serán problema —le aseguró Jason—. Puede parecer que están disparando sin norma, pero realmente no es así. El curso varía sólo lo suficiente para engañar a un animal, pero no se pretendió impedir que entraran los hombres. Obsérvelo usted mismo. Dispara a intervalos repetidos regularmente de dos, cuatro, tres y un minutos.
Retrocedieron hacia la hondonada donde Naxa y los otros los esperaban. Había sólo treinta hombres en el grupo. Lo que tenían que hacer sólo podía hacerse con una tropa rápida y ligera. Su arma más valiosa era la sorpresa. Una vez que esa hubiera funcionado, las otras armas no resistirían un momento frente a los mortíferos artefactos de la ciudad. Todos parecían encontrarse incómodos con las gruesas vestimentas de pieles y cuero, y algunos de los hombres se las habían aflojado para airearse.
—Tápense —ordenó Jason—. Ninguno de ustedes ha estado tan cerca del perímetro anteriormente y no saben lo destructivo que es esto. Naxa está manteniendo alejados a los animales mayores y todos ustedes pueden manejar los más pequeños. Ese no es el peligro. Todos los espinos están envenenados, y hasta las hojas de hierba tienen un aguijón mortal. Tengan cuidado con los insectos de cualquier clase y cuando empecemos a avanzar respiren sólo a través de los paños húmedos.
—Tiene razón —resopló Naxa—. Yo mismo nunca había estado tan cerca. La muerte, la muerte está ahí arriba en ese muro. Hagan lo que dice.
No podían hacer más que esperar entonces, afilando las ya aguzadas flechas de ballesta, y mirando de soslayo hacia el sol que avanzaba lentamente. Sólo Naxa no compartía la inquietud. Estaba quieto, el semblante tranquilo, sintiendo el palpitar de la vida animal en la selva alrededor de ellos.
—Van de camino —dijo—. Lo más grande que jamás haya oído. Todas las bestias entre aquí y los montes están rugiendo con furia, corriendo hacia la ciudad.
Jason era en parte consciente. Una tensión en el aire y una ola de ira y odio intensificados. Surtiría efecto, lo sabía, si consiguieran mantener el ataque limitado a un área pequeña. Los habladores parecían haber estado seguros de ello. Habían salido resuelta y quietamente esa mañana, una corta hilera de hombres andrajosos moviéndose, lanzando una onda mental que captaría a las formas de vida pyrranas y las lanzaría en impetuoso ataque contra la ciudad.
—¡Ya llegan! —dijo Naxa de repente.
Los hombres estaban de pie ahora, mirando en dirección a la ciudad. Jason había sentido una sacudida interior mientras se iniciaba el ataque y sabía que era de este modo. Había ruido de disparos y fuertes estampidos lejanos. Delgados penachos de humo empezaban a abrirse por encima de las copas de los árboles.
—Pongámonos en posición —dijo Rhes.
Alrededor de ellos la selva latía con un eco de odio. Las semisensibles plantas se retorcían y el aire estaba lleno de pequeñas cosas voladoras. Naxa sudaba y farfullaba mientras hacía retroceder a los animales que se lanzaban hacia ellos. Cuando alcanzaron la última pantalla de follaje frente al área abrasada, habían perdido cuatro hombres. Uno había sido picado por un insecto; Jason le aplicó el aparato médico a tiempo pero el hombre estaba tan enfermo que tuvo que volver atrás. Los otros tres fueron mordidos o arañados y el tratamiento llegó demasiado tarde. Sus hinchados y retorcidos cuerpos fueron dejados atrás en el sendero.
—Los malditos animales me dañan la cabeza —musitó Naxa— ¿Cuándo entramos?
—Todavía no —dijo Rhes—. Esperamos a la señal. Uno de los hombres llevaba el aparato de radio. Lo puso en tierra cuidadosamente, luego extendió la antena por encima de una rama. El aparato estaba blindado para que no se escapara ninguna radiación que los descubriese. Fue conectado, pero sólo un silbido de estática salió del altavoz.
—Podíamos haberlo calculado... —dijo Rhes. —No —le dijo Jason—. No exactamente. Hemos de golpear ese muro en el momento álgido del ataque, cuando nuestras posibilidades sean mayores. Aun cuando oigan el mensaje no significará nada para los de dentro. Y unos minutos después no importará.
El ruido del altavoz se alteró. Una voz profirió; una frase breve, luego desconectaron. —Tráiganme tres sacos de harina. —Vámonos —instó Rhes mientras se adelantaba. —Aguarde —dijo Jason, cogiéndolo del brazo—. Estoy cronometrando el tiempo que tarda el lanzallamas. Debe disparar dentro de... ¡Ahora! —una ráfaga de fuego roció el terreno, luego se apagó—. ¡Tenemos cuatro minutos hasta la próxima! ¡Acertamos con el período largo!
Corrieron, dando tropezones con las blandas cenizas, resbalando sobre huesos carbonizados y enmohecido metal. Dos hombres agarraron a Jason por debajo del brazo y lo llevaron en andas a través del terreno. No había sido previsto de ese modo, pero ahorraron preciosos segundos. Lo soltaron frente al muro y Jason sacó a tientas las bombas que habían fabricado. Las cargas de la pistola de Krannon, que le quitaron al matarle, habían sido unidas en un circuito detonador. Todos los movimientos habían sido ensayados cuidadosamente y la cosa funcionaba ahora con facilidad.
Jason había escogido la pared metálica considerándola como el mejor sitio para penetrar. Ofrecía la máxima resistencia a las formas de vida nativas, por tanto las probabilidades eran que no estaría reforzada con sacos de arena o terraplenes, como otras partes del muro.
Los primeros hombres habían pegado sus pelotillas de pegajosa savia cuajada en la pared. Jason metió las cargas dentro de ellas y se adhirieron, formando un diseño toscamente rectangular tan alto como un hombre. Mientras hacía esto, el hilo metálico de detonación fue extendido en toda su longitud y todos los hombres del grupo se apretujaron contra la base del muro. Jason tropezó por entre las cenizas mientras se acercaba al detonador; se echó sobre él y apretó el conmutador al mismo tiempo.
Detrás de él un atronador estallido hizo temblar el muro y brotó una roja llama. Rhes fue el primero en llegar allí, tirando del retorcido y humeante metal con sus manos enguantadas. Otros agarraron y separaron los trozos rotos. La cavidad estaba llena de humo y nada era visible a través de ella. Jason se metió por la abertura, rodó sobre un montón de cascotes y chocó con algo sólido. Mientras que se quitaba el humo de los ojos pestañeando, miró alrededor de él.
Estaba dentro de la ciudad.
Los otros se introdujeron poco después, recogiendo a Jason para que no fuera pisoteado. Alguno localizó la nave espacial y corrieron en esa dirección.
Un hombre rodeó la esquina de un edificio, corriendo hacia ellos. Sus reflejos pyrranos lo hicieron meterse de un brinco a salvo en el portal de una entrada en el mismo momento en que vio a los invasores. Pero ellos eran pyrranos también. El hombre salió a la calle de nuevo andando lentamente, con tres flechas metálicas sobresaliendo de su cuerpo. Los otros siguieron corriendo sin parar, deslizándose por entre los bajos edificios. La nave estaba al frente.
Alguno la había alcanzado antes que ellos; podían ver cerrarse lentamente la escotilla exterior. Una lluvia de flechas de los arcos tendidos chocó con ella sin ningún efecto.
—¡Sigan corriendo! —gritó Jason—. Lleguen junto al casco antes que el hombre alcance las armas.
Esta vez tres hombres no lograron recorrer la distancia. El resto de ellos estaban bajo el vientre de la nave cuando todas las armas automáticas descargaron al mismo tiempo. La mayor parte de ellas estaban apuntadas lejos de la nave, sin embargo el chillido de las granadas y las descargas eléctricas eran ensordecedoras. Los tres hombres que estaban todavía en el claro desaparecieron bajo el fuego. Quienquiera que estuviese dentro de la nave había hecho funcionar el mecanismo de todas las armas automáticas al mismo tiempo, para aplastar a los atacantes de un golpe y reunir ayuda. Estaría en la pantalla ahora, pidiendo auxilio. El tiempo se les estaba esfumando.
Jason subió y trató de abrir la escotilla, mientras los otros vigilaban. Estaba cerrada por dentro. Uno de los hombres lo echó a un lado y tiró de la manecilla empotrada. Se rompió en su mano pero la escotilla permanecía cerrada.
Las ametralladoras habían parado ahora y los hombres podían oír de nuevo.
—¿Quitó alguno la pistola a aquel muerto? —preguntó Jason—. Abriría esto.
—No —dijo Rhes—, no nos detuvimos.
Antes que las palabras hubieran salido de su boca, dos hombres estaban volviendo atrás hacia el edificio, alejándose el uno del otro. Las armas automáticas de la nave rugieron otra vez; una serie de descaigas atravesaron a uno de los dos hombres. Antes de que pudieran cambiar de dirección y enfilar al otro hombre éste había llegado al grupo de casas.
Regresó rápidamente, metiéndose con rapidez en el claro para tirarles la pistola. Antes que pudiera retroceder hacia un refugio lo alcanzaron las granadas.
Jason cogió la pistola mientras se deslizaba casi a sus pies. Oyeron el ruido de turbinas de camiones muy acelerados, chillando hacia ellos, mientras Jason volaba la cerradura. El mecanismo dio un quejido y la escotilla se abrió lentamente. Todos ellos habían pasado por la abertura antes que apareciera el primer camión. Naxa se quedó atrás con la pistola, para guardar la portezuela hasta que pudieran tomar la cabina de control.
Todos treparon más de prisa que Jason, cuando él les hubo indicado el camino, de modo que la lucha había terminado mientras llegaba allí. Uno de los técnicos había encontrado los mandos de las armas automáticas y estaba disparando frenéticamente rechazando a los camiones.
—Que alguno de ustedes llame por el transmisor y ordene a los habladores que suspendan el ataque —dijo Jason.
Encontró la pantalla de comunicaciones y la abrió de golpe. El rostro asombrado de Kerk lo miraba desde la pantalla.
—¡Usted! —dijo Kerk, soltando la palabra como un juramento.
—Sí, soy yo —respondió Jason. Habló sin levantar la vista, mientras sus manos se movían activas por el tablero de control—. Escúcheme, Kerk... y no dude de nada de lo que le digo. Puede que yo no sepa hacer volar una de estas naves, pero ciertamente sé la manera de hacerlas estallar. ¿Oye ese ruido? —dio una palmada a un conmutador y sonó débilmente el lamento lejano de una bomba de alimentación. Si la dejo funcionar —lo cual no haré ahora mismo— podría llenar rápidamente la cámara de transmisión con combustible crudo. Verter tanto que se saliera de los tubos de la cámara. Luego, ¿qué cree que le ocurriría a su única nave espacial si yo apretara el botón de descarga? No le estoy preguntando qué me ocurriría a mí —ya que a usted le tiene sin cuidado eso—, pero ustedes necesitan esta nave tanto como necesitan la vida misma.
No había más que silencio ahora en la cabina. Los hombres que habían conquistado la nave se volvieron para encararse con él. La voz de Kerk chirrió ruidosamente a través de la sala.
—¿Qué quiere usted, Jason? ¿Qué está tratando de hacer? ¿Por qué introdujo a esas bestezuelas ahí? —su voz crujió y se quebró mientras la ira lo ahogaba e inundaba.
—Cuidado con la lengua, Kerk —dijo Jason con tenue amenaza—. Estos hombres de que está hablando son los únicos de Pyrrus que tienen una nave espacial. Si quiere que la compartan con usted, más vale que aprenda a hablar con cortesía. Ahora venga aquí en seguida, y traiga a Brucco y Meta —Jason miró al rojo e hinchado rostro del hombre de más edad y sintió cierta compasión—. No ponga esa cara, no es el fin del mundo. En verdad, pudiera ser el comienzo de uno nuevo. Y otra cosa: deje este canal abierto cuando salga. Téngalo conectado con todas las pantallas de la ciudad, de modo que todo el mundo pueda ver lo que ocurre aquí. Asegúrese de que está grabando con cinta para reproducción.
Kerk trató de decir algo, pero cambió de opinión antes de que lo hiciera. Salió de la pantalla, pero el equipo permaneció en funcionamiento. Transmitiendo la escena de la cabina de control para toda la ciudad.
CAPITULO XXVII
La lucha había cesado. Terminó tan rápidamente que el suceso todavía no había hecho realmente la impresión en los ánimos. Rhes se frotó la mano contra el reluciente metal del tablero de control, dejando que la realidad del contacto lo convenciera. Los otros hombres rondaban por allí, mirando afuera a través de los miradores o embebiendo las maravillas mecánicas de la sala.
Jason estaba agotado físicamente, pero no podía dejar aparentar su estado. Abrió el botiquín del piloto y escarbó en él hasta que encontró los estimulantes. Tres de las pequeñas píldoras del color del oro hicieron desaparecer la fatiga de su cuerpo, y pudo pensar con claridad de nuevo.
—Escúchenme —gritó—. La lucha todavía no ha acabado. Lo intentaran todo para recuperar esta nave y tenemos que estar prevenidos. Quiero que uno de los técnicos examine este tablero de mandos hasta que encuentre los del cierre. Asegúrese de que todos los respiraderos y las portillas están cerradas. Envíe hombres para inspeccionarlas, si es necesario. Abran los conmutadores de todas las pantallas para escudriñar en todas direcciones, para que nadie pueda acercarse a la nave. Necesitaremos un guardián en la sala de máquinas; mi control pudiera acabarse si penetraran aquí. Y más vale que se haga un completo registro de la nave, cabina por cabina, por si acaso algún otro está encerrado aquí con nosotros.
Los hombres tenían algo que hacer ahora y se sentían aliviados. Rhes los distribuyó en grupos y los puso a trabajar. Jason permaneció sobre los mandos, la mano junto al conmutador de la bomba alimenta— dora. La lucha todavía no había terminado.
—Viene un camión —avisó Rhes—, marchando despacio.
—¿Lo vuelo? —preguntó el hombre de los controles de los cañones.
—No dispare —dijo Jason—, hasta que podamos ver quién es. Si es la gente que envié a buscar, déjelos pasar.
Mientras el camión avanzaba lentamente, el ametrallador lo tema enfilado en el punto de mira de su arma. Había un conductor y tres pasajeros. Jason esperó hasta que estuvo seguro de quiénes eran.
—Son ellos —dijo—. Deténgalos junto a la escotilla, Rhes; hágalos entrar de uno en uno. Quíteles la pistola mientras entran, luego despójelos de la totalidad de su equipo. No hay modo de descubrir lo que podría ser un arma escondida. Tenga especial cuidado con Braceo —es el delgado, de rostro semejante al filo de un hacha— asegúrese de que le quita todo lo que lleva encima. Es especialista en armas y supervivencia. Y traiga al conductor, también; no deseamos que a la vuelta informe sobre la portilla rota o el estado de nuestras armas automáticas.
La espera era penosa. La mano de Jason permanecía junto al conmutador de la bomba alimentadora, aun cuando sabía que nunca podría usarla. Justamente mientras los otros creyeran que lo haría.
Había pisadas fuertes y susurradas blasfemias en el pasillo; los prisioneros estaban siendo conducidos adentro. Les hicieron entrar a empujones. Jason echó una sola mirada a los graves semblantes y cerró los puños antes de llamar a Rhes.
—Manténgalos contra la. pared y vigílelos. Los arqueros, alcen las armas.
Jason miró a las personas que en otro tiempo habían sido sus amigos y ahora nadaban en odio hacia él. Meta, Kerk, Brucco. El conductor era Skop, el hombre que en otro tiempo Kerk había designado como guardián. Parecía estar listo para estallar ahora que los papeles se habían cambiado.
—Presten mucha atención —dijo Jason—, porque sus vidas dependen de ello. Manténganse de espaldas a la pared y no intenten acercarse más a mí moviéndose de donde están ahora. Si lo hacen, serán acribillados al instante. Si estuviéramos solos, cualquiera de ustedes podría llegar hasta mí sin duda antes que yo empujara este conmutador. Pero no lo estamos. Ustedes tienen reflejos y músculos pyrranos, pero los arqueros los tienen también. No jueguen. Porque no será un juego. Será suicidio. Les estoy diciendo esto por su propia seguridad. Así podemos hablar tranquilamente sin que nadie de ustedes pierda la calma y de repente resulte muerto. No hay ninguna salida a esto. Ustedes van a tener que escuchar, por fuerza, todo lo que yo diga. No pueden escapar o matarme. La guerra ha terminado.
—Y la hemos perdido... ¡y todo debido a usted, traidor! —gruñó Meta.
—Equivocada en ambos conceptos —dijo tranquilamente Jason—. No soy un traidor porque debo lealtad a todos los hombres de este planeta, tanto dentro del perímetro como fuera de él. Nunca pretendí otra cosa. En cuanto a perder, no han perdido liada. En verdad han ganado. Ganado la guerra contra este planeta, si tan sólo quieren oírme —se volvió hacia Rhes, el cual estaba frunciendo el ceño con expresión airada—. Por supuesto su gente ha ganado también, Rhes. No más guerra contra la ciudad, tendrán medicinas, contactos con el exterior del planeta, todo lo que necesiten.
—Perdóneme por ser cínico —dijo Rhes—. Pero está usted prometiendo el mejor de todos los mundos posibles para todos. Eso será un poco difícil de conseguir mientras nuestros intereses sean tan opuestos.
—Usted llega al fondo del asunto —dijo Jason—. Gracias. Este problema quedará arreglado cuando se den cuenta que sus intereses no están contrapuestos. Paz entre la ciudad y las granjas, con un fin a la guerra inútil que ustedes han estado haciendo. Paz entre el género humano y las formas de vida pyrranas, porque esa guerra particular está en la base de todas sus dificultades.
—Este hombre está loco —dijo Kerk.
—Quizás. Usted juzgará eso después que me oiga hasta el fin. Voy a contarles la historia de este planeta, porque es ahí donde están la dificultad y la solución.
»Cuando los colonos aterrizaron en Pyrrus hace trescientos años, omitieron la cosa realmente importante de este planeta, el factor que lo diferencia de cualquier otro de la galaxia. No se les puede censurar por el descuido, tenían bastantes otras cosas de qué preocuparse. La gravedad era casi la única cosa que les era familiar, el resto del medio ambiente era un cambio total respecto del mundo industrial de clima regulado del que habían salido. Tempestades, erupciones volcánicas, inundaciones, temblores de tierra; esto bastaba para volverlos locos, y estoy seguro que muchos de ellos enloquecieron. La vida animal y los insectos eran una molestia constante, nada parecido en modo alguno a las pocas especies inofensivas y protegidas que habían conocido. Estoy seguro que nunca se dieron cuenta de que la vida pyrrana era también telepática.
—¡Otra vez eso! —dijo abruptamente Kerk—. Cierto o no, no es importante. Fui inducido a aceptar su teoría de un ataque psí dirigido sobre nosotros, pero el fatal fracaso que tuvo usted demostró lo errado de esa teoría.
—Convengo en ello —respondió Jason—. Me equivoqué completamente cuando creía que alguna fuerza exterior dirigía el ataque sobre la ciudad. Parecía una teoría lógica entonces y los indicios apuntaban en esa dirección. La expedición a la isla fue en efecto un fracaso fatal, pero no olvide que ese ataque fue exactamente lo contrario de lo que yo quería haber hecho. Si yo mismo hubiera entrado en la cueva, ninguna de las muertes habría sido necesaria. Creo que se habría descubierto que los animales—plantas no eran más que una forma de vida avanzada con una extraordinaria capacidad psíquica. Simplemente vibraban paralelamente a la intensidad del «ataque psí» sobre la ciudad. Tuve la idea al revés creyendo que ellos instigaban la lucha. Nunca sabremos la verdad, sin embargo, porque están destruidos. Pero su muerte ciertamente hizo una cosa. Nos mostró dónde encontrar los verdaderos culpables, los seres vivientes que están conduciendo, dirigiendo e inspirando la guerra contra la ciudad.
— ¿Quienes? —Kerk exhaló la pregunta, más bien que la profirió.
— Ustedes, por supuesto —le dijo Jason—. No ustedes solamente, sino la totalidad de su gente de la ciudad. Quizás no les guste esta guerra. Sin embargo, ustedes son responsables de ella y de mantenerla en marcha.
Jason tuvo que reprimir una sonrisa mientras miraba a los semblantes confusos. El tenía también que demostrar su punto de vista rápidamente, antes que hasta sus aliados empezaran a creer que estaba loco.
—He aquí cómo actúa. He dicho que la vida pyrrana era telepática, y quiero decir toda forma de vida existente. Todo insecto, planta y animal. En un período de la violenta historia de este planeta, estas mutaciones psi resultaron ser modelos de supervivencia. Pervivían mientras otras especies se extinguían, y al fin estoy seguro que cooperaron en destruir a los últimos supervivientes de las clases no psi. Cooperación es la palabra clave aquí. Porque mientras que todavía luchaban unos con otros en condiciones normales, trabajaban juntos contra todo lo que los amenazaba como un conjunto. Cuando los amenazaba un trastorno natural o un desastre, huían de él en armonía. Puede verse una forma más suave de este mismo comportamiento en todo planeta que esté sujeto a incendios en los bosques. Pero aquí, la mutua supervivencia fue llevada a su extremo a causa de las condiciones violentas. Quizás algunas de las formas de vida hasta desarrollaron la precognición como los humanos descubridores de temblores. Con este aviso por anticipado, los animales mayores huían. Los más pequeños desarrollaban simientes, o envoltorios o huevos, que podían ser llevadas a resguardo por el viento o en la piel de las bestias, afianzando de esta guisa la supervivencia de la especie. Sé que esto es cierto porque yo mismo lo observé mientras escapábamos de un temblor de tierra.
—Aceptados, todos los puntos —gritó Brucco—. Pero, ¿qué tiene que ver eso con nosotros? Sea que todos los animales huyan juntos, ¿qué tiene que ver eso con la tierra?
—Hacen más que huir juntos —le dijo Jason—. Trabajan juntos contra todo (¿sastre natural que los amenace a todos ellos. Algún día, estoy seguro, los ecólogos se entusiasmarán con los complejos ajustes que ocurren aquí con la llegada de ventiscas, inundaciones, incendios y otros desastres. Sólo hay una reacción por la cual realmente tenemos interés ahora, sin embargo. Esa es la dirigida hacia la gente de la ciudad. ¿No se dan cuenta todavía? ¡Los tratan a todos ustedes como otro desastre natural!
»Nunca sabremos exactamente cómo sucedió, aun cuando hay un indicio en ese diario que encontré, que data de los primeros tiempos de este planeta. Decía que el incendio de un bosque parecía haber impelido nuevas especies hacia los colonos. Esas no eran bestias nuevas en modo alguno, sólo antiguas con nuevas actitudes. ¿No pueden imaginar cómo esos protegidos y supercivilizados colonos obraban cuando se enfrentaban con el incendio de un bosque? Estaban sobrecogidos de terror, por supuesto. Si los colonos estaban en el camino del incendio, los animales debieron haberse lanzado directamente a través del campamento. Y su reacción sin duda habría sido abatir a tiros a las bestias que huían.
»Desde que hicieron eso, se clasificaron como un desastre natural. Los desastres toman cualquier forma. Los bípedos con armas fácilmente podrían ser incluidos en esa categoría. Los animales pyrranos atacaron, fueron acribillados a balazos y comenzó la guerra. Los supervivientes continuaron atacando e informaron a todas las formas de vida sobre el carácter de la lucha. La radiactividad de este planeta debió causar muchas mutaciones, y la mutación favorable para la supervivencia era aquella que resultaba destructiva para el hombre.
»Aventuraré la suposición de que la función psi hasta instiga las mutaciones; algunos de los tipos más destructivos son realmente demasiado especializados para haber evolucionado naturalmente en el corto período de trescientos años.
»Los colonos, por supuesto, devolvieron golpe por golpe, y mantuvieron intacta su condición de desastre natural. A través de los siglos, perfeccionaron sus métodos de destrucción; no es que ello les beneficiara en lo más mínimo, como ustedes saben. Ustedes, la gente de la ciudad, sus descendientes, son los herederos de esta herencia de odio. Ustedes hacen la guerra y lentamente están siendo derrotados. ¿Cómo pueden vencer frente a las reservas biológicas de un planeta que puede recrearse a sí mismo de nuevo, una y otra vez para hacer frente a todo nuevo ataque?
El silencio siguió a las palabras de Jason. Kerk y Meta estaban muy pálidos mientras les penetraba el impacto de la revelación.
Brucco farfullaba y revisaba puntos contando con los dedos, buscando los eslabones débiles de la cadena de razonamiento.
El cuarto pyrrano de la ciudad, Skop, no hacía caso de todas estas necias palabras que no podía —o no quería— comprender, y habría destruido a Jason en un instante si hubiera habido la más ligera probabilidad de tener éxito.
Fue Rhes quien rompió el silencio. Su rápida mente había abarcado los hechos, ordenándolos.
—Hay una cosa irregular —dijo—, ¿Y qué me dice de nosotros? Vivimos en la superficie de Pyrrus sin perímetros defensivos ni armas. ¿Por qué no nos atacan a nosotros también? Somos humanos, descendientes de la misma gente de la que descienden los hombrezuelos.
—No los atacan —le dijo Jason—, porque ustedes no se identifican como un desastre natural. Los animales pueden vivir en las laderas de un volcán inactivo, batiéndose y muriendo en luchas naturales. Pero huirán juntos cuando el volcán se ponga en actividad. La erupción es lo que hace de la montaña un desastre natural. En el caso de los seres humanos, son sus pensamientos los que los identifican como forma de vida o desastre. Como montaña o volcán. En la ciudad todos irradian sospecha y violencia. Disfrutan destruyendo, piensan en destruir, y proyectan para destruir. Esto es selección natural también, dense cuenta. Estos son los rasgos de supervivencia que funcionan mejor dentro de la ciudad. Fuera de la ciudad, los hombres piensan de forma distinta. Si son amenazados como individuos, se defienden, lo mismo que todos los otros seres vivientes. Bajo amenazas más generales en relación a la supervivencia, cooperan totalmente con las reglas universales para la vida que la gente de la ciudad infringe.
—¿Cómo comenzó... esta separación? Quiero decir, entre los dos grupos —preguntó Rhes.
—Probablemente nunca lo sabremos —dijo Jason—. Pienso que su gente debieron haber sido originalmente labradores, o sensitivos psi que no estaban con los otros durante algún desastre natural. Por supuesto actuarían correctamente según las normas pyrranas, y sobrevivirían. Esto causaría una diferencia de opinión respecto a la gente de la ciudad que veía la destrucción como la solución, Es obvio, sea cual fuere la razón, que dos comunidades distintas fueron establecidas tempranamente, y muy pronto se distanciaron excepto por la limitada cantidad de comercio que beneficiaba a ambas.
—Todavía no puedo creerlo —musitó Kerk—. Hay una especie de terrible verdad en todo ello, pero sin embargo lo encuentro difícil de aceptar. Tiene que haber otra explicación.
—Ninguna —dijo Jason, moviendo la cabeza lentamente—. Esta es la única que va bien. Hemos eliminado las otras, ¿recuerda? No puedo censurarle por encontrarlo difícil de creer, ya que está en clara oposición con todo lo que uno haya entendido como verídico en el pasado. Es como alterar una ley natural. Como si yo les probara que la gravedad no existía v realmente, que era una fuerza del todo diferente de la inmutable que conocemos, y la cual uno podía saltarse sabiendo la manera. Ustedes querrían más pruebas que palabras. Probablemente querrían ver a alguno paseándose en el aire.
»Lo cual no es una idea tan mala después de todo —añadió, dirigiéndose a Naxa—. ¿Oye usted animales alrededor de la nave ahora? No los que ustedes están habituados a oír, sino la especie cambiada y violenta que vive sólo para atacar a la ciudad.
—El lugar está lleno de ellos —dijo Naxa—. Buscando algo que destruir.
—¿Podría usted capturar uno? —preguntó Jason—. Sin que usted muera, quiero decir.
—Todavía no ha nacido la bestia que me dañe a mí —Naxa resopló con desprecio mientras se volvía para salir.
Se estuvieron callados, cada uno abrazado estrechamente por sus propios pensamientos, mientras esperaban a que Naxa regresara. Jason no tenía nada más que decir. Haría una sola cosa más para tratar de convencerlos de los hechos; después de eso, dependería de cada uno de ellos el llegar a una conclusión.
El hablador volvió en seguida con un ave de aguijón, atada por una pata con una tira de cuero. Batía sus alas y chillaba y el hombre la llevó adentro.
—En el centro de la sala, a distancia de todos —le dijo Jason—. ¿Puede hacer que ese animal se pose sobre algo y no aletee por ahí?
—¿Es mi mano lo bastante buena? —preguntó Naxa, levantando el ave con rápido movimiento, de modo que se adhiriera al dorso del guantelete—. Es de esa manera que lo cogí.
—¿Duda alguno de que esto sea una verdadera ave de aguijón venenoso? —preguntó Jason—. Quiero asegurarme de que todos ustedes creen que aquí no hay truco.
—El animal es auténtico —dijo Brucco—. Puedo oler el veneno de las garras desde aquí —apuntó a las oscuras marcas en el cuero donde había goteado el líquido—. Si eso agujerea los guantes, es hombre muerto.
—Entonces convenimos en que es auténtico —dijo Jason—. Auténtico y mortífero, y la única prueba de la teoría será si ustedes los de la ciudad pueden acercarse al animal del mismo modo que Naxa.
Retrocedieron automáticamente cuando Jason lo dijo. Porque sabían que ese bicho era sinónimo de muerte.
Pasado, presente y futuro. No se cambia una ley natural. Meta habló por todos ellos.
—No... podemos. Este hombre vive en la selva, como un animal más. De algún modo ha aprendido a acercarse a ellos. Pero usted no puede esperar que nosotros lo hagamos.
Jason habló rápidamente, antes que el hombre pudiera reaccionar a la injuria.
—Por supuesto que espero que lo hagan. Esa es toda la idea. Si ustedes no odian al animal y no esperan que el ataque, no lo haga. Considérenlo como un ser viviente de un planeta distinto, como algo inofensivo.
—No puedo —dijo Meta—. ¡Es un ave de aguijón!
Mientras hablaban, Brucco se adelantó, los ojos mirando fijamente al ave posada sobre el guante. Jason indicó a los arqueros que no dispararan. Brucco se detuvo a una distancia segura y continuó mirando fijamente al ave. Ella meneó sus coriáceas alas inquietamente y silbó. Una gota de ponzoña se formó en la punta de cada venenosa garra de las alas. La cabina de control se llenó de un silencio mortal.
Lentamente Brucco levantó la mano. Posándola cuidadosamente sobre el animal. La mano descendió un poco, tocando la cabeza del ave una vez, luego retrocedió al costado del hombre. El animal no hizo nada excepto menearse ligeramente bajo el contacto.
Hubo un suspiro general mientras los que habían estado reteniendo el aliento inconscientemente respiraban de nuevo.
—¿Cómo lo ha hecho? —preguntó Meta.
—¿Qué? —dijo Brucco, saliendo aparentemente de golpe de un aturdimiento—. Oh, tocando el animal. Sencillo; realmente, sólo me hice a la idea de que el bicho era uno de los simulacros de adiestramiento que yo empleo, una natural e inofensiva imitación. Mantuve la mente concentrada en ese único pensamiento y surtió efecto —miró hacia abajo a su mano, luego otra vez al ave. Su voz era ahora más queda, como si él hablara desde lejos—. No es un simulacro. Es real. El extranjero tiene razón. Tiene razón en lo que ha dicho.
Con el buen éxito de Brucco como ejemplo, Kerk se acercó al animal. Andaba muy tenso, como si estuviera camino de su ejecución, y riachuelos de sudor corrían por su rostro rígido. Pero creyó y mantuvo sus pensamientos a distancia del ave de aguijón y pudo tocarla sin daño.
Meta se esforzó pero no podía vencer el horror que el animal le causaba mientras que ella se acercaba.
—Estoy haciendo lo posible —dijo—, y ciertamente, les creo ahora... pero no puedo hacerlo.
Skop gritó y entonces todos le miraron; chilló que todo ello era un engaño, y tuvieron que dejarlo sin sentido de un porrazo cuando atacó a los arqueros.
La comprensión había llegado a Pyrrus.
CAPITULO XXVIII
¿Qué hacemos ahora? —preguntó Meta.
Su voz era turbada, inquisidora. La muchacha expresaba los pensamientos de todos los pyrranos de la sala y de los miles que observaban junto a las pantallas.
Se dirigieron a Jason, esperando una respuesta. Por el momento sus disensiones estaban olvidadas. Los de la ciudad le estaban mirando con expectación, y también los ballesteros con las armas medio bajadas. Este extranjero había desconcertado y cambiado el viejo mundo que habían conocido, y les había ofrecido uno nuevo y extraño, con raros problemas.
—Esperen —dijo Jason, levantando la mano—. No sé curar las enfermedades sociales. No voy a tratar de sanar a este planeta lleno de vigorosos campeones de tiro al blanco. Me he abierto paso a empujones hasta ahora, y según las leyes estadísticas debiera haber muerto diez veces.
—Aun cuando todo lo que digas sea cierto, Jason —dijo Meta—, eres todavía la única persona que nos puede ayudar. ¿Cómo será el futuro?
Fatigado de repente, Jason se hundió en el asiento del piloto. Miró de prisa al círculo de personas de su alrededor. Parecían sinceras. Ninguna de ellas parecía haber advertido que ya no tenía la mano junto al conmutador de la bomba alimentadora. Por el momento, al menos, la guerra entre la ciudad y el campo estaba olvidada.
—Les daré mis conclusiones —dijo Jason, acomodándose en el asiento, procurando encontrar una postura cómoda para sus huesos doloridos—. He estado pensando mucho los últimos dos días, buscando la solución. La mismísima primera cosa de que me di cuenta era que la justa y lógica solución no serviría en modo alguno. Temo que el viejo modelo del león descansando en compañía del cordero no dé resultado en la práctica. Aproximadamente sólo sirve para preparar una merienda rápida para el león. Idealmente, ahora que todos ustedes conocen la causa verdadera de sus problemas, debieran derribar el perímetro y procurar que la gente de la ciudad y los habitantes de la selva se juntaran en amor fraterno. Constituye un cuadro tan bello como el del león y el cordero. Y sin duda se obtendría el mismo resultado. Alguien recordaría cuán inmundos son realmente los removedores, o cuán estúpidos pueden ser los hombrezuelos, y habría una nueva remesa de cadáveres. La lucha se extendería y los vencedores serían destruidos por la vida salvaje que penetraría en el indefenso perímetro. No, la solución no es tan fácil como eso.
Mientras los pyrranos le escuchaban, se daban cuenta de dónde estaban y miraban a su alrededor con inquietud. Los guardas levantaron las ballestas de nuevo y los prisioneros retrocedieron hacia la pared.
—¿Comprenden lo que quiero decir? —preguntó Jason—. No ha tardado demasiado, ¿verdad?
—Si vamos a aceptar un plan razonable para el futuro, tendremos que tener en consideración a la inercia.
»La inercia mental, por un lado. Sólo porque uno sepa que una cosa es cierta en teoría no la da por buena de golpe. Las religiones bárbaras de los mundos primitivos no tienen un principio de hechos científicos, aun cuando pretenden explicarlo todo. Sin embargo, si a uno de estos salvajes se le quita todo el fundamento lógico de sus creencias, no deja de creer. Entonces llama a sus equívocas creencias «fe», porque sabe que son ciertas. Y sabe que son ciertas porque tiene fe. Así resulta un círculo irrompible de falsa lógica que no puede ser modificado. En realidad, es pura inercia mental. Un caso de creer que «lo que siempre fue» también «siempre será». Y no querer sacar los moldes de pensamiento de la vieja rutina.
»La inercia mental tan sólo no va a causar confusión, también hay la inercia perteneciente a la cultura. Algunos de ustedes que están en esta sala creen en mis conclusiones y quisieran corregirse. Pero, ¿se corregirá toda su gente? Los irreflexivos, la gente dirigida por las costumbres, constituida por reflejos, que entiende que lo que es ahora, siempre será. Obrarán como una rémora en todos los planes que ustedes formen, en todos los esfuerzos que hagan para progresar con el nuevo conocimiento que tienen.
—¿Entonces es inútil? ¿No hay esperanza para nuestro mundo? —preguntó Rhes.
—No he dicho eso. Solamente quiero decir que sus dificultades no terminarán pulsando alguna especie de conmutador mental. Veo tres caminos abiertos para el futuro, y las probabilidades son que los tres irán adelante al mismo tiempo.
»Lo primero —y lo mejor— será volver a unir a los pyrranos de la ciudad y el campo en el único grupo humano del cual salieron. Cada uno es incompleto ahora, y tiene algo que el otro necesita. Ahí en la ciudad ustedes tienen ciencia y contacto con el resto de la galaxia. También tienen una guerra destructiva. Allá afuera en la selva, sus primos hermanos viven en paz con el mundo, pero les falta la medicina y los otros beneficios del saber científico, tanto como toda clase de contacto cultural con el resto de la humanidad. Ambas partes tendrán que juntarse y beneficiarse del mutuo intercambio. Al mismo tiempo tendrán que olvidar el odio supersticioso que se tienen mutuamente. Esto sólo se hará fuera de la ciudad, lejos de la guerra. Cada uno de ustedes que sea apto debiera salir voluntariamente, llevando consigo algún fragmento del saber que haya necesidad de compartir. No recibirán daño si van de buena fe. Y sabrán cómo vivir con este planeta, más bien que contra él. Con el tiempo tendrán comunidades civilizadas que no serán ni de «removedores» ni de «hombrezuelos». Serán pyrranas.
—Pero, ¿y qué me dice usted de nuestra ciudad? —preguntó Kerk.
—Permanecerá ahí mismo, y probablemente no se alterará en lo más mínimo. Al principio ustedes necesitarán el perímetro y las obras de fortificación para no perecer, mientras la gente se esté marchando. Y después de eso continuará funcionando porque va a haber alguna cantidad de gente ahí a la cual ustedes no convencerán. Se quedarán y se defenderán, y finalmente perecerán. Quizás ustedes puedan hacer una faena mejor educando a sus hijos. De lo que sea el eventual fin de la ciudad, no tengo ninguna idea.
Los otros estaban callados mientras consideraban el futuro. Sobre el pavimento, Skop gemía pero no se movía.
—Estos son dos caminos —dijo Meta—. ¿Cuál es el tercero?
—La tercera posibilidad es mi propio proyecto favorito —respondió Jason, sonriendo—. Y confío en que podré encontrar bastante gente para acompañarme.
—Voy a coger mi dinero y gastarlo todo en equipar la mejor y más moderna nave espacial, con todas las armas y pertrechos de equipo científico de que pueda echar mano. Luego voy a pedir voluntarios pyrranos para acompañarme.
—¿Por qué todo eso? —inquirió Meta, frunciendo el ceño.
—No por caridad. Espero recuperar el dinero de mi inversión y más. Ustedes saben, después de estos últimos meses, no me es posible volver a mi antigua ocupación. No sólo tengo realmente suficiente dinero ahora para poder prescindir de ella, sino que creo sería un perpetuo fastidio. Una cosa tocante a Pyrrus —si uno sobrevive en él— es que lo estropea a uno para lugares más tranquilos. Por tanto quisiera coger esta nave que he mencionado y meterme en el oficio de explorar nuevos mundos. Hay millares de planetas donde los hombres se establecerían con gusto, sólo que quedarse en ellos es demasiado duro o desapacible para los colonos ordinarios. Pero ¿se puede imaginar un planeta que un pyrrano no pudiera vencer después del adiestramiento que han recibido aquí? ¿Y no disfrutarían haciéndolo?
»Habría más que placer implicado en ello, sin embargo. En la ciudad, sus vidas han sido diseñadas para una continua y mortal guerra. Ahora que se enfrentan con la opción de un futuro totalmente apacible, o permanecer en la ciudad para hacer una innecesaria y loca guerra, ofrezco la tercera alternativa del oficio que ustedes conocen mejor, la cual les permitiría efectuar algo constructivo al miaño tiempo.
»Esas son las alternativas. Resuelvan lo que resuelvan, depende personalmente de cada uno de ustedes.
Antes que nadie pudiera responder, un dolor tenaz rodeó el cuello de Jason. Skop había recobrado el conocimiento y surgido del suelo. Arrancó a Jason del asiento con un sólo movimiento, agarrándolo del cuello, ahogándolo. Los arqueros trataron de disparar, pero contuvieron sus armas porque Jason los estorbaba.
—¡Kerk! ¡Meta! —gritó roncamente Skop—. ¡Cojan las pistolas! Abran las cerraduras, nuestra gente estará aquí pronto, maten a los malditos removedores y a sus mentiras!
Jason desgarraba los dedos que le estaban quitando la vida, pero era como intentar rasgar barras de acero forjado. No podía hablar y la sangre golpeaba sus oídos y ahogaba sus pensamientos. Todo había concluido ahora y había perdido. Se destrozarían unos a otros en la nave espacial y Pyrrus seguiría siendo un mundo de muerte hasta que todos ellos hubieran perecido.
Meta se lanzó hacia adelante como impulsada por resortes y las ballestas lanzaron un sonido vibrante. Una flecha la alcanzó en la pierna, la otra traspasó su antebrazo. Pero le habían disparado mientras saltaba y la inercia la llevó a través de la sala, hasta su compañero pyrrano y el extranjero agonizante.
La muchacha levantó su brazo útil y pegó con el borde de la mano.
El fuerte golpe alcanzó a Skop en los bíceps y su brazo saltó espasmódicamente, soltando la mano del cuello de Jason.
—¿Qué haces? —voceó con extraño terror a la muchacha herida que lo acometía.
Y la alejó, sujetando todavía a Jason con la otra mano. Meta no contestó. En vez de ello pegó otra vez, recia y certeramente, el borde de la mano alcanzando a Skop a través del gaznate, aplastándolo. El hombre soltó a Jason y cayó al suelo, entre arcadas y jadeos.
Jason observó el final a través de una neblina, escasamente consciente.
Skop se levantó con esfuerzo, y dirigió una atormentada mirada a sus amigos.
—Usted no tiene razón —dijo Kerk—. ¡No lo haga!.
El sonido que produjo su garganta tenía más de animal que de humano. Mientras que se lanzaba hacia las armas del otro lado de la sala, las ballestas vibraron como arpas de muerte. Skop se deslizó hacia las armas, su mano apartándolas a golpes, pero el hombre ya estaba muerto.
Cuando Brucco se acercó para asistir a Meta, nadie se interpuso. Jason introducía aire en sus pulmones de nuevo, aspirando la vida. El observador ojo de vidrio del mirador llevó la escena a todos los de la ciudad.
Jason balbuceó:
—Gracias Meta... por comprender... tanto como por ayudar —Jason tuvo que arrancar las palabras del fondo de su garganta.
—Skop estaba equivocado y tú tenías razón, Jason —dijo Meta. Su voz se quebró por un segundo mientras Brucco rompía el emplumado extremo de la flecha de acero con los dedos, y arrancaba el dardo del brazo de la muchacha—. No puedo quedarme en la ciudad; sólo la gente que es como Skop podrá hacer eso. Y temo que no pueda entrar en la selva; has visto la suerte que tuve con el ave de aguijón. Si te parece bien, quisiera acompañarte. Me gustaría mucho.
Sentía dolor cuando hablaba, por tanto Jason no pudo hacer más que sonreír, pero Meta comprendió lo que él quería decir.
—Estaba equivocado, pero sé cómo se sentía el hombre —dijo Kerk, mirando con pena al rígido cuerpo del muerto—. No puedo salir de la ciudad, aún no. Alguien tendrá que dirigir las cosas mientras se están efectuando los cambios. El asunto de la nave es una buena idea, Jason: no le faltarán voluntarios. Aun cuando no creo que consiga el que Brucco lo acompañe.
—Por supuesto que no —respondió Brucco, sin levantar la vista del vendaje de compresión que estaba atando—. Hay bastante que hacer aquí mismo en Pyrrus. La vida animal, un estudio interesante a efectuar, probablemente vengan todos los ecólogos de la galaxia a hacernos una visita aquí antes de mucho. Pero yo me adelantaré.
Kerk se encaminó despacio a la pantalla que miraba a la ciudad. Nadie intentó pararlo. El hombre miró hacia los edificios, el humo todavía emergiendo del perímetro en ondulantes penachos, y a la ilimitada extensión de verde matorral a lo lejos.
—Usted lo ha transformado todo, Jason —dijo—. No podemos verlo ahora, pero Pyrrus nunca será del modo que era antes que usted viniese. Para mejor o para peor.
—Para mejor, maldito sea, para mejor —graznó Jason, y se frotó su cuello dolorido—. Pero, únanse y pongan fin a esta guerra, de modo que la gente realmente lo crea.
Rhes se volvió y, después de un momento de vacilación, tendió la mano hacia Kerk. El canoso pyrrano sentía la misma repugnancia por tocar un removedor, resultado de toda una vida de aversión y odio.
Pero se dieron la mano porque los dos eran hombres fuertes.
Fin
Título original: Deathworld
Traducción: José María Cruz
Ilustración Cubierta: SEGRELLES (NORMA)
Primera edición en esta colección: Enero 1991
Copyright © 1960. Harry Harrison
Copyright© 1991. Ediciones Tridente, S. L.
c/ Pujos, 108, bjs. 3.a.
08904 — L'HOSPITALET LLOBREGAT
Dep. Legal: B—6.255—91
ISBN: 84—87698—03—3