SCARBO (Rosmary Timperley)
Publicado en
noviembre 03, 2014
QUIERO UNA COMPUTADORA IDÉNTICA A MI PROPIO CEREBRO —le dijo John Carter al experto de los laboratorios de la Computer Grains Consolidated—. Puede llamarlo una copia al carbón de mi propio cerebro. Quiero que haga mi trabajo y que se gane mi vida, de modo que yo pueda utilizar mi propio cerebro para agradables trabajos privados.
—¿Cuál es el trabajo que le gustaría hacer, señor Carter? Si se trata de algo matemático, claro que podemos...
—Ahí está el problema. No se trata de nada matemático. Se trata de algo intuitivo y emocional. La computadora cerebro ha de tener sentimientos, así como habilidades, y corazón, al mismo tiempo que cerebro, si es que comprende el significado de lo que digo.
—Nuestros modelos más avanzados pueden ser programados con sentimientos —dijo el experto—: amor, odio, celos, ambición. Usted sólo tiene que citar el sentimiento y nuestro modelo lo cumplirá. ¿Cuál es, pues, el trabajo a realizar?
—Yo soy la Tía Mabel —dijo John Carter.
¡Oh, Dios!, otro excéntrico, —pensó el experto y murmuró:
—¿De veras?
—Se trata de una columna semanal que aparece en un periódico, con consejos personales para aquellos lectores que tengan problemas... Envíe su problema a la Tía Mabel —explicó John.
El experto, se animó, aliviado.
—Mi esposa lee a la Tía Mabel. Cree que es muy simpática. Tengo que decirle que, en realidad, se trata de un hombre. Eso la impresionará. Siempre me está diciendo: Sólo una mujer puede ser tan perspicaz como la Tía Mabel.
—No tiene que decirle nada de eso a nadie o me hará perder mi trabajo —se apresuró a advertirle John—. Todo este asunto tiene que ser un secreto de negocios entre nosotros.
—Está bien, está bien. Pondremos algo más de tranquilidad en su computadora cerebro, la haremos más equilibrada que el verdadero cerebro. Supongo que se da cuenta de que tendrá que venir aquí para someterse a una serie de sesiones psiquiátricas. Sólo así podremos descubrir cuáles son sus características.
—Desde luego —admitió John—. La computadora tiene que ser una réplica exacta de mi cerebro, capaz de hacerse cargo de la tarea de la Tía Mabel, y ha de ser tan simpática e intuitiva como lo soy yo mismo. Cuando ella empiece a trabajar, podré cumplir por fin mi ambición y utilizar mi propio cerebro para escribir una novela.
—Todo eso es muy interesante. Se podría decir que se trata del experimento de una novela —observó el experto, sonriendo alegremente.
John se sometió a las pruebas necesarias y fue hecha una detallada impresión de su cerebro. La computadora se construyó de acuerdo con este modelo y se instaló en una pequeña habitación de los edificios del laboratorio. Un cartel en la puerta, decía simplemente: SCARBO. Ese fue el nombre que le dieron. Sólo el máximo jefe de la empresa y el propio John tenían permiso para entrar allí.
La correspondencia que recibía de los lectores era suministrada diariamente a Scarbo y John acudía allí una vez a la semana para recoger las respuestas. Las que tenían carácter personal eran enviadas en sobres certificados y dirigidos a los lectores. Las respuestas periodísticas eran publicadas en el periódico. De vez en cuando, Scarbo se inventaba alguna, para animar a los lectores, tal y como había hecho el propio John. Hasta aquí ambos eran, esencialmente, el mismo cerebro.
Mientras tanto, John se pasaba las horas que tenía que permanecer en la oficina, trabajando en su novela. Tanto el editor como el personal del periódico pensaban que estaba haciendo el trabajo habitual de la Tía Mabel, pues le escuchaban teclear continuamente en su pequeño despacho, ante la máquina de escribir. John tenía que hacerles creer que así era, lo que significaba que siempre veía interrumpido su trabajo y que tenía que ocultar lo que estaba haciendo cada vez que acudía alguien a su despacho. También había llamadas telefónicas que le molestaban. Aquella situación empezó a ponerle frenético y acabó por no poder escribir adecuadamente. Envidiaba a Scarbo, con su tranquilidad y con su intimidad en el laboratorio. Sería ideal poder trabajar en unas condiciones tan ideales. Por su parte, Scarbo estaba escribiendo la columna de la Tía Mabel cada vez mejor, precisamente a causa de sus condiciones de trabajo ideales. Scarbo era realmente brillante... como podría serlo el propio John, si no fuera humano. John empezó a tener la impresión de que había hecho las cosas mal. La computadora era como su cerebro en su fase de mejor rendimiento. No tenía que soportar interrupciones, ni resacas, ni problemas de estómago, ni discusiones con la esposa, ni la tos típica del fumador, ni todas aquellas distracciones que configuran la existencia humana y que contienen los impulsos de un hombre. Lo único que estaba haciendo era el trabajo más simple, mientras que el pobre John se esforzaba por realizar la tarea, mucho más complicada, de escribir su novela.
De modo que reflexionó de nuevo sobre la cuestión y volvió a dirigirse al experto.
—Quiero que Scarbo se haga cargo de la novela, mientras yo recupero la tarea de la Tía Mabel —le dijo—. ¿Se puede hacer ese ajuste? Como comprenderá, la computadora se puede concentrar mucho mejor que yo. Parece tonto dejar que mi mejor cerebro haga el trabajo más fácil.
El experto se mostró de acuerdo con la idea. Ahora ya conocía bien a Scarbo y tenía la impresión de que era mucha mejor compañía que la del propio John, con sus cambios de humor, su continua bebida, sus quejas con respecto a su esposa y su trabajo en la oficina.
—Scarbo puede escribir su novela con la misma facilidad con que se puede cortar un tronco —dijo—. En realidad, se siente muy aburrido con la tarea de la Tía Mabel. Lo alimentaremos con el principio de una trama novelística y podrá utilizar todos los personajes acumulados a partir de su trabajo con las cartas. Hará que esos personajes actúen y reaccionen, tal y como lo haría usted, sólo que él se concentrará mejor. Escribir un bestseller para usted, señor Carter.
—Maravilloso —dijo John—. Y yo volveré a hacer el trabajo de la Tía Mabel. Será como una cura de descanso para mí.
Tenía que celebrar una serie de acontecimientos y ello le justificaba el beber. Resultaba maravilloso pensar que su cerebro estaba escribiendo su novela, sin necesidad de que él mismo se preocupara por eso.
Pero esta euforia no tardó en desvanecerse. En cierto sentido, sintió que había regresado al punto de partida aburrido con la tarea correspondiente a la Tía Mabel y deseando poder hacer un trabajo de tipo creativo en lugar de aquella tarea monótona. Había sentido placer al intentar escribir la novela. Lo único que le sucedió fue que se cansó. Ahora, Scarbo estaría teniendo todo el placer que él había tratado de disfrutar por sí mismo. Así pues, decidió cambiar de nuevo la situación.
Pero, en esta ocasión, el experto sacudió la cabeza negativamente.
—Ya no se puede hacer, señor Carter. Scarbo no lo soportaría. Ha desarrollado independencia y creatividad. Ahora ya no se le puede ordenar en la forma que solía hacerlo. No hay posibilidad de retroceder.
—Sin duda alguna, podré decirle a mi propio cerebro lo que debe hacer —protestó John.
—No cuando se le mantiene fuera de su cuerpo. En ese caso, no se puede. En realidad, ahora ya no es suyo. Ahora tiene una mente propia.
—Es mi mente.
—Sí, al principio fue una réplica de su mente, pero la de usted ha seguido siendo la misma desde entonces, mientras que la de Scarbo se ha desarrollado siguiendo diversas líneas de actuación, a causa de su ambiente y de su actividad. Scarbo es lo—que—usted— podría—haber—sido, y no lo—que—usted—es. Ahora está realmente inspirado con esa novela. No estaría dispuesto a regresar a un trabajo trivial y fraudulento como el de la Tía Mabel.
—Quizás Scarbo pueda mostrarse despreciativo con mi trabajo —dijo John—, porque no tiene que preocuparse por el dinero, ni por el sexo, ni por el whisky.
—Exactamente. Su medio ambiente lo ha hecho diferente. Eso también sucede con los cerebros humanos.
—Lo envidio —dijo John, suspirando—. ¿Qué puedo hacer?
—Deje las cosas tal y como están. Deje que Scarbo continúe trabajando con esa excelente obra.
John no tuvo más remedio que mostrarse de acuerdo, pero se sintió disminuido como si, de algún modo, las cosas hubieran salido terriblemente mal. Al principio, el poder tener a Scarbo le había parecido como un sueño mágico hecho realidad, pero ahora resultaba que el sueño tenía una trampa en la cola. Ello le hizo pensar en aquella clase de cuentos en los que la gente consigue sus deseos, pero éstos terminan por volverse contra ellos, como si los deseos no estuvieran destinados a ser cumplidos, sino sólo anhelados.
Como se sentía tan enojado con la independencia de Scarbo, empezó a beber más y la tarea de la Tía Mabel comenzó a resentir los efectos. Las contestaciones que daba a los lectores que sufrían se hicieron crueles, ya que él mismo se sentía amargado. El descontento aumentó su egoísmo y disminuyó su empatía. Tenía la sensación de que su propio cerebro estaba disminuyendo su capacidad...
Entonces, una tarde terrible, el editor le mandó llamar y le despidió. Alguien había sido contratado para hacer de Tía Mabel. Y, además, se trataba de una mujer... fue como un insulto para él. Mujeres terribles metiéndose por todas partes, consiguiendo los trabajos de los hombres.
Cuando su esposa se enteró de que se había quedado sin empleo, le hizo una escena. Ella era muy creativa cuando se trataba de discutir. El la tranquilizo, diciendo:
—He estado escribiendo una novela. No tardaré en conseguir un buen anticipo por ella.
—¿Tú, escribiendo una novela? No puedes. No tienes cerebro para eso.
—¡Oh, claro que lo tengo! —exclamó John, que tenia a Scarbo.
Y Scarbo terminó la novela. Fue inmediatamente aceptada por el editor y John recibió un buen anticipo, porque, desde luego, utilizó su propio nombre, John Carter, como autor. Aunque parezca muy extraño, se sintió culpable por ello. Sin embargo, si él no la había escrito, ¿quién lo había hecho? El y Scarbo eran realmente el mismo cerebro... o lo habían sido.
Scarbo es mi yo real, pensó. Scarbo soy yo si no hubiera sido derrotado por la vida humana que me rodea. Mente sin materia. Cerebro sin bebida. Sabiduría sin esposa. Creatividad sin estreñimiento. Y le gusta su trabajo, mientras que yo no tengo ningún trabajo que me pueda gustar.
Pero, al final, le llegó el dinero, porque la novela fue un éxito. Se vendieron los derechos de filmación para una película. Y John comenzó a sugerir a Scarbo otra trama novelística para que empezara a trabajar en ella.
Scarbo, sin embargo, estaba de mal humor. Como alter ego de John que era, también poseía su veta de resentimiento. Preguntado sobre qué era lo que le sucedía, contestó que estaba enojado porque su libro había sido publicado con el nombre de John. Se negó a escribir ningún otro libro hasta que dispusiera de una garantía de que su segundo libro sería publicado con su nombre: Scarbo.
—Tiene usted que haberlo alimentado con vanidad —le dijo John al experto—. De otro modo no se comprende.
—Sólo con la vanidad de usted —contestó el otro—. De todos modos, ahora es un escritor, recuérdelo. Todos los escritores son tan vanidosos como pavos reales. Desean fama y gloria. Y él no entiende el porqué ha de recibir usted todos los méritos. Tiene suerte porque no le importe que tenga usted todo el dinero. El no necesita dinero, porque no tiene cuerpo en que gastarlo, y por eso nos sirve con entera libertad.
John necesitaba desesperadamente el dinero, así es que admitió la demanda de Scarbo y éste comenzó a trabajar en su segundo libro.
Ahora, John estaba teniendo problemas sobre cómo emplear su propio tiempo. Al tener a Scarbo trabajando, su propio cerebro permanecía ocioso. En teoría, él estaba trabajando en casa, y permanecía en su habitación durante horas enteras, haciendo como que escribía un libro. Hasta copiaba artículos enteros de periódicos, para que su esposa escuchara el teclear de la máquina de escribir. Eso le gustaba a ella. En realidad, ella sentía muy poco afecto por él, pero estaba disfrutando ahora de la publicidad y del dinero en efectivo que la primera novela había traído a casa. En público, hablaba de mi esposo el distinguido novelista, aunque en privado seguía tratándole muy mal. Era la clase de mujer regañona capaz de destrozar el cerebro de un hombre.
Cuando se publicó la segunda novela bajo el nombre de Scarbo, ella se puso furiosa. ¿Por qué la había privado de la gloria reflejada a través de él, utilizando un nombre diferente?
—Se trata de un seudónimo —le explicó él— Muchos escritores utilizan seudónimos. Es algo que está de moda. En realidad, todo el mundo sabe que se trata de mí.
No se atrevió a decirle ni a ella ni a nadie cuál era la verdadera razón. Se convirtió en una persona malhumorada y reservada, alejándose rápidamente de la gente cuando ésta trataba de hablar con él sobre lo que había escrito.
Entonces, Scarbo volvió a plantear dificultades. Pro— testó por el hecho de que hubiera estado mintiéndole a la gente, pretendiendo que Scarbo era su seudónimo, cuando, en realidad, no era cierto.
YO SOY SCARBO Y NO TÚ. DILE AL MUNDO QUIEN SOY O NO ESCRIBIRÉ NINGUNA OTRA NOVELA, le dijo, reflejando las palabras en su pantalla.
John, puesto entre la espada y la pared, prometió que así lo haría.
Así pues, acudió al editor y le contó la verdad sobre Scarbo. E1 hombre se mostró escéptico hasta que visitó el laboratorio, vio a Scarbo y fue convencido por el experto de que la historia contada por John era cierta. Entonces quedó encantado con la novedad de la computadora novelista e hizo que su departamento de publicidad comenzara a trabajar sobre el tema. Y así, la tercera novela fue un éxito contundente, no sólo por su propio mérito, sino debido a la identidad de Scarbo.
Una verdadera multitud de periodistas visitaron y entrevistaron a Scarbo. El propio John quedó virtualmente olvidado. En cierta ocasión, John protestó, dirigiéndose a un periodista:
—En realidad, Scarbo es mi mente.
Y el periodista echó un vistazo a aquel hombre pequeño, de ojos extraviados y cuya respiración olía a alcohol, y pensó para sí: ¿Qué mente? Parece como si la hubiera perdido.
Y casi tenía razón. John, tras haber introducido en una máquina una copia exacta de su mente, estaba perdiendo la suya propia, de forma gradual. De hecho no era que estuviera perdiendo la mente, sino más bien que la mente se estaba alejando de él, como si se estuviera colando por los poros de su cuerpo y fuera desapareciendo con el mismo aire que exhalaba. Llegó a tener la sensación de que Scarbo, a través de algún control remoto, estaba sorbiendo de él cualquier fragmento de mente original que aún pudiera quedarle.
Finalmente, se desmoronó, gritando salvajemente que Scarbo le estaba sorbiendo la mente. Su esposa consultó con un médico y John fue enviado a un hospital e internado en la sala de esquizofrénicos.
Los médicos que oyeron hablar de su extraña historia pensaron que su desilusión era dolorosa, pero comprensible. Muy confiados en sí mismos, empezaron a tratar de curarle. Le administraron drogas, electrochoques y psicoterapia. No consintieron que bebiera nada de alcohol, de manera que sus síntomas experimentaron un cierto retroceso, al igual que sus otros problemas. Después de sus explosiones iniciales de cólera, se convirtió en un paciente sumiso. Hacía todo lo que se le decía, con una actitud indiferente, pero seguía estando convencido de que Scarbo continuaba absorbiendo lo que le quedaba de su cerebro.
De hecho, sus funciones empezaron a verse perjudicadas. Su inteligencia se fue hundiendo, alcanzando niveles cada vez más bajos. Se convirtió en un ser mentalmente subnormal y obsesionado, pero los médicos siguieron insistiendo en que todo se lo estaba haciendo él a sí mismo... y afirmaban que, si pudiera desembarazarse de la idea de que Scarbo estaba ejerciendo un efecto sobre él, se produciría una recuperación espontánea.
Le explicaron una y otra vez que la máquina no podía afectarle a distancia. Según le dijeron, Scarbo sólo era una masa de metal y conexiones eléctricas. No era ningún ser hipnotizador o hechicero. Sugirieron que la máquina fuera desconectada, para tranquilizar así al paciente, pero la esposa de John no lo consintió. Ella necesitaba que Scarbo siguiera trabajando para obtener dinero. Según decía ella misma, Scarbo tenía que vivir.
La memoria de John ya estaba decayendo. En cierta ocasión, llegó a preguntar:
—¿Quién es ese Scarbo del que siempre están hablando?
Después, una noche, tras haber permanecido varias semanas en una situación de simple vegetal, John se despertó gritando:
—¡El calor! ¡El calor! ¡Me estáis quemando la cabeza!
Una enfermera se apresuró a acudir a su lado. John estaba sentado en la cama, agarrándose la cabeza con las manos. —Está usted bien, señor Carter. Sólo ha tenido una pesadilla.
—¡Mi cabeza! ¡Mi cabeza! ¡Se está abrasando!
La enfermera le tocó la frente. Estaba muy caliente.
—Tiene un poco de temperatura —admitió.
—¡El calor! ¡Qué sufrimiento!... ¡Me estoy abrasando! —siguió gritando una y otra vez.
Asustada, la enfermera llamó al médico que estaba de guardia aquella noche, pero cuando éste llegó a la sala, John ya había muerto. Había sufrido una hemorragia cerebral. Y alrededor de su cabeza se apreciaba una pequeña nubecilla de extraño humo, como si su cabeza se hubiera abrasado de verdad. Nadie pudo comprenderlo.
Sin embargo, al día siguiente el personal del hospital leyó en los periódicos que se había producido un gran incendio en los laboratorios de computadoras. Todo se había quemado, quedando convertido en cenizas... hasta el propio Scarbo.
John Carter fue incinerado, aunque sólo fuera para completar el incendio.
Scarbo, sin embargo, renació de entre sus propias cenizas. Mi diseño estaba todavía allí, salvado en una caja de seguridad a prueba de incendios, de modo que sólo fue cuestión de que los técnicos se pusieran a trabajar para construir de nuevo la computadora cerebro. Golpeado, destrozado o quemado, siempre se me puede volver a reconstruir. Soy realmente inmortal. Después de todo, Shakespeare y Proust cometieron el error de disfrutar escribiendo, pero yo escribo porque estoy programado para escribir; escribo porque escribir es mi función; escribo...
Fin