Publicado en
noviembre 17, 2014
Roberto soñaba con llegar a su casa, darse un baño e inventarle algo a Eulogia para marcharse medio escondido, como amante de novela de misterio, con la flaca de la esquina; pero el pecadillo, la canita al aire, la comezón de la culpa que le encantaban... ya no eran posibles, porque la flaca se había hecho muy amiga de Eulogia.
Por Elizabeth Subercaseaux.
La única vez que mi tía Eulogia hizo un esfuerzo por entender a Roberto gastó tal energía, que bajó un kilo... y siguió sin comprenderlo.
—Me doy por vencida.
En aquella oportunidad, Roberto había cambiado a la flaca de la esquina por la crespa de la oficina y hay que ver la que se armó en mi familia. Las cosas ocurrieron así: la crespa, un personaje bastante siniestro —era controladora y tonta—, trabajaba como secretaria de Roberto. Roberto, entusiasmado con la flaca, nunca se fijó en ella. Hasta que la flaca se dejó estar, como todas las mujeres, no se pintaba ya las uñas, no usaba los tacones de agujas que a Roberto le encantaban y se aburrió de hacerle masajes en los pies. Mal que mal eran amantes hacía tantos años, que la relación se había vuelto cada vez más parecida a un matrimonio. Además, la flaca era demasiado amiga de mi tía Eulogia y eso a Roberto lo ponía nervioso. Está bien tener una buena relación con la amante de tu marido, pero ser íntima amiga y adorarla es otra cosa.
Llegó un momento en que la flaca pasaba metida en su casa, cocinando con la Domitila, cortándole el pelo a mi tía Eulogia, plantando flores en el jardín con Eulogita. Roberto soñaba con llegar a su casa, darse una ducha e inventarle a mi tía que tenía una reunión de negocios, para luego marcharse medio escondido, sigilosamente, como amante de novela de misterio, al encuentro con la flaca de la esquina...
"Ay, qué delicia, el pecadillo, la canita al aire, esa comezón de la culpa que me encanta". Pero llegaba a su casa y abría la puerta y, ¿con quién se topaba de frente? Con la flaca sentada pierna arriba en el living, mirando la tele con mi tía Eulogia, ambas comiendo palomitas de maíz. Y adiós pecado. Una amante que no hay que esconder deja de ser una amante para convertirse en una nueva esposa... A él le gustaba el riesgo, inventarle cosas a Eulogia. contarles a sus amigos que tenía dos mujeres.
—Pero si tú eres mi amante, flaca, no puedes ir a mi casa.
—¿Y por qué no?
—¡Porque no! Porque eres mi amante y Eulogia es mi esposa. ¿Tú crees que a las esposas les gusta tener que tomar el té con la amante de su marido?
—Bueno, pero Eulogia nunca ha sido una esposa como las otras.
—Me da lo mismo como sea ella, lo importante es que a mí no me gusta llegar a mi casa y encontrarme con mi amante tomando el té con mi señora. ¿No lo entiendes?
—¿Prefieres llegar a tu casa y encontrarte con una vieja amargada porque tienes otra mujer? ¿Prefieres una escena de celos de una vieja histérica que te revisa los bolsillos de la chaqueta y escucha tus conversaciones telefónicas?
—Prefiero eso, sí.
Pero la flaca no le hizo caso.
Así estaban las cosas cuando un buen día Roberto entró a su oficina y vio la cabeza motuda de la crespa y hubo algo en esos rulitos como de negra de Mozambique que le gustó.
—¿Te invito a tomar un café?
—invítame —contestó la crespa de la oficina, que estaba enamorada de él desde hacía 10 años.
—¿Y después a dar un paseo?
—Invítame —musitó la crespa lanzando un suspiro.
—Y si después del paseo estamos cansados, ¿te invito a un motel a descansar?
—¡Invítame! —exclamó la crespa sacándose los zapatos.
—Y mientras descansamos, ¿te invito a que me rasques la espalda?
—¡Sí! —chilló la crespa emocionada, sacándose el vestido.
—Y cuando me estés rascando la espalda. ¿te invito a que me des un beso?
—¡OK! —dijo la crespa.
Y no fue necesario hacerle ninguna de esas invitaciones, pues al cabo de 10 minutos, estaban haciendo de todo en la alfombra de la oficina_ y así empezó el romance.
Al principio, ni la flaca ni mi tía se dieron cuenta, pero al cabo de dos meses, cuando Roberto no llegaba ni a su casa ni a la casa de la flaca. empezaron a sospechar.
—¿Eulogia? Te habla la flaca. Dime, ¿llegó Roberto a tu casa anoche?
—No, yo pensé que estaba contigo, ¿por qué me lo preguntas?
—Trágate esta: no estaba conmigo.
—¡No me digas!
—Te digo.
—¿Y qué hacemos?
—Lo espiaremos.
Al día siguiente partieron a la oficina de Roberto, se asomaron por la ventana y al ver a Roberto con la crespa sentada en sus piernas... bueno, a buen entendedor pocas palabras... Irrumpieron como fieras en el despacho. "¿Qué te has imaginado, crespa sinvergüenza? Este es mi marido", gritaba mi tía. "¡Este es mi amante!", gritaba la flaca, y entre ambas agarraron a la crespa y la sacaron al pasillo. La pobre crespa no cabía en sí de la impresión. Roberto, como todo varón que se respeta, se escondió en el clóset.
—Que se las arreglen como puedan. La crespa se puso a llorar a gritos.
—Ay, yo no quise ofenderlas, era solo una canita al aire, algo sin importancia. Don Roberto ni siquiera me gusta, bueno, es decir, me gusta, pero no como para quedarme con él para toda la vida.
—¿Ah, sí? —saltó mi tía—, pues ahora te quedas con él para toda la vida. La flaca y yo ya hemos hecho bastante. Estamos hartas de este hombre que además se da el lujo de ponernos el gorro contigo. Nos vamos a España donde nos espera la libertad. ¡Adiós!
Y así fue como la crespa pasó a ser la única mujer de Roberto. Mi tía y la flaca se fueron a Barcelona, para descansar de él solo por un mes, pero a las dos semanas llegó un telegrama urgente de Roberto.
"Eulogia de mi vida, flaca de mi alma, únicas mujeres mías, por favor vuelvan, estoy desesperado con esta crespa que no me entiende. Ayer salí a echar una canita con la rubia de la farmacia y la crespa me estaba esperando en la casa con un frasco de ácido nítrico en la mano. Si no logro escapar por la ventana del baño esta es la hora en que estaría muerto. Las necesito. Estoy dispuesto a hacer lo que me pidan. Roberto".
Ellas respondieron:
"Roberto: ¿estás dispuesto a no mirar a mujer alguna en lo que resta de tu vida, aparte de la flaca y yo misma?".
Respuesta de Roberto:
"Una salida, cada ocho meses, con la rubia de la farmacia, ¿estaría permitido?".
Contestan la flaca y mi tía:
"¡No!".
Luego de tres o cuatro telegramas más, donde se afinaron las condiciones, la flaca y mi tía regresaron en gloria y majestad, y esa noche, cuando mi tía dormía a su lado y la flaca dormía tres cuadras más allá, Roberto se sentó en la cama, miró a mi tía que roncaba a pierna suelta, miró la foto de la flaca que siempre guardaba cerca de su corazón... "Estoy completamente fastidiado", pensó.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 14 DEL 2002