Publicado en
octubre 12, 2014
Por las infidelidades de los maridos y el alto número de divorcios, a mi tía Eulogia y a su amiga Joyce se les ocurrió una genial idea... ¡Iban a crear el movimiento MML!
Por Elizabeth Subercaseaux.
George Bernard Shaw decía que cuando dos personas están bajo la influencia de la más violenta, la más insana, la más ilusoria y la más fugaz de las pasiones, se les pide que juren que seguirán continuamente en esa condición excitada, anormal y agotadora hasta que la muerte los separe. Víctor Hugo decía que el amor abría el paréntesis y el matrimonio lo cerraba. Sin embargo, algo tiene esta vieja institución que atrae a la gente como la miel a las moscas. Unos dicen que es "el pilar de la sociedad". Nunca he creído en esa frase. Si fuera el pilar de la sociedad, la sociedad se habría caído hace mucho rato. En los Estados Unidos, el 50 por ciento de los matrimonios termina en divorcio; en Latinoamérica es probable que el número sea más bajo, pero el 80 por ciento de los "maridos para siempre" ha sabido encontrar su "consuelito", su flaca buena para pasarla bien un rato, sin hacerle mal a nadie, de manera que la cadena le resulte un poco más liviana de llevar. Vale decir que puede que sean maridos "perpetuos", pero con paréntesis.
Cuando la tía Eulogia y Roberto estuvieron una temporada viviendo en los Estados Unidos, por razones del trabajo de Roberto, mi tía se hizo amiga de Joyce, una norteamericana muy de su tiempo que había nacido y crecido en California, y ahora trabajaba en Filadelfia, en una empresa consultora. Joyce le enseñó algunas cosas de la vida norteamericana. De ella aprendió, por ejemplo, que eso de que el "perpetuo" pasara la vida sumido en los distintos paréntesis, con las diversas flacas y rubias, y otras mujeres que iba encontrando en su camino, era algo que una norteamericana simplemente no estaba dispuesta a aceptar. Es más, en ese país poderoso que en cualquier momento lanzaba una bomba atómica y que contaba con la fuerza militar más contundente del mundo, un hombre sorprendido en una infidelidad era poco menos que un gusano. De golpe y porrazo se convertía en algo así como un paria de su familia, de los amigos del bar y de la sociedad. Mi tía lo vio con sus propios ojos cuando a uno, que era ni más ni menos que el presidente del país, se le ocurrió la mala idea de tener un affair con una pasante en un clóset de su oficina y alguien lo descubrió y llevó la noticia a la prensa. Mi tía Eulogia estaba allí el día en que la "bomba" salió de la Casa Blanca.
—¿Escuchaste lo que acaba de decir el periodista Peter Jennings? —le preguntó a Roberto que estaba a su lado leyendo el Philadelphia Enquirer.
—Sí —dijo Roberto, sin prestarle demasiada atención—. Parece que el presidente tiene un affair.
—¿Y no te parece grave?
—Lo grave es que lo hayan pillado —dijo Roberto haciendo gala de ser latinoamericano descendiente de francés—. Todo el mundo tiene un affair, no conozco a ningún senador, presidente o diputado de nuestros países que no haya tenido un affair alguna vez, eso no existe ni en las novelas.
—Sí, pero esto es Estados Unidos —dijo mi tía.
—¿Y crees que porque es Estados Unidos las mujeres van a ser menos atractivas? —le preguntó el perejiliento de Roberto que nunca entendía nada de lo que quería decirle Eulogia.
—No se trata de eso. Se trata de que aquí son más puritanos, no puede un presidente acostarse con una pasante, ser sorprendido y pretender que no ha pasado nada. A ese pobre hombre lo van a colgar —dijo mi tía y tenía toda la razón, no lo colgaron, pero estuvieron cerca de sacarlo del puesto.
El marido de Joyce, quien también fue sorprendido con una gorda en un McDonald's, en el baño del McDonald's, para ser más claros, tuvo que irse de la casa, pagar los gastos del divorcio, entregarle la mitad de sus ahorros a Joyce para su jubilación. Y la jueza, que estuvo a punto de cobrar una multa extra por lo del baño del McDonald's, dictaminó que la casa, toda, quedaría en manos de la esposa "abandonada".
—¡Pero si yo no he abandonado a nadie! —gritaba el pobre hombre, desesperado—. Lo único que hice fue ir a comer una hamburguesa con papas fritas.
—¿En el baño? —preguntó la jueza molesta, y luego lo amenazó con la cárcel por perjurio.
Lo cierto es que el marido de Joyce quedó sin un peso, sin casa, sin mujer, y sin la gorda del McDonald's, que después salió con que una cosa era acariciarse en un baño y otra muy distinta quedarse para toda la vida con el acariciador. No, ella era soltera, tenía un buen trabajo en una compañía de computadoras, y no tenía el menor interés en hacerse de un "perpetuo".
—¿Sabes, Roberto? —le dijo mi tía cuando hubo terminado la temporada en los Estados Unidos y venían de regreso en el avión—. He aprendido mucho de este viaje y tengo que contarte algo que te va a interesar. Mi amiga Joyce y yo hemos decidido crear un movimiento. Ella va a ir a Santiago por dos meses y vamos a echar a andar el asunto.
—¿Ah, sí? Qué interesante —comentó Roberto, sin apartar la vista de la revista que estaba leyendo.
—Se va a llamar Movimiento por el Matrimonio Limitado y sus siglas serán MML.
—¿Y de qué se trata? —preguntó Roberto ahora lleno de curiosidad.
Y entonces mi tía le explicó que el gran porcentaje de divorcios que se veía en todo el mundo solo indicaba que la institución del matrimonio estaba mal enfocada. Y había que cambiar el enfoque. La idea era la siguiente: el movimiento presionaría a las autoridades religiosas y políticas para que de aquí en adelante el matrimonio durara un tiempo más corto, que sería acordado previamente por los contrayentes. Algo así como un cura preguntando: "Tú, Elisa Reyes, ¿por cuánto tiempo aceptas unirte a Pancracio Sotomayor?". Y Elisa, que ha llegado a la iglesia con sus cuentas bien sacadas, contesta: "Por cinco años, padre". Pancracio, quien previamente ha acordado este plazo, dice: "Acepto encantado", se dan un beso, y salen de la iglesia felices. Viene la luna de miel y empieza a correr el reloj. Cinco años pasan volando, así que no alcanzan ni a pelearse en serio cuando ya se cumple el acuerdo y ambos quedan libres para decidir qué van a hacer de allí en adelante. Si se han amado con esa rica serenidad que sobreviene al buen sexo, el bebé no los ha separado, sino todo lo contrario, no cenan en bandeja ante un televisor, él no ha hecho escapaditas con la flaca de la esquina y para ella simplemente no existe el flaco de la moto, van donde el cura y le dicen: "Padre, queremos unimos por otros cinco años".
Si a los 10 años las cosas no han funcionado como al principio, y casi todo lo que antes hacían juntos ahora les aburre, y la tele se ha convertido en la hija regalona de la familia y el marido se fue a Buenos Aires con una rubia 10 años menor, vuelven donde el cura y le dicen: "Padre, no vamos a renovar el compromiso, hicimos todo lo posible, pero no resultó". Y se dan la mano como buenos amigos, no se quitan las casas, ni contratan abogados dispuestos a sacarle la pepa del alma al que le pague más, ni convierten a los niños en jamón del sándwich. Simplemente se dicen adiós, como hacen los vecinos que se estiman, y luego se visitan a cada rato porque mal que mal después de 10 años viviendo juntos se echan de menos.
Y de vez en cuando, ¿por qué no?, hacen una escapadita a Viña del Mar y son amantes por una noche, total, los buenos recuerdos siempre son susceptibles de repetir.
—¿No te parece una idea excelente? — preguntó mi tía.
—No sé, déjame pensarlo, pero lo que sí te garantizo es que esa pomada no se la van a vender ni a las autoridades religiosas ni a las otras, ni a ningún marido.
—¡Pero si lo único que hacen los hombres es decir que el matrimonio es una cadena, un yugo, que quieren volver a ser libres, que se sienten prisioneros, que las.mujeres los dominan y los manipulan. ¿Por qué crees que a ellos no les va a gustar un matrimonio limitado?
—Muy sencillo, señora —dijo la pasajera de al lado, que había escuchado con atención todo lo que mi tía hablaba con Roberto—. Si usted le pone límite al matrimonio, también le está poniendo límite a la infidelidad, a la canita al aire, a la flaca de la esquina, piénselo, ningún marido va a ponerle los cuernos a su señora si sabe que en un año terminará su matrimonio.
—¿Por qué cree eso? —preguntó mi tía.
—Porque conozco a los hombres. Me he casado tres veces y lo que a ellos les gusta es lo prohibido, lo que no se puede hacer, lo que no se debe tocar.
—Mmm —musitó mi tía y pasó el resto del viaje reflexionando sobre la hipótesis de la señora, mientras Roberto, un poco incómodo, se hundía en su revista.
Al día siguiente y luego de darle varias vueltas al asunto, mi tía llamó por teléfono a su amiga Joyce.
—¿Sabes, Joyce? Olvidemos esta idea, no va a funcionar. Es una idea bonita, pero completamente inoperante.
Joyce lanzó un gran suspiro de alivio y le contó que la noche anterior, justamente después de despedirla en el aeropuerto, allí mismo, había conocido al "hombre de su vida" y ya estaba pensando en casarse con él "para siempre".
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 24 DEL 2005