Publicado en
octubre 05, 2014
El único consuelo que nos queda a las mujeres es que todas somos la mamá de alguien, y a las hijas también les tocará tarde o temprano...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Muchas veces, en esta misma columna, he dicho que no hay ninguna cosa en el mundo tan complicada como ser la mamá de alguien. Hoy, después de ver a mi amiga Joyce lidiando con su hija Penny, vuelvo a pensar lo mismo. Y ahora multiplicado por dos.
No hay nada más difícil que el papel de la mamá. Todo lo que una haga va a estar siempre mal. Si usted se mete, es una vieja intrusa; si no se mete, es una madre que abandona; si pregunta, es señora desatinada; si no pregunta, es indiferente a los problemas del hijo, y si se dedica a hacer su vida, como cualquier mortal, es egoísta y desalmada.
El único consuelo que nos va quedando es que en esta historia las mujeres no estamos solas, todas somos la mamá de alguien, no se libra nadie, y hasta a la hija le va a tocar, tarde o temprano.
Hoy fui a la casa de mi amiga Joyce, a visitarla. Estaba en plena trifulca con una chiquilla de 20 años que tiene: Penny.
Penny se hallaba metida en su cama desde hacía una semana, sumida en una depresión profunda, porque el novio le había pasado a dejar una carta donde le decía que todo terminó. "Penny querida, te recuerdo con cariño, pero me voy con la flaca de la gasolinera".
Joyce intentaba convencerla de que hiciera algo por su vida y se levantara de la cama, que por ningún hombre valía la pena perder una semana de la vida en cama, y Penny la miraba con los ojos cruzados y una cara de odio intenso, mientras le gritaba:
—No te vuelvas a meter en mis asuntos, por favor.
Al final de una discusión acalorada, que duró más de una hora y de la cual ninguna de las dos sacó nada positivo, Joyce se puso a llorar.
—No sé qué hacer con esta niñita, —balbuceaba—, el año pasado me dijo que si me metía en su vida, una vez más, ella se iría de la casa. "No te metas", me recomendó Michael, "déjala tranquila". Yo le hice caso, no me metí en su vida para nada. Entonces salió con que necesitaba una terapia, porque yo la estaba abandonando. Volví a meterme en su vida y a los tres meses quería lanzarse por.el balcón porque, según ella, yo le estaba robando su identidad y no la dejaba en paz. La dejé en paz y a las dos semanas empezó con el cuento de que yo no la quería, que sus cosas no me importaban y que era una madre egoísta y muy despreocupada... ¿Qué hago?
—Cuéntale tus problemas, —le recomendé, recordando la receta sabia de mi abuela.
—¿Estás loca?
—No, no estoy loca. Cuéntale tus problemas con Michael o vete al cine.
—¿Cómo me voy a ir al cine dejando a la niña tirada en su cama, triste y deprimida?
—Entonces, cuéntale tus problemas, —insistí.
Pero Joyce no me hizo caso.
Mi tía Eulogia fue la pesadilla de mi abuela hasta que se casó. Pero cuando ya había cumplido 24 años y todavía no se casaba, y las dos continuaban viviendo como el perro y el gato, mi abuela se rebeló.
Un buen día, cuando mi tía apareció en su habitación, con los pelos parados de punta y esa cara de loca que ponía cuando algo en la vida le salía mal, mi abuela dio vuelta a toda la conversación y en lugar de escuchar las eternas quejas de mi tía, de los dramas de los novios que la dejaban abandonada, se puso a hablar de sus propias tragedias. De cuando mi abuelo quebró en la bolsa, de cuando se enamoró de la crespa del Banco Suizo y partió con la crespa a Ciudad de México por diez días, de cuando fue su veinteavo aniversario de matrimonio y a mi abuelo no sólo se le olvidó, sino que se fue esa noche con un grupo de amigotes, a la casa de uno de ellos en la playa, y se quedaron parrandeando hasta el lunes por la noche...
Ante el estupor de mi tía, mi abuela lloraba a gritos mientras le iba contando pedazos de su vida y cuando llegó a la parte más trágica, la de su amor frustrado con el dentista mitómano que conoció en Madrid, se desmayó.
Mi tía Eulogia estaba francamente sorprendida y asustada. ¿Qué le pasaba a su mamá? Ella no tenía idea de ninguna de todas esas cosas. Siempre había creído que su mamá y su papá tenían un matrimonio maravilloso, sin el menor problema, y esa historia del dentista de Madrid... Su mamá enamorada de un dentista de Madrid y el desgraciado haciéndola sufrir. ¿Qué se había imaginado ese tipo? ¿Qué mejor mujer podría haberse encontrado en la vida?
"No llore, mamá, no llore, ya pasó", la consolaba mi tía Eulogia y mi abuela, al ver que la táctica daba resultado y mi tía olvidaba su propia tristeza, decidió contarle, además, todo lo que había sufrido en su luna de miel cuando el salvaje de mi abuelo perdió el barco a Europa por quedarse jugando ruleta en un casino en Panamá.
Mi tía la miraba con cara de verdadero horror.
Su papá. Ese santo que ella creía que era su papá, resultaba ser un adefesio que se había escapado con la crespa del banco, había olvidado el veinteavo aniversario del matrimonio y ya desde la luna de miel había demostrado ser un jugador empedernido.
"No se preocupe, mamá, yo arreglo esto", dijo decidida.
Lo que ocurrió después es muy fácil de adivinar.
Esa misma noche, mi abuelo entró furioso a la pieza de mi abuela.
—¿Qué significa esto, Virginia? ¿Qué le dijiste a Eulogia? Esa niña insolente y mal educada ha llegado a mi oficina a decirme que yo soy un viejo degenerado, que no merezco ser su padre, que va a cambiarse el apellido, que te he hecho sufrir hasta casi matarte, que por eso estás tan acabada, que ella te ayudará a encontrar un amante, para que te rejuvenezca y te devuelva la alegría del corazón. ¿Me quieres explicar qué está ocurriendo en esta familia?
—Lo que está ocurriendo se llama revolución de las mujeres, —le contestó mi abuela con toda la tranquilidad de su alma.
—¿Qué? ¿De qué estás hablando?
—Estoy hablando de mi revolución. Yo me rebelé. Eso es todo. Me rebelé porque no aguanto más a esta chiquilla con sus dramas, y para variar un poco le conté los míos.
—¿Tus dramas?
—Sí, mis dramas.
—Pero si tú no tienes ninguno.
Siguieron discutiendo hasta muy entrada la noche.
Mi abuelo nunca comprendió lo que había ocurrido y los dramas de mi tía Eulogia fueron a parar a la casa de sus amigas.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, ABRIL 23 DEL 1996