EN OTRO PAÍS, EN OTRO TIEMPO
Publicado en
octubre 19, 2014
Correspondiente a la edición de Diciembre de 1996
Por Jorge Enrique Adoum.
Un día (¿cómo saber cuál, si hace de esto cuarenta años?), Eduardo Villacís Meythaler, poeta y cardiólogo —o sea doblemente médico del corazón—, leyó en la revista Creación, de Arequipa, Perú, que dirigía Jorge Cornejo Polar, el extenso Poema de la patria en tres instantes, de Orlando Fresedo, joven poeta salvadoreño que con él obtuvo el segundo premio en los Juegos Florales de 1957 en El Salvador. Inmediatamente escribió a la revista denunciando el plagio: se trataba de mi texto "Baraja de la patria" —que, publicado inicialmente en Ecuador amargo(Quito, Casa de la Cultura Ecuatoriana, 1949), había aparecido en diversas revistas y periódicos, entre ellos, seguramente, el de mayor circulación Repertorio Americano, de Costa Rica— transformado en Poema de la patria en tres instantes, siendo los instantes segundo y tercero otros textos míos: "Lamento y madrigal sobre Palmira", convertido en "Lluvia mientras recuerdo" y "El pan nuestro" en "Nuestro pan" (no muy original el cambio). Al hacerse eco de la denuncia, la revista Creación reprodujo(nos. 3-4, año II, noviembre 1956-febrero 1957) en facsímil "Baraja de la Patria" y en su comentario decía: "Los únicos cambios introducidos en los 78 versos de que consta el poema son los siguientes: 'la pisada del inca' de Adoum, ha sido reemplazada por 'tu epidermis pipil', y allí donde dice: 'un día lleno de duraznos y navíos', en la publicación que comentamos reza: 'un día lleno de duraznos y cayucos'." En realidad, los versos robados, sin contar los títulos, eran 201 y en ellos había cuatro cambios más, todos referidos a la geografía, a fin de ocultar su origen: "cosecha andina" se vuelve "cosecha baja", "ecuatoriano antepasado" se convierte en "salvadoreño antepasado", "encuentro al Nilo" es reemplazado por "encuentro el Lempa" y "encuentro en Guayaquil" pasa a ser "encuentro en mi Santa Ana". Pero, más perspicaces que el plagiario, los miembros del jurado del Concurso de Juegos Florales de 1957 dicen: "... al releer el poema firmado por PROMETEO, hicimos consideraciones por ser el mejor. En el país no se usa la palabra algarrobo para nombrar un árbol, ni hay ventisqueros. Por lo mismo, y por las metáforas y figuras, no encontramos a Neruda sino algo andino, boliviano o ecuatoriano. Y, aunque no se iba a premiar al poeta sino el poema, dudamos, suponiendo que sólo había marcadas influencias."
Pero había antecedentes que volvían difícil la premiación. En Sábados de Diario Latino, de San Salvador, mantenidos por Juan Felipe Toruño, del 1 de febrero de 1958, una nota editorial explica en su primera página: "Cuando en 1956 fue declarado desierto el Concurso de los Juegos Florales —porque de lo presentado a él [por Fresedo] lo premiable eran sus sonetos, que habíamos publicado nosotros en su mayor parte en esta página— escandalizó. Llovió recio, extenso y duro sobre la incapacidad de los 'viejos desconocedores de la nueva poesía' y de la 'sensibilidad juvenil'. El más virulento y agresivo fue Fresedo; de modo que una poetisa que se creyó damnificada manifestó por carta, en un diario, que para ella tenía más valor el reconocimiento de un gran poeta como Fresedo, que el premio de un jurado calificador incapaz. (Aquí tiene ahora esa poetisa al 'gran poeta' y la poesía del terrible infante.)" Viene luego el párrafo sobre las dudas respecto de la originalidad salvadoreña del texto y continúa: "Se argumentó que si no otorgábamos premios 'caería fuego' sobre nosotros y se dispuso dar el segundo premio al POEMA DE LA PATRIA EN TRES INSTANTES. Abierta la plica de "Prometeo", este seudónimo correspondió al nombre de ORLANDO FRESEDO. Aún así, los ataques no se dejaron esperar. Ahora resulta que dicho poema, entero, ha sido hurtado del libro Ecuador amargo [...] Al recibir el informe de México, se nos señaló la revista peruana. En esos días nos llegó Letras del. Ecuador y al revisarla encontramos la fotostática denuncia (que publicamos) en la página 6, de ese número 108 - Quito, marzo a junio de 1957. [...]" Se habla también de la actitud del poeta premiado quien "al transcurrir de los días ensimismado, supúsose único, desconociendo aptitudes de otros jóvenes como de los de generaciones anteriores" y hay consideraciones sobre el dolor de informar lo sucedido "pues se trata de un joven que se creyó el milagro de la poesía en El Salvador..." y "la desesperanza respecto a ese modo de asaltar lo ajeno" porque "así, hurtando, no se va a ninguna parte a menos que sea al desprestigio..." Y en una página y media se reproducen, íntegros, lado a lado, ambos textos.
En un cuento de Tanizaki, un grupo de jóvenes discuten sobre las diversas formas del delito y llegan a la conclusión de que matar es menos repugnante que robar. Y si, al fin y al cabo, pueden explicarse algunos hurtos por la miseria, el hambre, la necesidad..., nada justifica el más sórdido de los robos: el plagio intelectual. Lo agravan, ante todo, la estupidez de quien cree que nadie va a advertirlo (¿quién iba a conocer en El Salvador un libro publicado en Ecuador?) y la turbia conciencia de la propia pequeñez e incapacidad, de las que no se escapa ni siquiera apropiándose del esfuerzo y el trabajo ajenos. Y si es imbécil pretender ocultar el robo, porque siempre sale a la luz, más necio aún es tratar de negarlo: frente a la identidad de textos y probada la fecha de ambos, ¿a qué vendría pretender inocencia aduciendo que "no hay una sentencia en ese sentido"?
¿Qué hizo, finalmente, Orlando Fresedo, "milagro" de la poesía salvadoreña?
No se defendió diciendo que "el pensamiento es universal, y cualquier persona puede citar obras y autores", precisamente porque no había citado ni al autor ni la obra.
No dijo que no me conocía, como si hubiera sido yo, y no mi libro, el plagiado.
No propuso pacto alguno ni que apareciera yo como coautor de su poema, porque eso equivalía a una confesión de su delito.
No dijo que la denuncia era "producto de la envidia, de gente que cuando ven la grandeza de los seres trata de inventar para dañarles", porque un plagiario no puede hablar de grandeza.
No dijo que había que "aprender a leer el silencio", ni que todo ello era expresión de la "oligarquía del alma", porque no quiso ser, a más de plagiario, cursi.
No dijo que los medios de comunicación —Creación, Letras del Ecuador, Sábados de Diario Latino....— "se abrigaban bajo el show de la moral y de la ética", porque el show estaba a cargo de otra persona.
No se afilió al partido de gobierno, porque el oportunismo agrava, no borra, un delito anterior.
El presidente no dijo, justamente en esa ocasión, que el plagiario era un gran hombre, "ejemplo de eticidad [¿habrá querido decir ética?] y moral", ni que de su cargo "no lo movía ni un terremoto" (es un decir, porque el ladrón de textos no era, no habría podido ser Ministro nada menos que de Educación, nada menos que de Cultura).
No. Según un recorte de prensa enviado por la Legación del Ecuador en San Salvador el 4 de agosto de 1958, "El poeta Orlando Fresedo, acusado de haber plagiado un poema que obtuvo el segundo lugar en los Juegos Florales Agostinos, correspondiente al año próximo anterior, hizo la devolución de la Flor Natural que se le había entregado, dándola a la Reina de los Juegos Florales de este año." La nota hace un resumen de los hechos y da cuenta de que en el Teatro Nacional de esa ciudad se celebró una velada solemne, organizada por el Comité de los Juegos Florales y que el poeta Fresedo "apareció intempestivamente entre las butacas y atravesando la sala del Teatro, llegó hasta el escenario en donde devolvió la Flor Natural [...] como señal de arrepentimiento del plagio cometido."
Demás está decir que, ante su actitud, me sentí miserable. Imaginaba el valor —paradójicamente, ¿podría decirse, también, la honestidad?— que se necesitaba para actuar así. Imaginaba a ese joven, que había vivido un año enterrado bajo la tremenda acusación, esperando el momento oportuno para tratar de obtener del público una suerte de perdón, porque es más difícil el olvido. De nada me sirvió reflexionar en el hecho de que si yo no hubiera nacido, si no hubiera escrito esos textos, él habría copiado los de otro autor. Pensé que el hurto intelectual resulta siempre un mal negocio: pensé que, pese a su arrepentimiento, le sería muy difícil recuperar la fe en sí mismo, en su capacidad y su destino, menos aún el aplauso de sus compatriotas. Muy difícil tolerarse, atreverse a publicar un libro, hacer que crean en él.
Pero, claro, esto fue en otro país, en otro tiempo, cuando la comisión de un delito —plagio, agresión física, insolencia verbal, obscenidad del ridiculum vitae— no aumentaba el favor oficial del régimen, no suscitaba la solidaridad del sultán, ni la del gran visir convocando a una multitud de inocentes aborígenes —a quienes el mismo sistema castiga a diario por pequeños hurtos— para que gritaran en apoyo del gran ladrón que llora y ríe y protesta y acusa en los balcones mismos de palacio.