RENACIMIENTO DE VERSALLES
Publicado en
septiembre 21, 2014
El Naranjal. En verano se sacan los naranjos y se colocan en macizos.
NIUSÉES NATIONAUX
El real sitio en donde tuvo su apogeo el poderío y la pompa de los Borbones recobra su antiguo esplendor en estos días en que un grupo de especialistas está reconstruyendo toda una época.
Por J.D. Ratcliff.
NUNCA había visto el mundo obra igual. Ni ha vuelto a ver ninguna que la iguale. Setecientas habitaciones, un teatro con 1200 asientos, 290 kilómetros de cañería para alimentar 1400 fuentes, un invernadero con 3000 naranjos y granados. En su construcción trabajaron 36.000 obreros y artistas, 5000 criados servían en él, y se gastaban sumas impresionantes en su mantenimiento.
Las sombras de un espléndido pasado vagan por los dorados salones: María Antonieta, la du Barry, la Pompadour. Reyes y príncipes vinieron al mundo en el aposento donde las damas y los caballeros de la corte se congregaban para dar fe de la sangre real del recién nacido.
Estamos hablando, claro está, del legendario palacio de Versalles, esplendoroso monumento que constituye hoy una de las principales y más visitadas atracciones que Francia ofrece al turismo mundial.
El grandioso palacio sigue en pie, no obstante haber sufrido muchas adversidades que comenzaron en los días de la Revolución Francesa, a los 100 años escasos de haber elegido Luis XIV a Versalles como sede y símbolo de su magnificencia y de su poder absoluto. El 5 de octubre de 1789 invadieron las turbas el real sitio, el cual abandonaba Luis XVI al día siguiente, después de decirle a su ministro de la Defensa: "Salvad a mi pobre Versalles".
Mientras en Versalles el polvo oscurecía el esplendor de los salones del palacio y desaparecía bajo la maleza el delicado encanto de los jardines, en París se cernía sobre el gobierno revolucionario el espectro de la bancarrota. Un fácil modo de procurarse recursos era poner en venta los tesoros acumulados en el real sitio. Y el 25 de agosto de 1793 comenzó la gran subasta que habría de durar hasta el 11 de agosto del año siguiente. Más de 16.000 fueron los lotes de objetos que se ofrecían en grupo o uno a uno; todo entró en la desenfrenada almoneda: desde el servicio de café del guillotinado Luis XVI, hasta el juego de muebles del saloncito de María Antonieta, de valor inestimable.
Como la Francia en que la guillotina decapitaba a 3500 aristócratas al mes no era lugar seguro para los aristócratas extranjeros interesados por las subastas de Versalles, muchos de ellos optaron por enviar emisarios. El rey Jorge III de Inglaterra envió a Francia a uno de sus cocineros; a lo adquirido en la subasta por él se debe que existan hoy en el palacio de Buckingham muebles procedentes de Versalles con que llenar una docena de aposentos. Otros compradores acudieron desde países tan lejanos como Rusia (muchos de los objetos más finos que aloja hoy el museo del Ermitage, en Leningrado, fueron adquiridos en Versalles).
Luis XIV, símbolo de la grandeza de Versalles. Estatua ecuestre, por Bernini.
SRD/ PIERREHUMBERT
Unos subastadores venales separaban los juegos de muebles y las colecciones de otros objetos para venderlos pieza por pieza o en pequeños lotes, con la consiguiente mengua de su valor. Quienes en complicidad con estos funcionarios habían hecho la compra, reunían de nuevo el juego de muebles o la colección de objetos que, restablecido así su verdadero valor, se vendía a precio mucho más elevado, para compartir la ganancia con el subastador. En negocios de esta índole intervinieron hasta los orfanatos de París, pues solicitaron que, "para beneficio de los huérfanos de la nación", se les adjudicasen preciosos tapices de Aubusson y cristalería de Bohemia.
Aunque muy cuantiosas, ni siquiera las riquezas atesoradas en Versalles eran inagotables. A los 351 días de comenzada la subasta llegó el momento en que un pregonero anunció: "No queda nada por vender".
En los 150 años siguientes el despojado palacio cayó virtualmente en el olvido. Se habló de que Versalles se destinara a hospital, a establecimiento de enseñanza, o a un proyecto de urbanismo. Napoléon pensó en demoler a Versalles pero, a la postre, mandó restaurar el Gran Trianón, palacete de mármol rosado de 70 habitaciones situado a dos kilómetros y medio del palacio principal. Pese a haberse firmado en Versalles el tratado de paz que puso fin a la primera guerra mundial, años después del histórico acontecimiento, en los veintes, el palacio estaba en tan deplorable estado que las 11 hectáreas de su emplomada techumbre amenazaban venirse abajo.
El Gran Trianón. Recámara ocupada por la reina de los belgas, primogénita de Luis Felipe.
MUS1ES NATIONAUX
FERVOR DEL PASADO
Los años de olvido y abandono cesaron en 1953, cuando André Cornu, emprendedor ministro de Bellas Artes, se propuso restaurar el deslustrado brillo de Versalles. Tras haber conseguido que se asignaran fondos de la lotería nacional para la restauración del interior del palacio, organizó una campaña para allegar donativos destinados a la obra. Correspondió la superintendencia de ella a Gérald Van der Kemp, distinguida autoridad en cuestiones de arte, al que nombraron curador en jefe del museo de Versalles.
Tarea ímproba era la de hallar los muebles y otros objetos dispersos hacía mucho tiempo, restaurarlos, y determinar luego cómo habrían de colocarse, pongamos por caso, en la alcoba de Madame du Barry los que a ese aposento correspondían, para que su distribución fuese la misma que habían tenido en la época de Luis XV. No terminaban ahí las dificultades. En todas las habitaciones del palacio se habían hecho cambios durante los reinados de cada uno de los tres Borbones. A Luis XV le parecieron anticuados los muebles que había mandado hacer Luis XIV, e hizo que comprasen objetos más a su gusto. A su vez, Luis XVI cambió lo hecho por su antecesor.
Van der Kemp juzgó lo más acertado que el arreglo de cada uno de los aposentos correspondiese, hasta donde fuera posible, al que había tenido en uno de los tres reinados. Tomada esta resolución, el equipo de peritos a las órdenes de Van der Kemp dio comienzo a una intensa labor de investigación en los archivos nacionales y en los documentos de Versalles. Buscaron afanosamente todo dato valioso en los archivos del Mobilier National, de cuya competencia es la conservación de muebles, bronces, tapices y demás objetos pertenecientes a la nación, al Louvre y a los antiguos palacios reales de Fontainebleau, Rambouillet y Compiégne. A más del precio, contenían los inventarios respectivos la descripción de la mayoría de las principales piezas del moblaje adquirido por cada uno de los tres monarcas.
Sin embargo una cosa era haber obtenido datos acerca de los muebles, y otra encontrarlos y adquirirlos. Muchos de ellos fueron apareciendo periódicamente, las más de las veces en las grandes subastas. La cuestión, entonces, era el dinero con que comprarlos. "Los muebles más codiciados son los que ostentan el monograma de Versalles: dos uves mayúsculas debajo de la corona que lleva sobrepuesta la flor de lis", me dijo un subastador en París. Lo más importante de la subasta de Sotheby, realizada en 1964, fue una cómoda Luis XVI. Van der Kemp estaba empeñadísimo en adquirirla, pero tuvo que desistir cuando las pujas pasaron de 400.000 francos. (Al final fue vendida en un millón de francos.)
Al enterarse Van der Kemp de que iban a subastar en París un lote de sillas de Versalles, tomó inmediatamente pasaje para el vuelo París-Nueva York-Palm Beach-París, durante el cual hallaría manera de ponerse al habla con los licitadores que en la subasta pudieran aventajarle en la puja. Su persuasiva palabra, y acaso también la simpatía que su incansable diligencia despertó en los licitadores, los hizo abstenerse de intervenir en la subasta de las sillas, que así logró recobrar Van der Kemp para Versalles.
Salón de los espejos.
MUSÉES NATIONAUX
Más de una vez le ha sido preciso a Van der Kemp valerse de medios indirectos para que el museo o la entidad depositaria de objetos que fueron de Versalles acepte devolverlos. Fontainebleau respondió con una rotunda negativa a la solicitud de entrega de varios objetos. Andando el tiempo vio Van der Kemp en Nueva York un escritorio y un costurero Luis XVI, preciosos muebles con taracea de nácar, construidos para el saloncito de María Antonieta en Fontainebleau. Aunque no los necesitaba para la restauración de Versalles, los compró, con el propósito de ofrecerlos a Fontainebleau a cambio de los objetos que anteriormente le habían negado, y que entonces sí convinieron en canjear.
Otro señalado éxito de Van der Kemp fue conseguir que el Louvre entregase a Versalles un cuadro del Veronés. Más de un siglo habían porfiado varias entidades oficiales acerca de la debida situación de esa obra maestra. Fue menester que interviniera personalmente André Malraux, ministro de la Cultura, para poner término al pleito; aunque no sin que antes se hubiese comprometido Van der Kemp a que el gigantesco lienzo —al cual pudieran haber vuelto quebradizo los años— no se enrollaría, sino que se dejaría en su propio marco al transportarlo en una armazón de 12 metros de largo.
Van der Kemp ha encontrado con frecuencia generosos mecenas. Cuando la sobrecama del lecho de María Antonieta apareció en Nueva York, el rey del estaño, magnate boliviano, regaló la suma de dinero necesaria para que se adquiriera la histórica prenda. Uno de los Rockefeller donó un tapete de grandes dimensiones al que acompañaba el trágico recuerdo de haber ayudado María Antonieta a tejerlo durante los días del encarcelamiento que precedió a su muerte en la guillotina. El donativo más valioso fue, tal vez, el que hizo en 1966 el barón Edmond de Rothschild: una cómoda Luis XVI, la auténtica, que se hizo para el salón de María Antonieta en Versalles, cuyo precio en el mercado pasaría hoy de un millón de francos.
Aunque generalmente afortunado en sus gestiones para la restauración del antiguo real sitio, ocasiones ha habido en que Van der Kemp no ha salido airoso. En 1957, hallándose la reina Isabel de Inglaterra de visita en Versalles, al preguntarle si estaría dispuesta a donar dos rinconeras que en otro tiempo habían formado parte del moblaje del palacio, la respuesta, acompañada de una amable sonrisa, fue que gustosamente lo haría, si Francia, por su parte, convenía en hacerle donación de la Mona Lisa para su colección de cuadros.
Vista del Palacio y del "Parterre du Midi"
MUSÉ ES NATIONAUX
PRIMORES DE LA ARTESANIA
Entre la gente de Van der Kemp hay regocijo siempre que algún mueble u otro objeto difícil de encontrar llega a Versalles. De restaurarlo se encargan artesanos muy especializados. Coordinar el trabajo de estos verdaderos artífices, que a ratos resultan un tanto quisquillosos, corresponde a Gina Ciancioni, del personal de curadores del museo de Versalles. "Los muebles que adquirimos suelen estar muy deteriorados", dice. "Los especialistas en restauración de objetos de esta clase escasean, y hay que tratarlos con guante blanco".
Los que más escasean son los doradores. No se sabe hoy a ciencia cierta cuál era en el siglo XVIII el procedimiento para hacer el dorado por aplicación de laminillas de oro. Cuando el objeto que se había de dorar era de madera, empleaban 17 diversos procedimientos, algunas de cuyas recetas se han perdido. Otro quebradero de cabeza es restaurar en los muebles de esa época, siempre recargados de adornos, las partes que falten en los de bronce. "Si el diseño es simétrico, suele ser posible reproducir la parte faltante en un lado del mueble, tomando de modelo la parte correspondiente del lado opuesto", dice Gina Ciancioni. "Al no contar con esa circunstancia, damos principio a la pesquisa. En el Gran Trianón teníamos un escritorio que perteneció a la madre de Napoleón. Pero le faltaba una de las molduras de bronce. Después de buscar por mar y tierra, encontramos en Fontainebleau un mueble parecido, cuyos adornos sirvieron de modelo a nuestro broncista para reponer el del escritorio".
El deplorable estado en que estaban los entrepañados y otras maderas labradas con intrincados adornos constituía un serio problema. Llenas de humedad, de moho y de carcoma, esas maderas preciosas acabaron por volverse esponjosas y desmoronadizas en su interior. Sustituirlas totalmente habría sido obra de años y de una legión de tallistas. Afortunadamente se contó con los adelantos de la ciencia para sortear este escollo. La casa Pechiney, elaboradora de productos químicos, aplicó un procedimiento restaurador consistente en tratar la madera afectada con ácidos, luego impregnarla de plástico y reforzarla con madera terciada. Hubo también que restaurar 6100 metros cuadrados de duelas, que se procuró quedasen en todo igual a las del siglo XVII, hasta en el detalle de que el entarimado estuviera sujeto con clavijas de madera.
El mismo acucioso esmero se puso en todos los detalles que darían autenticidad a la restauración de Versalles. Los sederos de Lyon han llevado a cabo en los últimos 15 años una labor a la vez de arte y de cariño al trabajar en las telas para el tapizado de los históricos muebles. El material que más se utilizó fueron sedas chinas de superior calidad. Se desempolvaron antiguos telares de mano; se encontraron, por lo general entre los granjeros, tejedores a quienes les venía de herencia el arte de usar esos telares. Como quiera que los modernos colorantes no habrían dado a las telas el tono que correspondía al de la época, se acudió a procedimientos antiguos, como los de obtener el grana de la cochinilla, y el amarillo del azafrán.
En el tejido de algunas telas se trabaja a veces todo un día para tejer unos cuantos centímetros. En el bordado de una faja de dos metros cuadrados y medio del telón del teatro de Versalles cuatro bordadoras trabajaron tiempo completo durante dos años. En ciertas obras de pasamanería hay que combinar hasta ocho hilos de diferentes matices, para obtener el tono que se busca. Como todo se hace a mano, un metro de trenza consume a veces 25 horas de ardua labor. Los cordones y las borlas de un par de colgaduras salen en 1500 francos; y ha de recordarse que, tan solo en el Trianón, existen 100 pares de colgaduras.
Salón dorado: cámara privada de María Antonieta, donde se han reunido varios ornamentos y muebles que pertenecieron a la Reina.
SRD/ P IERREHUMBERT
Van der Kemp llevó su celo de restaurador hasta el punto de mandar componer todos los relojes del palacio de Versalles, y también el antiguo reloj planetario que, a más de dar la hora, indica la posición de los demás planetas respecto de la Tierra, y asimismo las fases de la Luna. Al complicado mecanismo de este reloj le faltaban nada menos que 32 de sus piezas principales. Obra maestra fue fabricarlas y colocarlas en su lugar. La llevó a cabo Pierre Bécard, relojero de 63 años de edad, ya retirado del oficio. Tanto entusiasmó a Bécard ese trabajo, que no aceptó remuneración alguna por ejecutarlo.
Jacqueline Auzas, del personal de curadores del museo de Versalles, acudió a todos los directores de museos provinciales de Francia en busca de información acerca de 40 cuadros que faltaban en el Trianón. Los directores de esos museos estaban al tanto del paradero de muchas obras de arte pertenecientes a vecinos de la región. Resultado de la búsqueda emprendida por Jacqueline Auzas fue que volviesen a Versalles 30 de esos 40 cuadros.
Al lecho de María Antonieta le faltaban dos de las cuatro columnas del dosel, y también la cabecera. Van der Kemp mandó que se reconstruyeran tomando por modelo un borroso croquis, y la descripción que del mueble consta en el inventario. Esta por demás difícil restauración, una vez terminada, representará 10 años de trabajo de un equipo de peritos, y ya ha tenido un costo de 800.000 francos.
En la restauración del palacio de Versalles sigue trabajando actualmente un ejército de trabajadores. El costo global ha sido hasta ahora de 15 mil millones de francos. Van der Kemp conviene en que la obra que lleva a cabo en Versalles es de aquellas que nunca pueden darse por terminadas. Aun así, esta obra nos ofrece un claro vislumbre de lo que fue Versalles en los días del poderío, del esplendor y del fausto de los Borbones.