NELSON ESTUPIÑÁN BASS: EL ESPLENDOR DE LA PALABRA
Publicado en
septiembre 07, 2014
Correspondiente a la edición de Noviembre de 1990
Se llama la atención del señor Intendente o del correspondiente dueño de esta misión, que es una obligación el trabajo de ocho horas y hacer cumplir sin demora esta reglamentación.
Por David Andrade Aguirre.
Cuando Nelson Estupiñán Bass (Esmeraldas, 1912), trabajaba como dependiente en el almacén de don Humberto Trujillo, durante once o doce horas, todos los días del año, escribió esta cuarteta, que él recuerda como su primer trabajo literario. No se imaginaba por entonces que la literatura sería para él su pasión vital.
Su extensa obra en prosa y verso es conocida internacionalmente y ha sido traducida al inglés, francés y ruso. Ha publicado siete novelas: Cuando los guayacanes florecían, 1954; El paraíso, 1958; El último río, 1966; Senderos brillantes, 1974; Las puertas del verano, 1978; Toque de queda, 1978 y Bajo el cielo nublado, 1981. En poesía, han circulado sus libros: Canto negro por la luz, Poemas para negros y blancos, 1954; Timarán y Cuabú, Cuaderno de poesía para el pueblo, 1956; Las huellas digitales, 1971; El desempate, 1980; El poker de la Patria, 1984; Duelo de gigantes, Poesía popular, 1986. Obras suyas son así mismo, Las tres carabelas, 1973 (poesía, cuento y teatro); Contabilidad agropecuaria práctica, 1973 y Las dos caras de la palabra, 1982 (prosa y poesía). De varias de su obras se han hecho reediciones.
Su dilatada trayectoria le hizo merecedor a la condecoración Al Mérito Cultural de Primera Clase, otorgada por el gobierno del Ecuador en 1989.
"La pasión por la literatura es una modalidad de vivir y morir", me dice en tono pausado, Nelson Estupiñán, mientras hablamos de aquella pasión que consume todos los momentos de su vida. Estamos instalados desde hace un par de horas en la sala de su casa en Quito. Hemos conversado de su vida y de su obra, de los recuerdos de la verde tierra esmeraldeña, de los personajes de sus novelas, de sus experiencias, de los anhelos de paz, de justicia social, que forman parte de su recia personalidad.
Es un conversador infatigable, ameno, vital. Su mujer, Argentina Chiriboga, lo acompaña —como casi siempre—, matizando la conversación con anécdotas y acotaciones. Sin embargo, cuando conecto la grabadora, la conversación se torna menos espontánea, más solemne: emite criterios trascendentes, puntualizando con exactitud los términos y preocupándose por que los conceptos queden claros. Bromeo con él, buscando distendirlo y apenas logro una sonrisa, acompañada por el relampagueo de una mirada que se adivina cálida.
No rehuye tocar tema alguno, aunque se muestra cauto al hablar de ciertos tópicos; conserva una profunda fe en el hombre, en su destino, en las posibilidades de alcanzar cosas que suenan cada vez más utópicas: libertad, paz, justicia. Está consciente de ello y se ufana de mantener viva esa llamita de la esperanza que se apaga pronto en los corazones de muchos. "Creo en el hombre, en su destino" me dice y lo proclama orgulloso.
APRENDIZ DE ESCRITOR
A pesar de ser uno de los escritores ecuatorianos de dimensión más universal, Nelson Estupiñán, no quiere terminar de aprender. "Me considero siempre un aprendiz de escritor —proclama con absoluta modestia—, de ahí que tengo siempre una producción muy variada, tratando siempre de modificar mi forma de escribir". Reconoce influencias de Hemingway, de Rivera, de los escritores de la generación del treinta y de los decapitados. Le pregunto si la fama que tiene no le pondría ya en la categoría de los consagrados y esboza una sonrisa marcada de arrugas, que se hace risa sólo en el fondo de sus ojos claros. Hablamos entonces de la palabra y sus derivaciones.
—¿Qué es la literatura, Nelson?
—Es una oratoria en voz baja o en silencio, así como la oratoria es una literatura en voz alta.
—¿Y la narrativa?
—La novela es una ofensiva de divisiones que, en ocasiones, se rebelan contra su comandante. El cuento es un impacto de pistola o una flecha en el blanco.
—Entonces la poesía vendría a ser...
—La elevación de los sentimientos del autor con el anhelo de acercarse a esa estrella inalcanzable que es la belleza.
—¿Usted es más poeta que novelista?
—Navego siempre por las aguas de la novela y la poesía. Para mí, la novela es una poesía de largo metraje, la prosa elevada es poesía, prosa y poesía se conjugan, viven en simbiosis. La diferencia sustancial que le encuentro a las dos, es que en la poesía hay un mayor cultivo de imágenes.
—En sus novelas hay un fuerte acento autobiográfico.
—Bastante, hay algunas escenas de mis obras en las que narro mis propias vivencias. Muchos de mis personajes se inspiran en seres reales, que son moldeados por mi imaginación. El medio en que nos hallamos inmersos nos da a los escritores la materia prima para nuestras obras, nosotros remodelamos a los personajes; en mi caso, poniéndoles un poco de sal y un rumbo que generalmente tira hacia la izquierda.
—¿Cuál es el gran personaje de su obra?
—Indiscutiblemente Esmeraldas es en gran parte el personaje, la motivación de mi obra. A ella le debo el conjunto de mi obra, lo que he producido en poesía, en novela y teatro.
—¿Y cuál de los personajes que ha creado es su favorito?
—El que está por aparecer en mi próxima novela. De la obra que tengo escrita, me gusta uno que se llama José Antonio Pastrana, protagonista de El último río. Uno crea personajes y los suelta por el mundo para que vivan su propia vida.
—¿Se arrepiente de algo de lo que haya escrito?
—No me arrepiento —señala enfático—, porque todo lo considero como una escalera que estoy siempre tratando de subir.
—¿Cree en la literatura comprometida?
—La literatura debe ser comprometida con la transformación del mundo y con la expresión de la belleza. Al contrario que muchos, creo que la literatura es decisiva para la transformación de la sociedad y es por ello que he procurado manifestar en mi obra un mensaje que busca establecer un mundo mejor, un mundo con justicia, igualdad, libertad.
NOSTALGIA DE LO VIVIDO
El escritor ha ido tejiendo en fina urdiembre de palabras un mensaje de esperanza. Trasunta de su literatura y de su vida, la fe en el hombre, en la tierra, en el futuro, una fe que sólo puede apoyarse en los sucesivos desengaños de una vida larga, y que, justamente por eso, es más auténtica, muchísimo más valedera. Y también salen a la luz, el profundo amor por el terruño, por aquella Esmeraldas, de soles y tambores de su infancia y los recuerdos:
—Eran tres calles de tierra, Malecón, Bolívar y Sucre, que en las noches se alumbraban con faroles a querosene... Y un río limpio, en el que, las noches de San Juan, todos se bañaban en procura de salud para todo el año... Era una ciudad pequeña, relegada, atrasada; en mi infancia no había luz eléctrica, ni telégrafos, ni periódico. Instalaron la luz y el agua potable recién en 1930.
—Recuerdo vivamente los días de la infancia en la cual, el oro del sol bañaba todo de una luz cálida y la gente se conocía y apreciaba. Las calles, en temporada de frutas, vestidas del color de las cáscaras de naranja. La vegetación exuberante, el río omnipresente, el mar. Por alguna razón, hago memoria ahora de las largas ceremonias religiosas de Semana Santa, el sermón de las siete palabras, al cual, por su larga duración, había familias que llevaban refrigerios y refrescos que consumían en la iglesia.
—Mi padre fué José María Estupiñán, colombiano, de Iscuandé, blanco, marino, agricultor, carpintero. Mi madre María Timotea Bass, ecuatoriana, de Esmeraldas, nieta de un negro caribeño, marinero de un ballenero inglés.
—En verdad yo soy sueño (rie ahora francamente). Es decir nací en Súa, aunque fui a Esmeraldas de muy chico.
—Mi mamá me enseño a leer a los cinco años y fui a la escuela a los ocho, porque no sabía escribir.
—En 1929 gané una beca para estudiar en el Colegio Mejía, con Ramón Castro Jijón, quien luego sería miembro de una Junta Militar de Gobierno. Viví en Quito hasta el 32, regresando a Esmeraldas cuando obtuve el título de contador. Mientras tanto ya escribía para el Correo de Esmeraldas, en una columna que llamaba "A través de los Andes", con el seudónimo de Juan del Mar. En aquellos tiempos gané mi primer dinero con la literatura: un relato mio logró un tercer premio —de 5 dólares— en el concurso auspiciado por un medicamento para el reumatismo.
—Al regresar a mi provincia, decidí ingresar al magisterio. Mis ideas políticas hicieron que me cancelen dos veces, una de ellas en la dictadura de Páez, por representar en el Normal Vargas Torres, el drama El último juicio, del mexicano Germán Lizt, obra considerada sacrílega.
—Creo que por 1934 publiqué mi primer poema en La Tierra, Canto a la negra quinceañera, posiblemente el primer poema escrito de la poesía negra ecuatoriana.
SOLEDAD EN NEGRO
Hablar de Esmeraldas, sin mencionar al negro es como ir a la China y no haber visto la muralla le digo y vuelve a reir quedamente. "Yo me siento más negro que mulato", me confiesa. "La verdad que en mi caso, he sentido poco rechazo por mi color —agrega—, talvez se acentuó cuando empezé a escribir, porque trataba con intensidad el problema del negro". Acepta que el problema no ha alcanzado dimensiones superlativas en el país, "aunque la sociedad sigue siendo racista y el discrimen se nota más cuando se habla del negro en términos peyorativos, como ocurre inclusive en la propia Esmeraldas. No hay todavía un presidente negro, un general negro, un arzobispo negro, un banquero negro, y no es porque no existan elementos capacitados, sino porque se conserva una discriminación encubierta, disimulada, una odiosidad sutil, que inclusive evita que el negro asuma una posición de lucha." enfatiza.
El tema definitivamente le entusiasma: "Creo sin embargo que varios aspectos de la discriminación se han superado y existe integración racial en el Ecuador, sobre todo en sectores como el de los trabajadores y los deportistas. Creo que en el mundo existe una sola raza que es el hombre, y que el mundo camina hacia la integración, que produciría en el futuro lo que Vasconcelos definió como raza cósmica."
Le pregunto si existe una literatura ecuatoriana negra y el señala más bien que se podría definir como una literatura negrista con la particularidad de que los escritores jóvenes no manifiestan esa tendencia negrista en su producción, inclinándose más bien por la temática política. "Se está preparando una antología de poesía negra en Esmeraldas y el autor ha encontrado sólo tres autores que aborden el tema, Adalberto Ortiz, Antonio Preciado y Nelson Estupiñán Bass".
Se lamenta así mismo la acelerada declinación de la poesía popular esmeraldeña, basada fundamentalmente en las décimas, en la vieja receta que guarda la memoria de los trovadores:
44 palabras tiene la décima entera,
10 palabras cada pie,
4 la glosa primera.
"Eso significa —me dice—, que una décima entera se compone de 44 versos, de los cuales, 10 palabras o versos corresponden a cada décima o pie, y cuatro versos la glosa primera, que son las cuartetas de la décima entera, la cual tiene la particularidad de que el primer verso debe repetirse rimado al final de la primera décima, el segundo al final de la segunda y así sucesivamente. La décima entera se cultiva en toda la costa del Pacífico hasta el Perú, de donde procede justamente uno de sus exponentes más grandes, Nicomedes Santa Cruz."
La charla se prolonga, derivando de la negritud al folklore y la música negras. De pronto, retornamos otra vez a la literatura, a la poesía, a las dificultades de ejercer el oficio de escritor en un medio en el que la palabra escrita es privilegio de minorías, no necesariamente por falta de educación, sino de formación. La charla se prolonga mientras compartimos un café y me sigue entregando retazos de su experiencia. Al despedirme, aún saboreo una frase suya: "Amo la vida, el trabajo, a mi mujer y mis descendientes, pero sobre todo amo la búsqueda de la perfección y de la belleza..."