LA REVOLUCIÓN DE LOS KILOS
Publicado en
septiembre 21, 2014
Desde que apareció Twiggy, la modelo anoréxica y superflaca de los 60, las mujeres consideradas las más bellas y sensuales se convirtieron en "gordas impresentables". El mundo les dijo adiós a las curvas, a las caderas redondas ¡y adelante a los cuerpos planos! Pero hoy, hay unos cambios en el horizonte...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Algo hay que hacer con este asunto de los kilos, los no kilos, mejor dicho. Las mujeres que caminan por el planeta son miles de millones, cerca de tres mil millones, las modelos peso mosca, flacas como alambres, blancas, enfermizas, como Kate Moss, son ocho, lo cual indica que aquí hay algo malpensado, que no funciona y que no es nada de justo. Sin embargo, anda a comprarte un bonito par de pantalones en El Corte Inglés de Madrid, por ejemplo, y verás como cualquier pantalón de buena firma será un tubo largo que se hizo pensando en las piernas de gacela de una de las ocho modelos top y no en las piernitas un tanto regordetas y nada de tan largas de dos millones de españolas...
La inefable Domitila compró un boleto para la lotería nacional en la plaza mayor de Segovia, junto al acueducto, y se ganó un premio de los gordos. Lo primero que hizo fue renunciar al trabajo en el palacete de una duquesa en la calle Velásquez y lo segundo fue partir al Corte Inglés de La Castellana y comprar uno de esos pantalones de diseñadores famosos que siempre quiso tener.
—Quiero el más caro de todos —le dijo a una encantadora dependienta que la miró con cara de asombro.
—Pues, bueno, entonces lleve éste que vale dos millones de pesetas.
La Domitila se lo probó y... ¿cómo se te ocurre que ella iba a entrar en ese tubo...? El pantalón medía dos metros de largo y era angostísimo, como para la pata de una jirafa saliendo de una dieta para adelgazar.
—¿Y esto, qué es?
—Bueno, es un pantalón de marca, ¿no lo ve?
—Lo veo, pero esto no le cabe a nadie humano —se quejó la Domitila.
—Es que ha sido fabricado para un desfile de modas —dijo la dependienta.
Claro, las modelos top, esas ocho, son muy lindas, qué duda cabe, pero no comen, ni duermen, ni se casan, ni tienen hijos, ni trabajan en una oficina de dos por dos, ni tienen que aguantar a un marido. Ni siquiera tienen amantes y no toman sol para que no se les arrugue la piel. Viven en un mundo de mentira, apanicadas de los kilos y con el alma ulcerada ante la perspectiva de cumplir años y envejecer como todo el mundo.
Ayer estuve mirando un desfile de ellas en la televisión española y palabra que si cualquiera de esas mujeres sale a la calle con aquellos vestidos, que no son vestidos en realidad, sino una especie de trapitos que dejan al aire todo menos aquello, las toman presas. Es cierto que ahora está de moda andar desnuda, en las playas españolas casi no se ven trajes de baño como los de antes, pero ¿esos trapitos son los trajes que los diseñadores pretenden que nos pongamos las mujeres comunes y corrientes, para que llegue un guardia civil con su palo de goma y nos meta al chucho por andar mostrando las vergüenzas?
Lo otro es que nadie tiene el cuerpo como para ponerse aquellos pañuelitos de gasa que hoy llaman "traje de primavera". Porque las mujeres normales, comunes y corrientes no tienen ese cuerpo. Pero, claro, hoy Jayne Mansfield, Gina Lollobrigida y Kim Novak serían vistas como unas "gordas" impresentables... Fueron las mujeres más bellas del siglo XX, pero a partir de la anoréxica Twiggy (la modelo inglesa que revolucionó los kilos por allá por los años 60), han pasado a la categoría de "gordas impresentables".
En los años 60 se revolucionó el mundo occidental y particularmente el mundo americano. La mujer salió de la cocina y pasó a integrar de forma masiva el ámbito laboral masculino. Se le abrieron las puertas universitarias. Los "talibanes" de aquella época —que también los había, no tan frenéticos como los de hoy, pero los había— comenzaron a ser malmirados y criticados en todos los ambientes. Las píldoras anticonceptivas reinaron en las farmacias. Los hippies predicaron el amor y no la guerra, y repartieron flores. La música dio cuenta del frenesí de los tiempos y fue acogida por jóvenes y adultos. Pero la revolución más grande fue la de los kilos. Adiós curvas. Adiós caderas redondas. Adiós pechos lindos, lechosos, grandes, sanos y robustos. Adiós piernas un tanto gruesas en la parte de los muslos. Adelante los cuerpos planos como tablas, de hombros puntiagudos, caderas de dios griego, piernas eternas, flacura en la mirada, flacura en los ojos, flacura en todas partes. Y lo curioso es que de aquello han pasado casi 40 años y seguimos más o menos en lo mismo. Sin embargo, no todo son malas noticias. Hay cambios en el horizonte.
Después de El Corte Inglés, la Domitila, bastante molesta porque ese día no encontró ni un pantalón de marca que le cupiera, decidió pasar un rato en el museo del Prado. Se detuvo horas frente a los maravillosos cuadros de Rubens, esas mujeres preciosas, gordas, con sus formas tan redondas y perfectas, tan llenas de carne, rosadas y bellas, y esos angelitos de comérselos también eran gordos, y esas madonas, dándole de mamar a sus hijos, gordas igualmente, y tan bonitas, sensuales...
Un andaluz que visitaba el museo se detuvo a su lado y se quedó pasmado con el espectáculo de la Domi contemplando, alucinada, los cuadros de Rubens.
—E usté má bonita que la Virgen de la Macarena —le dijo al oído.
—Pero me gustaría ser más flaca —dijo la Domitila.
—¿Y pá qué quiere ser flaca mi reina? Mire que así como está de lo má buena. Mire, mi reinita, a lo hombre, lo verdadero hombre como yo, no lo gansullo colipato que anda por el mundo, a los verdaro hombre como yo, nos gusta la mujé así, gordita, que haiga donde agarrarse, que se note que é mujé... porque si no se nota que é mujé, ¿para qué sirve?
La Domitila se dio vuelta y vio a un hombre moreno, de ojos pardos, mucho cabello retinto, parecido a Federico García Lorca. Y lo que vio le gustó.
—¿Así que usted no me encuentra demasiado gorda?
—¡Por la Virgen de Santa Clara, mi reina! Qué va a sé gorda usté.
Tímidamente comienza a asomar la revolución al revés. Hoy, se acepta que la gordura, después de todo, no deja de ser hermosa. Muchas mujeres se han dado cuenta, además —la Domitila entre ellas— que el mundo está lleno de hombres que no son admiradores de las tablas, que los pechos siguen siendo un símbolo de belleza femenina, que las caderas redondas le siguen gustando a medio mundo.
Hay actrices de cine que dan la pauta en este sentido y todo hace indicar que no se debe esperar a que las modelos top se rebelen y empiecen a comer chocolates por kilos y hartarse de tartas de crema, para que la humanidad regrese a su "kilaje" históricamente considerado como normal. Porque, para qué estamos con cuentos, si para verse bien hay que pasar hambre, quiere decir que algo anda mal en esa ecuación. Si para verse bien hay que pasar a dieta para adelgazar, significa que algo no funciona como es debido. Después de los 40 años todas las mujeres ganan peso, vayan o no vayan al gimnasio, y aunque hagan el amor cuatro veces al día. Esto ya se está entendiendo e incluso hay algunos diseñadores que comienzan a ver la luz. La nueva modelo top inglesa, Sophie Dahl, pasea su talla 44 por las pasarelas de las grandes capitales europeas con mucho orgullo y es tanto más bella que tablas anoréxicas que intentan competir con ella. Y en el mundo del espectáculo también se imponen los kilos de más. Prueba de ello es Roseanne Barr, la conductora de uno de los programas de televisión más populares de los Estados Unidos. Hoy, hay mujeres con algunos kilos de más en todos los estamentos de la vida pública y privada. Y muy felices. Se las ve en política, en la empresa, en los medios de comunicación.
Lo cierto es que el mundo no está hecho de ninguno de los dos extremos, ni de gordas que pesan cientos de kilos ni de modelos que lucen sus huesos en las pasarelas y en las portadas de las revistas, sino de personas normales que aspiran a vivir una existencia lo más sana posible, sin la tiranía de los kilos ni las imposiciones de los medios de comunicación de masas.
ILUSTRACION: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, NOVIEMBRE 27 DEL 2001