HOMBRE DE ACCIÓN EN COLOMBIA
Publicado en
septiembre 14, 2014
Carlos Lleras Restrepo
Con la firme determinación de mejorar la suerte de sus 20 millones de compatriotas, el presidente Carlos Lleras Restrepo ha lanzado un huracán de reformas sociales contra la tradición iberoamericana... y ha triunfado.
Por Scott y Kathleen Seegers (Condensado de "El Tiempo", Bogotá).
PARA todos los colombianos la situación parecía muy grave un día de junio de 1967. En Bogotá los estudiantes amotinados habían quemado dos autobuses frente a la Universidad Nacional, y habían apedreado y arrojado bombas incendiarias a los automovilistas que no obedecían sus órdenes. Se oían tiros dentro de la Ciudad Universitaria, y hombres armados, evidentemente mayores que la mayoría de los estudiantes, habían empezado a aparecer allí: amenazantes recuerdos de que los motines universitarios han sido más de una vez el principio del derrocamiento de un gobierno.
Era claro que el presidente de la República, Carlos Lleras Restrepo, que había tratado en vano de llegar a un acuerdo amistoso con los estudiantes, tenía que hacer algo. Llamó al ministro de Educación y a los jefes del Ejército y de la policía, y les dio instrucciones precisas. Al poco rato una fila de carros blindados y tanques entraban en la Ciudad Universitaria para proteger a la policía, que penetró en todos los edificios para decomisar armas y municiones. La radio y los periódicos anunciaron que toda falta a clase por motivo de huelga o boicoteo se contaría como tres faltas. Toda una semana de faltas aseguraba la pérdida del semestre. La violencia se castigaría con arresto del estudiante, y la agitación en la universidad sería motivo de expulsión. Lleras violó así la tradicional inmunidad universitaria —desesperado riesgo político en Iberoamérica— y se salió con la suya.
La revuelta terminó, y un mes después una encuesta universitaria nacional mostró que el 80 por ciento de los estudiantes aprobaban la actitud del Presidente al valerse del Ejército para acabar con la violencia estudiantil.
TODOS LOS TOROS A LA VEZ
Este episodio no fue sino otra molesta interrupción en su esfuerzo para elevar la calidad de la vida de veinte millones de colombianos. Otras muchas veces durante su gobierno ha tenido que burlar o desafiar abiertamente adversarios tan formidables como los sindicatos obreros, el alto mando del Ejército, su propio Congreso, la Iglesia católica. En todos los casos, las dificultades han tenido su origen en el conflicto entre las tradiciones establecidas, o los intereses creados, y alguna parte del programa de Lleras, cuidadosamente pensado para el progreso. Y en todos los casos Lleras ha salido triunfante.
Así, cuando este presidente liberal deje el gobierno, en agosto de este año, entregará a su sucesor conservador una economía vigorosa en que el ritmo de la inflación se ha reducido notablemente (de un promedio de 16 por ciento al año a seis por ciento, poco más o menos), un buen superávit fiscal, una constitución fortalecida, más caminos y escuelas, mayor producción industrial y una administración modernizada en la cual a todos los empleados públicos, desde los miembros del Congreso hasta los porteros, les descuentan el día cuando faltan.
El hombre que ha hecho todo esto es pequeño de cuerpo, pero posee una energía que parece ilimitada. Su expresión benigna, tras unos anteojos de aros gruesos, no da idea de su carácter indomable ni de la mente de computadora electrónica que devora los hechos a una velocidad desconcertante y luego los utiliza en forma práctica.
Cuando tomó posesión de la presidencia, en agosto de 1966, cuatro años de gastos desordenados habían sumido a la nación en deudas hasta las orejas. El precio del café, principal producto de exportación de Colombia, había bajado; la inflación estaba acabando con los ahorros. Un aumento de la población a razón de 3,4 por ciento anual entorpecía los programas de educación, salud y bienestar, y los capitales que pudieran estar creando empleos, huían del país. El Fondo Monetario Internacional —fuente mundial de prudencia económica y de oro— insistía en que se devaluara el peso colombiano. Lleras era "como un torero que debe torear todos sus toros a la vez", según dijo el comentarista de un periódico.
APRETARSE EL CINTURON
Con el estado de sitio heredado de su antecesor, le habría sido fácil hacer caso omiso del Congreso y dictar él las leyes. Sin embargo, esto no habría estado de acuerdo con el temperamento de un hombre que cree apasionadamente en el gobierno representativo. El Presidente solicitó la aprobación del Congreso para un sinnúmero de medidas económicas destinadas a hacer frente a la crisis. Para esto se necesitaba tiempo y discusión, pero Lleras, el economista, había estudiado bien la lección. Su irrefutable matemática convenció al Congreso.
A la exigencia de devaluación del peso planteada por el Fondo Monetario Internacional, Lleras opuso un rotundo "no", corriendo un gran riesgo con su negativa. Tan grande es el prestigio del Fondo, que oponerse a sus edictos suele equivaler a cerrarse uno mismo las puertas del crédito. Pero Lleras confiaba en que Colombia podría salvarse, si se apretaba el cinturón.
Apretarse el cinturón duele. Aunque las tarifas del impuesto a la renta no se aumentaron, con implacable rigor y cobranzas computadorizadas se extrajo al atribulado pueblo colombiano 770 millones de pesos adicionales. El primer impuesto a las ventas en el país produjo otros 682 millones. Un impuesto a la gasolina dio 600 millones más. Lleras estableció el control de precios para artículos de primera necesidad, como víveres, y para los arrendamientos, y fijó un tope de ocho por ciento para los aumentos de salarios. Todas las importaciones no esenciales quedaron prohibidas.
Pocos presidentes elegidos han golpeado tan duramente a sus conciudadanos y han sobrevivido políticamente; pero Lleras comunica su propia e ilimitada confianza, ya sea en las conversaciones privadas, ya en sus charlas por televisión, en las cuales explica al pueblo de todo el país qué es lo que está haciendo y por qué. Lentamente el ritmo de la inflación empezó a disminuir, Colombia pagó su deuda exterior, con lo cual apaciguó al Fondo Monetario, y el crédito internacional mejoró.
Dominar la emergencia fiscal habría sido una empresa titánica para cualquier otra persona, pero Lleras acometió simultáneamente otros problemas de largo alcance, comunes a la mayor parte de Iberoamérica:
• Economía de monocultivo. La única manera de reducir la dependencia de Colombia respecto a las divisas obtenidas del café, era fomentar las otras exportaciones. Con este fin, Lleras ofreció a los posibles productores la colaboración del gobierno, incentivos tributarios y subvenciones. El plan tuvo éxito. Las exportaciones de algodón subieron de 2,1 millones de dólares en 1966 a 36 millones en 1969; las sustancias químicas exportadas pasaron de tres millones a 20 millones. Las telas, el ganado, la madera, el azúcar, los muebles, el cemento, los minerales, el vidrio, el cuero y muchos otros artículos empezaron a salir al exterior en cantidades crecientes. La meta de Lleras son las denominadas "exportaciones menores", cuya suma debe igualar los 350 millones de dólares producidos por el café. Y empieza a parecer que se alcanzará esa meta cuando el Presidente deje el cargo.
El Instituto de Fomento Industrial, fundado por Lleras en 1940, suministra capital y asistencia técnica para impulsar nuevas industrias. A medida que las empresas pueden sostenerse por sí mismas, el Instituto vende sus acciones y así retira su capital para invertirlo en otras industrias. Para fines de 1968 su cartera había llegado a 814 millones de pesos invertidos en diversas industrias productivas, desde el nilón hasta vagones de ferrocarril.
• Reforma agraria. Para mejorar la posición de los campesinos, Lleras estableció el Instituto Colombiano de la Reforma Agraria, entidad autónoma al frente de la cual puso a entusiastas y jóvenes especialistas. El Instituto tiene facultades para obligar a cualquier propietario a vender una parte de su propiedad que esté inadecuadamente explotada, y para confiscar sin pago alguno tierra que haya estado sin utilización durante 10 años o más. Sin embargo, a la mayor parte de las familias campesinas reasentadas se les ha dado título de propiedad de parcelas de terrenos baldíos que nunca fueron de propiedad privada. Los campesinos compran la tierra con grandes facilidades; además, reciben ayuda para construir sus propias casas, crédito para comprar lo que necesitan, admisión en un servicio cooperativo de mercadeo y un fondo común de maquinaria agrícola.
El programa del Instituto es tan bueno que recibió el primer empréstito para reforma agraria hecho por el Banco Mundial. Se calcula que 200.000 familias colombianas viven en parcelas demasiado pequeñas para que les proporcionen su sostenimiento, y se tiene la esperanza de que para agosto entrante la mayor parte de ellas estén ya establecidas en tierras adecuadas.
• Salud, educación y bienestar. Para educar a la ola creciente de niños (casi la mitad de la población colombiana tiene menos de 15 años) Lleras puso en práctica un programa de Acción Comunal, en que el gobierno aporta los materiales y la dirección, mientras que los hombres de la comunidad construyen las escuelas. La Acción Comunal atiende también a la construcción de puestos rurales de salud, sistemas de alcantarillado, pozos y otros servicios indispensables para el vecindario.
Todavía el panorama de salud y sanidad continúa siendo deprimente. En 1969 se instalaron 176 acueductos, pero cerca de ocho millones de habitantes tendrán que seguir abasteciéndose con agua de los ríos, sin tratamiento, hasta que haya suficiente dinero para atender a todas las necesidades. Y aunque el número de médicos, servicios y camas de hospital aumenta constantemente, la explosión demográfica sobrepasa esos aumentos. El ministro de Salud, Antonio Ordóñez, cita las estadísticas de la desesperación con familiaridad: "Una nación de 20 millones de habitantes con 9000 médicos, de los cuales sólo 10 por ciento sirven las poblaciones de menos de 20.000 habitantes, que constituyen el 64 por ciento de la población total".
Sin dejarse abatir por tales cifras, Ordóñez, con el apoyo de Lleras, emplea lo que él llama técnicas de supervivencia. En las aldeas dispersas sobre la arrugada topografía de Colombia, funcionarios del Ministerio de Salud buscan muchachas solteras, entre los 15 y los 25 años de edad, que por su carácter sean dirigentes naturales, y durante dos meses les dan adiestramiento en el hospital más cercano. Allí aprenden a construir una letrina sanitaria, a administrar primeros auxilios, a dar remedios para las enfermedades más comunes. Se les procura material médico, pero trabajan sin sueldo, a cambio sólo del orgullo y el prestigio de su labor. Estas "promotoras rurales de salud" están trabajando actualmente en unas 2000 comunidades aisladas. Al mismo tiempo, los destructores de la Marina colombiana, con personal de Sanidad a bordo, patrullan periódicamente los grandes ríos que enlazan las regiones selváticas del país.
En todos sus puestos de salud, hospitales públicos y clínicas, y en centros especiales, el gobierno da instrucciones sobre planificación familiar a las mujeres que lo soliciten, a pesar de la oposición de la Iglesia católica. Cuando los obispos colombianos exigieron que se suspendiera tal práctica, Ordóñez habló por Lleras: "Es una necesidad de la democracia dar información sobre planificación familiar, porque está integrada con el cuidado de la madre y el niño".
• Reforma gubernamental. Los momentos más peligrosos del régimen de Lleras los ha provocado su gran número de reformas constitucionales. Fue elegido de acuerdo con un pacto político suscrito en 1957 entre los dos partidos en pugna, el liberal y el conservador, para poner fin a un decenio de violencia en que se calcula que perecieron 200.000 personas. Este pacto, que el propio Lleras ayudó a formar, dispuso que cada cuatro años, hasta 1974, alternarían en el poder presidentes liberales y conservadores; que el Congreso y el gabinete se dividirían por igual entre los dos partidos; y que se necesitaría una mayoría de dos terceras partes para aprobar cualquier ley en el Congreso.
Aunque esta última regla contribuyó a restablecer la unidad nacional, también hizo poco menos que imposible toda legislación significativa. Por consiguiente, en sus reformas Lleras pidió un cambio que permitiera aprobar leyes por simple mayoría. Además, estipuló que toda ley de apropiaciones tendría origen en la rama ejecutiva, con lo cual se ponía fin a la tradicional y amada institución política de aprobar en el Congreso leyes de auxilios para todas sus secciones.
El Congreso estalló. Durante varias semanas Lleras conferenció, discutió, invocó la lógica, aduló y negoció. Por fin se jugó la última carta: "Aquí está mi renuncia", dijo al Congreso. "O aprueban la reforma, o me retiro". La reforma fue aprobada. Y cuando el comandante del Ejército, general Guillermo Pinzón Caicedo, publicó un artículo en que criticaba el nuevo orden que ponía el sacrosanto presupuesto del Ejército bajo control civil, Lleras lo destituyó al punto.
ARQUITECTO DEL PROGRESO
Carlos Lleras nació en 1908, sexto hijo de un bacteriólogo de fama internacional, y a pesar de ser tan pequeño fue siempre pugnaz. En el colegio formó parte del equipo de boxeo como peso pluma. En la Universidad Nacional fue líder estudiantil y empezó a intervenir en política desde muy joven, aun antes de recibirse de abogado. En 1952, durante los años terribles de "la Violencia", turbamultas frenéticas saquearon e incendiaron la residencia del ex presidente López, las oficinas de los periódicos liberales y la casa del abogado y político Carlos Lleras, quien tuvo que huir con su familia y asilarse en México. En 1954, al amparo de una amnistía política, regresó a Colombia, volvió al frente del partido liberal, y fundó la Sociedad Económica de Amigos del País. Los 26 miembros iniciales, todos liberales, eran jóvenes muy bien calificados en economía e ingeniería, y todos dedicados a restablecer en Colombia la democracia y el progreso material.
Cuando Lleras tomó posesión de la presidencia en 1966, confió mayormente en estos técnicos —que entonces llegaban ya a 300— para dirigir los ministerios e institutos autónomos especializados. El programa estaba completo y el equipo listo para empezar a trabajar.
Sin duda este hecho es uno de los secretos que explican el sorprendente progreso de Colombia en los últimos cuatro años. Sin embargo, poco se habría podido realizar sin la fantástica capacidad del propio Lleras para el trabajo y la organización, y su habilidad política. Es hombre que trabaja 20 horas diarias, desde las cinco de la mañana hasta pasada la medianoche. En un tiempo fumaba constantemente, pero hace siete años dejó súbitamente el cigarrillo... y bebió el último highball la víspera de su toma de posesión.
Una prueba notable de su vigor la dio el año pasado, cuando estuvo encerrado con 18 descontentos líderes obreros que amenazaban con una huelga general. Después de 26 horas de discusión continua y de explicaciones, Lleras dictó un memorando sobre los puntos que aún quedaban por resolver. "Hasta aquí va el gobierno", les dijo. "Ustedes pueden aceptar o declarar la huelga". Cuatro horas después, los líderes obreros accedieron.
DEBIL PROTESTA
A la hora de la verdad, Lleras está seguro de que el pueblo lo apoyará. En el avión oficial, un antiguo DC-4, viaja a grandes distancias y muy frecuentemente, para visitar poblaciones a donde jamás había llegado antes un presidente de Colombia. Sin guardaespaldas se mezcla alegremente entre las multitudes más compactas, estrechando manos, recibiendo abrazos, exhortando al pueblo a vigilar siempre al gobierno. "Ustedes no pueden tener un buen gobierno a menos que trabajen por él", dijo una vez a un grupo de ciudadanos. "Tomen parte en las asociaciones cívicas de su vecindad. Voten siempre y ¡fíjense mucho a quién eligen!"
Misael Pastrana Borrero, el candidato conservador que es el más probable sucesor de Lleras en agosto, entrará a dirigir una empresa en marcha. Además, ya ha declarado que su intención es continuar el progreso de Colombia en las mismas líneas generales establecidas por su antecesor. Pero, sea cualquiera la suerte que corra el país durante los próximos cuatro años, Lleras podrá volver a ser candidato a la presidencia en 1974. Sólo protesta débilmente cuando se le insinúa que podría volver a ese alto cargo. Un observador dice: "Si Carlos Lleras se retirara de la política, se moriría. Y con él moriría también lo mejor de la política colombiana".