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septiembre 30, 2014
Dama de mis recuerdos, 1.15 x 1.15, acrílico sobre tela.
Foto Paul Marggraff.
Correspondiente a la edición de Noviembre de 1990
Por Hernán Rodríguez Castelo.
Edgar Reascos (Ibarra, 1943) ha sido, desde hace ya bastantes años, constante animador de salones nacionales. Desde 1978, creo, cuando estuvo en el II Concurso Nacional de Artes Plásticas del Banco Central.
Para ese Salón el pintor imbabureño mostraba ya rasgos de lo que sería su expresión visual característica, aunque había mucho también que no era por el momento sino vago proyecto, nebulosa "poética", ensayo de soluciones. Nebulosa "poética"... Los títulos, por ejemplo —De entre estos viajeros prestados a la vida los cien hijos de hoy alimentarán mil, mañana y Mujer fecunda, ésta nuestra tierra que parió sin dolores toda la belleza de la pena y la alegría— trazumaban "literatura" y "ansia de mensaje". Los rasgos de estilo que sobrevivirían eran la tendencia a un mundo de figuritas abigarradas, netamente delineadas; el color vivo; la textura fuerte. La morfología tenía algo de infantil, pero aún más de indeciso.
Al año siguiente, para el III Salón del Banco, ha acortado los títulos (reconociendo que el contenido y elaboración intelectual hay que dejárselo al espectador, en su diálogo con la pintura misma) y el microcosmos de la tela se ha abigarrado aún más. Pero ganando en composición y ritmos. En Raza de barro, los cabellos de los pequeños muñecos son largos trazos claros que cumplen la misión de acentuar ritmos en el conjunto variopinto y festivo. Secreto dorado era, a más de abigarrado, complejo. Reascos amaría siempre afrontar la complejidad en su pintura.
Yo no vi lo que Reascos expuso en los años siguientes en Ambato y Cuenca. Me llegó tan solo la noticia de que tuvo distinciones en esos Salones: en 1980, primer premio en el Luis A. Martínez de Ambato y segundo en el Salón Nacional cuencano; en 1981 tercer premio en el Salón cuencano, mención en el ambateño y mención en el Salón de Julio, en Guayaquil. Elpintor se imponía, sin duda, en la opinión pública nacional.
En 1983 doy otra vez con obra de Reascos. En el Salón del Premio de París —el de más codiciado premio para gente joven: el soñado viaje a París—. Hay algo nuevo entonces: su Olor de amor era ambiciosa búsqueda de realismo mágico.
En 1984, en el Salón de Octubre de Guayaquil, que en ese año fue la I Bienal Nacional de Dibujo, hallo una pequeña pieza fascinante, de esas que nos gustaría tener en nuestra colección de lo mejor del dibujo nacional. Y veo al pie la extraña firma, ya conocida de ese triángulo con la cruz inscrita, con algo de sello cabalístico: Reascos. Cuando hice una nota sobre tan interesante Salón, escribí: "Y hay en el Salón muchos grados de calidad. ¡Qué finos los dos dibujos de línea blanca sobre cartulina negra y ritmos libres de barroco mestizo de Edgar Reascos!".
El rey y la esclava, 1.15 x 1.15, acrílico sobre tela.
O sea que Reascos era, también, excelente dibujante.
Y la línea se afirmaba: barroco mestizo. Más tarde habría de añadir una tercera palabra a fórmula que sonaba feliz. Acaso dos...
Imposible seguir al inquieto artista por tantos Salones. Recuerdo haberlo hallado en los Mariano Aguilera del 84, 85 y 86.
Del Salón del 84, bastante pobre, escribí que sólo rescataba —además del excelente premio: Jorge Chalco— cosas de Napoleón Paredes, Niaupari, Siegrist, Carbonell, Valdez, Guachilema, Fernández y Reascos, quien, por lo que se ve, quedaba en buena compañía. Su Y el hombre creó a Dios era chagaliano, pero con su estilo propio y enraizado en nuestro subsuelo mágico. Rico de color y materia, con dibujo tratado con el delineado inciso impuesto como técnica por Gilberto Almeida —el maestro que tenía sus reales muy cerca de Ibarra—. (Y el otro cuadro de Reascos era almeidano no sólo por la técnica).
En el Mariano Aguilera del 85 las dos obras de Reascos son ya de lo que más nítidamente se destaca en un Salón otra vez mediocre. Acaso le gana el codiciado premio Carlos Rosero por estar más en la onda: en ese neoexpresionismo que llegaba como amortiguado oleaje de las estridencias europeas de los "nuevos salvajes". Lo de Reascos era tan distinto que difícilmente habría podido pelearle el premio al distinguido monstruista. Lo de Reascos era mágico y mestizo. Curaca de cielo verde: nuevo enriquecimiento de su visión mágica del mundo; ahora con lirismo. Un mundo apretado de cosas que adquirían nuevos significados al entrar en la órbita del viejo curaca, sacerdote de la noche. Color sombrío para una imagen con algo de ominoso. Aparentadores del gesto ajeno era aun mejor. También abigarrado de elementos; esta vez para dar la imagen de la complejidad del mundo que denunciaba. Aquí la clave del juego eran máscaras. Pero nada era obvio y menos que nada, el color: rico, pero severo; denso trabajo cromático, con un violeta dominante.
Vuelve a tener presencia destacada en el Mariano Aguilera del año siguiente. Otra vez su dibujo fantástico y abigarrado; pero ahora con especial dejo irónico. Mágico, irónico y lúdico (lúdico por unos chispeantes toques de rojo y los grandes ojos blancos de pupila negra), en el alegre e imaginativo aquelarre de El infierno de los justos. Con fino lirismo y gracia para la parodia en la escena de Sed de las auroras. En este Salón, pues, había una novedad: una ironía ya antes insinuada ocurría como catalizador de la cosmovisión mestiza del artista.
Reina triste, 1.15 x 1.15, acrílico sobre tela.
Se había movido hasta ahora Reascos en una dirección: por entre territorios de magia y juego; lo uno y lo otro acudiendo por formas a las canteras del arte popular y por ciertas soluciones a habilidades de la artesanía artística. Con ese bagaje multiplicaba criaturas con meticulosa y barroca línea.
No estaba en la línea lo que presentó en la Prebienal de Cuenca y fue elegido para la Bienal. Eran, al parecer, dos piezas de una serie: Hijos del sol rojo e Hijos del sol amarillo. Las dos telas tenían el dibujo abigarrado característico del artista: cabecitas como de muñecos, cenefas de diseños textiles. Pero eran ahora solo aditamentos ornamentales de grandes cabezas indias. Se había perdido ingenuidad y frescura para el juego; se había perdido magia. Y no se lograba compensar las pérdidas ni con concepto ni con una creación visual unitaria vigorosa. Las grandes telas aquellas tenían algo de discursivo, algo de ilustración. Sugerían un momento de perplejidad del artista, al tratar de hacer algo que fuese más "importante" en su expresión del ser mestizo e indio.
Y Reascos volvió a estar en la II Bienal cuencana. Y volvió con algo diferente, que significaba superación del desvío de los Hijos del sol y hallazgo de una espléndida solución compositiva para su abigarrado mundo mágico y lúdico. Mensaje solar, en fastuosos grises y ocres —fondo— y rojos —figuras—, era un calendario solar —un delicioso sol al centro—, con celdillas radiales de libre trazo alojando figurinas con toda la gracia del arte infantil y popular y, dentro de su fresca ingenuidad, con valor sígnico. Mensaje lunar era el contrapunto visual: en grises; las celdillas horizontales; y la imaginería alojada en ellas otra vez entre infantil y popular, entre lúdica y mágica, al borde de lo sígnico.
Yo siento a Reascos al borde de hacer gran pintura —entiéndase de hacerla grande sostenidamente, sin baches de consideración, porque, que hace gran pintura, la hace: lo de la II Bienal de Cuenca lo era—. Están todas las condiciones dadas.
Ha ocupado un espacio rico de posibilidades, muy americano. Espacio en territorios de lo maravilloso americano y de todos los primores del arte popular y las más encaprichadas artesanías, con cuanto en uno y otras hay de lúdico y fantasioso.
Ha forjado una técnica propia, segura, muy acomodada a la realización pictórica de todos esos materiales: texturas ricas, dibujo inciso.
Ha llegado a una cromática propia y rica, enraizada en la cromática mestiza de artes populares y artesanías, y refinada con saberes artísticos.
Negrablanca, 1.30 x 0.97, acrílico sobre tela.
Y su retórica, a tono con los territorios en que ha plantado campamento y con la visión del mundo propia de lo mágico y lo popular, es de un barroco mestizo.
Podemos completar ahora la fórmula. A barroco mestizo añadimos "mágico". Y algo más. Para lo cual, lamentablemente, no tenemos una sola palabra: "enraizado en el arte popular".
Ese es, ha sido y debe ser el aporte de Reascos a la plástica ecuatoriana contemporánea: barroco mestizo mágico enraizado en el arte popular.