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septiembre 30, 2014
POCO DESPUES de habernos trasladado mi esposa y yo a un vasto edificio de apartamentos, resolví aprovechar la circunstancia de estar alojados en el sexto piso para cumplir mi programa de ejercicios corporales. Diariamente, después del trabajo, solía prescindir del lujo del ascensor y subir trotando por las escaleras. No tardé en darme cuenta de que la americana y la corbata me acaloraban, así que me las quitaba ya en los primeros peldaños y comenzaba a desabotonarme la camisa mientras subía.
Un día, en el tercer piso, me crucé con una pareja de edad madura que se me quedaron mirando con curiosidad. Al pasar yo a su lado, el marido, volviéndose a la esposa, comentó comprensivamente: "Un recién casado".
— F.R.
LOS PROFESIONALES que escriben artículos técnicos tienden a ponerles títulos largos y altisonantes. Un amigo mío, ingeniero en aeronáutica, que había estado trabajando en una obra militar, faltó un día al trabajo y le explicó a su jefe:
—He estado haciendo investigaciones sobre el terreno para un tema que titularé: "La capacidad de supervivencia de objetos volantes en un medio ambiente aero-acuático extremadamente hostil".
Su superior quedó muy complacido... hasta que se enteró de que el ingeniero había estado cazando patos.
— L.C.D.
SABIENDO que teníamos gran interés por la egiptología, un amigo nos regaló un sarcófago diminuto que contenía una momia muy antigua. El egiptólogo de un museo cercano nos informó que aquel sarcófago tenía 2000 años de antigüedad. Añadió que algunos de tales exvotos contenían animalitos momificados, mientras que otros sólo tenían simples atados de ramas envueltos en tela.
Como nuestra momia era demasiado quebradiza para desenvolverla, resolvimos hacerle una radiografía. La llevamos con ese fin al consultorio de un tocólogo del lugar, a quien le hizo mucha gracia nuestra petición y accedió a cumplir el encargo. Permanecimos en la sala de espera, con varias señoras encinta, aguardando impacientes las noticias del médico. Al poco rato se abrió la puerta del consultorio y salió el tocólogo que, con una sonrisa, nos anunció: "Felicitaciones. ¡Tienen ustedes un cocodrilito!"
—L.D.
EN mi carácter de "entrevistador" de personal en una gran empresa mercantil, debo leer, en el curso de mi trabajo diario, muchas solicitudes de empleo. Usamos un cuestionario uniforme que debe llenar el solicitante, y a menudo las respuestas tienden a ser muy similares. Sin embargo, hace poco un aspirante avispado y emprendedor, salió con un giro nuevo, y el más ingenioso hasta la fecha, en respuesta a la indicación: "Descríbase usted en 25 palabras o menos".
El solicitante puso simplemente: "Conciso".
—R.S.
"¡HAY QUE ver para creer!" exclamó mi marido al entrar en casa el diario de la mañana. Había visto al hijo de nuestros vecinos salir a toda prisa de su casa, extender un par de pantalones en la salida del garaje, y subirse luego al auto. Cuidadosamente el joven echó el vehículo en reversa, haciendo pasar una rueda por encima de uno de los perniles del pantalón. En seguida puso marcha adelante e hizo pasar las llantas sobre el otro pernil. Después entró en su casa, de donde poco después salió vestido con los pantalones recién "planchados", y se metió en el coche, en el que partió con destino a su trabajo.
—M.D.H.
CIERTO individuo de nuestro personal para adiestrar jóvenes en la dirección de boy scouts ha ejercido activamente, y durante muchos años, su cargo de maestro explorador, así como el de consejero de un grupo de boy scouts impedidos. Su dominio de la materia y su afable carácter han hecho de él un instructor eficaz y estimulante.
Como no ha tenido nunca un hijo varón y sí es padre de tres chicas preciosas, a menudo le preguntan a qué se debe que dedique tanto tiempo a la preparación de boy scouts, a lo cual responde sencillamente:
—Yo me juego en esto más que vosotros: mis hijas tendrán que casarse con vuestros hijos.
—D.T.K.
UNA ELEGANTE dama de edad, que lucía un lindo vestido de lino amarillo, subió al autobús. Cuando se acomodó en el asiento frontero al mío, observé que llevaba descorrida la cremallera que debía cerrarle el cuello sobre la nuca. Pensando en mi madre que vive completamente sola, me incliné hacia la señora y le dije cortésmente:
—¿ Quiere usted que le cierre el vestido ?
—¡No, por Dios! —repuso en voz alta y alegre—. ¡En ese caso, tendría que gratificar al portero de mi edificio para que me descorra la cremallera!
—F.D.W.