Publicado en
agosto 10, 2014
Un célebre viajero regresa a la fría ciudadela del comunismo y comprueba que, a pesar de cambios superficiales, en el fondo sigue siendo la misma urbe devorada por el miedo.
Por John Gunther.
Moscú, lleno de contradicciones, de obstinada oposición, de estímulos y amenazadora reserva, es todavía el bastión central del Otro Mundo y el epítome supremo del poderío soviético. Recientemente pasé unas semanas allí; era la quinta vez que visitaba la ciudad en 20 años. De nuevo comprobé la durabilidad, la vitalidad, la inhumana energía y la crueldad de la Unión Soviética, reconcentradas en esta su capital.
Moscú es doblemente una ciudad capital: primeramente, de toda la Unión Soviética y, después, de su principal Estado, la República Socialista Federativa Soviética Rusa. Situada en la confluencia del río Moscovia con el Canal de Moscú, que desemboca en el Volga, la ciudad está edificada en amplios anillos concéntricos en torno al Kremlin. Presenta un aspecto murrio, llano y de color cenizo, salvo el puñado de adornados rascacielos blancos y el extraordinario conjunto central del Kremlin, con la Plaza Roja, donde se alzan el mausoleo de Lenin y, junto a este, la catedral de San Basilio (edificada al parecer con barritas de menta, nabos rayados y cebollas de vivos colores). Una carretera circular, de unos 115 km. de largo, señala los límites de la ciudad, a unos 15 km. del Kremlin. Más allá de los bulevares exteriores hay un cinturón de bosques, semejante al Green Belt de Londres. (En Moscú se plantan 400.000 árboles por año y, según afirman gravemente las estadísticas soviéticas, la urbe tiene 400 parques y jardines, además de 2.500.000 arbustos.)
Yo había efectuado mi última visita a Moscú en 1956, y estaba ansioso de ver los cambios ocurridos. Comencé por hallar una notable mejora en el nivel de vida. Los ciudadanos van mejor vestidos, hay más artículos de consumo en las tiendas (pero no bastantes), y la gente gasta más dinero. Las colas que antes se hacían para adquirir comestibles y otras cosas indispensables han desaparecido casi por completo.
Advertí una curiosa circunstancia respecto a la moneda: varios establecimientos comerciales de propiedad del gobierno venden solamente a quienes pagan con divisas extranjeras. No aceptan rublos. El gobierno necesita dólares, libras esterlinas, francos franceses, etcétera, a fin de acumular los suficientes para adquirir en el extranjero mercaderías que van desde materias primas hasta complicados aparatos electrónicos.
FIEBRE DE CONSTRUCCION
En segundo lugar hallé un impresionante adelanto en materia de alojamientos. El recorrido desde el aeródromo al centro de Moscú resulta sorprendente para quien vuelve después de una ausencia de varios años, porque a ambos lados de las avenidas se suceden sin interrupción grandes conjuntos de apartamentos, en zonas que en 1950 eran en gran parte campo abierto. En toda la ciudad se edifica febrilmente; casi en todas partes se ven grúas amarillas, aun en la periferia de la Plaza Roja. Se hacen esfuerzos para construir viviendas relativamente confortables. Por ejemplo, la mayoría de los apartamentos nuevos tienen la entrada por la parte posterior, a fin de que el ruido del tránsito moleste lo menos posible a los inquilinos. Además, las calles son amplias, y los edificios deben dejar una acera de 7,5 m. por lo menos.
Pero todo esto ofrece un aspecto negativo. La construcción de la mayoría de los nuevos edificios es de mala calidad; las paredes se agrietan o inclinan después de uno o dos años. Los picaportes se desprenden, las bisagras se rompen. Y, no obstante todos los progresos alcanzados, todavía el 40 por ciento de los habitantes de Moscú viven en apartamentos "comunales", es decir, que deben compartir la cocina y el baño con otras familias. La escasez de alojamiento en esta ciudad de 6.500.000 almas (la sexta del mundo en cuanto a población), es tan grave que tres, cuatro o más personas deben hacinarse en dos habitaciones pequeñas. La armonía de los matrimonios está amenazada por la falta de intimidad; y a veces no es posible divorciarse porque las partes no tendrían a dónde ir. Suele ser necesario colgar una manta entre las camas de los cónyuges que se acaban de separar.
También hallé un gran aumento en el tránsito. Moscú ha entrado de lleno en la era del automóvil. Si bien todavía no hay embotellamientos ni es gran problema estacionar el vehículo, ya ruedan unos 300.000 automóviles por la urbe, y el ruido de los motores bien puede mantenernos desvelados en el hotel. Cuando hicimos una excursión a Zagorsk, distante 70 kilómetros de la capital, para ver un célebre monasterio, nuestro coche Volga, de fabricación rusa, tuvo que abrirse camino entre interminables filas de camiones durante todo el recorrido. Y el tránsito de automóviles de pasajeros aumentará pronto en gran proporción, pues hace poco se han firmado convenios con las fábricas Fiat y Renault, de Italia y Francia respectivamente, para manufacturar unos 800.000 vehículos por año. Un buen número de estos se destinará a la capital.
NIEVE Y SILENCIO
Moscú es una ciudad asombrosamente limpia, y el aire es puro porque las autoridades han trasladado a otro lugar o han modernizado algunas de las fábricas más insalubres. El gas llega por tuberías desde Ucrania y el Caucaso, o de Saratov, población que se encuentra en las márgenes del Volga, a 725 kilómetros de distancia. Durante el invierno no menos de 1500 camiones y otros vehículos, juntamente con miles de barrenderos municipales (hombres y mujeres) armados de toscas escobas, retiran de las calles la nieve, a veces abundante. Los moscovitas parecen tener la pasión de cubrir todo para mantenerlo limpio; a los automóviles estacionados los protegen a menudo con una gran lona, y en los aviones soviéticos la mayoría de los pasajeros usan fundas de tela para envolver sus maletas.
La ciudad es silenciosa. Los choferes y automovilistas tienen prohibido tocar las bocinas salvo en casos de urgencia, y jamás se oyen silbatos de agentes de policía ni sirenas de ambulancias. Los aeródromos están situados de tal modo que los aviones no tienen que volar sobre la urbe, y los niños no gritan en las calles. Tal silencio resulta extraño, casi misterioso, porque es esta una ciudad en que abundan las aglomeraciones, así que normalmente se la creería bulliciosa. Hombres y mujeres, rechonchos, macizos, de baja estatura, pululan en las aceras. No hace mucho el ensayista inglés V. S. Pritchett escribió: "Se diría que el ruso solo es un ser inexistente".
Dentro de su sencillez, las calles son interesantes, desde los macizos de tulipanes rojos de los jardines del Kremlin hasta las filas de casas pequeñas de madera de la época revolucionaria que se ven en los aledaños y que parecen de muñecas, con sus adornadas puertas y ventanas pintadas de colores vivos. Hay máquinas vendedoras en todas partes; se obtiene de ellas kvass (una cerveza delgada y amarga), así como un líquido que llaman sencillamente "agua" y que contiene gas carbónico y un jarabe. Ancianos de cabezas nudosas y rasuradas están mirando durante horas enteras los ejemplares de Pravda (el diario oficial soviético) desplegados bajo un vidrio en armazones colocados en las esquinas, y muchedumbres de jóvenes turbulentos se agolpan frente a los puestos donde se despachan caramelos en palito, cerveza y salchichas de Viena (estas, dos en cada pan). Casi en todas partes, incluso en el ferrocarril subterráneo, se venden diversas clases de golosinas heladas.
Más o menos una tercera parte del pueblo moscovita viaja en el subterráneo, el resto en ómnibus, tranvías, taxímetros y automóviles particulares. El subterráneo cuesta cinco copecks. El pasaje en autobús y en el tranvía cuesta de tres a cinco copecks. Generalmente no hay cobradores en los vehículos colectivos; se fía en la honradez individual, y los pasajeros depositan sus monedas en una caja que se encuentra en la parte trasera del autobús, lejos del conductor. Los taxímetros, de los cuales hay 11.000 en Moscú, pertenecen al Estado, y se les puede llamar desde unas 150 casetas telefónicas que se encuentran en las calles exclusivamente para ese propósito.
LA SOCIEDAD SIN CLASES
Cosa extraña, pero son pocos los niños que se ven en las calles de Moscú; van a jardines para párvulos o a las escuelas establecidos por el gobierno, y pasan las vacaciones en campamentos para "pioneros". En sus horas libres juegan en el dvor, que es un patio o jardín. Los dvors de la parte vieja de la urbe son frecuentados también por los abuelos, que hacen las veces de guardianes de los escolares mientras los padres de estos trabajan.
A propósito, a menudo la esposa gana más que el marido y desempeña algún cargo mejor que el de él, pero ello no parece despertar envidias ni resentimientos. Conocí a una mujer que ocupa un puesto importante en el gobierno mientras su cónyuge se gana la vida de tornero. Por otra parte, conozco a un embajador extranjero cuya cocinera moscovita está casada con un abogado ruso; el matrimonio tiene una confortable dacha (casa de campo).
El alcohol constituye todavía un problema, y a últimas fechas se ha agravado. Durante mucho tiempo las autoridades abrigaron la esperanza de que el alcoholismo desaparecería gradualmente. En una sociedad "perfecta" y sin clases, ¿quién podría desear aliviar la tensión nerviosa u olvidar penas recurriendo al alcohol? Pero la venta de vodka (monopolio del gobierno) registró, hace un año o algo así, un 25 por ciento de aumento, después de haberse establecido la semana de cinco días hábiles. (Es de suponer que muchos obreros no hallaron gran cosa que hacer con este aumento de su tiempo libre.) El gobierno urbano mantiene celdas especiales llamadas "depósitos de borrachos", adonde la policía lleva a los ciudadanos que se han excedido en la bebida. Allí reciben una "cura", se les asea y a la mañana siguiente se les deja en libertad, no sin obligarlos antes a pagar una buena multa.
La delincuencia juvenil parece ser problema menos grave que en muchas otras ciudades grandes. Esto, en mi opinión, obedece a dos razones principales. En primer lugar, la escuela es algo que la mayoría de los muchachos toma muy seriamente; los estudios son arduos y no queda tiempo para vagar. Y además los jóvenes pueden formar parte de los Comsomols (organismos comunistas juveniles), que cuentan con 800.000 afiliados en Moscú. Los Comsomols hacen las veces de una milicia urbana voluntaria después de las clases, y colaboran con la policía en la tarea de patrullar las calles.
En Moscú hay comparativamente pocos delitos, aunque yo advertí que mis amigos, al estacionar el automóvil, quitaban con cuidado las cintas de caucho del limpiaparabrisas y las guardaban dentro del vehículo antes de cerrarlo. Me dijeron que a la policía urbana se le asigna menos de un décimo del uno por ciento del presupuesto local. Para una persona normal la seguridad es completa; cualquiera puede transitar por cualquier parte durante la noche sin riesgo.
EL PRIMERO DE MAYO
Llegamos a Moscú justamente a tiempo para presenciar la celebración del primero de mayo. Es un espectáculo que figura entre los más formidables del mundo. Mi esposa y yo tuvimos que pasar siete inspecciones de la policía en el recorrido de 50 metros que nos separaba de la gradería donde se nos había reservado lugar. La ceremonia comenzó exactamente a las 10 de la mañana de un claro día de sol; un viento fresco hacía flamear las innumerables banderas.
Después de un discurso pronunciado por el ministro soviético de la Defensa, mariscal Andrei Grechko, dio principio el desfile, encabezado por varios generales. La mayoría de ellos eran tan gordos que parecía imposible que pudieran marchar tan vivamente. A continuación pasaron unos 30 diferentes cuerpos militares soviéticos, y por último hicieron su aparición los vehículos que transportaban las armas nuevas, los gigantescos cohetes plateados semejantes a gruesos lápices.
Tocó entonces el turno a interminables delegaciones de civiles. A las 4 de la tarde aún continuaba el gigantesco desfile y, no obstante, la multitud seguía siendo enorme. Como siempre, el espectáculo tenía por fin demostrar el poderío soviético... y así dar a los ciudadanos una confianza sicológica en la pujanza de los recursos bélicos de la nación, de sus soldados y armamentos.
Casi invariablemente la primera pregunta que se le hace a una persona que regresa de Moscú es: "¿Lo siguieron a usted?" Pero resulta difícil contestar a esto categóricamente. Rusia es un país notoriamente complicado; hay varias réplicas negativas para cada afirmación, así como las correspondientes afirmativas para toda negación. En las fronteras casi nunca abren o miran las maletas del viajero, pero, ciertamente, mi correspondencia era revisada, y con gran torpeza, por añadidura. Quizá había micrófonos en nuestra habitación; tal vez no.
Todavía no es fácil para los extranjeros intimar con los ciudadanos rusos, no porque les falte a estos cordialidad, sino pórque el gobierno hace lo posible para evitar o reducir a un mínimo el contacto con personas venidas de otros países. La mayoría de los moscovitas todavía parecen temer que los vean demasiado a menudo con forasteros.
GUERRA FRIA, PAZ FRIA
Es menester recordar que Moscú es todavía la capital de una sociedad cerrada. Aún perdura funestamente en el corazón de casi todo ciudadano ruso un miedo atávico de la policía secreta, de los campos de concentración, de los trabajos forzados en Siberia. Moscú quizá pueda resultar apasionante. Es una urbe laboriosa, creadora, durable, pujante, pero comparada con otras ciudades es todavía una especie de autómata, muy reglamentada. En último análisis, lo que predomina en ella es el miedo, y su principal característica continúa siendo la falta de libertad.