EL DELICADO ARTE DE LA IKEBANA
Publicado en
agosto 10, 2014
"Amanecer del Día de Año Nuevo" es el título de este moderno arreglo, compuesto de enebro, piña, col y hierbas coloreadas. La piña y la col significan esperanza de prosperidad; los otros materiales hablan de un crecimiento eterno. Escuela Ikenobo.
En el arreglo de flores, de ramas, hierbas y capullos, los japoneses han encontrado mil formas de expresar lo que no es posible decir con palabras.
Por George Kent.
EL ARREGLO de las flores ha variado enormemente desde los días en que nuestras abuelas se limitaban a cortar sus rosas y zinias y a ponerlas en un jarrón. En la actualidad, gracias en gran parte a la influencia de los japoneses, la mujer no se contenta con meter sus flores en un vaso: las dispone e inventa arreglos florales. Anteriormente se conseguía una mancha de color, por lo general, compacta y simétrica. En nuestros días se ha desechado la simetría y se ha impuesto la asimetría. Actualmente se disponen las flores en diversos niveles para que el aire circule libremente entre los tallos y componer así un encaje de seres vivos en vez de un simple agrupamiento.
En el Japón, donde se inició la práctica, el arreglo de flores constituye una tarea diaria. Constituye un arte, casi un rito religioso, que permite a su cultivador expresar lo que lleva en el alma. Toda sala japonesa tiene un tokonoma, o "sitio de honor". Los ornatos principales del tokonoma son un pergamino que cuelga y una repisa con un florero.
Todas las mañanas la señora de la casa se arrodilla reverentemente delante de este anaquel y dispone los capullos con todo el arte de que es capaz.
Otra composición "moribana"; este diseño Sogetsu emplea ramas de sauce para representar el agua corriente. Los crisantemos blancos figuran olas.
El resultado puede aparecer pobre a ojos de un occidental, acostumbrado a ver ramos grandes y exuberantes. Pero quien examine más detenidamente el arreglo descubrirá en sus líneas delicadas una exótica belleza. Y si lo observa más hondamente aun, hallará en él un significado especial, porque Japón es un país que tiene un idioma floral, una tierra donde todo se puede expresar con las flores.
Los maridos, al volver a casa de su trabajo, adivinan el estado de ánimo de su esposa con solo mirar el tokonoma. Una rama de botones erguida y con algunas peonías en el centro le hace saber que su esposa se siente llena de cariño y ternura. Si se trata de una flor cuyos pétalos comienzan a desprenderse, el esposo comprende que su cónyuge está deprimida o preocupada. Las azucenas y los crisantemos son las flores de la alegría. El pino, el bambú y los botones de ciruelo constituyen los regalos por excelencia en ocasión de un natalicio, ya que simbolizan una larga vida. Las ramas de árbol son machos; las flores son hembras. Un elemento repetido cuatro veces habla de mala suerte, ya sean cuatro tallos, cuatro pétalos o cuatro colores, pues en japonés cuatro es shi, palabra que también significa muerte. En este sutil lenguaje de las flores es posible decirlo todo; en verdad, expresa lo que muchas veces no logran expresar las palabras.
Se emplean con frecuencia la forma y el color de los materiales para dar al pensamiento un sentido literal. En una ocasión vi un arreglo pascual de cactos y rosas rojas con que se representaba al Salvador y su corona de espinas. Dispuesto contra una pared gris, este arreglo resultaba tan doloroso como una pintura de la Crucifixión.
Este arreglo tradicional, dispuesto en un "moribana" (recipiente bajo), consiste en crisantemos, granos de pimienta y pino en un diseño natural y agrupados todos alrededor de un viejo madero vertical. Escuela Ohara.
Ikebana es la palabra japonesa aplicada a la composición floral; el vocablo significa literalmente dar nueva vida a las flores. Por cierto que también puede dar nueva vida a un hogar, así como a quien las dispone. El ama de casa angustiada no busca refugio en los sedantes; prefiere hacer una ikebana. En su total entrega a esa tarea, se libra de toda agitación y tensión nerviosa. Los japoneses suelen citar al poeta que dijo: "La ikebana cura las heridas que nos inflige la vida".
En las ciudades japonesas hay en cada manzana dos o tres puestos o tiendas de flores. Estas florerías venden también ramitas de árboles, capullos de flores, vástagos, junquillos, hierbas y cardos gigantes. Japón es un país en que todas las mujeres (aproximadamente 40 millones) son amantes de la composición floral, y todos los días tienen que comprar algo en la florería.
En el Japón hay más de 200.000 instructores dedicados exclusivamente a la enseñanza de la composición floral. Esta materia también forma parte del programa de estudios de la mayoría de las escuelas públicas y privadas, y el día de emisiones por televisión no se considera completo si la estación no dedica alguna hora a la ikebana. Incluso se proporcionan clases especiales a los empleados de bancos, oficinas y fábricas. No menos de ocho millones de japoneses se aplican cada año al estudio de la ikebana.
En "Cielo crepuscular", la criptomeria japonica, que surge y se levanta del centro, expresa la fuerza de la vida. El crisantemo amarillo lleva la mirada hacia los "bosques" de dulcamara oriental, hortensias y cortadera. Escuela Ikenobo.
No sucedió todo esto de la noche a la mañana. Los primeros en hacer arreglos florales fueron los sacerdotes budistas, que en los siglos VI y VII comenzaron a adornar los altares de los templos con flores dispuestas en floreros de bronce. Más tarde, los guerreros samurai compartieron aquella afición. Después, en el siglo XIV, un notable caudillo samurai, de nombre Yoshimasa Ashikaga, harto de la guerra se retiró a Kyoto y edificó, en medio de un idílico paisaje de jardines y arroyuelos, un pabellón de tres pisos de altura techado de plata. Allí se rodeó de poetas, pintores, jardineros y actores, y se dedicó por entero al cultivo de las artes. Cierto día encargó a sus ayudantes que hicieran composiciones especiales de flores, no en honor de Buda, sino de las estrellas Vega y Altair. El resultado, de un total de 100 jarrones, era tan hermoso que Ashikaga permitió al gran público venir a admirarlo. Aquella fue la primera exhibición de ikebana.
El arte de la ikebana acabó pasando de la nobleza y los guerreros a los hombres de negocios y, no hace 100 años todavía, se convirtió también en vocación femenina.
Los últimos 20 años han obrado sensacionales mudanzas en el arte... merced en gran parte a Sofu Teshigahara, a quien se considera el Picasso de la composición floral. Teshigahara, hijo de un maestro que dirigía su propia escuela de ikebana, absorbió desde temprana edad las tradiciones clásicas, pero, influido por el moderno arte europeo, sintió el deseo de experimentar. Su padre le negó permiso para ello, y Teshigahara, a la edad de 25 años, abandonó la casa paterna para establecer su propia escuela.
"Rocío matinal", de la Escuela Sogetsu, es una composición de lirio japonés y hojas de ciruelo damasceno en elemental estilo vertical.
A la terminación de la segunda guerra mundial, Teshigahara, que se hallaba casi en la miseria, persuadió a los directores de un gran bazar de Tokio para que le otorgaran espacio suficiente donde presentar una exposición de ikebana. El momento era crítico. El orgulloso país había sufrido una derrota; las viejas normas habían desaparecido, y el arte nuevo de Europa y América había llegado al Japón para ejercer una fuerte influencia en los pintores japoneses. En aquella hora hacía falta algo fresco. El estilo de Teshigahara para arreglar flores vino a satisfacer esta necesidad.
Los asistentes a la exposición de Teshigahara quedaron profundamente impresionados. En ella se hacía caso omiso de todas las normas consagradas. Los tallos se entrecruzaban; las flores aparecían estrechamente apiñadas unas contra otras en desordenada amalgama, y el artista mezclaba con sus materiales vivientes trozos de madera carcomida, frutas, piezas de hierro oxidado, espinas de pescado, raíces secas, troncos musgoscis, abanicos, platos. Al parecer, había empleado como recipiente cualquier cosa que halló a la mano; una olla vieja, un cenicero, un pedazo de cemento. La exposición fue un éxito sensacional, y desde entonces el arte de la composición floral no ha vuelto a ser el mismo.
En el Japón actual existen alrededor de 20 escuelas principales o estilos de ikebana. Todas ellas, incluso la de los guías de la vanguardia, tales como Teshigahara y Houn Ohara, enseñan las formas esenciales; y la mayoría de las ikebanas, entre ellas las dispuestas en casa, todavía se ajustan a las reglas clásicas. El mejor ejemplo de estas reglas se halla en el sencillo arreglo de tres tallos, llamados a veces estilo "cielo-tierra-hombre". El tallo "cielo" es el más esbelto, pues por lo general tiene de altura una vez y media el alto más el ancho del jarrón que lo contiene. El tallo "hombre" mide dos terceras partes de la altura de la rama "cielo", y en general se coloca a la derecha de ella. El tallo "tierra" es el más bajo; mide dos terceras partes de la altura del tallo "hombre". Las mismas proporciones rigen para esta composición floral cuando se extiende horizontalmente.
Una composición floral contemporánea, combinación de una rama de ciruelo blanco y camelias de color de rosa, ambos colores "kohaku", que expresan alguna celebración especial. Aquí los tres tallos principales de la composición arrancan todos de la misma rama. Escuela Sogetsu (fundador: Sofu Teshigahara).
Los tallos se juntan en el fondo. Si se traza una línea que una sus extremos, se obtiene un triángulo de lados desiguales (forma que constituye la base de toda composición floral japonesa). Para los budistas, esta forma representa el fuego que destruye cualquier impureza. Asimismo representa la forma del propio Buda, sentado en actitud de meditación. El artista puede agregar otros elementos, siempre en números impares, sin pasar de 11, pero deberá subordinarlos a los tres tallos principales.
Para apreciarlo cabalmente tiene uno que ver con sus propios ojos el gozo que el japonés encuentra en las flores. Hace poco asistí en Tokio a una exhibición de extraordinarias composiciones florales. Pero más que las muestras mismas me impresionaron los espectadores. Empleados de oficina, un noble patriarca y una mujer que vestía un quimono bordado con oro, se confundían entre obreros vestidos de dril color café, estudiantes y beatniks. Nadie hablaba si no era en susurro; todos mostraban una expresión de indudable reverencia.
Para los japoneses todo es bueno y bello si es f uryu, esto es, si proporciona una especie de paz, un refugio contra la agitación de la vida. Los samurai experimentan el furyu al interrumpir su sanguinario batallar para entregarse a las flores. Escribir un poema, bordar una carpeta, construir en un árbol una casita para los niños: todo esto despierta sensación de furyu. Pero quizá su mejor ejemplo sea la ikebana, la más casta y menos comercial de las artes.