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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 155. Scary Forest - 2:41
  • 156. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 157. Slut - 0:48
  • 158. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 159. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 160. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 161. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:28
  • 162. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 163. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 164. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 165. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 166. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 167. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 168. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 169. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:40
  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
  • 172. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 175. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 178. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 179. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 221. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 222. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 223. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 224. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 225. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 226. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 228. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 229. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 230. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 234. Noche De Paz - 3:40
  • 235. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 236. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 237. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 239. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 240. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 242. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 243. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 244. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

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  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
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    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
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    Header

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    S3
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    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


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    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



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    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
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    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    NI MUERTA NI ACABADA (MaryJanice Davidson)

    Publicado en agosto 10, 2014

    Para Sarah y Sherrilyn y Jen y Lisa
    y Vicky y Marissa,
    que me ayudaron a llevar mi yo malo
    de vuelta a mi yo malo,
    y ni una vez me preguntaron nada.


    ARGUMENTO

    En Ni muerta ni acabada, la novena novela de las aventuras de Betsy Taylor, la Reina Vampiro, Betsy hace un trato con el diablo. Betsy tendrá la habilidad de leer el Libro de los Muertos sin volverse loca y conseguir finalmente la oportunidad de descubrir los oscuros misterios que encierra. A cambio, tendrá que visitar el Infierno con Laura. Cuando la visita al Infierno se convierte en un viaje en el tiempo lleno de encuentros arriesgados, Betsy acaba consiguiendo más de lo que se proponía. Con sus intervenciones en el pasado, Betsy causará un impacto en el futuro que ni ella misma entiende.


    Reconocimientos

    Vale, muy bien, estamos a final del día, cuando es hora de escribir un libro, sólo yo y mi ordenador... yo, mirando perniciosamente al mismo; el ordenador negándose a establecer contacto visual de ese modo infantil tan suyo.

    (Probablemente debería reescribir eso: Debería ser el ordenador y yo, ¿verdad? Porque estoy intentando escribir buen material. Ejem.: Ya he perdido interés).

    ¡Pero! ¿Por qué tengo tiempo para posar mi gran culo blanco en el asiento y conseguir que se haga el trabajo? Toneladas de gente me ayudan con ello. Y dado que les ignoro voluntariamente la mayor parte del tiempo, cuando no intento averiguar cómo encarcelarles por asalto con felonía, seguiré adelante y dejaré caer algunos nombres.

    Primero, gracias a mi valiente aunque modesta asistente, Tracy Fritze. La pobre mujer no dudó en asumir, hace cosa de un año, el que sería un típico trabajo de oficina. Trabajar para una escritora probablemente es como trabajar para un contable: suena importante pero al final es tremendamente aburrido.

    Desde luego, su lugar de trabajo es mi propia casa, ¿pero qué diferencia habría entre conducir hasta una oficina tres días por semana?

    Probablemente Tracy asumió que sus tareas caerían en el tramo de procesar textos, arreglar reuniones, fijar entrevistas, leer galeradas, reservar conferencias, trabajar con editores, y ocasionalmente dar vueltas de campana.

    En vez de eso, la pobre mujer se ha visto forzada, en sucesión bastante rápida, a soportar: ser saludada por mi hijo en paños menores en más de una ocasión, ser entrevistada para una revista alemana (ellos: ¿Cuán terrible es trabajar para MaryJanice Davidson? Tracy: Um...), luchar por librarse de nuestros extremadamente afectuosos perros, soportar los olores a nuggets de pollo de McDonalds y cuencos de chocolate Matl O'Meal cuando está intentando comer como un adulto (y hacer que yo haga lo mismo), e intentar incesantemente animarme a sentarme y tomar decisiones (en cuestión de relaciones públicas, firmas de libros, responder a preguntas de los lectores, acudir a entrevistas el día en que estuve de acuerdo en hacerlo así, sobre por qué no debería tragarme de golpe media docena de Reese's Cups a las 9:30 a.m.) como una adulta.

    Sin mencionar el estar encerrada en mi casa cuando me arrastro de vuelta a la cama con una migraña (ver arriba: saludada por mi hijo en paños menores: “Hola, Tracy. Mamá está enferma. ¿Puedo tomar un Malt O'Meal?”) y mantener su terreno cuando le echo encima a los perros cruelmente (encuentro que mis perros son especialmente amables con ella si froto grasa de tocino en sus zapatos mientras está trabajando duro en la oficina).

    Tracy es una asistente tal y como lo define el diccionario: contribuye al cumplimiento de una necesidad; asume algunas de mis responsabilidades. Me rescata de las minucias que casi todo el mundo tiene que soportar si quiere ser un miembro funcional de la sociedad. Es lista, es rápida, nunca necesita que le digan nada dos veces, es discreta (nadie sabía lo de mi hijo en paños menores o el Malt O'Meal hasta que lo metí justo en mi página de reconocimientos). Además, huele estupendamente.

    Debo dar las gracias también, como siempre, al más maravilloso de los maridos maravillosos, Anthony Alongi (también co-escribe conmigo la serie Jennifer Scales). Lee incansablemente, sugiere, edita, se burla, se enfurece, inspira, y molesta. Sin él, no habría absolutamente nada para mí.

    Mis padres y mi hermana, por ser completamente inquebrantables en su apoyo, el ciento por cien del tiempo. No abandonarían esa postura ni aunque les metiera un arma en la oreja. No me preguntéis cómo lo sé.

    Las Viudas Mágicas, que me soportaron durante años y fingieron que yo valía tantas molestias.

    El mejor de los agentes, Ethan Ellengerg, que me dedicó el cumplido último de llamarme “de bajo mantenimiento”. ¡Qué maravillosa mentira!

    La siempre estupenda Cindy Hwang, que lee mis sugerencias de libro y sinopsis, edita mis manuscritos, exuda copioso entusiasmo por ello, y no se machaca la frente cuando yo lo puedo ver, u oír. (Aunque ocasionalmente oigo sonidos raros de fondo cuando estoy al teléfono con ella).

    Y a Leis Pederson, duro asistente de editor, que repetidamente se ve forzado a perseguirme y acorralarme como a una rata para sacarme las ediciones, pero con tanto estilo que me siento deseada, no acechada.

    Gracias también a los Yahoos, mis fans del Facebook, los lectores que son tan amables de escribirme, y a los lectores que no se acercan al Facebook a o la Red, que no tienen ordenador pero que me escriben, a través de mi publicista, con auténticos bolígrafos y papel real. (Me extrañó recibir uno de esos correos caracol e instantáneamente asumí, como sugirió el comediante Jim Gaffigan, que alguien había sido secuestrado).

    Escribo para mí misma... como siempre. Creo que si escribiera para otra gente, al final resultaría un fiasco, para mí y para ellos.

    Pero tíos, vosotros hacéis que escribir sea mucho más divertido, por lo cual me siento continuamente humillada y servilmente agradecida.

    MaryJanice
    Verano 2009



    Nota de la autora.

    No tengo nada contra Claes Oldenburg o su esposa, Coosje Van Bruggen. Y no tengo nada contra el Jardín de Esculturas de Minneapolis.

    Pero al final del día, es simplemente una gigantesca cuchara.

    ¡Una cuchara!


    La historia hasta ahora

    Betsy (“Por favor no me llames Elizabeth”) Taylor fue atropellada por un Pontiac Aztek hace casi tres años. Despertó como la reina de los vampiros y en rápida sucesión (pero no en su auténtico orden), mordió a su amigo el Detective Nick Berry, se mudó de un suburbio de Minnesota a una mansión en St. Paul, resolvió varios asesinatos, asistió a los funerales de su padre y su madrastra, se convirtió en tutora de su medio hermano, todavía evita la habitación que aloja el Libro de los Muertos (Libro de los Muertos, sustantivo: biblia vampírica escrita por un vampiro loco, que causa locura si se lee demasiado de una sentada), curó el cáncer de su mejor amiga, visitó a su abuelo alcohólico (dos veces), resolvió un buen número de secuestros, comprendió que su marido/rey, Eric Sinclair, podría leer sus pensamientos (ella siempre podía leer los de él), averiguó que los Demonios se habían desmadrado (Demonio, sustantivo: un vampiro al que se le ha dado sólo sangre animal [muerta], un vampiro que se vuelve rápidamente feroz).

    Además, su compañera de casa Antonia, una hombrelobo de Cape Codd, aceptó una bala en el cerebro en lugar de Betsy, salvándole la vida. Las historias sobre que las balas no hieren a los vampiros no son ciertas; mete suficiente plomo en la materia cerebral y ése ciudadano no-muerto en particular nunca volverá a levantarse. Garret, el amante de Antonia, se mató en el instante en que comprendió que ella estaba muerta.

    Como si eso no fuera suficiente mierda, Betsy se encontró pronto reclamada en Cape Cod, Massachusetts, donde vivía el líder de la Manada de Antonia. Aunque en vida les era indiferente la cáustica hombrelobo, ahora que Antonia había muerto al servicio de un vampiro, varios cientos de hombreslobo cabreados tenían unas cuantas preguntas que hacer.

    Mientras Betsy, Sinclair, BabyJon, y Jessica estaban en Cape respondiendo a esas preguntas, Marc, Laura, y Tina permanecían en Minnesota (Tina para hacerse cargo de todo mientras los monarcas estaban fuera, Marc porque no pudo coger vacaciones, y Laura porque estaba perdiendo la cabeza en silencio).

    No pasó mucho hasta que Tina desapareció y Marc notó que seguían apareciendo adoradores del diablo para alabar a Laura, el Anticristo.

    En un intento embrollado y desencaminado de ayudar (posiblemente provocado por el estrés de su escasa vida amorosa... Marc, un médico de urgencias que trabaja un número de horas que harían encogerse de miedo al gerente de un sindicato), sugirió que Laura pusiera a sus “servidores” a trabajar ayudando en comedores sociales y cosas así.

    Como ocurre a veces, Laura abrazó la sugerencia con tremendo celo. Luego la llevó más allá, finalmente decidió que sus ilusos adoradores podrían ayudar librando al mundo de todo tipo de malos elementos... prestamistas, quebrantadores de fianzas, contratistas que cargan la factura, y... vampiros.

    Entretanto, en Cape, Betsy pasaba el tiempo enfrentada a Michael Wyndham, el líder de la Manada responsable de trescientos mil hombreslobo en todo el mundo, y haciendo de canguro de Lara Wyndham, futura líder de la Manada y actualmente alumna de primero de primaria.

    Con la ayuda de Sinclair (y con Jessica cuidando alegre-pero-a-regañadientes a BabyJon), Betsy convenció finalmente a los hombreslobo de que no había tenido intención de que Antonia recibiera ningún daño, y que de hecho le había gustado y había respetado a la mujer, que lamentaba que Antonia estuviera muerta e intentaría ayudar a Michael en el futuro... no era exactamente una deuda, más bien un reconocimiento de que apreciaba a Antonia, la echaba mucho de menos, y estaba dispuesta a ayudar a su Manada.

    También descubrió que BabyJon, su mediohermano y tutelado, era insensible a cualquier interferencia paranormal o mágica. Esto se reveló cuando un joven hombrelobo Cambió por primera vez y atacó al bebé, quien encontró toda la experiencia divertida, tras lo cual vomitó leche como si nada y se tomó una siesta.

    Por tanto, el niño no podía resultar herido, no podía ser dañado por el mordisco de un hombrelobo, el sarcasmo de un vampiro, el hechizo de una bruja, la maldición de un hada, la caspa de un leprechaun... etc. Betsy estaba sombrada... sospechaba que pasaba algo con el bebé, pero no había tenido ni idea de qué podía ser.

    Sinclair, que hasta el momento sólo toleraba al niño, instantáneamente se volvió orgullosamente atontado (“Ese es mi chico, ya sabes”) y comenzó a hacer planes... uh, pensando en la educación del niño y otros detalles necesarios...

    Allá en el rancho (técnicamente la mansión de Summit Avenue en St. Paul), Laura había sufrido más o menos una crisis. Había arreglado la cosa para que Marc no pudiera llamar pidiendo ayuda (cuando Marc descubrió que los teléfonos móviles de todo el mundo no funcionaban, se escabulló para encontrar otra vía de establecer contacto, solo para ser perseguido implacablemente por adoradores del diablo que evitaron cortés pero firmemente que lo hiciera), y ella y sus seguidores estaban cazando vampiros.

    Betsy comprendió finalmente que algo iba mal (un email malamente redactado enviado en secreto por un Marc histérico) y volvieron a la mansión a tiempo para una bronca vampiros-versus-satánicos.

    Betsy ganó, pero sólo porque Laura contuvo el golpe aniquilador en el último momento.

    Le gente tomó caminos separados, por un tiempo. Y nadie tenía ganas de hablar.

    Tres meses más tarde, todavía no había habido una auténtica discusión sobre los amenazadores eventos del verano.


    *****

    Estoy aquí, con la nariz pegada a la tierra desde que empezó todo el asunto. He nutrido cada sensación con la que el hombre se ha inspirado. Me he preocupado por lo que deseaba y nunca le he juzgado. ¿Por qué? Porque nunca le he rechazado. A pesar de todas sus imperfecciones, soy un admirador del hombre.

    SATAN, EL DEFENSOR DEL DIABLO.


    *****

    ¿Puedes imaginar cómo fue? ¿Diez billones de años proporcionando a los mortales muertos un lugar donde torturarse a sí mismos? Y como todos los masoquistas, ellos llevaban la voz cantante. “Quémame”. “Congélame”. “Cómeme”. “Hazme daño”. Y lo hacíamos. ¿Por qué me culpan a mí por todos sus pequeños fallos?

    Utilizan mi nombre como si yo me pasara el día entero sentado sobre sus hombros, obligándoles a cometer actos que de otro modo encontrarían repulsivos. “El Diablo me hizo hacerlo”. Yo nunca he hecho que ninguno de ellos hiciera nada. Nunca. Viven sus propias vidas diminutas. Yo no las vivo por ellos.

    LUCIFER ESTRELLA DE LA MAÑANA, DIABLO A LAS PUERTAS


    *****

    No es fácil ser la Barbara Streissand del mal, ¿sabéis?

    SATAN, COMPLACIDO.


    Prólogo

    Archivos de audio de Elizabeth, la Única, Reina de los Vampiros, alrededor del 2010.

    Vale, bueno, ahí van varios repugnantes extractos diversos del Libro de los Muertos. Bostezo, odio esa cosa.

    “La hermana de la reina será la Amada de la Estrella de la Mañana, y tomará el control del mundo”.

    Esa sería mi hermana, Laura. Es una gran chica... estudiante universitaria en la U. de M. Además, es el anticristo.

    “Y la Reina verá a los muertos, todos los muertos, y estos no se ocultarán de ella ni le guardarán secretos”.

    Sí. Esa divertida delicatessen se traduce como “Acecharán zombies en tu sótano, y te perseguirán fantasmas por todos lados dándote el coñazo. Mucho”.

    “... y la Estrella de la Mañana aparecerá ante su propia hija, la ayudará a tomar el mundo, aparecerá ante la Reina con todas las galas de la oscuridad”

    ¿Esto? No tengo idea. Podría ser el fin del mundo, podría ser una visita de los Boy Scouts vendiendo coronas de flores. Y es enloquecedor, realmente enloquecedor, porque no puedo leer demasiado de este puñetero tomo horrible del infierno (probablemente literalmente del infierno) de una sentada porque me vuelvo loca. Todo el que lo lee demasiado rato se vuelve loco. ¿Y además? No puedo librarme de esta cosa.

    Me encuentra. Siempre me encuentra, algunas veces vía operadores demoníacos de United Parcel Service. Como dijo Ferris Bueller “¿Es por haber nacido bajo un mal signo?”

    “Y la Reina acogerá a los muertos y los sustentará”.

    Sí, eso me lo he figurado. Vivo con vampiros y hablo con ellos, y disfruto de un sexo fabuloso con uno de ellos. Además estábamos montando un sistema de impuestos, todo un logro para ser gente muerta.

    Y en cuanto a lo de sustentar a los muertos... tengo un trillón de compañeros de casa, ninguno de los cuales me preguntó si podía mudarse aquí, por si a alguien le interesa.

    “Y la Reina tendrá un hijo vivo, y le será dado por un hombre vivo”.

    Otro tanto para el Libro de los Muertos. Mi medio-hermano, BabyJon, es ahora mi tutelado legal debido a las recientes muertes grotescas de mi padre y mi madrastra. Yo había perdido la esperanza de ser madre... ya no sudo, no digamos si menstrúo... cuando BabyJon aterrizó de lleno en medio de mi vida (no-muerta).

    ¿Qué es peor, que no pueda leer esta cosa bastante rato para encontrarle sentido, o que siempre tenga razón?

    “Para desafiar a la Reina, deberás profanar el símbolo”.

    Al menos esto no era raro.

    “La Reina dominará sobre todos los muertos, y ellos tomarán de ella, como ella toma de ellos, por eso es por lo que es la Reina”.

    Ahora la cosa se ponía rara. Veamos, um, uno de mis superespeluznantes poderes vampíricos es que puedo sacar energía de otros vampiros, luego fomentarla y devolvérsela. Lo hice una vez. Apesta, y casi me mata (otra vez).

    Dios, por favor, que no tenga que repetirlo nunca.

    Hazle un favor a una dama, ¿vale, Dios?

    “La Reina verá océanos de sangre, y desesperación”.

    ¿Y esto? Esto es lo que realmente me asusta.



    Capítulo 1


    En primer lugar, nunca habría ido al infierno si el anticristo no hubiera sido elocuente en cuanto a lo de acompañarme. Hablando de la tormenta perfecta de rareza paranormal... y en Halloween, además.

    Vale, de acuerdo, empezaré por el principio. Todo este lío comenzó de forma bastante simple (siempre, siempre es así): Bloomingdale tenía rebajas de zapatos y por una vez, el giro temporal de la venta al por menor jugaba a mi favor.

    Vale, retrocederé más. ¿Sabéis cuántos almacenes van en realidad cuatro meses por adelantado del calendario actual? Como con decoraciones de Halloween el día después de Pascua (perdonad mientras tiemblo de horror). De ese tipo. Como sea, aunque era Halloween, estaban en rebajas de zapatos de primavera (porque cuando hay treinta centímetros de nieve en el suelo, todo el mundo quiere comprar sandalias, ¿verdad?). Y el anticristo preguntó si podía apuntarse, así que dije que sí.

    ¡Dije... que... sí! No creáis que no he estado prestando atención durante los últimos cuatro años. Vale, no lo he hecho. Aún así: ¿cómo pude no ver el desastre inminente? No debería haber importado que el anticristo necesitara un nuevo par de mocasines. Debería haber comprendido que la búsqueda inocente de un buen calzado de piel terminaría conmigo en el infierno y el anticristo volviéndose majara.

    Vale. El anticristo. Debería explicar eso también. Mi hermanastra, Laura, fue engendrada por mi, uh, padre. El Viejo Querido Papi, lamiendo las botas a mi madrastra, la zorra anteriormente conocida como Antonia y a la que siempre llamé la Toña, y el Viejo Papi Atontado no notó que estaba poseída por Satán. Apuesto a que la Toña poseída por el demonio no era mucho peor que la no poseída, lo cual supone un triste comentario sobre el gusto de mi padre en cuanto a segundas esposas.

    La cuestión es que Satán odió el embarazo, la entrega, y la lactancia. Así que llevó a cabo todo ese rollo de “bebé en los escalones de la entrada” y puso pies en polvorosa hacia el infierno.

    Por tanto mi hermana, que fue criada por un ministro, no sólo es el anticristo, sino que se ha predicho que controlará el mundo. Posiblemente lo haga entre donar sangre y enseñar en la escuela dominical.

    ¡Pero! Seré la primera en admitir que el anticristo es agradable. Trabaja en refugios para indigentes, organiza campañas de donación de sangre (bastante hilarante, dado que su hermana es vampiro), hace pastelitos para ventas de pasteles de la iglesia. De chocolate. Con auténtica escarcha de cabello de ángel. Cabello de ángel, no esa cosa coloreada de Crisco que se vende en las tiendas intentando hacerlo pasar por escarcha. Ummm.

    Dios, hecho de menos la comida sólida.

    Por supuesto, Laura tiene genio. ¿Y quién no? Y, ocasionalmente, lo pierde y entonces mata a todo al que le pone las manos encima. Es un poco vergonzoso, o algo así. Y tiene un conflicto total con los no-muertos. Lo cual es una reacción perfectamente normal hacia los vampiros.

    Su genio y ocasionales incursiones en la rabia psicopática, son las razones por las que nos reuníamos esa noche en el Mall de América. Laura había intentando matarme más o menos hacía un par de meses, y todavía se sentía mal por ello. Ella detestaba el consumismo desatado y también comprar, por tanto su oferta de acudir a mi Graceland personal era una rama de olivo.

    Yo me había alzado de mi tumba impía (cama, en realidad, con sábanas de franela azul marino de Target... era noviembre, y no soy una salvaje), devorado un desayuno inocente (un smoothie tripleberry; una ventaja de ser la Reina de los no-muertos era que no tenía que chupar sangre cada día, aunque para ser honesta, siempre quería hacerlo), luego tomé mi siniestro auriga (Ford Escape Híbrido) y me fui por patas.

    Aparqué en el Aparcamiento Este, segundo piso... muchas de mis tiendas favoritas están en ese lado, incluyendo William Sonoma y Coach... y no es que nunca haya soltado cuatrocientos pavos por una mochila que parecía haber sido diseñada por un alegre estudiante de segundo de primaria. Además, Tiger Susi estaba allí, y Laura era seriamente adicta a sus Pelotas Tiger. Sí, correcto, he dicho pelotas. Madura, por favor.

    Así que forcé una sonrisa mientras marchaba hacia un restaurante que vendía algas, arroz, y pescado crudo con un margen de beneficio de un porcentaje de varios cientos. El sushi. No lo entiendo y nunca lo entenderé. Pesqué demasiado de cría; no podría obligarme a comer cebo crudo. Sin importar lo fresco que esté.

    Divisé a Laura cuando todavía estaba a diez metros, y no tuvo nada que ver con mis super guays poderes vampíricos. Laura era sencillamente ridículamente guapa, todo el tiempo. Es tan molesto.

    Mirad, no es envidia, ¿vale? Bueno, no envidia extrema. Seré la primera en admitir que no soy una de esas chicas que fingen no tener ni idea de que son mega-guapas. Soy guapa, lo confieso libremente. Alta y rubia (qué sorpresa en Minnesota... somos tan raras como nieve amarilla en la zona de ejercicios para perros); piel pálida, ojos claros. En realidad nunca he tenido que luchar contra la gordura, y estar no-muerta significa que seré delgada para siempre. La frase “Estoy en mi peso invernal” ya no tiene ningún poder sobre mí. Mi último año de instituto fui concursante en el desfile Miss Burnsville y me fui a casa con la banda de Miss Simpatía, una especie de “no eres la más guapa ni la más talentosa, pero las demás chicas creen que eres agradable” premio de consolación. No es que beba exactamente mi agua en un plato de perro.

    Laura, sin embargo...

    Corta la respiración. Preciosa, Y, como diría mi amigo Marc, “para babear”.

    Mi amigo gay Marc.

    Y ahí estaba ella, de pie con alguien a quién yo no conocía, gesticulando salvajemente según la costumbre de los nativos de Minnesota (o, tal vez, al estilo La Profecía). Y mientras me aproximaba recordé la auténtica razón por la que el Engrendro de Satán y de Mi Madrastra Muerta me ponía tan nerviosa.

    Era molestamente despampanante, todo el tiempo. Una de esas (vomito) bellezas naturales. Cabello largo hasta el codo del color del maíz sedoso. Grandes ojos azules. Azul primer día de primavera. Azul día sin nubes. Un azul realmente, realmente hermoso. Oh, y delgada... ¿no os lo había dicho? Probablemente no hacía falta decirlo.

    Unas tetas geniales, por supuesto, y siempre primorosamente aseguradas en un sujetador 95-B... es sólo un pelín más baja que yo, y yo mido alrededor de metro ochenta... embutida en vaqueros azules verdaderamente descoloridos. No vaqueros prelavados y descoloridos... la madre de Laura los compra nuevos (sí, su madre adoptiva todavía le compra la mayoría de la ropa, aunque la chica es estudiante en la U de M). Luego Laura se los pone y se los pone y se los pone hasta que están realmente descoloridos, desgastados, etc. Malgastar era un pecado, después de todo. ¡Oh! Y no nos olvidemos de la inmaculada complexión cremosa del Engrendo de Satán, cortesía de Noxema.

    Y deportivas desgastadas, comprendí cuando conseguí acercarme. También de Targer. ¡Deportivas! ¿Quién lleva eso a comprar sandalias! Iba a tener que sentarse y quitarse los zapatos y calcetines cada vez que... argh, me volvía loca sólo de pensarlo. No me sorprendió que el anticristo estuviera hablando con alguien; lo que suponía una sorpresa era que no la estuvieran persiguiendo manadas de hombres, mujeres y niños pequeños, todo el rato. Además de ser preciosa, la gente se congregaba de forma natural alrededor de Laura. Como ya he dicho... para ser el anticristo, es bastante agradable.

    Excepto, comprendí cuando me acerqué lo suficiente como para que reparara en mí, que no estaba hablando con la mujer. Y no hacía aspavientos hacia ella tampoco. Ambos juegos de manos estaban volando... O Laura se había quedado sorda, o recientemente se había aficionado al Lenguaje de Signos.


    Capítulo 2


    ¡Oh, y aquí está ella! —Las manos de Laura, con sus dedos largos y esbeltos y uñas cortas redondeadas, volaban mientras me presentaba—. Esta es mi hermana, Betsy, ella es Sandy Lindstrom. —Sandy, una mujer pequeña y regordeta en la treintena, se apartó los rizos alborotados de los ojos oscuros y almendrados y me sonrió—. Se estaba preguntando cuándo tenía Macy sus próximas rebajas de za...

    —Dos de septiembre —repliqué automáticamente—. Empiezan a las 8 a.m., una hora antes de que abran normalmente sus tiendas. Aparcamiento en la rampa oeste.

    Las manos de Laura se movieron con la traducción... Como siempre me asombró lo guay y misterioso que parecía el lenguaje de signos... mientras farfullaba trucos de rebajas de zapatos como un robot enloquecido.

    —Vale, gracias —formó con la boca Sandy Lindstrom mientras hacía signos.
    —No hay problema —dije, pero ella ya se daba la vuelta, así que comencé a alzar la voz, luego comprendí que estaba a punto de gritar “¡No hay problema!” a una persona sorda. Que patético. En vez de eso, me volví hacia mi hermana—. ¿Quién era esa?
    —¿Eh? Sandy Lindstrom.
    —Oh. ¿Quieres decir que no la conoces, o...?
    —No, pero sabía que tú eras la persona perfecta para responder a su pregunta. —Laura sonrió y entrelazó su brazo con el mío. El anticristo era muy aficionada a tocar y abrazar, ¿lo he mencionado?
    —¿Así que sólo era una persona al azar?
    —Claro. —Un ceño fruncido plegó la frente cremosa de Laura—. ¿Por qué?
    —Por nada. —La tranquilicé mientras comenzábamos a marchar pasando frente a Crabtree y Evelyn, con los brazos entrelazados como la mitad del reparto de El Mago de Oz. La mitad sin cerebro y en la inopia. (“Esto no es el Mall de Brunsville, Toto”)—. Simplemente no sabía que conocieras el lenguaje de signos, eso es todo.
    —Oh. —Esa réplica corta era completamente impropia de Laura; al igual que el período de silencio que la siguió. De hecho, estábamos pasando ya el Daniel's Leather antes de que dijera—: ¿Entonces éste es el camino a Payless?
    —¿Payless? —casi grité, deteniéndome tan bruscamente que el anticristo casi se estampó contra un pilar cercano—. ¿Qué boca sucia ha hablado de esa porquería?
    —La mía —replicó el engendro de Satán, enderezándose y asegurándose de no haber dejado caer su bolso en la casi colisión. Laura era una luchadora terrible contra los no-muertos (Armas infernales, hija de Satán, etc), pero no muy buena compradora de gangas—. Ya sabes que no tengo presupuesto, Betsy. No todas podemos casarnos con millonarios.
    —Millonarios no-muertos. —Le recordé sólo para verla sobresaltarse... y el sobresalto llegó, tal como esperaba. Es lo que hace un montón de gente cuando menciono a mi marido, Sinclair, rey de los vampiros. Demonios, la mitad del tiempo hasta yo me sobresalto, pero normalmente de irritación en vez de miedo—. Y seamos justas... sabes endemoniadamente bien que compraba zapatos de diseño con el salario de una administrativa. —Como mis preciosísimas botas de lluvia Burberry, un robo a doscientos pavos, y me llevó casi nueve semanas ahorrar para ellas.
    —Sí, bueno. —Se quejó un poco, luego divisó un directorio del centro comercial—. Um... Zapatos Payless... Podrías pagar más, pero ¿por qué?

    Ahora fue mi turno de sobresaltarme ante el sonido del temido eslogan. Podrías pagar más, pero ¿por qué? Pero ¿por qué? ¿Qué tal porque la calidad cuesta, imbéciles? ¿Qué tal...?

    —¡Aquí está! Jardín Uno Cincuenta Norte.
    —Jardín Vómito. —Desde luego, fue infantil. Demandadme.

    ¿Se puede demandar a los muertos? Tal y como habían ido los últimos tres años, probablemente lo averiguaría para Acción de Gracias.

    Un asco, no me hagáis empezar con lo de Acción de Gracias.

    —Oh, vamos. —Me agarró el brazo de nuevo... ugh... y tiró hacia las escaleras—. Puede que veas algo que te guste.
    —Es casi tan probable como que corras a comprar algo para el próximo Día de la Madre.

    Ella jadeó y languideció, y tuve que aferrarle el brazo para evitar que resbalara hacia el fondo de la escalera mecánica.

    —Qué mezquino —me reprochó, mientras la gente de arriba nos miraba con educada curiosidad del medioeste.
    —Oh, por favor. ¿Desde cuando fingimos que no es tu madre? ¿Tú crees que es vergonzoso? Yo admito que tu otra madre es mi madrastra.
    —Tu madrastra muerta.
    —Sí, bueno, ahora la veo con más frecuencia que antes. —Desventaja número 235 de ser reina de los vampiros: ver a gente muerta molesta.
    —Insinuar que alguna vez le compraría una tarjeta del Día de la Madre.
    —Sí, bueno, por eso era una broma, porque no es probable que... ¡oye!

    Laura se había recuperado y había divisado... algo, porque ahora me arrastraba lejos de la escalera y me conducía hacia... un niño lloroso de alrededor de tres años, vestido con los típicos vaqueros de niño y una camiseta MoA.

    ¡Oh, por... otra vez no! Laura siempre encontraba/presentía/empatizaba con niños perdidos. Era uno de sus superpoderes, junto con el no tener nunca una espinilla, mal aliento u ojeras.

    Mirad. No tengo nada contra los niños. Incluso tengo uno propio, más o menos. Era mi hermanastro, pero también mi tutelado, así que yo era su hermana/madre. Sinclair y yo tenemos nuestra propia deducción fiscal. Me gustan los críos, ¿vale? Pero no los encuentro como si fuera un misil teledirigido. Laura siempre lo hace. Por eso ya no voy con ella al zoo.

    Ahora estaba arrodillándose delante del chiquillo moreno, charlando en... um... otro idioma que yo no conocía. Jesús. Probablemente no debería haber abandonado la U; aparentemente tenían un programa de idiomas extranjeros feroz para estudiantes.

    ¡Ah! Predeciblemente, Chiquillo Perdido Número 32 se había olvidado del todo de llorar y ahora balbuceaba hacia mi hermana, que estaba escuchando y asintiendo a cada palabra ininteligible, y... ¡ah!

    Un grito de felicidad/estrés de Madre de Perdido Número 32, que también había divisado a Laura la Guapa y se veía atraída por su belleza olvidándose de su hijo, o había oído el balbuceo de su hijo y se había apuntado hacia él como... bueno, como otro misil teledirigido.

    Ahora Mamá de Perdido y Chiquillo Perdido eran Familia Reunida Número 6, charlando en respuesta a lo que sea que Laura estaba diciendo, ahora venía el apretón de manos, luego el pegajoso aunque fervoroso abrazo del crío, ahora gratitud fervorosa de la madre y... ¡se iban!

    —¿Qué pasa contigo? —pregunté mientras el anticristo venía dando saltos hacia mí.
    —Sólo tú podrías hacer que ayudar a un niño perdido sonara como un defecto de carácter. —Sonrió mientras lo decía, así que no tomé en cuenta la ofensa. Laura intentaba con empeño no ofender a los vampiros, cuando no estaba intentando matarlos.
    —No, pero... ¿qué fue eso?
    —¿Qué?
    —Lo que hablabas con ellos. ¿Qué fue eso?
    —Tagalo. —Otro informe cortante, y ahora tiraba de mí hacia el odiado Zapatos Payless.

    Hago cualquier cosa por evitar ser absorbida por esa boca infernal de saldos, así que pregunté:

    —¿Tagalon? ¿Eso qué es?
    —Tagalo. Es un idioma.
    —Bueno, no creía que estuvierais improvisando. ¿Qué idioma, específicamente? —No sólo no conocía el idioma, tampoco había oído nunca hablar de él.
    —Se habla en la Pooooolineeeesia.

    Ahora no estaba tirando; estaba jalando. Esta era la chica que no jalaría de ti si un camión de basura estuviera a punto de arrollarte porque pensaba que empujar a la gente era grosero. Muy curioso.

    Planté los pies, esperando, yo, intrépida reina vampiro, no caer en una guerra de tirones con el anticristo fuera del Zapatos Payless. ¡Mi reputación! Por no mencionar mi cordura.

    —No lo capto. ¿Quieres dejar de refunfuñar? ¿Y de tirar?
    —Se habla en las Filipinas —casi gritó—. Lo hablan casi veintidós millones de personas.
    —Veintidós millones más uno —bromeé—. Y en serio. Me estás cortando la circulación de la muñeca. Si todavía tengo alguna. —Entonces me asaltó la idea. El por qué la conversación la estaba poniendo tan incómoda... cuando normalmente sólo una cosa la ponía incómoda—. Espera. No has aprendido Tagalon, ¿verdad?
    —Tagalo.
    —Ni lenguaje de signos, ¿no? Oh, Dios mío. No los has aprendido, ya los sabías. Quiero decir, simplemente lo sabes. Los conoces todos. Cada idioma... conoces cada idioma del mundo.


    Capítulo 3


    Se encogió de hombros malhumoradamente hacia mí e intentó transportar mi cadáver no-muerto hacia la Boca del Infierno de las rebajas, pero yo no iba a permitirlo. Y no sólo por las razones obvias.

    —¡Habla, Laura! No te importa hacerlo cuando hay por ahí niños desconocidos. ¿Por qué cerrarte como una almeja ahora? Es parte de lo que puedes hacer, ¿no? No te gusta hablar de tu madre, no te gusta que los demás hablen de tu madre... y desde luego no te gusta hablar de lo que heredaste de tu madre. Simplemente... conoces todos los idiomas. De la Tierra.

    ¡Los tratos que podría regatear en París! Quedé momentáneamente mareada al pensarlo. Cada idioma. De la Tierra. Todos los idiomas hablados en la Tierra... así que hablaba un latín fluido y todo tipo de otras lenguas muertas. ¡Guau! Y típico de Laura, no había dicho una mierda. Cualquier idioma.

    —¡Igual que en aquella película!
    —¿Qué película!
    —El abogado del diablo, esa en la que Al Pacino es el diablo. —El diablo más asombroso de la historia.

    Ella apartó la mirada. Si era posible para alguien tan guapa, amable, lista y ocasionalmente majareta, estaba escurriendo el bulto.

    —Nunca la vi. Mis padres no me dejaron... y luego yo no quería... iba de... ya sabes.

    ¡Ella! Iba de ella... o de ella si ella hubiera sido Keanu Reeves en esa película. No sólo le disgustaban las películas sobre Satán, le disgustaban las películas sobre sus retoños. Le disgustaban las películas protagonizadas por... ¡sí misma!

    —Así que no has visto ninguna...

    Sacudió la cabeza, haciendo que sus rizos rubios brillantes le ocultaran la cara. Su cara demoníacamente libre de espinillas.

    —¿La Profecía? ¿La Profecía II? ¿La Profecía III: El conflicto final? ¿O El bebé de Rosemary? ¿O Little Nicky? ¿O Al diablo con el diablo? No, tú no sales en esa, sólo tu...
    —¡No, no las he visto!

    Solo que no sonaba cabreada. Bueno, sí, pero también sonaba... ¿interesada?

    La miré de reojo. Conocía esa mirada. Era mi mirada ¡Dios-mío-esos-Prada-están-de-rebajas!

    —Bueno, vas a hacerlo —decidí, agarrando con fuerza su palma demoníacamente húmeda y tirando de ella... ¡Alabado sea Jesús!... lejos del Payless—. Tengo al menos la mitad de ellas, y pagaremos en netflix por el resto. Vas a aprenderlo todo sobre tu herencia... al menos, lo que opina Hollywood de ella. Lo cual, dado que dieron luz verde a las secuelas de Speed, Teen Wolf, Una rubia muy legal, Dos tontos muy tontos, Tiburón, y La mosca, deberías tomarte con ciertas reservas.
    —¿Has visto todas esas...?
    —Uno de mis muchos superpoderes —la tranquilicé, alejándola de la Boca del Infierno.


    Capítulo 4


    Tengo que ser sincera —dijo el Anticristo con la boca llena de palomitas—. Al Pacino es un Satán asombroso.

    —Dímelo a mí. —Yo iba por mi diecisieteavo smoothie de fresa, sorbía furtivamente porque la rata cursi de mi marido pensaba que las fresas congeladas eran peor que la misa mañanera. En verano estaba bien; todas las cosas buenas pasaban en esa estación. En invierno, tenía que ser sigilosa con mi fijación por los smoothies—. Aunque dime algo en lo que Al Pacino no sea asombroso... ¡ah! Genial, me encanta esta parte. Mira, va a meter el dedo en agua bendita y hacer que puedas hervir un huevo en ella.
    —¿Cuál es el propósito de eso? —preguntó Laura, consternada y divertida.
    —¿A quién le importa? ¡Es el jodido Al Pacino!

    Mmmmm. Ñaaaammm.

    —Es el jodido Al Pacino.

    Habíamos pasado por La Profecía (“No temas, pequeño. Estoy aquí para protegerte”). El Bebé de Rosemary (“Somos tus amigos, Rosemary. No hay nada que temer. ¡Honesta y verdaderamente!”), y ahora estábamos llegando a la recta final con el Gran Al.

    Laura, tras su resistencia inicial, engullía estas películas como yo los batidos de chocolate (o los smoothies de fresa fuera de temporada). Definitivamente parecían la fruta prohibida. Y siempre que oíamos una puerta cerrarse en otra parte de la casa, Laura saltaba un poco, como si temiera que la pillaran.

    Sus padres... sus padres adoptivos, quiero decir... sabían que era la hija del diablo. Laura se lo había dicho. Satán se lo había dicho (el diablo es una gran creyente en lo de la divulgación parcial en el peor momento posible).

    Y creo... creo que Laura intentaba resarcirlos de ser el anticristo fingiendo indiferencia o incluso disgusto hacia cualquier referencia del anticristo en la cultura pop.

    Porque desde luego ahora no podía tener bastante de estas películas. Presumiblemente esto no se revolvería y me mordería el culo. ¿Verdad? Verdad.

    Seguro.

    —¿Cuál es tu favorita?
    —Elizabeth Hurley. Al diablo con el diablo, “La mayoría de los hombres creen que son Dios. En el caso de este simplemente ocurre que tiene razón”. Además es una policía de tráfico genial. ¡Y la striper! Dando M&Ms a los pacientes en vez de sus medicamentos... es una especie de miembro de un HMO realmente chungo.
    —Mi madre...
    —¿Sí? ¿Tu madre? —Intenté no sonar demasiado ansiosa por animarla; Laura nunca hablaba de estas cosas. Yo temía incluso moverme, me quedé despatarrada sobre el love seat tal como estaba, con uno de mis zapatos bocabajo sobre el suelo y el otro colgando de mi dedo gordo del pie... no quería romper el hechizo—. Tu madre, Satán...

    Laura sacudió la cabeza tan fuerte que no pude verle la cara con todos esos mechones rubios girando alrededor.

    —¡Vamos! Laura, tú eres el anticristo y yo la reina de los vampiros. Todavía eres virgen y yo perdí mi virginidad después del baile de graduación con un tipo llamado Buck. ¡Buck! Golpeaste a un asesino en serie hasta matarlo y yo una vez tomé una imitación de un par de Louboutins por auténticos. Soy tan retorcida y malvada como tú. No estoy en posición de juzgar.
    —Oh. —Luego—. ¿Buck?
    —Bueno, Jesús, no me juzgues tú tampoco.
    —Oh, nunca. Um. ¿De verdad, tu virginidad? Bueno. La he estado viendo.
    —A tu madre biológica.

    Laura sonrió burlonamente.

    —Ni siquiera estoy segura de que eso sea así. No nací de su cuerpo; nací del cuerpo de tu madrastra. El diablo huyó de vuelta al infierno después de que yo naciera.

    Asentí con la cabeza.

    —Sí, vivir con un recién nacido debe ser increíblemente horrible si el infierno te parece un respiro. —Memorándum para mí: agradece que tienes a BabyJon y deja de quejarte por no poder quedarte nunca embarazada y obligar a otro ser humano a atravesar tu útero para venir al mundo.
    —No soy su hija biológica en absoluto.
    —¿A ti te parezco una genética experta? ¿O una teóloga experta? Es simplemente un montón de jodienda sobrenatural. ¿Quién sabe cómo funciona? Yo no; todavía estoy intentado repasar el manual de reina vampiro. Te volverás loca si intentas forzar todo esto... anticristo, vampiros, hombreslobo, fantasmas, y medio hermanos que son tutelados, y bodas y funerales y suicidios y reyes y reinas y golpes de Estado... a tener sentido. Entonces, ¿tu madre ha estado apareciendo sin invitación?
    —Siempre aparece sin invitación.
    —Sí, dímelo a mí. —El diablo también se deja caer de vez en cuando ante mí. Peor aún: ¡esa vaca sin corazón me tienta con zapatos! Zapatos maravillosos, hermosos, pecaminosamente deliciosos y difíciles de conseguir. Oh, es una bruja diabólica. Además, extrañamente se parece a Lena Olin: sexy, con cabello oscuro de marta salpicado aquí y allá con hebras grises. Piernas matadoras. Trajes geniales. Y los zapatos... no me dejéis empezar con los zapatos...
    —Me ha estado contando cosas.
    —¿Eh? —Oh. Vale. Laura se estaba abriendo con respecto a su madre. Probablemente debía prestar más atención—. Vale. —Estaba bastante segura de que esto iba a ser malo con mayúsculas.
    —Y... y yo siento curiosidad por ella. —Laura casi susurró lo último. Qué malo era eso. Qué vergonzoso; como ella.

    Me reí.

    —Oh, cielo, ¿eso es lo que te está carcomiendo? Mierda. ¿Qué niño adoptado no ha sentido curiosidad por sus padres? ¿Qué pasa, crees que eso te convierte en una mala hija? ¿Qué es irrespetuoso con los padres que te han criado? —Me volví a reír. No quería, pero era divertido, y me sentía aliviada—. Deja de patearte el culo por ser normal, ¿quieres?

    Mi hermana se relajó instantáneamente... sus hombros perdieron el aspecto hundido de alguien que atraviesa un serio estrés. Se inclinó hacia delante y se apartó el cabello de los ojos.

    —De acuerdo entonces, Baal sostiene que...
    —Guau, guau. Voy a tener que pedir a la audiencia una repetición de esa jugada. ¿Baal?
    —Un viejo nombre para mi madre...
    —Realmente viejo, porque nunca lo había oído. Supongo que es ligeramente menos ofensivo que “puta yonki”.
    —Ligeramente.
    —Personalmente, prefiero Belzebú.
    —Llámala Vieja Tramposa si quieres. Llámala Señora de las Mentiras. Llámala Señora Tiggy-Winkle. Sea cual sea el nombre que utilice, quiere que vaya a visitarla. A verla.
    —Vale.
    —Ver su mundo. Sus tierras.
    —Tu madre quiere que te vayas al infierno. —Hice una pausa, masticando eso—. Literalmente.

    Jesús. Y yo que pensaba que mi madre era un tostón cuando me hacía ir a uno de esos cocktails de la facultad a los diecisiete. No hay grupo más aburrido que una panda de académicos con complejo de inferioridad. Y no eran historiadores cualquiera. Historiadores jactanciosos.

    —Y no voy a negar que me siento tentada. Me... me gustaría verlo. Me gustaría... no sé. Sólo siento curiosidad, todo el tiempo. Tengo tantas preguntas. Y pensar que si no te hubiera conocido nunca habría pensado que estaba bien...
    —Ey, ey. Mmmmm. Esto no es culpa mía... no voy a dejar que me eches la culpa. No me arrastres a esto.
    —No te estoy culpando. Te estoy agradeciendo...
    —¡Bueno, déjalo! Pase lo que pase a partir de este momento, pase lo que pase durante el resto de noviembre, nada será culpa mía. —Llevar muerta el último par de años me había vuelto paranoica más allá de todo crédito. Y estaba empezando a olerme las situaciones desastrosas que comenzaban de modo inocente y terminaban conmigo casi muerta, o mi marido casi muerto, o uno de mis amigos muertos de verdad. O un padre muerto, o miles de hombreslobo cabreados conmigo.

    ¿Qué puedo decir? Al destino le gusta mantenerme ocupada.

    —Sólo creí que sería un viaje interesante.
    —Error, oh, dulcemente ilusa hermana mía. Chicago es un viaje interesante. La Boundary Waters es un viaje interesante, si no te importa ocultar tu comida en un árbol. El infierno es una sentencia de por vida. Más aún, en realidad. —Ella abrió la boca, y yo hice un movimiento cortante con la mano—. Jamás. No voy a hablar de eso contigo... soy lo bastante lista como para no intentarlo... y definitivamente no voy a ir contigo. Nunca en mi vida he hecho nada para garantizarme un viaje de campo al infierno.

    Esta parte era una gran mentira. Se me ocurrían varias razones por las que podría haberme ganado un pase de día al Inframundo, comenzando por enterrar el bolso de mi madre en el patio trasero cuando tenía cinco años, imaginando que sin su carnet de conducir, no podría conducir para llevarme al Payless. Como maniobra de distracción, fue arriesgada. En cuanto a castigos, el que siguió fue largo.

    Y terminamos yendo al Wall-Mart. Jesús, compadécete de tu humilde sierva no-muerta.


    Capítulo 5


    ¡Asquerosa, horrible, retorcida, tremendamente malvada, puñetera pedazo de mierda asquerosa!

    —Pude oír tu dulce tono desde la puerta delantera —comentó Sinclair, mi marido, mientras entraba en nuestro dormitorio oliendo a secretos y sangre—. Sin embargo, pareces más, ah, agitada de lo normal.
    —Agitada es quedarse corto.
    —Sí, mi amor, pero echar espuma por la boca no es romántico en lo más mínimo. ¿Era Laura la que salía?
    —¿Eh? Sí.
    —No parecía inclinada a charlar.
    —Asuntos maternales.

    Sinclair hizo una mueca, su equivalente emocional a gritar histérico y tirarse del cabello con las dos manos. Un hombre taciturno, el amor de mi vida.

    —¿Asuntos con la madre de Laura? Un pensamiento sobrecogedor. —Se encogió de hombros para quitarse el abrigo azul marino, se acercó a nuestro vestidor, y lo colgó a regañadientes en una percha de madera—. Te eché de menos esta noche, amor mío.
    —¿Ah, sí? —Yo estaba impertérrita. Gran, gran ventaja de ser la reina vampiro: no tengo que alimentarme cada día. Así que cuando puedo, ahogo mi sed con galones de té helado y licuadoras de smoothies. No ayuda. No en realidad. Pero me hace sentir mejor. Menos freaky. No tanto como un monstruo de película—. Yo no te eché de menos, ni siquiera un poquito... ¡aggghhh! —Caí derrumbada en nuestra cama, riéndome, mientras el rey de los vampiros me acribillaba con sus dedos malvados haciéndome cosquillas a muerte.
    —Entiendo que admitir que tienes cosquillas es admitir que no tienes fuerza de voluntad de ninguna clase.
    —Oh, tú, gamberro. Yo-no-tengo-cosquillas, siempre sales con esas. Como si ser una especie de raro monstruo genético fuera, no sé, prueba de fuerza de voluntad o algo.
    —Lo es —dijo él con una sonrisa absolutamente malvada, y luego sus dedos comenzaron otra vez a pasar sobre mis costillas. Yo me agité, pateé y aullé. ¿Otras reinas tienen que soportar esta mierda? ¿Lo hizo Victoria? ¿Lo hizo Ana Bolena? ¿Isabel II? Parecía improbable. No es que envidiara a Ana Bolena, pero aunque Henry Nunca-Satisfecho Tudor planeó su asesinato legal, nunca le hizo cosquillas hasta sentir que iba a mearse en los pantalones.
    —No, para, tengo una... ¡para ya! —Me contoneé, empujé y me las arreglé para liberarme de su agarre de cemento.

    Vale. Mentira. Me dejó escapar. Yo soy fuerte como una chica muerta, pero Eric Sinclair es uno entre un millón. Literalmente.

    —Tengo un problema de órdago.
    —¿Ah, sí? —También él se levantó de la cama, se desvistió metódicamente y lo colgó todo. No lo culpaba... una vez había visto su factura de la American Express y casi caí fulminada en el acto. Yo también lo colgaría todo si gastara más de cien pavos en una simple corbata.

    Éramos bastante ricos... él lo era, quiero decir, y Jessica... mi mejor amiga... desde luego.

    Lo más que ganaba yo era cuarenta mil dólares, y eso al año como secretaria ejecutiva con siete años de experiencia y antes de ser atropellada por un Pontiac Aztek. Pero vivíamos en una mansión en la súper a tono Summit Avenue. Nuestra mansión, de hecho, parecía a juego con todas las demás mansiones de la calle. Nuestra mansión podía dar a las demás mansiones una lección en cuanto a dinero. Nuestra mansión podría mofarse libremente de las demás mansiones. (Sin embargo nuestra mansión no era muy madura; fue construida en 1860, creo).

    Veréis, la cosa fue así... ¿sabéis qué?, en realidad no tengo tiempo para la historia completa. La resumiré: desperté muerta, pateé culos, me convertí en reina de los vampiros, me enganché con Eric Sinclair y lo hice rey de los vampiros (todavía me pongo como loca cuando pienso en cómo acostarse conmigo fue el principio, medio y final de su coronación... ¿qué tipo de patético enfermo social planea algo así?), me mudé a Central Vampiro hace un par de años cuando mi vieja casa se vio asaltada por las termitas, y tengo, en cualquier momento dado, alrededor de media docena de compañeros de casa (sin haberlos invitado a quedarse), vivos, muertos, y entremedias.

    ¿Veis? Si escupiera toda la cosa, nos pasaríamos aquí todo un mes. El mes más horroroso. Noviembre.

    (Eran las 3:18 a.m., 1 de Noviembre. El principio del mes infernal. El mes más horroroso. Noviembre).

    —¿Tiene esto algo que ver con tu irrazonable odio a Acción de Gracias? —preguntó Sinclair el Inamovible, quitándose cuidadosamente los gemelos (judías de oro de Elsa Peretti, y sí, has leído bien, el tipo lleva judías de oro en las muñecas y luego se burla de mí por permitirme la joyería de Target) y colocándolos en el cajón de sus gemelos.

    Sí. Ese es el tipo de hombre con el que estaba condenada a vivir durante cinco mil años.

    —¡Colega! ¿Irrazonable? De eso nada, capullo despiadado. Mi odio a Acción de Gracias es extremadamente razonable.
    —¿Cómo es que te conozco desde...?
    —Una eternidad.
    —... no, sólo lo parece, querida. Te conozco desde hace tres años...
    —Absoluta y completamente una eternidad.
    —... pero nunca dejan de sorprenderme tus absurdos prejuicios, en particular tu disgusto por unas vacaciones básicamente inofensivas.
    —¿Inofensivas? Hablas como un viejo tipo blanco y rico. —Molesta, balanceé mi dedo del pie hacia una de las patas de la cama y casi me lo fracturé por mis esfuerzos. La fuerza y la velocidad no-muerta no significaban dedos de los pies invulnerables.
    —No lo entiendo.
    —Por supuesto que no lo entiendes, eres un tío. Un blanco rico, si no lo captas. Todo lo que has tenido que hacer en Acción de Gracias es cometer un genocidio en masa, ver fútbol, y llevar pantalones pavo.

    Sinclair parpadeó lentamente hacia mí. Como una lechuza. Una gran lechuza pálida, atractiva y musculosa.

    —¿Pantalones pavo?

    Ondeé la mano desechando su pregunta.

    —Ya sabes. Como los pantalones de chándal. Pantalones con toneladas de elásticos para que puedas comer pavo hasta vomitar.
    —Acción de Gracias era algo diferente en mi casa —dijo él, con aspecto asombrado.
    —Eso es una gran mentira, colega.
    —Además, odio cuando te refieres a mí como colega.
    —¡Colega, como si me importara! Escucha: desde el primer Acción de Gracias hasta el que llegará dentro de tres semanas, toda la presión de Acción de Gracias recae sobre las mujeres. Cocinar, limpiar, rellenar, comer... apenas; estamos demasiado ocupadas saltando arriba y abajo con más salsa y salsa de arándanos... limpiando, cayendo en hinojos y rezando por fuerzas para llegar a Navidad, levantarse y repetir. Es inhumano, yo debería saberlo. Además es una conspiración para mantenernos encadenadas a nuestras fregonas.
    —¿Tenemos una fregona?
    —Debemos tenerla. —La cocina era tan grande como un campo de fútbol; los mostradores siempre estaban brillantemente limpios, los suelos siempre destellantes. El lugar olía a limones y madera vieja. Probablemente teníamos una docena de fregonas. Un batallón de fregonas. Y un discreto y bien pagado personal de limpieza.
    —Pero, mi reina, tú no tienes que hacer nada de eso: cocinar, limpiar, rellenar... recitas de memoria esa letanía, espero. Francamente, estoy seguro de que nunca has hecho esas cosas.
    —Esa no es la... escucha, estoy intentando asentar una base para el feminismo aquí.
    —¿Feminismo?
    —Sí, ya sabes, esa forma de pensamiento tan molesta que asume que las mujeres son iguales a los hombres. No digas “feminismo” como si nunca hubieras oído la palabra, bastardo represivo.

    Mi marido tenía una expresión en la cara que yo conocía bien: estaba divertido, y molesto, y con aspecto de estar cayendo en una migraña de tres días.

    —Sí he oído la palabra, cariño, y...

    ¡Demasiado tarde! Yo estaba hundida hasta la cadera en mi modo sermón.

    —Nosotras las feministas tuvimos que inventarlo para detener tanta represión extendida y todo eso.
    —¿Cómo estás siendo reprimida tú?

    Jadeé.

    —¿Cómo estoy...? ¿No has visto mis tetas, lo cual me clasifica definitivamente como miembro de pleno derecho de esa gente reprimida?
    —Pero no lo estás. Eres rica.
    —Es tu dinero. —Hice una pausa—. Y antes de ti, era el dinero de Jessica.
    —Muy bien. Tienes acceso al dinero, ¿podríamos dejarlo así? Tu padre tuvo una vida excelente, y tú siempre has tenido acceso a fondos. Nunca te he visto limpiar una ventana ni rellenar un ave.
    —Oh, ¿así que porque Sinclair el Grande no ha visto que ocurriera, no ha ocurrido?
    —Mi amor, juraré reverenciarte y dejar toda esta línea entera de debate, con tal...
    —Reverencia, impresionante, me gusta como suena eso. Me gustarían grandes cantidades de reverencia, pero es raro que te rindas tan rápido en...
    —Con tal de que me digas dónde se guardan las fregonas.

    Dejé de hablar. Parpadeé. ¿Tenía que hacerlo? Ya no meaba, ni menstruaba, ni sudaba, ni vomitaba. No necesitaba parpadear, mis cuencas no-muertas simplemente se humedecían por sí mismas, ¿y por qué estaba pensando en líquido ocular ahora mismo?

    —Aunque agradezco el silencio momentáneo, no negaré que la idea de tu refutación me llena el pecho de terror.
    —Colega, ¿podemos tener una charla marital sin hablar de tus tetas?
    —¿La fregona, amor mío? —Ajustó los pliegues de su supertraje Savile Row, luego se desabrochó el cinturón y, vale, digresión mayor aquí, pero me encanta absolutamente el sonido del cinturón de Sinclair desabrochándose. Es sexy, aunque práctico. ¡Aunque erótico!

    Sea como sea, se estaba desabrochando el cinturón, clink-clank, bajándose la cremallera, y ahora se estaba quitando los pantalones y parloteando todo el rato.

    —¿Sabes dónde reside dicha fregona? ¿Sabes cuántas tenemos? ¿Sabes... —Dobló los pantalones en una de sus elegantes perchas de madera; donde hubo una vez un orgulloso bosque pluvial, ahora había colgadores para los pantalones de mi marido—... dónde se guarda la Mop & Glo ?
    —Ni siquiera tú lo sabes —supuse. Fue un tiro al azar, pero me sentía bastante confiada.
    —Me tomaré eso como un no.
    —Vale, no sé dónde están exactamente las fregonas. Eso no significa que no esté reprimida.
    —De hecho, significa eso, querida.
    —Porque yo... —Porque tengo un cerebro lleno de pensamientos, y todos quieren salir a la vez.

    Vale. Dejadme pensar en esto.

    Nunca había tenido que hacer una comida o una cama. Ni había cosido un botón desde la clase de economía doméstica en séptimo. Ni pagaba ninguna factura. Ni siquiera tenía que ir a la compra, aunque todavía lo hacía.

    Pero Sinclair era blanco, y viejo... en los setenta. O noventa. Francamente, nunca me acordaba, y francamente nunca lo intentaba demasiado. Si pensaba en el hecho de que estaba retozando y follando frecuentemente con alguien lo bastante viejo para ser mi abuelo, el tipo no podría desabrocharse el cinturón hasta el final de los tiempos y todavía no sería lo bastante rápido para mí.

    ¡Pero! Era viejo, era blanco. Desde luego, había crecido en una granja, pero se había hecho rico no mucho después de morir. Creo que no mucho.

    Hmm. Esto era un poco embarazoso. ¿Pensándolo bien, cuánto sabía del amor de mi vida?


    Capítulo 6


    Veamos. Nació y se crió en el medio oeste.

    Sus padres eran granjeros.

    Perdió a sus padres y a su hermana pequeña en algún horrible accidente... estaba bastante segura de que había sido un accidente... y conoció a Tina (en un ratito algo más sobre ella) la noche del funeral.

    Sabía que prefería los zapatos Kenneth Cole, en color negro.

    Sabía que adoraba las fresas.

    Sabía que me amaba.

    Sabía que amaba el poder por encima de todo.

    Y eso era casi todo lo que sabía. Si esto fuera un libro, y no mi vida, lo que sabía de mi marido ni siquiera llenaría una página.


    Capítulo 7


    Mi reina, pareces inmersa en tus pensamientos. O quizás estás sufriendo un calambre en el pie.

    —Lo primero —admití— y escucha, recuérdame preguntarte si fuiste presbiteriano. Y cuál era tu comida favorita cuando eras niño. Y qué edad tenías cuando te enteraste de que no existía Santa. Y cómo perdiste la virginidad. Y si abrías los regalos en Nochebuena o la mañana de Navidad. Y... otras cosas, cuando piense en ello.

    Sinclair pestañeó de nuevo.

    —Mi amor, ¿me estás haciendo una encuesta?
    —Con el tiempo. Pero tengo que dejarlo aquí, porque los tipos blancos no pueden decir a los negros o a las mujeres o a los luteranos que no están reprimidos.
    —Pero no lo están. Más bien, tú no lo estás. Y dudo mucho que Jessica haya estado reprimida por más de medio momento. —Hizo una pausa y luego admitió—: No puedo hablar por los luteranos.
    —Así que no cocino ni limpio. Ni hago camas. Ni compro comida excepto por gusto, ni llevo mi coche al mecánico. Ni lo llevo a cambiarle el aceite. Ni friego lavabos. Ni... —Hmm. Puede que él pudiera tener razón—. Pero tú aún has estado incluso menos reprimido que yo. ¡Vamos a ver cómo niegas eso!
    —¿Esto no será una forma de distraerte a ti misma de la muerte de Antonia y Garrett, no, amor mío?

    Me senté de golpe en nuestra cama. Mierda.

    Y mierda otra vez.


    Capítulo 8


    Escarbar en eso —me senté en mi cama. Sinclair acababa de ganarse seis semanas en el sofá—, no es justo —dije, y me encogí de miedo al oír que mi voz realmente temblaba de dolor. Amaba al maldito tarado, pero no era muy divertido para mí parecer vulnerable y desvalida ante alguien, mucho menos si era alguien a quien amaba y quería impresionar.

    Él dejó de trasegar con su ropa, vino a sentarse a mi lado y pasó cuidadosamente un brazo alrededor de mis hombros, como si se preguntara si iba a clavarle un codo en los intestinos. O en los dientes.

    —Me preguntaba cuándo sería el momento apropiado para discutir esto contigo.
    —No lo intentes nunca. Eso sí que sería apropiado.
    —Los acontecimientos que desembocaron en sus muertes fueron tremendamente estresantes y peligrosos; hubo pocas oportunidades de considerar cuidadosamente las consecuencias de sus acciones.
    —Vale, eso es hablar con precisión —admití.
    —Nuestro viaje a Massachusetts fue tan azaroso que no tuviste tiempo de guardar un luto adecuadamente.
    —¿Azaroso? No es la palabra que yo hubiera escogido.
    —Has evitado cuidadosamente toda mención a ellos, y ahora te estás aferrando a cosas como vacaciones inofensivas, feminismo, y a Laura queriendo emprender una... ¿cómo lo llamaste? Una excursión al infierno.
    —Bueno. Son asuntos de los que tengo para ocuparme. No puedo evitarlo. Un momento. ¿Cuándo te mencioné el viaje al infierno? Estaba preparando el terreno para eso.
    —¿Ves qué bien te conozco, amor mío?

    Me estudiaba tan fijamente que realmente podía sentir su mirada sobre mi piel.

    —De hecho, así es.

    De hecho, vete a freír espárragos. Traté de aplastar mi irritación.

    —Están muertos. Se fueron, y no pudimos impedírselo a ninguno de ellos. Luego, para empeorarlo, casi perdemos nuestras cabezas a manos de un montón de hombreslobo cabreados con acento de Massachusetts. —Era difícil decidir qué daba más miedo. Me habían llamado espabilada y había tardado algunos segundos en descifrar el cumplido. Su acento me había sonado tan extraño como mi gangueo del medio oeste sin duda les había sonado a ellos.

    Tomé aliento y seguí lamentándome.

    —Ahora tengo al diablo fastidiando a mi hermana cada diez minutos y las peores vacaciones de mi vida surgiendo amenazadoramente en el calendario.
    —Y no pudiste salvarlos.

    Yo poyaba mi barbilla sobre su hombro, así que miraba directamente a su oreja izquierda.

    —¿Qué tiene que ver eso con todo lo demás?
    —Todo, la más encantadora de las reinas. Tiene todo que ver con lo demás.


    Capítulo 9


    El bocazas con el que me casé no estaba enteramente equivocado. No, no habíamos hablado realmente de lo sucedido. Y sí, por supuesto que no lo había discutido con nadie... ni siquiera con él. Ni siquiera con mi mejor amiga.

    Eso era porque yo sabía algo que mi marido y mi amiga no sabían: era una cobarde.

    Nunca miraba hacia las escaleras.

    Jamás miraba los barrotes perfectamente reparados de la barandilla completamente reparada.

    Nunca miraba la baldosa donde Antonia cayó, donde se desangró, donde murió.

    Jamás usaba la puerta principal en absoluto; la última vez que lo había hecho, a Antonia le habían metido una bala en el cerebro y su amante, Garrett, se había metido los barrotes de madera en el pecho, vientre y garganta.

    Nunca.

    Bueno, vale ya con todos esos nunca y todos esos jamás, sí, bien. Nunca pienso en eso. A propósito, por supuesto. Muy al contrario, lo confieso: por supuesto que nunca pienso en eso a propósito. ¿Quién podría nunca pensar en eso por accidente?

    Así que el Capitán Aguafiestas tenía algo de razón.

    Pero eso no quería decir que el Día de Acción de Gracias no pintara fatal, porque desde luego lo hacía.

    —¿Qué quieres decir?
    —Que tu sentido de la responsabilidad está afrontando el problema en lugar de desdeñarlo.

    Salí de la cama de un salto.

    —Oh, ya estamos. Las responsabilidades de la realeza. El liderazgo. La justicia. No importaba el hecho de que el vampiro medio tenga aproximadamente noventa y ocho años de edad. Ellos deberían guiarme a mí. En años vampiro, soy todavía una niña pequeña.

    Vale, aquí estaba la enorme mascota malhumorada. Podía ver por la expresión de Sinclair que ya había oído esto antes y lo dejaba impertérrito. Y sí, es muy infantil lloriquear por circunstancias que nunca, jamás podré cambiar.

    Pero odiaba que se esperara que liderara a todos los que me rodeaban y que eran: a) lo bastante viejos como para ocuparse de sí mismos, b) lo bastante viejos como para tener mejor criterio, y c) tan, tan viejos como para no necesitar una reina vampiro que lo controlara todo. Abandoné toda esa mierda cuando me despidieron de mi último trabajo como administrativa.

    Pero aquí estábamos. Y otra vez: mis responsabilidades. Mías, mías, ciertamente cumplía del todo mi voto de “Si me convierto en Miss Reina Vampiro trabajaré hasta la extenuación por la paz mundial”. El anticristo se había vuelto loca. Mi padre había muerto. Mi madrastra murió y comenzó a atormentarme. Al diablo le gustaba dejarse caer por aquí. ¡Garrett se mató porque Antonia atrapó una bala con su cerebro... tres veces! Mi mejor amiga había roto con el amor de su vida, que insistía en que eligiera entre él y yo.

    Oh todo mío, sí. Todo era fantástico.

    Estaba ya en la puerta, medio esperando que Sinclair estuviera justo detrás de mí. No lo estaba. Todavía estaba sentado en la cama.

    —Estoy harta de discutir esto.
    —¿Cómo es posible —preguntó serenamente—, cuándo nunca lo hemos hecho?

    ¡Ay!

    —Si salgo por esa puerta —amenacé—, yo... —Vale. Que nunca regresaría era mentira y él lo sabía. Pero al fin y al cabo, no regresar no tenía el tono amenazador que yo esperaba—... ¡estaré realmente cabreada contigo!

    Él bostezó.

    Yo me fui.


    Capítulo 10


    Bajé pisando fuerte por el tramo de escaleras al estilo de Lo que el Viento se Llevó (tapizadas en felpa de un rojo profundo, como las verdaderas de Escarlata) y pasé por un par de pasillos. (Este lugar tenía más baños que la Casa Blanca, por no mencionar aparadores, armarios para la ropa blanca, montaplatos, salones, habitaciones y alacenas... había encontrado tres hasta el momento).

    Por centésima vez me pregunté qué estaba haciendo yo, Elisabeth no-me-llames-así Taylor, viviendo en una mansión llena de rarezas paranormales como mi marido. De hecho, ¿no era yo, Elizabeth Taylor, una rareza paranormal en primer lugar?

    No había pasado tanto tiempo desde que estaba libre y sin compromiso, viviendo por mi cuenta, en mi propia casa, sin estar casada, sin hacer de canguro para no-muertos o chupasangres, ocupándome simplemente de mi propia mierda y permitiéndome ocasionalmente unos zapatos de la nueva temporada de primavera de Beverly Feldman.

    Quizás ese fuera mi problema. No podía recordar la última vez que me había comprado yo misma un par de zapatos.

    Cómo... ¿cómo podía haberle pasado esto a mi vida? ¡No era de extrañar que todo estuviera jodido! Dios mío, estaba todo tan claro...

    Había deambulado hasta el interior de la cocina, no del todo por accidente. La habitación era como un gran estadio pero cálida y acogedora... encimeras grandes y largas, un par de neveras siempre abastecidas de cosas para picar, taburetes de bar grandes y muchas revistas y periódicos esparcidos por todo el mostrador de mármol que Tina usaba ocasionalmente para estirar la masa para galletas (lo cual resultaba curioso ya que ella no podía comérselas. Ninguno de nosotros podía, excepto Jessica, que estaba siempre morbosamente preocupada por ganar peso y adentrarse lentamente en el terrible territorio de los 46 Kilos. ¿Adónde demonios iban a parar todas esas galletas?)

    Como medio-esperaba, Tina ya estaba allí. Estaba recién duchada... no era ninguna sorpresa, porque olía como a sangre. Acababa de volver de caza, entonces.

    Tina y mi marido tenían que alimentarse diariamente (cada noche, supongo). La regla no escrita era que sólo nos alimentábamos de chicos malos. Por lo que si fueras un asaltante, o un violador, o un asesino, o un ladrón, o un desfalcador, ten cuidado. Serías elegible para nuestro programa nocturno de toma-tú-tentempié-y-vete. Nosotros conseguiríamos nuestro tentempié, y tú simplemente... te irías. ¿Adónde?, nos tendría sin cuidado.

    Estaba de pie ante el frigorífico, sosteniendo la puerta abierta, llevaba su uniforme post-ducha consistente en un pijama hasta los pies de un precioso y grueso lino color crema. Con su cascada de cabello rubio y sus grandes ojos marrones parecía una extra de la Casa de la Pradera. Una extra buenorra.

    De repente me di cuenta de algo que sabía acerca de Tina... ¿sabéis cuando no sabes que sabes algo hasta que te das cuenta de que lo sabes? (A callar. Tiene sentido si piensas en ello.) Lo que ahora sabía era que Tina siempre vestía tan modestamente como una institutriz. El conjunto más atrevido con el que la había visto nunca era un par de pantalones cortos de lino con una camiseta de manga larga.

    Era partidaria de las faldas y pantalones largos. Cuellos altos y pijamas largos... nunca nada frívolo o insinuante. La recordé diciéndome una vez que se había convertido en vampiro durante la Guerra Civil (¿o había nacido durante la guerra? No puedo acordarme...); al parecer los viejos hábitos de modestia tardaban en morir. O, en caso de Tina, no morían en absoluto.

    Sabía que estaba ojeando su enorme y extraña colección de vodka. Como cualquier vampiro, estaba continua y compulsivamente sedienta. Como yo, intentaba ahogar ocasionalmente esa sed con potingues además de con sangre. También como yo, fallaba cada vez... pero disfrutaba intentándolo.

    Aquí estaba sacando una botella... ¡puaj!, vodka con sabor a pimiento picante. Cómo si una bebida hecha de patata no fuera ya suficientemente asquerosa.

    No, no quería sabor a pimiento. De vuelta al interior del frigorífico que iba. Ahí va canela. Algo mejor, supongo, pero no, tampoco quería ese. Ahí va... ¡oh, no! ¡Bacon! ¡Vodka con sabor a Bacon! (Juro por Dios que no me lo estoy inventando. Wikipedia si no me crees.)

    Iba a vomitar ahora mismo. Justo aquí en la cocina, junto a los pies de uno de mis más leales acólitos vampiro. Nada iba a detener el Vómito Express. Excepto posiblemente el hecho de que no había vomitado desde que me levanté de la muerte en ese funeral tres años atrás.

    Concéntrate. Piensa en todas las cosas bonitas que hace Tina. Piensa en lo insensible y terrible que sería vomitar sobre sus pies. Piensa en... piensa en el hecho de que ni siquiera te permitiría limpiarlo.


    Capítulo 11


    Era la mayordomo de Sinclair, una palabra elegante para describir lo majestuosa que era Tina; la súper secretaria y asistente administrativo de los condenados. Pero era más que eso.

    Sabía dónde estaban enterrados los cuerpos... lo cual no era una frase baldía en esta casa. Conocía todos los números de cuenta y las contraseñas. Se sabía todos los cumpleaños y fechas de fallecimiento. Conocía las comidas favoritas y las alergias. Era prácticamente un genio con las armas de fuego —un ardid muy bueno para alguien que había nacido durante la Guerra Civil. O había sido convertida durante la misma.

    Ella había hecho a mi esposo... lo había convertido. Y se había quedado con él desde entonces, y cuando me conoció instantáneamente volcó su lealtad sobre mí.

    Era... ya sabéis. Era Tina. Tina, ciudadana no-muerta de los no-muertos con una afición por el alcohol hecho a base de patatas y con sabor a embutidos.

    En realidad, todo lo que sabía de ella era que había convertido a Sinclair en vampiro la noche del funeral triple de la familia de él, y supongo que después de eso nunca miraron atrás.

    Tina y mi esposo no se habían emparejado, lo cual yo encontraba a la vez un alivio y algo extraño... habrían hecho una hermosa y poderosa pareja. Francamente, me sorprendía un poco que él se hubiese resistido a ella. Tina era supremamente hermosa, y lo que era incluso mejor, extremadamente inteligente. Inteligente como El Encantador de Perros.

    No, los dos se habían dedicado simplemente al negocio de amasar dinero y propiedades y... esto va a sonar condenadamente engreído incluso para mí, pero básicamente habían pasado numerosas décadas esperando a que yo, vuestra atenta servidora, apareciera.

    Aparece moi, recientemente fallecida y cabreada (lo primero nada nuevo, lo segundo extremadamente nuevo). La noche que conocí a Tina ella me salvó el culo. He logrado devolverle el favor una o dos veces.

    ¿La cuestión? Supongo que la cuestión era que amaba, admiraba, vivía y dependía de personas de las que en realidad sabía muy poco. No es que fueran taciturnos... solo que yo normalmente no me preocupaba por ello. ¿A quién le importaba que Sinclair hubiera sido criado como presbiteriano o luterano? ¿A quién le importaba que su abuela alguna vez le hubiera hecho comer Lutefisk en Nochebuena? ¿A quién le importaba si Tina se había casado alguna vez, o incluso si había sido mamá?

    Bueno. Probablemente a ellos.

    Y yo debería haberlo sabido.


    Capítulo 12


    Majestad, ¿cuánto tiempo va a estar merodeando junto a la puerta?

    Por supuesto. Sabía que yo estaba allí, probablemente lo sabía desde antes de que yo supiera que me iba a dirigir a la cocina. Yo podía ser silenciosa cuando quería, pero Tina era más un fantasma que un vampiro, y no se le escapaba nada.

    —Por favor no cojas ése —rogué, y ella rió entredientes.
    —No, no estoy de humor para ése... —Me esforcé en escuchar; ¿Tenía acento sureño? No. Estaba segura de que nunca lo había tenido... al menos, no en los tres años que hacía que la conocía. Es posible que se le hubiese gastado tras sesenta y tantos años viviendo en Minnesota.

    Espera. ¿Era siquiera sureña? ¿O sólo lo estaba asumiendo porque había hecho referencia a algún hecho de la Guerra Civil?

    Podría haberle preguntado sin más, pero estaba demasiado avergonzada.

    —Creo... —un pequeño tintineo mientras movía las botellas—. Hmmm... —Sacó... cerveza de raíz. Cerveza de raíz con sabor a jugo de patata.
    —Tan solo me estás torturando.
    —Nunca, Majestad. Vivo y muero a cada orden suya. —¡Clank! La botella de cerveza de raíz volvió dentro. Y aquí venía... uf, tenía miedo de mirar...

    Menta.

    Exhalé con alivio, un hábito de haber estado viva del que aún no me había deshecho. Tina se rió entre dientes otra vez, tenía una risa baja genial, casi como terciopelo desgarrado.

    —Creo que, sí —dijo, posando la botella congelada en el mostrador—. ¿Me acompañas, mi reina?
    —Ni de broma. —Lo bebió cuidadosamente—. ¿No es más barato engullir alcohol isopropílico sin más?
    —De hecho, sí, pero es menos satisfactorio.
    —¿Buena caza? —tan pronto como pregunté hice una mueca. De quien fuese que Tina hubiese tomado su tentempié, eran seres humanos. No el plato gourmet de la semana de Rainbow foods.

    Sólo que en algunas ocasiones, eso era lo más que podían aspirar a ser. Había muchos mierdas corriendo por ahí todo el tiempo.

    Aún recuerdo una comida de hacía una año... sucedió con una pedófila que justo estaba bajándole los pantalones a su víctima. Yo pretendía golpearla y salvar al alumno de secundaria. En vez de eso, casi la hice atravesar la pared. Una pared de ladrillos. La buena noticia fue, que cuando volvió en sí estaba tan desconcertada que empezó a confesar compulsivamente... todo. Pero la mala fue, que después de que sucedió, apenas podía dejar de pensar en esa vaca inútil.

    No es que me sintiera mal. Me sentía mal porque no me sentía mal. Nada que provocara una migraña.

    —... pero después, prometió entregarse y devolver todas las copias piratas de Ironman 3 y Spiderman 8.
    —Y la población duerme en paz. Piratería. Sí, esa palabra. Apuesto a que te lleva atrás... a noches bajo la luz de la luna en el profundo sur, cuando destilabas alcohol ilegalmente para tus numerosos primos...
    —¿Majestad?
    —A menos por supuesto que no sea así. Que no te traiga recuerdos quiero decir. Entonces, ¿lo hace?

    Las cejas de Tina estaban unidas, tanto que por un aterrador momento pareció tener una sola ceja.

    —¿Disculpe Majestad?
    —No importa. Bueno, probablemente te ibas a dormir.

    Tina bajó la mirada como asegurándose de que estaba limpia y recién bañada; y también que llevaba un camisón en vez de, digamos, un vestido de cóctel.

    —Sí, así era, pero si requiere algo...
    —No, no. No, yo... —¿Qué exactamente? ¿Enfurruñarme y esperar a que Sinclair escupiera una disculpa? ¿Preocuparme por mi hermana? ¿No usar el salón principal para no tener que pensar en Antonia y Garrett?—. Voy a usar la puerta, ¡eso es lo que voy a hacer!

    Tina había retrocedido hasta que su (permanentemente torneado) trasero estuvo presionado contra el refrigerador.

    —Como... como desee su Majestad.
    —¡Maldita sea, así es!

    ¡Sí! Nadie podría acusarme de no usar mi propia puerta delantera. De ningún modo, nena.

    Iba a usar hasta la mierda la puerta delantera.


    Capítulo 13


    Odio la puerta delantera.

    Bueno, es la verdad, y así era ya antes de Eso. Primer punto, era prácticamente del tamaño y grosor de una secoya. Pesada como el demonio, hasta con bisagras. Sin mirilla... y dado que la mayoría de los vampiros sabían donde vivía, esto era peligrosamente estúpido. Más o menos como el imbécil ocasional que venía buscándome.

    Además, se abría hacia un enorme vestíbulo de mármol, muebles antiguos y, en los días libres del ama de llaves, pelusas de polvo del tamaño de orangutanes. La casa olía como a madera antigua, cera para suelos y flores muertas. Todo era más grande que la vida... Altas entradas. Mármol por todos lados. Mesas con capacidad para veinte. Sillas para las mesas que parecían tronos (Target no tiene sillas así, lo he comprobado). Alguien que no supiera nada de los residentes de la casa instantáneamente sentiría que no nos llevábamos nada bueno entre manos.

    Sutil no era. ¿Y qué pasa cuando la señora de lo obvio repara en que algo no es sutil? Hermano, es momento de hacer el petate y salir de la ciudad porque la lluvia de fuego está a punto de empezar.

    Oh. Cierto. Había otra cosa que no me gustaba de la entrada principal. La biblioteca (una de las bibliotecas) estaba justo al lado de la mencionada entrada, y la biblioteca era, en casi cualquier modo posible, peor que el vestíbulo.

    El Libro de los Muertos se guardaba en la biblioteca. Lo cual era muy parecido a decir que la bomba se guardaba en el garaje junto al quitanieves.

    Caminé sigilosamente hacia esa cosa horrible. ¿Y por qué no? Apenas era noviembre y el mes ya apestaba. Qué iba a hacerme, ¿un corte de papel demoníaco?

    No. Necesitabas papel para cortarte con él. El Libro de los Muertos había sido escrito (con sangre) por un vampiro (loco) sobre piel humana.

    ¡Hazte con toda la colección!

    Podía sentir mi boca intentando contener un fruncimiento poco atractivo a medida que me acercaba. No es que tuviese que preocuparme por las arrugas. Solo por volverme malvada y observar impotente como mis compañeros de casa morían. Y, ya sabes, por los impuestos.

    Todas las respuestas estaban ahí. El Libro de los Muertos nunca se equivocaba. Esa maldita cosa simplemente estaba ahí en un viejo soporte que nunca estuvo de moda; burlándose de mí. Si mi fallecida madrastra fuese un libro, sería este. Todas mis preguntas podían ser respondidas. No más preocupaciones... no más preguntas.

    Sí. Todo justo ahí, si no me importaba volverme loca. Ahora bien, no soy del tipo quisquilloso y la locura de una chica es demasiados daiquiris durante fin de semana para otra, pero la última vez que me dejé llevar, asusté (y mordí) a mi mejor amiga y violé a mi esposo. (Nunca acabé de decidir qué había sido peor: que abusara agresivamente de él, o que él pareciera no notar que me había vuelto malvada en todo el fin de semana).

    ¿Alguna vez mencioné que la horrible, horrible cosa era a prueba de fuego? ¿Y a prueba de agua? Cada vez que trataba de tirarla o destruirla, volvía. Era como estar en uno de esos clubs de compre-diez-DVD´s-por-$2.99, sólo que más malvado y sin tanto correo los fines de semana.

    Aún así, era tentador. Claro que lo era. A pesar de saber que era peligroso... ¿o porque sabía que era peligroso? Porque si de verdad me ponía a pensarlo, yo...

    —Qué ceño tan poco atractivo. Ya que no puedes depender de tu inteligencia, cariño, deberías intentar conservarte hermosa el mayor tiempo posible.

    El corazón me dio un GRAN vuelco en el pecho y de verdad me tambaleé. Conocía esa voz dulce y maliciosa. Primero el libro.

    Ahora el diablo.


    Capítulo 14


    Me di la vuelta

    —¡Tú!
    —Yo —estuvo de acuerdo Satán. En contra de cada instinto de conservación que había desarrollado en treinta y tantos años, instantáneamente miré a sus pies. Y gemí.
    —Ah. —La Niña Problemática de Dios sonrió con afectación, batiendo sus largas pestañas—. Lo has notado.

    Por supuesto que lo había notado. Podría haberse puesto botas de piel encima y lo hubiese notado. Podría haber estado disfrazada del hombre Michelin y lo habría notado.

    El diablo llevaba un par de tacones de aguja de Stuart Weitzman. Estaban delineados con 1.420 diamantes Kwiat (¡más de treinta quilates!) montados en platino. Anika Noni Rose (la otra Dreamgirl) los usó en los Oscar del 2007 y había sido una ganga a medio millón de dólares.

    —Dime. ¿Cómo le van las cosas a mi treinteañera muerta favorita?

    Yo estaba demasiado sobrecogida para responder, o reparar en el insulto. O siquiera notar algo. Estaba... deslumbrada. El Libro de los Muertos podría haberse convertido en un desnudo Robert Downey Jr. y ni siquiera habría echado un vistazo al más caliente nuevo/viejo chico malo de Hollywood.

    Satán sonrió hacia sus bellos, bellos, bellos, bellos, bellos, bellos, bellos, bellos, bellos zapatos y ¿cómo podía yo culparla?

    Ya que estamos, ¿he mencionado que el Diablo se parece a Lena Olin? ¿Como la más caliente tía buena en la historia de las mujeres mayores sexys? ¿Una tía buena que seduce a todos tus amigos pero luego te lleva a tomar un trago y te hechiza para que la perdones a regañadientes?

    La maldad pura me acosaba en mi propio hogar, usando tacones altos y un severo traje hecho a medida con un gran escote. El traje, lo supe al momento, estaba hecho de lana de vicuña, la tela más costosa del planeta. Se cotiza a unos 1.780 dólares el metro. Lo sabía porque ella había usado otro traje con un corte y color diferente el año pasado, un profundo y exquisito negro, y yo había sentido la suficiente curiosidad como para investigarlo.

    Traje severo en azul medianoche, zapatos geniales, mínimo maquillaje, sin perfume, sin joyas (quien las necesitaba con zapatos así) y las medias más finas, más como tejido de seda que algo artificial. Satán prefería los ligueros (desearía no saber eso). Y también tentar puñeteramente a la amigable reina vampira del vecindario.

    —... un favor.
    —¿Ah?
    —Dije que tienes el aspecto de alguien que necesita un favor.
    —¿Yo qué? ¿No? Mm.
    —Pareces menos locuaz de lo habitual. Vamos. Sé que tú y mi hija tuvisteis una bonita charla viendo películas de Al Pacino y comiendo palomitas de microondas. También sé que tienes un problema. Varios, uno de los cuales es tu anémico CI, pero en uno de ellos puedo serte útil. Incluso mejor, en uno de ellos deseo ser de alguna ayuda. Y estoy dispuesta a asistirte, pero en pago debo insistir...
    —Discúlpame. Tengo que recostarme. —Me tambaleé hacia el sofá (recientemente retapizado en un profundo terciopelo color verde musgo, después de que uno de mis compañeros de habitación vomitara vodka de pasto de búfalo encima) y traté de recostarme. Pero no pude lograrlo antes de que mis rodillas se doblaran así que simplemente...

    Simplemente...

    Um... simplemente...

    —Bueno golpéame en la cara y arrójame del cielo. —El rostro de Satán apareció sobre el mío; el diablo estaba tan preocupado como la hubiera visto alguna vez—. Te has desmayado. ¿Sabes lo raro y anticuado que es desmayarse en estos días? Pareció como un salto de barriga a cámara lenta. ¿Quieres una almohada? Confío en que esta alfombra no esté tan sucia como parece. Y huele.
    —Son realmente unos zapatos geniales y asombrosos —logré decir, parpadeando hacia el Lucero del Alba.
    —Y los obtuve a cambio de una canción —replicó—. O más específicamente a cambio de un alma. Pero pueden ser tuyos por el módico precio de...
    —¿Qué demonios está sucediendo aquí?

    Satán giró la cabeza y oí un bufido de irritación. O tal vez tan solo tuviera una fuga por alguna parte. Mi mejor amiga, Jessica, estaba parada en el pasillo con los brazos en jarras. Lo cual era bastante alarmante porque era más que huesuda y sus codos podrían haber sido registrados como armas mortíferas. Podía destrozar ventanas de coches con ellos.

    —Nada de tu interés, señorita Watson. ¿Por qué no corres a gastar más dinero que no ganaste?
    —¿Y tú porque no te vuelves al infierno? —Jessica lo estaba haciendo bastante bien dado que: a) nunca había conocido al diablo y b) de hecho estaba gastando dinero que no había ganado. Diariamente incluso—. No es que sea tu maldito problema pero sangré por ese dinero. Ahora bien, no sé por qué estás aquí...
    —Seguramente porque nunca me molestaría en informártelo.
    —... pero no hay forma de que sean buenas noticias para nadie de mi casa.
    —Tu casa —contraatacó el Adversario, apuntando un dedo de perfecta manicura francesa hacia mí—. La escritura está a nombre de ella y su esposo.
    —¿De verdad? —Oh. Cierto. Creo que Sinclair había mascullado algo al respecto hacía un par de meses. Yo estaba demasiado ocupada evitando el vestíbulo y esta habitación para prestar mucha atención—. Así que somos los dueños la casa... ¿y qué? Es sólo semántica.
    —¿De verdad sabes qué significa esa palabra?
    —Significa que Jessica ha sido dueña de bastantes lugares que yo he alquilado o donde he vivido. Así que si la escritura esta a su nombre o al mío o al de Tina o al del gato, es su casa tanto como lo es mía.
    —Excepto desde el punto de vista legal —dijo Baal, poniendo los ojos en blanco.
    —¡Fuera! —Jessica realmente golpeó el suelo con el pie. También aterrador... calza un cuarenta y tres pero sus pies no tienen casi anchura. Parece como si caminara sobre reglas. Eran reglas afiladas además. Cuando golpeaba uno contra mi espinilla me dolía como el demonio. Los superpoderes de los no muertos no podían prevenir esos dolores—. ¡Ahora mismo!
    —¿O qué? ¿Se le dirás a tu papi? Él está bien por cierto, mi querida y aburrida señorita Watson. En realidad, no es verdad. ¡Está condenado! Está verdaderamente no-bien.

    La piel de Jessica era demasiado bellamente oscura para palidecer cuando tenía miedo. En vez de eso, cuando está asustada su rostro parece tensarse. Eso rompió la neblina en la que yo había estado inmersa desde que había visto el calzado demoníaco.

    —Déjala en paz —quise que sonara como una fuerte orden. Pero salió débil. Y flojo.

    El diablo ni siquiera me miró. Y no se había movido, no había dado un paso hacia Jess. Pero parecía que lo hubiese hecho. Se sentía como si lo hubiese hecho. Sólo con su voz, parecía estar acechando a Jessica. Parecía... emborronarla.

    Lo cual, realmente, realmente me molestó.

    —Es un patrón aburrido, ¿no es así? A la sombra de tu famosa madre hasta que murió. Y ahora a la de Betsy. Quien, por supuesto nunca envejecerá y se volverá fea, solo menos y menos inteligente.
    —¡Oye!
    —¿Escoges mujeres hermosas a propósito para vivir con ellas? —sonaba genuinamente interesada, lo cual era sólo otra forma de mentira—. ¿O sólo lo reconoces muuuuuuuuuy profundamente en el fondo de tu cerebro, donde viven las serpientes? —el diablo sonrió burlonamente—. Y yo, por supuesto. Yo visito ese lugar. —Pausa—. Me encanta estar allí.
    —Sal de aquí —logró decir Jessica, casi siseándolo. Creo que en su cabeza creía que estaba gritando.
    —¡Por supuesto! Pero antes de irme, ¿tienes algún mensaje para tu querido y condenado papi? ¿O para tu madre, que escogió el dinero de su esposo por encima de la seguridad de su hija? Aún es una corista en mi reino, sabes. Y aún no puede conseguir trabajo. ¡Y aún a la sombra de tu padre! Deberías verla Jessica, deberías verlos a ambos. Se odian mutuamente. Casi tanto como te odian a ti.

    Satán sacudió hacia atrás su largo y elegante cuello y rió. Las carcajadas retumbantes llenaron la habitación como un enjambre de murciélagos... lo intentó al menos, porque un crujido de madera y cráneo cortó el festival de risas justo cuando comenzaba.

    Jessica sonrió, pero sus labios estaban temblando.

    —Oh, Bets. Esto te pesará uno de estos días.

    El diablo se estaba frotando la parte de atrás de la cabeza y me miraba fijamente. Yo había logrado sacudirme de mi estupor, levantarme del suelo, tomar el atril (el Libro de los Muertos salió volando, pero no era como si pudiera pasarle algo) y coronar a Satanás con él. Como me estaba moviendo a súper velocidad vampírica, había sido capaz de lograr algo de impulso antes del golpe.

    ¿Y el crujido sonó bien?

    ¡Demonios, sí! Bien como una devolución de impuestos. Tan bien como todas-tus-pruebas-dan-negativo. Tan bien como no-puedo-terminarlo-quieres-el-resto-de-mi-postre.

    —El próximo —le advertí, blandiendo el atril roto como si fuera un bate de béisbol dentado— pasa a través de tus dientes. Saca tu flácido culo de mi casa.

    Satán terminó de sacudirse astillas de su cabello perfectamente moldeado.

    —Mi trasero no está flácido.
    —¿Ah sí? Deberías verlo desde donde estoy yo parada —dije despectivamente, lo cual fue toda una bravuconada. Su trasero era fabuloso—. Ahora lárgate. ¿O tengo que llamar a un cura para que haga un exorcismo?
    —Tentador. No me he echado unas buenas risas en ochenta y siete segundos. Una eternidad con vosotras. —Lucifer Lucero del Alba dobló sus brazos revestidos en lana sobre sus perfectamente moldeados pechos y se miró la punta de sus hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos zapatos—. Me largaré, como deseas. Pero Betsy, cuando necesites ponerte en contacto conmigo, y lo harás, sabrás lo que pido a cambio.
    —¿Qué es lo que vas a exigir? —preguntó Jess, con un ceño de sospecha en el rostro.
    —La reina sabrá —dijo con la voz de Lena Olin—. Solo necesita pensar en la tentación.
    —Ahora mismo sólo estoy pensando en trincharte la cara. De nuevo. ¡Ja! Chúpate esa.
    —Ah, y Betsy. Ya te he perdonado por este pequeño asalto, así que para mañana ya quedará en el pasado. No debes temer llamarme.
    —¿Sí? De nuevo equivocada, perdedora ángel caído estilo diablo porque yo te... —Entonces simplemente desapareció. ¡Incluso se oyó un agudo pum! El cual, comprendí, era el sonido del aire apresurándose a llenar el espacio que ella había estado ocupando—. Odio cuando hace eso. Justo en mitad de una frase. En eso es como Batman. Solo que más perra.

    Jessica aún parecía asustada, pero su expresión se estaba relajando un poco y sus ojos, aunque brillantes, no estaban derramando lágrimas. El día que sus inútiles y repugnantes padres habían muerto no había sido exactamente el peor día de su vida. Parafraseando a Stephen King, a veces un accidente puede ser el mejor amigo de una mujer infeliz.

    Pongámoslo así: si no hubiesen muerto, tarde o temprano yo hubiese tenido que matarlos. Y ¿quién necesita eso en su lista de tareas pendientes?

    —Cielos, Betsy. —Miró el libro, las astillas y el atril convertido en un palo de limbo—. Eres toda una rompeculos.
    —Oye. La única persona que puede menospreciarte y mofarse de ti con secretos familiares hasta casi hacerte llorar soy yo. Además, esos zapatos ni siquiera eran de mi talla —mentí, sabiendo exactamente cómo se había sentido la zorra cuando no pudo alcanzar las uvas.


    Capítulo 15


    Entonces le dijo algo personal a Jessica, así que le estampé un libro en la parte de atrás del cráneo. Luego se fue. Luego se fue Jess. Y luego me fui yo. —Tomé otro trago de mi naranjada Julius. Un noviembre eterno y de vuelta al Centro Comercial. ¿Patrón? ¿Qué patrón?—. Oh, y ahora mismo no me hablo con el rey de los vampiros, pero es posible que le perdone en un par de horas más.

    Acerté a mirar hacia arriba y pillé a un par de adolescentes mirándome fijamente.

    —¿Qué? ¿Tengo algo en la cara? —Me toqué furtivamente la nariz, la barbilla y las cejas. ¿Estaba chorreando naranjada Julius por algún lado?—. Dejad de mirarme —les dije y como robots de diecisiete años repletos de testosterona, ambos volvieron a sus hamburguesas Big Mac.

    No es que yo sea un icono sexual, ni siquiera una especie de Miss América. Tengo ése atractivo de los no-muertos. No tenía nada que ver conmigo y todo con Por qué cuesta un rato acostumbrarse a ser un vampiro. Sí, ocasionalmente hice mal uso de ello para eludir una multa por exceso de velocidad. Pero ésa era toda la extensión de mi maldad. ¡Lo juro!

    —Hey, dales un respiro. Has dicho, en medio de un área de restaurantes, que el diablo es una hija de perra y que no estás follando con el rey vampiro. Me sorprende que sólo dos personas lo hayan notado.

    Mi compañero de casa (uno de entre una multitud) estaba repantigado en su silla de plástico en nuestra pegajosa mesita del área de restaurantes. Marc era, creo que ya lo he mencionado, médico de urgencias, sin embargo esta noche estaba disfrazado como un tío bueno que necesitase un afeitado, falto de sueño con ropa de hospital descolorida que olía a algodón, sudor, sangre seca y desodorante masculino. (Fuerza Alpina... ¿se puede ser más estúpido que eso? ¿Fuerza Alpina? ¿Quién inventa esas mierdas?)

    Bueno, iba disfrazado de médico de urgencias. Veía a Marc con ropa de hospital tantas veces, que no creo que lo reconociera con pantalones vaqueros, o de algodón.

    Además es muy guapo si te gusta el tipo aguileño, compasivo, de ojos verdes, afectuoso, divertido y moreno.

    —Sabía que no debería haber cambiado el turno con Ren. —Gimió Marc y se mesó su pelo esquizofrénico. En los dos años que hacía que le conocía, había probado el largo hasta los hombros, afeitado, cortado al rape, corto y revuelto, cortado al dos, cola de caballo, a lo César, a lo Beckham, de punta, rapado, a lo Keith Urban, a lo Josh Holloway, e incluso, durante un período de diez días del que nadie en casa hablaba nunca, estilo armadillo (con rayas blancas y todo).

    Hoy lucía un corte a lo Christian Bale relativamente benigno. Yo lucía mi habitual rubio con reflejos cobrizos, al que estaba predestinada a ser fiel durante cinco mil años. Gracias a Dios que me había hecho un retoque un par de semanas antes de morir. Un mal peinado... para siempre. Eso es simplemente mezquino. Y muy, muy malo. Nadie merece eso.

    —Pero se estaba quejando de que su chico había hecho la maniobra Heimlich a otro chaval en la cafetería... supongo que la escuela le entregará una placa por hacer que una animadora escupiera una patata frita. Como si el mundo fuera a echar de menos a una animadora.
    —Qué ruin —comenté.

    Marc descartó mi crítica con un gesto de la mano.

    —Ren me puso contra las cuerdas cuando estaba débil por no tener mi quinta Coca-Cola, y lo dejé convencerme para el cambio. ¿Y dónde estaba yo? ¿Eh? ¿Eh? Vale —añadió como si yo hubiera dicho algo—. Cosiendo cueros cabelludos y esquivando a bebés con sarpullido, desimpactando seniles, ganándome una vomitona encima y dentro de mis zapatos, y fingiendo que tengo una relación significativa para que Dan-Dan-el-tipo-de-la-ambulancia deje de invitarme a salir.
    —Suena bastante puaj —reconocí.

    Marc tomó un trago de Coca-Cola.

    —La serie Urgencias mentía, Betsy. Todo lo que la televisión muestra sobre los médicos es mentira. No hay nada de encantador en trabajar en un servicio de urgencias. Ni una sola cosa. La única razón por la que solicité entrar en la facultad de medicina fue porque soñaba con estar en un emparedado entre George Clooney y Eriq La Salle.
    —¿Puedo preguntar qué es la desimpactación? ¿O un senil? —En cuanto a emparedado, podía rellenar los espacios vacíos. Francamente, había oído peores ideas.

    Él sacudió la cabeza.

    —Ya sabes que te contestaré.
    —Vale. Entonces, no pregunto.

    Yo había aceptado su desafío en una ocasión.

    Una vez.

    —Sea como sea —continué—, en realidad no te perdiste mucho.

    Él bufó.

    —Vale, de acuerdo, te perdiste un montón. Fue extraño, espeluznante e interesante.
    —Como todas las visitas del diablo.
    —Uf.
    —O un juicio ante jurado. —Se estremeció—. ¿Cómo está Jess?
    —Oh, ya sabes. Estresada. Ha perdido a Nick. Y empiezan las fiestas. Mal momento.
    —Así que sus padres arden en el infierno. Literalmente arden en el infierno.

    Me encogí de hombros.

    —Bueno, ¿qué dijo Jessica de eso?

    Me encogí de hombros otra vez. No culpaba a Marc por adorar los cotilleos o ser curioso. Pero eso no quería decir que tuviera que escribirme Información en la frente con un rotulador permanente de color púrpura.

    Marc se reclinó, estiró un brazo a través del respaldo de la silla que tenía al lado y me dirigió una larga mirada. Yo sorbía y él esperaba. Habían pasado los días en que una mirada intencionada me inquietaba hasta que confesaba impulsivamente mi talla de sujetador. Era una roca de paciencia. ¡Una roca!

    —No sé, Betsy, no hay muchos tipos negros muertos que vivieran en Minnesota y tuvieran una hija, se casaran con una showgirl, y acumularan un billón de dólares antes de su trigésimo quinto cumpleaños.

    Entonces yo, la roca, casi escupí el Julius por toda la cuajada de mi amigo.


    Capítulo 16


    No dejes que mi preciosa cara te engañe —dijo Marc, limpiándose de las cejas la naranjada Julius—. Ocasionalmente tengo que recurrir al trabajo de detective. Incluso a la investigación. Y esas cosas... bueno, salió en todos los periódicos locales en su momento. El tipo era el orgullo de Minnesota, el mayor filántropo del estado, orgullo de sus orígenes granjeros (así que a los palurdos les gustaba también), y tenía mejor prensa que Tiger Woods antes del escándalo.

    —Sí —mascullé a través de los dientes apretados. Odiaba incluso escuchar el jodido nombre, mucho más pensar en su disfraz de padre que no era un ególatra narcisista pervertido—. Tenía buena prensa en vida.
    —Al menos hasta que su hija salió en los titulares cuando consiguió la emancipación. Y tras su fatal accidente de coche junto a su esposa el mismo día.

    Miré con anhelo a mi vaso de Julius. Otros cuatro o cinco de estos bajarían estupendamente. ¿Además? Me sentí llena de remordimientos y estúpida, cosa que odio. Debería haber sabido que Marc habría averiguado todas esas cosas, probablemente unos diez minutos después de conocer a Jessica por primera vez.

    Señaló con el dedo en mi dirección.

    —Deberías haber sabido que averiguaría esas cosas.
    —Estaba pensando eso mismo.
    —Sé por qué odias el mes de noviembre... y no había necesidad de volcar el expositor de Cocina Fácil de Barnes and Noble.
    —No pude soportarlo. Sesenta fotos de dorados pavos gigantes asados. Ellos... me amenazaron, prácticamente.
    —Aún así. Si no hubieras hipnotizado al gerente, ahora mismo estaríamos sentados en la oficina de seguridad. De cualquier manera, sé que eres anti-acción de gracias y anti-familia...
    —¡No soy anti-familia! —Golpeé la mesa con la palma de mi mano, luego me sobresalté cuando oí el crujido. Estúpidas y baratas mesas de plástico—. Soy pro-familia. Estoy totalmente a favor de las familias. Pero nuestra situación no es de familia. Es un cómic. Tenemos al anticristo, mi marido muerto de ochenta años, mi madrastra muerta que se deja caer por mi habitación cuando estoy explorando con Sinclair el maravilloso mundo del jarabe de chocolate...
    —Agg, Dios. —Marc se restregó los ojos—. ¿Sabes cuánto tiempo ha pasado desde que tuve relaciones sexuales?
    —... mi padre muerto que no se me aparece por alguna razón...
    —Un momento. ¿Estás quejándote de que esté muerto o de que no sea uno de los fantasmas que te dan la tabarra?
    —... mi mejor amiga huérfana que recientemente ha salido de un cáncer, mi hermanastro/ hijo que es inmune a cualquier rareza paranormal...
    —No es el peor superpoder que se puede tener.
    —... un médico de urgencias homosexual igual de obsesionado con el sexo, los SMS y Beyoncé...
    —Lo que me hace completamente normal, pero con muy buen gusto.
    —... y una compañera de habitación/secretaria/guardaespaldas que conoce a mi marido mejor que de lo que yo podré nunca...
    —No olvides lo impresionantemente buena que está. Es decir, tú eres mona, Betsy, pero Tina... —Marc silbó y miró al techo— ¿Crees que se cortaría el pelo y me lo daría?

    Me sobresalté pero continué:

    —Esa es mi familia, ¿de acuerdo? Norman Rockwell nunca hizo un retrato semejante. Porque, si lo hubiera hecho, todo el mundo saldría gritando del cuarto. Justo como estoy pensando hacer yo ahora mismo.
    —Buah, buah. Tienes una salud perfecta...
    —¡Estoy muerta, doctor Doofus!
    —Y eres rica...
    —Pero no es mi dinero.
    —Son bienes gananciales, cariño. Y estás casada con un tipo guapísimo que te adora, y te ocurren toda clase de aventuras del tipo escuadrilla Scooby...
    —Que ocasionalmente terminan con una amiga atrapando balas con su lóbulo frontal.
    —Sólo estoy diciendo —continuó, impertérrito a pesar de mi creciente histeria—, que mejor encuentra otro hombro sobre el que llorar, cariño.
    —Lo haré. —Me levanté de un salto. A tiempo de irme antes de que decidiera ver cada cuánto rebotaría Marc si lo tirase por encima de la verja al parque de juegos—. Haré eso exactamente.
    —Nos vemos —contestó él, admirablemente despreocupado.

    Le arrebaté su lata de Coca-Cola sin abrir, obteniendo un placer malicioso de su mueca de desagrado... probablemente no me había visto moverme.

    —Y me llevo esto. ¡Hala! Recoge tempestades.

    Me fui pisando fuerte hacia las escaleras mecánicas, sin darme por enterada de su:

    —¡No te olvides, dijiste que limpiarías el arenero de Giselle esta noche!

    Como disparo de despedida, fue bastante bueno.


    Capítulo 17


    No pasa nada, querido guapetón mío. He decidido perdonarte.

    Estaba sonriendo a Sinclair desde el umbral de la puerta de nuestra habitación. Sí, hora de perdonarle lo que quiera que fuera que hubiera hecho, y echar un polvo. Habían sido... Jesús, ¿era cierto? ¿Cuatro días? ¿Cuatro? No me extrañaba estar de tan mala leche y fuera de control.

    —Mmm, el amor de mi (no) vida —tatareé. Él estaba de espaldas a mí, sentado en el pequeño escritorio estilo shaker de la esquina, trabajando en su portátil. Normalmente teníamos la norma de por-favor-nada-de-papeleo-en-nuestra-habitacion-¿qué-tal-sexo-oral-en-su-lugar?, pero se hacían excepciones una y otra vez. Quiero decir, él era un chico del tipo rey rico y poderoso. Cuando no estábamos apuntando con los pies al techo, había que leer memorándums. O escribirlos. O lo que demonios fuera que hiciera con esa cosa.
    —Bueno, no te vi por aquí ayer noche cuando volví.

    Nada.

    —De hecho, no te he visto mucho en los últimos uno o dos días. ¿Qué pasa con nuestro pequeño, uh, ya sabes, y la visita del diablo?

    Tap-tap-tap de dedos golpeando el teclado.

    —Bueno, el diablo. La visita. Pero me ocupé de ello. —Sí, nunca subestimes el poder de negociación de un buen asalto.
    —Que suerte que ninguna de nuestras acciones irreflexivas vayan a regresar para perseguirnos. O herirnos.

    Tap, Tap-tap.

    —Esto... vale. ¿Estás bien?

    Tap, TAP-TAP-TAP, me pregunté si las puntas de sus dedos iban a perforar el teclado.

    —No —replicó Sinclair—. No lo estoy. Tengo una cantidad exorbitante de papeleo. Debo limpiar otro de tus estropicios. Te he pedido no menos de cuatro veces que estés a mi lado en una significativa obligación social...
    —Qué, ¿eso otra vez? Vamos, Sinclair, ¿té con vampiros? Vomitivo. Y una vez más, digo vomitivo.
    —No. Había. Terminado. —Todavía no me había mirado. ¿Por qué no habría de girarse y mirarme? Aún más: ¿por qué no estábamos practicando sexo justo ahora? —. Dices que quieres que nuestra gente sea más independiente, menos depredadora, y... ¿cómo lo expresaste tan encantadoramente? Ah. “Menos coñazo en todos los aspectos, va con segundas”.
    —Eh. —Esa era buena.
    —Pero te resistes a cualquier oportunidad de darles un refuerzo positivo. Te resistes a cualquier oportunidad de aparecer a mi lado como demostración de nuestra continua y combinada autoridad reinante. Te...
    —Me estaba preguntando quién te mordió en el culo.

    Sabía que no había sido yo, ni literal ni figuradamente. ¿Puede que tuviera un dolor de cabeza? ¿Un dolor de colmillos? ¿Quizás demasiado trabajo? Difícil de imaginar... Sinclair vivía para esta mierda. ¿Malhumorado porque llevaba la misma racha de cuatro-días-sin-sexo que yo? Bingo.

    Crucé la habitación y le puse las manos sobre los hombros, sorprendida de encontrar que sus músculos estaban vibrando como cables de acero.

    —Sí, estás gruñón esta noche. Pero yo tengo la cura, la cual te implicará a ti haciendo ese tintineo tan sexy cuando te desabrochas el cinturón, y luego yo haré ese sonido de Oh-Dios-métemela-dentro-ahora, y...
    —¡No digas eso!
    —¿Qué? ¿Qué? —Estaba atónita; él lo había rugido más que gritado. Entonces comprendí que se me había escapado un “Dios”, cosa que la mayoría de los vampiros sentían como un corte con papel. En los genitales.
    —Oh, Santo Dios, Yo... oh, ¡Jesús! Quiero decir, perdón. Uh, perdón. Simplemente se me escapó.
    —Se te escapa continuamente. No tienes ningún interés en modificar tu conducta incluso cuando daña a aquellos más cercanos a ti. Has tenido años para poner en práctica estos ajustes y no te has molestado. Eso mientras los que te rodean arriesgan sus vidas. O las pierden. Lo encuentro... deshonroso.

    ¿Era posible que nunca hubiera abandonado Zapatos Payless con Laura el otro día? En vez de volver aquí para la Fiesta de Películas del Sábado Satánico, quizás me había desmayado en Payless y todo lo que había pasado desde entonces era una especie de sueño inducido por la fiebre del zapato cutre provocada por una carencia de sexo y un noviembre inminente.

    Supongo que se estaba cansando de verme ahí plantada, de pie con la boca en suspensión, ya que dio el golpe final a su látigo verbal de nueve colas con...

    —Requiero tu ausencia.
    —Uh ¿qué?
    —Quita tus manos. Luego saca el resto de ti. En silencio, si puedes lograr tal hazaña.

    Retiré bruscamente las manos mientras pensaba que Sinclair había entrado en erupción. Entonces di un pequeño paso hacia atrás. Luego otro.

    Algo estaba gravemente jorobado. ¿Habría sido lo del otro día mucho más que una chiquillada? Bueno, seguro que sí. Pero eso no era nada nuevo. Desde luego no era ninguna novedad para Sinclair, que se había tropezado contra mi auto enrevesada carencia de modales unos ocho segundos después de conocernos.

    —Pareces... um... disgustado. ¿Quieres un smoothie? ¿O un tranquilizante? —Me pregunté si Marc habría vuelto ya de su reunión de alcohólicos anónimos; tenía la sensación de que necesitaría su hombro otra vez, y había sólo una cierta cantidad de cargas que me atrevía a poner sobre Jessica en esta época del año.

    Marc tenía una relación de amor-odio con AA. Tal y como él lo describía, AA era como una novia del instituto que estaba buena, a la que conocías desde hacía mucho tiempo pero que también te había engañado. Por eso Marc y AA rompían por lo menos una vez al año, pero siempre volvían a estar juntos. ¿Y por qué demonios estaba pensando ahora en el alcoholismo de quita y pon de Marc?

    Torcí mis pensamientos hacia una ruta más relevante.

    —¿Cuándo te alimentaste por última vez?

    Me sorprendí al sentir mis omóplatos golpear la puerta del dormitorio. Le había dejado al otro lado de la habitación. O, mejor dicho, me había permitido a mí misma retroceder hasta el otro lado de la habitación.

    Había visto a Sinclair furioso, abatido, alegre, cachondo, aburrido, irritado, tierno, motivado, acosado, molesto, aterrado, hambriento y provocador. Pero, ¿qué desconocido llevaba puesto el traje de mi marido? Nunca antes le había visto. Frío y odio eran sentimientos que nunca soñé que el amor de mi corazón, mi único amor, volcaría sobre mí.

    Además: no se había molestado en contestar a mi pregunta. Por un extraño momento pensé que quizás esta vez, era yo el fantasma.

    —Tal vez debería... —¿Qué? ¿Matarle? ¿Matarme a mí misma? ¿Correr a por la colección de vodka de Tina? ¿Incendiar la casa? ¿Abofetearme a mí misma en la cara hasta despertarme? Probablemente ese último no fuera el peor plan del mundo.
    —¿Por qué sigues todavía aquí? —Esta vez no se molestó en levantar la voz. Y por supuesto no se había dado la vuelta para mirarme. Estaba de nuevo absorto en su trabajo; yo ya no merecía emociones tan fuertes.

    Entonces un salvavidas se cruzó en mi camino cuando nunca antes había deseado más una escotilla de escape: “Living Dead Girl” comenzó a atronar en mis pantalones. Mi tono de llamada. Mis manos salieron disparadas al interior del bolsillo de mis pantalones cargo (¡hurra por los dieciocho bolsillos de diferentes tamaños, aunque el color caqui hacía que pareciera haber escapado recientemente de un curso básico de entrenamiento militar!) mientras me abría camino hasta Rob Zombie... el atronador salvavidas.

    —Oh, gracias, Dios. Quiero decir, ¿hola?
    —¿Betsy? —Una voz queda y desmoronada. Una voz llorosa—. Betsy, ¿estás ahí?

    Claro, Laura. Quien iba a ser sino ahora que mi marido estaba canalizando a Joey Buttafuoco.

    —¿Pasa algo? Pareces...
    —Estoy desnuda.
    —Uh, en sentido figurado, o...
    —¡Simplemente me desperté aquí! —susurró-gritó—. No sé como llegué hasta aquí. Todo lo que recuerdo es irme a la cama anoche en mi habitación, ¡y ahora estoy desnuda en la cuchara!

    Como alguien nacido y criado a una hora de viaje del Walter Art Center de Mineapolis, supe inmediatamente cual era el problema, e incluso mejor, dónde estaba Laura.

    —Voy para allá —le dije, dejando caer el teléfono de nuevo en mi bolsillo y casi saltando de cabeza por la puerta de mi habitación.

    No estaba escapando. Claro que no era una retirada. Un miembro de la familia necesitaba ayuda. Tenía que ir, sin importar lo que estuviera pasando con mi marido, sin importar lo mucho que quisiera quedarme y tratar de resolver esto.

    Sí. Esa era mi historia. Hasta tenía la ventaja de que sonaba casi cierta.


    Capítulo 18


    La avenida Hennepin no estaba tan mal... eran sólo las diez de la noche... lo cual me hizo preguntarme por qué Laura iba caminando por ahí a una hora tan extraña (y desnuda, nada menos). Era una estudiante de la U de M; con tendencia a pegarse al típico horario de día de nueve a cinco. Ya habría tiempo más que suficiente para interrogarla una vez la rescatara de la cuchara.

    La cuchara era una de las cosas por las que eran conocidas las Ciudades Gemelas (además de por las temperaturas bajo cero que harían chillar a una comadreja).

    Era una escultura enorme de una cuchara con una cereza colocada en la concavidad de dicha cuchara, y era el orgullo del jardín de esculturas. El equipo de marido-y-mujer que la crearon fue aclamado como genios artísticos y gran cantidad de gente iba a contemplar esa cosa cada año.

    Aunque yo no. Una vez fue suficiente (la excursión de noveno curso, la cual se volvió incluso más emocionante cuando Jessica vomitó su Dilly Bar sobre mi suéter nuevo). Vale, era una cuchara gigantesca muy bonita. Y una preciosa cereza muy brillante.

    Esto... ¿genios? ¿Los que idearon esto eran genios? El tío, el marido, incluso admitió que hizo el bosquejo mientras comía. Le llegaría la inspiración. Mientras comía. No me extraña que pensara en hacer una cuchara gigante. Seguramente estaría engullendo un helado en ese momento. Quizás incluso una copa de helado. ¿Adivina con qué encima, grande y rojo? Supongo que tenemos suerte de que no esculpiera una copa gigante de pudin. O un enorme atún descongelado.

    Vale, es que como colectivo, nosotros los del medio oeste somos fácilmente impresionables. Todo lo que alguien tiene que hacer es examinar el jardín de esculturas para averiguarlo. Por no hablar del tipo que hizo la escultura de un banco. Utilizó tres clases de materiales para la escultura. De un banco. El cual la gente sigue insistiendo en que es arte. Cuando es un banco.

    Seguramente por eso mi especialidad fue el estudio del cine, tan opuesto a la historia del arte, antes de que abandonara. No importa, tenía cosas que hacer y un Anticristo que sacar de la cereza gigante.

    Aparqué (mal), y luego puse los pies en polvorosa hacia el jardín de esculturas. Llevaba unos buenos zapatos, por supuesto, pero eran unas sandalias estampadas con flores de Dolce y Gabbana, lo cual significaba que eran bellísimas, carísimas y planas. Realmente podía correr con ellas.

    De milagro... al menos era una noche fresquita... no había parejas intentando colarse para practicar sexo en la cuchara. Así que encontré a Laura sola, temblando y desnuda, no había exagerado para dramatizar el efecto, aunque yo lo había esperado.

    —¿Qué pasó? —pregunté, ya quitándome la chaqueta. Le tendí una bolsa arrugada de Target... no había habido tiempo para comprar, o envolver... la cual contenía uno de mis miles de pares de leggings. (¿Sabes cómo, hace un par de años, todo el mundo dio el mérito a Lindsay Lohan por volver a poner de moda los leggings? Una cruel y detestable mentira. Yo los volví a poner de moda. Yo.)

    No me había molestado en traer zapatos, ella usaba dos números más que yo.

    —¿Estás bien? ¿Estás herida?
    —¡No lo sé! Me desperté aquí. Y tenía frío y esta cosa... ¡esta cuchara está tan fría! Y...
    —Espera. ¿Te despertaste así? ¿Justo así? —Observé mientras ella tiraba de mis leggings—. Debería haberme acordado de traerte ropa interior —y se cerró la chaqueta de golpe sobre los pechos—. ¿Cómo me llamaste?
    —Había un tío con un bloc de dibujo... dijo que había dejado de hacer bosquejos porque estaba oscuro, pero todavía estaba por aquí..., y me ofreció su teléfono. Dijo que podía usarlo. Y luego él... —echó una ojeada alrededor de la cuchara—. Supongo que se acaba de ir.
    —No me crucé con nadie. —Y no podía oler u oír a nadie. Mmm... una preocupación a la vez—. ¿Qué es lo último que recuerdas?
    —Pues estaba diciendo “supongo que se acaba de ir”—espetó el Anticristo. Una rara muestra de mal genio; supongo que despertarse en una gran pieza de arte la había puesto gruñona.
    —Antes de despertarte, quiero decir.
    —¡Te lo dije! —Los dientes le repiqueteaban como castañuelas de marfil—. Me fui a la cama. Otra vez no me sentía bien...
    —¿Otra vez?
    —¿Puedo terminar?
    —No me arranques la cabeza porque tengas problemas de control de impulsos.
    —Lo siento —dijo malhumorada—. Me fui a la cama justo antes de la hora de la cena. Me sentía un poco mal, pero nada como...
    —Espera. ¿Has estado enferma?

    Asintió, temblando e infeliz.

    —No te lo conté... son sólo calambres. Y dolores de cabeza. Supongo que debería haber...

    Solté una carcajada.

    —¿Qué? ¿Vaticinado que te despertarías como la última exhibición del jardín de esculturas?

    Ella sonrió. Fue pequeñita, no completa del todo, pero una sonrisa.

    —Cuando lo pones así...

    Extendí la mano y tomé la suya, que estaba tan fría como la mía... un buen truco, ya que mi corazón sólo bombeaba unas cuatro veces por minuto.

    —Vamos, salgamos... —Erguí la cabeza.
    —¿Qué pasa? ¿También te duele el estómago?
    —No, pero creo que ya sé lo que tu Buen Samaritano ha estado tramando. —Mientras hablaba, un rubio alto y bien formado salió de detrás de uno de los grupos de árboles. Iba vestido con pantalones oscuros, holgados, una camisa de vestir blanca y una chaqueta azul marino. Iba bien afeitado, llevaba gafas de montura metálica y nos sonreía.
    —Gracias por... —empezó Laura, luego se detuvo cuando otros dos hombres salieron de detrás del primero.
    —... la frustrada violación en grupo —Terminé yo. No parecían el tipo, ropas caras, expresiones agradables y sinceras. Recién duchados. Pero bueno, había descubierto una cosa: los violadores no siempre acechaban en callejones, bebiendo licor en bolsas marrones de papel. Y los asesinos no siempre se arrastraban por los márgenes de las cosas, jugando a ser Dios con pistolas y reescribiendo sus manifiestos.
    —Vi llegar a tu hermana —dijo el primero. Siiiiiiiiií; incluso sonaba como el vecino de al lado—. Primero el dinero. Luego la fiesta.

    Yo resoplé y Laura dijo:

    —Eso no está bien, tú... tú, pedazo de alcornoque.
    —Menos charla —dijo el otro—. Más desnudo.
    —Oh, chico —dije. Era el perfecto toque surrealista a una visita a altas horas de la noche al Walker—. Pobre tonto del culo. Escogiste a las chicas equivocadas.

    El único que había permanecido en silencio, un pelirrojo con la tez cremosa llena de pecas idénticas, habló:

    —¿Por qué estás todavía vestida?

    Me dio la risa tonta, lo cual fue una sorpresa para todo el mundo excepto para mí. Intenté amortiguarla, pero pronto exploté en verdaderas carcajadas.

    Laura dejó de temblar y casi gritó con los ojos abiertos de par en par por la sorpresa.

    —¿A qué viene eso? Aparte de porque esté desnuda en una gran cuchara.

    Me carcajeé más alto.

    —Oh, ¡es... en parte... pero estos chicos! ¡Por Dios! ¡No tienen ni idea de lo que vamos a hacerles! ¡Quie... quiero decir... estaban espiando entre los arbustos... listos para saltar sobre nosotras... excepto que s-sus víctimas... sus v-víctimas son la reina de los vampiros y... el anticristo! ¡Y estoy... estoy tan hambrienta!

    Mientras nuestras puñeteras parejas del baile de graduación intercambiaban miradas perplejas, Laura dejó que la situación le calara y empezó a carcajearse.

    —Escuchad, gilipollas...
    —Cállate, B positivo. Estaré contigo en un minuto.

    Hambrienta era un eufemismo. No me había alimentado en tres días. Tres estresantes e insólitos días. ¿Hambrienta? Intenta famélica. Pero, olé por los insignificantes pensamientos criminales de los Neandertales bien vestidos, allí estaban mis tentempiés.

    Los tomé, uno por uno. Normalmente Laura se habría ido o apartado la mirada, no le gustaban los vampiros, y seguro que no le gustaba observarme comer. Pero esta noche sólo se paseó entre mis tentempiés y yo. Los otros dos estaban demasiado asustados para escapar, no es que hubieran conseguido pasar al anticristo en la oscuridad. Así que ella merodeó por las inmediaciones y esperó a que terminara, controlando el reloj.

    Después, yo estaba llena y amodorrada. Y Laura logró introducirse en la chaqueta azul marino, que era en la que se veía menos la sangre, de camino a mi coche.


    Capítulo 19


    ¿Cuánto tiempo lleva sucediendo esto?

    Laura no respondió. No podía culparla; había sido una noche rara. Estábamos de vuelta en mi casa, pensando en hacer smoothies. Digo pensando porque yo estaba llena y Laura no se sentía con ánimo de limpiar fresas. La cocina era un lugar donde gravitábamos incluso cuando no teníamos hambre.

    Y la casa estaba tranquila, lo cual era un pequeño milagro. Tina estaba pillando en alguna parte, esperad a que le contara lo de mi comida de tres platos de violadores de cuello blanco, y Marc estaba utilizando a mi medio hermano para pescar citas.

    Sí. Lo sé. Puag ¿verdad? Se lo había dicho. Pero él permanecía impasible y sin remordimientos.

    —¿De qué otra forma voy a conocer chicos? —cuestionó—. Cuando no estoy trabajando, estoy corriendo por la ciudad con la reina de los vampiros. O tratando de impedir que el anticristo se apodere del mundo. Mira, he conocido a un grupo de padres solteros que trabajan en horarios extraños. Hoy es noche de cocktails-falsos y citas. Tengo que tener la utilería. Así que entrégamelo... no me mires así. Estará perfectamente a salvo. Soy médico, y él es inmune a todo lo raro.

    Tuve mis dudas en el momento... no sobre las habilidades como niñero de Marc, que eran geniales. Pero habíamos tenido aventuras extrañas que se habían desarrollado a partir de eventos aún más inocuos que este. Me estaba volviendo taaaan paranoica en la treintena.

    Ahora bien, por supuesto que estaba encantada de que el bebé estuviese fuera de la casa, y lo estaría toda la noche. Mi madre estaba fuera de la ciudad, asistiendo a una convención sobre la Guerra Civil en Virginia. Lo cual estaba bien... no le gustaba que le tiraran en el regazo al infante de su ex-marido muerto.

    Y en cuanto a Sinclair, no tenía idea de en dónde estaba... y no quería saberlo. No estaba de humor para otra confrontación. Aunque no estoy tan segura de que confrontación fuese la palabra adecuada, ya que casi toda la charla había sido por mi parte. Él casi no se había molestado en discutir conmigo. Nunca había visto a alguien tan distante y aterrador al mismo tiempo.

    Pero afortunadamente... desafortunadamente quiero decir; lo siento, un pequeño desliz, ¡desa, desa, desa!... fortunadamente mi hermana necesitaba mi ayuda. Los problemas maritales tendrían que esperar. Dejé de preguntarme por la conveniente ausencia de todos y en vez de ello comencé a agradecerla.

    —¿Laura? Dijiste que llevabas un tiempo enferma. Así qué ¿cuánto tiempo?
    —Cuando no estoy enferma, sueño. A veces las dos cosas.
    —¿Disculpa? —Dudo que hubiese atrapado eso último si no fuese por mi audición vampírica—. ¿Sueñas?
    —Con mi madre. Con el infierno.
    —¿Cuándo?
    —Mmmms prbbbl insll.
    —¿Qué?
    —Casi cada noche.

    La miré fijamente desde el otro lado del mostrador de mármol. Ella empezó a mordisquearse las uñas, cuando normalmente sus manos son hermosas y sus uñas están cuidadosamente recortadas y limadas... ¿cuántos nuevos hábitos había desarrollado? ¿En qué más no me había fijado?

    Hasta hacía un año, habría estado hundida hasta el culo en esto y aún así no habría sido en absoluto consciente del peligro. Pero nunca había comprendido que todo lo que la experiencia podía hacer por mí era asegurarme cada día, que por muy malas que fueran las cosas, siempre podían ir peor.

    La experiencia no iba a sacarme del apuro. Sólo me dejaba asustada y nerviosa. ¿Entonces para qué servía?

    —Sueñas con el infierno. Cada noche.

    Ella escupió una uña, lo cual tomé como una afirmación.

    —Y ahora te estás despertando dentro de esculturas. Cuando no estás usando tu poder demoníaco secreto para hablar cada idioma del planeta.
    —Mmmm.

    No podía creerme que lo fuera a hacer. No podía creerme estar pensándolo siquiera. Pero todo esto pendía sobre mi cabeza. Mierda, todos los asuntos vampíricos pendían sobre mi cabeza. Y no era lo suficientemente inteligente para pensar en otra forma de solucionarlo. Quiero decir, podías sacar a ésta al banquillo, casi siempre.

    —Creo... creo que tenemos que hablar con tu madre.

    Ella suspiró.

    —Sí.
    —Ahora bien, antes de que te alteres, sólo piensa en... ¿qué?
    —Estoy de acuerdo. Creo que es lo único que podemos hacer. A mí tampoco se me ocurre nada más.

    Rayos. Esperaba que estallara en una tormenta de protestas estridentes. O que me golpeara en la cabeza hasta que me desmayara.

    —Creo que ella puede ayudarte. —Probablemente—. Puede ayudarnos a ambas. —Probablemente.

    La pregunta era: ¿Lo haría?

    La pregunta más aterradora era: ¿Por qué lo haría?

    Ya te he perdonado por este pequeño asalto, así que para mañana ya habrá quedado en el pasado. No debes temer llamarme.

    ¡Mierda!

    —No voy a mentir. No me gusta adónde conduce esto.
    —Entonces está bien que no hayas mentido.
    —Hilarante. Pero esto apenas ha comenzado y ya no me gusta como huele. Creo que va a ser una de esas cosas que empiezan medianamente preocupantes y se convierten en gritos y alaridos de muerte para al menos media docenas de personas.

    El anticristo suspiró:

    —Creo que tienes razón. Tal vez tendrías que haberme dejado en la cuchara y esperar que sucediera lo mejor.
    —No, no, no. Me alegró salir de la casa. Fue un placer. Necesitaba algo de aire. Y, esto, pone más kilómetros en mi coche. Así que estuvo bien que me llamaras desde el móvil de un violador para decirme que tus nalgas estaban pegadas a una cuchara gigante.

    Laura se rió tan fuerte que se cayó del taburete en un enredo de miembros largos y elegantes, lo cual me hizo sentirme mejor. Estaba bastante segura de que las risas descontroladas se estaban acabando para mí, así que tomaría lo que pudiera.

    —De acuerdo, parece que estamos de acuerdo. Venga.

    Mi hermana parecía aliviada, lo cual era mejor que suicida (u homicida, puestos a pensar en ello).

    —¿Ahora mismo?
    —Sólo un segundo... déjame ir a preparar un bolso.

    El anticristo parpadeó.

    —¿Por qué?
    —¿Por qué? Laura, vamos al infierno. Por voluntad propia. No se me ocurre un lugar donde necesite más llevar equipaje.
    —Pero...

    Yo ya me había bajado del taburete y me dirigía hacia la puerta batiente.

    —¿Debo llevar una muda de ropa al gimnasio pero no al infierno? Dios mío, Laura, ¿qué pasa contigo?
    —Muchas, muchas cosas. —Me estaba mirando de la forma más extraña, probablemente porque a ella no se le hubiera ocurrido. Bueno, puede que llevara un par de leggins extra para ella. ¡Pero sólo si era amable! Y no conquistaba el mundo en medio de una siniestra lluvia de sangre y fuego.

    Preparar el bolso no llevó mucho tiempo. Cogí mi nuevo bolso Burberry, que había sido un regalo justo-estaba-pensando-en-ti de mi esposo el mes pasado. Ni siquiera le había quitado las etiquetas aún, situación que rectifiqué ahora. Luego cogí cosas al azar hasta que me pareció que tenía suficiente para pasar la noche en el infierno. E iría a la moda y aún así práctica, además.

    Adoraba el color rojo intenso del bolso, tamaño práctico y patrón acolchado. Eso sin mencionar el material de nylon, tiendo a agitar bebidas excitadamente mientras hablo, y había empapado más de un bolso por accidente.

    No era ni de cerca tan exigente con los bolsos y las carteras como con los zapatos... mierda, la cuestión de los zapatos era un agujero negro más que suficiente en mis finanzas... así que acostumbrarme a bolsos realmente bonitos era algo nuevo para mí.

    Al parecer igual que acostumbrarme a un esposo quedamente resentido conmigo. Tendría que enfrentar esa tonada tarde o temprano, y no me atrevía a darle más de un día o dos.

    Tendría que averiguar qué era lo que le había dado a Sinclair, o que había explotado. Perdona. Juro por Dios que nunca volveré a jurar por Dios.

    Probablemente debiera trabajar un poco esa disculpa.

    Eché un último vistazo a nuestra habitación, y fue cuando lo vi: un sobre color crema del número 10 (lo siento, los años de entrenamiento secretarial a veces salen a la superficie en momentos inesperados... quiero decir, un sobre de tamaño oficina, el tamaño más común) con mi nombre garabateado en el frente con tinta negra.

    La escritura de Sinclair.

    Oh, no. No estaba para esto esta noche. Nop. Sinclair lo sentía o no. Lo cual quería decir que entonces yo lo lamentaría o no. De cualquier forma: ahora no tenía tiempo para esto.

    Metí el sobre en mi bolso color rojo intenso y estuve tan lista como lo estaría alguna vez. Eché otro vistazo y me di cuenta de que estaba retrasándolo. Muy patético y cobarde.

    ¡De acuerdo! Estaba lista. Habitantes del infierno, tengan cuidado: una antigua secretaria iba a patearles el trasero por todo el Inframundo.

    Y ahora: ¡al infierno! Lo cual no fue tan genial como sonaba.


    Capítulo 20


    Laura y yo nos encontramos en la biblioteca, lo cual era interesante. No lo habíamos dicho con tantas palabras como: “Después de que haga la maleta y esconda una misiva probablemente furiosa del tío muerto con el que me acuesto cuando no está gélidamente furioso conmigo, encontrémonos en la biblioteca cerca del apestoso Libro de los Muertos”. Pero aquí estábamos las dos. Ah, hermandad.

    El atril del libro aún estaba roto, lo cual era extraño. Entre los dos, Jessica y Sinclair tenían un batallón de empleados a su disposición y un largo etcétera. Normalmente las cosas se arreglaban tan rápida y eficientemente que era como vivir con elfos. Elfos que limpiaban coches y mantenían la nevera llena de fruta, yogurt, zumo, vodka y (para aquellos ocupantes de Central Vampírica que respiraban, comían y defecaban) carne y productos cárnicos. También mitad y mitad. Yo ponía mitad y mitad de todo. Té. Malteadas. Alcohol...

    Así que fue una pequeña sorpresa ver algo en la casa que no había sido arreglado.

    De todas formas, para abreviar, el Libro de los Muerto estaba tirado poco ceremoniosamente en la mesita auxiliar cercana a la ventana más lejana. Debería haber tenido un aspecto ridículo, este gran, oloroso y antiguo tomo escrito en sangre y encuadernado en (arghhh) piel humana tirado en una mesita auxiliar como una guía de TV. Pero no era así. Parecía amenazador y extraño.

    —Así que. —Miré en dirección al libro, luego miré a mi hermana. Se había cambiado de ropa, lo cual por mí estaba bien, el conjunto que se había puesto en el jardín de esculturas desentonaba, por decirlo suavemente. Nadie debería tener que confiar en la ropa de violadores con una contusión cerebral para ir arreglada. Por suerte, guardaba un par de conjuntos nuevos aquí desde que se recuperó de casi matarme—. Llámala.
    —¿A quién? ¿A mi madre?
    —Sí. Pégale un grito. O la contraseña malvada secreta, o lo que sea.
    —No puedo.

    Yo suspiré.

    —Laura, ya hemos pasado por esto. Ambas estuvimos de acuerdo en que apesta, y también en que había que hacerlo. Así que adelante, hazlo de una vez.
    —No sé cómo llamarla. ¿Qué te hace pensar que lo sé? —Se echó a temblar—. Ni siquiera me gusta hablar con ella.
    —Oh. —No había pensado en eso—. Así que... estás diciendo que el diablo viene cuando quiere, no cuando la llaman. Como un gato. Un gato muy, muy, muy malvado.

    Como si los hubiese de otra clase. Llevaba liada con la gata Giselle desde antes de morir, y la despreciaba cordialmente. Nuestro hogar era lo suficientemente grande como para que pasaran semanas enteras sin verla, aunque ocasionalmente aún tenía que ocuparme de su caja de arena. Los elfos evitaban las cajas de arena sucias.

    Laura se encogió de hombros.

    —Ella es muy... ya sabes.
    —Muy bien. Uh. ¿Tal vez un sacrificio? —Mi alma se encogió con las palabras. ¿Ya había dicho antes que no me gustaba esto? No me gustaba para nada. Ni siquiera era media noche y estábamos hablando de sacrificios—. Así es como lo hacen en las películas. Un grupo de calenturientos adolescentes despistados sacrifican a una virgen...
    —No voy a dejar que me sacrifiques.
    —... y ¡poof! el Diablo aparece. —Miré a mi hermana—. Probablemente eres la única virgen en un radio de quince manzanas.

    Ella cruzó los brazos sobre el pecho.

    —Me niego.
    —Sí, sí; que las bragas prestadas no se te hagan un nudo. Resultaría contraproducente al objetivo, sacrificarte para que podamos llamar al diablo para que te ayude.
    —Ahí tienes. —Laura pareció aliviada.

    Yo me froté la frente y aplasté la urgencia de tirar el libro a la chimenea.

    —Además, ella dijo algo. Algo que probablemente pensó que sería siniestro pero aún así útil aunque críptico. Algo que por supuesto no puedo recordar. Algo sobre que yo sabría.
    —¿Que sabrías qué?
    —No lo sé. Sabía que lo de que el diablo dependiera de mí para recordar algo raro y fuera de contexto iban a ser malas, malas noticias. Cuanto mayor me hago —agregué en tono grave—, menos disfruto detener la razón todo el tiempo.
    —Ella no te habría dado una pista si no creyera que podías recordarla.

    La fe de Laura era conmovedora, aún así insensata y desencaminada.

    —¡Ja! En todo lo que puedo pensar es en esos hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, hermosos, zapatos que... oh, mierda.
    —¿Qué?

    Suspiré.

    —Ya sé que hacer. Sé cómo podemos atraerla.
    —Ahí está ¡ves! —Laura sonaba deleitada—. ¡Sabía que lo averiguarías! Ves, ella tenía razón al darte una pista.
    —Es posible que odie a tu madre más de lo que la odias tú.
    —Es muy amable por tu parte decir eso —dijo Laura, y me apretó la mano.


    Capítulo 21


    Arrastré a Laura hasta mi cuarto... aún sin rastro de Sinclair, aleluya hermanos... y caminé hasta mi armario con la velocidad y urgencia de un condenado colgando de la cuerda. Sabía exactamente dónde estaban, por supuesto.

    Fui al estante derecho al fondo del armario, el punto exacto. Saqué la caja y la abrí. Aparté capa tras capa de papel de seda cuidadosamente doblado, y con delicadeza retiré...

    —Pareces uno de esos tipos que tienen que manipular varillas de combustible usadas en plantas nucleares. Los que llevan esos guantes gigantes y toman todas esas precauciones de seguridad para... ohhh.
    —Esto. —Me giré y caminé hacia Laura, acunando la caja como si fuese mi hermano Babyjon—. Esto era lo que estaba buscando.

    Ella me siguió fuera del armario, hacia abajo por la escalera, a través de varios pasillos y de vuelta a la biblioteca donde yo había encendido el fuego antes de galopar a mi habitación.

    —Esto es lo que debo hacer.

    Laura gimoteó y las manos le volaron hasta la boca. Sus ojos color azul bebé se veían enormes mientras me miraba fijamente sobre los dedos.

    —Oh... no, Betsy. Por favor, no.
    —Debo sacrificar... mis Valentino de alta costura sin punta de encaje negro y medio tacón.
    —¡No!
    —Hechos en Italia. Costaron casi mil dólares.
    —Oh, Dios mío...—Laura se tambaleó ante mí—. Esto no está sucediendo...
    —Me llevó tres años de horas extras ahorrar para ellos.

    Laura gimió a través de los dedos.

    —Nunca los he usado.

    Un sollozo apagado del anticristo. O tal vez fuera yo la que estaba sollozando.

    —Son negros. Así que combinan... con todo. Los puedo usar... ¡con todo!
    —¡Por favor! ¡Se nos ocurrirá otra cosa! Betsy, no sabes lo que dices. ¡No puedes hacer esto! ¡No hay vuelta atrás!
    —No tengo opción. ¿Crees qué el Diablo va a aparecer por unas zapatillas de deporte medio usadas del año pasado?
    —No me importa, ¡No lo vale! ¡Piensa en lo que estás haciendo! ¡Por favor, no hagas algo que nunca vas a poder deshaceeeeeeeeeeeeeer!

    Los había tirado al fuego. Laura chilló. No... esa fui yo. Grité como si fuera yo la que se estuviera quemando.

    Laura trató de pasar corriendo a mi lado.

    —¡Podemos salvarlos! ¡Pueden repararse y quedarán como nuevos! ¡No! Suéltame, Betsy. ¡Puedo salvarlos!

    Fui capaz de atraparla por el codo y apartarla de los ardientes zapatos altos.

    —Tiene que hacerse. —Mi hermana y yo nos abrazamos sollozando—. El sacrificio tiene que llevarse a cabo.
    —Guau —dijo alguien detrás de nosotras. Laura se tensó en mis brazos, y nos giramos.
    —No voy a negarlo, querida. No creí que pudieras hacerlo. —El diablo reparó en nuestros rostros manchados de lágrimas y sonrió abiertamente—. Debería haber traído una caja de Kleenex.


    Capítulo 22


    No me alegra que Betsy haya tenido que pasar por esta terrible experiencia sólo para que aparecieras —comenzó el anticristo—. ¡Y pasó por eso por mí! Nunca voy a poder agradecérselo lo suficiente. Así que no seas cruel y no te burles de ella.

    —¿Pero cómo ocuparé entonces mi noche? —Satán sonrió burlonamente—. ¿O la tuya? Ah, mi querida y tonta hija, Betsy lo hizo sobre todo por sí misma.
    —¡Oye! —aullé.
    —No, tienes razón. —El diablo hizo una pausa—. No es que seas tonta, Laura. Es que sólo conoces este singular plano de existencia.
    —Está bien, eso es m... espera, aún estoy ofendida de parte de las dos.
    —Pero ella conoce sólo este plano. Y tú pasaste por todo esto sólo para escapar de tu propia tediosa realidad.

    Por pura fuerza de costumbre abrí la boca para protestar, luego lo pensé mejor y me encogí de hombros.

    —Sí, bueno. Es verdad. Pero eso no hace que siempre tengas razón, Lena Olin.

    Laura me miró, sus grandes ojos azules estaban perplejos. Creí que debía dar más detalles, pero antes de poder hacerlo la Niña Problemática de Dios me pisó, verbalmente hablando.

    —Disfrazándolo de estar ayudándote, Betsy puede huir del lío de vías ferroviarias que ha hecho con su vida.
    —¡Oye! No insinúes que he tenido algo que ver con ningún tren ni ningún desastre tu...
    —Los compañeros de casa muertos, por supuesto. El medio hermano. Los padres muertos.
    —La Toña —escupí entre unos dientes que querían rechinar hasta hacerme polvo las muelas— no era mi madre.
    —Su mejor amiga está deprimida, y no porque recientemente haya comprendido que sus padres son mis invitados permanentes. La vida amorosa de Jessica se ha ido, como decimos nosotros, por el desagüe.
    —¿Quién es nosotros?
    —Luego está el ilógico y patológico odio a todo lo que tiene que ver con el Día de Acción de Gracias...
    —Oye, ¡no estoy sola en eso! Pregunta sino a los Nativos Americanos. Si es que puedes encontrar uno. ¿Ves? ¿Ves? Tengo razón.
    —Y no olvidemos al rey vampiro...
    —¿Quién es nosotros? ¿Quiénes son esas personas?
    —... que se ha pasado los últimos días demostrando una rabia fría hacia su esposa. O tal vez hacia sí mismo, por casarse con ella. La cuestión es, hija, que no debes atribuir a tu hermana cualidades que no posee.

    Laura, aterrada, me miró. Yo abrí la boca... luego me encogí de hombros otra vez.

    —Nada. Tiene razón. Mi vida es una mierda tal que ahora mismo un viaje al infierno me parece una buena idea.

    Lo tenía. Lo había entendido. Esto, esto era lo que significaba la experiencia. No significaba que fuera más capaz de evitar meterme en desastrosos problemas, sólo que sabía qué coche estaba conduciendo. ¿El que no tiene frenos? También se estaba quemando. Se dirigía a un orfanato. El cual también estaba quemándose. Y era perseguido por patrullas de policía, las cuales estaban ardiendo.

    —La experiencia apesta —les expliqué a mi hermana y a su madre—. Eso es todo lo que significa.


    Capítulo 23


    Eso fue... esto... ¿Cuál es la palabra? ¡Ah! Inútil. Una palabra que llega sin esfuerzo a la mente en cualquier momento en el que la reina de los vampiros expresa una opinión.

    —Bueno, ¡discúlpame por tener un momento de autoconsciencia!
    —Estás disculpada; sé muy bien cuan raros y maravillosos son tales momentos para ti. Ahora. —El Diablo dio una palmada, como una maestra de jardín de infancia atrayendo vivazmente la atención de los muerde-tobillos que tenía bajo su mando—. Ya que ambas habéis aceptado entrar en mis dominios, hay unas cuantas reglas elementales que debéis...
    —No.

    El Demonio parpadeó.

    —¿Disculpa?
    —Nosotras. Decidimos. No. Tú. Porque sé algo que probablemente desearías que no supiera. Nos necesitas. —Hice una pausa, saboreando las deliciosas, deliciosas palabras que estaban a punto de salir de mi boca maquillada (Drop Dead Red de Too Faced)—. Me necesitas. ¡Ja! ¡Recoge lo que sembraste Satanás!
    —¡Sí! —hizo eco Laura, pero era una jugadora de póquer malísima porque llevaba la duda escrita con mayúsculas en la cara, como dicen por ahí—. Me necesitas. Eh. A ella.
    —Huelo una lista de demandas —dijo Satanás, pero para mi alivio no parecía molesta, ni siquiera fastidiada—. Habla Reina de los Vampiros.
    —Ladra todo lo que quieras. Quieres que Laura vea tus dominios, o como demonios sea que los llames.
    —¿Se suponía que eso era un juego de palabras?
    —No a propósito. Y sabes que Laura no iría sola. Así que voy a llevarla al Inframundo por ti. Y a cambio, tú vas a arreglarlo todo para que pueda leer el Libro de los Muertos sin volverme loca.

    Laura lanzó un chillido ahogado, una especie de jadeo cruzado con un suspiro.

    —¡El libro! Betsy, no creo que eso sea una buena idea.
    —Estoy enferma hasta la muerte de que la maldita cosa esté en mi casa y que siempre tenga razón, mientras al mismo tiempo nadie puede leer esa estupidez.
    —Pero Betsy... es malo. Sabes que lo es. Cualquiera que lo mire durante más de segundo y medio puede sentir cuán malo es. ¿Cómo poder ser capaz de leerlo puede suponer una mejora? Piensa en lo que puede costar.
    —Lo vale. ¿Te imaginas toda la mierda que pudo haberse evitado en los tres últimos años si hubiésemos podido leer esa maldita cosa? Estoy cansada de adivinar y preocuparme. Quiero saber. Necesito saber. Posiblemente tu madre sea la única que puede... este. —Probablemente había dicho demasiado—. De todas formas —terminé de decir tosiendo—, ese es mi precio por llevar a tu hija a la Semana del Viejo Hogar.
    —Trato hecho —dijo al instante. Y la forma en que lo dijo... las palabras salieron tan rápidamente que casi pisaron el final de mi oración... era un tono que nunca le había escuchado al Diablo. Tenía el aire de una persona que sabía que estaba saliendo bien parada.
    —¿Pero qué ganas tú? —Como si nos lo fuera a decir. Pero por lo menos iba a preguntar. Por lo menos cuando todo esto se saliera de control, sabría que había preguntado. Lo habría intentado—. ¿Qué te importa si Laura ve el infierno? Obligaciones maternales no es exactamente la frase que salta a la mente cuando hablamos de ti.
    —Quiero que vea mi hogar porque no verlo va a volverla loca eventualmente.

    Se produjo un doloroso silencio mientras Laura y yo lo digeríamos. Luego tosí otra vez (lo cual sonó más bien como un graznido) y dije:

    —Quieres decir loca. Realmente encabronarla. Como se pone la gente cuando la arrastran a su reunión de instituto. ¿No? Es a eso a lo que no quieres arriesgarte. ¿Verdad?
    —¿Crees que los sueños son malos ahora? ¿Crees que los dolores son malos ahora? —le preguntó Satán a su hija. El ángel caído parecía más preocupada de lo que nunca la había visto. El Diablo era una madre amorosa; ¿quién iba a decirlo?—. No tienes idea, Laura. Y quiero que las cosas se queden así. Quiero que nunca tengas idea. Que nunca sepas cuán malos se pudieron haber vuelto. No estoy aquí por ella. Ni siquiera estoy aquí por mí. Estoy aquí por ti.
    —Quieres decir... ¿que no has sido tú? ¿No lo hiciste para hacerme venir?
    —¡Por mi padre, no! Nunca podría hacerte daño, e incluso si pudiera, no lo haría. Que resultes herida... daño serio y permanente... ¿en qué me beneficia eso?

    Era lo bastante lógico para ser verdad.

    —Laura, pareces humana. Suenas como humana, hablas como humana. Hueles, hablas y excretas como humana. Menstruas y...
    —¡DI!

    Satán me ignoró.

    —Pero no lo eres. Sólo eres en parte humana. Y todo lo que es mío dentro de ti, esa parte de ti añora mi hogar y siempre será así. La parte de ti que no es humana anhela la dimensión donde mi voluntad moldea la realidad.
    —No lo entiendo —admití.
    —Laura es un caballo árabe —explicó Satanás— que fue criado en una granja de cerdos y cree que es un cerdo.
    —Tus analogías son espantosas. —¿Eso me convertía en la reina de los cerdos? ¿O sólo en la reina de los cerdos que ya estaban muertos?—. Casi tan espantosas como... —la miré de arriba a abajo—. Casi tan espantosas como... espera.
    —Prefiero no esperar a que tu tediosa velocidad mental se ponga al corriente. Ahora bien, cuando vayamos a mi dimensión necesitaréis...
    —¡Espera!

    Había estado tan enredada en entender quién iba a hacer qué, y quién iba a recibir qué, y quién no iba a volverse loco, que casi no me había fijado en el conjunto de Satanás. Pero ahora...

    Ahora, no podía evitarlos.

    —Tus pies.
    —... prestad mucha atención a...
    —Tus. Pies.
    —... por el bien de vuestras inmortales...
    —¡Tus pieeeees! —grité, y me lancé hacia la malvada, malvada, malvada, malvada, malvada madre de mi hermana que llevaba un vestido sin mangas a cuadros grises y negros con una cintura fruncida y cuello redondo, un vestido sutil y hermoso que era el conjunto perfecto para usar...

    ... con...

    ... ¡mis sacrificados Valentinos de encaje negro!

    Me imagino que Satán no estaría acostumbrada a que vampiros de mala leche le saltaran encima, porque cayó como si estuviese hecha de plumas. Incluso logré encajar un golpe en su demoníaca mandíbula antes de que miles de petardos estallaran detrás de mis ojos y los ladrillos de encima de la chimenea saltaran hacia delante y me golpearan en la espalda.

    Las buenas noticias son que no dolió en lo más mínimo...


    Capítulo 24


    Veo que puedo pasar por alto la parte de mi discurso de el-infierno-es-otra-dimensión-y-no-se-visita-con-facilidad.

    —Te odio —dije sin abrir los ojos. No parecía tener sentido echar un vistazo para ver dónde estaba ni qué estaba sucediendo—. Muchísimo.
    —Si fuese humana —se quejó Satanás—. Tendría un antiestético ojo negro. ¿Así es cómo tratas a los invitados en tu casa?
    —Invitado es una palabra fuerte —repliqué.
    —¿Estás bien? ¿Cuántos dedos hay aquí?
    —Hija, no ha abierto los ojos.
    —Es verdad, Laura. No lo he hecho.
    —¿Sientes cómo si tuvieras algo roto?

    Era bonito, Laura sonaba súper preocupada.

    —Sólo mi sentido del raciocinio, propósito e inocencia infantil. —Abrí los ojos. Y parpadeé. Mucho—. ¿Dónde infierno estamos?
    —Sí —dijeron Laura y el diablo al unísono. Seguido por el diablo añadiendo—. Me sorprende que lo hayas adivinado a la primera. Había estimado unos veinte minutos hasta que finalmente atinaras, y luego que necesitarías que te lo explicaran todo por lo menos dos veces. Empezamos hace dos minutos. Y mira, ya ves, mi calendario de la noche ha quedado despejado.
    —Sí, bueno, que eso te sirva de lección. —Me senté haciendo una mueca de dolor y luego me levanté. La espalda me dolía del cuello al trasero, y tenía un enorme dolor de cabeza, probablemente porque el diablo me había lanzado de cabeza contra los ladrillos de encima de la chimenea. Por suerte me había alimentado recientemente, gracias otra vez, aspirantes a violador.

    Muerta o no, todavía podía dolerme. Todavía podía morir (otra vez); difícil de matar no quería decir invulnerable. Quería decir difícil de matar. Me recuperaba bastante rápidamente, y nunca me alegré más de ello que cuando desperté en el infierno.

    Lo cual estaba realmente bien, ya que apostaba a que Satán probablemente me había fracturado el cráneo y posiblemente por diversión me había fracturado la columna. Así que, ¿llevaba en el infierno cuánto? Setenta segundos y ya estaba horriblemente lisiada.

    —¡Y dejé mi bolso en el estúpido salón al lado del estúpido Libro de los Muertos! —Genial. Este viaje de campo ya apestaba—. Sin brillo labial. —No sé si todos los vampiros tenían propensión a tener los labios secos o sólo era yo, y no había forma de saberlo porque había vivido a punta de crema de cacao desde que tenía seis años—. ¡Y sin ropa interior de repuesto!
    —¡Bah! No puedo decirte cuánto... —Satanás se detuvo y una mirada peculiar apareció en su rostro. Parecía estar escuchando voces. Lo cual era probable. A diferencia del ciudadano medio de los condenados, las voces en su cabeza probablemente fueran reales—. Bueno, esto es simplemente genial. Disculpadme señoras, debo volar. Ha surgido algo.
    —Pero... —comenzó Laura, dejándose llevar por el pánico. ¿En el infierno desde hacía un minuto y medio y ya descartadas por el diablo? No molaba nada.
    —Mi asistente puede responder vuestras preguntas y ofreceros una visita guiada. Sólo atravesad esa puerta.

    Miramos, estábamos de pie en un cuarto de nada.

    Muy bien, voy a elaborarlo; estábamos en una habitación insulsa con techos altos y alfombras baratas. Todo era asqueroso, gris. Sin ventanas, sin puertas. Sin sonidos. Sin fuente de luz. Era casi como estar de pie en un banco de niebla que tenía paredes. Era una habitación de nada.

    —Pero Baal... —empezó Laura.
    —Soy buena, querida, pero no puedo estar en dos lugares a la vez. Como dije, mi asistente estará al cargo hasta que regrese. Está por ahí. No os preocupéis; aquí nadie os molestará. A menos que yo se lo diga. —Satán sonrió abiertamente, y desapareció en un parpadeo.
    —Bueno, es un comienzo de mierda. —Lo asombroso es que me oí a mí misma, y de verdad sonaba sorprendida.
    —Puede que no le importe si tu mueres —dijo Laura, intentando claramente sonar tranquilizadora, lo cual le habría salido mejor si no hubiera parecido aterrada— pero parece importarle si me pasa algo a mí. Así que si te quedas conmigo, Betsy, creo que estaremos a salvo.
    —Y yo creo que estoy espantada. —Gesticulé—. Eso es una puerta.
    —Esto... sí. Es una puerta. ¿Ves? Yo no estoy asustada, tú tampoco deberías estarlo.
    —Laura, pareces un episodio de Barrio Sésamo. No había una puerta ahí hace tres segundos. No había nada ahí hace tres segundos.
    —¿Deberíamos...?

    La miré y luego a la puerta. El pomo brillaba inocentemente. Estaba bastante segura.

    —Supongo que es mejor que lo hagamos —dije.

    Di un paso adelante y cogí el pomo con cautela. Esperaba que estuviera caliente. Ya sabéis... infernal. Pero simplemente se movió cuando lo giré.

    Así que entramos.


    Capítulo 25


    El infierno era una sala de espera con luz fluorescente atenuada y viejas revistas de Buena Ama de Casa y RedBook. Además olía como la oficina de un médico, ese olor agudo y persistente que prometía que ibas a sentir dolor de una forma u otra antes de que terminara la visita.

    —Uh. —Laura miró alrededor con los ojos tan abiertos como los míos—. Esto es inesperado.
    —Por ponerlo suavemene. —Bajé la mirada a un ejemplar de Redbook de abril de 1979. ¡Esos pantalones acampanados! ¡Esos artículos sobre como-satisfacer-a-tu-hombre! Cuando la urgencia de vomitar se volvió demasiado intensa, supe exactamente adónde apuntar.

    La habitación estaba amueblada con mobiliario maltratado y barato arrojado por doquier; no había nadie sentado en la recepción. La alfombra era una mezcla perfecta de verde moco y gris legaña. Y había puertas, puertas con aproximadamente cinco centímetros de separación por todas las paredes excepto donde estaba el escritorio.

    —Sutil —observé, examinando nerviosamente una de las puertas—. Supongo que recorres el infierno con estas cosas.
    —¿Puertas en una sala de espera?
    —Eso es todo lo que es. —Miré hacia el techo mientras otra luz fluorescente empezaba a parpadear—. La gente espera. En uno de los lugares más desagradables. Con sólo estar en esta habitación puedes saber que hay cosas desagradables justo a la vuelta de la esquina. Como una auditoría que crees que está terminada, hasta que sacan más papeleo. —Me estremecí—. Es brillantemente malvado.
    —Gracias —dijo mi madrastra muerta.

    Por supuesto. Por supuesto que la Toña estaba aquí. Por supuesto que era la mano derecha del Diablo. Con la posible excepción de Eva Braun, nadie podía ser más apta para el trabajo.

    —Bueno, genial —dije, mirándola—. La buena noticia es que estar muerta no ha hecho ningún tipo de mella en tu ecléctico estilo personal. Siendo ecléctico otra palabra para horrible.
    —¡Dice el vampiro! —gritó mi madrastra muerta, sus manos sobrecargadas y llenas de anillos volaron para palmear su brillante cabello rubio. Su cabello estaba como siempre: el mismo tono, consistencia y forma de una piña madura—. Sólo tú podrías haber sido más coñazo para tu pobre padre después de morir.
    —Ah. Guau —dijo Laura, mirando a la Toña y después a mí—. Al menos esto no es estresante. O extraño.
    —Así que, la sirvienta del diablo es en realidad... ¡la sirvienta del Diablo! ¡Ja! Píntame lo opuesto a sorprendida. Argh, ¿qué llevas puesto? No puedes decirme que todos los diseñadores de ropa fueron al cielo. No puedes recurrir... no sé... ¿a Yves Saint Laurent? No. Espera. Él sólo era un adicto a la cocaína al que le gustaba beber. No es realmente la clase de cosa por la que la gente se quema en el infierno. Qué pena que no matara a alguien y lo encubriera. ¿Cavalli? Estoy bastante segura de que era un blasfemo cuando no estaba produciendo bragas al por mayor... Ah, rayos. No está muerto.
    —Quizás podamos seguirle el rastro —comenzó Laura.
    —Oooh, ¡Donna Karan! ¿Verdad? Toda la cuestión de las pieles. Maldición, creo que ella también está viva todavía. Uh...

    La Toña soltó un bufido agobiado, al parecer no había notado que su cabello jamás de los jamases se movía. (Me resultaba interesante que las personas mantuvieran hábitos como respirar y suspirar cuando ya no los necesitaban).

    —Me alegro de verte otra vez, Laura.
    —Gracias señora T...
    —No, no, no, por favor, mi nombre es...
    —Lodosa —sugerí—. Lodosa Bolsa de Vómito Taylor. Llámala Caraculo para abreviar.
    —... Antonia.

    Laura estiró un brazo por sobre el escritorio de la Toña (el infierno no proporcionaba Post-it, noté) y se estrecharon las manos.

    —Sólo quería que supiera, Lodosa Bols... um, Antonia, que aunque entiendo que Baal es mi madre, usted me llevó durante nueve meses y... Luego arrastró a mi padre al altar, se acostó con él y después le arrancó la cabeza y devoró su cuerpo aún tembloroso.
    —¡Oh, Betsy, de verdad! —Laura frunció el ceño—. Madura.
    —¿Ves? Ya te estás volviendo malvada. Este lugar va a ser una mala influencia para ti; ya puedo verlo. Puedo sentirlo, como siento que la Toña necesita un cambio de estilo.
    —Cuando oí que ibas a visitarnos —estaba parloteando la Toña—, por supuesto que le pregunté a Lucero del Alba si podía ayudar. Pero no creí que pudiera hacerlo tan pronto. Espero que entiendas que estás en primer lugar en sus pensamientos...
    —Vómito —dije al techo. Interesante que ahora hubiese uno. Y se parecía a cualquier otro techo de sala de espera que hubiera visto: un techo rugoso capaz de producir bostezos, lleno de pequeños hoyos producidos por los lápices que había lanzado la gente—. Y de nuevo digo vómito.
    —... incluso aunque fue convocada. Pero yo me ocuparé de ti. —Sentí que me miraba con los ojos entrecerrados—. De las dos. Supongo. Mmm..., mientras tanto si puedo responder alguna pregunta, por favor, no dudéis en preguntar.
    —Excelente. Porque tengo muchas preguntas. ¿Cuándo decidiste prostituirte con el propósito de romper el matrimonio de mi madre? ¿Lo hiciste porque eras una perra amoral o porque no tuviste suficiente atención de tu padre cuando eras pequeña? ¿O un extraño combo pervertido de los dos? ¿Y cuando lo hacías con el esposo de mi madre, le hablabas de toda la ropa fea y malos tratamientos para el cabello que querías que te comprara o sólo gruñíais como animales?
    —¡Betsy! —Madre e hija chillaron al unísono.
    —Sí, eso es lo que pensé. —Bostecé—. ¿Entonces nos vamos de paseo o qué?


    Capítulo 26


    Seguímos a mi madrastra muerta mientras nos ofrecía una visita guiada por el infierno. Laura estaba mirando fijamente alrededor, con lo ojos bien abiertos y fascinada, pero yo estaba mayormente fastidiada. Sabía que el infierno iba a ser horrible, pero nadie me advirtió que iba a estar lleno de clichés.

    Habían fosas de aceite hirviendo, completas con sus almas gritonas tratando de nadar a estilo braza. Estaba toda la cuestión de subir-una-piedra-colina-arriba-sólo-para-que-te-aplaste-cuando-ruede-cuesta-abajo (Supongo que éste también era el infierno de los antiguos griegos).

    Había gente corriendo sólo para ser arrollada por carrozas, caballos, tanques, casas rodantes.

    Había personas ahogándose y gente siendo enterrada. Había personas siendo atacadas por perros, osos, águilas, hurones y whippets salvajes. Ah, y... ¡qué asco!

    —¿Nutrias? —pregunté, sin esperar una respuesta—. ¿Esas son nutrias?

    Esperaba sentir muchas cosas en el infierno, pero nunca aburrimiento (Aunque la cuestión de las nutrias era un poco inusual).

    Me asustaba, para ser sincera. Ver sufrimiento y considerarlo una desilusión. No llevaba mucho tiempo siendo vampiro, pero empezaba a ver por qué los mayores, los que eran incluso más viejos que mi esposo... estaban aburridos de todo. Gritos y dolor, desesperación y horror, los dejaban bastante impasibles. Terminaban causando montones de problemas ya que por lo menos eso era algo diferente.

    No me asustaba estar en el infierno. Me asustaba no estar asustada de estar en el infierno.

    Pero aquí estaba, y juré prestar atención y aprender lo que pudiera. Luego podría volver a casa y pasar los próximos cincuenta años reprimiendo esta semana.

    Lo consideré y luego decidí que era tan buen plan como cualquier otro. Prestar atención, aprender, obtener lo que necesitaba para terminar, hacer que el Diablo pagara lo que había prometido, y luego irme como alma que lleva el Diablo, sin pretender hacer un juego de palabras, a casa.

    Ese era mi plan, y me iba a apegar a él.

    Sí, por supuesto no creí que fuera a ser tan simple. Nunca había sido miembro de la Mensa, pero eso no quería decir que necesitara leer las instrucciones de una caja de cereales para hacerme el desayuno.


    Capítulo 27


    Os diré una cosa: el infierno era como una gran colmena de tortura. Si retrocedías alejándote un poco de ella, podías ver que había toda clase de cámaras, hacia abajo y abajo y hacia atrás y más atrás, demasiadas incluso para contarlas, con algo mega asqueroso o aburrido o estúpido o aterrador o extraño ocurriendo en cada celda individual. Cuando te acercabas, podías distinguir caras y cosas por el estilo. Si te retirabas, no podías ver nada en concreto, pero tenías la sensación de que montones y montones de cosas ocurrían a tu alrededor.

    Infierno: otra colmena de la naturaleza.

    Podía oír a la Toña y a Laura charlando tranquilamente. Yo había estado tan ocupada reflexionando y mirando alrededor que me había quedado retrasada unos seis metros. Debieron pensar que si mantenían las voces lo suficientemente bajas no podría oírlas por encima de los gritos, gemidos, quejidos y rabietas del condenado.

    —Por supuesto que acepté sin pensar la oportunidad —decía la Toña. La cabeza de Laura se dobló atentamente hacia su madre de nacimiento. Medía aproximadamente trece centímetros más que la Toña. Laura parecía casi protectora a su lado—. Tenía una carta a mi favor, ya sabes. Un tanto porque me-poseíste-para-tener-un-hijo y en todo este tiempo nunca la había jugado. Nunca quise hacerlo. Pero entonces oí que venías. Que estabas viva, quiero decir, y en camino, y Lucifer dijo que podría ayudar enseñándote todo esto.
    —¿Es amable contigo? ¿Relativamente hablando?
    —Por supuesto. Son todo exageraciones, ya sabes.
    —No, no sé, Antonia. ¿Podrías explicarlo?
    —Lucifer no pasa todo su tiempo ideando modos de torturar las almas de quienes acuden a ella. El infierno es... es casi un negocio. Uno en el que ella ha estado participando durante decenas de miles de años, sin vacaciones ni bajas por enfermedad. Ni días libres. Ni siquiera baja por maternidad. —Y luego ella... ella... ¿Lo hizo? ¡Lo hizo! Realmente le dio un codazo a mi hermana, una especie de codazo asquerosamente asqueroso.

    Puse los ojos en blanco. Bla, bla, bla. Pobre Satán. Todo trabajo y nada de seguro dental. Sonaba horroroso.

    —¿Te lo puedes imaginar? —exclamó la Toña con lo que pareció genuina compasión. Aunque no podía estar segura. Ya que en realidad nunca le había oído ese tono, entenderéis mi confusión—. Yo pensaba que la línea de atención al cliente de O’Hare era terrible. Esa es en parte la razón por la que estás aquí, ya sabes.
    —¿Qué? ¿Qué quieres decir?

    La Toña se calló, del modo en que sólo ella se callaba: siguió hablando.

    —Yo, hum, probablemente no debería haber... no es apropiado por mi parte hablarte de ello.
    —Pero...
    —¡Oh, mira!, allí está Ted Bundy siendo violado y estrangulado otra vez hoy.
    —¡Aaarrrggh! —Laura se tapó los ojos con las manos—. ¡Antonia, no quiero ver eso! Por favor no llames mi atención sobre cosas así. Y ahora, por favor, termina tu pensamiento...

    ¿Qué pensamiento? Reí disimuladamente, pero logré no decirlo en voz alta.

    —Realmente tengo que terminar este tour —dijo la Toña, pareciendo agitada y nerviosa.
    —No quiero que te metas en problemas, así que lo dejaré por el momento. ¿Pero... es eso parte de la razón por la que la ayudas? ¿Es Baal...? Esto parecerá sumamente tonto, pero ¿está Baal abrumada trabajando demasiado?
    —Creo que no tan abrumada como sola —dijo la Toña tras una larga pausa. Madre e hija habían bajado más las voces y decidí despiadadamente no mencionar que aún podía oírlas—. Ella es la única de su especie, ya sabes. Y lleva haciendo esto mucho, mucho tiempo. Después de la terrible lucha con ya-sabes-quién.

    ¿El súper constructor? ¿Su mecánico?

    —Sí —concluyó la Toña—. Yo diría que está sola.

    Laura se detuvo en seco y volvió la mirada hacia mí.

    —Oh, mira —dije, fingiendo que no había estado escuchando a escondidas—. Kenneth Lay está siendo sepultado vivo en Krugerrands. Puf, eso debe doler... ¡Mira los moratones! ¿Le hacen eso desnudo? Oh, mmm, ¿Has visto dónde estaban algunos de esos Krugerrands? ¡Oye! —grité—. ¿Qué te parece si en tu siguiente vida, vuelves como alguien que no estafa millones a la gente?
    —No te burles del condenado, Betsy —reprendió el anticristo— ¿No es bastante malo que estén atrapados en este lugar?
    —Lo malo es que nosotras estemos atrapadas aquí.
    —Atrapados no es en realidad la palabra correcta —dijo la Toña—. Nadie está aquí contra su voluntad.
    —¿Qué? —Abandoné todo intento de fingir que no podía oír—. ¿Ni siquiera él? —gesticulé hacia Enrique VIII que estaba de rodillas suplicando a Ana Bolena que no dejase que un espadachín francés le cortara la cabeza por brujería. La vieja Ana no parecía muy indulgente—. Como que no conozco ningún cerdo ególatra de ese calibre... y no es un gran chiste, aunque debe haber Maestros de la Escalera en el infierno.... alistados por propia voluntad.
    —Pero así es en su caso. En el caso de todos nosotros.
    —¿Pero por qué? —preguntó Laura, y confieso que yo misma estaba interesada en la respuesta.
    —Esto no es un lugar —comenzó la Toña. Hablaba despacio, pero no me daba la sensación de que estuviera mintiendo. Sólo intentando explicarlo de modo que lo entendiéramos. Prueba de que estaba en el infierno: la Toña sabía muchas cosas que yo no sabía y tenía que desmembrarlas para entenderlas—. No un lugar como África o el Mall de América. No puedes meterte en el coche y encontrarlo. El infierno es una zona, un avión, que los espíritus pueden visitar. Cualquier espíritu. En cualquier momento. Vosotras dos sois especiales porque todavía tenéis vuestro cuerpo. Nosotros... —gesticuló vagamente—... ya no lo volveremos a tener. En el infierno sólo estás limitado por tu imaginación... igual que en el cielo.
    —No lo entiendo —confesé, y chico, eso dolía.

    Ante mi asombro, la Toña no aprovechó la oportunidad de poner a prueba y aplastar mi ego o mutilar mi voluntad de vivir.

    —No, no creo que ninguna de vosotras pueda ahora mismo. Es realmente, realmente complicado de explicar.
    —Sin embargo —dijo Satán, apareciendo de ninguna parte—, lo intentaré. Gracias, Antonia, eso es todo por el momento.
    —Señora —dijo la Toña y desapareció de la vista.
    —¡Espera! Mierda.
    —No tengas miedo ni te preocupes, Betsy, la verás otra vez.
    —No me amenaces, Satán. Es sólo que había cosas que quería preguntar. —¿Por qué se me había aparecido justo después de que ella y mi padre murieran? ¿Por qué se marchó? ¿Por qué había jugado a la guía turística? ¿Dónde estaba mi padre? ¿Por qué había decidido tener un pelo horrible en el infierno? Eran preguntas que resonaban en mi cerebro en busca de respuestas.
    —¿Es verdad, madre?
    —¿El qué, querida?
    —¿Mi madre de nacimiento tiene razón? ¿Te sientes sola?
    —Por supuesto —sin negarlo. Sin sarcasmo. Sólo una simple declaración. No intentaré negarlo, estaba impresionada. ¿Por qué no podía Satán ser así todo el tiempo?—. He vivido mucho, mucho tiempo. Por eso te tuve.
    —¿Qué? —pregunté, porque Laura de repente parecía temerosa de decir algo.
    —Quiero que te encargues del negocio familiar —le dijo Satán, como si hubiera sido Laura quien hiciera la pregunta—. Me gustaría retirarme.


    Capítulo 28


    ¿Retirarte a dónde? —pregunté, porque no pude evitar imaginarme al diablo en un condominio en Boca Ratón. Podría pasar entonces de ángel a ángel caído, a ama y señora del infierno; a jubilada, a residente temporal e, inevitablemente, a residente loca de un asilo de ancianos.

    —No lo sé. Pero eso es lo bello de la jubilación. —Satanás de verdad parecía nostálgica—. Opciones. Tienes opciones.
    —Madre, no tenía ni idea. —Laura estaba mirando al diablo con simpatía grabada en su complexión libre de espinillas y arrugas—. Debes estar... no lo sabía.
    —¿No vas a ser una de esas madres de escenario, verdad? Ya sabes... no ganan el Miss Pequeña lo que sea, así que crían a sus hijas para ser Miss Pequeña...
    —No obligaría a Laura —interrumpió Satanás—. Pero sí se lo pediré. Una madre puede hacer eso.

    Ahora los enormes ojos de Laura estilo animé se estaban llenando de lágrimas.

    —¡Pobrecita! —gritó— pobre, pobrecita...

    La interrumpí de nuevo. Que Laura sintiera lástima por Satanás no estaba en el plan. Que Laura se encargara del infierno definitivamente noooooo estaba el plan. No sabía cuál era el plan, pero estaba segura que no era ninguno de los anteriores.

    —Pero si llevas haciendo esto miles de millones de años como puedes... oh.
    —¿Qué? —preguntó Laura.
    —¿Esa extraña mirada en su rostro? —preguntó Satanás—. No está estreñida. Se está dando cuenta de algo por primera vez.
    —Eso demuestra lo que sabes. No he echado una cagada desde que morí, así que por definición estoy estreñida todo el tiempo.

    Laura frunció el ceño.

    —Uh, no estoy segura...
    —¿Cuánto tiempo esperas que viva Laura? —pregunté, luchando por mantener el control de mi voz y no chillar. Porque nada de esto se me había ocurrido antes—. ¿Ella será como tú? ¿Eres inmortal?
    —Por mi padre que no. —Satanás de veras se estremeció. Pensar en qué podría darle escalofríos a la Dama de las Mentiras me daba escalofríos a mí—. Sólo longeva como toda mi raza.
    —¿Ángeles? —preguntó Laura.
    —Sí, a falta de una palabra mejor. Desde luego se nos puede matar. Pero nunca enfermamos y envejecemos lentamente.
    —Eso diría yo. No pareces un siglo mayor de los ocho mil. —Por supuesto, los zapatos robados la ayudaban a parecer joven, la muy odiosa...
    —Cuando Padre nos creo, sabía que necesitaría ayudantes que tuviesen una larga vida. Un niño puede crecer en una década y morir ni siquiera diez décadas después de eso. —Satanás chasqueó los dedos—. ¡Así como así! Puff. Las luces se apagan.
    —Sí, las mocas de fruta de la humanidad —dije—. Esos somos nosotros. ¿Pero para qué necesitas vivir tanto en primer lugar? Especialmente cuando el período de vida aproximado en estos días es... uh... —¿Setenta y cinco? Eso sonaba bajo. ¿Noventa? Muy alto. ¿Dónde estaba Marc cuando lo necesitaba?
    —Setenta y cinco para los hombres —facilitó el Diablo—. Ochenta para las mujeres. Bastante mejor a, digamos, la era Neolítica en la cual eran veinte. ¿Puedes imaginarte ser considerado un anciano decrépito antes de poder siquiera beber legalmente?
    —¡Basta ya!

    Satanás parpadeó.

    —¿Disculpa?
    —Deja de ser tan servicial. Me estás volviendo loca. —Un pensamiento me golpeó, y por un momento pensé que iba a caerme—. Retirarte... para que Laura... como... —lo intenté de nuevo—. ¿Cuánto esperas que viva Laura? Tú misma, tú has vivido...

    Laura pareció palidecer ante mis ojos.

    —¿M-madre? Yo... ¿Seré tan longeva como tú?

    Veamos, algunas personas podrían emocionarse al averiguar que podrían vivir miles de años. Pero Laura, quien ocasionalmente era un completo misterio para mí, parecía horrorizada. Casi podía sentirla contando a todos los que amaba muriendo de vejez, sus padres, sus amigos, su futuro esposo e hijos, y sus hijos, y los hijos de sus hijos, mientras ella seguía... y seguía... y seguía...

    —No lo sé —replicó Satanás, sin bromear, sin sonrisa de suficiencia, sin gesto malvado—. No sé cuánto vivirá Laura. Nadie lo sabe, excepto tal vez nuestro padre. —El fantasma de una sonrisa—. Y él es bastante famoso por esconder sus cartas.

    Las cosas estaban comenzando a tener sentido, pero en vez de gustarme me estaban dejando más intranquila. El Diablo podría tener una razón perfectamente legítima para hacer que yo trajera a Laura al infierno.

    O podía ser que no.

    O podían ser ambas cosas. De cualquier forma probablemente estábamos metidas en un inmenso problema. Si ésta fuese una película de gran presupuesto yo, la intrépida heroína, haría algo fabuloso y heroico. Pero no era una película y yo no era una intrépida heroína. Ni siquiera sabía qué significaba intrépido.

    Me giré hacia Laura.

    —De acuerdo, ya disfrutamos del paseo y el Diablo quiere retirarse y es posible que tengas la esperanza de vida de Japón, los Estados Unidos y Francia combinados. Retirémonos a la Tierra y considerémoslo. Durante años.
    —Ah. —Satanás ladeó la cabeza—. Un momento por favor, señoras. —Luego desapareció en un parpadeo.
    —Genial. —Yo estaba que echaba humo—. Atrapadas en el infierno. Lástima que no lo haya visto venir. Oh, espera, sí que lo vi.
    —Ella no nos atraparía aquí —dijo Laura, que sonaba bastante razonable para ser una psicópata medio ángel con un temperamento asesino y un odio a las barritas de limón—. Si acaso, me necesita ¿verdad? Quiere que tome el control. ¿No es cierto?
    —¿Qué parte?
    —¿Viviré mucho tiempo? ¿Miles de años?
    —No lo sé. Pero estoy pensando en el Libro de los Muertos.
    —El que predice que reinarás durante cinco mil años.
    —Ese mismo.

    Nos miramos fijamente, rodeadas por los condenados, hermanas que no tenían control sobre lo que pasaba e incluso algunas veces, sobre sí mismas.

    —Ella me necesita —aventuró Laura tras un largo momento—. Así que tiene que ser amable. Con ambas.
    —Eso es verdad —concedí. Y probablemente por eso la Dama de las Mentiras estaba siendo taaaaaan amable hoy—. Un terrible montón de cosas han pasado en un tiempo muy corto.
    —Juntas en este mal trago, ¿verdad? —Laura tenía una expresión peculiar en el rostro... estaba tratando de echar un vistazo a las celdas del infierno sin que la gente de las celdas lo supieran—. No puedo agradecerte lo suficiente el aceptar venir aquí.
    —Apúntaselo al daño cerebral. Daño cerebral en proceso, porque creo que definitivamente estoy en estado de shock.
    —¿Necesitas recostarte? Supongo que podríamos pedirle un catre a uno de los condenados. ¿O tal vez un edredón? Um, disculpe. Disculpe, señor... no, no usted señor, el que está en la celda al lado de la suya disfrutando de lo que parece ser una cirugía dental involuntaria...
    —Algo está severamente jodido —anuncié.

    Laura se acercó a mí, sus manos revoloteaban ineficazmente.

    —¿Te sientes débil?
    —Sí. Definitivamente estoy en estado de shock. Porque estoy teniendo problemas para digerir todo esto.
    —Está bien Betsy. —El anticristo me tocó la frente—. Es difícil para las dos, creo.
    —Por ejemplo Laura, te han brotado unas alas enormes. Creo que probablemente debería haberlo notado antes. Sí, definitivamente.
    —¿Qué?
    —Sí. Estoy bastante segura de que debería haberlo hecho. Extraño. Éste está siendo un día muy extraño.


    Capítulo 29


    ¿Que tengo qué?

    —Alas. —Laura no las había notado tampoco. Me sentí menos estúpida.
    —¿Dónde? —Laura se giró a un lado y al otro, lo cual tuvo el efecto de alguien que llevara una mochila intentando verse su mochila... cada giro y vuelta simplemente la ponía en un ángulo diferente. Así fue como terminé...
    —¡Pfff...!

    ... con un montón de plumas en la cara.

    Le aparté la mano lejos de mí, escupiendo plumas de vuelo (¿Quién me iba a decir que aquel trabajo que hice sobre la migración de los gansos azules en octavo tendría una aplicación práctica en el infierno?)

    —¿Están ahí? ¡No puedo creerlo! ¿Qué aspecto tienen? ¡No sentí nada! —¡Zas! ¡Zas!

    Intenté apartarla con la mano.

    —Basta, basta, ¡no puedo ver nada excepto plumas primarias y secundarias!
    —¿Sabes de aves?
    —Octavo grado. No importa. —Me recordó la mejor película de navidad con gente muerta del mundo, Los fantasmas atacan al jefe, cuando el asombroso fantasma de la navidad presente, interpretado por Carol Kane, está brincado y saltando alrededor y continúa golpeando a Bill Murray en el rostro con las alas. Esto era exactamente igual, excepto que no era diciembre, era noviembre. Noviembre en el infierno—. ¿Quieres verlas? Sácalas. Ya sabes... extiéndelas.

    Fue bastante estúpido porque estaba de pie exactamente en el punto equivocado. Así que más o menos en ese mismo segundo me di cuenta de que Laura tenía una envergadura de cerca de dos metros, su ala derecha extendida golpeó contra mí.

    Esas malditas eran fuertes. Imagínate a un gorrión, esbelto y fuerte de mantenerse ocupado todo el día. Y también con cabello rubio y vaqueros.

    —¡Oh, Dios mío! ¡Betsy!
    —¿Podrías ayudarme a levantarme, por favor? —gruñí desde el suelo. Desde la alfombra infernal. Entrañas del infierno. Lo que sea.

    Se apresuró hasta mí y me levantó. Sus alas no eran las estereotípicamente blancas como la nieve que ves en las pinturas de ángeles. Eran de veras como gigantescas alas de gorrión... una sencilla pero bonita mezcla de marrón veteado, poderosas y prácticas.

    —Lamento haber desaparecido así; admito ser una administradora controladora. Oh, bien, habéis estado explorando.
    —¡Madre! Tengo alas. ¡Alas!
    —Por supuesto que sí —dijo Satán, mirando a Laura con orgullo maternal—. Tu madre es un ángel.
    —Es tan espeluznante que te refieras a ti misma en tercera persona.
    —Silencio. Satanás no desea escuchar nada de la reina vampiro en este momento.
    —¡Espeluznante! —grité.

    Pero el diablo no me estaba prestando atención; solo tenía ojos para Laura, quien fastidiosamente era incluso más guapa con hermosas y aún así prácticas alas brotando de su espalda.

    —Como estaba diciendo antes de que como se llame abriera la boca...
    —¡Estás siendo desagradable! —dije, manteniendo un ojo avizor sobre la envergadura de mi hermana.
    —... eres mitad ángel. Mi linaje no cambió cuando me fui del cielo.
    —Cuando te echaron a patadas querrás decir.

    No me sorprendió mucho descubrir que mis pies estaban a centímetros del suelo, ya que Satán había cruzado metro y medio de distancia en medio pestañeo y me había alzado por la pechera de la camiseta.

    —No. Me. Echaron. A. Patadas. Me fui yo. Por mis propios pies.
    —¡Un punto sensible! ¿Te importa? Solo he usado esta camiseta dos veces; además es de Eddie Bauer, lo cual quiere decir que es prácticamente indestructible. —Por tanto, una excelente elección para una excursión a través de Ciudad Demoníaca. Oh, Eddie Bauer, solo tú entiendes mis necesidades en ropa para vacaciones.
    —¡Suéltala!

    Genial. Dos fenómenos con alas batallando por el cielo, infierno y mi cuello de tortuga.

    —Laura, estoy bien. —Intenté sonreír para mostrar al anticristo que ser alzada en el aire y estrangulada por el diablo no era para tanto. Había estado en citas menos placenteras—. No es como si necesitara respirar. O que me importe colgar a medio metro del suelo. Pero si tengo que hacer que me vuelva a crecer la laringe, ¡lo vas a lamentar!
    —Valdría la pena —murmuró Satanás y me soltó.

    Al instante, me incliné y revisé mis zapatos.

    —Tienes muuuucha suerte de que no tengan arañazos, tú, ¡gran e imbécil ángel caído!
    —Tiemblo al considerar lo cerca que estuvo —dijo Satanás, bostezando.
    —¿Funcionarán? Quiero decir ¿puedo volar?
    —¿Qué? ¿Otra vez con lo de las alas? ¿Después de que yo haya tenido que soportar otro asalto de tu madre? Mi camisa Eddie Bauer está bien, gracias por preguntar.

    Las alas de Satanás aparecieron de la nada con tanta rapidez como lo habían hecho las de Laura. Esa vaca maliciosa esperó hasta que estuve fuera de la línea de fuego de Laura y en la de ella antes de mostrarnos su condenada (literalmente) envergadura.

    —¡Ya he tenido suficientes —me aparté y escupí plumas otra vez— plumas en mi cara! ¡Una frase que nunca, jamás pensé tener que decir! El infierno simplemente apesta, y eso es lo que hay.
    —Las tuyas son tan negras como las alas de un cuervo —dijo Laura maravillada. Alargó una mano tentativamente y acarició las alas de su madre.
    —O como unas alas realmente sucias. Como si pasaras mucho tiempo trepando por chimeneas. O en las chimeneas de las refinerías Koch.

    Los pseudoángeles me ignoraron. Lamenté reparar en que esa estaba comenzando a ser una tonada común por aquí.

    —Por supuesto que funcionan —estaba explicando Satanás—. Pero como todo, necesitarás práctica. Aunque te equivocas al asumir que sólo ahora han “aparecido”. Siempre han sido una parte de ti, al igual que tus armas de Fuego Infernal. Pero tan solo pueden ser vistas por todos los ojos en esta dimensión.
    —Así que cuando estoy en casa, en St. Paul quiero decir, están ahí, pero nadie puede verlas.
    —Sí. Es demasiado para el ojo humano. No estoy segura de que pueda explicarte esto, pero lo intentaré. Nuestras alas cambian entre realidades. Tu espada de Fuego Infernal y tu arco siempre están contigo pero tan solo pueden ser vistas bajo las circunstancias correctas, por ejemplo, en la Tierra pueden ser vistas cuando estás estresada, cuando te sientes vengativa. Las llamas y ellas vienen. Pero siempre están ahí. No las haces aparecer, simplemente las usas. Tus alas son bastante parecidas.
    —Como cuando Jessica no siempre puede conseguir un taxi. Si está en un sitio tarde y está desierto, los taxis no siempre la ven. Ni siquiera creen estar siendo intolerantes al respecto, pasarían un examen con detector de mentiras asegurando que nunca la ven. —Ambas me miraron—. ¿Qué? Estoy tratando de contribuir a la conversación más extraña del mundo.
    —Bueno, muy bien. Admitiré que no hiciste un paralelismo completamente estúpido o terrible —admitió el diablo.
    —Ay. Me ahoga la emoción y todo eso.
    —Pues ahógate de una vez —murmuró el diablo.

    ¡Por Dios! Satanás era hoy la Señora Cascarrabias.


    Capítulo 30


    Ya es hora de acabar con esto —dijo Satanás, y yo me las arreglé para no gritar ¡ya era hora, malvada psicópata angélica!—. Puedo hablar...

    —Y hablar. Y hablar —añadí—. Y todavía: hablar. Hablar, hablar, hablar.
    —... pero la experiencia es el mejor maestro.
    —¡Basta! ¡De! ¡Hablar!

    El diablo dejó escapar un sonido que fue un cruce entre un bufido y un gruñido.

    —Has pasado dos décadas en la tierra aprendiendo lo que es ser humana. Ahora tienes que explorar el ser un ángel, a falta de una palabra mejor. Tienes que dominar el moverte de las tierras de tu padre a las mías y de vuelta otra vez. En este lugar, en mis dominios... que con suerte algún día serán tus dominios... podrás hacerte una idea más precisa de tu potencial, tus habilidades. Estoy segura de que has notado que yo voy y vengo a mi placer, y me imagino que te preguntas cómo puedo hacerlo.
    —En realidad no.
    —Calla, Reina Vampiro. Estaba hablando con la hermana lista. Desde el infierno, Laura, puedes viajar a cualquier lugar de la Tierra, y a cualquier momento. Pero la exactitud y el control precisan experiencia. Para ponerlo de otro modo, podrías leer una docena de libros sobre cómo montar en bici pero todavía no sabrías como hacerlo cuando la bici estuviera realmente ante ti. Así que quiero que empieces a viajar.

    No me gustó en absoluto como sonaba eso.

    —¿Viajar adónde?
    —A donde sea que sus habilidades la lleven.
    —Aguarda, Dama de las Mentiras. Estuve de acuerdo con traerla aquí. No firmé para viajes de campo a través del tiempo.
    —¿Por qué crees que todavía participas en esta conversación? ¿Entonces, querida, juegas? ¿Lo intentarás?
    —No —dije yo en el momento exacto en que Laura decía sí. Me giré hacia ella—. ¡Oh, vamos! ¿De verdad no ves adónde lleva esto? ¿Sabes que terminaremos accidentalmente hundidos hasta el cuello entre Demonios o asesinos o zombies o bebés u hombres lobo? Y luego nos pondremos todos en plan “Debería haberlo visto venir”. ¡Bueno, pues podemos! ¡Podemos ver venir esto absolutamente y lo sabes! En mi opinión...
    —Que nadie te ha pedido —espetó el demonio.
    —Es un momento perfecto para escapar como una perra cobarde. Yo soy pro-perra cobarde. Seamos perras juntas.

    Laura estaba sacudiendo la cabeza con auténtico pesar, y con una sensación de hundimiento comprendí que estaba a punto de tener dos elecciones: pedir al diablo que me devolviera a mi propio tiempo en mi propia casa, o quedarme con el anticristo. Lo cual no era una elección en absoluto; no tenía ninguna intención de abandonar a Laura mientras ella intentaba aprender nuevas habilidades. El aprendizaje era esencial para su cordura.

    Además, mi hermana era formidable pero ella no lo veía. Dios sabía el tipo de personajes desesperados con los que podía toparse (literalmente... Dios lo sabía; yo no) Probablemente se la comerían viva. Como si quisiera eso sobre mi conciencia este mes de entre todos los meses. O en cualquier otro momento, en realidad. Dos compañeros de casa muertos a mi servicio eran suficientes.

    Y Satanás, esa miserable perra engañosa, lo sabía. Incluso sonrió burlona hacia mí cuando Laura no estaba mirando. Muy madura. Y me conocía lo bastante a mí misma para comprender que si yo pensaba que alguien estaba siendo inmaduro, era hora de que esa persona reexaminara su vida.

    —Betsy, tengo que aprender. No puedo... los sueños son... tengo que hacer esto. Pero tú no tienes que venir. De hecho, creo que deberías...
    —Cierra el pico. Por supuesto que iré. No seas una perra estúpida. —Vale. Más afilado de lo que pretendía, desde luego. Pero estaba cabreada. Y asustada. Y cabreada—. Espero que estés contenta.
    —Pues lo estoy, Betsy. Absolutamente. Y no me sorprende. Llevo ya cierto tiempo tentando a la gente, ¿cómo podría resistirse mi propia hija?
    —Eso suena un poco espeluznante —admitió Laura.
    —¡Un poco! Agh. Satanás, eres terrible. Y no en el buen sentido. Pero no seas creída.
    —Yo definí la palabra creída, idiota. Y qué típico de ti subestimarme.
    —Y qué típico de ti ser incapaz de resistirte a contarme lo lista que eres, exacto, Satanás... lúcete...
    —Puedo tentar a cualquiera, Betsy. Se parece a lo que fue intentar convencer a Jesús para que cambiara de bando.
    —¿Tú tentaste a Jesús? —No me molesté en ocultar mi sorpresa... y esperaba haber ocultado la admiración.
    —Por supuesto. Y lo consideró seriamente. No quería morir, ya sabes. —Por un momento, el diablo pareció pensativa y un poco triste—. Sabía lo que se avecinaba y sabía que sería horrible. Le ofrecí cambiar todo eso.

    Comprendí que estábamos en medio del infierno en vez de en la periferia... todo tipo de nuevas torturas y degradaciones tenían lugar a nuestro alrededor. Pero yo no podía apartar la mirada del diablo.

    Su cara. La pinta de su cara.

    —Le dije que podría gobernar la Tierra entera, subordinado sólo a mí, si renunciaba a su padre controlador. Quien, si recuerdas de las lecciones de la escuela dominical, también es mi padre controlador. Incluso ofrecí invulnerabilidad al daño físico. Eso fue lo que realmente le tentó. A nadie le gusta la idea de una mala muerte.
    —¿Pero dijo que no? —Estúpida pregunta. Por supuesto que dijo que no.

    Ella sonrió, una sonrisa invernal sin calidez alguna.

    —Ya lo creo. Me dijo que rezaría por mí. Me citó las sagradas escrituras; menudo imbécil. Me dijo que pidiera el perdón de su padre. Y yo le dije que moriría con el hedor de su propia mierda en las fosas nasales. Y tuve razón.
    —¡Madre! —Laura sonaba conmocionada.
    —Desde luego no te gusta perder. —Dios. ¡Pobre Jesús! Es raro pensar en el Salvador como un adolescente de carne y hueso que tenía miedo a morir, y más, miedo a morir malamente—. Por eso te cabreaste tanto con él al final. Montaste el numerito del perdedor resentido.
    —Cariño, en realidad nunca he perdido. No cuando era importante. No cuando era algo que deseaba mucho.

    Umm, pensé pero no dije “¿se supone que tenemos que creer que querías que te pidieran que abandonaras el cielo?”. Arreglé mi cara en una cortés expresión de adelante-sigo-escuchando.

    —El chico habría sido una compañía divertida, pero su traición y muerte no me afectaron, así que todo acabó bien.

    Decidí fingir que no sentía escalofríos bajando por mi espalda.

    —¿Así que lo que estás diciendo es que fue Jesús quien se lo perdió?

    Satanás resopló a través de sus delicadas fosas nasales.

    —Yo soy uno de los tres enemigos de la humanidad, junto con el pecado y la muerte.
    —No olvides los impuestos.
    —¡Ja! Ni siquiera yo soy tan implacablemente avariciosa y malvada.
    —Ahí le has dado —concedí.
    —Soy una simple dadora de conocimiento.
    —En realidad, eres una dadora de mierda. Una dadora de dolores de cabeza y calambres menstruales.

    El demonio me ignoró, estaba claramente más interesada en llegar hasta Laura que en enzarzarse con moi.

    —El conocimiento es como un martillo, ya sabes. Ni bueno ni malo. Lo que importa es cómo lo aplicas. Mi padre no estaba de acuerdo.
    —¿Quieres decir Dios?
    —Por supuesto, cabeza hueca.
    —Nadie me contó —comenté—, que habría tantos insultos en el infierno.
    —De hecho, tuvimos algo así como un enfriamiento de relaciones a causa de esa diferencia de opinión. —Satanás hizo una pausa, examinando la punta de sus preciosos, preciosos zapatos—. En retrospectiva, yo podría haberlo llevado mejor.
    —¿Tú crees? —En retrospectiva, la Peste Bubónica no sonaba tan complicada y desagradable comparada con una guerra en el cielo. Satanás: el amo de la declaración comedida. Me recordaba al personaje de David Carradine en Kill Bill—. Y puede que yo haya exagerado. ¡Sí!
    —La cuestión es, Laura, que lo que aprendas en tus viajes no es bueno o malo. Simplemente es. Y probablemente tú seas la única persona en varios planos de existencias que pueda aprender nada de esto. Mis hijos —añadió secamente—, no crecen precisamente en los árboles. Laura es un rubí.
    —Uh-huh, y yo una capricornio. Así que ayúdame a comprender esto. Laura nació de la Toña... y muchas gracias por arreglar esa pequeña reunión, arpía asquerosa... así que eso convierte a Laura en su hija, no la tuya.
    —En realidad, no. Yo no tengo cuerpo físico. Nunca lo tuve; ningún ángel lo tuvo. Tomamos la forma que mejor sirva para complacer a nuestro padre... o no. Es así como puedo poseer a mortales. Así que sea quien sea al que esté conduciendo en ese momento... esa persona soy yo, con todos mis pensamientos, pesares y habilidades. De ese modo, soy tu madre, Laura... y fui, por un tiempo, la madrastra de Betsy.
    —Ahora sí que estás siendo mezquina.
    —¿Eso abarca cualquier momento al igual que cualquier lugar? —preguntó Laura, momentáneamente distraída cuando las tres pasamos a Lincoln gritando a John Wilkes Booth a pleno pulmón—. ¿Realmente quieres decir eso? ¿Puedes viajar en el tiempo y tal vez yo también?
    —No hay un tal vez, Laura. ¿Por qué crees que he vivido tanto? ¿Por qué crees que probablemente vivirás bien cuanto tengas mil años?
    —No lo capto —confesé, haciendo una mueca cuando Lincoln dio otra colleja a John.
    —No me sorprende.
    —No tienes que ser tan zorra al respecto. No es culpa mía haberme ido tanto de juerga en la universidad y que me echaran antes de poder... oh. Espera. Es del todo culpa mía. Vale, mal ejemplo. Pero aún así eres una zorra.

    Satanás se frotó la frente con la punta de sus dedos perfectamente manicurados, como si temiera una migraña, o una auditoría fiscal.

    —No te estoy hablando con desdén, Betsy, aunque desde luego estoy preparada para hacerlo en un momento dado. En realidad... tu cerebro humano no puede captarlo. Einstein no podía captarlo.
    —Oh, como si Einstein fuera taaaaan genial. —Hice un esfuerzo hercúleo por no enfurruñarme.

    Ella suspiró.

    —Muy bien. Presta atención. El tiempo no se mueve. Nos movemos nosotros. Y algunos podemos volver atrás al igual que ir adelante. Si el saco medio de carne, sangre y pus pudiera llevar a cabo el truco, podría vivir lo suficiente para volver a revivir su niñez, e incluso su nacimiento.
    —Espera. ¿Qué? Oh, ¿y eso del saco-de-pus? Asqueroso.
    —Estás diciendo que si vives lo suficiente, podrías reentrar en tu propio pasado —preguntó Laura.
    —Sí. Razón por la cual ningún humano ordinario podría realizar nunca este trabajo. La vida humana pasa —chasqueó los dedos—, así.
    —Sí, bueno. Igual de rápido que vamos a estar hundidas hasta el cuello en la mierda. —Chasqueé los míos—. Así.


    Capítulo 31


    Debo advertirte una cosa... aunque en teoría puedes viajar a cualquier momento y cualquier lugar, te verás atraída hacia aquellos eventos que tuvieron un impacto significativo en tu... en ella —Satanás me señaló... ¡maldita sea!... a mí—. Porque Betsy también es parte de tu aprendizaje. Y entenderé tu desilusión. Bastante malo es que compartas su sangre, ¿no?

    —No hables así de ella —dijo Laura, pero tenía una expresión peculiar en la cara. Como si alguna otra cosa la preocupara, pero no estuviera en absoluto aquí. Creo que, en su cabeza, Laura estaba ya viajando a otras zonas y otros tiempos—. No es muy amable.
    —Sólo quería hacerte una última advertencia. Mientras maduras, no estarás necesariamente al antojo de Betsy. Pero eso podría llevar su tiempo.
    —Por suerte todo esto no sonaba lo bastante horrendo y espeluznante —dije—. Me alegro de que hayas dejado lo peor para el final. —Estábamos juntas en esto porque mi hermana y yo somos dos de las pocas personas del planeta con una vida potencial de cinco mil años, yupi.

    ¿Llevaba tiempo? ¿Cómo qué? ¿De cuánto tiempo estábamos hablando exactamente? ¿Una temporada de béisbol? ¿Un año escolar? ¿Una década? ¿Un siglo? ¿Por qué tenía la sensación de que pasar unos cuantos siglos con el anticristo podría tener efectos perjudiciales para mi cordura? Por no mencionar para mi guardarropa.

    Sacudí la cabeza pero me guardé estos pensamientos para mí misma.

    —Y una vez más, muchas gracias.

    El diablo se encogió de hombros.

    —No fue una coincidencia que te estampara contra la pared de la sala para que pudieras despertar aquí. Tenía que hacerte una demostración. El hecho de que tu cabeza hueca y vacía se hiciera una contusión fue solo un plus.

    “Verás, Laura sólo es en parte ángel, algo que siempre te ha contenido pero con lo que creo que podría arreglármelas. Desafortunadamente, dado que yo soy completa en mí misma...”

    —¿Completa en ti misma? —Empecé a reírme.
    —... mi sangre, mis habilidades, no están diluidas por una fuerza humana. Pero las de Laura sí. Yo puedo moverme de aquí para allá y otra vez de vuelta aquí simplemente con mi fuerza de voluntad. Laura no puede... al menos, aún no. Para moverse de lugar en lugar, o de tiempo en tiempo, necesita tener un fuerte contacto físico con un pariente sanguíneo. Su padre está muerto.
    —Nada de cadáver —supuse—, sólo su espíritu. Así que no hay posibilidad de contacto físico con él. —Satanás alzó las cejas—. ¿Qué? Presto atención a veces.
    —Mmmm. Así que eso me deja a mí. O a ti. Lo cual significa tú, Betsy, porque no aprenderá si simplemente va de paquete conmigo.
    —¿Qué significa fuerte contacto físico? —pregunté—. ¿Compartir el aliento? ¿Bailar el cha-cha-cha? ¿Guerra de pulgares? ¿Qué?
    —Significa fuerte contacto físico. Ahora debería darte unos momentos para deducir lo que quiere decir.
    —Eso demuestra lo mucho que sabes. No necesito unos pocos... eh. Ah. ¿Qué? ¡Ay! ¡Demonios!
    —Ahora puedes maldecirme durante veinte segundos.
    —¡Traidora vaca tramposa robazapatos! ¡Perra! ¡Eres tan falsa! ¿Qué pasa contigo? ¿Por qué tienes que ser tan maquiavélica... y espeluznante? Aggg, que te follen. —Tomé un aliento innecesario y aullé—. ¡Odio todo!
    —Y... tiempo.
    —¡Especialmente a ti, Satanás! ¡Especialmente a ti!
    —Mmmm. —Satanás cerró los ojos, con una mirada soñadora en la cara—. Esas palabras son comida y bebida para mí.


    Capítulo 32


    Estábamos de nuevo en la sección chula de la sala de espera del infierno. El diablo no bromeaba en lo de que ella moldeaba la realidad aquí. No es que fuera muy dada a bromear de todos modos. Aunque parecía que hubiéramos estado caminando y hablando durante horas y horas, ella nos dio la vuelta y dio algo así como tres pasos completos y ¡boom! Allí estaba la sala de espera otra vez.

    —Como Betsy sospechaba, este alojamiento es un símbolo de tu habilidad para viajar. Como ya dije, tu cerebro simplemente no puede...
    —Puesto que ya lo dijiste, unas cuantas veces, creo, ¿por qué estás diciéndolo otra vez? Acabemos con esta monstruosidad.
    —Vigila tu lenguaje —dijo Laura, que parecía irritada.
    —Lo siento. Supongo que estar en el infierno donde mi hermana tiene que darme una bofetada para teletransportarnos a través del espacio y el tiempo y así evitar volverse loca me haya puesto un poco gruñona.
    —Ya basta, reina del drama —dijo Satanás, bastante educadamente.
    —Es reina de los vampiros. Y yo juzgaré cuándo es suficiente, si no te importa. Y aunque te importe. —Sonreí—. Especialmente si te importa.
    —Para salir, abre una puerta y da un paso —señaló Satanás.

    Me acerqué e inspeccioné la puerta más cercana. Bastante normal. Incluso tenía una luz roja de SALIDA encima y un picaporte pasado de moda. Había al menos media docena de ellas en la habitación, separadas entre sí por unos setenta centímetros.

    —Para regresar, Laura, debes usar tu espada de fuego para abrir un portal que debes volver atravesar.

    Laura asintió.

    —Bien, Madre. No soy muy buena en eso...
    —Aún —dijo Satanás.
    —Intento no usarla.
    —Confío en que eso cambiará. —Satanás estaba seria, incluso un poco tensa—. Tu vida dependerá de ello.
    —Cielos, Satanás. Nunca había visto este lado sentimental de ti. Y no negaré esto: me siento animada. No suena como que algo pudiera salir mal en todo este asunto. Vale, estaba nerviosa al principio del viaje. Pero ahora todas mis preocupaciones han caído completamente en el olvido.
    —Puedes necesitar varios intentos hasta hacer todo el camino de vuelta —advirtió Satanás— pero ya sabes que dicen que la práctica lleva a la perfección.
    —No —dije—. Absolutamente nada saldrá mal. ¿Cómo podría? Es todo tan simple. Tan fácil. Así que déjate de desastres potenciales.
    —Mi esperanza —continuó Satanás, ignorándome—, es que finalmente te moverás por todo el universo sólo con pensar en ello. Que no necesitarás apoyo... —un gesto ambiguo hacia mí—... ni ningún arma.
    —Hablando como el apoyo —dije— ¿no vas a darnos un botón del pánico o algo por el estilo? ¿Qué pasa si nos quedamos atrapadas en algún lugar peligroso?
    —Oh, espero que así sea —dijo Satanás, aterrorizándome—. Pero no aprenderéis si os rescato.
    —Pero podríamos... —Espera. Ése no era el camino hacia su negro, negro corazón—. Pero Laura podría resultar seriamente mutilada. O muerta. O secuestrada por unas monjas y forzada a casarse con Jesús. O exponerse a... eh... boy-scouts cachondos.
    —Lo sé. Es un riesgo que estoy dispuesta a correr.

    ¿La parte espeluznante? Que no estaba bromeando. En absoluto. Realmente había pensado y sopesado la posible defunción de Laura contra lo que su hija podría aprender y había juzgado que merecía la pena el riesgo.

    Y yo que creía que los instintos maternales de la Toña eran venenosos.


    Capítulo 33


    De acuerdo —dije, golpeando una de las puertas—. ¿Quieres empezar con el teletransporte, o averiguamos lo horribles que son los restaurantes del infierno?

    —Supongo que será lo mejor. Lo primero, quiero decir. —Laura parecía y sonaba dudosa. ¿Y quién podía culparla? Nunca una sala de espera me había parecido tan siniestra y eso incluye la vez que había tenido que pasar dos días haciendo fila en la oficina de tráfico para hacer mi examen de conducir—. Entonces... tan sólo... —Extendió una mano y giró el pomo. Que no se movió.

    Lo intenté yo, lo cual fue tan estúpido como pulsar el botón del ascensor cuando acabas de ver hacerlo a otro. Es como si todos pensáramos que nuestros dedos mágicos harán que el truco funcione.

    —Bueno. Prueba con un fuerte contacto físico.

    Laura extendió la mano hacia mí con los dedos curvados. Los apoyó sobre mi pecho y me empujó un poco, luego probó la puerta otra vez. No hubo suerte.

    —Un fuerte contacto físico —nos recordó el diablo.
    —Se supone que ibas a dejar que resolviera esto por sí misma, así que retrocede. Vamos, Laura. Puedes hacerlo. —Pero no estaba segura de quererlo. Si no podía conseguirlo, si era demasiada humana, ¡podríamos irnos a casa! ¡Antes de que hubiera más muerte y más cosas raras! Podría brindarle a Tina unas buenas risas descubriéndole el infierno.

    Respecto a eso, si hubiera podido volver a la mansión y haber traído a alguien con nosotras (asumiendo que Satanás nos hubiera obsequiado con un taxi interdimensional), esa sería a Tina. Ella era superlista y no hablaba sin parar, dos calidades que yo no tenía y por eso admiraba.

    —Um... —Laura me dio un toquecito amistoso en el hombro. No funcionó.
    —Creo que voy a irme —dijo el diablo, suspirando—. Si tengo que ver más de esto, puede que vomite. U os mate a una de las dos.
    —Quédate ahí atrás. Laura, ¿he mencionado que esas pesadillas que has estado sufriendo han hecho estragos en tu cutis? Tienes grandes bolsas bajo los ojos.
    —Oh, ya lo creo. Es una de las razones por las que estamos aquí. No puedo agradecerte lo bastante el que estés aquí conmigo.

    Vale, estupendo.

    —Y tu ropa no combina. Y tus zapatos me parecen espantosos.
    —¿De verdad? Sé que no crees que deba comprar zapatos en ebay, pero son muy bonitos y baratos. Aunque, ¿qué tiene de malo mi ropa?

    Bajó la mirada hacia sí misma: una conservadora camiseta marinera de manga larga y vaqueros azules, descoloridos. Un ajado cinturón ancho de cuero de hombre, supongo que uno de los de su padre (su padre adoptivo, quiero decir), hacía que su cintura pareciera aun más pequeña de lo que era.

    Si yo hubiese intentado llevar eso me hubiera parecido a Owen Wilson. Pero el toque masculino en la cintura de Laura sólo la hacía parecer más bella y femenina. Me pellizqué la nariz y sacudí la cabeza. Algunos días, realmente no convenía salir de la cama. Tal vez Laura podría dominar el viaje en el tiempo realmente rápido y llevarnos dos días atrás, y entonces no estaría en el infierno tratando de inducir al anticristo a que me diera un puñetazo en el ojo.

    —Admito que los vaqueros son un poco grandes, pero como papá dijo que podía coger prestado...
    —No hay nada malo en ellos —suspiré—. Estás preciosa. —Maldita suerte— Pero... ¡tu acento del medio oeste! Suenas como un cruce entre Frances McDormand en Fargo y la secretaria de Ed Rooney en Todo en un día.
    —¿No estaba fantástica en Fargo? Tan vehemente y agradable, pero realmente lista, también. Tiene taaanto talento. ¿La viste en En tierra de hombres?
    —¡Diablos, sí! ¿Puedes creer que está basada en una verdadera... ¡Maldita sea! Intentemos centrarnos.
    —Vale.
    —Tienes mal aliento. Y... tu pelo... es estúpido.

    Pareció conmocionada y se cubrió la boca con sus largos y estilizados dedos. Esto no nos llevaba a ninguna parte. Sabía que mi hermana era bondadosa, bordeando lo comatoso, pero esto era simplemente estúpido. Igual que me sentía yo justo ahora.

    —¿Crees que debería cambiar de dentífrico?
    —Joder —dije, y sin ningún motivo, la abofeteé. El ruido del golpe pareció llenar la habitación. Hubo un ruido aún más fuerte cuando su puño chocó contra mi nariz.

    Creo que acabo de tener mi segunda conmoción de la noche, pensé, observando cómo la habitación ondulaba y... ¿estaba bien? Sí. La habitación desaparecía.

    Adiós, extraño vestíbulo del infierno, adiós...

    La risa de Satanás fue lo último que oí antes de que el infierno desapareciera.


    Capítulo 34


    Detenme si ya has oído esto antes —dije, demasiado asustada para abrir los ojos—, pero lo odio todo.

    —¡Lo lamento tanto! ¡Me sorprendiste! ¡Y realmente dolió! Pero no estás sangrando. Por si, um, eso te hace sentir mejor.

    Abrí la rendija de un ojo. Laura estaba inclinada sobre mí, posiblemente iniciando lo que en el futuro sería una pata de gallo, de tanto que fruncía el ceño. Oh, ¿a quién quería engañar? Ella nunca tendría ni una arruguita.

    —Pues no. Se te va a quedar la cara así. ¿Dónde estamos?

    Me senté.

    E instantáneamente deseé que me hubiera golpeado más fuerte, así podría haber disfrutado de una hora o dos de inconsciencia.

    Muy bien, estábamos en el pasado. Su primer salto y había bordado el viaje en el tiempo. Si la enorme iglesia de aspecto antiguo no era una pista, y tampoco los ochenta trillones de caballos y carretas, lo que no veía u oía me habría dado la respuesta.

    Había demasiado silencio. Nada de coches. Ni ruido de motores de fondo... ni bocinas, ni teléfonos, ni timbres. Ni farolas. Ni motocicletas o ciclomotores. Ni bicis de diez velocidades.

    Podía oler el océano, pero, más sorprendente aún, nada apestaba realmente. No negaré que me sorprendió; además de no haber motocicletas, no había desodorante, laca para el pelo, o crema de fresa para el cuerpo de Body Shop. Pero el aire salado estaba sorprendentemente limpio y refrescante. Y la ciudad parecía diminuta y dulce. En los viejos tiempos se tomaban en serio lo de mantener el lugar ordenado.

    Me pregunté si todo en América olería así ahora mismo. Olía auténtico, a antes de que olvidáramos lo que incluso los perros sabían y empezáramos a cagar donde comíamos.

    Tampoco se oían los ruidos del bosque, aunque había árboles enormes al otro lado de la calle principal o el sendero o la carretera o lo que fuera. Únicamente la llamada ocasional de un pájaro, pero eso era todo.

    Principalmente lo que llegaba a mis oídos eran voces alzadas. Voces furiosas y voces asustadas. Gritos y amenazas. Súplicas. Llantos. Bravatas.

    Y todo venía de la iglesia, que resulta que era el foco de la ciudad... no estaba relegada a un costado o a las afueras. Estaba incrustada en el centro de todo, y parecía que casi todos los habitantes del pueblo estaban dentro. Lo cual tenía sentido, ya que había un gran número de caballos atados justo fuera del gran edificio blanco. Montones de carretas “aparcadas”. Y nadie excepto nosotras, las viajeras del tiempo, en la calle. No, la acción transcurría dentro de la iglesia, lo cual era un enorme respiro para nosotras.

    —Vale, entonces... ¿deberíamos entrar? —Dejé que Laura tirara de mí para ponerme de pie—. ¿Sabes dónde estamos?
    —Claro. Estamos en Salem, Massachusetts —dijo ella.
    —No soy tan ignorante. —Bueno, había estado segura que era un estado con M, aunque mi primera suposición podría haber sido Michigan—. ¿Ese es uno de tus malvados poderes supersecretos? ¿Saber siempre dónde estamos?
    —No. —Laura señaló sobre mi hombro izquierdo. Miré.

    Plasmado en lo que sería un tablón de anuncios si hubiera sido de corcho estaba la portada del Salem News.

    17 BRUJAS COLGADAS; 58 MÁS ARRESTADAS.
    HOY JUICIO.
    10 de Junio, 1692.


    —Ohhhh, mierda.

    Laura asintió con la cabeza.

    —Uh-huh.
    —Este no es un buen lugar para dos churris guapas y sin compromiso como nosotras.
    —Betsy, estoy contigo al trillón por ciento.
    —¡Excelente! Entonces. Sabemos que puedes viajar en el tiempo. Buen trabajo, por cierto. Recuérdame mencionar tu nombre al comité del Nobel. Ahora corta una puerta con tu malvada espada del infierno y llevamos de vuelta a casa de tu madre. En el Infierno.
    —Vale. —Laura cogió aliento y asintió—. Nunca antes había hecho esto. Pero ahora sería un buen momento para aprender, creo.
    —¡Por favor! ¡No es cierto! ¡Por favor!
    —Un muy buen momento —añadió. Y al instante, tenía la espada en la mano derecha. Fue como verla sacar un conejo de la chistera. Un malvado y horrible conejo de una chistera del mal más puro. Y como siempre, su espada relucía tan ferozmente, que yo apenas pude echarle un vistazo. Era deslumbrante y peligrosa. Muy parecida a mi hermana pequeña.
    —¡No soy una bruja! ¡Soy inocente! ¡No sé nada de eso!

    Eché un vistazo a las puertas cerradas de la iglesia.

    —No hago daño a niños. ¡Desprecio esas cosas!

    Los labios de Laura se estaban moviendo.

    —¿Qué? —pregunté, la mayor parte de mi concentración estaba en otra parte.

    De nuevo esa misma voz, el tono agudo de una mujer con la espalda contra la pared y nada más que hienas delante.

    —Si debo decirlo, lo diré. No era un hechizo, era un salmo.
    —Vale, Betsy. Ya estamos.
    —Genial, bien, eso está bien, cuando quieras.
    —¡Es todo falso! ¡Estoy limpia! —Quien fuera que estaba hablando todavía tenía miedo pero ahora estaba empezando a enfadarse también. Lo cual, pensé yo, estaba bastante guay.
    —Nunca he infringido daño a un niño. Nunca en mi vida. ¡Y todos aquí lo sabemos!

    Laura estaba ondeando su espada por ahí y hablando. Probablemente a mí. Estaba bastante segura de que era a mí. Probablemente estaba lista para llevarnos de vuelta al infierno, o tal vez quería robar un caballo.

    —No conocéis mi corazón. Pero yo conozco el vuestro. Una cosa triste, vuestra venganza. Una cosa penosa.

    Tenía huevos, esta mujer antigua de un trillón de años atrás.

    —El único demonio que he visto nunca eres tú, William Putnam. Y tú sólo viste el demonio en mí cuando no te vendí nuestra granja.
    —¿Qué? —¡Por todos los dioses! Sabía que lo de las brujas de Salem había sido cosa de un montón de idiotas obsesos religiosos de mente estrecha y hambrientos de sexo que mataron a docenas de hombres, mujeres y niños inocentes, pero no sabía que a algunas personas las mataron... ¡las colgaron!... porque otros lugareños codiciaban su propiedad.
    —Si soy culpable, Dios me descubrirá. Así que cuélgame, cobarde. Mátame, carnicero. Envíame con Dios, ladrón. Pero nunca admitiré un pecado que no he cometido.
    —¡Asombroso! —Luego a Laura—. Deja de sacudir esa cosa. Vamos a quedarnos unos minutos más.

    Mi hermana bajó su arma al momento.

    —¿De qué estás hablando?
    —¿No oyes eso?
    —¿Oír qué?
    —Por el horrible crimen de brujería, que has practicado y cometido contra varias personas, es decisión de este tribunal que seas colgada por el cuello hasta tu muerte.

    Eso es lo que tú te crees, capullo.


    Capítulo 35


    ¡Betsy, no! ¡No puedes! —Laura comenzó a correr a toda prisa tras de mí—. Nadie nos ha visto y podemos salir de aquí a salvo, e incluso si no pudiésemos, no debemos interferir. ¿Estás loca?

    —¡Todo tipo de hombres, mujeres y niños!, ¡niños, Laura! Colgados sin ninguna razón en absoluto. No. Peor que eso. Colgados porque nadie se molestó en levantarse y decir, “Cortad con esta mierda, jodidos puritanos”. Bueno, pues yo voy a hacerlo.

    Había subido exactamente un escalón hacia las puertas de la iglesia cuando Laura me placó por la espalda.

    —¡Ay! Laura, si pillo el tétanos por las astillas voy a tener que caminar bastante para encontrar unas urgencias apropiadamente surtidas. —Intenté levantarme... me había caído sobre los escalones... pero ella colgaba de mis pantorrillas como la muerte sombría.
    —¡No podemos interferir!

    Ahogué la urgencia de macharle los nudillos.

    —¿Por qué no?

    Laura abrió la boca, pero no salió nada. Desafortunadamente, eso no tuvo ningún efecto en su agarre. Para ser una monada en vaqueros y con el cinturón de su padre, tenía el agarre de una anaconda con mono de crack.

    —Vamos, ¿nunca has visto una película o leído un libro sobre viajes en el tiempo? Las cosas siempre empeoran cuando la gente se entromete.
    —¿Entrometerse? —Me puse en cuclillas y comencé a apartar sus dedos de mí—. Suena como si estuvieras sintonizando a un villano de Scoobydoo: “habría salido bien, si no fuera por vosotros mocosos entrometidos y vuestro estúpido gran danés parlante”.
    —¡Podrías empeorar las cosas!
    —¿Peor que esto? —Gesticulé hacia la iglesia, supuestamente un símbolo de luz y amor, pero que ahora mismo no era nada más que una prisión controlada por capullos.
    —Podrías fastidiar realmente las cosas. ¿Y si matas accidentalmente a... um... al abuelo de Benjamin Franklin?
    —Jesús, Laura, no voy a matar a nadie. —Probablemente—. Sólo voy a echar una mano a esa bruja asombrosa. No es que sea una auténtica bruja. —Probablemente.
    —¡Por favor, no lo empeores!
    —Oh, ¡qué bonito! ¿Me recuerdas pasando la mayor parte de nuestro viajecito por el infierno explicándote, múltiples veces, que no debíamos viajar en el tiempo, que no debíamos teletransportarnos, que no debíamos hacer que nos crecieran alas, que no debíamos ir al infierno en primer lugar? ¿Eh? Porque yo lo recuerdo todo muy vívidamente, Laura. Así que no te cruces en mi camino a menos que quieras aspirar a la hipócrita del año.

    Me incliné para volver a luchar contra su garra, pero, sorprendentemente, ella me soltó. Sus grandes ojos brillaban... no estaba llorando, pero casi, y al instante me sentí seriamente como una mierda.

    —No lo había visto de eso modo. Pero tienes razón. Es bastante mezquino por mi parte no apoyarte cuando tú has estado haciendo tanto por ayudarme.

    Bueno, caray. Esto consiguió desinflarme las velas. Llamadme imbécil, pero odio cuando la gente se disculpa sinceramente mientras yo todavía estoy como loca. Estás toda lanzada y cabreada, cuando... ups. Y no puedes seguir cabreada después de recibir una disculpa. No es nada guay.

    —Muy bien —dije, porque tampoco es guay no reconocer la disculpa que no querías en ese momento—. Sólo, ya sabes. Vigila. O algo.
    —Pero no voy a entrar ahí contigo. —Lo cual habría sido más amenazante si no me lo estuviera diciendo mientras me seguía escaleras arriba—. Me limitaré a quedarme atrás.
    —Buena idea. Esto no llevará mucho. Luego podemos volver a arrastrar los pies hasta el infierno.


    Capítulo 36


    Levanté el pie, tuve una fracción de segundo para admirar mi mocasín azul marino (Mocasín Neblina, Beverly Feldman, 265 dólares, porque las sandalias no me había parecido una opción sensible para el infierno) antes de que mi pierna saliera disparada y las puertas de la iglesia se abrieran de par en par, golpeando contra las paredes de dentro con un satisfactorio doble golpe.

    —Ni lo menciones —dije, mientras Laura se acobardaba detrás de mí, gemía, y se cubría los ojos—. Esto soy yo siendo sutil, y ni se te ocurra decir nada. ¡Ey! ¡Capullos! —Bajé a zancadas el pasillo, lista para patear el tieso trasero de algún bigotudo peregrino—. Tíos. Todos sois blancos. Y también vuestras tiesas esposas. ¿Y por qué hay niños aquí? ¿Queréis que vuestros hijos os vean mentir, poneros histéricos, inventar cargos y asustar y colgar a gente inocente? Dejadme suponer: habrá una gran comilona después.

    La mujer enjuiciada... tenía que ser ella, estaba de pie delante... me miró con ojos enormes. Y lo primero que noté fue lo guapa que era.

    No os equivoquéis, no es como si yo me rodeara de deformes. Si acaso, normalmente me encuentro rodeada de hombres y mujeres obscenamente bien parecidos (aún no había conocido a un vampiro feo). Demonios, sólo Tina podría haber ganado Miss América con los ojos cerrados, con dos ojos morados y la nariz acatarrada. ¡Y granos! Vale, puede que con granos no.

    La presunta bruja era bastante pequeña... su coronilla estaba bastante, bastante más abajo de mi barbilla. Pero bueno, yo era alta para ser una pagana no-muerta.

    Su cabello, de un ondeante y primoroso castaño rojizo, estaba apilado en lo alto de su diminuta cabeza. Tenía mucho, parecía como si el peso de todas esas trenzas fueran a tirar de su cabeza hacia atrás si las dejaba caer.

    Su piel estaba pálida, excepto por dos llamaradas frenéticas de color en las mejillas... no era colorete. (Estaba bastante segura de que Revlon no había sido incorporado aún). Era el color frenético de la cólera, el miedo, o la excitación... o los tres a la vez. Y sus ojos casi parecían ocupar la mitad de su cara, enormes y de un castaño tan profundo que eran casi negros, con cejas oscuras y pestañas largas.

    Su traje parecía salido de una exhibición de museo: una gran falda gorda... gorda a causa del miriñaque. Bastante modesta, además; no exponía mucho más que un hoyuelo del codo. Además, el vestido enfatizaba su diminuta figura y sus rasgos delicados, parecía una niña jugando a vestirse de mayor.

    Su vestido era azul pálido; el pañuelo era de encaje transparente. Mangas largas, falda larga... apenas pude divisar la punta de sus zapatos cuando bajé la mirada.

    Olía genial, como a algodón limpio y rayos de sol. Si pudiera embotellar esa fragancia y llevármela de vuelta al siglo veintiuno, Sinclair y Jessica podrían tirar a la basura sus trillones.

    Llevaba dos piezas de joyería que yo pudiera ver: una cinta negra atada alrededor de su muñeca, y colgando de ella una pequeña pintura de una mujer mayor. Era tan pequeña que sólo pude divisar el cabello grisáceo de la mujer y la cara diminuta.

    Dado que reparar en la ropa de museo de la supuesta bruja sólo me había llevado un par de segundos, lo cual estuvo bien porque significaba que la gente todavía estaba atónita, nadie estaba colándose por detrás para romperme la crisma con un libro de himnos.

    Señalé al residente de Massachussetts primorosamente equivocado que miró la punta de mi dedo y retrocedió un paso.

    —¿Crees que ésta es una bruja? Ésta no es una bruja, pajero.
    —¡Sal de aquí, desgraciada, y cúbrete!
    —Vale, um, no. ¿Y esa es forma de presentarse?
    —Para ser justos —gritó Laura desde la parte de atrás de la iglesia—, según sus estándares llevas el equivalente puritano a un liguero y un wonderbra.
    —¿Ah, sí? —Miré a la otra persona que estaba de pie. Me figuré que era el tío que iba tras la granja de la dama. Él también parecía salido de una exhibición de ropa de la América colonial (“Tienda de regalos a la izquierda, y sí, validamos el ticket del parking), con una camisa de lino blanco, culottes negros (o como sea que se llamen los pantalones de corte de hombre que sólo llegan a la rodilla), y un abrigo negro a juego con botones deslumbrantes de oro.

    Aferraba su bastón tan fuerte que sus nudillos estaban blancos. Al igual que su cara, pero si era de miedo o rabia yo no lo había averiguado aún. Estaba oliendo un montón de miedo aquí, eso seguro, pero llegaba de la morena guapa, por no mencionar a las treinta personas sentadas en los bancos a nuestra espalda.

    —Dime, ¿mis asombrosos leggins y mi camisa Eddie Bauer te ponen nervioso? ¿Eh? —Retorcí mis hombros adelante y atrás, sacudiendo mis tetas hacia la cabeza del capullo, cuya cara se puso más roja. Guay. Si le deslumbraba, probablemente podría darle un golpe. Y, buena suerte—. ¿O es la sexualidad femenina en general lo que te cabrea?

    La congregación estaba demasiado alarmada como para hacer mucho más que murmurar, y estaban sacudiendo sus dedos zigzagueantes hacia mí. Al principio pensé que estaba observando la invención del lenguaje de signos. Luego comprendí que todos estaban haciendo la señal del mal de ojo hacia mí. ¡Ja! Si no le había funcionado a mi vieja canguro, desde luego a ellos no iba a ayudarles.

    —¿Esto es lo que hacéis? ¿Porque la tele e internet no se han inventado? ¿Inventáis mentiras y luego colgáis a vuestros vecinos? ¿O los torturáis? ¿O los aplastáis hasta morir bajo grandes rocas? Patético, con P mayúscula.

    Silencio de muerte. Nadie cambiaba ni siquiera el peso de su cuerpo.

    —Guau, ¿de verdad? ¿Nada que decir? Porque he oído bastante desde fuera. ¿Os ha comido la lengua el gato? ¿O tal vez el demonio?
    —¿Queréis una bruja? ¿Creéis que torturar a gente salvará vuestras mohosas almas negras? ¿Realmente creéis que cuando aparezcáis en las Puertas del Cielo, Dios no tendrá preguntas serias para vosotros? Y especialmente para ti, cabrón.

    El hombre del traje negro estaba, sólo ahora lo noté, aferrando una biblia, lo cual me hizo reír.

    —¿Crees que ir por ahí aferrando esa cosa significa que Dios no va a querer darte el viejo uno-dos y enviar tu culo al infierno? ¿Vas a justificarte diciéndole que mentiste y sentenciaste a una inocente a morir... para. Poder. Quedarte. Con una granja? ¡Una granja! ¡Cuando hay, como... un centenar de personas en todo el país ahora mismo y trillones de acres de los que apropiarse! ¡Cuando vives en una época en la que hay tierra y recursos más que suficientes para cada persona del planeta, pedazo de mierda!

    Estaba considerando seriamente hacer una apuesta privada sobre cuándo se desmayaría. Estaba de pie cada vez más y más tieso, y más y más blanco.

    —¡No hablarás así, bruja!
    —Oh, eso hiere mis sentimientos —bostecé.

    Blandió la biblia. De hecho, la había estado aferrando con tanta fuerza, que sus dedos dejaron marcas en el cuero. Estaba dispuesta a apostar a que a Mr. Pez Gordo nunca le había hablado nadie así, y menos una zorra descarada vestida con lo que él asumía que era su lasciva ropa interior.

    (Por supuesto yo tenía ropa interior lasciva. Pero él nunca iba a verla. Ese era estrictamente dominio de Sinclair. Mmm. Mejor no pensar en él, o empezaría a preocuparme por esa estúpida y extraña pelea).

    —¡... a los intestinos del infierno!
    —¿Qué? Lo siento, me despisté unos segundos. ¿Asumo que predijiste que iré al infierno? ¿Crees que eso me asusta, con el día que he tenido?

    Me giré hacia la mujer.

    —Y tú. ¿Estás bien? ¿No empezaron con la tortura antes de que yo llegara, verdad?
    —Eso... es correcto, madame.
    —En realidad, puedes llamarme B... —Laura hacía movimientos frenéticos con las manos... hmmm, muy cierto—. Beverly —terminé—. Beverly Feldman, sí, esa soy yo. —Ojalá.

    Me giré hacia la congregación, que estaba congelada por la sorpresa, o el miedo, o la rabia, o tal vez las tres cosas.

    —No era retórica, por cierto —dije, dirigiéndome a ellos al igual que al capullo—. En realidad no quiero saber cómo reconciliáis una religiosidad profunda y honesta con esto. —Señalé a la diminuta morena—. ¿Qué se supone que ha hecho, por cierto? ¿Lo sabéis al menos?

    Nadie dijo una palabra, y entonces tuve otra sorpresa. Ella habló.

    —Reclaman... —Su voz tembló, e hizo un esfuerzo visible por estabilizarla. Pude ver su garganta trabajando mientras tragaba y volvía a intentarlo—. Dijeron que embrujé su queso y su leche.
    —¿Embrujar?
    —Descomponer. Volver mala. Ellos... dicen que lo hice a propósito.

    Jadeé, luego me giré.

    —¿Decidisteis que es una bruja porque nadie ha inventado el frigorífico? ¿Los productos perecederos se ponen malos porque los guardáis en alacenas calientes y eso es brujería?
    —A mí me parece flojo —gritó Laura desde atrás.

    Estaba tan furiosa que realmente me mareé. Había tantas observaciones maliciosas y sarcásticas que hacer, y yo estaba sufriendo un ataque de sarcasmo.

    —¡Dios mío! ¡Gente! Sois... sois tan estúpidos que se me salen los ojos de las órbitas. ¡Se me salen, maldita sea!

    La supuesta bruja elegida soltó una risa, la cual ahogó colocándose ambas manos sobre la boca.

    —No, no —dije—. No estés nerviosa. ¿Reír? ¿Ahora? Es totalmente la respuesta correcta. Si no puedes hacerte con un arma, quiero decir. ¿Qué más?
    —No accedo a casarme.
    —Uh-huh. Déjame suponer. Con Capullo McGee aquí presente, ¿verdad? —Eché un pulgar hacia Traje Negro.
    —Se llama Will...
    —¡Silencio, bruja! —rugió él, y finalmente su cara cogió algo de color.
    —William Putnam —dijo ella, y ahora su voz no temblaba en absoluto, nada. Por la mirada con la que lo evaluó, yo medio esperaba que Putnam estallara en llamas. Esa habría sido una forma guay de terminar nuestro viaje—. Fundó la construcción de esta iglesia. Cree que es su iglesia y su ciudad y que todos somos suyos, y no le gusta que yo no lo sea.
    —Mmm, guau, no hay nada más atractivo que un perdedor resentido que además es un matón. Las damas deben adorarte, Putnam.
    —Es cierto —gritó Laura—. Eso es terrible, señor Putnam. Los niños tienen mejor juicio que eso.
    —Sí, bueno, tal vez no en este momento y lugar. Eso explica por qué no estás tú aquí, monina.

    Yo caminaba de acá para allá casi paseándome, mientras daba voz a mis pensamientos.

    —¿Pero qué hay de los otros? ¿Los que habéis matado? ¿Los que habéis arrestado y vais a matar? ¿Los retenéis en alguna parte? ¿La cárcel, supongo? ¿Y por qué? ¿Para que aparezcan vuestros nombres en el periódico como grandes y malos cazadores de brujas? Bueno, ¿por qué?

    Eché otro vistazo a Traje Negro. Sí, parecía bastante pulcro y próspero. De hecho, era el mejor vestido de la habitación. Construía una iglesia. Le gustaba salirse con la suya.

    —Déjame suponer. ¿Aspiraciones políticas?

    La congregación pareció suspirar al mismo tiempo.

    —Ah. Qué encantador. —Miré a Laura, que estaba haciendo movimientos en plan hora-de-marcharse. Y tenía razón, desde luego habíamos estirado nuestra suerte más que suficiente. Pero yo no estaba satisfecha. No quería marcharme ahora. Esto sonará raro, pero esperaba que el capullo intentara algo realmente estúpido para poder...

    Dio tres pasos rápidos (más bien zancadas, en realidad) hacia adelante y blandió su bastón.

    —¡Bruja! ¡Basura! ¡Puta del diablo!
    —Bueno, mira quién habla —exclamé.
    —¡Abandona este lugar! ¡Cubre tu desnudez, cubre tu carne lasciva, no sea que tientes a hombres honestos a abandonar la senda de Dios!
    —Oh, gracias —lloré, dando tumbos hacia atrás para que no me abriera la cabeza... la punta de latón de su vara era fácilmente de dos centímetros de ancho, y la balanceaba como si tuviera algún sobrepeso. Oí el silbido suave cuando pasó a alrededor de tres centímetros de mi nariz—. Me has hecho tan feliz.


    Capítulo 37


    Cogí el bastón. De un tirón lo arranqué de sus manos y oí un diminuto crujido como un palillo fino siendo partido por la mitad. Putnam chilló como un cachorrito, y comprendí que había tirado tan fuerte y tan rápidamente que le había roto un dedo.

    Awww.

    Partí el bastón por la mitad con las manos desnudas (nada de romper sobre la rodilla para esta nena vampiro). Lancé los trozos sobre el hombro izquierdo, donde golpearon las tablas del suelo con un traqueteo que probablemente sonó más fuerte de lo que realmente fue.

    Luego agarré a Putnam por las solapas y tiré de él hacia delante.

    Ahí estaba. Ahora podía olerlo. Lo que había estado buscando. Lo que necesitaba de Putnam antes de poder largarme.

    Miedo.

    —Esta es la cuestión, muñeco. —Estábamos cara a cara otra vez, y tengo que concedérselo a los Neandertales... podía oler más algodón, lino y madera que otra cosa. Yo había asumido que todo lo anterior a, digamos, 1930 o así olería a barro y mierda—. Ninguno de aquellos a las que has matado eran brujas. Y ninguno de los que has arrestado son brujas. Y la joven dama de aquí...
    —Caroline Hutchinson —ofreció la presunta bruja.
    —Sí, ella. Tampoco es una bruja. Verás, Putnam, no podrías reconocer a una bruja si esta se ofreciera a desnudarse y se sentara en tu cara.
    —¡Qué grotesco! —dijo Laura.
    —Los momentos duros requieren lenguaje duro —dije, lo cual era una mierda total; simplemente quería sacudir la jaula de Putnam. Era como un enorme gusano gordo y yo quería pinchar y pinchar. Y luego prenderle fuego.
    —¿Sabes cómo sé esas cosas, bastardo? —comencé a sacudirle como a una maraca—. Porque soy un vampiro. ¿Y la rubia guapa de atrás? Es la hija del diablo.
    —Tienen ustedes una iglesia encantadora —gritó el anticristo.
    —¿Y cuál es la cuestión? ¿Aunque soy un vampiro? Comprueba. —Le solté con una mano para arrebatarle la biblia y sostenerla en alto sobre mi cabeza—. Por favor, toma nota de que estoy de pie en una iglesia y la única razón por la que me siento enferma es porque sois estúpidos. Por favor, toma nota de que la biblia no me abrasa. Eso es porque creo en Dios y le amo. Aunque a veces pasemos un tiempo sin hablarnos porque el buen Señor insiste en hacer siempre las cosas a su manera. ¿Mi hermana de allá atrás? Ella también cree. Y no quemaría a una mujer inocente hasta la muerte ni aunque le metieras un arma en la oreja.
    —¡Que amable por tu parte, Beverly! —El anticristo estaba radiante.
    —¿Qué te dice eso, Putman? ¿Eh? Para aquellos de vosotros que no estéis al tanto, lo dejaré claro: dice que vas a tener que responder a muchas, muchas, preguntas cuando mueras. Lo que con suerte será en la próxima media hora.
    —¡Hazlo lo mejor que sepas, engendro infernal!
    —No seas tonto. Prometí al anticristo que no te mataría. Caray, ¿quién sabe cuánto tiempo estarás dando la lata por aquí? —Wikipedia, tal vez, si había sido un pez gordo. Probablemente habría una lista entera de las fiestas involucradas en la campaña finjamos-que-nuestros-vecinos-son-brujas.
    —Me alegro de que recuerdes tu promesa —dijo Laura.
    —Podrías aguantar un par de décadas. Pero antes o después, va a haber una revancha. Tú, y estas ovejas... —Tiré de él hacia los bancos, luego volví a tirar de él hasta que estuvimos de nuevo cara a cara—. Verás, no estoy amenazando, estoy advirtiendo. Nadie vive para siempre. Así que, tíos, puede que todos queráis enderezar vuestras historias.

    Luego le dejé caer. Golpeó el suelo con el culo por delante y levantó la mirada hacia mí como un hombre que se hubiera llevado la sorpresa de su vida. Supongo que así era.

    Le ofrecí su biblia, y él la sostuvo en alto como para repelerme. U ocultarse detrás de ella.

    —Cortad con esta mierda —sugerí—. Soltadlos a todos. Dejad de mentir para incrementar vuestras propiedades. Confiad en mí: no querréis que vuelva. Nunca.
    —Es cierto —dijo el anticristo—. Probablemente Beverly Feldman será menos cortés la próxima vez. —Añadió en un murmullo—. Si tal cosa es posible.
    —Lo he oído —exclamé—. Así que, en resumen, todo el mundo, comportaos o, ya sabéis, enfrentad nuestra furia y todo eso. —Agarré el brazo de Caroline—. Sal fuera con nosotras un segundo.

    Eché una última mirada a la buena gente de Salem, sacudí la cabeza con disgusto, y seguí a Laura saliendo por la puerta y bajando los escalones, llevándome de paso a Caroline.


    Capítulo 38


    Vale, escucha. —Las tres habíamos vuelto a la calle tranquila y desértica. Yo podía oír murmullos excitados y urgentes dentro, pero nadie se había levantado para seguirnos—. Ahora tenemos que irnos, Cathy...

    —Caroline.
    —Sí. Pero la cuestión es, que no puedo dejar que esto arruine tu vida.

    Caroline parpadeó con sus preciosos ojos grandes hacia mí.

    —Han salvado mi vida. Creo que son brujas. Aunque mi idea es que pueden haber brujas buenas en un mundo tan extraño como el nuestro.

    Cariño, no sabes cuán extraño. Aún así, admiré sus agallas. Sólo podía asumir que la mayor parte de la gente en su lugar estaría ahora mismo babeando como un mono borracho.

    —Cierto, un mundo extraño, sí, brujas buenas, vale. Sólo quería decirte que ésta cubierta no siempre estará tan atestada.
    —¿Cubierta? ¿Como en un barco?

    Yo miré fijamente a Laura, quien se encogió de hombros. Tomé un innecesario aliento.

    —Vale, esto va a llegar un rato realmente largo que no tengo. Todo lo que diré es, las mujeres no siempre van a estar en el fondo del montón de estiércol de la vida. Así que no puedes dejar que un día como este te haga pensar que no hay razón para seguir las reglas si todo lo que vas a conseguir es que te quemen viva.

    »Llegará un tiempo en que podáis votar. Podáis ser médicos, podáis ser mayores y gobernadores y podáis optar a ser presidentas. Quiero decir, tú no lo verás, y tampoco tus hijas, pero confía en mí cuando digo que hay mejores tiempos en camino.
    »No tienes que casarte y tener hijos si no quieres. Puedes decidir por ti misma si quieres unirte al ejército o quedarte en casa y hacer bebés o huir y unirte al circo. Sólo... solo tienes que mantenerte firme, ya sabes.

    Caroline asintió con la cabeza una vez, cautelosamente.

    —¿Lo que quiere decirme es que no caiga en la desesperación?
    —¡Sí! Exacto. No caigas. En absoluto. Así que... ya sabes. Sigue siendo valiente y guapa y las cosas se arreglarán.
    —Es muy amable al mentir, pero una mentira dicha por amistad sigue siendo falsa: No soy valiente.

    Me reí, pero amablemente. Y Laura le sonrió.

    —Uh, claro que sí, cariño. De hecho, eres tan valiente que llamaste a la cara ladrón al hombre más rico de la ciudad y le desafiaste a que te matara. Si eso no es valentía en tu libro, no puedo esperar a ver qué es.
    —Fue mi vanidad de mujer, mi orgullo. —Caroline prácticamente mascullaba, claramente embarazada o avergonzada—. No hablé por ser valiente; estaba enfadada.
    —Lo sé. La mayoría de la gente en tu lugar se habría meado encima. Caroline Henderson, eres una entre un millón.
    —Hutchinson —dijo ella—. Y gracias, buena señora, por sus esfuerzos en mi beneficio y su gran amabilidad.
    —Bueno, si volvemos a encontrarnos, puedes comprarme un frapuccino y estaremos en paz.

    Tomé su mano tentativamente ofrecida, la estreché amablemente, y la solté. El diminuto retrato alrededor de su muñeca dio contra mi mano; así que se puso ambas manos a la espalda, como si temiera haberme ofendido.

    —Tal vez deberías abandonar la ciudad, Caroline —sugirió Laura—. No estamos diciendo que estés equivocada, pero podrían recuperar el sentido y castigarte por lo que hemos hecho nosotras.

    Nosotras, eso sí que era clase. Ya que no había sido nosotras en absoluto; había sido yo.

    —Yo misma me había dado ya su sabio consejo —dijo ella secamente—. Y la verdad, no me quedaría aquí ni aunque todos ellos cayeran de rodillas y juraran por sus almas ser amables. Tengo dinero ahorrado. Iré al oeste.
    —¿De verdad?
    —Mi corazón lleva mucho, mucho tiempo allí —dijo, pero no especificó más. ¿Y por qué iba a hacerlo? Era asunto suyo.
    —Vale. Bueno. Buena suerte en el oeste y todo eso.
    —Buena suerte con el trabajo del Señor.
    —Uh. ¿Qué?
    —¿No es eso lo que está usted haciendo, usted y su pariente? Están salvando a los condenados injustamente; hacen su trabajo.
    —No exactamente —repliqué, aunque Laura estaba luchando con una sonrisa—. Pero apreciamos el sentimiento. ¿Verdad, hermanita?
    —Sí, desde luego, Beverly. —Laura estrechó la mano de Caroline—. Que le vaya bien con Dios, señorita Hutchinson.
    —Y a usted —replicó ella, y extendió sus faldas y se dejó caer en una reverencia perfecta, tan bonita como un baile.

    Eso fue Salem, Massachusetts.


    Capítulo 39


    No puedo creerme que funcionara tan bien.

    —Algo es algo, muy bien.
    —Y la cinta azul va para el Anticristo —dije, sin hacer ningún secreto de mi alivio y admiración—. Viaje en el tiempo y el espacio logrado simplemente por tu fuerza de voluntad, y en alrededor de setenta segundos.
    —No fue para tanto.
    —¡Estoy de acuerdo! Las películas nos han mentido, Laura. El viaje en el tiempo es pan comido, y acabamos de probarlo. No lo negaré: Estoy impresionada. Y también un poquito asustada.
    —Betsy... —comenzó Laura con una reprimenda.
    —Pero es normal, ¿verdad? ¿Cuándo las hermanas mayores averiguan que sus hermanitas pueden retorcer las reglas del espacio y el tiempo como si fueran un montón de toallitas húmedas? Sería raro si no estuviera alucinada. De un modo comprensivo —añadí, manteniendo en alto las manos en un gesto tranquilizador—. Alucinada de una forma amorosa y respetuosa. Amablemente alucinada, supongo, es una forma mejor de decirlo. Suavemente alucinada. ¿Dulcemente alucinada...?

    La expresión de Laura se relajó a una sonrisa seca.

    —Vale. Lo admito, todo esto, um... ¿cómo llamarlo de forma que no sea...?
    —Todo este asunto del viaje-en-el-tiempo-desde-el-infierno-y-vuelta. No hay forma bonita de ponerlo, Laura. No hay forma de decir nada de forma que no lo resalte y parezca raro.
    —Fue bastante mejor de lo que pensaba.
    —Mucho mejor.
    —En cierto modo, podrías describir los últimos treinta y cinco minutos como...
    —Terror inspirador...
    —Anticlimático.
    —¡No! —ambas chillamos al mismo tiempo. Yo acallé el grito de la hija de Satán.
    —Terror inspirador da la sensación de que todas nuestras aventuras deberían haber sido así. Deberíamos aspirar a más días donde hay un montón de apuros pero ningún daño real de ningún tipo. ¡Deberíamos sentir temor de no haber averiguado antes de ahora que esas cosas raras que seguían ocurriendo venían con una cuenta de cadáveres!
    —No me malinterpretes; me alegro de que nadie resultara herido. No quiero que le gente resulte herida. La mayor parte de la gente —añadió con un murmullo que yo encontré un poquito aterrador—. Pero parece estar mal, en cierto modo. Como si hubiéramos olvidado hacer algo. Si esto fuera una película de acción, estaríamos metiéndonos en la segunda hora.
    —Pero no lo es. Así que no lo estamos. Y ¿qué, nos quedamos aquí de pie todo el día o qué? Vamos. Vayamos en busca de tu madre y digámosle que accidentalmente dejamos Salem convertido en un cráter humeante. Luego, mientras todavía esté gritando, le diremos que no puede hacer planes para retirarse durante al menos ocho mil años más. ¡Oooh, la pinta de su cara! digamos diez mil.
    —¿Qué quieres decir?
    —Ocho mil no suena bastante mal.

    Laura sacudió la cabeza.

    —Eso no. ¿Qué quieres decir con quedarnos aquí de pie todo el día?

    Clavé la mirada en mi hermana. Habíamos estado teniendo esta conversación entera, dándonos palmadas en la espalda la una a la otra, en la sala de espera del infierno. ¿Necesitaba un teatro de marionetas? ¿Signos?

    Una vez desaparecimos de la vista, una vez la iglesia estuvo más allá de la colina y Catherine o Carol o lo que sea no podía vernos, Laura había sacado de un tirón su espada infernal... ¡bink!... cortó un gran semicírculo a través del aire, nos cogimos de las manos, ella se adelantó, yo me adelanté, ambas cruzamos, y aquí estábamos, en la sala de espera.

    ¡Ta-ta!

    —Estaba aquí de pie hablando contigo porque asumí que tenías algo que decir, tarde o temprano, y que cuando terminaras, finalmente, podríamos pasar por la puerta y entrar en el infierno propiamente dicho —dijo Laura.
    —Vale, bueno, tenemos que hablar de esa pequeña impertinencia de tarde o temprano-finalmente que acabas de mencionar, pero lo haremos luego. ¿Qué decías?
    —No hay ninguna puerta.
    —¿Qué? Hay toneladas de ellas.
    —Sí, esas. Pero ya no hay ninguna salida. Mira alrededor.

    No había forma de negar la sensación de ansiedad... lo cual era interesante, dado que mi sangre apenas se movía y mi corazón apenas latía, pero el estrés y la adrenalina seguían sintiéndose como una súbita y ansiosa desilusión.

    Pero sí. Laura tenía razón.

    No había ninguna puerta.


    Capítulo 40


    Muy bien, ¡que no cunda el pánico!

    —Betsy.
    —¡Tan sólo necesitamos apaciguar el infierno!
    —De acuerdo.

    Cogí a mi hermana por los hombros y la sacudí enérgicamente.

    —¡Tú sólo no te pongas toda histérica conmigo, Laura! ¡Permanece tranquila! Permanece enfocada.
    —Me resulta difícil cuando haces eso —señaló educadamente el anticristo, y pude ver lo que quería decir. Debido a todas esas sacudidas, el cabello le flotaba alrededor como algodón de azúcar rubio.
    —¡Lo siento! ¡He perdido un poco el control! —La dejé y deambulé por la habitación, luchando contra el impulso de rasgarme la ropa o mesarme el pelo—. De acuerdo, veamos. Tranquilicémonos y veamos.

    Excepto que no había mucho que ver. Era la misma vieja sala de espera. Pero no había forma de salir de la habitación. Allí estaban la alfombra sucia, los fluorescentes parpadeantes y el estropeado mostrador de la recepcionista. Y las puertas, por supuesto. Montones de puertas cerradas. Montones de puertas cerradas.

    —Creo —dijo Laura, estudiando el cuarto—, que nuestra celebración fue un poco prematura.
    —No jodas.
    —Y pienso que se supone que debemos escoger otra puerta.
    —¡Ya! ¿Estamos realmente agudas hoy, verdad?
    —Mejor aguda que borde.
    —¡Oye! —Ella me miró y esperó, con las cejas arqueadas, pero me encogí de hombros—. Vale, no digo nada. Estaba siendo borde. Es mi superpoder.

    Laura pareció animarse un poco.

    —Así que podemos dar vueltas alrededor de este pequeño cuarto apestoso, gritar y ponernos histéricas. O podemos volver al trabajo.
    —Supongo que hacer ambas cosas no es una opción.
    —Lo es, pero me parecía tan estúpida y borde que apenas merecía la pena mencionarla.
    —Te estás regodeando.

    Se encogió de hombros y sonrió.

    —No... del todo.
    —Uf. Estupendo, estupendo. ¿Sabes qué? Mi estúpido error fue ser lo bastante estúpida como para pensar que podríamos ir al infierno y viajar a través del tiempo, y que estaría chupado. —Alcé las manos de nuevo—. Escoge una puerta al azar, que nos meterá en un rincón al azar del infierno. O de la Tierra. O del pasado de la Tierra. Lo bueno es que tenemos la garantía de que nada irá mal. ¡Oh, un momento! No la tenemos.

    Laura asió un picaporte. Lo sacudió enérgicamente: nada, cerrada. Entonces sus ojos se ampliaron y señaló:

    —¿Que le ha pasado a tu zapato?

    Un terror como raramente habría sentido a menos que alguien me prendiera fuego, y aún antes de mirar ya tenía un chillido listo. Pero fue extraño, porque no podía ver mi zapato en absoluto.

    Todo lo que podía ver era...

    ...era...

    Todo lo que podía ver era el puño de Laura y eso porque se me acercaba a cámara lenta y de pronto la cabeza me dolió un montón, aunque menos mal que yo era una rápida rápida rápida...

    ¡Una rápida curandera! ¡Eso era! Eso es lo que era.

    Ups. Definitivamente.

    ¿No es así?


    Capítulo 41


    Esta vez, tan sólo me quedé donde estaba. Ni siquiera abrí los ojos.

    —Hey, ¿Laura?
    —¿Sí?
    —¿No había nada en mi zapato, verdad?
    —Verdad.
    —Gracias a Dios. Una bonita trola.
    —Lo siento mucho. —Aunque... ¿era una risilla amortiguada lo que oí? Ella podía pensar que lo sentía, pero en lo más profundo de su ser, probablemente no lo hacía. ¿Eso era bueno o malo para mí?

    ¿Y dónde estábamos ahora?

    Abrí los ojos... y chillé.

    —¡Agg! ¡Estoy ciega! Esa podrida hija de puta que tienes por madre se las arregló para dejarme...
    —Betsy.
    —...cruelmente ciega porque está celosa...
    —¡Oh, Betsy, por Dios!
    —...de mi magnificencia en general y también de mi colección de zapatos, que...
    —Por amor del cielo.
    —... ¡nunca será suya, nunca, te lo aseguro! Colocaré cada par en el fuego yo misma si tengo que hacerlo. Oh, Dios, mis pobres bebés. Los quemaré y luego les daré a todos un baño de ácido...
    —¿Quieres callarte y mirar?
    —...que es lo mínimo que voy a hacerle a esa maldita... oh, vaya, ya no estoy ciega.

    Me levanté, parpadeando. Laura había cruzado el cuarto y tirado de lo que identifiqué como contraventanas interiores. Hubo un estrépito, la luz polvorienta cayó sobre el suelo, y me percaté de que estábamos en el primer piso de un granero. Un granero viejo... había vacas y gatos sueltos. Olía a mierda antigua, polvo, suciedad y maíz.

    —Fuera está atardeciendo —explicó Laura, mientras yo me ponía en pie de un salto y cruzaba el espacio para asomarme a la ventana veteada de mugre—. Te arrastré aquí dentro... no estaba segura de si te despertarías o no.
    —A rastras —me miré por encima del hombro y gemí. Sí, había suciedad desde mis hombros hasta mis pantorrillas. ¿Dónde iba a encontrar un par de mallas de mi talla, en un color que no me hiciera pensar en vomitona reseca y lo bastante largas como para acomodarse a mi extrañamente larga silueta?—. Puag, mierda. Preveo problemas inmediatos, nenita. Para empezar, según dónde estemos, es posible que el inventor de las mallas aún no haya nacido. O que lo haya hecho, pero no haya terminado la escuela secundaria.

    Laura se encogió de hombros.

    —Lo siento. Fue todo lo que se me ocurrió hacer.
    —Y fue perfecto. —Me asomé a la ventana otra vez. Otro pequeño pueblo. Y ninguna farola. Ningún poste telefónico o cable que pudiera ver. Y ninguna luz eléctrica... no que pudiera ver, en cualquier caso—. Ya sé, estás acostumbrada a que yo grazne durante más tiempo, pero el tiempo es precioso, mi pequeña renacuajo viajera en el tiempo. Arrastrar mi enorme culo aquí dentro fue delicado y rápido. No necesitamos hablar del daño en mis mallas en este momento.
    —Oh. Bien. —Laura agachó la cabeza, y pude ver, aún a la luz tenue del granero, que se sonrojaba. Podía ser adorable cuando no mentía sobre zapatos y provocaba a su amada única hermana su segunda nariz ensangrentada del día—. Gracias. Yo... ya sabes, me siento estúpida, pero nunca se me ocurrió. Sé que no arderás a la luz del sol, pero...
    —Pero hay algo más de lo que preocuparnos, ¿no?
    —Sin intención de ofender —agregó precipitadamente.
    —Vale, sé que soy un vampiro, Laura. No tienes que preocuparte por mencionar cosas como ésa. Bien, solía perder completamente el conocimiento de sol a sol. Luego... —había comenzado a sacudirme el polvo y la suciedad de la ropa, y me había tragado dos estornudos en medio segundo.
    —Luego leíste el libro.
    —Sí. Gran error... Jessica mordida, mi marido violado...
    —¿Qué?
    —Y comencé a despertar un par de horas antes de la puesta del sol. No era exactamente el cambio que andaba buscando, pero... —me encogí de hombros.
    —De acuerdo, bien. —Laura estornudó, y como todo lo que hacía, fue primoroso y delicado. Como estornudan los conejitos—. Me gustaría volver a eso de la violación de Sinclair.
    —Pervertida.

    Ella se rió.

    —¡No niego nada!
    —Las vírgenes son siempre igual. Eso es lo único en que te fijaste. —Normalmente hacía un esfuerzo decidido por no pensar en la vida amorosa del anticristo, pero un día de éstos, mi hermana menor de edad para beber iba a perder su virginidad, y sería genial si nada parecido al fin del mundo ocurría esa misma semana.

    ¿Y por qué estaba pensando en la inevitable madurez sexual de Laura cuando estábamos viajando en el tiempo y tenía suciedad que quitar de mi blusa?

    Porque, me contesté a mí misma, es algo de lo que preocuparse que no incluye viajes en el tiempo, o el infierno.

    Pues sí. Mi cerebro es como el del resto del mundo... cuando me estreso, no puedo evitar pensar en cosas que no son tan importantes respecto de los acontecimientos del día.

    —Pero tal vez —decía Laura—, pueda preocuparme por la violación de mi pobre cuñado...
    —No fue una violación exactamente. Quiero decir, él estaba totalmente a favor de ello. Aunque no notó que yo era malvada.

    Laura asintió educadamente, luego volvió a la carga donde lo había dejado.

    —...una vez que estemos en nuestro propio siglo.
    —Ya, tú también notaste la falta de tráfico, contaminación, electricidad, e iPods, ¿eh?
    —Sí. También la falta de un océano.
    —Así que no es Salem otra vez.
    —Lo más probable es que no.
    —¿Crees que esto es como los episodios de El coche fantástico?
    —No sé qu...
    —No importa. Odio que me recuerden lo joven y estúpida que eres.
    —¿No querrás decir joven y guapísima? —Laura me sonrió.

    Comenzaba a sonreír a mi vez, siempre dispuesta a las bromas amistosas, cuando me detuve. Había algo que no me gustaba en esa sonrisa. ¿Y desde cuándo poseía de hecho Laura ese esplendor?

    Viajar en el tiempo —o tal vez simplemente quedarse colgada en el infierno— le estaba proporcionando toda clase de confianza. Estaba recordando otros incidentes, diablos, esta vez me había pateado el culo antes que me hubiera percatado siquiera de que estábamos saliendo del infierno. Algo muy diferente a sus anteriores e indecisos intentos... el diablo había sido tan desdeñoso con ellos que había amenazado con marcharse.

    Muy bien, vale. Estaba ansiosa y cada vez más. ¿El problema era que me sentía amenazada porque ella era joven, fresca y lista? ¿O me sentía amenazada porque, ¡Ja, ja!, se suponía que ella asumiría el control del mundo un día de éstos?

    —Supongo que mi planteamiento era, ¿crees que se supone que tenemos que hacer trabajitos cada vez que saltamos a través de la puerta del tiempo, como quien dice? ¿O es suficiente sólo con estar aquí, antes de que intentemos irnos a casa?

    Laura se encogió de hombros.

    —No lo sé.

    Y no parecía particularmente preocupada, en cualquier caso.

    ¿De qué tiene que preocuparse? Susurró mi lagarta interior. Ella es la que puede moverse de mundo en mundo, y de tiempo en tiempo. Tú eres la que va de paquete. Entonces ¿qué ocurrirá cuando Laura se dé cuenta de que eres un puñetero peso muerto?

    Al infierno si lo sabía.

    Tal vez literalmente.


    Capítulo 42


    Entonces, ¿qué? ¿Salimos?

    —¿Para hacer qué?

    Hice un gesto, pero no estoy segura de porqué. Frustración, quizás. De todos modos, estaba agitando mis brazos en un granero oscuro y sucio, dejando una nube de polvo por donde quiera que paseara.

    —¿Buscar a alguien a quién ayudar, quizás?
    —Estás asumiendo que ayudamos a Caroline —señaló Laura—. Podríamos haber estropeado la corriente temporal. Ella podría haber estado predestinada a morir y en vez de ello vivirá para ser la tatarabuela de otro Hitler.
    —Sí, y si mi abuela tuviera pelotas, sería mi abuelo. Pero no las tiene. Y no lo es. Mira: podemos hacer el baile del podía-debería-habría hasta que nuestras rodillas se bloqueen, y eso no ayudará. Así que, nos quedamos aquí en Ciudad Granero e intentamos regresar, o salimos, damos una vuelta, salvamos a alguien (o no), y luego lo intentamos.
    —Bien, vale, pero estás asumiendo...
    —¿Niños? ¡Niños! Poned esa vagoneta en el granero, ¡luego venid y ayudad a vuestra madre a empacar!

    Debí de haberme estremecido bastante, ya que Laura pareció sorprendida.

    —¿Qué? ¿Viene alguien?
    —Una pareja de álguienes —dije justo cuando las puertas dobles del otro extremo del edificio se abrían—. Pero no creo que estemos todavía en la sopa.

    La pareja de álguienes eran bajos. Y jóvenes. Y una monada. Estaban arrastrando un carrito de madera... la versión casera del Radio Flyer, me figuré... y pararon a una corta distancia cuando nos vieron.

    —Oh, hola —dijo el chico.

    Tenía exactamente la misma estatura que su hermana, y eran retratos idénticos de extrema ricura.

    Los dos tenían el cabello oscuro, cuidadosamente recortado de tal manera que los flequillos hacían juego. El de la chica era largo y estaba trenzado; la trenza era suficientemente larga como para tocarle el trasero.

    Aparte de eso, y del hecho que la chica llevaba un vestido a cuadros amarillo (con los pies asquerosamente descalzos... una precaución cómoda y práctica en una familia que probablemente guardaba sus zapatos para la iglesia), eran retratos de idéntica ricura.

    ¡Gemelos! Como cualquiera que no tuviera un gemelo, yo creía que eran fascinantes y a pesar de ello, espeluznantes. Estos dos no habían huido chillando, lo cual no pude evitar admirar.

    —Hola, niños —dije.

    Laura continuó con:

    —No somos peligrosas —lo cual pensé que era más bien una gran mentira.
    —¿Qué le ha ocurrido a vuestras ropas? —preguntó la niña, pareciendo más sorprendida que asustada.
    —¿Por dónde empezar? —respondí. A Laura—: Creía que estábamos en un pueblo, no en alguna...
    —Nuestra granja está en la linde del bosque —explicó el chico. Llevaba una camiseta de lino de un color azul oscuro jaspeada de mugre y pantalones negros. ¡Y pequeños tirantes! También con los pies descalzos. Sus ojos eran tan oscuros que no pude distinguir el iris de... de las otras cosas en el ojo que no eran la parte blanca. (No era la primera vez que había llegado a lamentar sacar una C en Biología)—. Pasada nuestra casa simplemente está el campo. El pueblo está hacia el otro lado.
    —¿Qué pueblo? —preguntó Laura.

    El chico abrió la boca para contestar justo cuando un grito desgarrador nos hizo saltar a los cuatro. Laura no tuvo ningún problema en escuchar éste; ninguno de nosotros lo tuvo.

    —¡Erin! ¡Eric! ¡Vosotros dos, venid aquí y sacad estos cachorros de mi cocina!
    —Oh, Dios —gemí. Me había olvidado del todo de ese desastre en potencia. Cachorros. Miré a mi hermana—. No queremos que anden sueltos si captan mi olor.

    Laura negó con la cabeza pero no pudo evitar que una gran sonrisa apareciera en su cara. Ella sabía que una de las más molestas consecuencias de que yo estuviera no-muerta era el hecho de que los perros babeaban y baboseaban sin poder remediarlo cuando me veían o me olían. Eso habría dado al final del asunto de Salem el toque surrealista: brujas libertadoras, peleando con los ancianos del pueblo y después siendo perseguidas desde la iglesia por manadas de aullantes y babosos cánidos. Ugh.

    —Perdón por molestaros —dijo Laura a la niña—. Nos quitaremos de vuestro camino.
    —Pero, vuestras ropas... —seguía insistiendo la niña... ¿Erin?—. ¿Por qué lleváis esa ropa interior tan graciosa? No tenéis la adecuada...
    —¡Erin y Eric Sinclair! ¡Traed vuestros culos a esta casa ya! ¡Estos perros no van a salir por sí mismos!
    —Ops —dijo Erin Sinclair, sin parecer demasiado asustada—. Mamá se está volviendo loca.
    —Supuestamente tenemos que empezar a mudarnos a Minnesota mañana —dijo al anticristo el que era mi futuro marido—. Aun no hemos empacado. Pero ya casi estamos.
    —No está enfadada por tener que empacar —explicó Erin Sinclair a las frikies desconocidas de su granero—. Simplemente no quiere irse a Minnesota. La tía Tina está haciendo de las suyas.
    —Son asuntos privados —dijo su gemelo, logrando parecer intrigante y escandalizado al mismo tiempo—. Se supone que no se han de contar a extraños.

    Laura no contestó. Yo contribuí al vacío diciendo... nada. La conmoción tenía mis cuerdas vocales selladas al vapor.

    —Bueno... adiós —dijo mi próximamente-muerta cuñada, dedicándome un corto saludo con la mano.

    ¿En cuanto al chico? Me sonrió, una sonrisa tímida, luego trotó tras su gemela. Miró a su espalda una vez.

    —¿Os iréis ahora?

    Efectué una negación con la cabeza. Obtuve otra sonrisa mona de mi “problema”, y luego las puertas de madera se cerraron con un violento portazo.

    Lo cual fue bueno, ya que iba a derrumbarme más o menos en cualquier segundo.


    Capítulo 43


    Bien —Conseguí decir después de que lo que parecieron noventa minutos—. Bien. ¿Está... bien?

    —¡Estamos en la granja de tu marido! —Laura había agarrado mi brazo, y sus uñas sensatamente cortas estaban con la elegante tarea de hundirse en mi blanda piel de vampiro—. ¡La granja de la familia de tu marido!
    —No por mucho tiempo. ¡Argh, quita de ahí! —Aparté sus garras de mi carne—. Se mudan, ¿recuerdas?
    —¿Así que los padres de Sinclair fueron granjeros? —Laura me miró con ojos desorbitados—. ¿Granjeros? Creía que era... no sé... un bebé con un fondo fiduciario. O algo por el estilo.
    —Sí. También a mí me pareció extraño. Cuando nos conozcamos, quiero decir. —Sacudí la cabeza. Jodido viaje en el tiempo; hacía imposible mantener una conversación educada—. En el futuro, quiero decir. Fue extraño. Tenemos este enormemente rico y espeluznante vampiro, y empezó labrando la tierra. Siempre pensé que era una especie de chiste. Es decir, si no estoy equivocada... la ropa de Sinclair es la de un chico de ciudad.

    Laura asintió.

    —Seguro que sí. ¿Y no me dijiste que toda su familia...?
    —Sí. Murieron. De hecho, Tina lo encontró en el cementerio el día del entierro de sus padres. Creo...

    Mierda. ¿Qué me había dicho Tina de aquella noche? Habían pasado un par de años, y apenas había prestado atención en su momento. En mi defensa diré que me habían arrojado a un hoyo y estaba algo más preocupada por salir que por oír los balbuceos de mi nueva amiga.

    —Bueno. Ella me dijo que lo convirtió esa noche. Recuerdo haberme sorprendido, porque el Sinclair que conocía no era un tipo que inspirara simpatía, ¿sabes?
    —Y... siempre pensé que fue así como se conocieron, que Tina lo había conocido la noche en que ella le dio dos buenos mordiscos. Pero los niños, los pequeños gemelos, hablaban de la tía Tina. —Nos miramos—. Los conocía desde antes. Era amiga de la familia. Desde antes.

    Laura había palidecido, por el miedo, o los nervios, o ambos.

    —¿Entonces qué ocurrió?
    —Entonces... nada. Es decir, esa es toda la historia que conseguí. Ella lo vio, lo convirtió y han sido amigos desde entonces.

    Una pequeña mentira. En realidad, esa era toda la historia que me había tomado la molestia de conocer. Perdí todo interés en La Historia de Eric Sinclair una vez me enteré de que se suponía que debía pasar cinco mil años gobernando vampiros con él. A pesar de no superar la selectividad cuando estaba en la Escuela Secundaria de Burnsville.

    En mi defensa, el Sinclair que conocí había sido conspirador, manipulador, sexy, astuto, solapado, cachondo, sexy, intrigante y veleidoso. ¡Me había engañado! Había conseguido que tuviera relaciones sexuales con él mediante engaños. ¡Y todos esos orgasmos fueron con engaños, también!

    —Salgamos de este infierno —dije, pero Laura iba muy por delante de mí. Su espada estaba ya encendida, cortando un círculo a través del aire polvoriento del granero.

    Justo como la última vez, regresar a la sala de espera fue la parte fácil: unimos nuestras manos y dimos un gran paso juntas, y el granero, los gemelos y el polvo desaparecieron de nuestra vista. Pan comido.

    —Menos mal —dije—, estamos de regreso en el infierno.

    No era una frase que pensara que diría nunca.


    Capítulo 44


    Ambas buscamos la puerta que llevaba de vuelta al infierno correcto, no quedé exactamente asombrada cuando no apareció. El diablo no había terminado de enseñarnos los fundamentos del viaje en el tiempo.

    —¿Y ahora qué?
    —Ahora nos encontramos con la misma decisión que teníamos la última vez que estuvimos en esta habitación que no es una habitación. O nos quedamos aquí y esperamos a que mi madre se apiade de nosotras...
    —Vale, eso es probable.
    —O elegimos otra puerta. Y descubrimos lo que sea que se supone que debemos encontrar.
    —Sí. Entonces no hay elección en absoluto. ¡Pero escucha... espera, un momento! —Retrocedí. Laura se había vuelto realmente rápida con los puños, y si yo no hubiera estado muerta tendría dos ojos morados y contando. O dos hemorragias nasales y... eh, joder. A nadie le importaba salvo a mí—. ¿Al menos podemos intentar limpiarnos la ropa mientras estamos aquí?
    —¡O tal vez conseguir la ropa adecuada para la época! ¡Oh, Betsy, nunca, jamás habría pensado en eso!

    No mentiré: eso me animó. Laura parecía tan independiente y tranquila estos días, como si no me necesitara demasiado.

    Me resultaba extraño sentirme así... no había sabido de la existencia de Laura hasta hacía un par de años. Entonces, ¿por qué quería ser necesaria? Era no sólo patético, era patético nivel-Toña. ¡Patético nivel-Uno! ¡Oh, dioses!

    —Me alegra tanto que hayas mencionado eso. Me vendría bien algo más apropiado que unos vaqueros. En alguno de estos saltos en el tiempo podríamos ser acusadas de brujería. Vamos... —Laura echó un vistazo a su alrededor—. Eh... no estoy segura de cómo podemos hacer esto.
    —Yo tampoco estoy segura. ¿Y si agitas tu espada a través de, no sé, mis mallas sucias?
    —¡No! Podría lastimarte. O incluso matarte. —Negó con la cabeza, una enfática serie de chasquidos: izquierda, derecha, izquierda—. Matarte no forma parte del plan de Viaje en el Tiempo en Diez Fáciles Lecciones.
    —Vale, tienes razón... aniquilarme jodería de veras nuestra semana de mierda. Mira, tu espada sólo desestabiliza la energía paranormal, ¿no? Así que si un hombrelobo salta sobre ti, tú podrías cortarlo en rodajas...
    —Y volvería a ser humano, sí. Pero nuestra ropa es real. No es energía paranormal. No hay nada que mi espada pueda desestabilizar.
    —Vale, es una chifladura. —¡Y yo sin mi bolso! Sabía que había hecho bien preparando uno. Y no sólo porque fuera un buen lugar donde guardar la carta de Sinclair.

    Me incliné, sacudiendo tanto polvo y suciedad de mis piernas como pude, luego me enderecé. Pensé en Sinclair, y no pude reprimir una sonrisa. Ese querubín sincero había desaparecido hacía tiempo... había muerto hacía tiempo... para la época en que yo había conocido a su yo adulto. Pero todavía sentía el sobresalto de haber conocido al amor de mi corazón como un niño. Un hermano. Un gemelo.

    —De acuerdo, entonces, vamos a ello.
    —¿Estás segura de que estás lista?

    Hice una seña a Laura con los dedos, un gesto de ven y pégame como el que podría hacer a un contrincante. Si esto fuera una película de artes marciales. Y estuviera atrapada en ella.

    —No te preocupes por mí, voy a encogerme de miedo, asustarme y gemir como una perra hasta que me despierte en Stillwater, alrededor de 1961... ¡ay!


    Capítulo 45


    Si esta es la idea que tiene alguien de una broma —dije restregándome ligeramente el palpitante labio inferior—, dejó de ser divertida hace ya como un centenar de años.

    —Nunca fue divertido —mintió mi hermana lealmente—. Creo que te lo estás tomando muy deportivamente.
    —Y yo creo que estoy siendo lentamente conducida a la locura. Entonces esto es... lo que quiera que sea. —Estaba mirando alrededor y supuse que debía sentirme excitada e interesada y, no sé, ansiosa de entender. Si fuera una película, mi personaje probablemente tendría que haber estado sintiendo todas esas cosas y más. En vez de eso estaba más bien “¿qué humillación me esperaba en este infernal flujo temporal?”.

    Nunca dije que no fuera una mala perdedora.

    Esta era la primera vez que estaba consciente (en su mayor parte) y en las afueras. Al mismo tiempo, quiero decir. Se parecía a cualquier otro pequeño pueblo, pero no habían tropecientos caballos. Tampoco había vacas. O volkswagens. Por lo que podrían haber sido los Felices Años Veinte. O la Depresión. ¡O ambos! O ninguno.

    En realidad, pensé, echando un vistazo más de cerca a los edificios, parecía como si hubiéramos caído, una vez más, en la zona céntrica del pueblo. Pero el lugar parecía familiar. Quizás porque todos estos preciosos pueblecillos parecían iguales después de un tiempo. O quizás continuaban usando el mismo escenario de todos los viejos westerns que había visto alguna vez.

    —¿Alguna idea de dónde narices...?
    —Hastings. Minnesota —agregó el anticristo como si yo no fuera a reconocer el nombre de un pueblo a menos de cuarenta kilómetros de donde vivíamos. ¡El pueblo donde vivía mi madre!
    —Creo que estamos a principio de los años veinte.
    —¿Cómo lo...?

    Ella señaló. Me giré, imaginando toda suerte de horrores. La soga de un ahorcado. Un pelotón de fusilamiento. La apertura del primer Wal-Mart. Espera, eso no sería posible, ¿no?

    Entonces fue cuando me fijé en el Puente en Espiral, una de esas imágenes clásicas de cosas que perduran en el tiempo y de las que Minnesota estaba misteriosamente orgullosa. Y gracias a que había crecido y había ido a la escuela por la zona, sabía dos cosas que la mayoría de los viajeros en el tiempo procedentes del infierno no sabía.

    Se levantó en 1895.

    Y no se vino abajo hasta 1951.


    Capítulo 46


    ¡Chicas! ¡Si vais a nadar, deberíais avergonzaros de vosotras mismas! ¡Y si no es así, id a casa y cubríos!

    —¿Ah, sí? Bien, que te jo... —Que te jodan, y el caballo que montas sería lo que yo utilizaría literalmente para hacerlo. Pero el anticristo tenía los reflejos de una mangosta rabiosa en una madriguera de reptil, así que hizo esa cosa de rodearme el cuello con el brazo que normalmente ves que los hermanos mayores les hacen a los hermanos pequeños, me tapó la boca con los dedos y exclamó alegremente:
    —¡Sí, señor! ¡Desde luego que lo haremos!
    —Voy a babearte los dedos como una bestia. Voy a empezar a babear en cualquier momento a partir de ahora. En cuento consiga producir algo de saliva. Entonces lo lamentarás. Entonces desearás haber viajado en el tiempo con otra persona.
    —Es demasiado tarde para eso, Betsy. Si confundieron la ropa moderna con trajes de baño...
    —Merecen que les prendan fuego —terminé—. ¿Por qué el que vayamos o no a nadar es asunto suyo, para empezar? ¿Avergonzarnos de nosotras mismas? ¿Quién nombró a ese gilipollas general de la Guardia Nacional de la Moral? Ya entiendo que es la antigua América y todo eso, pero todavía es América.
    —Sí, y somos mujeres en la antigua América. Los negros tuvieron derecho a votar antes que nosotras, recuerda que hubo un tiempo en que pensaron que esos pobres tipos eran propiedades. Las propiedades consiguieron el voto antes que nosotras. Es como si el Café Levee consiguiera votar antes que nosotras. Así que muéstrate comedia, maldita sea.
    —No tengo ni idea de qué expresión poner en mi cara. ¿Comedida? Eso ni siquiera es una auténtica palabra, ¿no?
    —Seria —propuso el anticristo.
    —Ni en un trillón de años. Oye, ¿sabemos al menos qué año es? Todavía no veo ningún coche. ¿Cuándo demonios asumió la familia Ford el control del país?
    —No hasta finales del siglo diecinueve —explicó Laura—. No los Ford. Fue cuando se inventaron los coches. Nadie tiene una fecha definitiva, se cree que fue a finales del siglo. Empezaron a surgir por aquel entonces.
    —Estupendo. Y yo aquí temiendo que esta vez esto del viaje en el tiempo fuera a ser odiosamente peligroso y aburrido. Pero sólo es odiosamente peligroso. ¿Cómo sabes cuándo empezaron a aparecer los coches?
    —Escogí historia del medioeste americano como segunda especialidad.
    —¿Hiciste una segunda especialidad? —Probablemente sería grosero preguntar a mi hermana cuál fue su primera especialidad. Eso era algo que una hermana mayor debería saber, ¿no? Un momento. Creo que lo sé. Veamos... si yo fuera una anticristo virginal y tuviera una beca parcial para la Universidad de Minnesota, ¿cuál sería mi primera especialidad?

    ¿Administración de empresas de alimentación? ¿Zoología? No es lo bastante malvado. ¿Economía aplicada? Bastante malvado, pero no demasiado virginal. ¿Ingeniería civil? ¿Diseño medioambiental? Ninguno de ellos parecía bastante...

    —Y fue en Nueva Jersey, creo.
    —¿El qué?
    —Ese primer coche, por favor presta atención. Pero, mira, no habrían llegado a un pequeño pueblo de Minnesota en años y años. Así que supongo que estamos en algún punto de los años 20.
    —¿En el que hay un tablón de anuncios en la calle, con el periódico del día amablemente clavado en él? —Entrecerré los ojos ante el sol de la tarde y me recordé a mí misma contar mis bendiciones. Era el único vampiro que podía estar afuera, entrecerrando los ojos bajo el sol y era mejor conservar ese tipo cosas en mente—. Añoro Salem.

    Laura rió con disimulo.

    —Muérdete la lengua.
    —Me gustaría morder a alguien. Odio añadir un problema cuando tenemos la alforja llena, pero me siento un poco hambrienta. ¿Y notaste cómo deslicé un coloquialismo de los años veinte en mi conversación? ¡Está bien, cariño! Que no se diga nunca que la reina de los no-muertos no sabe mimetizarse.

    Eso fue una mentira considerable. (Tan mimetizada). Porque la verdad era que estaba hambrienta todo el tiempo. Vale, sedienta. Cada vez que abría los ojos. Y cada vez que los cerraba. Y a menudo durante los largos períodos intermedios.

    La mayoría de las veces tan sólo apretaba los colmillos y aguantaba. Pero ocasionalmente tenía que ceder a mi malvado anhelo de sangre humana. Los violadores me habían mantenido algún tiempo, pero...

    —Uh... —la mano de Laura había acudido al cuello de su camisa, que manoseaba distraídamente. Dudo que ni siquiera fuera consciente de ello. Así que opté por no llamar su atención sobre el asunto—. Eso podría ser un problema.
    —¿Para el equipo de viajeras en el tiempo más grande desde Lewis y Clark? Ni soñarlo, cariño. —Ignorando el bufido de risa de Laura, continué esbozando mi plan siniestro—. Lo ideal sería atrapar a algún bigotudo maltratador de esposas en acto de cometer un delito. O en medio de un coma. Normalmente intento limitar mis mordiscos a violadores, ladrones, asesinos, y piratas de DVD. Y al ocasional funcionario de préstamos para estudiantes. Así que vigila por si ves que se comete un delito mayor. O una tasa de interés estúpidamente alta.
    —Creo...
    —Eh, ¿a quién intento engañar? Cuando hay hambre no hay pan duro. Busca delitos menores, también.
    —Creo que podríamos haber tenido suerte otra vez —dijo Laura, sonando cautelosamente optimista—. El pueblo parece casi desierto. De hecho, aún no he visto a nadie en la calle desde que ese hombre... nos... gritó.

    Se había detenido porque había visto lo que yo había oído hacía algunos minutos... el cascabeleo de muchos caballos.

    Tres parejas de dos, de hecho. Vestidos de negro... bueno, con como sea que se llame eso que lleven los caballos (¿riendas? ¿correas?), en los años veinte (probablemente), en Hastings, Minnesota. Y los caballos tiraban de tres grandes carretas negras.

    Cada una llevaba un ataúd.

    Docenas y docenas de ciudadanos entraban ahora a raudales en el pueblo; era obvio que casi todos habían estado en el velatorio y tras él volvían al pueblo. Fui incluso capaz de percibir retazos de conversaciones por encima del cascabeleo, el ruido de los cascos de los caballos y el chirrido de las ruedas.

    Laura contuvo el aliento, luego lo expulsó en un lento jadeo.

    —Oh, Dios mi...
    —Cállate.

    Se calló. Sentí mucho haber tenido que lanzarle un exabrupto, pero necesitaba mi concentración para escuchar.

    —... pobres...
    —... después de perder a la hija...
    —... pobre chico, tan solo ahora...
    —... atraparlos?
    —... no, hace demasiado tiempo ahora...
    —... el sheriff no pudo siquiera...

    Hubo más murmuraciones, pero había captado el meollo del asunto. Y el meollo apestaba.

    —Ay, maldita sea.

    Laura ya negaba con la cabeza.

    —No.
    —Esto es malo.
    —No.
    —Es...
    —¡No! —Laura realmente se había tapado las orejas con las manos—. ¡No puedo oírte!
    —Sí. Puedes. Y no hay nada que decirte, puesto que ya lo dedujiste.

    Ella bajó las manos y su cara... estaba tan conmocionada. Se sentía tan mal como yo.

    —¿Son ellos, no es así? Son los padres de Eric.
    —Y su gemela, Erin. —Observé cómo la fila de coches fúnebres tirados por caballos pasaba junto a nosotras. Estábamos de pie bajo uno de esos anticuados porches, un lugar perfecto para observar la procesión. Para observar el paso de prácticamente toda la ciudad—. Un triple entierro para la familia Sinclair. Suben los ataúdes por la colina hacia el cementerio.
    —No es de extrañar que el hombre nos gritara.
    —Sí. Yo habría hecho lo mismo si viese un par de niñatas en traje de baño dispuestas a saltar al Mississippi el día de un triple entierro.
    —De acuerdo. —Laura se aclaró la voz—. Esto es malo, pero podemos zafarnos de ello. Yo... no quise decirlo de esa forma.
    —Sé que no.
    —De acuerdo. Una vez que todos hayan pasado, deberíamos poder encontrar... ¡oye!

    Yo le había agarrado la mano y me encaminaba hacia la calle.

    —Vamos.
    —¿De regreso al infierno?
    —Peor. —Le hice un gesto a un hombre solitario que conducía una carreta vacía—. Vamos al entierro.


    Capítulo 47


    ¿Has perdido la maldita cabeza? —siseó Laura—. ¡Has incitado a este pobre hombre y... y lo has seducido! ¡Con tu maldad! ¡Para poder colarnos en el funeral de tus suegros muertos!

    —Cualquier cosa suena mal cuando lo dices así. Mira al frente, Mikey.
    —Vale. —Nuestro conductor, Michael algo (era Smith o Thompson o Freidricksson... algo pegadizo pero olvidable) miró obedientemente adelante chasqueando la lengua a los caballos, y nuestra carreta saltó hacia delante. Éramos los últimos de la procesión, lo cual era justo lo que yo quería.

    ¿Y sabéis? Mi reino por unos amortiguadores. No me extrañaba que alguien se hubiera hartado e inventado el coche.

    —Eres muy, muy, muy bonita.
    —Es mi acondicionador —le tranquilicé—. No creo que se haya inventado aún. Por eso te sientes atraído hacia mí. Sexualmente, quiero decir. Además, soy un vampiro y te he embrujado para que nos des una vuelta hasta el funeral, como ha dicho el anticristo, de mis suegros muertos.
    —Cualquier cosa suena mal cuando lo dices así —dijo Laura, sarcástica. Tenía los brazos cruzados sobre el pecho y estaba en modo mocosa.
    —¿En realidad no crees que esto sea una coincidencia, verdad? Tu propia madre lo dijo... necesitas mi sangre, y luego había algo sobre como yo te arrastraría. No, no era eso. Cómo te verías arrastrada hacia cosas de mi vida que eran estúpidas o raras.
    —No...
    —No puede decirse que no nos lo advirtiera, pero definitivamente minimizó todo el asunto. Podría haber dicho “Durante un tiempo, parecerá que estáis atrapadas en un mal episodio de “Perdidos” y yo habría entendido perfectamente. Pero sí, se supone que te ves atraída por estúpidas cosas raras de mi vida.
    —No creo que esa sea una cita precisa. —Pero Laura estaba asintiendo con la cabeza; pude ver, de hecho, que había estado pensado que todo esto era una coincidencia pero estaba revisando rápidamente su opinión—. Ya veo lo que quieres decir. Hemos visto a tu marido, y ahora hemos visto a su pobre familia. Y si se supone que Tina le convirtió...
    —¡Entonces también ella está aquí ahora! Está en la ciudad ahora mismo, y esta es una oportunidad demasiado buena para dejarla pasar. ¡Mira! —Señalé y Michael giró obediente los caballos en esa dirección. Desafortunadamente, el río más largo del país también estaba en esa dirección—. ¡Argh, cuidado! ¡Llévanos al cementerio, al camposanto, imbécil!
    —Lo siento, señorita.
    —Y mantennos fuera del río Mississippi, si no es mucho pedir.
    —Sí, señorita.
    —Más te vale.

    Laura estaba sacudiendo la cabeza. Estábamos apiñadas junto a Michael, intentando mantenernos calientes. Estúpidas carretas abiertas sin calefacción.

    —Si todo esto significa algo, ¿de qué iba el asunto de Salem?
    —¿Qué, me lo preguntas a mí? Olvídalo, tengo tan poca idea como tú. Salem era práctica, tal vez, o tal vez tu madre perdió una apuesta, ¿quién sabe? Lo importante es que ahora estamos aquí. Apuesto a que se supone que tenemos que hacer algo. O arreglar algo. O averiguar algo. O matar a alguien.
    —Pero esto no es un programa de TV. Soy sólo yo, cogiendo práctica para un día poder dirigir el infierno si quiero. Todo este extra... —Gesticuló vagamente hacia Michael, que había (una vez más) dejado de observar la carretera y en vez de eso me miraba a mí. No se me ocurría cómo evitar terminar en una zanja esta noche, o en un río, de veras que no.
    —¡Ojos al frente, Michael!
    —Vale.
    —No —dijo Laura, todavía trabajando en su tren de pensamiento—. Es práctica seguro, pero estamos empantanadas bajo las cotidianidades humanas.
    —¿Empantanadas? Eso es poco decir.
    —Bueno, si yo no fuera medio humana, a mi madre se le habría ocurrido alguna otra forma de enseñarme estas cosas. Pero lo soy. Así que te necesitaba. Y como te necesito para aprender, me estoy empantanando en cosas como el asesinato de tus parientes políticos y todo eso.
    —Tal vez no percibiste mi tono chillón malicioso, así que lo intentaré de nuevo: ¿empantanadas?

    Sacudió una mano para mostrar lo que pensaba de mi tono malicioso.

    —Ya sabes lo que quiero decir. No lo conviertas en otra cosa.
    —Lo convertiré en lo que me de la gana... ¿Michael, te importaría conducir estos jodidos caballos en línea recta antes de que mate a uno de ellos para ahogarte en su sangre?
    —Eres realmente, realmente guapa.
    —¡No, no lo soy! Estoy asquerosa, y no llevo ningún maquillaje, no he visto un cepillo en unos buenos cien años, estoy cubierta de polvo viejo de la granja de mis suegros muertos, y antes alguien pensó que parecía tan espantosa que se figuraron que iba a nadar. Soy el opuesto polar de realmente, realmente guapa, y duele, Michael, duele. Una ciudad fronteriza entera llena de gente —gemí, enterrando la cara en mis manos—, y tuve que escoger al tonto del pueblo.
    —En realidad, ciudad fronteriza es un nombre inapropiado, ya que...
    —Oh, basta, chica historiadora. ¿Entiendes que si cometiera asalto con felonía en toda tu jeta, ningún jurado del mundo me condenaría? Entiendes que... bueno, ¡al fin! —Pude captar vistazos de lápidas de piedra asomando entre los árboles... habría sido capaz de divisarlas antes si alguien hubiera movido su perezoso trasero e inventado los faros. Y los faros para carretas. Y las luces de freno para carretas—. Y mira esto... ¡casi de noche!
    —Es raro. Normalmente los funerales son durante el día. No es como si pudieran sacar un montón de focos y encenderlos dentro de una hora.
    —Tal vez tienen prisa por poner a los Sinclair bajo tierra.
    —Sí —dijo el anticristo—. Tal vez. —Luego se estremeció—. ¡Brrr! Yo misma me he provocado escalofríos con eso. ¿Sabemos cómo murieron?

    Sonreí burlonamente.

    —No —admití—. Sólo sabemos que fueron asesinados la misma semana que la hermana. Puede que incluso el mismo día. Pero no conozco las circunstancias ni nada. Oye, Michael, ¿sabes lo que le ocurrió a Erin Sinclair, y al señor y la señora Sinclair?
    —Sí.

    Esperamos un largo rato, pero Michael había empezado a canturrear por lo bajo. Una criatura simple, nuestro conductor, para nada abrumado por las muchas cargas de la vida.

    —¿Y bien? —preguntamos.
    —Oh. Sí, a Erin se le metió en la cabeza que quería ir a la universidad. Y a los Sinclair, ya saben, Henry y Bobbi, siempre les gustó consentirla... era la pequeña, ya saben, por casi cuatro minutos. Así que la llevaron allá arriba para los exámenes. ¡Y supongo que no era la primera mujer en presentarse a ellos! ¡Sí!
    —¡Sí! —le hicimos eco cumplidoramente.
    —Pero estaba ese tío, no trabajaba en la universidad pero decía que sí, e intentó yacer con Erin pero ella no era de esas, así que la golpeó, y nos figuramos que cayó, porque se rompió el cuello.

    Laura parecía enferma. Probablemente yo también, pero estaba más cabreada que enferma.

    —¿Luego qué?
    —Debió haberse quedado en casa. Todos se lo advertimos.
    —Oh, ¿quieres decir quedarse en la granja, parir unos cuantos bebés y no intentar nunca aprender nada nuevo o visitar nada nuevo o ver nada nuevo?
    —Ahora no está viendo nada nuevo.
    —Touché, Mikey. Busquemos a Susan B. Anthony —sugerí a Laura—, y besémosla en la boca. —Gracias, gracias, Susie B, por meternos en la cabeza la idea de que las mujeres valíamos para algo más que para tener niños teóricos. Sabía que estábamos en los viejos tiempos y todo eso, pero caray, este tipo de charla me ponía como loca.

    Y si Erin era sólo la mitad de independiente que su gemelo, y la mitad de testaruda... bueno. No me sorprendía que quisiera ir a la universidad. Yo creía que era bastante guay que el señor y la señora Sinclair le hubieran dado una oportunidad, pensándolo bien.

    —¿Luego qué, Pedro Picapiedra?
    —Bueno, ya conocen a Henry.
    —Sí, conocemos a Henry —dijo Laura, animándole a seguir para no estrangularle—. Bastante amable, ese Henry. Desde luego.
    —Sí, bueno, estuvo a punto de perder la cabeza cuando encontró a Erin toda rota y eso, y cargó escaleras arriba a por el tipo, y en realidad nadie está seguro de lo que pasó a continuación, pero él y Bobbi terminaron los dos muertos. Machacados. —Gesticuló hacia su propia cabeza—. Los huesos de su cabeza estaban todos destrozados.
    —¿Perdón, dijiste destrozados?
    —¿Saben quién lo hizo? —interrumpió Laura antes de que Michael pudiera elaborar lo de “destrozados”.
    —Sabemos quién lo hizo... ese tipo afirma que estaba en la junta que fundó la universidad allá arriba. Solo que es una mentira, porque la universidad comenzó allá por el cincuenta y uno y este tipo no parecía más viejo que Erin.

    Los ojos de Laura se abrieron de par en par y formó con la boca hacia mí la palabra “vampiro”. Yo asentí con la cabeza.

    —Eso es... eso es muy interesante, Michael, gracias por contárnoslo. Laura, mira, ahí está la multitud... nos quedaremos en los alrededores, veremos lo que podemos averiguar. Michael, puedes dejarnos aquí.
    —Pero eres tan bonita.
    —Sí, una de mis muchas cargas.
    —Pero eres tan...
    —Adiós, Mikey.
    —Pero eres... —gimió cuando saltamos fuera de la carreta y corrimos hasta los arbustos como grandes ardillas rubias. Rompiendo corazones allá por donde voy, ese era el lema de la reina vampiro. Además de: nunca dejes tu propia época sin un cepillo y una muda de ropa.


    Capítulo 48


    Llevábamos acechando, y congelándonos más de una hora. El ministro había venido y se había ido; los ciudadanos habían venido y se habían ido. Era completamente de noche y ambas estábamos temblando.

    Finalmente, sólo Eric Sinclair permanecía junto a las tumbas.

    Yo no estaba realmente segura de por qué estaba aquí afuera. Vale, me sentía como una mierda por el pobre tipo... todo su mundo arrasado, ¿en cuánto? ¿Media hora? ¿Menos? Pero lo único que podría hacer quedándome era alterar la línea del tiempo.

    Supongo que era tan simple como esto: sabía que mi amor estaba sufriendo. Y aunque no podía ayudar directamente, sólo quería mirarlo. Para, como dijo Stephen King, «refrescar mi corazón».

    Lo chocante era que siempre había asumido que Sinclair había sido convertido a los veintimuchos o a principios de la treintena. Pero Erin, según su lápida, había tenido sólo diecinueve años. («Territorio de solteronas» me había dicho Laura. «Probablemente una de las razones por las que había querido ir a la universidad. Sabía que nadie en los alrededores del pueblo estaba esperando para casarse con ella. O ella los había rechazado a todos, lo cual era otra muesca a favor del señor y la señora Sinclair. Sin mencionar a Erin».)

    Nunca me había parecido que Eric Sinclair tuviera diecinueve años, y ahora sabía por qué: La conmoción le había envejecido, tenía arrugas alrededor de los ojos y boca que se suponía no aparecerían hasta pasados otros quince abriles.

    Y sí. No lo negaré. También me sentía culpable. Nunca me había molestado en averiguar nada de esto. Podía escudarme tras el argumento «lo extremadamente reservado que es Sinclair», pero era poco convincente incluso para mí. Él me lo habría contado si alguna vez hubiera sacado mi cabeza de mi propio culo lo suficiente como para preguntar.

    Era extraño verlo vivo, ¿sabéis? No teníamos que ser especialmente sigilosas; él estaba en su propio mundo. Un mundo donde su audición era normal y no tenía el más mínimo interés en beber sangre. Un mundo donde él era mortal, sufría y, a partir de esta semana, estaba completamente solo.

    Laura me dio un codazo y miré. Tina había aparecido de la nada, o eso parecía, y observaba a Sinclair con sus grandes ojos oscuros. Él no la había visto; ella estaba varias filas de lápidas más atrás y permanecía tan quieta que me sorprendí un poco de que Laura hubiera logrado verla.

    Y me sorprendió ver que Eric no sólo no la había visto, sino que no podía verla. Se había dado la vuelta e iba casi a tientas hacia la entrada del cementerio.

    ¡Y Tina lo observaba marcharse!

    —¿Qué diablos? —siseé, luego chillé cuando Laura me agarró de la oreja y me arrastró bocabajo junto a ella.
    —¡Ten cuidado! Recuerda la audición vampírica.
    —Me gustaría recordar mi propia audición... ¡ay, ay, ay, ay! —Me aparté de un salto y me restregué la oreja que ahora palpitaba. Ostras, al menos todavía la tenía pegada. Apenas—. ¿Desde cuándo eres tan bruta?
    —Creo que debes haber oído la historia equivocada —susurró Laura, tan quedamente que apenas pude entender las palabras y eso que estaba justo a su lado—. ¿Lo ves?

    Lo veía, vale. Sinclair se iba, y Tina no estaba haciendo una mierda.

    —De ninguna manera —dije, agarrando la mano del anticristo mientras comenzaba a correr hacia Tina—. Lo entendí bien. Ella lo convierte. Ambos me contaron la misma historia en momentos diferentes. Y vamos a rectificar esto bien rectificado. ¡Ahora mismo! —Hmm, esos eran un montón de bienes en pocas frases.

    Ya me preocuparía por igualarlos más tarde.


    Capítulo 49


    ¿Qué demonios crees que estás haciendo?

    Tina pareció más que sobresaltada... pareció al límite del horror.

    —¿Y bien? No te quedes ahí examinando mi impresionante aunque sucia camisa y mis leggins asquerosos. ¡Ve a convertir a Sinclair en vampiro!
    —Se me ocurren al menos otras cinco formas de hacer esto de un modo más eficiente. Y más silencioso.
    —Tú cállate. Tina, vamos. —Me adelanté, agarrándole el brazo sobre el codo, y tirando de ella hacia Sinclair—. Muerde ya. Roe. Mastica como nunca antes has masticado.
    —¿Quién eres?

    Abrí la boca... y me detuve. ¿Qué debía decirle exactamente? ¿Que era la largamente profetizada reina vampiro de la que nunca había oído hablar? ¿Que era la esposa del actual adolescente que salía tambaleándose del cementerio? ¿Que sabía que el asesino de sus amigos era un vampiro, y, oh, por cierto, sabía que ella también lo era, así que adelante y muerde a ese viejo amigo de la familia, no me mates?

    En realidad no se me ocurría nada que decirle que no me ganara un golpe en la boca. O un cuello roto.

    —Tienes que ayudarle. —Oye, eso sonaba razonable. Probablemente la razón por la cual a Laura se le había ocurrido decirlo—. Te necesita.
    —Le he fallado —dijo Tina, visiblemente molesta, prácticamente llorando... no con lágrimas, los vampiros no tienen superávit de humedad esparcidos por ahí para excretar, pero captáis la esencia—. Les he fallado a todos. ¿Cómo podría volver a mirarlo a la cara?
    —¿Cómo podrías abandonarlo?

    ¡Oooooh, muy buena, Laura! Gracias a Dios que la había traído a estos estúpidos viajes en el tiempo.

    —Es monstruoso. Yo nunca podría.
    —¿Entonces vas a abandonarle así sin más? ¿Dejarlo con su pena? —me quejé—. Ya le has visto. Se meterá un arma en la boca para finales de semana.

    Tina se sobresaltó. Al contrario que Laura y yo, ella estaba apropiadamente vestida para la época. El vestido gordo que se llevaba en Salem había desaparecido, y gracias a Dios. En vez de eso, Tina vestía una falda hasta el tobillo, que era recta como un lápiz y le apretaba las rodillas juntas de forma que casi le impedía caminar. En la parte alta, una blusa larga completaba la apariencia de lápiz (asumí que buscaba parecer un lápiz); parecía flaca como un (¡lápiz!) palo, pero el rojo cereza profundo de la blusa y el estampado de cerezas sobre lo blanco de la falda la hacían parecer más sustancial de lo que era. ¿Una rubia grandota como yo? Si yo llevara un estampado así, me habrían confundido con un cerezo. Las mujeres pequeñas tenían mucha suerte.

    Su cabello estaba recogido, las grandes ondas rubias estaban cuidadosamente prendidas con alfileres y alejadas de su cara. Sus ojos oscuros eran cautos y estaban llenos de dolor. Lo cual era triste y todo eso, ¡pero sus zapatos! ¡Tenía unos zapatos rojos estilo charlestón de lo más adorables! Robustos, tacones gruesos y rechonchos y delicadas correas de tobillo que completaban la vestimenta, y como no Tina presentaba una imagen bonita y elegante.

    Los zapatos no ayudaban mucho... no estaba vestida al estilo charlestón, pero llevaba ese tipo de zapatos. Así que sería fácil asumir, vale, probablemente estábamos en los años 20. Solo que esto era Hastings, Minnesota. No era exactamente el centro de la moda. Así que podría ser principio de los 30, o como máximo 1935. No había forma de decirlo.

    —... ¡tienes que morderle! Díselo, Betsy.
    —¿Eh? Oh, sí. Claro que tiene que morderle. Morderle y morderle y luego morderle un poco más. Sinclair va a querer coger al asesino.
    —Yo atraparé al asesino —dijo Tina, y por un segundo no pareció mona, hermosa y dulce; por un segundo sentí un escalofrío muy auténtico, y no porque estuviera vestida con un traje de baño (algo así). El aspecto de alguien era engañoso, ¿y quién lo sabía mejor que una antigua Miss Simpatía? Tina era una depredadora, una mujer hermosa que conseguía hacer su mierda mientras estaba rodeada de hombres que asumían que era estúpida, incompetente, o ambas cosas. Su camuflaje era excelente.

    Era algo que probablemente debíamos mantener en mente todo el tiempo.

    —Escucha, tienes que morderle, luego, cuando se alce, te convertirás en su leal compañera, su colega, su supersecretaria tranquila, y entonces estarás perfectamente posicionada para... para... ¿qué, Laura?
    —¿Quieres dejar de balbucear cosas que no tienes forma de saber?
    —¿De qué otro modo voy a doblegarla a mi voluntad?
    —Espera un momento —interrumpió Tina—. Cuando se alce, dado que parece claro que entendéis de vampiros, será una bestia sin raciocinio durante años, conducido sólo por el hambre y la necesidad. ¿Por qué me iba a convertir en la asistente de semejante bestia?
    —¡Porque emmm! —Cerré los dientes hacia los dedos de Laura como un bulldog cabreado—. No me agarres, y no me metas los dedos en la boca. Escucha, Tina, la cuestión es que sé todas estas cosas porque ya las has hecho. Te... te conozco... —¿Crearía una paradoja? Estaba bastante segura de que la respuesta era no, pero... no era sólo mi futuro el que estaba liando. Era también el de Sinclair—. Definitivamente sé...
    —¡Tu nombre completo! —animó Laura—. No nos habías visto nunca antes de esta noche, ¡verdad? ¿Así que cómo sabe la loca misteriosa tu nombre completo?
    —¿Oh, oh? —Tina me miró.

    Yo me giré hacia Laura, tan cabreada que sólo podía verla a través de una especie de neblina roja.

    —¿Me conoces en lo más mínimo? —siseé—. ¡Por supuesto que no sé su nombre completo! ¡Tengo suerte de recordar “Tina”!
    —Bueno —replicó Tina, nada impresionada.
    —Inténtalo —animó Laura—. Piensa. Ejercita ese diminuto cerebro.
    —Cuando esto acabe, voy a golpearte hasta la muerte. Veamos. Estamos en el pozo...
    —¿El qué?
    —Sí, ya sabes. Los vampiros me tiraron a un pozo. Luego Tina saltó dentro de él.
    —Eso no suena muy propio de mí.
    —Mira, yo no cuestioné tus motivos en aquel momento, así que no cuestiones tú los míos. Y... ella dijo... dijiste... que era lo menos que podías hacer. Y dado que yo estaba teniendo una especie de día de mierda, me figuré que tenías razón. Y... uh...
    —Sospecho que podrías estar mentalmente enferma.
    —No me hablarías así si el anticristo me dejara contarte quien soy —lloriqueé—. sólo... ¡conozco un nombre!

    Tina cruzó los brazos sobre el pecho y alzó una ceja cortés.

    —Y yo aquí pensando que no podrías hacerlo peor —observó Laura—, y aun así, cuan equivocada estaba.
    —¡Nostro! ¿Qué tal ese nombre?

    Mi plan semi-cutre funcionó; Tina parecía sorprendida y sus ojos estaban abiertos de par en par, como si la hubiera abofeteado.

    —¡Correcto! —cacareé—. ¡Hice que ese idiota mordiera el polvo! El tipo realmente hacía que tu vida apestara; yo acabé con su culo. Y lo hice con tu ayuda. —Me giré hacia mi hermana—. Ahí tienes, ¿ves? Sabe cosas, pero no lo suficiente para destruir su propio futuro, probablemente.
    —Sólo podrías saber ese nombre si estuvieras aliada con él, cosa —dijo, mirándome de arriba a abajo con toda la calidez de un inspector de aduanas sobreexplotado— que no creo. O si estás diciendo la verdad. Así que supongo que debo asumir que dices en serio lo que dices.
    —¡Correcto!
    —Así que el único hijo vivo de mis queridos amigos debe ser condenado a una existencia exánime.
    —¿Exánime? —Estaba claro que nunca se había acostado con un Sinclair no-muerto. Exánime no era la palabra que te venía a la cabeza—. No entiendes. Esto cambiará... —Vi a Laura sacudir la cabeza—. Muchísimo —terminé—. Cambiará muchísimo. Cambiará todo.

    Y por primera vez, entendí el asunto de la-reina-de-los-no-muertos. Porque yo lo había cambiado todo. No sola, por supuesto. Con la ayuda de toda la gente móvil de este cementerio (Michael no, pero asumí que ya estaba de vuelta en casa), le daría una patada en el culo a un dictador capullo, salvaría a los Demonios, derrotaría a varias formas del mal, mientras mantenía una residencia donde todos (todo tipo de) eran bienvenidos, casada con el amor de mi vida, convertida en madre (algo así), formando una alianza con setenta y cinco mil hombreslobo... ¿qué puedo decir? Habían sido un par de años ajetreados.

    —Genial. ¿Entonces lo harás? ¿Morderás a Sinclair?
    —¿Hay una razón por la que nunca te refieres a él por su nombre propio? ¿Lo has olvidado como has olvidado el mío?
    —No tenemos tiempo para tus preguntas selectivas e irritantes, Tina. Ahora ve a morder.
    —Primero tenemos que volver a encontrarlo —observó Laura—, porque mientras estabas convenciendo a Tina de que eres una amiga íntima que no sabe su nombre completo, tu chico se ha ido de paseo.

    Miramos. Maldije. Laura tenía razón: Sinclair se había largado.


    Capítulo 50


    No puede ser tan difícil seguirle la pista —opiné—. ¿Cuántos chicos de diecinueve años ahogados en la pena vagan alrededor de los años veinte por Hastings, Minnesota, en este mismo minuto?

    —Muy cierto. Así que crees que es el Hastings de 1920, ¿verdad?
    —No respondas a eso —dijo Laura rápidamente.
    —Jo, Laura. Oye, mira, ¿es Satanás esa de ahí? ¿En qué año estamos exactamente? —le susurré a Tina cuando Laura de veras... ¡chúpate esa! ... picó. Idiota.
    —Eres rara —observó Tina, manteniéndonos el paso mientras abandonábamos el cementerio—. Tú y tu hermana.
    —¿Cómo sabes que somos hermanas?
    —El parecido familiar es notable.
    —¿De veras? —Eso fue escalofriante como no lo había sido nada en toda esta loca desventura de viajes en el tiempo. ¡Laura estaba buena! Sería asombroso que yo también lo estuviera. Tener a la gente mirándola y luego mirándome a mí sería algo en plan “claro, se ve que la hermosura es cosa de familia”. Haría que tener al diablo de madrastra casi no apestara—. Bueno, Sinclair se fue por ahí.
    —Lo sé. Su olor es distintivo. Le conozco desde... hace algún tiempo.
    —Eso he oído... quiero decir, sé que los críos pensaban en ti como tía Tina. —No era el momento de mencionar que hacía unas cuantas horas (al menos en mi cabeza) habíamos visto al pequeño Sinclair y la pequeña Erin, y lo único que tenían en mente era lo gruñona que estaba su madre porque era Semana de Mudanza—. Debes ser una amiga muy allegada de la familia.
    —Conocía a su madre. —Larga pausa—. Y a su abuela.
    —Sí, apuesto a que eras muy amiga. De esas damas. —Enmendé—. ¿Y no notaban que no envejecías, o fingían creer que eras tu propia hija y nieta?
    —Mis amigos... a mis amigos no les importaba. Cuando mi abuela se mudó a Minnesota, la tatarabuela de Eric era su mejor amiga. Parece que los Sinclair siempre me han dado la bienvenida; parece que siempre haya estado en sus vidas. —Se produjo un largo silencio mientras las tres caminábamos juntas. Luego—: Sabían que yo era, um, diferente. Nunca hablaban de ello. Y... me concedieron el honor de ser la guardiana de sus hijos.
    —¿Así que ahora eres la guardiana legal de Sinclair? No. Espera. Es un adulto... apenas.
    —Él es... es lo más cercano que tendré nunca a un nieto propio.

    Prácticamente oí el click cuando una pregunta largamente incontestada recibió respuesta: ¿Por qué se había quedado Tina a su lado, tan leal, todos esos años? ¿Por qué nunca se habían liado? Tenían más en común que Sinclair y yo, y nadie lo sabía mejor que yo. (Francamente, siempre había considerado el interés de Sinclair por mí un auténtico misterio). ¿Y por qué se mantenía en la periferia del poder? ¿Por qué nunca había hecho un movimiento para coronarse ella misma?

    No es que la corona (por así decirlo, en realidad no había ninguna corona, hablando de publicidad engañosa), fuera tan genial. Pero un montón de gente parecía pensar que lo era.

    —Debes estar muy furiosa por lo que les ocurrió a tus amigos y a Erin —dijo Laura.
    —Furiosa. Sí, estoy furiosa —dijo con todo el calor de visto de amarillo—. Y él lo pagará y pagará.
    —Por lo que hemos oído, parecía un vampiro.
    —Sí. Eso es lo que parece. Pero no actuó solo. Y Erin Sinclair fue sólo la herramienta para llegar a un fin.

    Hmmm. Ésta siniestra y espeluznante Tina era algo nuevo. Por supuesto, ella y Sinclair tenían mucho en común. Los dos había perdido prácticamente a toda su familia en cuestión de horas.

    —¿Crees que tal vez fueran a por ti?
    —Ya antes he tenido tratos con esos hombres —replicó llanamente.
    —Vale. Entonces, convierte a Sinclair y él podrá ayudarte. Puede ser todo venganza, todo el tiempo. Puede ser Jungla de Cristal: Los primeros años.

    Laura resopló mientras Tina decía:

    —No te entiendo. Y esta es la segunda vez que haces referencia a que Eric sea capaz de ayudarme. Pero creo que hay una cosa que no entiendes sobre los vampiros.
    —¿Sólo una? —se burló el anticristo. Le enseñé el dedo cuando Tina no estaba mirando.
    —Eric será inútil para todos, incluyéndose a sí mismo, durante al menos cinco años tras su alzamiento. Los no-muertos recientes son salvajes. En lo único que piensan es en la sed. Lleva años tratar con tales cosas. Y semejante conocimiento es difícil de ganar.
    —Estás equivocada. —Por lo siguiente, yo lo recuerdo. Recuerdo estar en ese pozo asqueroso y oír a Tina explicar que algunos vampiros despiertan fuertes. Era muy raro, pero de vez en cuando, un vampiro se alzaba fuerte.

    De hecho, sólo había dos vampiros de los que hubiera oído hablar que volvieran a la vida fuertes.

    Mi marido, Eric Sinclair.

    Y yo.


    Capítulo 51


    PSSt.

    —¿Entonces, cómo te convertiste en vam...?
    —¡Pssst!

    Suspiré.

    —Perdona, pero mi hermana puede ser muy grosera y egoísta a veces. Es la cruz que debo soportar cuando no estoy viajando en el tiempo y salvando al mundo. Mundos, tal vez. Tal vez debería conseguir una placa por todas estas penurias de salvar el mundo.
    —¡Pssst!
    —Dos placas. ¿Qué? —Dejé que Tina se adelantara un par de pasos para que Laura y yo quedáramos caminando lado a lado—. ¿Qué pasa?
    —Creo que deberíamos irnos.
    —¿Por qué? —Estaba genuinamente sorprendida.
    —Lo arreglaste para que Tina le convirtiera. Si había una forma de destruir absolutamente el futuro... nuestro presente... te has asegurado de que volveremos a un cráter humeante donde solía estar la Gran Avenida. Es hora de marcharse.
    —Pero tengo que asegurarme de que se ocupan de él.
    —¿Por qué?
    —¿Por qué? —jadeé. Normalmente Laura no es tan obtusa—. Porque... ¡porque tengo que hacerlo! ¿A qué viene eso de por qué?
    —Sólo lo haces porque es él. Tu amor está nublando incluso más de lo normal tu habitualmente terrible visión a largo plazo.
    —No puedo volver dando alegres saltitos al infierno sin saber que él va a estar... uh... —Vale, probablemente no fuera la palabra correcta. Poner a tu amor tras el rastro de una fría venganza, soportando décadas de soledad y aislamiento hasta que cayeras de culo en su vida sonaba simplemente raro—. Mira, veo tu punto de vista, pero...
    —¡Shhhh! —siseó Laura, agarrándome la mano y tirando de mí fuera de la carretera polvorienta. ¡Lo sabía, lo sabía! Era inevitable acabar en una zanja esta noche.

    Estábamos acurrucadas fuera del camino de grava, agachadas o algo así en la zanja superficial, y pude ver a Tina alcanzar a Sinclair.

    —¿Qué está...?
    —¡Shhh! Y vamos, está claro que le está hablando.
    —... lamento profundamente.
    —Ahora eso no importa —dijo Sinclair, y me estremecí. Sonaba como un robot. Un robot increíblemente deprimido—. Se han ido. Ella se ha ido.
    —Eric, te lo prometo, se hará algo. Esos hombres no se saldrán...

    Sinclair se sobresaltó.

    —¿Hombres? Creía... creía que había sido violada... y que hubo un accidente...
    —Hay... hay más cosas en marcha aquí de las que tú conoces.
    —Explícamelas.
    —Eric...
    —Ahora mismo.

    Comencé a animarme. Ahora empezaba a sonar como el Sinclair al que me encantaba odiar. U odiaba amar. Sólo necesitaba una misión. Todas esas películas de justicieros no podían equivocarse.

    —Eric, no hay tiempo. Tengo que seguir su rastro esta noche. Sólo vine para los funerales. Pero no podía marcharme sin decir adiós.
    —¿Fue otro vampiro?

    Tina no habló durante un momento, y Laura y yo intercambiamos miradas. Pude ver que Laura estaba aturdida porque él hubiera salido con algo así. ¿Eres un vampiro? ¿Las historias sobre monstruos son ciertas? ¿Qué te pasó? ¿Y qué le pasó a mi familia?

    ¿Y cuánto de ello es culpa mía por no haber preguntado nunca nada?

    —Yo... sí. ¿Cómo lo sabes?

    Eric, embarcado en la última noche de su vida, comenzó a reír. Nunca le había oído reír así y esperaba no volver a oírlo nunca.

    —¿Que cómo lo sé? ¿Que cómo lo sé? Dios mío, mejor sería preguntar cuándo Erin y yo no lo sabíamos. ¿La mejor amiga de nuestra abuela? ¿Que siempre parece hermosa y astuta y nunca pierde el ingenio o su buena apariencia?
    —Muy buena pista —admití, y Laura asintió con la cabeza.
    —Una amiga que nunca parecía abandonar sus años adolescentes, que siempre parecía congeniar con los mayores con más facilidad que con la gente de su propia edad. Gente que parecía de su propia edad —calificó él.
    —Tú nunca...
    —Nuestra madre nos lo dijo, cuando empezamos a hacer preguntas. Antes de que fuéramos investido en el secreto de la familia Sinclair. Dijo que eras un ángel. Un ángel oscuro, enviado a protegernos y cuidar de nosotros. —Sus manos aletearon, y de repente estaba aferrando los hombros de Tina y gritándole en la cara—. ¡Un ángel!
    —Mintió, por supuesto —dijo Tina con calma, como si no estuviera siendo sacudida como una coctelera sobre un camino de grava de una pequeña ciudad en medio de ninguna parte en 1920 (probablemente)—. Mintió porque no podía reconciliar la verdad con su educación religiosa. No podía entender cómo un vampiro podía ser también una amiga de la familia. No podía entender cómo una criatura de oscuridad y sangre podía disfrutar de la compañía de granjeros, cómo podía cuidar de los niños e irse de vacaciones con vosotros. Cómo podía amaros.

    »Y en vez de cuestionarlo, creó un cuento de hadas conveniente, como había hecho su madre para ella, y la madre de ésta antes.

    —¿Entonces por qué no pudiste salvarlos? —gritó él, y su voz se rompió como la del adolescente que todavía era, aunque tener diecinueve en la década de los (tal vez) veinte era el equivalente a los treinta y cinco en el siglo veintiuno.
    —Porque soy un vampiro, no una diosa, y no somos infalibles. Al contrario, si acaso. Nuestros apetitos con frecuencia nos meten en problemas. Incluso nos conducen a nuestra destrucción. La única ventaja que supone nuestra condición es la liberación de la vejez para nuestros cuerpos, una sed interminable, una gran fuerza y velocidad. Son útiles muchas veces. Pero no son una promesa. No son ninguna garantía.
    —Entonces te vas. Tras los asesinos.
    —Sí.
    —Sola no. No dejaré un trabajo desagradable como éste a una mujer.

    Ahhh, ahí estaba el encantador machista al que frecuentemente fantaseaba con estrangular. Y no de una forma autoerótica.

    A su favor, hay que decir que Tina no estalló en galeradas de risa humillante.

    —Aprecio tu preocupación, querido mío. Pero ya antes me he visto involucrada en tareas desagradables, mucho antes de que nacieras.
    —Exactamente. Por eso vas a convertirme en uno de vosotros. —Sinclair tomó un profundo aliento—. Y a enseñarme. Todo. Me lo mostrarás todo. Y ellos pagarán. Pagarán y pagarán, y cuando haya acabado con ellos... entonces... tal vez haya algo más por lo que vivir aparte de la venganza y una muerte en vida.

    Hubo otro silencio corto, y podría haber jurado que Tina miró hacia nuestro seudoescondite en la zanja.

    —Sí, eso... parece ser lo que hay que hacer, ¿verdad? Eric, debes entender...
    —Venganza. Entiendo la venganza. Si me condeno a causa de ella, que así sea.

    De nuevo una mirada en nuestra dirección.

    —No estoy segura de que condenado sea... exactamente... la palabra apropiada.
    —Debemos irnos —susurró Laura—. No hay nada más que podamos fastidiar.
    —Aún no.
    —¿Por qué?

    No lo sabía. No podía averiguarlo yo misma, mucho menos explicárselo a Laura. No podía sacudirme la sensación de que sería un desastre personal marcharme justo ahora. Pero no... sabía... por qué.

    —Déjame contarte cómo será.

    Él hizo un gesto cortés.

    —Irrelevante. Nada se resiste a la venganza. Perder mi alma es lo de menos.

    ¡Sin embargo no lo harás!, casi grité. Sin alma no es como describiría a Sinclair. Se mostraba muy frío e indiferente, hasta que se quitaba los pantalones. Quiero decir que había llegado a conocerle.

    —El... acto en sí mismo no es placentero. Te cansarás. Dormirás. Y, como tengo intención de llevarme tu cuerpo, no tendrás que preocuparte por despertar en un ataúd a dos metros bajo tierra. No puedo decirte lo molesto que es eso —masculló Tina.

    Jesús. Podía imaginarlo. Estaba descubriendo más sobre Tina en una noche que en tres años.

    —Pero estarás... desorientado. Tú... podría llevar un tiempo... aprender... cómo ser fuerte...

    Salté sobre mis pies. ¡Fuerte! ¡Por eso estábamos aquí todavía!

    Me arrastré fuera de la zanja. Laura se abalanzó hacia mí pero, dado que yo estaba en modo vampiro super rápido, falló por un kilómetro (casi literalmente). Me movía tan eficientemente que Sinclair sólo empezaba a girarse hacia el jaleo que yo estaba haciendo. Y Tina, que podía haberme detenido, parecía congelada por la sorpresa, o tal vez por la incredulidad.

    Eric no se giró lo bastante rápido. Le acometí desde atrás, lo monté hasta hacerlo caer en la grava, y hundí mis caninos en su cuello.


    Capítulo 52


    ¿Qué haces?

    —¡Oh, Betsy! Esto es tan inapropiado —regañó el anticristo.

    El Eric adolescente también intentó protestar, probablemente, pero como estaba bocabajo sobre la grava no pude dilucidar qué estaba diciendo.

    No mentiré: ¿su sangre? Su sangre viva, eléctrica por la dieta saturada en grasas de los años veinte (probablemente). Increíble. Su sangre viva valía la pena el enorme grano en el culo que había sido nuestro viaje en el tiempo. Al menos, eso creía yo. Probablemente Laura no estaría de acuerdo.

    No te equivoques: siempre me ha gustado el sabor de Sinclair, con frecuencia pasamos días y días en los que sólo nos alimentamos el uno del otro. ¿Pero Sinclair vivo, jugoso de electrolitos y una saludable dieta del medioeste?

    Su sangre cantaba a carne asada, pato asado, galletas de mantequilla, cordero, pollo, huevos rellenos, ensalada de patatas, pavo, harina de avena, ternera, frijoles, jalea, pastel de migas, jamón, pan de jengibre, chuletas de cerdo, arroz con leche y oh, Dios mío, ¿qué es esto? El Sinclair adolescente estaba en una excelente forma, por todo ese trabajo de granja y siendo tan guapo y todo eso.

    Mecachis.

    Sinclair levantó la cabeza.

    —Uh, ¿señorita? Creo que debe haberse caído sobre mí por accidente.
    —Duérmete —le dije, sentándome. Luego chillé y empujé las manos hacia adelante para que su cabeza no se diera un porrazo bocabajo en la grava, sino sobre mis palmas. Probablemente debería habérseme ocurrido antes.
    —Vale —dije, levantando la mirada hacia Tina y Laura, que nos miraban como si hubieran visto a una mujer en la treintena molestando a un adolescente... oh. Huh. Ew—. Ahora puedes morderle.
    —Muy bien —dijo Tina cautelosamente—. No estoy del todo segura de cómo proceder. ¿Te ataco por cazar a un amigo, un chico en el que pienso como mi nieto?
    —¿Podrías dejar lo de “chico”? Es un hombre adulto. ¿Vale? No ha sido vulgar ni inapropiado. ¿Vale?
    —¿O debería morder al chico...?
    —¡Maldita sea!
    —¿... y enseñarle las costumbres de un muerto viviente?
    —Confía en mí, no ha sufrido ningún daño. Pero desde luego está KO. ¡Uff! Laura, voy a bajarle cuidadosamente la cabeza y luego a levantarme, así que si pudieras...
    —¡Espera! —Oí un diminuto tintineo, y Laura se inclinó y recogió algo mientras yo me ponía en pie tambaleante. La rica sangre deliciosa de Sinclair hacía que me diera vueltas la cabeza—. Esto cayó de su bolsillo.
    —¡Oh! —Me las arreglé para no arrebatarla de su garra, solo la cogí gentilmente—. No va a querer perder esto; es de Erin. Quiero decir, era de Erin. —Ofrecí la diminuta cruz en la cadena de oro a Tina. Sería mía, casi cien años a partir de ahora. Sinclair me la daría, su posesión más preciada, y él no sabría por qué me la daba.

    En ese momento, yo no lo sabría tampoco. Solo sabría que el vampiro capullo del que al parecer no podía librarme me estaba dando algo de gran, gran valor personal. Y cuando lo hizo, por primera vez fui capaz de verle como a una persona en vez de como a un grano en el culo.

    Tina retrocedió muy, muy lentamente.

    —Yo no puedo tocar eso. Pero tú puedes. —Se inclinó hacia delante y pareció examinarme—. ¡Eres un vampiro! Antes no pude verlo.
    —Probablemente te descubrió cuando saltaste sobre él y le agarraste como si fuera tu Chef-eez personal.
    —No eres muy atractiva cuando te pones así de sarcástica e irritable.
    —¿Quién eres? —preguntó Tina. Parecía tan intrigada como sobresaltada... tal vez incluso asustada. O sólo realmente alucinada.
    —Nadie importante —dije, robando cruelmente una frase de La Princesa Prometida—. Bueno, salgamos de aquí.
    —¡Oh, gracias a Dios! Ya he tenido suficiente de Hastings.
    —¿Qué tienes contra Hastings, Laura? Es una ciudad ribereña perfectamente agradable. Um, ahora. Porque no sé como de agradable será en el futuro ni nada. No tengo ni idea.
    —Palabras muy ciertas —masculló Laura.
    —Así que, buena suerte con todo. Con la conversión y el entrenamiento y tal.
    —Ah... gracias, señorita.

    Me arrodillé, metí el colgante de Erin de vuelta en el bolsillo de Sinclair, le aparté el cabello de la mejilla sucia, y lo besé.

    —Te veo en el futuro —susurré, y habría sido un momento asombroso y conmovedor, de no ser porque Laura me agarró del brazo y tiró de mí a lo largo del camino de grava, así que lo último que oyó Tina fue a la reina vampiro chillando como un cachorrillo apaleado.


    Capítulo 53


    ¡Oh, vamos! —No podía créelo. De vuelta en la sala de espera otra vez, y todavía ningún camino a la puerta delantera. O trasera. O lo que coño fuera—. No recuerdo a tu madre mencionando en Viaje en el Tiempo 101 que esto fuera a llevar, bueno, ¡los mejores años de mi vida!

    —Es cierto —dijo Laura, ya de pie delante de una nueva puerta que intentar. No parecía terriblemente ofendida, era molesto de ver. Parecía estar ganando confianza con cada hora que pasaba. Con cada puerta, más bien—. No lo mencionó. Pero se las guarda cerca del chaleco, ¿no lo dirías?
    —Lo diría.
    —Entonces, ¿lista?
    —Ugh, no. ¿Qué es lo siguiente? ¿Salvamos a Laura Ingalls de ser atacada por vampiros?
    —Sólo hay una forma de averiguarlo.
    —¿Sabes qué es raro?

    Ella había extendido la mano hacia un nuevo picaporte pero ahora me miró y sonrió ampliamente.

    —¿Tengo que escoger sólo una cosa?

    Yo le devolví la sonrisa. Sí, esto era peligroso. Sí, era molesto. Pero nunca había tenido oportunidad de pasar tanto tiempo con Laura, y encontraba la experiencia bastante guay.

    Vale. Para ser justos: nunca había buscado la oportunidad de pasar tanto tiempo con ella.

    —Ahí le has dado. Lo raro es que el pasado no apesta. Huele, no te equivoques, pero no mal. Me imaginaba que sin agua corriente o duchas regulares y tal, no habiendo sido inventado el ambientador, o el jabón antibacteriano, todo el mundo apestaría, pero no. Las cosas estaban polvorientas, ya sabes, pero no sucias ni asquerosas. Espera a que se lo cuente a mamá. —Mi madre era profesora universitaria especializada en la Guerra Civil. Bebería cada palabra pero sería demasiado cortés para decir en voz alta “¡Si al menos hubieras estado expuesta a la muerte y el peligro durante la batalla de Gettysburg!”.
    —No lo diría, pero lo pensaría —mascullé.
    —Fascinante. Entonces, ánimo y al tajo, hermana mía. Próxima parada, quién sabe. ¡Mira el pajarito!
    —¿Qué? ¡Maldita sea! —Me aferré el ojo ahora palpitante, el picaporte giró con facilidad bajo la mano de Laura, y estábamos de nuevo en marcha como Magellan y Columbus. O Abbott y Costello.


    Capítulo 54


    ¿En serio? ¿Todavía tienes que golpearme para moverte a través del tiempo? Asumo que todo esto es porque Dios me odia este mes.

    —Sí, Betsy. Todo gira en torno a ti.
    —Algunas veces sí —lloriqueé.
    —Y algunas veces no. Sea como sea, abofetearte por el bien mayor es un sacrificio que estoy dispuesta a hacer.
    —Sí, auténtica buena disposición, no creo que lo hayas notado. —Capté un vistazo de mi reflejo en la ventana. Afortunadamente, todavía era asombrosamente guapa—. Bueno, ¿qué fuego tenemos... que... apagar?

    Me interrumpí porque nos habíamos materializado junto a una casa en los suburbios. ¡Una casa moderna en unos suburbios modernos! ¡Con luces eléctricas y todo! De hecho...

    —¿Esta no es tu antigua casa? La que tenía termitas... ¡whoof!

    Jadeó porque yo la había levantado y le daba vueltas y vueltas.

    —¡Sí, sí, sí! Es mi morada plagada de bichos. Es la casa en la que vivía antes de que Jessica y yo nos mudáramos a la mansión. ¡Hemos vuelto! ¡Laura, hemos vuelto!
    —¿Pero por qué estamos en tu vieja casa? Aquí no pasó nunca nada.
    —Para nada, niña ignorante. —La bajé, pero podría haber bailado con ella y recorrer la manzana durante una hora y media—. Vivía aquí durante el debut de Ferragamo. Y no olvidemos la resaca del 2000; puag, creí que iba a vomitar el hígado y la seudoviolación del 2002, y digo seudo porque le di tal patada en las pelotas que se estaba estrangulando con ellas para cuando los polis aparecieron. Ahhhh... buenos tiempos.
    —¿Pero por qué estamos aquí? ¿Esto significa que hemos vuelto? Tal vez deberíamos coger un taxi de vuelta a la avenida Summit.
    —Supongo... espera.
    —No necesitamos un taxi —observó Laura, mirando al coche que aparcaba en lo que una vez fue mi entrada—. Porque aquí vienes tú con uno. ¿Crees que nos darías un paseo?
    —Oh...
    —Mierda —estuvo de acuerdo el anticristo, y luego ambas nos apartamos de la vista mientras yo salía de mi coche y me dirigía por mi caminito hacia la puerta principal.


    Capítulo 55


    ¡Estúpida! —Echaba humo mientras acechábamos detrás de mi vieja casa—. ¡Vi el maldito coche y ni siquiera se me ocurrió!

    —¿Qué? —Laura estaba agachada detrás de los ocho trillones de cebollinos que yo no había tenido intención de que crecieran... ¿sabes cuando plantas algo así como dos semillas de cebollinos, y tres años después tienes un acre lleno de mala hierba? Yo tampoco—. Guau, sí que huele a cebollas aquí atrás.
    —¡Nick Berry está aquí!
    —¿El poli? ¿El ex de Jessica...? —Laura se interrumpió, y no la culpé. El asunto con Nick era algo respecto lo que todos nos sentíamos mal. Y del que yo estaba profundamente avergonzada.
    —Sí, el ex de Jessica, al que mordí, y luego le jodí, y Sinclair lo “arregló” violándole la mente. ¡De lo cual nunca se recuperó, y cuanto más recordaba, más pesadillas tenía y más se asustaba hasta que hizo elegir a Jessica, cosa que nunca habría hecho si no nos hubiéramos metido con él en primer lugar, y él perdió y rompieron!
    —¡Shhhhhh!
    —¡Shhh tú! ¡Está ahí ahora mismo! —dije, aplastando la urgencia de sacudirla hasta que se le cayeran los dientes—. Y estúpida, recién alzada y hambrienta de mí voy a caer sobre él como si el pobre fuera una trufa Godiva de metro ochenta.
    —Ooooh, no digas eso. ¿Comprendes que no hemos comido en todo este tiempo?
    —Pero no esta vez, malvada secuaz. Esta vez no voy a permitirme a mí misma la oportunidad de morder al pobre tipo.
    —En realidad, creo que tú eres mi secuaz...
    —Vamos a arreglarlo —dije, y Laura debió ver algo en mi cara que no le gustó (o estaba teniendo retortijones de hambre), porque al momento empezó a sacudir la cabeza.
    —Vale. Tienes que entretenerme... a la yo más joven y tonta... y mientras lo haces, yo voy a agarrar a Nick y sacarlo a toda prisa de la casa infernal de los suburbios.
    —¡No, Betsy, no puedes!
    —Mírame —dije, con una especie de tono acerado, como Ellen Ripley diciendo a una reina alien “apártate de ella, puta”, ¡oooooh, sí! Eso sería...—. ¡Ay, no pellizques! —¿Ellen Ripley había lloriqueado alguna vez? Estaba bastante segura de que no... aunque si alguien se había ganado el derecho...
    —Escucha, accedí a salvar a esa tía de Salem. Y ayudar a Tina a ayudar a Sinclair. ¡Pero te estás enredando con cosas muy serias! ¡Sólo porque no hemos notado... consecuencias... aún... eso no significa que no haya ninguna! No puedes hacer esto. No te ayudaré... intentaré... intentaré detenerte. —El anticristo parecía asustada pero decidida—. Simplemente no puedo permitir que embrolles con el flujo temporal. ¿Quién sabe los daños que hemos causado ya? También es culpa mía, por no plantarme. Tal vez es eso lo que mi madre quería que aprendiera. Pero esta vez no, Betsy.
    —Laura, no hay tiempo, y no puedes detenerme, pero piensa en esto mientras entretienes a la otra yo: ya somos el producto de un flujo temporal embrollado, y una vez me ayudes con esto, lo probaré. Ahora entretenme; o entretén a la otra yo, pero sea como sea, mantente fuera de mi camino.

    Puede que ella fuera el anticristo, pero todavía era, al final del día, una humana, y no era rival para la fuerza del vampiro.

    Creo que ella lo comprendió también, o no estaba dispuesta a acabar a puñetazos conmigo. Porque cuando rodeé la casa agachada, dirigiéndome hacia el patio trasero, no intentó detenerme. De hecho, fue por el otro lado. Hacia la puerta principal.

    Hacia la otra yo.


    Capítulo 56


    Corrí por la parte de atrás, levanté la tomatera muerta (aparte de cebollinos y dientes de león, nada crecía nunca en mi viejo patio), rebusqué entre la tierra de la maceta, y encontré la llave de repuesto.

    No es que la necesitara; estaba tan nerviosa que podría haber arrancado la puerta de los goznes. Pero no hacía falta montar un estropicio. Si la otra yo no lo notaba, seguramente el Detective Nick lo haría.

    Me permití a mí misma entrar... ¿nunca has reparado en lo difícil que es darse prisa y estar callada? Sí. Yo tenía la ventaja de ser mucho, mucho más fuerte y rápida de lo que Nick esperaría, pero aún así. Tendría que pasar un montón de mierda si iba a arreglar uno de mis peores errores postmuerte. Y una terrible cantidad de cosas podían salir mal. ¡Debería ser martes!

    Entré lentamente en mi vieja cocina, y me vi enormemente ayudada por mi hermana, que había prendido fuego a una manada de leopardos. Al menos dado el escándalo que provenía de mi garaje, ya que era así como sonaba.

    —¿Qué demonios? —El Detective Nick salió a toda prisa del baño, donde pude oír el agua del inodoro corriendo... ¡muy bonito! Habíamos sido amigables a estas alturas, no amigos, pero aún así... ¿nunca has oído hablar de las órdenes de registro, Ponch?

    Recordé lo que él había dicho cuando le pregunté eso mismo exactamente.

    —No la necesitaba, dado que estabas muerta.

    Nota para mí misma: una vez muerta, los derechos civiles salen volando por la ventana.

    —¡Bueno, mira quién está aquí!

    Nick se sobresaltó, sacó su arma, luego comprendió que la propietaria legítima de la casa en la que estaba, sin orden de registro, estaba en casa, y se relajó.

    —Jesús, Betsy, me has dado un susto de muerte.

    Colega, no tienes ni idea de lo aterrador que podría llegar a ser este encuentro.

    —¿Sí? ¿Qué pasa?
    —¿Qué pasa? Estás muerta, Betsy. Solo que según Jessica, vas caminando por ahí.
    —¿Una broma pesada? —sugerí.
    —¿No sé cuántas leyes has quebrantado?
    —Hoy producto de un divorcio. Ten piedad. —Podía oír a Laura golpeando cosas en el garaje, presumiblemente la otra yo estaba ocupándose del estropicio—. Estoy bien, vete.
    —Para tu información —comenzó, ignorando mi gemido—. No creí a Jessica, pero le prometí que lo comprobaría. ¡Y aquí estás! Tienes mucho valor para caminar por ahí estando muerta.
    —Dímelo a mí.
    —Sé que las cosas no han sido fáciles desde tu asalto, pero Betsy, sencillamente no puedes salir con mierdas así.

    Ah, el asalto. Esos habrían sido los Demonios, vampiros feroces que saltaron sobre mí cuando salía del Kahn's Mongolian Barbecue (todo lo que puedas comer por 14,99$). Mi aliento a ajo les asustó (no estoy bromeando). Pero yo no sabía en ese momento que me habían infectado con el virus vampírico. Así que cuando fui atropellada por un Pontiac Aztek, no me quedé muerta.

    Informé del asalto como una buena ciudadana, y el Detective Nick había tomado nota de mi declaración. Habíamos permanecido en contacto... amigablemente, como he dicho. No amigos.

    —No sé qué pasó —mentí, improvisando rápidamente—. Creo que fue algún tipo de broma pesada de mi madrastra.
    —Tras haberla conocido en el funeral —masculló él—, puedo creérmelo.
    —Pero estoy bien, todo el mundo está bien, ahora lárgate. —Lo agarré por la corbata y comencé a arrastrarlo hacia mi puerta trasera—. Gracias por comprobar que estoy bien. Bueno, um, ¿por qué no le pides salir a Jessica?
    —¿Eh? —Parecía estar teniendo problemas para mantener el ritmo de la conversación, el pobre, pobre hombre. Me quedaba totalmente sin palabras al pensar en lo estresante que estaba siendo esta semana. Para él—. Ah, de ningún modo.
    —¿Por qué? No estás interesado en mí. —Y nunca lo estuvo, hasta que bebí su sangre la noche en que volví. Y no había sido a mí a quien deseaba. Pero mi mojo no-muerto le había engañado bien—. Y ella te gusta.

    Sonrió ampliamente. Era tan mono... de mi altura, con un cabello brutalmente corto y ojos azules. Constitución de nadador, y esos hombros... y si no estuviera muerta, o casada, lo habría intentado con él. Pero lo estaba. ¡Y lo estaba!

    —¿Eso crees?

    Sí, me pasó una nota en la sala de estudio.

    —Claro. Definitivamente deberías pedirle salir.
    —Ah, no. Ella es...
    —¿Rica?
    —No. Quiero decir, lo es, pero yo también.
    —¿Lo eres? —Eso explicaría los trajes realmente buenos que vestía. Y también el BMW. Yo simplemente había asumido que era un poli corrupto.
    —Sí, es una herencia... pero ella cena en el Oceanaire seguido por una noche en The Grand, mientras yo juego a los bolos en Burnsville seguido por un desayuno de madrugada en Perkins.
    —Sí, sí. —Yo tenía la mano entre sus hombros y lo empujaba firmemente por la puerta trasera. Podía oír pasos en el porche delantero. Este no era lugar para demorarse, para ninguno de los dos—. Ve a preguntarle. Gracias por pasarte. Todo está super. Adiós.
    —¿Crees que debería llevarle flores? —preguntó antes de que yo le pusiera una mano en la cara y lo empujara por la puerta.
    —Tulipanes —siseé, permití que se me escapara. Nick se fue directamente; yo cerré la puerta y me esfumé.

    Laura llegó por el lado más alejado del garaje, con una mano en el costado del cuello.

    —Te entretuve —jadeó, ondeando una mano—. Pero estabas... realmente... hambrienta.

    La cogí mientras caía.


    Capítulo 57


    ¡Oh, Dios mío!

    —¿Has podido... sacar... a Nick?

    Apreté una mano sobre el costado del cuello de Laura, ignorando su aullido amortiguado.

    —¡Jesús, estás sangrando de verdad!
    —Bueno... estabas... realmente... hambrienta.

    Podía sentir su sangre goteando contra mi palma y, para mi vergüenza, sentí brotar los colmillos.

    —¡Lo ziento mucho!

    Laura soltó una risita.

    —Me matas cuando haces eso. ¡La otra tú lo hizo también!
    —Laura, no zé que dezir. —Casi estaba llorando de remordimiento y mortificación. Había salvado a Nick... y a cambio había conseguido que asaltaran a mi hermana. ¡Oh, bien hecho, Reina Vampiro! Próxima parada: Armagedón.

    Levanté a Laura en brazos y la llevé hasta la parte delantera del garaje como un mozo sucio y no-muerto.

    —No pasa nada. Ya no estás aquí fuera. Estás dentro. Creo... durmiendo.
    —Bien —dije cortante. Probablemente ir a buscarme a mí misma y luego darme una paliza era una idea terrible, pero, oh, chico, me sentía tentada.

    La bajé y golpeé el puño contra la ventanilla del acompañante, abrí el cerrojo, y dejé a Laura apresuradamente en el asiento delantero. Luego me escurrí alrededor del coche y recordé tardíamente que guardaba una llave de repuesto en una diminuta caja magnética bajo el guardabarros delantero izquierdo. La cogí, salté al asiento delantero, y arranqué el coche. Era abril, en Minnesota. Así que encendí la calefacción.

    —No puedes robar un coche —dijo Laura, incorporándose bruscamente—. ¡Ay! ¿Por qué no recordaste la llave de repuesto antes de romper mi ventana?

    Me animé al instante. Incluso mejor, mis colmillos estaban bajando.

    —Suenas mucho mejor.
    —Sí, todo el asunto fue una especie de... raro hipnotismo. Hay algo realmente impactante en ti, Betsy. Quiero decir, parpadeé y al momento estaba sangrando y habían pasado casi diez minutos.
    —Lo sieeeeento.
    —Lo sé. —Me palmeó la rodilla, lo cual fue una mejora comparado con la espada infernal atravesándome la rodilla—. Y funcionó, ¿verdad? ¿Valió la pena?

    No respondí. El plan no había sido cambiar la víctima de mi asalto.

    —¿La estúpida y ávida yo te vio la cara?
    —No. Así que cuando me conozcas un año más tarde o así, no tendrás un déjà vu, estoy bastante segura. —Miró por el parabrisas y sacudió la cabeza desaprobadora—. No puedo creer que robes un coche.
    —¡Es mi coche!
    —¿Pero qué vas a pensar cuando te levantes mañana por la noche y tu coche no esté?
    —Tendré que preocuparme por ello entonces. O hace tres años. Lo que sea.

    Laura sacudió la cabeza con desaprobación

    —Estoy haciendo una lista, Betsy. Robo de coche a gran escala, allanamiento y entrada...
    —¡Es mi coche!
    —... a la fuerza e irrumpir en una casa...
    —¡Es mi casa! Y no rompí, ni allané; tenía una llave.
    —Asalto... espera. ¿Lo que hizo la otra tú cuenta como asalto? —Ondeó una mano—. Lo que sea, sólo llevamos aquí veinte minutos y ya nos hemos ganado alrededor de veinte años en Stillwater. Si es que encarcelan mujeres allí. ¿Y por qué vamos en coche?
    —¿De qué estás hablando? Tenía que alejarte de allí.
    —Sí, ¿pero por qué en coche? Hiciste lo que querías, salvaste a Nick. Así que volvamos al infierno.

    Apreté los frenos y pensé en ello.

    —No me puedo creer que esto esté a punto de salir por mi boca, pero volver al infierno me parece una gran idea.

    Así que fuimos.


    Capítulo 58


    Déjame verte otra vez el cuello.

    —Cluck-cluck —se burló el anticristo. Luego sonrió, y recordé que cuando no quería abofetearla, creía que era bastante terrorífica. Desde luego había estado bastante asombrosa durante el viaje. Viajes. La mayoría de la gente estaría babeando en la esquina, no perfeccionando el cruce correcto—. De verdad, está bien. Vamos, deja de machacarte.
    —Ese es mi trabajo —dijimos al unísono—. Ugh, no me lo recuerdes —continué—. Pero, ¿soy yo o no has tenido que golpearme tan fuerte esta vez? —Me froté la nariz, que había dejado de latir casi inmediatamente.
    —Oh, definitivamente me estoy acostumbrando —replicó alegremente—. No querría tener que garantizar un viaje si dependieran vidas de ello, pero sí, creo que le estoy pillando el tranquillo.
    —Aterrador. Tal vez tu madre nos deje salir una vez decida que has aprendido lo que tienes que aprender.
    —¿Así que asumes que no estamos de vuelta en nuestro tiempo?
    —Demonios, no. No después del último viaje. No me creeré que estoy donde suponemos hasta que vea una copia del Tribune con la fecha correcta.

    Laura asintió con la cabeza.

    —Dos de noviembre. A menos que el tiempo pase en nuestro tiempo mientras nosotras andamos de correrías, en cuyo caso podría ser el día tres o incluso el cuatro.
    —Saltarse el mes de noviembre entero no sería lo peor que podría ocurrir. ¿Te he contado cuánto...?
    —Odio noviembre, sí, sí, tus extraños prejuicios son interminablemente extraños. Lo cual me recuerda que has dicho que probarás que ya somos el producto de un flujo temporal embrollado.

    Eché un rápido vistazo alrededor. No estaba del todo segura de dónde estábamos... otro maldito cementerio espeluznante, pero las farolas eléctricas me aseguraban que estábamos más cerca del tiempo correcto. No veía ninguna cara familiar... la calle a ambos lados estaba desierta de gente... aunque había docenas y docenas de coches aparcados.

    Punto para mí: al parecer teníamos un par de minutos para hablar, y me alegraría aprovecharlos a fondo.

    —Sí, lo somos. He pensado mucho en esto, cuando no estaba intentando sanarme hemorragias nasales infringidas por mi hermana.
    —¡Ni lo menciones! —gritó ella, señalándose el cuello.
    —Esa no fui yo... espera. Supongo que lo fui. Escucha: ¡Tina habría abandonado la ciudad sin morder a Sinclair si no la hubiéramos detenido! Estaba. Abandonando. La. Ciudad. Tuvimos que convencerla.
    —Somos buenas con las palabras —masculló.
    —Ahora pensemos en la Tina que ya conocemos. Nunca cuestionó que yo fuera la reina, seamos honestas, la misma idea era tan estúpida que casi resulta divertida. No me conocía... no nos habían presentado cuando saltó a ese pozo para ayudarme.
    —Esa es una historia que no he oído aún.
    —Sí, luego. Quedo un poco rastrera y cobarde en ella. Escucha: Siempre he pensado que Tina era superagradable y leal, pero nunca me pregunté por qué. Nunca me pregunté a mí misma un montón de cosas.

    Laura me tocó amablemente el codo.

    —No es como si estuvieras todo el día tendida mordisqueando bombones. En realidad no has tenido tiempo de...
    —Eso es muy amable, Laura, y también una auténtica chorrada. Nunca me tomé tiempo. Es lo que hay. Pero volviendo a Tina... ella me contó que Sinclair se alzó fuerte pero nunca me explicó por qué. Ahora sabemos por qué: porque yo le mordí primero. Porque la largamente profetizada reina le tuvo antes que Tina. Pero él nunca me vio la cara.

    “Escucha: Tina me ha sido devota desde el segundo en que saltó al Pozo Lastimoso. Y Sinclair siempre supo que yo era la reina, siempre supo que terminaría conmigo. ¿Por qué? Porque yo se lo dije, porque estamos viviendo en un flujo temporal que yo ya había jodido.

    Laura me miraba fijamente.

    —Nunca has sido más lógica.
    —Bueno, gracias. —Resistí la urgencia de arrastrar un dedo del pie por el polvo y hacer lo del “no es para tanto”.
    —Ni espeluznante.
    —Lo siento. —Me encogí de hombros—. ¿Pero ves? Dije que lo probaría.
    —Claro, y me has convencido. ¿Pero qué significa todo eso? ¿Por qué crees...? Uh-oh. Conozco esa mirada.

    La cogí por el codo y la empujé amablemente hacia atrás. Entramos en el cementerio propiamente dicho, acechando junto a enormes lápidas de mármol... ¡casi metro ochenta de alto! Podríamos haber ocultado un desfile allí atrás. Algún muerto estaba forrado, o su familia.

    —Espera —Sinclair.
    —¿Qué pasa? —Yo. Alrededor de una semana después de no morder a Nick, según la nueva línea temporal—. Tengo que irme; ya he desperdiciado bastante tiempo en ese agujero.
    —Es mi primer encuentro con Sinclair —susurré a Laura—. Va a ponerse borde, y yo voy a lanzarle contra una gran cruz de piedra, luego me voy corriendo a salvar a Marc de suicidarse y luego Sinclair me sigue a una cafetería, donde Marc se colará al instante por él.
    —Entonces, la historia se repite —susurró Laura en respuesta, y rió disimuladamente.

    Podía oírme a mí misma quejándome con voz chillona. Supongo que era interesante ver esas cosas desde la perspectiva de... bueno, desde la mía, solo que tres años más vieja. Pero sin volver a la ansiedad y el miedo que sentí cuando desperté en la funeraria y comprendí que las cosas nunca, nunca serían igual.

    Recuperé la pura incredulidad de comprender que todo tipo de gente muerta iba por ahí deseándome muerta (permanentemente) sin ninguna razón en absoluto. Estaba acostumbrada a no gustar por ser chillona o irritante o por haber golpeado a alguien por un par de los últimos Manolos. El no gustar porque la gente decidía que era demasiado peligrosa para que me dejaran en paz era algo nuevo y terrorífico.

    —Me pregunto —la voz de mi marido me alcanzó y me estremecí. No podía esperar a volver a mi propio tiempo... tenía algunas disculpas que ofrecer. Y quería que él me hablara de Erin. De sus padres. Qué había adorado y qué no le gustaba. Las cosas que lo ponían como loco. Los mejores recuerdos. Los peores recuerdos. Cosas de familia. Porque ¿qué éramos ahora sino una familia?—. ¿Me pregunto cómo lo sabrás?

    Me estremecí de nuevo porque sentía como si me hubiera susurrado justo entre las piernas. ¿Cómo me había resistido al muy capullo durante tanto tiempo? Alimentando el cabreo que me había mantenido fuera de su cama un buen rato. Todos esos orgasmos potenciales, desperdiciados. Como polvo al viento...

    —Bazta. Por última vez, ¡déjame en paz!

    ¡Al fin! Mi rabieta.

    Se produjo una explosión amortiguada cuando Sinclair salió volando y aterrizó contra la cruz de piedra. Laura silbó, observando la escena de rodillas.

    —¡Oh, Dios mío! ¡Eres aterradora!
    —Una mala noche —refunfuñé.
    —¡Ohhhh! Está inconsciente. Va a ponerse como loco contigo cuando despierte.
    —Sí, lo sé. —Me estaba rezagando junto a la enorme lápida que ella y yo habíamos utilizado como cuartel general temporal—. Ojalá se despertara ya. Una vez salga de aquí, lo haremos nosotras. Menos mal que...
    —¡Se levanta! —interrumpió Laura, asomada a la piedra—. ¡Guau, vosotros los vampiros os recuperáis muy rápidamente! Cualquier otro tendría una contusión. Y la espina dorsal hecha trizas. Y... uh. ¿Eso está bien?
    —¿Qué? —me asomé.

    Sinclair estaba totalmente de pie y salía a zancadas del cementerio.

    Pero iba en la dirección equivocada.


    Capítulo 59


    ¡No intentes detenerme! ¿No lo ves? A menos que interfiera nunca irá tras de mí. ¡Nunca estará por ahí y me engañará para que le convierta en rey y me acueste con él bocabajo en la parte honda de una piscina! ¡Y si no hacemos eso, nunca nos enamoraremos y nunca reinaremos juntos sobre los no-muertos como buenos tipos y no como capullos como Nostro! ¡Así que suéltame para poder decirle que sea una peste enorme!

    —Lo sé. Bueno, no todas esas... cosas... —Comprendí que Laura, lejos de estar intentando detenerme, estaba en realidad empujándome en la dirección que había tomado Sinclair—. Así que vete. ¡Vete!
    —Oh. —Necesité un segundo para recuperar el equilibrio, física y mentalmente. Había esperado que surgiera una pelea, así que tuve que repensar mi estrategia—. ¡Vale! Quédate aquí. Volveré tan rápido como pueda.

    Y me fui corriendo en la dirección en que se había marchado Sinclair.

    No llevó mucho alcanzarle; había tomado el atajo largo a través del cementerio y estaba a punto de hacer el salto del Hombre-de-los-seis-millones-de-dólares sobre la valla y hasta la calle cuando le agarré del hombro y le di la vuelta.

    —Ah, sabía que no serías capaz de... ¿eh?
    —Lamento mucho, mucho lo de Erin y tus padres —lloré. Mis manos habían resbalado y colgaban de las mangas de su abrigo de invierno color madera oscura mientras él parpadeaba hacia mí con asombro—. Parecía realmente agradable cuando tenía cinco años. Creo que tenía cinco.
    —Llevas ropa diferente. Ropa sucia —observó—. ¿Y cómo has conseguido rodear todo el cementerio?
    —¡No lo he hecho! Así que tienes que ir tras de mí. Escucha. Tienes que seguirme a la cafetería después de que impida que Marc se suicide. Tienes que ser tan molesto como puedas, todo el tiempo, hasta que me engañes para que me acueste contigo en la piscina de Nostro.
    —Pero ¿y si yo tengo otros planes? —preguntó amablemente, todavía mirándome de arriba a abajo.
    —No es momento para tu extraño sentido del humor, Sin Clara —exclamé—. Si quieres pasar los próximos cinco mil años reinando a mi lado, me escucharás ahora.
    —Sería una pena dejar que semejante oportunidad se deslizara entre mis dedos.
    —¡Ese es el espíritu! Sé así, sé muy así. Venga, ve a por mí y sé totalmente tenaz e irritante, e ignora todas las veces que voy a decirte que te vayas a paseo y te tires de un muelle, y te llame capullo. Oh, y zapatos. Tendrás que sobornarme con zapatos. Y sé un enorme grano en mi culo hasta que comprenda que estoy enamorada de ti. —Sacudí las mangas de su abrigo—. ¿Me estás prestando atención?
    —Oh, sí.

    Las palabras eran correctas, pero el tono (medianamente condescendiente) y la expresión (medianamente interesada) eran totalmente equivocados.

    —¡Dios! —maldije, y cuando él se sobresaltó, recordé. Nuestra pelea. Nuestra estúpida pelea. Y las cosas que yo podía hacer y él no. Que ningún otro vampiro podía.
    —¡Mira! —dije, y me abrí la camisa de par en par.
    —Realmente excepcional —comentó.
    —Más arriba, imbécil. Eso es, como a tres centímetros por encima del canalillo.

    Miró, y la expresión apenas interesada abandonó su cara como si la hubiera eliminado de una bofetada. Lo que en cierto modo había hecho. Por supuesto yo llevaba la cruz de oro de Erin Sinclair. Lo significaba todo para mí; sólo me la quitaba cuando hacíamos el amor.

    —Es de mi hermana... pero tú eres una...
    —¡Ha visto la luz! ¡Aleluya!
    —¿Cómo...? —Me miró fijamente—. Es... todo cierto, entonces. Todo lo que balbuceaste en un quejido penetrante mientras ensuciabas mi abrigo.
    —¡Balbucear! Capullo. ¡Quiero decir, sí! Así que tienes que mover los pies fuera del cementerio e ir a mi encuentro en la cafetería. Probablemente ya he salvado a Marc —pensé en voz alta—. Y él y yo nos dirigimos a por un tentempié.
    —¿Esa es tu práctica habitual tras salvar una vida? ¿Café y pastel?
    —Odio el café, ¿y por qué no debería permitirme una coca-cola helada tras convencer a un saltador de que baje de un tejado la semana en que vuelvo de la muerte? Además, casi suicidarse le abrió a Marc el apetito. De un muffin, creo. Puede que fuera un bagel; en realidad no estaba prestando atención. Así que hay tiempo para que me encuentres. Justo.
    —¿Pero y si yo no deseo ser tu rey?
    —Por favor. —Puse los ojos en blanco—. Uno, amas el poder. Dos, me amas a mí. O lo harás. Porque aunque puede que necesite una ducha, ni siquiera unos leggings sucios pueden disimular mi atractivo esencial.
    —Touché, querida mía —rió, lo cual fue chocante en un cementerio oscuro y espeluznante, pero también algo así como agradable—. Parece que me conoces bastante bien. Y es bueno tener la seguridad de tu atractivo esencial.
    —Sí, menuda suerte tienes. Y qué suerte tengo yo. Así que vete ya. —Hice movimientos como para espantarle—. Vete. Ve a seducirme. Ya sabes, al final.
    —Esta es la conversación más rara que he tenido nunca —comentó.
    —Desearía poder decir lo mismo.
    —¿Me tomo el que desees que haga esas cosas como que disfrutas estando conmigo?
    —¡Estoy enamorada de ti, idiota! Te amo. Imbécil. Aunque seas arrogante. Y lento para aceptar directrices. Y tienes que salirte con la tuya, como... todo el rato. Y posees más granjas que ningún hombre que haya conocido nunca. Y tienes ideas extremadamente raras sobre los esposos en el lugar de trabajo. Además, cuelgas toda tu ropa en perchas de madera. Es como vivir con Joan Crawford. “¡Nada de perchas de alambre, nunca!”. Y tienes otra manía rara sobre comprar fruta fuera de temporada.
    —Simplemente no puedes hacerlo —dijo él, abrumado—. El sabor... ¡atroz!
    —Punto para mí, Farmer Brown. ¡Lo que digo es que eres un enorme grano en mi culo y estamos enamorados y morir valió la pena porque de otro modo nunca te hubiera conocido, así que ve a buscarme y seducirme ya!
    —Aún no casado pero ya mangoneado —comentó. Sus dedos largos estaban en mi camisa de botones, me la estaba abotonando solícitamente. Supongo que tenía miedo de que me constipara. Puedes apartar al cortés chico del medioeste de la granja, pero no puedes apartar la granja del chico, o como fuera que dijera el viejo dicho—. Aún así, las alegrías del matrimonio probablemente compensarán tus dulces tonterías estridentes.

    Luego me besó. Momento en el cual yo, que nunca fui candidata a Mensa en el mejor de mis días, comprendí que me había estado abotonando la camisa para cubrir la cruz y poder así morrearme sin ganarse una quemadura de tercer grado.

    Supongo que debería haber intentado darle una patada en sus gónadas no-muertas, una especie de mensaje no-soy-ese-tipo-de-vampiro, pero ¿a quién estaba engañando? Estaba caliente y echaba de menos a mi marido, estaba enamorada y estábamos casados. Algo así. En otras palabras: era ése tipo de vampiros. Además, de todas las cosas sobre Sinclair que estaban bien, sus besos probablemente fueran lo mejor.

    Así que me aferré a él en vez de darle una patada, y le devolví el beso en vez de darle un severo sermón sobre, no sé, ¿la abstinencia?

    Su boca estaba inclinada sobre la mía, sus brazos a mi alrededor, yo necesitaba un champú de mala manera, y ¿a quién le importaba?

    Entonces se me ocurrió. Estaba ayudando a mi marido a engañarme... ¡conmigo!

    Me liberé a mí misma con dificultad... habría sido más fácil forcejear para liberarme de Laffy Taffey. Afortunadamente Sinclair pareció inclinado a dejarme ir, o habría llevado mucho más tiempo.

    —Bueno. Vete ya. —Agité las manos hacia él—. Ponte con la seducción para que nos enamoremos. ¡Zape!
    —Sí, parece sensato —dijo él, que sonaba aturdido—. Me pondré a ello ya mismo. Sabes, hay algo en ti. Tal vez el gel de baño sabor a fresa.

    Demonios. ¿Podía olerlo bajo mis estratos de mugre? ¡Menudo semental!

    Entonces se marchó... en la dirección correcta esta vez.


    Capítulo 60


    Corrí rápida y ligera hacia el escondite de mi hermana.

    —¡Funcionó! ¡Va a hacer mi vida un infierno hasta que me enamore de él!
    —Lo sé. Fue asqueroso.
    —¿Mirabas a hurtadillas? Pervertida.
    —Tenía que asegurarme de que lo tenías todo bajo control —refunfuñó—. ¿Y si hubiera echado espuma por la boca, ladrado como un loco e intentado matarte?
    —Le habría pateado el culo.
    —¡Ja!
    —Hasta que él decidiera contraatacar, en ese punto habrías tenido que rescatarme.
    —Ahí tienes.
    —¿Sabes lo que significa esto?
    —¿Vas a ponerte más arrogante de lo normal?
    —¡Demonios, sí! ¡Lo hemos hecho todo! ¡El siguiente salto será el que nos lleve a casa! Maldita sea.
    —¿Qué?
    —Finalmente me he sacado lo del Salto Cuántico de encima. ¿Y por qué estamos todavía acurrucadas aquí atrás? Vamos.

    La cogí por la muñeca y tiré de ella fuera de la cobertura de la gran lápida brillante.

    —Saca la espada infernal y córtanos una puerta de vuelta a casa.
    —¿Estás segura de que has acabado? ¿No quieres liar tu propio pasado un poco más? Cuando mi madre dijo que me vería arrastrada a tu historia, no comprendí que significaba que aprovecharías la oportunidad para darle la vuelta a todo.
    —Sí, nunca pensé que diría esto, pero le debo un favor a Satanás. He arreglado las cosas de forma que sucederán como se supone que deben. Y deshecho el morder a Nick y arruinar su vida amorosa. Pero Laura, no sabía que caería sobre ti. No habría deseado morderte.
    —Está bien. Tenía que saber cómo era.

    Vale, eso era raro.

    —¿Por qué demonios tenías que saber eso?

    Se encogió de hombros, extendió la mano hacia su cintura... y ya estaba sosteniendo su espada.

    —Conoce a tu enemigo y tal. —Luego me guiñó un ojo—. No es que seas mi enemiga.
    —No, por supuesto que no.

    No me gustaba ese guiño.

    En absoluto.

    —¡Si deshicimos lo del mordisco de Nick, tal vez podamos deshacer la muerte de Antonia y Garrett!
    —No.
    —Sí, sería... ¿qué?

    Habíamos vuelto detrás de la tumba; probablemente Laura no quería arriesgarse a que alguien nos viera cuando cortara un umbral de la nada.

    —No, Betsy. Eso no puedes deshacerlo, y no deberías intentarlo. Y si lo intentaras, yo intentaría detenerte.

    Casi me reí, luego recordé que mi puritana y religiosa medio hermana era, ¿cuál era la frase? Oh, sí. El engendro del demonio. Probablemente fuera una idea excepcionalmente mala reírse. Nunca.

    —¿Pero por qué? Vamos, Laura, tú eres una de las mayores blandengues que he conocido nunca, cuando no estás rebanando vampiros y asesinos en serie.

    Se puso colorada.

    —Gracias.
    —Me imaginaba que serías la primera en unirte a la idea de salvar vidas.
    —Entonces no has estado prestando atención. No es que esté en contra de salvar vidas, Betsy, eso ya lo sabes. Pero deshacer las cosas malas no es necesariamente garantía de cosas buenas.
    —Pero...
    —Sé que te sientes culpable. Sé que desearías que no hubiera ocurrido. Pero si deshaces sus muertes, nunca conocerás a los hombreslobo. Nunca harás buenas migas con los Wyndhams. No te aliarás con setenta y cinco mil hombreslobo. Si Antonia y Garrett no mueren, los vampiros no se aliarán con los hombreslobo. Eso es demasiado importante para deshacerlo. Sin importar lo miserable que te sientas.

    La miré fijamente, consternada. Que pudiera ser tan fría al respecto, tan lógica, era bastante asqueroso. Que tuviera razón era incluso peor.

    —¿Por qué no te callas y nos llevas a casa ya?
    —No te pongas de mala leche porque sepas que tengo razón.
    —Yo no tengo mala leche. ¡Necesito una ducha, demonios! ¡Y deja de viajar por mi pasado!
    —Mala leche —refunfuñó el anticristo, y obsequiosamente cortó una puerta de la nada.

    Justo a tiempo, además. Ya había tenido suficiente de esto. Menos mal que habíamos acabado. Menos mal que nos dirigíamos de vuelta. Laura estaba aprendiendo las cosas equivocadas o aprendiendo demasiado. O las dos cosas.

    Sea como sea: sería mejor volver.


    Capítulo 61


    ¡No, no, no, no, no, no, no, no, no!

    —Vale, espera. No es tan malo como piensas.

    Empecé a dar patadas y golpes a la puerta más próxima a mí. Porque estábamos, por supuesto, todavía atascadas en la maldita sala de espera.

    —¡Lo odio todo! ¡Satán, perra, déjanos salir! ¡Tu hija no puede encargarse del negocio familiar si la estrangulo con mis asquerosos leggings! ¡Y lo voy a hacer! ¡Si no nos dejas salir!
    —Betsy, deja de gritar y mira.
    —¿Por qué? —Se me estaban entumeciendo los puños. Tenían buena madera en el infierno—. ¿Mirar qué?

    Laura señaló. Yo miré.

    —Sólo queda una puerta. Todas las demás han desaparecido.

    Me detuve a medio puñetazo.

    Tenía razón. Cuando empezamos esta serie de correteos por los saltos en el tiempo, la habitación entera había tenido puertas de pared a pared, a medio metro de distancia la una de la otra. Las otras habían desaparecido; sólo quedaba una.

    —Mejor que signifique lo que creo que significa.
    —Seguro que sí. De lo contrario, ¿dónde estaría la gracia?
    —Sí. Por qué querría el Diablo joder a la gente sólo por...
    —Está bien, está bien, has dejado claro tu punto de vista. En realidad a voz en grito, como siempre. Ven aquí, así puedo golpearte en la cara para poder viajar un poco más.
    —Sólo deseo que eso sea tan guay como suena. —Me enderecé y me puse delante de ella—. Adelante. Literalmente, supongo.
    —No, ¡observa! —Me dio un ligero empujón... ¡y el picaporte giró!—. ¿Ves?
    —¡Le estás cogiendo el tranquillo a esto! —No lo negaría; me alegraba por ella y estaba encantada por mí—. ¡Maldición, Laura! ¡Bieeeeeeen!
    —Sí, lo averigüé después de que volviéramos de rescatar a Nick.
    —Bien, esto es... espera. ¿Qué?
    —No estaba del todo segura de no tener que pegarte...
    —Buen intento. Recuérdame que sin querer te dé una patada en la espinilla dentro de un par de horas. —La puerta se abrió y miramos al abismo—. Adelante y al tajo.


    Capítulo 62


    Bueno. Esto es... frustrante.

    Laura nunca había dicho palabras más ciertas. Estábamos en una pequeña habitación revestida de cemento, tal vez de veinte por veinte. Sin ventanas. Con considerables puertas dobles... puertas metálicas, a cada extremo de la habitación. No había nada en esta gran y aburrida habitación excepto nosotras dos. Ni mesa, ni sillas, ni alfombra. Ni siquiera un zapatero.

    Nos miramos la una a la otra. Laura se encogió de hombros y yo di un paso hacia delante para probar las puertas más próximas a nosotras. Se abrieron con idéntico siseo neumático, eficientes y frías como las rebajas de la vuelta al cole de Kohl.

    Pudimos ver un pasillo con puertas, y al final del pasillo otra serie de puertas, éstas fabricadas con alguna clase de madera oscura. Cerezo, tal vez, o caoba.

    Laura y yo nos miramos la una a la otra de nuevo y esta vez, ambas nos encogimos de hombros. Extendí un brazo para abrir la puerta de madera, pero también se abrió por sí sola. El lugar estaba plagado de células fotoeléctricas.

    Entramos en una oficina divina y la primera cosa que vi fue el enorme escritorio de madera oscura. Casi ocupaba la mitad de la lujosa oficina.

    La segunda cosa en la que me fijé fue en la mujer sentada detrás del escritorio.

    Yo estaba sentada detrás del escritorio.


    Capítulo 63


    Oh, por fin estás aquí —dijo mi otra yo con tono de reproche.

    —¿Eh? —dije, porque pongo a Dios (o la madre de Laura) por testigo, no tenía ni idea de qué decir. En absoluto.
    —Creía recordar que llegabais un día antes. —Mi otra yo suspiró—. Pero ya estáis aquí. Supongo.

    Laura me estaba mirando, y luego a mí. Y yo también me estaba mirando. Parecía la misma... el mismo cabello rubio, las mismas mechas rojas. El mismo rostro de treinta años. Llevaba un vestido tubo de color gris acero con cuello de corte cuadrado. Sin joyas... ni el collar de Erin, nada.

    Ni el anillo de compromiso, ni el de casada.

    —Tienes buen... aspecto.
    —Y tú apestas —dijo la otra yo, abriendo un cajón y hurgando en él—. Dioses. No puedo creer que no me tomara cinco minutos en medio de uno de esos saltos en el tiempo para lavarme. El río Mississippi estaba justo ahí en uno de ellos y no me hubiera costado mucho darme un chapuzón rápido.
    —No seas tan dura contigo misma —le solté en respuesta, y la mano de Laura subió deprisa para pellizcarse los labios. Pero las sacudidas de sus hombros contaban la historia y restauraron algo de mi equilibrio—. Entonces, ¿dónde estamos?
    —¿No querrás decir cuándo?
    —¿Vas a decírnoslo, o tendremos que escuchar más de tu monólogo? —Sí, era una verdadera perra. Por duplicado.
    —Estáis en Minnesota, por supuesto. Estoy completamente atada a esta parte del mundo —farfulló mi otra yo—. Aunque intenté que me gustara Hawai antes de que las cosas se pusieran escalofriantes. —Había sacado una especie de ordenador pequeño del cajón: era plano como una alfombrilla y de sólo veinte centímetros de alto y diez de ancho, como un Kindle, pero complejo. Sin clavijas ni botones. Ahora estaba deslizando los dedos por él, hablándonos sin levantar la mirada. Que mal educada—. Estamos a tres de julio y si la memoria no me falla, estáis aquí para observar, que os de un ataque de pánico, armar un jaleo, ser una molestia, hacer muchas preguntas innecesarias, empezar un par de peleas, juzgar nuestro estilo de vida sin sugerir cómo podríamos mejorarlo, y luego marcharos jurando salvar el mundo. Como puedes ver —dijo mi otra yo, dejando a un lado su extraña alfombrilla eléctrica—, fallaste. Porque me acuerdo de estar aquí, hablando conmigo. Te recuerdo. —Señaló a Laura, y al fin mostró una expresión que parecía cálida: sonrió—. Recuerdo estar consternada ante lo que encontré aquí y recuerdo haber jurado encontrar el modo de arreglarlo. Como puedes ver, no lo hice.

    Ni a Laura ni a mí se nos ocurrió nada que decir.

    —Ahora que ya sabes que no puedes arreglar nada —dijo esperanzada mi otra yo—, tal vez puedas saltarte todas estas tonterías y simplemente volver al infierno. Lo cual me recuerda... —Otra cálida sonrisa para Laura—... Saluda a tu madre de mi parte cuando vuelvas.
    —De acuerdo —contesté con los ojos abiertos de par en par.
    —Ahora mismo estoy liada —dijo mi otra yo, pasando los dedos distraídamente por sus fabulosas mechas—. Pero os he preparado un tour. Para que tus muchas inútiles y pesadas preguntas sean contestadas.
    —Bueno, ostras, no he pillado nada.
    —Sí, muy divertido.

    La gran puerta de madera se abrió y un tipo guapísimo asomó la cabeza.

    —Hola, ¿llamaste? ¡Oh!
    —Sí, por fin están aquí, ¿podrías....? —Mi otra yo volvió al trabajo, sin levantar la mirada de esa-cosa-que-no-era-un-Kindle.
    —Claro —contestó el Tipo Guapísimo con una amplia sonrisa—. Vamos. Os ofreceré el tour de cincuenta dólares.
    —Mi madre siempre lo llamaba el tour de cinco centavos.
    —¡La mía también! —dijo Laura, animándose—. Mi madre adoptiva. Quiero decir.
    —Bueno, la inflación —dijo él, y nos hizo salir a Laura y a mí de vuelta al pasillo.


    Capítulo 64


    ¡Vale! Así que, ¿qué puedo deciros chicas?

    —¿Qué tal tu nombre? —preguntó Laura—. Yo soy Laura y esta es mi her...

    Tipo Guapísimo estalló en carcajadas.

    —Jesús, ya sé quiénes sois, chicas. O tal vez no te diste cuenta de que ella tiene exactamente el mismo aspecto que la ajetreada dama de la oficina.
    —No se me escapó —admitió Laura.

    Nos estaba mirando, de ella a mí y de mí a ella, su sonrisa era tan abierta y alegre que las pasé canutas para no sonreírle en respuesta. Pero la mayor parte de mí todavía se tambaleaba en estado de shock, mentalmente hablando. Había un montón de información que asimilar y sin mucho tiempo para hacerlo.

    Nuestro guía turístico era más alto que las dos, unos buenos cinco centímetros más que Laura (sí, mi hermana: más bonita, más lista, más delgada, más alta... ¡perra!) y esbelto, con amplios hombros y una cintura estrecha. Llevaba pantalones color caqui y una camiseta azul, ropa práctica que no disimulaba su estómago plano y (suponía y comprobaría a la primera oportunidad que tuviera) un imponente trasero.

    Era pálido... no enfermizo o sin salud, pero el chico no había tomado mucho el sol, lo cual hacía que su melena de cabello negro pareciera más oscura y a los ojos azules parecer más azules. En la mandíbula tenía una incipiente barba oscura, pero a pesar de la ligera barba, desprendía una aire de juventud, exuberancia y... era difícil de explicar... buen rollito.

    Mucha gente simplemente parece alegre en todo momento, y cuando estás alrededor de alguien así, es difícil permanecer preocupada o gruñona.

    —Vamos —se burló—. ¿Chicas, no adivináis quién soy? Ambas me conocéis, de vuestro cuando.

    Así que nos conocía (obviamente) y sabía que estábamos viajando en el tiempo. (También obvio, ya que estaba claro que mi otra yo lo había preparado). Pero a quién podíamos conocer que estuviera por aquí ahora... cuando... diablos... fuera ahora... pero que también... también...

    —¡Por el amor de Dios! —grité. En realidad fue por el pelo. Esa mata de pelo negro, asombrosa en alguien de piel tan blanca. Fue la primera cosa que noté en él.

    En mi hermano.

    —¡BabyJon!
    —Ay, hombre. —El guapísimo y adulto BabyJon se cubrió el rostro, luego dejó caer las manos y sacudió la cabeza—. Hace tiempo que dejé atrás ese apodo, mamá.
    —¿Mamá? —casi grite.
    —Está bien, técnicamente eres mi hermana mayor, como eres la hermana mayor de tía Laura.
    —Tía L...
    —... pero crecí llamándote mamá. Pero si te flipa, ya que todavía me cago en la cuna de donde vienes...
    —Esa es una manera extraña de expresarlo —dijo Laura.
    —Mira, intentaré llegar a dominar ese asunto del váter tan pronto como pueda, pero en conclusión, ahora mismo en vuestro cuando, estoy padeciendo un caso de incontinencia fecal y urinaria. —Lanzó las manos arriba—. Me responsabilizo de ello, ¿de acuerdo? No me juzgues.

    Fue demasiado. Estallé en carcajadas. Y BabyJon... Jon, supongo, se unió a mí. Fue agradable. Lo recordé durante mucho tiempo, porque fue el único momento agradable que tuvimos en los noventa minutos que pasamos allí.


    Capítulo 65


    ¿Entonces en qué año estamos? Debe ser al menos veinte años después de nuestro presente —dije, examinando a mi hermano/tutelado/guía—. Eres adulto, y no eres un vampiro.

    —No tengo esa apariencia enfermiza, pálida e irritada, ¿eh?
    —Bingo. Así que tal vez... ¿2030? ¿Más?
    —Uh... bueno, has hecho una suposición lógica, pero...
    —Oh, Díos. Envejeces horriblemente y sólo han sido diez años, ¿verdad? Lo siento. Se te ve estupendo. Nada decrépito ni envejecido en absoluto. ¿Tienes una deficiencia vitamínica?
    —No hay forma de suavizarte esto...
    —¡Tienes una deficiencia vitamínica! ¿Por qué la otra yo no hizo algo al respecto? —Miré a Laura—. Tal vez deberíamos llevarle de vuelta con nosotras. ¡Esa vaca sin corazón está dejando que su hijo y hermano vaya por ahí con una deficiencia vitamínica!
    —... excepto decirlo sin más. 3010.
    —¿Tres mil diez qué?
    —El año —dijo Laura, abrumada—. Quiere decir que estamos en 3010.
    —No. ¡Vamos! —me reí y señalé a mi alto y guapo hijo—. ¡No es un vampiro! Así que no puede tener mil...
    —... siete años —añadió John servicial.
    —¡Exactamente! Así que... ah, mierda. No te estás quedando con nosotras, ¿verdad?
    —Lo siento.
    —¿Pero cómo...? Jesús. —Mi otra yo parecía igual. Mi otra yo parecía exactamente igual. Todo era cierto. Iba a reinar durante cinco mil años. En este cuando, llevaba ya una quinta parte del camino. ¡No me sorprendía que fuera distante, severa y vistiera de gris y superocupada! (Sin embargo, eso no explicaba la falta de joyería marital)—. Pero Jon, ¿cómo es que todavía vives?
    —No puedo decírtelo, mamá. Lo siento. La otra mamá fue bastante clara al respecto. Embrollaría el flujo temporal y/o provocaría el armagedón definitivo. Y además, acabaría realmente, realmente cabreada si me fuera de la lengua.
    —¿Es a causa de tu poder? ¿Porque no puede herirte nada paranormal?

    Se encogió de hombros y pareció compungido.

    —Lo siento, tía Laura. La otra mamá me hizo prometerlo. ¿Recuerdas la parte de realmente, realmente cabreada, verdad?
    —Oh, vamos —protesté—. ¡Eres un hombre adulto! Muy adulto, supongo. Así que no tienes...
    —Um, sé que no estás diciendo a tu hijo que desobedezca a una de vosotras cuando no sabemos nada de él o de sus poderes o de ella y lo que está tramando —dijo Laura, todo en un solo aliento.
    —Maldito sea tu sentido común, anticristo —maldije.
    —Esto es algo molesto —dijo Jon compungido. Sonrió de nuevo—. Míralo así; podrás mirar adelante anhelando al menos una sorpresa, ¿verdad?
    —¿Por eso no hay ninguna ventana? ¿Y por eso todo es de acero o cemento excepto la oficina de la otra Betsy? ¿Hubo una guerra nuclear?
    —Oh, no —dijo Jon apresuradamente—. Nada parecido.
    —¿Entonces qué?
    —Supongo que debería mostrároslo.
    —Oh, argh. Ya he visto esta película —dije, siguiendo a Laura y John—. Habrá un paisaje bombardeado plagado de mutantes radiactivos, y lo único que habrá de comer serán Twinkies y Snow-Balls —añadí, recordando la segunda película más asombrosa de todos los tiempos, después de Shan de los Muertos.
    —Referencia Zombieland —dijo Jon, asintiendo.
    —¿Cómo lo sabes? ¡Es una referencia de hace mil años! —Miré a Laura—. Yo no me acuerdo de ni una sola película de hace mil años.
    —Uh... Betsy...
    —No lo digas. —¿Sabes cuando no sabes lo estúpido que es algo hasta que te oyes a ti mismo decirlo? A mi me ocurría muy a menudo.

    Jon se había detenido en el otro extremo del pasillo, en la gran habitación vacía y aburrida en la que Laura y yo habíamos aparecido en primer lugar. Fue hasta el otro par de puertas de metal y ondeó la palma delante de lo que yo creía que era otro bloque de cemento pero obviamente no lo era (en el lugar y tiempo de donde yo venía, los bloques de cemento no soltaban pitidos y destellos de luces diminutas).

    Las puertas se abrieron, y Laura y yo nos pusimos los brazos sobre las caras, no a causa de la radiación o para capear a los mutantes.

    Era tan brillante. Increíblemente brillante. El sol iluminaba una extensión interminable de nieve. Miramos, y pudimos ver que los ojos de Laura realmente se humedecían por el brillo. Sólo había nieve. Ningún edificio que pudiéramos ver. Ni farolas, ni líneas de teléfono. Ni árboles. Ni coches, ni casas. Sólo nieve, nieve por todas partes.

    3 de julio de 3010.


    Capítulo 66


    ¿Qué demonios pasó?

    Laura estaba más allá de las palabras; sólo me señalaba a mí y asentía vigorosamente. El mensaje estaba claro: ¡Qué me había dicho!

    —Lo siento. —Jon agachó la cabeza y cerró las puertas exteriores. Habíamos notado que había una enorme pared de cristal entre nosotros y toda la nieve... aparentemente fuera se estaba a cuarenta bajo cero. Tan enorme que era un ventanal del techo al suelo. Muy limpio y claro, ninguna de nosotras notó que estábamos tras ocho centímetros de cristal. Cristal del futuro (supongo), porque no creo que tuviéramos cristal como este de donde yo venía... o más bien, de cuando yo venía.

    Al parecer casi nadie se aventurara fuera, dadas las tres cifras de sensación térmica, pero todavía les gustaba mirar. Me pregunté si Tina y Sinclair podrían disfrutar de la vista teniendo que contentarse con mirar por ese gran ventanal grueso por la noche.

    La mayor parte del complejo en el que estábamos estaba bajo tierra. La otra yo era la jefa y controlaba todo el espectáculo. Me figuré que Sinclair y Tina también tenían que estar por aquí en alguna parte, tramando cómo abrir una cadena nacional de camas de bronceado.

    —Lo siento —dijo Jon—. No puedo entrar en ese tema. Mamá me lo hizo prometer.
    —¿Pero no quieres que intentemos arreglarlo? ¡Jon, podemos volver y arreglarlo! ¡No tienes que vivir bajo tierra como un gran y apuesto roedor!

    Jon me miró, y no creo que hubiera visto nunca una mirada más simpática en una cara.

    —Lo siento, mamá. Hay... no pretendo ser desdeñoso. Es sólo que aquí están pasando un montón de cosas que tú no vas a entender. Y un montón que no podría contarte aunque pudieras entenderlas. —Luego—: ¿Roedor?
    —Vale, genial, gracias por la excursión. ¿Se te permite contarnos cuánto tiempo estaremos aquí?

    Jon pareció un poco tomado por sorpresa por el súbito cambio de humor.

    —¿Estás bien?
    —Claro. Fue una sorpresa, ya sabes, hace ocho segundos, pero nos ajustamos rápidamente. ¿Verdad, Laura?

    Laura me lanzó una mirada tal-vez-deberíamos-echar-el-freno.

    —Entonces otra pregunta, Jon-Jon... ¿cuánto hace que estamos aquí? ¿Lo sabes?
    —Uh... no vuelvas a llamarme así, por favor. Y un par de horas, creo. No toda la noche ni nada. ¿Por qué? —John nos dirigió una sonrisa perpleja—. ¿Hay algún sitio donde se suponga que debáis estar?
    —No, pero deberías ir a averiguar dónde se supone que vamos a dormir —dijo Laura—. Por si queremos echar una cabezada.
    —¿Estáis seguras? Iba a mostraros la máquina de autoservicio de helados en la cocina principal. Y todavía hacemos toneladas de smoothies —me tranquilizó.
    —¿A quién le importa? —grité. ¿Smoothies? Parafraseando a mi heroína, Liz Lemon “¿Qué, qué?”—. ¿Qué tal si en vez de eso nos muestras cómo arreglar el mundo? ¿Sólo por diversión? Smoothies. Jesús.
    —¡Ohhh, es una cita! —gritó Laura. No creía haberla visto nunca parecer más embelesada. Tío, había todo tipo de cosas perturbadoras que temer en el futuro—. Ve, vamos. Averigua dónde podemos echarnos. Ver lo diezmado que está el planeta nos ha cansado. ¿Verdad, Betsy?

    Bueno, no, de hecho estaba bastante segura de que Laura estaba teniendo algún tipo de crisis nerviosa. ¿Es una cita? Puag, era su tía. ¡Y su hermana! Lo cual definitivamente equivalía a un doble puag. Pero me encogí de hombros y me las arreglé para bostezar.

    —Sí, estoy exhausta tras todo este... no he dormido últimamente. De hecho, técnicamente no he dormido en los últimos catorce siglos. —¡Ni me he duchado! Gah, ¿qué pasaba conmigo?

    Jon salió disparado a hacer el recado de Laura.

    —¿Qué ha sido todo eso? A menos que estés realmente cansada. ¿Estaría fatal que me importara más una ducha que la tierra baldía congelada de nuestro futuro?
    —Betsy, ¿y si lo hicimos?
    —¿Hacer qué? —dejé de ir tras ella, y ella se detuvo y se dio la vuelta.
    —¿Y si nosotras causamos esto? Causado, quiero decir, en pasado. En su pasado, no el nuestro. Ya oíste a la otra tú. Ella recuerda esto. Y recuerda volver e intentar arreglarlo. Pero no lo hizo.

    Parpadeé, pensando en ello.

    —Tal vez por eso nadie nos cuenta nada.
    —Sí, tal vez. ¿Pero quién no puede resistirse a ti nunca?
    —¿Qué, es un acertijo? Porque hay un vendedor de zapatos en Macy's. Y el Detective Nick, postmordido. Y Jon Davidson de los Blade Warriors. Y...
    —¡En esta línea temporal, idiota!
    —¡Oh, muy bonito, engendro del demonio! Yo... —Me callé un segundo. Luego, dije esperanzada—. ¿Sinclair?
    —¡Justo! Así que vamos a buscarlo. Estoy segura de que puedes traspasar sus defensas con un deslumbrante despliegue de tu falta absoluta de ingenio, luego hacer algo inapropiadamente sexual y doblegarle a tu voluntad.

    Me habría gustado negar apasionadamente lo que acababa de decir la cabrona engendro de Satanás, pero era a) un desperdicio de tiempo y b) innegable.

    —Pero tiene a la otra yo para eso.
    —Sí, ¿y qué hay de ella? —Laura parecía molesta—. Fría, distraída y algo distante. Ni una vez pronunció el nombre de Jon, sólo que alguien nos daría una vuelta. Es como un director general que no sabe los nombres de ninguna de las secretarias o los chicos del correo. La futura tú es más o menos el tipo de ejecutiva para la que odiabas trabajar cuando estabas viva.
    —Todo lo que has dicho es cierto. Lo cual me lleva a la pregunta, ¿debería estar cabreada o asustada? ¿O sólo abrumada?
    —Averígualo luego. Así que, sí, Sinclair tiene a la otra tú, pero ¿quién dice que es eso lo que quiere? Tenía que conformarse con la otra tú cuando ella eras tú. Ahora, hay una tú joven, vital y anti-director general, apuesto a que Sinclair no ha visto a esa desde hace tiempo. —Hizo una pausa—. ¿Tiene sentido? No estoy segura de que tenga sentido.
    —Es genial —la tranquilicé—. Vamos. Vamos de excursión y busquemos a mi marido.

    Llamadme rara, o perversamente curiosa, pero no podía esperar a ver al Sinclair ancestral.

    —Entonces, si lo he captado bien, estoy a punto de ayudar a mi marido a engañarme de nuevo, conmigo. Otra vez.

    Laura se encogió de hombros.

    —Yo no hago las reglas.


    Capítulo 67


    La otra yo y el Sinclair ancestral debían tener un dormitorio por aquí en alguna parte. Probablemente una suite entera. Una fresca y gélida suite subterránea donde aporrearían computadoras flacas y no podrían recordar quién les hacía la cama. No es que Sinclair hubiera sido conocido nunca por remolonear en los dormitorios en horas de trabajo. La otra yo estaba trabajando en su oficina... él también debía tener una.

    —¿Crees que Jon nos llevará allí?
    —Claro, ¿por qué no? Es taaaan dulce. Y, oh, Dios mío, me duele decir algo agradable de la Toña, pero ¿mi padre y ella hicieron un crío guapísimo o no? ¡Además! ¡Es amable porque le crié yo! Verdaderamente me sorprendo a mí misma con mi asombrosidad. De vez en cuando, quiero decir.
    —Tienes razón sobre todo eso, pero recuerda: él hace lo que le dice la otra tú. Si ella no quiere que veas a Sinclair...
    —Hmmm. Sabe como pienso. Y probablemente recuerda cómo piensas tú. ¿Sabes qué? Acabo de comprender... también debe haber una antigua tú por aquí.
    —Lo sé —dijo Laura, con pinta sombría—. Intento no pensar en ello.

    No la culpaba. Si yo me había vuelto frígida y aburrida en mil años, ¿qué le habría pasado a Laura? Mi mente se retraía sólo de intentar visualizarlo, y lo dejé correr.

    —Entonces tú mantén a Jon ocupado. Yo intentaré desenterrar a mi marido. ¿Entretenido? ¿Desenterrar?
    —Ugh.
    —Pero primero tendremos...
    —¡Oh, Dios mío, los rumores son ciertos!

    Conocía esa voz, la pura fuerza del hábito me hizo girarme con una gran sonrisa. Una sonrisa que cayó de mi cara como un yunque desde un acantilado.

    Marc.

    Marc era un vampiro.

    Corrió hacia nosotras con una velocidad casi cegadora, y Laura se retiró sobresaltada, con fuerza. Él me dio un apretón de partir el espinazo y un beso frío en ambas mejillas. Tuve que apretar los puños para evitar frotarme para borrar su marca de la cara. Ambas marcas.

    —¿Y no pareces un día mayor de treinta? ¡Sin importar qué siglo sea!

    Sonaba bien. Incluso tenía buen aspecto. Pero se le sentía del todo mal. Se le sentía mal. Una palabra simple y estúpida, pero que encajaba. Supe, con sólo mirarle, que estaba mal. Tal vez fuera una cosa de reina.

    No. No lo era. Laura parecía tan horrorizada como yo.

    Él sonrió, mostrando colmillos. Cosa que yo sabía no era necesario. Los colmillos sólo salían cuando olíamos sangre o nos íbamos a alimentar. Él lo hacía para asustarnos.

    —¿Qué demonios te ha pasado? —exclamé, no estaba de humor para fingir felicidad al verle. Laura se puso incluso más blanca si era posible. Yo no estaba segura de por qué. No me importaba que esta cosa que hubiera sido mi amigo hacía mil años. Ni siquiera me importaba el haberlo salvado de tirarse de una azotea hacía mil años. Esto que era ahora, no era mi amigo. Si me jodía a mí o a Laura de algún modo, jugaría al Hacky Sack con sus pelotas.
    —¿No querrás decir quién me ha ocurrido, cariño? —sonrió ampliamente, pero la sonrisa no alcanzó sus ojos. Nada alcanzaba sus ojos. Miré directamente en ellos, luego aparté la mirada.

    No había nadie en casa.

    —¿Entonces qué estás diciendo, Marky Mark y la Panda Psico? ¿Estás diciendo que yo te hice? ¿O Tina o Sinclair? No seas esquivo, pedazo de mierda. Escúpelo.
    —¡Tina o Sinclair? ¡Eso es asombroso! —La cosa-Marc echó la cabeza hacia atrás (había muerto con un corte a lo bestia, y era de lo más molesto que todavía tuviera un aspecto estupendo) y se rió, como mi madrastra muerta hubiera dicho, “listo para cortar”—. Tina o Sinclair, esa es la pregunta, ¿no? De hecho, es mi pregunta favorita. Porque...
    —Marc.

    La cosa-Marc ahogó su risa como si alguien le hubiera plantado un hacha entre los dientes. Lo cual, creedme, resultaba tentador.

    Miramos. La otra yo estaba de pie en el otro extremo del pasillo, temporalmente liberada de su oficina. Noté que llevaba medias gris metálico a juego con bailarinas negras. Estaba demasiado lejos para ver el diseñador. Dado que era invierno todo el tiempo, supongo que debería agradecer que en el futuro yo no fuera chancleando por ahí en pantuflas.

    ¿Quedaba algún diseñador en el mundo? No estaba segura de querer vivir en un mundo si ellos ya no estaban en él. El invierno eterno podía ser tolerable, especialmente si mi familia estaba conmigo, pero... ¿sin diseñadores? Eso era demasiado para pedirle a cualquiera.

    —¿No tienes algún sitio adónde ir, Marc? —preguntó la yo ancestral.
    —En realidad no —admitió él, pero se giró y se alejó rápidamente antes de que la yo ancestral pudiera decir nada más.
    —Buen perro —grité yo—. Guau, guau.

    Los hombros de Marc se tensaron. Pero no desaceleró ni miró atrás.


    Capítulo 68


    Observaba a mi yo infantil; como había esperado y planeado, mi yo infantil estaba abrumada por todo lo que había visto, estaba reaccionando, no pensando.

    Excelente.

    Ahora bien, la joven Laura estaba pensando. Tenía esa mirada en la cara que yo conocía bien. Una vez más, nada que no hubiera esperado. Nada que no hubiera planeado.

    Sin embargo, Marc se había vuelto tan inestable a lo largo de los siglos que era una carta al azar. Por milésima vez, me dije a mí misma que debía matarlo.

    Todavía me quedaba alguna humanidad residual. Debilidad residual. Esa debilidad era la única razón por la que Marc todavía caminaba y hablaba. Sabía que debía atender ese asunto incómodo y hacer algo al respecto, como sabía que hacerlo pondría el clavo final a mi ataúd.

    Sinclair nunca habría...

    Aparté ese pensamiento. Encerrado en la esquina más alejada de mi cerebro, donde ocultaba toda la debilidad remanente.

    No negaría que me sentía intrigada viendo a mi joven yo, y a la joven Laura. Pero ver lo tonta que había sido era descorazonador. Y deprimente. Llevaba largos años esperando a mi yo idiota, y ahora que estaba aquí, andando a traspiés por ahí como un cachorro, sólo deseaba que se fuera.

    De todos modos nunca habría podido hacer que entendiera. Tendría que convertirse en mí para entender.

    Tenía que ver lo que la esperaba. Tenía que volver decidida a cambiar su futuro.

    Tenía que fracasar, y convertirse en yo.

    Tenía que aprender a ser despiadada por el bien mayor. Y tenía que aprender que sólo podía confiar en sí misma desde el principio. Y que sólo se tendría a sí misma al final.

    Entretanto, yo tenía una nación que regir. Más de medio millón de vampiros se arrastraban como hormigas bajo Norteamérica y necesitaban dirección. Necesitaban dirección todo el tiempo. El mundo, lo había descubierto hacía mucho, no se regía a sí mismo.

    —Ocúpense de sus asuntos, señoras —dije, y volví a mi oficina.


    Capítulo 69


    Mi yo decrépita se desvaneció dentro de su jaula forrada de madera, y que le fuera bien. Además, el gris era un color demasiado severo para nuestra complexión.

    Mejor aún, la cosa-Marc se había escurrido como una rata. Buen viaje.

    Espera. ¿Buen viaje? ¿Gran viaje? ¿Asombroso viaje?

    —Demonios —masculló Laura, un juramento extraño —. La vieja tú dijo salta, y él saltó, ¿no?
    —Dime que no fui yo la que le hizo eso.
    —¿Qué, te sentirías mejor si hubiera sido Tina o Sinclair?
    —No, pero me gustaría preguntárselo a ellos de todos modos.

    Laura dejó de caminar otra vez. Entre todas las idas y venidas y el mini-tour y la cosa-Marc, sólo nos la habíamos arreglado para dar unos once pasos. Menos mal que no planeábamos tomar el control del lugar.

    —No sirve de nada buscar a Sinclair —dijo Laura, con las manos en las caderas.
    —Vale, es raro, porque hace más o menos doscientos segundos, diste con el gran plan, ¿recuerdas? Dijiste...
    —Por supuesto que lo recuerdo, Betsy, y fue hace tres minutos.
    —¿Estás segura? porque me parece como que no.
    —No encontraremos a Sinclair. No está aquí, o no va a verte.
    —Pero...
    —¡Ella lo sabe, Betsy! Sabe qué estás pensando, y sabe lo que dije. Y habrá hecho planes para todo eso. Recuerda: sabía que veníamos. No hay sorpresas para la tú ancestral.
    —Tal vez ese sea tu gran problema —dije —. No negaré que me da escalofríos, pero siento un poco de pena por ella. Muy poquita.
    —Yo no —dijo Laura a secas —. Me asusta a morir. Todos tus poderes de reina en ti ya son bastante malos. Todo tu poder en ella... guiada por el intelecto. ¡Por la lógica de un contable! Está mal, Betsy, y es terrorífico.
    —Bueno, cálmate, no tengo planeado convertirme en ella en la próxima media hora. ¡Utilicemos esta oportunidad! Averigüemos lo que podamos, y luego podremos...

    Laura ya estaba sacudiendo la cabeza.

    —Lo primero es salir de aquí, lo mejor. Por eso no nos quedamos aquí mucho tiempo. Lo comprendimos. Y nos marchamos.
    —Para ser justas, no nos hemos quedado mucho en ningún período de tiempo.
    —Cierto, pero ella sabrá que no tenemos que quedarnos. Recuerda: ella ya ha estado en este baile. Conoce todos los pasos.
    —Y así es como vamos a pillarla. —¿Pillarla? ¿Estaba planeando mi propia caída? ¡Odiaba el viaje en el tiempo! Como mínimo, nunca sabía qué tiempo verbal utilizar. ¿Y por qué exactamente estaba intentando cambiar las cosas? La yo ancestral era una trabajoadicta bastante fría, pero eso no la hacía malvada más allá de toda comparación. ¿Verdad?—. Porque mi yo decrépita ha olvidado cómo es sacarse planes directamente del culo sin pensar.
    —Eso podría funcionar —admitió Laura —. Está acostumbrada a planear. Y tiene la ventaja de saber lo que ocurrirá. Tal vez en vez de intentar parar lo que sea que pasó, lo está planeando.
    —Así que tal vez tendríamos que intentar sacarle información en vez de quedarnos tendidas y dejar que ocurra. Tal vez se imagina que lo que sea que ocurrió no puede detenerse. Así que se asegura de que los vampiros estarán bien. ¡Si ahora es julio cómo será el invierno! Los vampiros no pueden congelarse hasta morir, así que ¿quién mejor para asumir el control cuando el puto calentamiento global arrase el planeta?
    —Tiene sentido. Así que vamos a...

    Alcé una mano.

    —Uh-uh. No pudo decírtelo. De ese modo, en el futuro, no podrás contárselo a la marchita y reseca yo. Voy a intentar...
    —No me lo digas.
    —Después de no contarnos la una a la otra lo que haremos, nos encontraremos... o no... algo después. Probablemente.
    —Bueno, buena suerte, creo.
    —Y para ti, probablemente.

    Nos abrazamos, luego salimos disparadas en distintas direcciones.


    Capítulo 70


    Levanté la vista cuando mi yo infantil atravesó de una patada ¡mis puertas de caoba! Esta niña idiota no comprendía lo que costaban esas cosas en estos días.

    —Ah, sí, te vas. No, no voy a decirte dónde están Jessica y Tina. Y como estoy segura de que te dijo Marc, Sinclair no está disponible para ti en este momento.
    —Marc no me dijo una mierda. Estaba demasiado ocupado canalizando a Ted Bundy, George W. Bush, y los tíos de Queer Eye. Tiene el bonito sello de un sociópata.

    Ah, qué desafortunado. Estos días Marc era poco más que una herramienta. Pero el cincel puede revolverse en la mano del escultor. Había abandonado la reserva, mentalmente hablando, antes de impartir la información que yo necesitaba que tuviera mi yo juvenil.

    —Está teniendo un mal siglo —dije, fingiendo desinterés —. Gracias por pasarte por aquí. Lamento mucho que no puedas quedarte, adiós... ¡argggh!

    Dije argghh porque mi yo loca se había lanzado a través de la alfombra, se había abalanzado sobre mi escritorio (¡mi escritorio!), y me había levantado del suelo por la garganta. No me importó tanto como me preocupó por mi vestido boucle. Tales cosas eran difíciles de conseguir estos días, y no importaba qué año fuera: una vez la lana se estiraba, nunca volvía a ser la misma.

    —¡Para ya! —gorgojeé, pateando. Sentí como uno de mis pies flameantes golpeaba contra un archivador y me recordé a mí misma que esos archivos tenían más valor que la leña.
    —¿Qué hiciste? —gritó mi yo bebé —. ¡O qué no hiciste! ¡Dime!
    —¡Esto... no es... correcto! —¿Cómo podía estar haciendo esto? ¡Yo no recordaba hacer esto!—. No... te limitas... al guión.
    —Entonces apesta ser tú, supongo —dijo mi yo preescolar con una notable falta de simpatía.

    ¿Lo más enloquecedor? No me atrevía a luchar. No podía arriesgarme a causar una herida fatal. Yo tenía tanta experiencia, siglos de conocimientos valiosos, sin mencionar el ser el vampiro más poderoso de la historia de los no-muertos. Sería demasiado fácil matarla. Y como había descubierto a lo largo de los años, era difícil alzar a los no-muertos.

    Alzar la muerte.

    Sí. Sabía cómo manejar esto. Y daría a la estúpida niña algo que ponderar cuando estuviera de vuelta en el siglo veintiuno, luchando con un puzzle sudoku.

    Aparté las manos de sus muñecas, nos retorcí de lado, y me las arreglé para apretar el botón del lado izquierdo de mi papel secante electrónico. Se deslizó la puerta de mi oficina, y como siempre, el zombie fue precedido por el olor.

    Betsy me dejó caer y retrocedió todo a una, como yo había anticipado.

    —¡Oh, Dios mío! —chilló, con las manos sobre la boca—. ¿Qué demonios es eso?
    —Uno de los no-muertos torpes, naturalmente. —Enderecé el escote de mi vestido—. Tienes suerte de no haberme ensuciado. Y por cierto, ¿no se te ha ocurrido darte una ducha? Da vergüenza, haragana.
    —¿Avergonzada yo? ¿Avergonzada yo? ¿Por qué tienes un zombie acechando en un compartimento secreto detrás de tu oficina que se abre cuando aprietas un botón en tu enorme y feo escritorio?

    Le di al zombie una subunidad lógica (del tamaño de unos diez céntimos, para conocimiento mundano) y dije:

    —Lleva esto a Operaciones.

    Al zombie se le cayó uno de los dedos cuando aferró la subunidad, podíamos oír los dedos que le quedaban rezumando y aplastándose. Sonreí al oír el gemido horrorizado de Betsy. Mi zombie... la mujer de uno de nuestros técnicos de calefacción, ¿no era estúpido que después de todo este tiempo aún no hubiera cura para el cáncer?... pasó arrastrando los pies junto a Betsy y salió por las puertas dobles.

    —¿Qué, debería haber dejado a los muertos bajo tierra? ¿Cuando no pueden congelarse hasta morir? ¿Cuando aceptan órdenes tan bien, no sienten dolor, y no llaman para decir que están enfermos? ¿Quieres que malgaste un humano en tareas como esa?
    —¿Malgastar un humano? ¿Te has oído a ti misma?... espera. ¿De dónde salen?
    —Lo siento —dije, lo cual fue una pura mentira—. Privilegios del rango. Lo averiguarás tarde o temprano. La reina llamará a los muertos, a todos los muertos, y ninguno se ocultará de ella ni le guardará secretos.

    La sonrisa desapareció de mi cara cuando ella exclamó:

    —Sí, y ninguno de los muertos seguirá muerto. ¿Así es como interpretaste ese libro horroroso? ¿Averiguaste cómo levantar zombies? Detenme si has oído esto en los últimos cientos de años, pero ¿qué pasa contigo?
    —Vete —dije fríamente—, nunca podría hacerte entender.
    —¿Sí? Bueno, entiendo que puedo patearte el culo si quiero, y no te atreverías a devolvérmela.
    —Me atreveré. Me atreveré y más —mascullé—. Siempre hay modos de mantenerte lejos de mí que no sean matándote.
    —Entonces adelante, vaca.

    Intenté recordar la última vez que alguien se había atrevido a insultarme a la cara. O incluso a la espalda (entre otras funciones, los zombies más frescos podían repetir conversaciones oídas literalmente.... eran mis ojos en todas partes, esos encantadores putrefactos).

    Para mi disgusto, ella había calado mi farol. Me senté detrás del escritorio, con la mano descansando cerca del botón zombie. Eso, al menos, no era un farol. Había alzado otra docena o así la semana pasada. Tardarían al menos otros tres días en estar demasiado putrefactos para moverse.

    —Vete, pequeña.
    —¿Qué has hecho con mi marido, jodida groupie zombie enferma?
    —El paradero de mi marido no es asunto tuyo. —¿De verdad me había llamado groupie?
    —¿Dónde están Tina y Jessica? ¿Y la vieja Laura? ¿Y por qué dejas que Marc vaya por ahí así? Puede que estés muerta por dentro, puede que tengas una habilidad de mala muerte para combinar colores a tu decrépita edad, pero tienes que ver que es peligroso, es impredecible, y probablemente será tu ruina.

    Buenos argumentos, todos. Era refrescante ver los destellos ocasionales de lógica de los que era capaz mi yo infantil. Desde luego sólo un vampiro muy viejo tendría alguna esperanza de matarme. Afortunadamente, Marc estaba demasiado lejos de poder congregar a cualquier tropa. Y en el uno contra uno, como había averiguado hacía novecientos años, no tenía posibilidades.

    En retrospectiva, no debería haberle sellado tanto tiempo en un ataúd envuelto en rosarios. Le quería roto, pero no había esperado que se volviera loco. Habían sido sólo cincuenta años, por amor de Dios. Todavía recordaba el disgusto que sentí cuando comprendí que había sobrestimado su resolución, valor y disciplina. Había esperado más de un médico...

    —¿Qué quieres, Betsy?
    —¿Qué crees que quiero, cabrona psicópata? —grité. No me gustaba admitirlo, pero ser insultada así era casi refrescante—. ¡Quiero que no seas una cabrona psicópata! ¡Quiero que vuelvas atrás en el tiempo y deshagas lo que sea que le pasara a Marc! ¡Era tu amigo, vaca asquerosa! ¡Te adoraba!

    Me miré fijamente a mí misma, mi estúpida, infantil y tonta yo. Tenía la cara roja (un buen truco para alguien que en el mejor de los casos no tenía movimiento sanguíneo). Estaba fuera de control. Si hubiera sido capaz de llorar, habría estado haciéndolo a mares.

    —¡No sé si lo hiciste tú o Tina o Sinclair, pero deberías haberlo salvado! Y si no podías, deberías haberle arrancado la cabeza al que se atrevió a tocar al amigo de la reina vampiro.
    —Has notado la ausencia de Tina —dije quedamente, arreglando las plumas antiguas sobre mi escritorio.

    Eso la calló. Desafortunadamente, no por mucho tiempo.

    —No te creo. O tal vez sí. No puedo hacer nada al respecto. Pero eres tú quien debería sentirse avergonzada, no yo. Permitiste que todo esto ocurriera, ¿y para qué? ¿Para poder permanecer a salvo?
    —En absoluto. —Hice una pausa. ¿Iba a hacer esta locura? No tenía ningún recuerdo de esta conversación. Mis recuerdos de esta época caótica eran de comprender que vivíamos todos en una línea temporal manoseada. Mis recuerdos eran de ver el futuro con horror y huir de vuelta a mi propio tiempo tan rápidamente como fue posible. No me enfrenté a mí misma. Esta sucia escenita nunca ocurrió. Laura y yo nos habíamos ido furtivamente a casa cuando pensábamos que nadie estaba mirando—. Para que mi hijo pudiera estar a salvo.

    Ella hizo una pausa, luego sacudió la cabeza.

    —No finjas que hiciste todo esto porque intentabas ser la madre del año.
    —Nunca finjo —dije seriamente —. Perdí el gusto por hacerlo cuando los muertos alcanzaron los diez millones.

    ¿Qué estaba haciendo? Si iba a igualar su imprudencia, ¿por qué no contárselo todo sin más? La traición de Tina, la debilidad de Sinclair. Lo que yo había permitido que le ocurriera a tanta gente.

    El grandioso y último regalo de Satanás para mí. Una página del Libro de los Muertos destelló en mi ojo mental.

    “La Estrella de la Mañana aparecerá ante su propio hijo, le ayudará a tomar el control del mundo, y aparecerá ante la reina y todo se revestirá de oscuridad”.

    Lo había hecho. Desde luego que sí. Y más.

    “La hermana de la reina será la Amada de la Estrella de la Mañana, y controlará el mundo”.

    Y no nos olvidemos de mi truismo preferido: “La reina verá océanos de sangre y desesperación”.

    Cierto. Y cierto.

    ¿Y qué estaba haciendo ahora? ¿Por qué estaba tolerando su interferencia? Pensar que había una alternativa... era más que una debilidad residual. La última parte de mí que todavía se retorcía y vivía. La última parte a ser machacada como una serpiente.

    El último especialista medioambiental había difundido sus descubrimientos a un mundo conmocionado. Y cuando hubo terminado, había dicho algo que yo nunca olvidaría: Este es un mundo para animales de sangre fría.

    Idiota.


    Capítulo 71


    Hubo un golpe firme en la puerta y la yo decrépita pareció casi aliviada.

    —Esa debe ser Laura, que viene a incitarte a marchar. Luego os escabulliréis como ladronas.
    —¡Pasa, colega ladrona! —aullé. Laura entró, con aspecto de estar sacudida—. Vigila que el zombie de fuera no se coma la alfombra.
    —Así que no me he vuelto loca por el horror. Pasó junto a mí por el pasillo (parecemos destinadas a no pasar del pasillo). Vine para asegurarme de que estabas bien. Por lo tuyo.
    —Una idea muy bonita, pero esa pobre cosa asquerosa salió de aquí. Entre mis otros maravillosos hobbies, como permitir que abusen de mis amigos, en el futuro me dedicaré a crear zombies.
    —Infantil —masculló mi yo psicópata.
    —¡Y tú! —adelanté un dedo hacia mi yo capulla—. No me engañas en lo más mínimo, arpía. Cuando entré aquí y me puse como una perra...
    —Tú no...
    —Calla, vieja zorra. La tú más joven, guay y asombrosa tiene la palabra. Te sorprendiste cuando lo hice. Estabas alucinada. Puede que las cosas no sean tan llanas y secas como intentas fingir.

    Se hizo un silencio, roto por la vieja y marchita yo diciendo tranquilamente:

    —Tal vez. ¿Por qué no os quedáis un rato y lo discutimos? Hay cosas...
    —¿Sabes qué? Me importa una mierda. Nos largamos.

    Laura me miró fijamente, preocupada.

    —Betsy, tal vez tu yo dinosaurio tenga razón. Podríamos...
    —Me sigue importando una mierda. Llévanos de vuelta al infierno. Ahora mismo.
    —Pero...
    —Laura, este no es buen momento para hacer que me repita. ¡Espada! ¡Umbral místico! ¡Sala de espera del infierno! ¡Ahora!

    Ya tenía la espada en la mano cuando yo todavía escupía “místico”. Eso me gustaba más.

    —Ta-ta —dijo mi yo prehistórica.
    —Que te jodan.
    —Que te jodan dos veces —añadió el anticristo.

    Laura cortó. Nos adelantamos.

    Adiós, futuro. Espero no volver a verte.


    Capítulo 72


    Nunca pensé que me alegraría de ver este lugar.

    —Amén.
    —¡Ey! De vuelta tan pronto. —La Toña estaba en el mostrador de recepción, todavía muerta y con el pelo fatal—. ¿Cómo fue?

    Le enseñé el dedo. Después de enfrentarme a mi yo jodida no estaba de humor para bromas.

    —Trae a la otra madre de Laura. Ahora mismo.

    Para mi sorpresa, la Toña desapareció de la vista. Tal vez estaba cumpliendo mi petición o tal vez buscaba unas cuantas miles de boas constrictor con que llenar la sala de espera. De una forma u otra, dejó de incordiar unos minutos.

    —Creo que se puede arreglar.

    Laura asintió.

    —Por lo menos, vale la pena intentarlo. ¿Dijiste que estaba flipando?
    —Completamente. Y dijo cosas... cosas que no quería decir. Parecía sorprendida. Y... no esperanzada, no mucho, pero tal vez menos... ¿resignada?

    Laura todavía asentía.

    —Vale. Eso es mejor que nada. Fuimos capaces de demostrarle a ella... y lo que es más importante, a nosotras... que el futuro no está establecido.
    —No hay destino excepto el que nos hacemos nosotros mismos.
    —Eso es de Terminator.
    —Sí, que a partir de ahora será conocido por Viaje en el Tiempo 101.
    —Creo... creo que una de las cosas que tenemos que hacer es lo que mi madre quiere. Tomar el mando del infierno; tomar el control de su trabajo. Pero no como ella piensa No como tu yo del futuro pensaba. Me haré cargo del infierno; pero será con mis propias condiciones, no las de Satán.

    Yo también estaba asintiendo, a mi pesar. Odiaba la idea de que Laura soportara ese trabajo horrible, pero si íbamos a salvar el mundo de mí, necesitábamos algo de poder en todo su apogeo. No veía al diablo levantando un dedo. Así que tendría que ser Laura quien los levantara, por así decirlo.

    Además, parecía humana pero no lo era. No más que yo. No podía ocultarse de su destino en los suburbios como había intentado yo.

    —Quizás eso es lo que quiere decir el Libro. Quizás en vez de apoderarte de nuestro mundo, te apoderarás del infierno.
    —Estamos en sintonía —coincidió.
    —Tengo que decirlo, no estar preocupándome de que te apoderes de este mundo será una liberación para mí.
    —Um... ¿Betsy? ¿Soy sólo yo, o...? —gesticuló Laura.

    Se dio cuenta de lo que yo había visto en el instante en que me percaté de que estábamos de vuelta en la sala de espera. Todas las puertas cerradas habían desaparecido; sólo quedaba la puerta de salida. La única que conducía hacia el infierno propiamente dicho, a falta de una palabra mejor.

    —Por supuesto —dijo el demonio, materializándose detrás de la mesa.
    —¿Por supuesto, qué? —No lo negaría: viajar por el tiempo me había vuelto gruñona—. Odio cuando eres tan enigmática.
    —Lo siento —bostezó Satán.
    —¿Por qué ahora? —preguntó Laura—. Intentamos e intentamos salir antes.
    —La salida apareció porque tenía que aparecer. Antes, sólo queríais que apareciera.
    —Oh, basta de chorradas tipo Zen-en-el-infierno —gemí.
    —Lo siento —dijo Satán—. Yo no hago las reglas. —Luego se rió alegremente—. ¡No es verdad! ¡Hago las reglas!
    —Es tan espeluznante cuando te ríes —comenté.
    —Casi tan espeluznante como cuando no lo hago. Así qué ¿preguntas? ¿comentarios? Ah... —Se fue apagando ante mi expresión ansiosa—. Tal vez sin comentarios. Quizás deberías irte a casa.
    —Tal vez lo haga —estuve de acuerdo.

    Así que con la ayuda de Laura, lo hice.


    Capítulo 73


    Acabó donde empezó para mí: en la biblioteca donde guardábamos el Libro de los Muertos. Lo curioso era, que ahora que sabía lo que iba a pasar, ahora que tenía una misión completamente nueva, ya no necesitaba leer esa estupidez.

    Aún así, saberlo hacía que vivir en la misma casa con esa cosa fuera algo más soportable.

    ¡Y una ducha! ¡Podía ducharme! ¡Podía estar limpia! ¡Podía no darme asco! ¡O a los demás!

    Descubrí mi bolsa roja al lado de una de las mesitas de café y me abalancé sobre ella. ¡Cambiarme de ropa! ¡Ropa interior limpia! ¡Oh, adoraba, adoraba, adoraba el presente!

    Oí cerrarse de un portazo la puerta principal, oí el grito de un alegre barítono, y me importó una mierda. Enderecé la mesita de café (debió caerse cuando Satán me lanzó como a una ficha de parchís), arramblé con mi bolsa y...

    Vi al detective Nick Berry de pie en la entrada de la sala.

    —Como dije, en Rainbow había rebajas en frambuesas. Así que compré cinco kilos. Lo que Sinclair no sepa no le hará daño, ¿no?

    Dejé caer la bolsa y lo miré fijamente. Este, este Nick sonriente, amistoso, relajado, éste era el Nick que había conocido antes de morir.

    —No... no puedo creérmelo —tartamudeé.
    —¿El qué? ¿Crees que dejaría a mi vampira favorita sin frambuesas? ¿Lo captas? ¿Sin frambuesas? Tengo un millón de ellas. ¿Sabes que tienes la nariz sucia?
    —¿Soy tu vampira favorita?

    Suspiró y miró al techo.

    —Tu vanidad no tiene límites, pero haces que parezca guay en vez de molesto, así que te consentiré: sí, por supuesto que eres mi vampira favorita. No me malinterpretes, Sinclair es un hombre atractivo y Tina desde luego es un regalo para la vista, pero admitámoslo: soy un lameculos.
    —¿Eh?

    Se inclinó hacia atrás y echó un vistazo al pasillo.

    —¡Ah! Ahí estás. ¿Te apetecen? —Se enderezó y me sonrió—. De acuerdo, vale, técnicamente soy el lameculos de tu mejor amiga, perdón por la ordinariez. —Se inclinó hacia atrás en el pasillo—. Podemos quedarnos en casa si quieres.
    —¿En casa? —Estaba teniendo un momento espantoso siguiendo la/s conversación/es.
    —Sí, en casa, nuestro domicilio... técnicamente tu domicilio, pero la última vez que lo comprobé, aún estando Jessica y yo aquí, todavía quedan unas treinta habitaciones de invitados. Hey, guapísima.
    —Estoy famélica —gimió Jessica, apareciendo en la entrada al lado de Nick—. Oh, hey, estás de vuelta. ¿Quieres salir a cenar? ¿A Manny’s? Puedes verme comer un bistec y yo puedo observarte beber daiquiris.

    La miré fijamente.

    —¿Betsy?

    La miré fijamente.

    —No es que me importe sea como sea, pero llevas un tiempo sin alimentarte... ¿tengo razón?

    Señalé la enorme barriga de Jessica. Era como un palo con una pelota. Siempre lo supe, cuando estuviera embarazada, sería como un palo con una pelota.

    —Eso... eso...
    —¿Qué? Dije que te daría la ecografía. Y dije que podrías grabar el nacimiento si prometías no echar espuma por la boca gritando como una loca cuando olieras toda esa sangre. Ahora, ¿vienes a cenar o no?
    —No —dije a través de los labios entumecidos.

    Nick le acarició el estómago e hizo gestos en dirección al vestíbulo principal.

    —Su carruaje la espera, mi diosa embarazada del amor.
    —Qué, ¿estás intentado hacerme vomitar? ¿He pasado seis meses con náuseas matutinas y tú estás intentando hacerme vomitar? Los polis sois raros. —Se dieron la vuelta para irse; Jessica echó un vistazo atrás y añadió—: Bienvenida.
    —Es... es agradable estar de vuelta. —Pude notar una incrédula y estúpida sonrisa extendiéndose por mi rostro—. De verdad, de verdad está bien estar de vuelta.


    Capítulo 74


    Está bien. No iba a fingir que tenía idea alguna de lo que acababa de suceder. Pero todo estaba bien, así que ya me pondría con los detalles sangrientos más tarde. Por un lado, Jessica estaba preñada, y Nick feliz como una lombriz con su insignia de detective, pero ninguno de ellos llevaba anillo de boda.

    Había toneladas de chismes para ponerse al día, y no podía esperar. Pero primero, mi bolsa, mi ducha, y mi...

    —¡Te oí! —Tina entró con una adorable falda larga hasta el suelo de lana negra y una camiseta lila de manga larga. Llevaba el cabello recogido en una coleta. Unas sandalias de gladiador negras de Christian Dior (mi regalo de Navidad del año pasado) en sus delicados pies completaban el cuadro.

    Y el pequeño retrato, desde luego. La pequeña pintura, de no más de dos centímetros de largo, colocada de su muñeca por una cinta de raso azul.

    El retrato que ya había visto una vez antes. El retrato que nunca había visto... en la muñeca de Tina.

    —Me alegro de que hayas vuelto, Majestad. Ah, te ves hermosa, pero tienes la nariz sucia. Cuando tengas un momento, me gustaría que firmases algunas cuentas a las que Su Majestad quiere que puedas acceder. Lo sé —añadió, sosteniendo en alto la pequeña mano, con la palma hacia afuera, como un policía de tráfico—. Lo que es de él es de él, y lo que es tuyo es tuyo, y no le perteneces, y él debería guardarse su propio dinero, sí, sí. Pero quiere que tengas acceso legal a todo lo que tiene, y ahora que la venta de la plantación de piña de Brasil ha concluido, tiene otra fuente de ingresos que le gustaría que utilizaras. Ah, ¿Majestad? ¿Por qué me miras así?
    —Yo no lo sabía. Tina, te juro que no lo sabía. —Di un paso tambaleante hacia ella y tan completamente perdida estaba mi capacidad de controlar mis pies, que terminé en cuclillas delante de ella. Pareció sorprendida y avergonzada, y trató de moverse para ayudarme (quedaba claro que no estaba acostumbrada a tener reinas a sus pies), le cogí las manos y apreté, aferrándome a ella como a una cuerda que me salvaría de un ahogamiento seguro—. ¡Yo no lo sabía!
    —Mi reina...
    —Nunca hice la conexión. No podía entenderlo, ninguna de las dos podía entender por qué terminamos en Salem, donde no conocíamos a nadie.
    —Majestad...
    —Yo no tenía intención de jugar a ser Dios con tu tatara- tatara-tatara-tatara-tatara-tatara-tatara... ¿cuántos serían?... ni importa, no tenía intención de destruir su vida, Tina, aunque probablemente lo haya hecho. Yo sólo quería ayudar, pero metí la pata en todo. Creo que la ayuda tal vez haya arruinado el futuro. Pero tal vez no, no sé, esa es la parte horrible, pero yo nunca te habría hecho daño. Digo, a ella. De verdad que quería ayudar, y es mi metida de pata, no de Laura. Laura intentó detenerme. Lo juro por mi vida.
    —¿Arruinar? Oh, tú... ¿arruinar? —Sus ojos, sus grandes y hermosos ojos se hicieron aún más grandes ante esa idea, fue prácticamente como si se convirtiera en una caricatura anime allí mismo, delante de mí—. Nunca podrías... no lo hiciste. Creí que lo habías entendido. Su Majestad explicó que estarías de regreso pronto y que podríamos contarte lo que sabíamos. No deseábamos ocultarte nada. —Estudió mi rostro con ansiedad—. Lo entiendes, ¿verdad?
    —¿Que... podías contarme lo que sabías?
    —Caroline os recordó, por supuesto. A ambas. Mi tatarabuela recordaba a las dos rubias preciosas y muy altas que vestían de forma extraña y hablaban de forma aún más extraña.

    »Recordó todo lo que los ángeles... porque eso es lo que creyó que erais... todo lo que los ángeles dijeron. Se fue sacudida pero agradecida. Abandonó Massachusetts y se estableció más al oeste, feliz de conservar su vida y su ingenio.
    »Y contó a su hija lo que le pasó. Cómo la fe puede convertirse primero en un escudo, y luego en un club. Contó a su hija cómo los ángeles la habían salvado de una turba cruel y una muerte aún más cruel. Y su hija se lo contó a su hija, y ella a mí. Era mi cuento favorito para dormir, el único que no me cansaba de oír. —Hizo una pausa—. También era el favorito de Erin.

    Yo todavía estaba aferrada a sus manos, sin dejar de mirarla y deseando ser lo bastante humana para llorar lágrimas de verdad. Pero no lo era, y nunca volvería a serlo. En su lugar, lo que me esperaba tras el largo túnel de los siglos era una mujer que no tenía amigos, sólo soldados. La mujer que había hecho a la cosa-Marc, o permitido que la hicieran, y que no sabía dónde estaba su marido o si estaba, y no le importaba.

    —Tina, no debería haberlo hecho. Yo no lo sabía, pero esa es exactamente la cuestión. No lo sabía, lo cual tenía que haber sido razón suficiente para no interferir en la vida de otro.

    Tina liberó una de sus manos de mi presa, y yo se lo permití. Por un instante, pensé que iba a darme un buen y merecido gancho en la mandíbula. En cambio, giró cuidadosamente una de mis manos entre las suyas, con la palma hacia arriba, se inclinó y la besó. Luego cruzó los dedos sobre su beso y clavó en mí su mirada oscura. Sus ondas de cabello largo y rubio se habían soltado, estaban por todas partes, pero yo estaba demasiado ocupada mirándola a los ojos para distraerme.

    —Mi querida reina oscura —dijo, y me regaló la más cálida sonrisa que jamás había visto en su cara—. Siempre lo he sabido.

    Me dejó llorar en su regazo durante un largo rato.


    Capítulo 75


    Tras un rato embarazosamente largo, me recompuse, acepté un abrazo de Tina, me pasé los dedos por el cabello (sucio), y suspiré.

    —Vale. Esto ha sido catártico.
    —¡Vaya! Ahora tu cara está incluso más sucia.
    —No tienes que sonar tan contenta por ello.
    —No, supongo que no. —No se estaba riendo de mí... apenas—. ¿Te gustaría un smoothie?
    —Me encantaría un smoothie, y luego tenemos que hablar. Quiero decir, primero tengo que encontrar a Sinclair y disculparme, pero luego tenemos que hablar. Cuando abandoné la casa, Jessica no estaba embarazada y Nick me odiaba.
    —¿De verdad? —Los ojos de Tina se abrieron de par en par, curiosos—. Eso es... difícil de imaginar. Vaya. Tienes historias que contar, ¿no?

    Ah... algunas historias, sí. Pero no todas.

    —Iré a empezar con algo... Nick dejó lo que parecen ser tres docenas de bolsas de la tienda en la cocina. Con tu permiso, majestad. —Se marchó, mascullando para sí misma—. Cómo nos lo comeremos todo sin que su majestad lo averigüe o algunas de las frambuesas se pongan malas es algo que no sé...

    Vale. Hora de llevar mi culo arriba, tomar una ducha, cambiarme de... de...

    ¡Mi carta!

    Me dejé caer de rodillas, abrí a zarpazos la bolsa y rebusqué a través de bragas limpias hasta encontrar la carta que Sinclair me había dejado. Dado que sabía que la había cagado y quería disculparme, este era el momento de leerla. Y dado que él y Tina parecían saber exactamente a dónde había ido, y lo que había estado haciendo...

    Desgarré el sobre con dedos temblorosos y la leí allí mismo, en el suelo de la sala.

    Mi vida, mi adorada reina,
    Han sido menos de cuatro horas y apenas puedo soportarlo. Me disgustó evitarte y dejarte partir a tu viajes a través del tiempo sin saber que tienes mi apoyo y admiración y, siempre siempre, mi amor. No me gustó, aunque sabía que era necesario tanto para mi pasado como hijo de granjeros asesinados y hermano de una gemela asesinada, como para mi futuro como monarca reinante.
    Más aún: era necesario para traerte a mi vida. No hay nada que no soportaría miles y miles de veces para tener la seguridad de que eso sucedería.
    Mi hermana te habría adorado, como te adoro yo. Lamentaré hasta el final de mis días que ella y tú no os pudierais conocer... una vez más. ¡Qué bien recordábamos tu visita cuando éramos niños! ¡Cuánto encantaste a mi amada gemela y cómo lanzaste tu hechizo sobre mí!
    Qué agradecido estoy de que me hicieras fuerte.
    Elizabeth, tu encanto y tu poder provienen del simple hecho de que no tienes ni idea de lo poderosa que has sido siempre. Éste es el tipo de cosas que me hacen amarte mientras lucho contra la urgencia de estrangularte.
    ¡Tenía razón! Conocía exactamente esa expresión. La había visto un trillón de veces en los últimos años. Una especie de estreñimiento emparejado a una ráfaga de azúcar.
    A estas fechas muchas de tus preguntas sobre mi pasado probablemente hayan recibido respuestas.
    Sí, se podría decir que sí.
    Pero si queda alguna, las responderé. Si necesitas alguna información sobre cualquier tema con el que yo esté familiarizado, te la proporcionaré con todo lo que necesites del mejor modo que pueda.
    El tiempo de los secretos contigo se ha acabado, se pueden encontrar tus pisadas a través de nuestras vidas; siempre has estado en nuestras vidas; y al fin puedes saberlo, para nuestra gratitud y alegría. Sabiendo esto, hemos contado los minutos hasta que volvieras a tu lugar apropiado en el tiempo.
    Si esto resulta poco claro, lo diré sin rodeos: tu lugar está a mi lado; y siempre lo estará, ya sea sesenta años atrás o cinco mil a partir de ahora.
    En esto, como en todas las cosas, soy tu devoto marido, siervo, y monarca.
    Mi vida, cómo te echo de menos.
    SinClara.


    Mi mano sufrió un espasmo y la nota se arrugó en mi puño. Me quedé sin aliento e intenté alisarla, lo cual habría sido complicado aunque no hubiera estado llorando. ¡El apodo que él odiaba! ¡La había firmado con el apodo que odiaba!

    Más aún: me había dejado ir al infierno, aunque sabía que iba a estar hundida hasta la cadera en todo tipo de mierdas. Para un macho controlador y anticuado machista como mi marido, quedarse atrás y dejar que todo ocurriera, permitirme enfrentar todo tipo de peligros y malos olores... bueno.

    —Ah, no sólo oí tu dulce voz sino que seguí el olor a mugre. —Levanté la mirada. Sinclair estaba apoyado en el marco de la puerta, con los brazos cruzados sobre el pecho—. Tu cara está sucia, amor mío. Y debo disculparme por escoger un argumento tan feo y sin sentido para hacerte pensar...
    —¡Calla!

    Parpadeó.

    —Como desees.
    —¡Y fóllame!

    Parpadeó de nuevo. ¿Había desarrollado un tic nervioso mientras yo no estaba?

    —Como desees.

    Y así sin más, estaba en mis brazos. Así sin más, fuimos tambaleándonos por toda la sala, besándonos hambrientos, mordiendo, lamiendo, tirando de nuestra ropa, cayendo sobre el extremo de la mesa (dos veces) y el sofá (una vez), hasta que finalmente comprendimos que debíamos quedarnos en el suelo sin más.

    Mis leggins destrozados estaban más destrozados, y Sinclair estaba intentando arrancarse la corbata sin estrangularse más de lo que yo había hecho accidentalmente. No estaba segura de por qué se molestaba, ya que su camisa blanca de vestir estaba esparcida en varios trozos sobre la alfombra.... ¿la fuerza del hábito, quizás?

    —Mi vida, mi amor, mi Elizabeth, mi Elizabeth, cuánto te he echado de menos.
    —Menos charla —jadeé, levantando mis caderas del suelo para encontrar las suyas—. Más polla.

    Él rió en mi boca.

    —Como... ah. Eso es... bastante adorable.
    —Gawd, suena como si hubiera aquí un rebaño de jaguares cabreados. ¿Qué...? ¡ah, demonios!

    Marc estaba en la puerta, con los brazos en jarras.

    —¡Oh, vamos! ¿Sabéis cuánto hace que no echo un polvo? ¡He arrastrado a BabyJon por todos los Gymboree de la ciudad sólo para conocer a alguien que será mi mala opción favorita!
    —¡Fuera! —rugió Sinclair, sin ni siquiera mirar.
    —¡No es justo! —lloriqueó él, retirándose con ambas manos sobre los ojos—. ¡Bastante malo es que seáis tan ridículamente apasionados como para que todos asumamos que tenéis un sexo de monos asombroso, pero para eso tenéis un dormitorio! ¡Para que el resto no tengamos que toparnos con escenas como ésta! ¡Basta, esa mesa tiene casi trescientos años! Oh, ahora sólo estáis presumiendo de vuestros superpoderes de vampiro y vuestra vida sexual. —Su voz se debilitaba—. El resto de nosotros tenemos que vivir aquí, sabéis. Quiero decir yo. Tengo que vivir aquí. Aw, maldita sea...



    Epílogo


    Justamente acababa de comprobar mi nueva “tinta” y estaba decidiendo quién descansaría en paz, y quién sería mi nuevo proveedor, cuando un portal familiar realizado con fuego infernal comenzó a recortar su camino hasta mi oficina.

    Me recliné hacia atrás, abrí el cajón superior, extraje la pluma que acababa de hacer para la ocasión, luego sonreí cuando el diablo se dejó caer a través de la puerta del techo hasta la alfombra.

    —Qué dramático —comenté—, incluso para ti.

    Laura Estrella de la Mañana sonrió abiertamente.

    —¿Qué puedo decir, hermana mayor? Estoy de un humor flameante.
    —¿Otro de tus presuntos herederos ha atravesado la adolescencia? —pregunté ociosamente—. ¿U otro tonto se ha permitido seducirte? ¿O se te ha ocurrido algo más maravillosamente horrible que hacer a nuestro padre?
    —¡Las tres cosas! —respondió mi hermana, abrazándose con regocijo. Todavía era, como yo, una mujer hermosa. De hecho, con solo mil años de edad, estaba lejos de estar en la flor de la vida.

    Lo cual a mi me iba bien. No la necesitaba en la flor de la vida, pero ella me necesitaba a mí en la mía.

    —Me alegro de verte —dije, y no era nada más que la verdad.
    —Estoy segura. —Se dejó caer en la silla opuesta a mi escritorio—. ¿Aliviada de que se hayan ido?
    —No hay palabras —repliqué fervientemente—. Qué asunto más desagradable.
    —Simplemente no te gusta recordar cómo solías ser.
    —Entre otras cosas, sí. Pero no importa, hermanita. No importa.
    —Y hablando de los viejos malos tiempos, he terminado con tu marido.
    —Excelente. Porque yo estoy lista para recuperarle.
    —Ooooh, suena pervertido. ¿Puedo mirar?
    —No lo es, y no, no puedes.

    Laura tendió las manos. Un pequeño círculo de fuego infernal... incluso después de todos estos siglos, todavía no podía mirarlo directamente... se abrió a alrededor de sesenta centímetros sobre ella, y un enorme libro aterrizó en sus manos con un trompazo distintivo.

    —Contempla al rey de los vampiros. —Laura dejó caer el libro sobre mi escritorio—. Llevó más de lo que esperaba acallarlo, desollarlo, y atarlo, no mentiré: quedé impresionada. Nunca emitió un sonido. Ni una vez en setenta y cinco años.

    Suspiré... un aliento innecesario, pero los viejos hábitos son difíciles de olvidar.

    Caso en cuestión: mi marido.

    Al principio yo no le había gustado. Luego se mostró locamente enamorado. Luego devoto. Y luego decepcionado. Finalmente: desencantado.

    Nunca me habría ayudado a mantener las cosas como estaban, como yo sabía, por mis viajes con el diablo, que tenían que ser.

    En realidad, sólo había una forma de que pudiera ayudarme ahora.

    —Llevará un tiempo dejarlo exactamente como debe. Hay bastante que recordar.

    Laura bostezó. Nunca le habían preocupado los detalles.

    —Pero una vez esté terminado, ¿podrás llevarlo de vuelta? Es un viaje de más de mil años, como recordarás.
    —¿Si lo recuerdo, por qué me lo recuerdas? Y mil años bien podrían ser seis meses, después de todo este tiempo. ¿U olvidas que la práctica lleva a la perfección? —sonrió—. Comencé a cargar contigo alrededor de Salem, ¿recuerdas?
    —Vívidamente.

    Recogí mi pluma, abrí la cubierta del libro en blanco, sumergí la punta de la pluma en sangre, y comencé a escribir sobre mi marido.

    Capítulo uno, página uno.

    El Libro de los Muertos.


    Fin

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