LA ÓPERA PREDILECTA DEL MUNDO ENTERO
Publicado en
agosto 24, 2014
La Bohéme es capaz de llenar cualquier teatro, en cualquier temporada. El excelente marco musical que Puccini prestó a esta conmovedora novela de amor y juventud en una buhardilla parisiense, encierra una "divina poesía" al parecer inmortal.
Por Alice Leone Moats.
ESA NOCHE del primero de febrero de 1896 tenía efecto el estreno mundial de La Bohéme en el Teatro Regio de Turín. El autor de la ópera, Giacomo Puccini, de 37 años de edad, aguardaba nervioso entre bastidores. Tres años antes, en ese mismo teatro, su Manon Lescaut se había estrenado con éxito extraordinario. El momento terrible en el cual habría de comprobar si podría permanecer en la cumbre de la gloria musical había llegado. Aunque debió salir cinco veces a escena al final de la representación, sintió vivamente que los aplausos no eran bastante cálidos y le parecía que un desastre se avecinaba.
El día siguiente le dio la razón: los críticos destrozaron su nueva obra. La actitud de estos se puede resumir por la crítica de Carlo Bersezio, del diario La Stampa: "La Bohéme no deja ninguna gran impresión en el alma del oyente, como tampoco dejará honda huella en la historia de nuestro teatro lírico". Pero el director de orquesta, que tenía 28 años y se llamaba Arturo Toscanini, pensaba de otra manera. "¡Absurdo!" exclamó. "Es una ópera bellísima, y hará llorar al público de todo el mundo".
Toscanini estaba en lo justo. Menos de tres meses después, en Palermo (Sicilia), 3000 espectadores enloquecieron de entusiasmo al escuchar la ópera. En el curso de los cuatro años siguientes, La Bohéme era recibida con aclamaciones en Buenos Aires, Milán, Londres, Berlín, Viena, París y Nueva York. Desde entonces ha alcanzado un éxito que ninguna otra ópera ha superado, y se representa probablemente más a menudo que ninguna otra obra de teatro. Solamente en la Ópera Comique de París, se ha montado más de 1430 veces, y tiene un promedio de 100 representaciones anuales en Italia. Gianandrea Gavazzeni, director de La Scala de Milán hasta principios de 1968, ha dicho: "Para atraer a las multitudes no tenemos más que colocar un cartel de La Bohéme a la puerta del teatro". Existen diez grabaciones completas de la ópera en la actualidad, además de ocho discos de sus trozos selectos.
La Bohéme ha seducido el alma y la imaginación del oyente por las mismas razones: que la novela del francés Henri Murger, "Escenas de la vida bohemia", hechizó a Puccini cuando la leyó por primera vez en 1893. "Canto episodios sentimentales que hablan al corazón", le dijo a un amigo. "El libro de Murger abunda en todo lo que necesito y amo: frescura, juventud, pasión, alegría, lágrimas derramadas en silencio, amor que causa dolor y felicidad. Pero, sobre todo, hay poesía... una poesía divina".
La ópera es la sencilla historia de cuatro bohemios jóvenes: Rodolfo, poeta; Marcelo, pintor; Colline, filósofo; y Schaunard, músico. Todos ellos viven pobremente en París, siempre construyendo castillos en el aire, pero disponiendo pocas veces de dinero suficiente para comer. Rodolfo se enamora de su delicada vecina, Mimí, dulce costurera que llama a la puerta de la buhardilla del joven la víspera de Navidad, pidiendo le encienda una bujía. Marcelo, por su parte, vive un tormentoso amorío con Musetta, que adora el lujo y escapa continuamente con admiradores ricos, pero siempre vuelve al lado de su pobre pintor, a quien ama a pesar de ella misma. Rodolfo descubre que Mimí padece tuberculosis, y aunque la adora, se separa de la costurerita para que pueda aceptar las atenciones de un rico vizconde que se halla en mejores condiciones para velar por ella. Pero Mimí abandona a su protector pocos meses después y vuelve a la buhardilla. Allí muere a pesar de los esfuerzos desesperados de Rodolfo y sus amigos para salvarla.
Posiblemente lo que despertó el desdén de los críticos de Turín fue el hecho de que una ópera tratara de bohemios y de jóvenes obreras de vida ligera. Hubieran preferido personajes épicos, extraídos de la historia o la leyenda, y les escandalizó el realismo de La Bohéme. Ninguno de ellos podía decir que a Puccini le faltara talento, pero lo atacaron acerbamente por desaprovecharlo.
Puccini llevaba la música en la sangre. Era el quinto de una estirpe ininterrumpida de músicos, todos los cuales fueron organistas en la catedral de la ciudad toscana de Lucca. Giacomo, a quien pusieron este nombre en honor del fundador de la dinastía, nació el 22 de diciembre de 1858 y comenzó sus estudios musicales apenas se pudo tener en pie. Su padre colocaba monedas sobre las teclas del órgano para que el niño, al tratar de alcanzarlas, produjera sonidos. Más tarde los estudios que siguió en el Instituto Pacini, en Lucca, tuvieron como fin capacitarlo para ocupar el puesto familiar, pero nunca fue más que un organista pasable. Cuando tenía 18 años de edad recorrió 21 km. a pie hasta Pisa con el propósito de escuchar Aída, de Verdi, la primera ópera que oyó el muchacho. Ese día cambió el curso de su vida. "Una ventana musical se abrió repentinamente para mí", según sus propias palabras.
Se trasladó a Milán, entonces meca de todos los compositores de ópera, y se inscribió en el Real Conservatorio de Música. Su primera ópera, Le Villi, terminada en 1884, atrajo la atención de Giulio Ricordi, uno de los personajes más poderosos del mundo musical de entonces. Ricordi, jefe de la empresa que publicaba las obras de Verdi, Donizetti y de otros importantes compositores de ópera contemporáneos de Puccini, era exactamente la persona indicada para guiar al inseguro principiante, que se debatía entre momentos de gran exaltación y de profunda depresión, y se esforzaba en esconder su timidez natural bajo un manto de arrogancia. "Sor Giulio", fue como Puccini llamó con respeto a aquel hombre que le aventajaba en edad; durante 28 años de colaboración y amistad, tomó para el joven el lugar de un padre, alentando o reprimiendo a su protegido, según lo exigiera la ocasión. Cuando la segunda ópera de Puccini fracasó, Ricordi insistió en continuar pagando 300 liras mensuales al joven compositor, y se comprometió a rembolsar él mismo a la empresa en caso de otro fracaso. No tuvo que hacer frente a esta garantía : la siguiente ópera de Puccini, Manon Lescaut, fue un éxito instantáneo, al que luego siguió La Bohéme.
Para componer el libreto de La Bohéme, Ricordi proporcionó a Puccini un par de extraordinarios escritores que se encargarían de adaptar el libro de Murger: Luigi Illica, autor de más de 80 libretos, y Giuseppe Giacosa, poeta muy bien dotado y reconocido dramaturgo. Illica bosquejó el libreto y trazó las situaciones dramáticas, mientras que la versificación corrió a cargo de Giacosa. El mismo Ricordi formaba parte del grupo, agregando un verso aquí o allá, o señalando algún punto débil en la estructura dramática. Pero sobre todo tenía la firmeza y el tacto necesarios para mantener a los demás en línea.
Por momentos Ricordi debe de haberse sentido como Ben Hur guiando un tiro de caballos rebelones. El puntilloso Puccini por poco vuelve locos a los dos escritores con sus incensantes demandas de revisiones y su insistencia en que siguieran lo que a llamaba las leyes inflexibles del teatro: "La obra debe interesar, sorprender, conmover o hacer reír; porque la acción es lo que cuenta en la escena". En cierta ocasión en que Giacosa amenazaba con retirarse, Ricordi se sentó al piano y tocó la música del primer acto. Giacosa retornó mansamente a su mesa de trabajo, diciendo: "Ahora entiendo las razones de la tiranía de Puccini en cuanto a versos y acentos". Illica nos da una pintura viva de aquellas conferencias tempestuosas: "Giulio Ricordi, que se suponía debía presidir, dejaba siempre su silla presidencial y se arrojaba a la arena para convertirse en uno de los beligerantes más obstinados y vigorosos en ese pandemonio de voces que expresaban opiniones y conceptos diferentes. Después de cada sesión Puccini debía ir a la manicura, pues se había comido las uñas hasta las raíces".
Puccini compuso la música en menos de un año; pero pasaron tres años antes de que se diera por terminada la ópera. El libreto se escribió tres vecés del principio al fin, y algunas escenas hasta cuatro veces. Los cuatro hombres argüían y disputaban a cada paso, pero, una vez concluida la ópera, las peleas y disensiones se echaron al olvido con la satisfacción inherente a toda tarea bien cumplida. Aunque La Bohéme es una de las pocas óperas que se podría representar sin música, sin ella sus personajes pierden profundidad. El genio de Puccini hizo de cada personaje un retrato de cuerpo entero. Hay una elección calculada de instrumentos para caracterizar a cada protagonista : cuerdas para Rodolfo y Mimí; maderas para Musetta. Algunos detalles escénicos, como el oscilar de las llamas en la estufa de la buhardilla, o el rayo de sol que cae repentinamente sobre el rostro de la moribunda Mimí, reciben también descripción musical.
Puccini dio fin a la partitura a medianoche del 10 de diciembre de 1895 en su refugio favorito, Torre del Lago, diminuta aldea a orillas del lago Massaciuccoli. Por regla general olvidaba su trabajo al entregarse a su pasión por la caza y al acecho de aves acuáticas; pero una sobrina suya recuerda una tarde en que, estando su tío en el lago, le gritó de repente al lanchero: "¡Vuelve a la orilla lo más rápido que puedas!" Al llegar al embarcadero corrió hacia la casa, donde se sentó al piano, con la roja bufanda de algodón todavía alrededor del cuello y las pesadas botas de caza aún puestas, y comenzó a sacar un tema. Era el que después se convirtió en el vals de Musetta, de La Bohéme.
Generalmente Puccini componía de noche: comenzaba alrededor de las diez y muy a menudo continuaba hasta el amanecer. Sentado al piano, con el sombrero puesto, los anteojos con aros de acero montados sobre la punta de la nariz, y un lápiz entre los dientes, trabajaba, ajeno al ruido de los artistas y escritores que se reunían a su alrededor en Torre del Lago. Sólo cuando sus acompañantes suspendían la charla, Puccini preguntaba : "¿Qué pasa? ¿Se han quedado todos dormidos?" Durante el estío, los pescadores y lancheros que pasaban delante de la quinta al amanecer, se detenían a escuchar las melodías que salían por las ventanas abiertas. Y era así como, sin que el compositor lo supiera, aprendían alguno de sus motivos musicales, y muchas de las arias de La Bohéme se tararearon por primera vez en las calles polvorientas de Torre del Lago.
Los cantantes también se han sentido siempre atraídos por las arias de La Bohéme. Todas las grandes sopranos de los últimos 70 años: Nellie Melba, Lina Cavalieri, Licia Albanese, María Callas, para mencionar solo unas pocas, han cantado Mimí. Los tenores Enrico Caruso, John McCormack, Beniamino Gigli y Jan Peerce se cuentan entre los Rodolfos más aclamados. Los intérpretes parecen contagiarse del espíritu alegre y despreocupado de los bohemios personajes, y ha habido más payasadas en las representaciones de La Bohéme que de ninguna otra ópera. Caruso fue el peor de los bromistas. Cuando él, la soprano Geraldine Farrar y el barítono Antonio Scotti la cantaron en el Metropolitan de Nueva York, Caruso le hizo cosquillas a la Farrar durante la escena de la muerte de la heroína. Solía también llenar de harina el sombrero de Colline, el filósofo del grupo de bohemios, y en cierta ocasión, cuando Scotti trató de ponerse la chaqueta, en el último acto, se encontró con que Caruso le había cosido las mangas una con otra.
Se calcula que Puccini ganó más dinero que ningún otro compositor de óperas serias, y que por lo menos una tercera parte de su considerable fortuna la hizo con las entradas de La Bohéme. El éxito inicial de la ópera, así como el de cualquier filme de hoy, se reflejó instantáneamente en los campos más diversos: el sombrero de ala ancha de Rodolfo se convirtió en insignia de todo artista; las tiendas se llenaron de grabados, juegos de platos y postales con escenas de la ópera. Mas para Puccini la pieza siempre siguió siendo una obra intensamente personal. Confió a un amigo que, al finalizar la escena de la muerte de Mimí, lo sobrecogió una emoción tal que, "parado en medio del estudio y a solas en el silencio de la noche, comencé a llorar. Era como si hubiese visto morir a mi propia hija". En otra ocasión confesó: "Puse toda mi alma y mi infinito cariño en La Bohéme, y amé entrañablemente a todos sus personajes".
El director que fue el primero en proclamar su fe en La Bohéme, Arturo Toscanini, dirigió muchas obras de Puccini en el curso de los años. El compositor, durante el último invierno de su vida, asistió a un ensayo de su viejo amigo en La Scala. "Mi música nunca ha sido interpretada con tanto sentimiento, tanta emoción", comentó más tarde. "Por mi mente desfiló toda mi vida, con sus alegrías, sus tristezas, sus ilusiones, sus triunfos. Cuando Toscanini se me acercó, le apreté la mano con tal emoción que debe de haber sentido lo profunda que era mi gratitud".
Puccini murió el 29 de noviembre de 1924. Pero el mundo se conmueve todavía hasta las lágrimas, la risa o el éxtasis con La Bohéme, una ópera que seguirá siendo eternamente joven.