EL INVISIBLE ENEMIGO DE NUESTROS RIÑONES
Publicado en
agosto 10, 2014
Los conocimientos y técnicas nuevos prometen aliviar una gran cantidad de trastornos orgánicos derivados de la bacteriuria, enfermedad cuya existencia misma ignoraban hasta hace poco los médicos.
Por Lawrence Galton.
UNA EMBARAZADA a quien asistían en una clínica prenatal, un hombre que ingresó en un hospital para someterse a una operación de cirugía menor y una niña de un año, padecían el mismo trastorno: una enfermedad que afecta a millones de personas ignorantes de su padecimiento. Aunque no presentaban síntomas claros, los tres tenían en la orina un número de bacterias suficiente para pensar en una infección. Una vez descubierto, su estado cedió al tratamiento de agentes antibacterianos, y los tres enfermos se evitaron el peligro de sufrir serios trastornos del riñón.
Doce años atrás no se hubiera descubierto, o ni siquiera se hubiera buscado en el reconocimiento de rutina, este insidioso precursor de padecimientos renales que se conoce en medicina como bacteriuria asintomática. Pero gracias a uno de los más grandes esfuerzos detectivescos de la historia médica, hoy los facultativos pueden combatirla con sus nuevos conocimientos, descubrirla con pruebas sencillas y tratarla con medicamentos eficaces. El inteligente asalto lanzado contra esta enfermedad por los médicos inició una nueva época de la medicina preventiva que puede salvar millares de vidas todos los años y evitar a millones de personas una larga serie de trastornos.
Cuando las mujeres embarazadas padecen bacteriuria, corren, hasta en el 40 por ciento de los casos, el peligro de llegar a sufrir pielonefritis (inflamación de los tejidos conjuntivos del riñón), que puede hacerse crónica y desembocar en un paro renal de consecuencias fatales. Afortunadamente los enfermos responden bien al tratamiento si el mal se descubre pronto.
Se ha necesitado esfuerzos heroicos para ver en esta insidiosa infección una amenaza contra la salud, y aun para determinar su mera existencia. Ya en 1840 el Dr. Pierre-FranÇois-Olivier Rayer, de la Real Academia de Medicina de París, señalaba en su Traité des maladies des reins (Tratado de las enfermedades renales) la frecuente aparición de pielonefritis durante el embarazo. Establecía también una relación entre la nefritis o la pielitis con los partos prematuros. Después, con el correr de los años, varios médicos repitieron las observaciones de Rayer.
Posteriormente, poco más o menos a principios de este siglo, los médicos que exploraban la nueva especialidad de la urología empezaron a descubrir bacterias en la orina de pacientes (sobre todo de embarazadas) que no presentaban síntomas de infección. Cabía preguntarse si ese estado podía ser preludio de la pielonefritis. La opinión general era que no: el hecho mismo de recoger orina para el análisis favorecía la posibilidad de que se contaminara con bacterias procedentes del exterior; así pues, su presencia en la orina malamente constituía una prueba de infección.
En los años treintas de este siglo se obtuvieron datos algo más persuasivos. El Dr. G. J. Dodds descubrió que el 88,6 por ciento de las muestras de orina de 406 mujeres embarazadas eran estériles, pero de las 46 en que se hallaron gérmenes, 11 sufrieron después pielonefritis. Las dudas, sin embargo, no desaparecieron, pues se pensaba en una posible contaminación de la orina obtenida. Normalmente la orina es estéril en el riñón y en el tracto urinario hasta la salida de la vejiga, pero en la uretra (conducto por donde sale al exterior) pueden aparecer bacterias que ascienden desde afuera.
Esta pregunta quedó en gran medida sin respuesta hasta 1959, cuando un médico norteamericano, el Dr. Edward Kass, de la Facultad de Medicina de Harvard y el Hospital de la Ciudad de Boston, logró demostrar que las embarazadas pacientes de bacteriuria bien marcada quedaban virtualmente exentas de una posible pielonefritis si las trataban con un bactericida: por ejemplo, alguna sulfamida. La enfermedad se presentó en el 20 por ciento de las que no se trataron. En 1967 el Dr. Kass publicó el estudio de 6000 casos de mujeres embarazadas, de las cuales padecían bacteriuria el seis por ciento. Ninguna de las que se curaron de esta enfermedad con el tratamiento medicinal llegó a sufrir pielonefritis; el 26 por ciento de un grupo testigo que no tomó medicinas contrajeron la enfermedad,
Igualmente importante, en aquel estudio, fue la circunstancia de que las madres que no se sometieron a tratamiento sufrieron más casos de toxemia pre-eclámptica, peligrosa complicación de la preñez que va acompañada de hipertensión, engordamiento excesivo e hinchazón de los tejidos. Además, la proporción de partos prematuros entre las mujeres que se trataron fue aproximadamente la mitad que entre las otras. La mortalidad infantil en el parto o poco después de él fue poco más o menos el doble entre los hijos de mujeres que no recibieron tratamiento que entre los niños de madres tratadas.
Mientras proseguían los estudios de la bacteriuria de las embarazadas, otros investigadores empezaron a ampliar sus indagaciones. El Dr. Alan Kaitz, de la Universidad de Harvard, pidió que durante diez semanas se hiciera un análisis de orina a todos los pacientes que ingresaban en el Hospital Beth Israel, de Boston. Descubrió que el 17 por ciento de los enfermos padecían bacteriuria que, a falta de síntomas, hubiera pasado inadvertida de no ser por el análisis. El Dr. Kaitz encontró también insuficiencias del riñón en muchos de los enfermos de bacteriuria. Además, entre estos últimos se presentaron, con frecuencia casi seis veces mayor que entre los otros, infecciones declaradas de las vías urinarias (de los tipos que se adquieren a menudo en los hospitales). Estas infecciones resultaron especialmente graves en los hombres, y en cinco casos coadyuvaron a la muerte del enfermo.
Entre tanto, en un hospital infantil de Boston, un equipo de médicos encabezado por el Dr. Frank DeLuca encontró bacteriuria e infecciones recurrentes de los conductos urinarios en 1279 pequeños. Algunos estaban hospitalizados por evidentes síntomas úricos, pero la mayoría de los que no habían cumplido todavía un año de edad ingresaron allí por dificultades de alimentación, por deficiencias de desarrollo o por pérdida de peso. Los de uno a tres años padecían fiebre de etiología desconocida. Algunos, que habían dejado ya de mojar la cama, se orinaban de día y de noche. Sometidos al tratamiento de la bacteriuria, desaparecieron los síntomas.
El Dr. Calvin Kunin, que es ahora presidente del consejo del Departamento de Medicina Preventiva de la Universidad de Virginia, fue uno de los primeros en estudiar un sector de la población elegido a la ventura. En 1959, entre él y la señora Irene Southall, enfermera de sanidad pública, reunieron muestras de orina de más de 3000 jóvenes de ambos sexos, esto es, más del 85 por ciento de la población escolar de Waynesboro (Virginia). En los análisis no resultó bacteriuria entre los muchachos, pero aparecieron 15 casos entre las chicas. (Por regla general, esta enfermedad es diez veces más frecuente en las mujeres que en los hombres.)
El estudio se amplió después y se prolongó durante un lapso de siete años. De los resultados obtenidos se deduce que la bacteriuria se presenta constantemente en 1,2 por ciento de las muchachas que están en edad escolar.
"De este grupo", me dijo, "saldrán las mujeres que van a tener complicaciones durante el embarazo y las que sufrirán insuficiencia renal crónica en el futuro".
A veces ocurren complicaciones graves en la primera época de la vida, y los especialistas instan a los pediatras para que vigilen siempre las infecciones precursoras, quizá presentes aunque no produzcan síntomas visibles. Los médicos de cierto hospital de niños que durante algún tiempo han estado buscando la bacteriuria entre sus pacientes, encontraron pielonefritis crónica en cuatro niñas. Murieron a causa de ella tres muchachas (la más joven de nueve años de edad y la mayor de 16) y una cuarta quedó en tal estado que vivía gracias a las medicinas, las transfusiones de sangre y otras medidas destinadas a prolongarle la vida. (Para lograr la curación sin acudir al trasplante del riñón, hay que diagnosticar y eliminar las infecciones antes de que produzcan alguna lesión renal permanente.)
En un simposio en torno a la bacteriuria, el Dr. George Schreiner, de la Universidad de Georgetown, declaró lo siguiente : "Vemos pielonefritis en la hipertensión. Vemos que agrava e induce las cardiopatías congestivas. Vemos en ella el agente de la toxemia de las embarazadas. La vemos en forma semejante a la apendicitis aguda. La vemos como genuino síndrome gastrointestinal en pacientes examinados repetidas veces por trastornos del tubo digestivo. He ahí la enfermedad que esperamos prevenir poniendo más atención al problema de la bacteriuria asintomática".
Hasta hace poco tiempo había un importante obstáculo para descubrir la bacteriuria, y era la falta de una prueba sencilla y rutinaria. El método más seguro ha sido tomar una muestra de orina cuidadosamente preparada y cultivarla en el laboratorio durante varios días, en condiciones bien reguladas, para proceder después al recuento de las bacterias. El proceso requiere mucho tiempo y mucho trabajo humano, por lo que no todos los médicos pueden realizarlo.
Actualmente se han inventado pruebas nuevas y mejoradas; y se espera que habrá pronto en el comercio varios sistemas baratos y confiables.
Ya empieza a aumentar el número de programas habituales para el diagnóstico de la bacteriuria en clínicas, hospitales y consultorios particulares de los médicos.
Así se abre al fin la puerta para otro gran triunfo de la salvadora medicina preventiva.