CUANDO EL TEMA DEL SEXO ERA TABÚ
Publicado en
agosto 10, 2014
Tradiciones y Costumbres.
Es curioso comprobar cuán corto tiempo ha mediado entre la época en que hablar de sexo era pecado y el presente dentro del cual, un vertiginoso cambio de costumbres y conceptos, nos ha llevado al extremo opuesto, haciendo del sexo un tema de consumo general, inserto comúnmente en las páginas de diarios y revistas o proyectado sin control a través del cine y la televisión.
Por Jenny Estrada
Para que nuestros jóvenes lectores tengan una idea de lo que antaño significaba aventurarse por terreno tan comprometedor y complejo, debemos viajar hasta la Polinesia, de donde procede el vocablo "Tabú" escogido y asimilado por nuestro idioma, para tipificar algo prohibido, de lo cual no se hablaba en público ni en privado, porque así lo mandaba la costumbre y lo determinaba expresamente la religión.
EN SECRETO Y CON MIEDO
Adormeciendo nuestra sana curiosidad infantil con invenciones fantásticas acerca del origen de la vida y pretextando el cuidado de la inocencia que no debía perderse en la niñez, hasta el auto-reconocimiento de nuestros órganos sexuales era severamente castigado, pues, las partes pudendas -que era como las mentalidades pacatas e hipocritonas denominaban el área del pubis, los genitales y los senos-, no debían mirarse ni tocarse, so pena de caer en tentación e ir derechito al infierno.
El aislamiento propio de la adolescencia provocaba suspicacias de nuestras madres y abuelas que andaban siempre abriéndonos las puertas para vigilar que no caigamos en el pecado de una masturbación pecaminosa. Y el simple hecho biológico de la menstruación, a la que se le daban nombres tan raros como la regla, el período, la visita, la marea roja, o Panchita la colorada, quedaba catalogada como enfermedad temporal y vergonzante que debíamos aprender a ocultar toda la vida.
A FALTA DE EDUCACION SEXUAL
Sin poder dialogar con nuestras madres, porque tal cosa hubiese sido interpretada como una falta de respeto, cuando notábamos síntomas de mutaciones supuestamente anormales en nuestros cuerpos, recurríamos a las empleadas domésticas en busca de información y consejos. Y éstas, generalmente mujeres de origen campesino o humildes hijas del pueblo, en cuyas mentes predominaban una serie de mitos y exageraciones ancestrales. Después de compadecernos por el suceso de habernos hecho mujeres, nos recomendaban no comer aguacate ni comida inconosa, ni bañarse, no tomar cosas heladas. ¡Y cuidado con saltar o hacer deporte en los días de la regla! Cosa que difícil de desobedecer, debido a los incómodos y voluminosos paños absorbentes que delataban el temporal padecimiento.
De modo que, al trasponer el umbral de la pubertad, sólo nos quedaba el recurso de las íntimas confidencias entre amigas; el intercambio clandestino de escasa literatura ilustrativa y los recursos de la imaginación que jamás alcanzaban a disipar las tinieblas de esos tremendos prejuicios seculares, puesto que la televisión aún no empezaba a desarrollarse en el Ecuador, el cine de aquellas décadas no abordaba el tema sexual con el realismo que lo iría proyectando posteriormente hasta llegar al grotesco y promiscuo tratamiento que hoy le da en tantos filmes taquilleros; y las revistas que llegaban del exterior, tampoco incluían entre los tópicos entregados al lector, los consejos médicos vinculados a la cuestión sexual.
LAS VIRTUDES FEMENINAS
En casa y en el colegio, nos hablaban de la virginidad, del pudor, la castidad, la fidelidad, la sumisión de la mujer a su esposo, la tolerancia y la domesticidad, como virtudes consustanciales al género femenino, adoctrinándonos para cumplir el rol pasivo en el hogar. En el confesionario nos imponían las penitencias por los besitos del domingo, por las tocaditas furtivas y los malos pensamientos que en realidad no eran tan malos, pero nadie nos instruía en los cuidados de la salud reproductiva ni en la forma de conducirnos en las relaciones sexuales de pareja.
De esa ignorancia absoluta, resultaba que, a la primera de bastos, más de una niña metía la pata sin caer en cuenta del suceso o confundiéndolo muchas veces con empacho prolongado, hasta que el bulto pataleaba y no había otro remedio que casar a la pipona, aunque fuese a la fuerza, porque así lo mandaban los convencionalismos sociales y costumbres.
EL CONTROL DE LA NATALIDAD
Prevaleciendo el criterio religioso de que la mujer debía tener los hijos que Dios mandara, los métodos para el control de la natalidad eran prácticamente inexistentes y hasta la década de los años sesenta, en que el uso de la píldora empezó a generalizarse en nuestro medio, los únicos recursos aplicables para evitar los embarazos no deseados, iban desde las populares bolitas de algodón empapadas en jugo de limón con las que las mujeres del pueblo, creyendo protegerse, se provocaban más de una infección; las lavativas vaginales; y, a otro nivel, los diafragmas, jaleas y espumas de resultados relativos. Y creyendo que el período de cuarentena y la lactancia materna les garantizaba seguridad, muchas paridas salían del toldo robustas y premiadas para continuar el círculo que inevitablemente ligaba la idea del placer sexual a la angustia de una maternidad repetida.
LOS CAMBIOS DEL SIGLO
Fue a partir de los años sesenta que las cosas comenzaron a cambiar. La revolución sexual iniciada en Europa y difundida rápidamente hacia otros continentes, hizo necesaria la incorporación de cátedras de educación sexual, para evitar riesgos y confusiones. Los cambios rasgaron las tinieblas de la ignorancia y nos permitieron tomar conciencia cabal del potencial maravilloso que encierra nuestra sexualidad como condición inherente a nuestra propia naturaleza femenina. Lo que no me atrevo a imaginar es cuál sería la reacción de mi madre y de mis abuelas si pudiesen resucitar para leer todo lo que en el presente se publica y se proyecta. O si escuchasen las conversaciones de mis nietas. Y qué dirían si me vieran auscultando mis senos, antes de darme tiempo de explicarles que no me estoy masturbando sino ayudándome a detectar el peligroso cáncer a las mamas.
Es evidente que las cosas han cambiado. El tema del sexo que antes fue tabú, hoy es asunto del que se habla en alta voz. Aunque también se abusa sin freno, llevando la más alta expresión de sublimación de la pareja humana hacia una penosa degradación que degenera y envilece el verdadero sentido del sexo como manifestación de amor. Y entonces es cuando no sé, si el tiempo pasado fue mejor o si lo que nos falta es devolverle al sexo su verdadero valor.
Fuente:
Revista HOGAR, Noviembre 1997