Publicado en
agosto 10, 2014
Para los amores "a distancia", las opiniones están divididas en cuanto a la conveniencia o no de mantener una relación amorosa; sin embargo, la realidad dista mucho de apegarse a meras palabras.
Por María R. Espinel de Massú.
Hay parejas, que por una razón u otra -estudios, trabajo, núcleo familiar- mantienen su enamoramiento en diversos lugares, unas fuera del propio país y otras en distintas ciudades por lo menos. Si bien estos dos casos difieren entre sí, el fondo de la situación llega a ser el mismo... Así, el joven o la joven que va a estudiar a otro país, mientras sostiene por carta un noviazgo, puede crear a su alrededor un mítico entorno, en donde la correspondencia de la persona amada llena gran parte de su vida, de esa vida que se desliza a un lado de sus estudios. La lejanía del propio hogar paterno, hace centrar toda su situación afectiva en este romance, que puede ser de corto o largo tiempo, pero que significa el enlace entre su "casa" y su actual estado. No es que no exista amor entre ambos, sino que el entorno -repito- hace que ese romance, enamoramiento, noviazgo, por carta, tome un cariz distinto a la realidad, que de persistir mucho tiempo y terminar en boda, puede haber "apantallado" la verdadera faceta de cada uno en el aspecto sentimental, anímico, de hábitos, etc., pudiendo unir más adelante a dos personas que no se conocen aunque creen haberlo hecho.
Por otra parte, tenemos el caso de quienes han tenido un noviazgo duradero juntos y en un momento determinado se encuentran a distancia. Diríamos entonces que no habría el problema de conocerse a fondo si ya lo han hecho, pues bien, surge otro problema... Se aman, sí; definitivamente que sí, pero la separación no cumple con la objetividad propia del período de noviazgo, y si es por largo tiempo, la relación tiende a encontrar como normal el estar lejos el uno del otro; podrán decir que se extrañan mucho y que "la distancia fortalece el amor"; son múltiples los argumentos para quienes por fuerza de las circunstancias deben estar separados, pero si bien al casarse pueden tener un muy buen matrimonio, ese espacio de tiempo ha sido una pérdida en lo que llamaríamos "las bases" de una futura vida juntos.
Cuando es inevitable, por supuesto debe asumirse de esa forma, y tratar que el tiempo no se prolongue más allá de esa precisa palabra, más allá de lo "inevitable". Muchas parejas por ejemplo, han terminado su carrera, teniendo un novio o novia en su lugar de origen y deciden una serie de estudios más; para el campo profesional es extraordinario, pero para el afectivo puede ser desastroso, para lo cual la planificación juntos del tiempo de ausencia o separación debe ser vital.
ESPOSOS
En el caso de parejas ya casados, la situación tiene diferencias y similitudes. Indudablemente, la añoranza, el "faltante", del cónyuge es mayor en proporción al del novio o novia; quien ha compartido con una persona un buen matrimonio, haciendo una vida juntos, obviamente sentirá ese vacío que produce la lejanía de su pareja, tanto el que se va como quien se queda. Para que suceda dicha separación, los motivos o circunstanciales deben ser definitivamente más poderosos que en los casos anteriores, ya que el destino de un hogar, de una familia, es enrumbarse en el camino de la vida, juntos; el núcleo familiar debe anteponerse siempre a cualquier otro factor. Sin embargo, hay casos que por desgracia no sucede así, y los cónyuges tienen que vivir separados por un tiempo. Esto generalmente sucede en aras a un mejoramiento del bienestar material, lo cual debe ser perfectamente sopesado y establecer una escala de valores a fin de dilucidar claramente si los beneficios obtenidos con la lejanía del uno y del otro, justifica esa pérdida aunque sea temporal del hogar, como "ente" principal de su existencia y no como una cara más en sus vidas.
SI SE AMAN... ¿CUAL ES LA DIFERENCIA?
Muchos dicen que una relación se afecta si tienen que vivir separados un tiempo aunque sea largo.
Si bien el amor, en su real concepto de la palabra, debe mantenerse incólume, estén separados o juntos, siempre y cuando tenga la solidez y la madurez e integridad necesaria, la realidad de la vida misma ha expuesto tantas y tantas circunstancias en las que ese inmenso cariño sí es ductil de irse deteriorando. El dicho "lo que no se riega, no florece" no es una frase, incluso los matrimonios de muchos años no están exentos de ello.
Así un esposo ausente, por ejemplo, extrañará mucho a su familia, hasta que dentro de la lógica natural, empieza a adaptarse, a valerse solo en ciertos aspectos que lo hacía con su esposa, a tener nuevos amigos y desenvolverse cada día mejor. No deja de extrañar ni de querer a su pareja, pero esa imperiosa necesidad, que toda pareja de casados debe sentir el uno para el otro, ya pierde el sentido que antes tenía. A esto se une la soledad, las distintas costumbres, el innovante medio, etc., y todo reunido puede desembocar en un "alejamiento emotivo" primero y de ahí ir pasando a una fría secuencia de sensaciones que pueden dar al traste con el matrimonio.
De igual forma, a la inversa, por ejemplo, la esposa que se queda, a la expectativa de poderse reunir con su marido o que regrese una vez terminado el periodo de alejamiento circunstancial (fin de un contrato, de una carrera). Al principio, los recuerdos que tiene alrededor colman su vida con la presencia del ausente... luego la falta de esa compañía para las cosas buenas y las malas... de ahí... "tengo que hacer algo por distraerme", "debo tratar de que el tiempo no me atrape". Y así, ambos, cada cual en su medio, en su ambiente, acorde a su manera de ser, va encauzando su vida de una manera distinta a como la hacían juntos. De esto, para cuando se reúnan, pueden suceder dos cosas: que la propia autoindependencia matrimonial haya calado muy hondo y ya al no ser los adolescentes que se casaron un día, o los jóvenes esposos de ayer, dirijan sus vidas en forma unilateral aún dentro del matrimonio o lo que es peor aún... al encontrarse y vivir otra vez juntos se den cuenta de que no tienen ya lo mismo en común, de que el nuevo estilo de vida que ambos o uno de ellos ha llevado, los llena más y sintiendo amor el uno por el otro, la mutua convivencia ya no es como antes, y quieran imponer a su pareja su innovación de la propia rutina, rutina que antes fue la misma para ambos, pero que ahora cada uno toma por separado.
Todo esto, va produciendo marcas, pero en contra del matrimonio. El hecho de que cada uno "note" que ahora a su esposo, a su esposa "le gusta aquello" o "ya no prefiere eso", va deteriorando lo que un día construyeron los dos...
Ante esto hay que sopesar si vale la pena la razon de la separación, si el matrimonio puede "subsituarse" a otro tipo de beneficios o si los cambios que necesiten o que se anhelen en la vida deban más bien tomarse juntos.
¡Los dichosos refranes!... A muchos les gusta escuchar aquello de "donde hubo fuego, cenizas quedan"... El problema es que olvidan otro: "La distancia es como el viento... no siempre, pero sí muchas, muchas veces apaga inmisericorde el fuego...".
Fuente:
Revista HOGAR, Diciembre 1995