AGUILERA MALTA: EL HOMBRE Y EL ESCRITOR
Publicado en
agosto 17, 2014
Correspondiente a la edición de Febrero de 1982
Por Pedro Jorge Vera.
Evocar a Demetrio es recordar a un gran escritor, pero también la grandeza de alma, la alegría de vivir, el incesante fuego creador.
De los cinco que formaron el Grupo de Guayaquil, tres se marcharon temprano, cuando aún tenían mucho por hacer en la vida y en la literatura. Sobrevivieron los dos más conscientes de su destino de escritores profesionales. Acaba de partir Aguilera Malta y el que nos queda —Pareja Diezcanseco— tiene la obligación de mantener en alto por muchos años la antorcha esplendorosa que el Grupo flameó sobre la cultura sí, pero también sobre el pueblo ecuatoriano.
EL HOMBRE AMIGO
Mi primer recuerdo de Demetrio fue cuando —estudiante del primer curso del "Vicente"— concurrí al acto de despedida a la delegación que viajaba a Quito en visita de confraternidad; compuesta por Aguilera Malta, Jorge Pérez Concha, Héctor Martínez Torres, entre otros. Demetrio leyó un poema suyo a las bellezas de nuestra Sierra y yo —impúber aficionado a los versos— me emocioné tanto, que al final me le acerqué a felicitarlo. "Has de ser tan inteligente como tu hermano Alfredo", me dijo, y yo —que no me sentía tanto— me ruboricé de tal manera, que fui víctima de las chirigotas de mis compañeros.
Años después lo traté largamente, cuando en su buhardilla, Joaquín Gallegos "El suscitador" como lo bautizara De la Cuadra, me incitaba y me aleccionaba para que me dedicara a las letras. Ya se había publicado "Los que se van", ya ambos eran para mí personajes fabulosos que sabían crear belleza con las palabras. Después de una conversación animada y profunda entre los dos escritores, salimos a la calle Demetrio y yo y caminamos juntos algunas cuadras. Fueron tantas su cordialidad, su sencillez, su buena voluntad, que puedo decir que desde entonces se anudó entre nosotros una amistad que sólo la muerte ha venido a desatar.
En Guayaquil, en Quito, en México, en Santiago de Chile, me tocó departir largamente con Aguilera (Raúl como lo llamaba Joaquín en la intimidad, nunca pregunté por qué), compartir la nostalgia, la esperanza, la visión del mundo. Trabajador infatigable —en el relato, en la cátedra, en el teatro, en el cine—, me aconsejaba: "Escribe sin parar, Pedrójoro. Sólo escribiendo se aprende."
En Santiago lo encontré cuando lo poseía la fiebre de hacer películas. No sólo me habló de sus planes, también me explicó cuanto sabía del arte, por más que no lograra contagiarme su entusiasmo. No llegó muy lejos en el campo del cine, principalmente porque el socio que lo acompañó en su empresa, no era el hombre adecuado. Pero para Demetrio fue una pasión tan sagrada como todas las suyas.
Nuestro encuentro en México fue cuando ya Velia lo acompañaba con esa adhesión prieta que le prodigó hasta el último minuto esa adorable mujer. Y fue entonces cuando descubrí a plenitud en Demetrio esa cualidad tan rara entre los escritores y los artistas: la entrega a los triunfos ajenos. Acababa de publicarse en Moscú la traducción de mi libro "Luto eterno" y en verdad yo andaba como "gallina con huevo", tal era mi satisfacción de ver mis letras en una lengua extranjera. Pero si lo mío era satisfacción, lo de Demetrio fue estallido, júbilo, exultación. Comentó el hecho en la columna que mantenía en EL DIA y cada ocasión que me presentaba un amigo, lo primero era recalcar que mis cuentos —para los que no escatimaba los elogios— habían sido publicados en ruso, con el tiraje gigantesco que tienen los libros en la Unión Soviética.
Otro recuerdo —éste no literario— confirma la alta calidad humana de Demetrio. Organizó en Quito una feria que se efectuó en el Parque de Mayo. Yo acababa de trasladarme a Quito con hatos y garabatos y pugnaba por asegurarme la subsistencia. Decidí pues buscar contratos para la Feria y conseguí dos o tres, por lo que recibí las comisiones correspondientes. Económicamente, la Feria fue un fracaso y cuando lo comentamos,dijo Demetrio: "Sí, he perdido casi toda la plata que tenía. Pero ¿qué importa si tú y otros amigos han ganado algo?".
EL HOMBRE NARRADOR
Son muy pocos los escritores que no tienen altibajos en su creación. Aunque yo sostengo que la musa del escritor profesional es la máquina de escribir, hay veces en que ella también se niega. O —y esto es lo más frecuente— el apresuramiento, el ansia de comunicación llevan a entregar a la imprenta obras que no están aún lo suficientemente maduras.
No sé cual fue el caso de Aguilera Malta. Pero es verdad que entre sus grandes novelas —"Don Goyo", "La Isla Virgen", "Siete lunas y siete serpientes"— y algunos de sus libros menores hay una distancia considerable.
Pero basta con esas tres sagas de nuestra cholería, para que Aguilera Malta sea —como lo es— un gran escritor de América Latina.
"Don Goyo" es —junto a "Los Sangurimas", de De la Cuadra—nuestro aporte precursor a la corriente del realismo mágico que tanto auge ha alcanzado en las últimas décadas. Tanto a los cholos de las islas del Golfo, al paisaje, a los animales, a las plantas, todo en convivencia telúrica, en integración de los tres reinos de la naturaleza, "Don Goyo" —anterior a la novela de Cuadra— es el primer descubrimiento americano de "lo real maravilloso" como llamaría Alejo Carpentier a esta manera mágica de enfrentar la realidad.
Dentro de esta corriente, "La isla virgen" y "Siete lunas" son reafirmaciones de la novelística de Demetrio, cada una con técnica más depurada, con más pensamiento vital, con mayor hondura sicológica.
Pero no es la misma la corriente de toda su narrativa. Cuando se pretende que hay que escribir obligadamente a la manera "boomística", el quehacer de Aguilera es la más rotunda negación de esta falacia. El escribió su "Don Goyo" décadas antes del estallido del boom, pero no se sintió atado a ninguna línea. Si la generosidad fue la característica de Demetrio-hombre, la versatilidad lo fue de Demetrio-escritor. "Canal Zone" y "Madrid" son reportajes novelados de alta calidad, en los que su autor toma posición firme, decidida, valiente —que no abandonaría jamás— junto a la Izquierda universal. "El secuestro del General" es un ensayo esperpéntico a la manera de Valle Inclán. Con "Jaguar", Aguilera retorna a las islas donde transcurrió buena parte de su niñez. En "Requiem por el Diablo" ensaya una nueva forma de novelar. Y están, además, sus episodios históricos que no los considero entre lo más logrado de su obra, pero que son una muestra más de la inquietud creadora de Aguilera Malta.
EL HOMBRE DE ESCENA
Capítulo aparte merece su quehacer teatral.
Dos de sus obras, "Dientes blancos" y "El tigre" están entre lo mejor que se ha escrito para la escena en esta tierra. Pero también hay que mencionar "Lázaro", "España leal", "No bastan los átomos", teatro auténtico, lleno de vitalidad e imaginación, con amplio conocimiento de los recursos escénicos.
Con la misma pasión que ponía en todos sus actos, Demetrio vibraba en los preparativos de sus estrenos. Vibraba, censuraba, intervenía. Era entonces un hombre de teatro por los cuatro costados.
ADIOS
Joaquín, Enrique, Demetrio: "los que se van" se han ido. Los tres dejan obras fundamentales para nuestra literatura, los tres dejan testimonios de nuestro Ecuador atormentado, los tres dejan personajes inmortales.
Como en gesto admirable, Demetrio no quiso tener tumba, es ante el Padre Río, el Guayas poderoso y sabio donde le grito: iHermano, tus cholos están de pie!