EL TIEMPO NUESTRO DE CADA DÍA
Publicado en
julio 27, 2014
"Juntos" es un término del cual se abusa sin medida. Se puede estar juntos sin ser hermanos siameses.
Y muchas veces el momento más dulce en una relación es ése en el que volvemos a vernos después de una ausencia más o menos corta.
Por Victoria Puig de Lange.
En estos tiempos de "time is money", cuando lo que más caro se paga es el tiempo que empleamos o perdemos haciendo... ¡lo que sea!... un problema se perfila con caracteres de crisis: cada vez se sacrifica más el tiempo que todo ser humano necesita para sí. Ese lapso, sea una hora o un día entero en que ni el teléfono, ni los niños, ni las personas con quien trabajamos, pueden localizarnos. Tiempo para nosotros, para utilizarlo como se nos ocurra, sea hundidas en una hamaca viendo las nubes formar arabescos en el cielo, en la oscuridad de una sala de cine o mirando libros en una librería.
Las estadísticas y los estudios especializados están descubriendo que la primera causa de divorcios es el exceso de tiempo que la pareja pasa juntos, ¿no se casaron para eso?, es la pregunta obvia. No. Se casaron para compartir la vida, no para ser hermanos siameses.
Por cierto que a la mayoría de las parejas les cuesta admitir que necesitan separarse del otro de vez en cuando. Casi todos encaran el asunto privacidad como la necesidad de encontrar tiempo para estar solos... juntos. Como un fin de semana sin los niños. La necesidad de ausentarse del otro se considera una traición a la promesa de complementarse, casi una infidelidad.
Pero, ¿quién puede asegurarnos de que la razón por la cual los matrimonios antes duraban más por la estricta división que entonces primaba entre los sexos? Los hombres iban "al club" casi a diario y sin mayores explicaciones. Lo cual daba a sus mujeres un par de horas para relajarse, encontrar soluciones a problemas del diario vivir... para encontrarse a sí mismas.
Luego vino la reacción a la Segunda Guerra, cuando la pareja hacía todo junta. Esta modalidad duró hasta el fin de la década de los '50 cuando, si el marido estaba fuera de la ciudad, la mujer no aceptaba invitaciones, "porque Pedro no está".
Simultáneamente los divorcios aumentaron en un 40%, provocando este comentario de una distinguida irlandesa octogenaria. "Eso no me extraña. Si dos personas viven en el bolsillo del otro durante 40 años, terminarán bebiendo hasta el alcoholismo o en un asilo para enfermos mentales". Y procedió a elaborar: "Mi padre solía ir al 'Pub'", como llamaban en Irlanda a los bares del barrio, "siquiera dos veces por semana, y aunque mi madre aparentaba disgustos, yo recuerdo la sonrisa y la actitud satisfecha con que empleaba esas dos horas que eran solo de ella, porque los niños chicos estaban ya acostados". "Su momento de paz", los llamaba.
VACACIONES DEL HOGAR
El aislamineto tiene su lado positivo. Estar solo no siempre implica estar abandonado. Y cuando uno se mira al espejo, no es preciso ver otra cara junto a la propia. Porque tal como el ser humano necesita de otro para sentirse completo, también precisa de momentos que pueda llamar propios, donde se encuentra solo al timón de su barco, cuando nadie le exige nada, ni atención, ni ayuda, ni colaboración alguna.
Una pareja que conozco enfrentó esa necesidad con gran aplomo. Susan es una apasionada del arte en todas sus formas, y Gregorio Tabarés, su marido, no comparte su afición. Ambos llevan una vida plena de obligaciones, con tres niños pequeños, y dos carreras florecientes que exigen dedicación, más una casa grande que plantea sus propias exigencias.
Con todo, Susan decidió dedicar el último fin de semana de cada mes, a recorrer galerías de arte por todo el estado, algo que a Gregorio le aburre intensamente. A cambio, ella accedió a asumir la total responsabilidad de la casa para que él pudiera pasar una o dos noches, cada cierto tiempo, donde le viniera la gana, sin interrupciones ni crisis domésticas, y sin dar cuenta de sus actos.
Estas cortas "vacaciones" del hogar, sin niños ni presiones domésticas, es una manera de enfrentar una necesidad común: la de mantener una zona de independencia y aislamiento en medio de las complejas exigencias del amor entre dos seres, las obligaciones paternales, y dos trabajos fuera de casa.
Aceptar la necesidad de tener una actividad o amistades independientes, es el primer paso para aquellos que todavía no se atreven a confesar que necesitan su propio espacio.
Cuando Susan Tabarés empezó sus recorridos artísticos, excusó sus escapadas asegurando que a Gregorio no le gustaba acompañarla.
Partían dos o tres mujeres, dice éste, y volvían al atardecer. Yo estaba de acuerdo. A mí no me divierte el plan. Pero un fin de semana, el recorrido iba a ser tan largo, que dormir fuera se imponía. Sus otras amigas no querían pasar la noche sin sus maridos, y Susan decidió partir sola.
Esa noche hablamos largo, y mi mujer admitió que lo que realmente quería era la oportunidad de estar sola. Y la comprendí, porque me di cuenta de que yo también necesitaba un descanso de la rutina diaria, aunque no me habría atrevido a plantearlo. Y ahí mismo decidimos que yo asumiría todas las obligaciones caseras cuando ella necesitara ausentarse, y yo a mi vez tomaría unas mini vacaciones de una o dos noches cada cierto tiempo. Era exactamente lo que necesitaba. ¿Qué hago en ese tiempo? Voy al cine, leo hasta cansarme o simplemente duermo. Lo importante es que el tiempo es mío, que nadie me pide que haga algo que no está en mi agenda.
Por supuesto que cuando el marido empezó a ausentarse y a dormir fuera de casa, las amigas de Susan pensaron que la situación se prestaba para tener un affaire. Y eso, el miedo a la infidelidad, es la causa por la que más parejas no optan por periódicos "descansos" de la unión matrimonial.
La estadística y los estudios especializados están descubriendo que la primera causa de divorcios es el exceso de tiempo que la pareja pasa juntos.
UN ESPACIO PROPIO
Hay tres obstáculos serios para satisfacer este deseo de tener su propio espacio: falta de tiempo, lugar y dinero. De los tres, la falta de tiempo es la más dificil de vencer, y sea cual sea la forma como se repartan las responsabilidades en el hogar, el ingreso de la mujer a la corriente de trabajo automáticamente significa que la familia tiene menos tiempo libre. Es verdad que como los dos trabajan, tienen más solvencia económica de la que tuvieron sus padres, pero el tiempo de que disponen es tan corto, que los momentos libres son escasos y cortos.
No conozco a una sola mujer de trabajo que no se sienta culpable porque cree que está descuidando a sus niños, especialmente cuando toma un poco de tiempo para sí misma. Y cuando por fin lo logra, piensa que debe dedicárselo a su marido, no a esas visitas al masajista o al salón de belleza. En mi práctica médica, dice un sicólogo, yo trato de inculcar a mis pacientes que por ocupados que sean, no pueden darse el lujo de no dedicar un espacio de tiempo sólo para ellos.
Si usted está siempre con su marido, su esposa, sus niños y la gente con quien trabaja, está literalmente recargando sus circuitos. La persona que no da prioridad a su tiempo personal, es como esos individuos que están enfermos, pero no van al médico porque "no tienen tiempo".
PONGA SUS DISTANCIAS
Lo crucial, dice una joven mamá, es poner distancia entre usted y el resto de la familia. Tener una casa grande no resuelve el problema. Yo tengo una casa vieja con mucho espacio y un estudio para mí con cerrojo. Un cerrojo que bien podría no estar allí, porque es imposible ignorar discretos golpecitos en la puerta, y otros no tan discretos.
Mis hijos saben que cuando la puerta está cerrada, deben dejarme tranquila, pero eso se les olvida. A través de la puerta me hacen toda clase de consultas: ¿Cómo se hace la salsa de tomates?... ¿Se muere el gato si le doy maní?... Si dejamos de tocar la puerta ¿nos llevas a montar poneys el domingo?. Un día decidí que la solución era no contestar. Durante media hora escuché toda clase de preguntas y luego un rosario de especulaciones: ¿Estás dormida? ¿Tienes los oídos tapados? ¿Estás en el suelo o parada? ¿Quieres que llamemos al médico?.
Decidí abrir la puerta cuando mi hija de cuatro años declaró solemnemente: Mamá ha muerto. Vamos a la cocina a comernos toda la torta de chocolate.
Fuente:
Revista HOGAR, Julio 1999