LA AUTOESTIMA DE NUESTROS HIJOS
Publicado en
julio 27, 2014
Estamos viviendo una etapa dura para nosotros como padres puesto que muchas veces nos sentimos tremendamente desorientados y culpabilizados por la forma cómo estamos educando a nuestros hijos. El mundo actual, con sus cambios vertiginosos y sus influencias comunicacionales masivas, ha hecho mucho más complicada la situación.
Por: Evelyn Brachetti de Areco.
Si hemos optado por una actitud conservadora, estricta y corregimos a nuestros hijos, como lo hicieron algunos de nuestros padres, con correa o San Martín en la mano, sentimos que nos miran como criminales y crueles, si por otro lado hemos elegido ser complacientes, poco represores y resolvemos los conflictos con el diálogo, o tratamos de hacerlo, nos parece que el vecino califica a nuestros hijos de malcriados y a nosotros de blandos y permisivos, desarrollando en el fondo temor a que las situaciones futuras se nos van a escapar de las manos.
Es importante preguntarnos ¿por qué para nuestros hijos es hoy tan difícil crecer aceptándose como son? ¿Por qué en nuestros hogares y escuelas no logramos formar seres que confíen en sí y se respeten? ¿Por qué hay tanto abuso de drogas, alcohol y promiscuidad sexual en nuestros jóvenes? ¿Qué es realmente lo que estamos haciendo mal?
La imagen que el niño forma de sí es producto de dos influencias: las vivencias familiares y las experiencias en la sociedad (de la cual la escuela es la primera y la más importante referencia). Vamos a analizar de qué manera nuestra familia influye y contrabalancea en relación a la autoestima.
LA FAMILIA Y LA AUTOESTIMA
Es indispensable comenzar por reflexionar sobre el lugar que los hijos ocupan en nuestros sueños y fantasías.
El mundo actual nos presiona en forma severa hacia calidad total, ser el número uno, el mejor, el ganador. Desde el nacimiento estamos valorizando o desvalorizando a nuestro hijo. Comenzamos por revisar su perfección física desde el instante en que sale del vientre. Queremos en primera instancia, hijos completos y lindos. Si aquello no es del todo realidad, lo adornamos de mil maneras para que aparezca como que lo fuera. La sociedad desde siempre ha sobrevalorado la belleza física. Aunque no se lo digamos al niño con palabras, ellos lo sienten en nuestras actitudes.
Los bellos sirven para vender cualquier cosa y el pequeño va criándose con esa idea. Si no es perfecto no es aceptado. Los niños que son crueles por naturaleza hasta que aprendan a tenerla bajo control, se ensañan con el más débil de su clase poniéndole apodos que muchas veces hacen sentir, al que los recibe, como un ser miserable y rechazado. Muchas veces, en ese momento de su vida, comienza a cuestionar aquello que vivenció en casa, por parte de los padres. Comienza a pensar que sus padres lo engañaron, o se engañaron por el amor que le tienen.
La imagen que el niño se formará de sí depende en gran parte de lo que vivencia en nuestra compañía. Si nuestro hijo es para nosotros un objeto poseído, si es "algo" que tiene que acoplarse a mi imagen mental de niño, tendrá que deformar su verdadera forma de ser para moldearse a nuestros deseos. Mientras mayor sea la distancia entre lo que soñamos que sea y lo que es, mayor será el conflicto porque el chico sentirá que está siendo descalificado como persona, que no es lo que sus padres soñaron que fuera.
Esto es muy especialmente notorio en relación al rendimiento escolar. La inteligencia es otro atributo extremadamente crítico en la valoración de un niño. Se cree que hay relación directa entre inteligencia y capacidad para aprender y por ello, muchos chicos que se percibe son muy inteligentes pero que obtienen bajas calificaciones, son presionados de tal forma que desarrollan una baja autoestima. Muchas veces los padres ni siquiera nos tomamos la molestia de buscar la causa que subyace a la dificultad escolar y lo atribuimos a la vagancia. Creemos, erróneamente, que pegándole o quitándole fiestas, salidas, deportes o inclusive nuestra "amistad", las cosas mejorarían: si ello fuera así de fácil no hubiera tantos niños que a pesar de estas represiones, continúan con sus problemas escolares.
Muchos padres somos tremendamente insensibles con nuestros hijos, hablamos de sus defectos con cualquiera, le transmitimos mediante sermones hirientes nuestras decepciones, criticamos y corregimos sus errores en público, como si el niño no escuchara o no tuviera sentimientos.
Como estamos siempre fatigados y presionados por el horario, nos irritamos con facilidad, no escuchamos lo que nos quieren decir, lo comparamos con dureza con otros hermanos, primos o amigos, lo denigramos y para achicar nuestra dosis de culpabilidad, lo compensamos materialmente.
Todo lo anterior nos hace pensar, que para algunos padres la autoestima es algo con que se nace, o que se pasa de uno a otro como un vaso de agua, o se enseña en unas pocas lecciones fáciles. Lo que se olvida es que la autoestima es el resultado de una construcción lenta pero perseverante para lo cual se necesita tiempo, tiempo y más tiempo de buena calidad de encuentro. Muchas veces ni siquiera detectamos que nuestros hijos son objeto de abuso por otros chicos que sienten que su misión en la vida es ridiculizar a otros. El amor propio se afecta de tal manera que puede estar al borde de desintegrarse. Es importante que nosotros lo ayudemos a defenderse, a enseñarle que nadie tiene permiso de hacerlo sentir inferior, a la vez que debemos de urgencia investigar de qué forma nuestro hijo colabora para ese rechazo de los otros. Para enseñarle a enfrentar y resolver problemas, el primer paso es ubicarlo y descubrir si son defectos físicos o actitudinales, luego ayudarlo a contrabalancear sus debilidades echando mano a sus fuerzas. Siempre poner la mira hacia sus cualidades positivas, sin dejar de ver la necesidad de trabajar en sus defectos. Enseñarle a sacar partido a sus fuerzas.
Cada fracaso de nuestros hijos debe ser motivo de diálogo (no monólogo tipo sermón). Debemos ayudarlo a aprender que un fracaso es una experiencia constructiva, que nos sirven para ser cada día mejores.
Cuando educamos a nuestros hijos debemos tener muy presente enseñarle disciplina sin deteriorar su autoestima. El primer paso será establecer reglas claras explicando lo que se espera de él y por qué. Es importante exigir obediencia pero en forma razonable. Siempre debemos controlar nuestro tono de voz y nuestras palabras. Si escuchamos frases hirientes y epítetos denigrantes siempre se sentirá lastimado, sus frágiles memorias registrarán los sentimientos de no ser aceptado extrayéndolo de la lectura de gestos, actitudes, comentarios y comparaciones.
Debemos evitar la sobreprotección o la sobreexigencia. Cuando imponemos exigencias poco realistas estamos agrediendo a nuestros hijos.
En síntesis, a menos que un chico crea en su valor como persona, el mundo para él puede ser un lugar sin luz. Los niños criados en un ambiente de elogio y aprobación tienen mejor pronóstico futuro que aquellos que sólo son criticados.
La mejor manera de criar hijos responsables, competentes, confiados y con buena autoimagen es probarles desde pequeños que son responsables, competentes y buenos.
Fuente:
Revista HOGAR, Enero 1995