DOCE MESES QUE ENRIQUECEN UNA VIDA
Publicado en
julio 13, 2014
Este nuevo programa de Servicio Social Voluntario, iniciado por Alemania, beneficia por igual a los ciudadanos menos favorecidos que a los jóvenes deseosos de hacer "una pausa" en sus estudios académicos.
Por Gitta Sereny.
MONIKA Dinklage, muchacha de 16 años, estaba sentada en la guardería infantil de la Institución Scheuern para retrasados mentales. Se recostaba apaciblemente en su regazo Anka, niña hiperactiva de nueve años afectada de dislexia. "Al principio me sentía aquí desorientada e inútil", me confió Monika, tímida y de aspecto aniñado. "Pero poco a poco fui teniendo más confianza en mí misma, y ahora me encuentro mucho más desconcertada si no trabajo. En mis tardes libres salgo a menudo con Anka y paseo con ella o la llevo a la ciudad".
Dieter Neumann tenía 18 años cuando fue destinado a una misión en los ferrocarriles, en el turno de noche, donde su tarea principal era fregar platos. "Al principio me parecía que estaba perdiendo el tiempo", me confió. "Pero en una ocasión dos Gastarbeiter (obreros huéspedes) turcos se presentaron en la estación. Se habían perdido, no tenían dinero, no sabían qué hacer, no hablaban ni una palabra de alemán, sólo se daban a entender en un malísimo francés, y uno de ellos estaba enfermo. Cuando les encontré alojamiento", continuó Dieter, "les busqué un médico, les conseguí algo de dinero, encontré el equipaje que habían extraviado y llamé a su patrono para comunicarle por qué llegarían tarde al trabajo, mis ideas habían cambiado totalmente. ¡En la misión de los ferrocarriles había muchísimo que aprender!"
Dieter y Monika (ésta hace actualmente prácticas de enfermera en un hospital de Francfort) son únicamente dos de los 30.000 jóvenes alemanes mayores de 16 años que han participado en el experimento originalísimo llamado Freiwillige Soziale Jahr, o sea Año de Servicio Social Voluntario. Durante ese lapso los jóvenes combinan el servicio social con un plan organizado de estudios complementarios. (Aquellos que continúan en la misma rama obtienen créditos académicos como internos.) Tras un análisis de su personalidad se les asignan tareas que no exigen una preparación especial, sino sólo un profundo humanitarismo, y siguen su vocación de ayudar al prójimo trabajando al mismo tiempo en instituciones escasas de personal dedicado a cuidar a los que están más urgidos de asistencia.
Gran parte de los jóvenes son reclutados por amigos y conocidos que antes trabajaron de voluntarios, y los envían a una de las muchas oficinas que poseen los cinco organismos de asistencia social más importantes de la nación, entre los cuales figuran iglesias, la Federación de Bienestar Social (Arbeiterwohlfahrt), el Trabajo Social Juvenil (Jugendsozialwerk), que constituye parte de la Cruz Roja Alemana, y la Sociedad de Organismos Independientes de Bienestar Social (Paritatischer Wohlfahrtsverband). Los jóvenes son entrevistados por un trabajador social especializado que investiga sus aptitudes y preferencias, así como las razones que los mueven a presentarse como voluntarios, y les indica lo que espera de ellos el Año de Servicio Social.
Los jóvenes inscritos en el programa reciben por lo menos dos semanas de enseñanza y formación dirigidas por instructores profesionales, y luego van a trabajar en hospitales, jardines de niños, instituciones para los baldados físicos y mentales, escuelas, asilos de ancianos o proyectos comunales. Como remuneración reciben entre 100 y 150 marcos mensuales (de 40 a 60 dólares) para sus gastos, además de alojamiento y alimentación gratuitos, seguros sociales y reembolso de los gastos de viaje. Suelen vivir en grupos pequeños en su lugar de trabajo o en conglomerados mayores en los Hogares Juveniles regionales.
El programa fue iniciado en 1954 por la Iglesia Evangélica, que lo llamó "Año Diacónico", y en 1959 la Iglesia Católica emprendió una tarea análoga. En aquel tiempo la mayoría de los voluntarios eran de edad mucho mayor y solían dejar temporalmente trabajos bien remunerados. En 1964 se orientó el reclutamiento preferentemente hacia la juventud, cuando se unieron a la labor varias agrupaciones laicas, entre las que figuraban el Trabajo Social Juvenil. Aquel mismo año el gobierno de Alemania Occidental aprobó una legislación especial en apoyo del programa, el cual en el curso de los cinco años últimos virtualmente ha aumentado al doble sus efectivos.
"No hay duda de que el Año ha tenido éxito", declara la doctora Katharina Focke, de 53 años, ministra de Juventud, Familia y Sanidad de Alemania Occidental. "Es cada vez mayor el número de personas que desean participar en él, y hemos de hallar medios para satisfacer tales deseos".
El interés oficial se motiva, en parte, por el aumento del desempleo juvenil y la concordante necesidad de hallar trabajos destinados no sólo a mantener ocupados a los jóvenes, sino también a que comprendan de manera más realista los problemas sociales. Este aspecto del Año ha atraído el interés de diversos países por el programa.
Es interesante el caso de Violet Scháfer, de 19 años. Cuando me la presentaron vi inmediatamente que era la imagen misma de "la muchacha liberada": tenía gran sensibilidad y era inteligente; le preocupaba el mal funcionamiento de la sociedad, pero era impertinente, petulante y dada a teorizar. Cuando la conocí tenía a su cuidado a Trudi, niña de ocho años que padecía una sicosis profunda y cuya única actividad era mecerse frenéticamente de atrás adelante, sentada en el suelo. Violet le echaba una pelota de caucho: una, dos, hasta doce veces. ¿Dejaría de mecerse Trudi para tomar la pelota? Aquel día la niña no reaccionó al estímulo y por último Violet le puso en las manos la pelota para que la chiquilla estrechase contra su pecho el juguete.
"¡Por favor, Trudi!" exclamó Violet casi desesperada, y luego acarició a la niña y se volvió hacia mí. "Trudi es un caso difícil", me explicó. "Al principio deseaba yo de manera abstracta ayudar a la gente y creía que aquellos a los que yo ayudase se beneficiarían automáticamente con el tiempo que les dedicara. Ahora he comprendido que ayudar al prójimo exige determinación y paciencia, y lo mejor que puedo hacer es insistir una y otra vez sin esperar milagros. Pero aprenderlo me ha ayudado mucho a mí". Los educadores reconocen que es necesario en muchos casos proporcionar a los jóvenes una pausa (para madurar y para "recargar" su motivación) junto con la experiencia de trabajar y de vivir fuera del marco de su familia, antes de elegir definitivamente su carrera y su profesión. Y este reconocimiento abarca no solamente a Alemania, puesto que ahora el Año se ha establecido en Suecia, Holanda, Austria, Francia, Finlandia, Noruega, Suiza, Inglaterra, e incluso en la Alemania Oriental comunista. Al iniciarse el programa los padres tendían a mostrarse escépticos, pero esta actitud va desapareciendo. El padre de una joven alemana escribió a los directores del programa para que rechazaran la solicitud de su hija, pero la chica decidió no cejar. Posteriormente el padre envió otra carta en la que decía: "Ángela no volverá a su trabajo de antes, pero eso no nos importa. En este año ha mejorado tanto su personalidad y su comprensión de la vida que estamos totalmente de acuerdo con su decisión de estudiar para enfermera".
Hoy es evidente que el Año no es una especie de flauta mágica que aparte a los jóvenes de los "duros" objetivos de la vida desviándolos hacia unos servicios sociales más "blandos". De hecho, la mayoría de los que solicitan ser admitidos poseen ya vocación para la enseñanza, la enfermería o el trabajo social. Pero lo que en general les falta es la claridad de objetivos y propósitos que garantice el buen rendimiento de su formación futura.
Por ejemplo, Verena, rubia, hermosa y espigada muchacha de 19 años, obtenía siempre notas excelentes y ha leído y viajado mucho; no parecía tener ninguna necesidad de abandonar sus estudios, ni siquiera temporalmente. ¿Por qué se presentó como voluntaria para el Año de Servicio Social? "No deseo seguir estudiando sin tener un objetivo claro", me confesó cuando nos conocimos. "Y todavía no sé bien qué deseo hacer. Para decidirme necesito pasar por una experiencia de trabajos prácticos".
Cuatro meses después me entrevisté con ella en el Laubacher Singalumnat, internado eclesiástico para la formación religiosa de los niños, dedicada especialmente a formar cantores de coro. El director se mostraba encantado con el trabajo que realizaba Verena como maestra, y ella estaba aun más entusiasmada con su tarea. Gozaba intensamente al cantar y participar en la instrucción del coro, y también le agradaba su pequeña habitación desde la cual se divisaba el castillo de Laubach, maravillosamente iluminado durante la noche. "Aquí me siento necesaria. Esta ha sido una experiencia increíble en cuanto a adquirir responsabilidad".
A los dos meses Verena cambió su empleo con Violet Scháfer y fue a Nieder-Ramstadt, donde trabajó con los retrasados mentales. Cinco meses después la visité de nuevo y le dije que parecía un poco cansada. "Sí, lo estoy", me confirmó. "Pero era lo que tenía que hacer. Violet necesitaba ir a Laubach, donde la iniciativa personal cuenta mucho, y a mí me hacía falta el choque de esta realidad para completar mis experiencias. Estoy un poco atontada y humillada, pero ahora sí deseo concentrarme en mis estudios".
Los efectos de la participación en el Año de Servicio Social Voluntario son muy variados, aunque en casi todos los casos dejan huella profunda y saludable. Es inevitable que en situaciones tan exigentes como las que suelen presentarse, algún voluntario sufra de tensión. Entonces el programa ofrece a sus voluntarios el servicio de consejeros especializados, como Gertrud Rau, mujer esbelta y vivaz de 44 años que estudió sicología educativa y sicoterapia de grupo y tenia experiencia de trabajo social en Alemania antes de participar, en 1963, en el Año Diacónico. Ahora tiene a su cargo todos los aspectos de la vida de los 25 a 35 voluntarios que recluta y coloca anualmente en la región de Francfort, organizando sus estudios, además de vigilar sus adelantos y servir de consejera.
De no ser por sus buenós consejos, Marion Henkel, de 17 años, joven inteligente y de gran sensibilidad, habría resultado dañada por sus experiencias durante el Año. Los cuatro meses de tarea con enfermos mentales graves (trabajo que eligió ella misma) la habían trastornado. Inicialmente mostraba gran seguridad en sí misma y era muy bonita, pero después engordó, padeció una erupción en la piel y empezó a rehuir el trato social. Cuando se entrevistó con Frau Rau, exclamó: "¿Es posible ayudar realmente a esas personas? ¿De qué manera? ¿Por qué han nacido así? ¿Qué será de ellos?"
Después de oírla Frau Rau envió inmediatamente a Marion a un hogar infantil, donde su tarea era mucho menos ardua y donde la joven recuperó pronto su personalidad y desempeñó con gran éxito tareas muy eficaces.
Otros jóvenes, en cambio, consiguen superarse sin ayuda exterior. Ejemplo extraordinario de ello es Martin Bauch, chico de 19 años, flacucho y enclenque, quien trabajaba también en una institución para enfermos mentales como encargado de cuidar el aspecto físico de los enfermos y la limpieza de sus habitaciones. Algunas veces ha ayudado a amortajar.
"La tragedia se repitió aquella mañana en una mujer de 32 años", me relató Martin. "Cuando la preparábamos para enterrarla, comencé a meditar: ¿Por qué tenía que suceder esto? ¡Era tan joven que no parecía estar muy enferma! El enfermero que trabajaba conmigo mostraba una gran indiferencia. Es cierto que ya había estado aquí durante cuatro años. ¿Voy a endurecerme yo también?"
Martin me llevó a su sala. De los siete enfermos que no podían abandonar el lecho y que estaban profundamente perturbados, sólo uno podía hablar. Pero a todas luces Martin había logrado establecer relación con ellos. Se sentó en cada una de las camas y fue llamando a cada uno de aquellos hombres por su nombre. Solamente uno no respondió; los demás siguieron al muchacho con la mirada cuando salimos de la sala y tres sonrieron mientras uno de ellos se despedía de nosotros con la mano.
Ya afuera, me dijo: "Me siento muy cerca de ellos. Y sé muy bien que tienen sentimientos. Lo muestran en el rostro, como usted vio. Lo que sucede es que las demás personas no tienen tiempo para lograr que exterioricen esos sentimientos". Martin, por supuesto, no estaba endurecido. Y en realidad el programa, en conjunto, demuestra que la gran mayoría de los voluntarios se enriquece espiritualmente con esas experiencias y, a semejanza de este joven, ayudan positivamente al bienestar ajeno. Además, durante el período de servicio son muy pocos los que abandonan la tarea: menos del uno por ciento. Al cumplir el Año, dos terceras partes de los voluntarios se orientan hacia carreras de profesorado o de trabajo social. Y lo que más importa es que lo hacen con una confianza y serenidad renovadas.
Un caso ilustrativo es el de Annette Fránzel, de 18 años, de carácter alegre, delgada, de cabello rubio oscuro, tranquila pero muy eficaz. La joven no tenía nada que hacer y carecía de objetivos concretos en la vida; se presentó como voluntaria para el Año, y decidió trabajar en el Hogar de Ancianos Ludwig Eibach, en Wiesbaden. La conocí allí cuando llevaba cuatro meses de residencia. Estaba sentada al borde de una cama y daba de comer a una anciana que, tras sufrir varios ataques de apoplejía, estaba casi ciega y apenas podía moverse. Annette hablaba con ella de música y de libros, y esperaba pacientemente y con manifiesto interés las lentas respuestas de la enferma. Cuando la joven se marchó y se llevó los platos de la comida, la paciente me dijo con una sonrisa: "¿Sabe usted? A veces me acompaña cuando no está de servicio. Me lee y hablamos". Posteriormente Annette comentó conmigo: "Vine a este lugar porque deseaba ayudar a los ancianos, y eso es lo que estoy haciendo. Pero a esta experiencia se ha añadido una nueva dimensión completamente inesperada. Estoy aprendiendo cuál es el fundamento de una existencia plena". Y al seguir explicándome en qué consistían esos factores, me di cuenta de que Annette había aprendido la mejor lección: la importancia suprema del amor en la vida; tanto del que se da como del que se recibe...
Tal es la lección de un Año, lección en que se concentra, a mi parecer, la sabiduría intemporal.