Publicado en
julio 27, 2014
La Domitila le había avisado a Roberto que mi tía Eulogia se había vuelto loca... "Cualquier mujer que dice que la visitó una clienta que murió hace 20 años, está loca" , dijo. Y él llegó a la casa con un siquiatra.
Por Elizabeth Subercaseaux.
La Domitila le pegó una de sus miradas que atravesaban muros de piedra. Por primera vez en su vida, creía que la señora Eulogia se había vuelto loca, pero loca de verdad, y se lo dijo sin miramientos.
—¿Ah, sí? ¿Y por qué me dices eso, Domi
—Porque cualquier persona que llega a la casa contando que la visitó una dienta que murió hace 20 años, está loca. Así se lo dije a don Rober.
—¿Qué le dijiste?
—Que lamentablemente usted se había vuelto loca, que ayer llegó diciendo que una dienta, que para colmo se llamaba Ciprés de apellido, acudió a su agencia para solicitar servicios detectivescos porque el marido estaba tratando de asesinar a su gato Loló, pero resulta que la señora murió hace 20 años... ¿Para qué le cuento la cara que puso don Rober? Está por llegar.
—¿Aquí? ¿Va a venir?
—Sí, con un siquiatra.
La tía Eulogia se levantó de un salto, se arregló el pelo a toda carrera, como hacía cuando estaba a punto de explotar, se paró frente a la Domitila con ambas manos en la cintura y le lanzó una mirada capaz de resucitar a un muerto.
—¡No tienes que meterte en mi vida! ¡Ni con mis clientes! Estén vivos o muertos, ¿me oíste? ¡Cómo se te ocurre ir con ese cuento donde Roberto! Y, además, déjame decirte esto, que se te grabe bien: eres mi empleada, no mi mamá. Y en el sur tienes a un marido tirado y a unos hijos que nunca ves, así que no vengas a darme lecciones de cordura. Eso es lo que yo llamo estar loca... Hablar con una muerta... Bueno, puede ser que no pase todos los días, pero si alguien te busca en la agencia de detectives, lo atiendes, no vas a preguntarle a la gente si está viva o muerta, ¿no te parece, Domitila?
—Lo que me parece es que los muertos no necesitan los servicios de los detectives, y ya no les importa si el marido quiere matar al gato, o no. Creo que usted ha perdido la chaveta, señora Eulogia, y estamos todos muy preocupados.
—¿Todos? ¿Quiénes son todos? ¿Con quién más hablaste?
—Con el perejiliento de don Jack, usted sabe que no lo puedo ver y que siempre me ha parecido inadecuado para usted, pero mal que mal es su... ¿su amante? ¿Su marido sin certificado? ¿Su amigo que duerme en su cama? Bueno, lo que sea y por eso le avisé. Y lo otro que quiero decirle es que desde hace años mi marido no se interesa en mí, mis hijos ya están grandes, así que no me venga con sermones de abandono. Fue él quien me abandonó, cuando apareció esa flaca de mechas tiesas que lo hizo ver la Luna llena cuando no estaba más que menguante —y dicho esto último la Domi soltó un sollozo.
—Está bien, perdóname, no quise ofenderte, pero ¿por qué fuiste donde Roberto a contarle lo de mi dienta muerta
—Soy yo quien debería preguntarle, señora Eulogia, ¿cómo no se dio cuenta de que la señora había muerto hace 20 años?
—¿Y me quieres decir cómo se da cuenta una de eso?
—Bueno, no sé, tiene que haber estado más pálida de lo normal, por ejemplo, tiene que haber sido flaca, puro esqueleto, digo yo, tiene que haber tenido un olorcillo nada parecido a un perfume... No sé, algo distinto debe haber tenido, no me diga que después de 20 años muertos, vamos a poder salir a la calle, así, no más, sin que nadie note nada.
—Mmmm. Tienes razón, pero no me di cuenta. Me pareció flaca, claro, era bien flaca, pero eso no quiere decir nada.
Y en eso estaban cuando sonó el timbre. Era Roberto. A su lado había un hombre de unos 50 años, con bata blanca, que saludó a Eulogia amablemente.
—Soy el doctor Sinatra —dijo el hombre estirando una mano.
¿Sinatra? ¿Por qué tenía que llamarse así? ¿No estaría muerto este también? No alcanzó a darle más vueltas al asunto pues, al ver su cara de sorpresa, el médico no tardó en explicar que su mamá era fanática del cantante Frank Sinatra, y por eso le había cambiado el apellido de Gómez a Sinatra.
Pasaron al living y los próximos 10 minutos, Roberto y el médico, la Domitila y la tía Eulogia se miraron las caras sin saber qué decir, hasta que Eulogia rompió el incómodo silencio:
—¿Y en qué puedo servirlos? —dijo dirigiéndose expresamente al doctor Sinatra.
—Bueno, su marido me ha traído para ver si...
—Mi ex marido —lo interrumpió la tía Eulogia.
—Disculpe, su ex marido me ha traído para que hablemos. Cree que usted está... bueno... un poco mal de los nervios y que tal vez yo pudiera ayudarla.
—¿Mal de los nervios? Nunca he estado mejor de los nervios en toda mi vida.
—Sí, pero me dice Roberto que estuvo conversando con una mujer que murió hace 20 años.
—Así es. Y no es mi culpa. Yo soy detective, doctor, ella entró en mi oficina con un problema y cuando me aprestaba a ayudarla se murió, ahí mismo, enfrente de mí.
—Pero, ¿no estaba muerta hacía 20 años
—Eso dijo la policía, pero no es verdad, porque se murió en mi oficina. Yo la vi, a menos que alguien pueda morirse dos veces. ¿Cree que eso es posible?
—¡Era un fantasma, señora Eulogia! ¿No se da cuenta? —gritó la Domitila, tratando de que entendiera.
—Señora, vamos a conversar un poco —le dijo el doctor Sinatra—. Acuéstese en el sillón. Piense que está en mi consultorio y relájese, relájese...
—No, señor, yo no me acuesto en MI sillón —le dijo enfatizando la palabra MI.
—Está bien, pero cuénteme... ¿Cómo era la mujer? ¿Tenía cara de muerta o de viva? ¿Qué le contó? ¿Fue asesinada?
Y, acto seguido, el doctor Sinatra se sentó en el comedor con una libreta, para empezar a anotar las confesiones de Eulogia.
—¿Qué está haciendo? —le preguntó Eulogia, empezando a cansarse de su interrogatorio.
Roberto se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros, cariñoso. Le dijo que los nervios la habían traicionado; seguramente ni siquiera existía la tal mujer y todo era producto del estrés que le provocaba esa tonta carrera de detective que se había inventado. Todo estaba muy claro.
—Lo único claro que ha pasado aquí es que ninguno de ustedes tres debiera siquiera encontrarse en este lugar. ¡Esta es mi vida y mi casa! Yo soy quien decide lo que hago y dejo de hacer, y si contrato, o no, los servicios de un siquiatra. Y nadie se atreva a tocar mi carrera. Si alguno de mis clientes resulta que murió hace muchos años, bienvenido sea, quiere decir que hay otra vida y me alegro mucho de saberlo, pero ahora, ¡en este minuto!, se van adonde les parezca mejor, siempre que sea por lo menos a muchos kilómetros de este living —y se levantó, se dirigió hacia la puerta, la abrió de par en par e hizo un gracioso gesto señalándoles la calle.
La Domitila, Roberto y el doctor Sinatra enfrentaron la calle con gesto adusto y se perdieron entre la multitud.
Al poco rato, Eulogia salió rumbo a la agencia de detectives. Antes de entrar en su oficina, pasó por la de Tina Fernández. Necesitaba contarle que entre Roberto y la Domitila le habían dado un cuartelazo trayendo a un siquiatra, todo ello para convencerla de que dejara esta carrera donde, según ellos, se le estaban encrespando peligrosamente los nervios.
—Les dije que se trata de mi vida, que nadie tiene derecho a entrometerse en ella. Ya sé que hay casos muy raros, pero eso es lo que me gusta.
—Me alegro mucho de que te guste, porque en tu oficina hay un nuevo cliente esperándote...
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, SEPTIEMBRE 12 DEL 2006