PEDRO, PRÍNCIPE DE LOS APÓSTOLES
Publicado en
junio 01, 2014
SAN PEDRO, según el Greco, en el Museo de El Escorial. (Reproducido por cortesía del Patrimonio Nacional, España.)
Pedro, que vivió siempre titubeando y constantemente probando de nuevo, encarna la lucha del hombre para ser mejor... y así se ha conquistado un lugar especial en el corazón de todos los cristianos.
Por Ernest Hauser.
"TÚ ERES Simón, hijo de Juan; tú serás llamado Cefas".
Hasta ese día Jesús jamás había visto al hombre a quien se dirigía, pero sí a Andrés, hermano de Simón. Y fue Andrés quien instó a Simón a que lo acompañara a conocer a jesús, diciéndole:
"Hemos hallado al Mesías".
Ambos hermanos eran toscos pescadores del mar de Galilea, avezados a la dura vida que les imponía su oficio. Los tres hombres estaban en la playa, y entre Jesús y el recién venido se cruzó una chispa de entendimiento. En arameo, lengua nativa de Jesús, el apodo "Cefas", que tan espontáneamente acababa de aplicarle, quiere decir "piedra" o roca. Traducido al griego de los Evangelios se convirtió en Petra, es decir, Pedro en español. Desde entonces, millones de Pedros, Peters, Pierres y Pyotrs deben su nombre al primero que lo llevó: Simón, la Piedra, la Roca.
Distinguiéndose entre los apóstoles, Simón Pedro encabeza todas las nóminas de la Biblia en que figuran los doce elegidos. Durante todo el ministerio de Jesús le hallamos haciendo de vocero de la pequeña banda. Es a Pedro a quien Jesucristo confía el mando de la comunidad que deja tras sí.
Los primeros retratos de Pedro, algunos hallados en las catacumbas romanas, lo representan como un hombre robusto, de anchas espaldas, cabeza redonda, ojos pertinaces y espesa barba corta. Sabemos que el apóstol era casado, y que en ocasiones llevaba consigo a su mujer en sus jornadas misioneras. La leyenda menciona también una hija, Petronila. Y el mismo Pedro se refiere a su pobreza personal : "Plata ni oro, yo no tengo", le dice al lisiado, a las puertas del templo.
UN SIMPLE PESCADOR
Hombre de acción antes que intelectual, carece de la instrucción académica de Pablo, su gran contemporáneo. Impetuoso, temerario, jactancioso, pronto a obrar sin detenerse a reflexionar, era hombre tan imprevisible como su gris mar de Galilea. Pedro obra impulsado más por el corazón que por el raciocinio. Su amor a Jesús es la base de toda su existencia, y sin embargo la duda lo devora. Cuando Jesús marcha sobre las aguas revueltas y se dirige hacia la barca de sus discípulos, Pedro es el único a quien no convencen las palabras del Señor: "Soy yo". Al decirle el Señor: "¡Ven!" salta de la embarcación y avanza valerosamente hacia el Maestro. Pero una vez entre las olas turbulentas, comienza a hundirse. La mano de Jesús le salva, mas recibe una severa reprimenda:. "¡Hombre de poca fe!"
Este simple pescador necesita que se le expliquen las cosas con todo detalle. "Explícanos esa parábola", pide en una ocasión. "Señor", pregunta en otra, "¿cuántas veces deberé perdonar a mi hermano cuando pecare contra mí? ¿Hasta siete veces?" Cede a la debilidad de recordar a Jesús el sacrificio que por este hacen él y sus compañeros, y pretende obtener alguna recompensa en el otro mundo: "Bien ves que nosotros hemos abandonado todas las cosas y te hemos seguido; ¿cuál será, pues, nuestra recompensa?"
Cuando Jesús lava los pies a los apóstoles, Pedro es el único incapaz de percibir el simbolismo de tal acción, y exclama : "Jamás por jamás no me lavarás tú a mí los pies". Pero cuando el Maestro le responde: "Si yo no te lavare no tendrás parte conmigo", ¡Simón Pedro le pide ansiosamente que le lave también las manos y la cabeza! Y cuando Jesús revela que debe perecer a manos de sus enemigos, Pedro no puede aceptar la voluntad de Dios. Solemnemente le dice: "¡Ah, Señor!, de ningún modo; no, no ha de verificarse eso en ti". Jesús, ante tal falta de comprensión de la naturaleza de su sacrificio, se vuelve hacia Pedro en una rara demostración de ira: "Quítateme de delante, Satanás, que me escandalizas".
PESCADOR DE HOMBRES
Trabamos conocimiento con Pedro en Cafarnaúm, en la ribera norte del mar de Galilea. Jesús visitaba con frecuencia la choza donde aquel vivía con la familia de su mujer y con su hermano Andrés. Cuentan los Evangelios que Jesús curó de una fiebre a la suegra de Pedro, y que los enfermos del lugar, al saberlo, se reunieron a la puerta paraque los curase a ellos también. Al andar más tarde por la playa, rodeado de una ansiosa muchedumbre, Jesús ve a Pedro lavar sus redes allí cerca, y le pide que aleje un poco la barca de la costa. Sentado en la embarcación, Jesús predica a la gente que está reunida en la ribera.
De pronto pide a Pedro que se interne en el mar y empiece a pescar. Pedro, como siempre, se muestra escéptico: lo ha intentado toda la noche sin conseguir pesca alguna. "No obstante, sobre tu palabra echaré la red", responde. Milagrosamente coge suficientes peces para llenar su bote y el de sus camaradas, Juan y Jacobo. Entonces, afligido por haber dudado, cae a los pies de Jesús y le pide que se aparte, diciendo: "Soy un hombre pecador". Mas Cristo le contesta que en el futuro pescará hombres en vez de peces.
Hay en las debilidades humanas de Pedro algo que a la par exaspera y enternece. Su falta de confianza en sí mismo, sus frecuentes apostasías, nos recuerdan la lucha que día tras día tiene efecto dentro de nosotros mismos. Pero ante nuestros ojos se va forjando un hombre. La arcilla se convierte en granito. Pedro llegará a merecer el apodo que con tan buenos auspicios le había sido otorgado.
La Pasión del Señor se acerca. Al entrar en el Monte de los Olivos, Pedro asegura a su Maestro que le será siempre fiel: "Aunque me sea forzoso el morir contigo, yo no te negaré". Sin embargo, unos minutos después, habiéndosele pedido que vele durante la agonía de Jesucristo, se deja vencer por el sueño, y Jesús le riñe: "¡Simón, tú duermes?, ¿aún no has podido velar una hora ?"
EL GALLO CANTA
Cuando conducen a Jesús al palacio del sumo sacerdote, luego de ser traicionado por Judas, Pedro lo sigue de lejos. Al descubrir una hoguera encendida en el vestíbulo del edificio, se acuclilla entre los servidores para calentarse.
Una criada lo mira con atención. "También tú andabas con Jesús el galileo", le dice. "Yo no sé de qué hablas", responde Pedro prontamente. Otra persona lo reconoce, y Pedro vuelve a negar al Señor. Molesto, habla nerviosamente, delatándose por su acento galileo. Apenas acaba de negar a Jesús por tercera vez : "Yo no conozco a tal hombre", el gallo canta. Justamente entonces se llevan a Jesús para azotarlo. El Maestro se vuelve, y en un terrible instante sus ojos encuentran los de Pedro. Este, recordando la triste predicción de Jesús: "Antes de cantar el gallo renegarás de mí tres veces", se escabulle del palacio y llora amargamente.
San Lucas, al relatar estos sucesos, registra cada detalle del naufragio moral de este hombre. Pedro ha llegado esta vez al fondo de su ignominia. En su desolación se mantiene apartado de todos. Después de la Resurrección, cuando él y sus cofrades galileos han vuelto provisionalmente a su anterior género de vida y se encuentran pescando, Jesús los llama desde la playa. Entonces Pedro, recobrando su naturaleza impulsiva, se arroja al agua y nada hacia la costa para ser el primero en saludarlo. Al ver Jesús esta nueva prueba de devoción, le pregunta con voz grave: "Simón, hijo de Juan, ¿me amas tú más que éstos?" Pedro afirma su amor, y jesús le contesta : "Apacienta mis corderos". Dos veces más Jesucristo vuelve a inquirir si Pedro le ama, y este, afligido por tal insistencia, responde: "Señor, tú lo sabes todo; tú conoces bien que yo te amo". Y en conclusión le dice Jesús : "Apacienta mis ovejas".
Con esto se desvanece la memoria de la amarga vergüenza de Pedro; está pronto a asumir la abrumadora tarea que se le ha asignado.
VIAJE A "BABILONIA"
Después de la Ascensión del Señor, Pedro dirige la comunidad con nueva confianza. Vigila la elección de un duodécimo apóstol para ocupar el lugar que Judas dejó vacante. En Pentecostés pronuncia un vehemente sermón, después del cual 3000 personas solicitan el bautismo, probablemente aumentando así a más del doble el número de fieles de la naciente comunidad. Y descartando audazmente el estrecho concepto según el cual solo los judíos podían esperar la salvación, admite en la Iglesia al primer gentil, el centurión Cornelio.
Luego Pedro recorre los países del Oriente Medio en su nuevo oficio de pescador de hombres. Lo evocamos predicando la Buena Nueva en el bullicioso mercado de algún pueblecito situado en la encrucijada de varios caminos; va calzado con sandalias y envuelto en el burdo manto que le cubre hasta los tobillos, el mismo usado todavía por los habitantes del desierto.
A medida que la atención se concentra en el gran circuito misionero de Pablo, menos se oye hablar de Pedro. Por entonces, hecho prisionero en Jerusalén en la época en que Herodes perseguía a los cristianos, se le encierra en una mazmorra, se le encadena fuertemente a dos soldados, y además se aposta a otros guardias ante la puerta. Un ángel lo libera milagrosamente, y entonces se dirige a la casa de Marcos, donde muchos cofrades lo reciben con gran júbilo. Después, según las enigmáticas palabras que recoge el libro de los Hechos de los Apóstoles: "... partiendo de allí, se retiró a otra parte".
¿A qué "otra parte"? Que Pedro se trasladó en realidad a Roma es hoy aceptado como un hecho por la mayoría de los historiadores modernos. Cualquier hombre de su enjundia hubiera lógicamente deseado ir a la capital de aquel vasto imperio. Varios escritos de los comienzos de nuestra era, entre ellos una carta de Clemente, obispo de Roma, que data aproximadamente del año 96, recuerdan la estadía del apóstol en la Ciudad Eterna, y su final martirio.
En el año 64 estalló un gran incendio en un barrio de la urbe. En necesidad de alguien a quien culpar, Nerón acusó a los cristianos de incendiarios e hizo ajusticiar a muchos de ellos. Es probable que Pedro haya figurado entre sus víctimas. Condenado a ser crucificado, el noble anciano se consideró indigno de sufrir la misma muerte que Cristo, y pidió que lo clavaran en la cruz cabeza abajo. Y así murió, con lo cual se cumplieron las extrañas palabras que en una ocasión el Señor le había dirigido : "... mas en siendo viejo, extenderás tu manos en una cruz, y otro te ceñirá, y te conducirá adonde tú no gustes".
LAS LLAVES DEL REINO
Una poderosa tradición afirma que San Pedro, la iglesia más grande de la Cristiandad, está edificada sobre la tumba del apóstol. El santo patrono se halla siempre presente para quienes oran en el famoso templo. Los dedos de bronce de los pies de su estatua, que tiene 700 años, se han desgastado por las miríadas de besos piadosos. Y en letras de mosaico azul, de metro y medio de alto, dispuestas en torno de la base dorada de la gran cúpula, se leen las palabras de Jesús: "Tú eres Pedro".
Mucho se ha escrito a lo largo de los siglos respecto a la solemne promesa de Cristo (San Mateo, 16: 18-19) :
Y yo te digo que tú eres Pedro, y que sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella.
Y a ti te daré las llaves del reino de los cielos, y todo lo que atares sobre la tierra, será también atado en los cielos; y todo lo que desatares sobre la tierra, será también desatado en los cielos.
Para los católicos de todo el mundo, las palabras de Jesús significan que confía a Pedro y a sus sucesores la supremacía sobre todos los cristianos. El Papa, en su calidad de obispo romano, deriva su poder apostólico directamente de Pedro, el primer obispo. Los protestantes, por su parte, generalmente creen que el precepto de Jesús designa solo a Pedro vicario temporal del Señor, no a sus sucesores. También las comunidades ortodoxas orientales se han negado a reconocer el poder del Papa para legislar por ellas en cuestiones tocantes a la fe.
Pero tanto católicos como protestantes guardan cálido afecto al Príncipe de los Apóstoles. Al volver la mirada a los días de lucha de la Iglesia primitiva, vemos descollar al pescador de Galilea como uno de los personajes más cautivadores que jamás pisaron el escenario de la historia.