LA SUPERWOMAN Y LA POSMODERNA
Publicado en
junio 01, 2014
"La superwoman", le explicó mi tía Eulogia a Roberto, "llega a la oficina con falda, chaqueta, blusa blanca y a veces corbata, como los hombres, para hacerse respetar; la posmoderna, en cambio, usa vestidos y vuelos, sin necesidad de imitar a nadie"
Por Elizabeth Subercaseaux.
Mira, Roberto —le dijo mi tía Eulogia—, antes de que volvamos a vivir juntos hay ciertas cosas que me gustaría decirte, aclarar contigo, y hay una pregunta muy importante que debo hacerte.
Estaban en un romántico café. Acababan de pasar un par de horas hablando sobre lo que les deparaba el futuro. Eulogia había aceptado, por fin, volver con él. Sobra decir que la sonrisa de Roberto era de oreja a oreja.
—Dime lo que quieras, pregunta lo que quieras, soy todo oídos.
Nunca lo había visto la tía Eulogia tan condescendiente ni de tan buen ánimo. Segura de que no volvería a presentársele un momento más adecuado para pasarle el mensaje, se lanzó:
—Hemos acordado volver a vivir juntos, ¿verdad? Superar nuestras diferencias, rescatar lo rescatable de nuestro matrimonio, y salir adelante de la manera más tranquila posible, ¿verdad?
—Verdad.
—Me has dicho que estás dispuesto a enmendar ciertos aspectos tuyos que entorpecían la armonía de nuestra relación de pareja y yo te he dicho que estoy dispuesta a hacer lo mismo. ¿Verdad
—Verdad.
—Aquí viene lo importante, Roberto, el grueso de la cuestión: ¿Sabes lo que es una superwoman?
—Por supuesto — dijo Roberto mirándola con cierta inquietud y temeroso—. Una superwoman es una mujer que hace 20 cosas a la vez, que no para en todo el día, que se divide entre el trabajo, la casa, los niños, los viajes y el marido, para la cual la noche es día y el día es noche. Siempre le faltan horas para hacer todo lo que tiene que hacer, y pasa a dieta.
La tía Eulogia le dio una mirada de aprobación pensando que, mal que mal, algo había aprendido en los últimos años.
—Sí, estás en lo correcto. Eso es una superwoman. Te faltó agregar que nadie le reconoce el esfuerzo, que suele ser bastante nerviosa, por el tren de trabajo que tiene; que vive con cargos de culpa, porque apenas tiene tiempo para ocuparse de sus niños, y que el marido, generalmente, termina yéndose con la flaca de la esquina, porque ella tampoco tiene tiempo para el romanticismo.
—Así es, pero no entiendo qué tiene que ver esto con nosotros y nuestra intención de volver a vivir juntos —dijo Roberto echándole mantequilla al pan, pues siempre que se ponía nervioso le entraba apetito.
—A esto voy: ¿sabes cuál es la diferencia entre una superwoman y una mujer posmoderna?
—Me imagino que la posmoderna es la que viene después de la modernidad —fue lo único que Roberto atinó a decir, pues la verdad es que nunca había escuchado ese término.
—Claro, pero cómo es ella, ¿no lo sabes?
—No —dijo él sintiéndose avergonzado.
—Te lo voy a explicar: mientras la superwoman entró al mundo laboral golpeando mesas, como los hombres, para hacerse escuchar; vestida de falda, chaqueta, blusa blanca y a veces corbata, como los hombres, para hacerse respetar; trabajando a jornada doble y echándose encima más responsabilidades, para ganar más o menos el mismo sueldo, y muchas veces uno menor... la posmoderna aprendió la lección y ahora va al trabajo como le acomoda, con vestidos y vuelos si le da la gana, sin necesidad de imitar a nadie, y no trabaja de más, sino lo justo para ganar algo de dinero y ayudar con los gastos de la casa, y si no es necesario no trabaja por fuerza, pues ya no tiene que probarle nada a nadie; se ha dado cuenta de que estar todo el día estrenada, lidiando como un hombre sin serlo, dando gritos y creyéndose el cuento del poder, no es más que fuente de desagravios, malos ratos y un exceso de estrés que la envejece 10 años antes. Y en la casa, ¿sabes qué hace en la casa?
—No —dijo Roberto abriendo más los ojos.
—No levanta una taza. No estira ni una cama. No piensa que si ella no hace las cosas, nadie las hará. Esa es otra lección que ha aprendido. Que en la casa también es posible pasarlo bien.
—¿Y quién hace las cosas? —preguntó Roberto.
—Entre todos, como debe ser, pero lo importante es que la mujer posmoderna confía en los demás, no tiene complejo de perfecta como la superwoman, no cree que nadie sabe hacer las cosas tan bien como ella. Y con el marido, ¿sabes cómo se comporta?
—No.
—Mientras la superwoman tenía la acentuada tendencia a considerar al marido como a un idiota —fíjate, no más, en los anuncios de la tele, donde pintan al marido como a un tonto y a la superwoman como la que tiene las riendas de la vida en la mano— , bueno, para casarse la mujer posmoderna ha elegido a un hombre más sensible y más moderno, también, que no se ha quedado con dos o tres ideas antiguas creyéndose dueño de la verdad; lo ama y lo respeta, siente ternura por él, quiere ayudarlo a ser feliz, y no tiene ni el menor interés en competir con él.
—¡Wow! — exclamó Roberto, realmente impresionado.
—Y la diferencia más importante de todas, Roberto, ¿sabes cuál es? La mujer posmoderna no quiere mandar, no quiere tener poder, no quiere hacerse millonaria a costa de su familia, y desde hace un tiempo a esta parte ha comenzado a mirar su casa como un puerto seguro y agradable.
—¡No me digas!
—Así es, mi querido Roberto, la mujer posmoderna ya no le está haciendo tanto asco a la cocina como la superwoman, no quiere ir al supermercado y comprar esas comidas preparadas llenas de grasas malsanas, ni llenar a sus hijos de pizzas porque solo hay que ponerlas en el microondas; quiere comprar verduras frescas, huevos orgánicos, buenas carnes y agasajar a su marido y a sus hijos, y a ella misma, con una rica comida. ¿Y sabes en qué también se diferencia de la otra? En las dietas.
—¡No me digas que la posmoderna no hace dietas para adelgazar! —Roberto no cabía en sí de la impresión.
—Una mujer posmoderna ha visto pasar ante sus ojos más de 30 dietas, todas con resultados pasajeros, y ha visto a su madre padecer de hambre, para luego volver a engordar. No, la posmodernidad va alejándose del fanatismo de la flacura, mi querido Roberto. La mujer posmoderna no quiere ser un alambre, sino feliz, y sentirse sana. Está empezando a entender que no hay que librarse de la comida, sino de la ansiedad y el estrés que te hace comer más de la cuenta. Las mujeres francesas, por ejemplo, comen bien, cantidades moderadas, suben y bajan escaleras todo el día, toman aire libre y hacen el amor.
—¡Wow!
—Y el amor, ¿sabes cuál es la diferencia fundamental?
—Nooo... ¿cuál?
—La superwoman es experta en fingir. Todo en su vida debe ser una suma perfecta, dos más dos siempre deben ser cuatro, si no, quiere decir que las cosas no funcionan, así que cuando el perejiliento les hace el amor, por cansadas que estén, ellas fingen para que él quede contento y se calme. ¿La posmoderna? ¡No, mi estimado amigo! La posmoderna no está para nada dispuesta a hacer ninguno de esos teatros. Goza cuando hay que gozar y si las cosas no están resultando bien, lo habla con toda sencillez y armonía, para eso son amigos; ella entiende que si un amante no es tu amigo al mismo tiempo, no sirve; si el marido no es tu amante y tu amigo, además de quien gana el dinero para la casa y ayuda en la educación de los hijos, y cocina cuando ella está cansada y aporta su ingenio los sábados y domingos, no sirve. Y a la hora de la toma de decisiones, ¿sabes en qué se diferencian?
—No —dijo Roberto que a estas alturas estaba empezando a ponerse francamente nervioso.
—La mujer posmoderna no es empujadora, no piensa que, lo que ella quiere, tiene que ser lo que se haga; así que a la hora de decidir cómo invertir el dinero, se informa, lo conversa con su marido y termina haciendo lo que él le propone, si es que le parece una buena idea, claro.
—¿Estás insinuando que la posmoderna no opina y no se mete para nada en la plata del marido?
—No, no me entiendas mal; son otras las cosas que le importan. Le gusta participar en la educación de los hijos; la casa que van a comprar, dónde pasarán las vacaciones en familia. Ese tipo de cosas. Y sobre todo la calidad de la manguera.
—¿La calidad de la manguera?
—A la mujer posmoderna le fascina pasar las tardes en su casa escuchando música y regando el jardín de su casa. Lo hace cada vez que puede. Prefiere mil veces eso a empujar para ser gerente de una empresa. Le parece más importante una manguera de calidad que un abrigo de pieles, carísimo, que seguramente no se pondría más que un par de veces al año.
La tía Eulogia tomó la mano de Roberto y le preguntó:
—¿Sabes lo que te estoy diciendo?
—Lo que me estás diciendo es que la mujer posmoderna quiere quedarse en su casa, regando las plantas, cocinando alimentos sanos y ricos para su familia, sin saber nada del estrés y el drama de la oficina, ni de la discriminación de la cual aún es víctima la superwoman, ni de esfuerzos locos para parecerse a los hombres. Que quiere hacer el amor con un hombre sensible con el cual se comunique como amigos y amantes, sin competir para ser más flaca que la vecina, haciendo el mínimo esfuerzo para ganar dinero, pues no es mucho lo que necesitan para ser feliz.
El rostro de Eulogia se iluminó.
—¡Exactamente, mi querido Roberto! ¡Eso es! ¿Estás dispuesto a reiniciar la vida con una Eulogia posmoderna?
—Sí —dijo Roberto ilusionado, sin sospechar por un instante en el lío en que se estaba metiendo.
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, NOVIEMBRE 07 DEL 2006