COLOMBIA LUCHA CONTRA UNA ANTIGUA ASESINA
Publicado en
junio 15, 2014
Hasta hace unos cuantos años, este país registró el mayor número de muertes por rabia en el hemisferio. Actualmente, gracias a la guerra total contra el azote emprendida por los colombianos, la erradicación del temible padecimiento será pronto una realidad.
Por Lisa Blank y Humberto Flores.
EL 8 de marzo de 1973 ingresó Salvador Hernández (hemos cambiado su verdadero nombre) en el Centro Hospitalario San Juan de Dios, de Bogotá. El paciente, de 25 años de edad, se quejaba de sed muy intensa, dolores de cabeza y angustia. Tenía un poco de fiebre y mostraba irritabilidad y dificultad para respirar. Entre los datos de su expediente clínico de admisión se asentaba que lo había mordido un perro dos meses antes; el animal murió al día siguiente de atacar a Salvador, tiraron los restos del can y el joven no dio mayor importancia al episodio.
El médico de guardia le recetó sedantes y ordenó que en su habitación se evitaran los estímulos que pudieran afectarlo, sobre todo el agua, las corrientes de aire y la luz intensa. Cinco días después la respiración de Salvador se convirtió en prolongados jadeos y estremecimientos; se le llenaba la boca de saliva y, cuando intentaba tragarla, le sobrevenían espasmos de los músculos faríngeos. Le atacaron convulsiones y muy pronto cayó en coma.
Las primeras manifestaciones de la rabia se le habían presentado una semana antes de hospitalizarse. A partir de ese momento no había esperanza de salvarle la vida, pues una vez que se declara la enfermedad no hay nada que detenga su curso mortal. "Por desgracia, lo único que se puede hacer por estos infortunados es tratar de mitigar sus sufrimientos hasta que mueren", explica el Dr. Jaime Saravia, jefe de la Sección de Enfermedades Infecciosas del hospital. El 25 de marzo de 1973 Salvador Hernández era ya uno de los 40 colombianos que murieron de hidrofobia ese año.
La rabia es una enfermedad tan antigua como la humanidad; hay noticias de ella en los anales de los antiguos romanos, griegos y egipcios. Precisamente los primeros le pusieron el nombre (rabies, de rabere, que significa enfurecerse, ladrar). En efecto, los enfermos sufren a veces un desasosiego tan violento como el de los maniacos, destrozan objetos y en ocasiones atacan a las personas.
El agente causal es un organismo ultramicroscópico que penetra por cualquier solución de continuidad de la piel, se multiplica en el tejido nervioso y medra en la saliva de los animales infectados y se transmite generalmente por mordedura. Al entrar en un nuevo huésped, el virus permanece en la región mordida durante cierto tiempo, y luego, con fuerza renovada, pasa a los nervios más cercanos e inicia por ellos su recorrido hasta el cerebro, donde causa estragos verdaderamente catastróficos. La enfermedad puede manifestarse una semana después del contagio, pero es más frecuente que transcurra un período de incubación de 20 a 60 días; se sabe de un caso de la ciudad de Cali en el que la víctima enfermó seis meses después de haber sido mordida por un perro rabioso.
El primer signo en el ser humano es un dolor ardiente en el lugar de la mordedura. Siguen a continuación dolores de cabeza insoportables y náuseas, síntomas que con frecuencia van acompañados de irritabilidad excesiva y extraños presentimientos de muerte inminente. En muchos casos el enfermo siente una sed abrasadora, aunque la sola vista o la mención del agua desencadenan en él fuertes contracciones espasmódicas de los músculos de la boca, faringe y laringe; de ahí el nombre de hidrofobia (horror al agua) con que también se designa a la enfermedad. Al recrudecerse el padecimiento bastan a veces los ruidos, la luz y hasta leves soplos de aire para que sobrevengan espasmos. Después de una semana de tan atroz tortura, hay rigidez muscular en todo el cuerpo. El enfermo fallece casi siempre de paro respiratorio y circulatorio. Tras tan cruel agonía, la muerte se antoja poco menos que una bendición.
Durante muchos años el tratamiento de las personas atacadas era tan temible como la enfermedad misma. Una de las "curas" consistía en sumergirlas en agua de mar hasta que estaban a punto de ahogarse. Se cauterizaban las mordeduras con hierros al rojo vivo, o bien les aplicaban pólvora a la que luego prendían fuego. Era frecuente la amputación de la extremidad afectada. También se estilaban prácticas de hechicería y diversas supersticiones; así, por ejemplo, se creía que colocando sobre la herida una cruz hecha con pelos del perro rabioso, o aplicando compresas empapadas en la infusión de una planta llamada topo-topo (Physalis angulata: pubescens), sanaría la víctima. El gran científico francés Luis Pasteur fue uno de los primeros que desterraron esas supercherías del tratamiento antirrábico. En 1885 un niño de nueve años sufrió graves mordeduras de un can rabioso; el ilustre sabio le inoculó una vacuna que elaboró con tejido pulverizado de medula espinal de conejos previamente infectados con el virus. El chico sobrevivió, pero la vacuna antirrábica de Pasteur y la mayoría de los medicamentos similares más perfeccionados que ha elaborado la ciencia contenían demasiado tejido nervioso animal, causa de que en muchos casos se presentaran fuertes reacciones, sobre todo por ser necesaria una dosis diaria durante siete a 21 días, inyectada casi siempre en el abdomen por vía subcutánea.
Un paciente europeo declaró que cada inyección le dolía como "las picaduras de un millón de abejas"; pero hay otras reacciones secundarias graves, que van desde la fiebre de intensidad variable, hasta lesiones neurológicas, a veces irreversibles, cuya frecuencia se calculaba con las antiguas vacunas en uno de cada 2000 casos.
Cuando una persona es atacada por un perro o por un gato hay que suponer siempre lo peor. En un barrio de la ciudad de Barranquilla, un gato callejero mordió y arañó severamente a un muchacho de diez años de edad. Como suele ocurrir, la busca del animal para ponerlo en observación resultó inútil; por tanto, los padres del chico lo llevaron inmediatamente al médico de la familia, que lavó concienzudamente las heridas (medida de vital importancia en el tratamiento) e inició la serie de inyecciones que le salvaron la vida. "Posponer el tratamiento, así sea por un solo día, puede traer consecuencias trágicas", afirma el Dr. Óscar Juliao Ruiz, jefe del Departamento de Virología del Instituto Nacional para Programas Especiales de Salud INPES).
Ignoramos cómo y cuándo apareció la rabia en el continente americano. Se cree que en la época precolombina estaba limitada a los animales silvestres, sobre todo al murciélago. Durante la conquista, los españoles y sus animales fueron atacados muchas veces por murciélagos vampiros portadores del virus. La enfermedad hoy existe en casi toda Iberoamérica. En las zonas rurales de Colombia, los murciélagos la transmiten a otros animales; les siguen, en menor proporción, los zorros y las ratas. (En otras regiones del mundo donde la rabia es endémica se cuentan entre los huéspedes más comunes del virus las zorras, conejos, coyotes, mofetas o zorrillos y mangostas.)
El perro callejero es el origen de todos los sufrimientos que causa la rabia en el hombre, como principal transmisor de la infección; le siguen los gatos, pero en grado mucho menor. Al crecer las ciudades y aumentar desproporcionadamente el número de perros callejeros, los animales infectados tienen más oportunidades de morder a los canes sanos... y a los seres humanos. Así se propaga el terrible azote en una gran reacción en cadena. "Hace apenas un par de años, sobre los tres millones de bogotanos pesaba la amenaza de una población canina calculada en unos 300.000 animales, muy pocos de los cuales habían sido vacunados contra la rabia", declara el Dr. Jaime Méndez Fernández, ex director de la Campaña Antirrábica en Bogotá.
En efecto, de 1954 a 1965 correspondió a Colombia la nada honrosa distinción de la más elevada incidencia de rabia del hemisferio. En ese período se perdieron 710 vidas humanas por el terrible flagelo, y casi el 90 por ciento de los contagios se produjeron por mordedura de perros infectados. El costo en dinero y en dolor fue incalculable.
Para hacer frente a tan calamitosa situación, el Ministerio de Salud Pública de Colombia puso en práctica en mayo de 1971 un programa piloto en el Departamento del Valle del Cauca. "Nuestra meta era controlar la enfermedad y adquirir en el proceso la experiencia necesaria para perfeccionar los sistemas de prevención y lucha, que sirvieran de base para una campaña nacional", manifiesta el Dr. Elmer Escobar, jefe de la División de Alimentos y Zoonosis del Ministerio de Salud Pública.
El éxito del programa inicial fue espectacular; mientras que en 1971 11 seres humanos fallecieron y hubo 399 casos de perros infectados, en 1973 no se informó de una sola muerte por rabia, y se supo únicamente de 10 canes rabiosos. Estos resultados se pudieron alcanzar, sobre todo, por la ayuda de los ciudadanos, cuya colaboración se pidió a través de la radio, vehículos equipados de altavoces y llamativos carteles, instándolos a que acudieran a vacunar a sus perros durante las visitas del personal de sanidad. El equipo, integrado por un veterinario, dos supervisores y 30 vacunadores, emprendió la campaña en tres niveles diferentes: se comenzó estableciendo centros permanentes de vacunación en puntos estratégicos; en segundo lugar se procedió a la vigilancia de calles y caminos en busca de perros y gatos callejeros, y, tercero, se practicaron visitas domiciliarias casa por casa para comprobar si habían vacunado a los animales domésticos; de no ser así, se procedía a hacerlo allí mismo. En julio de 1973 aproximadamente el 90 por ciento de los perros del Valle del Cauca habían sido inoculados, con lo cual se demostró la posibilidad de erradicar casi por completo la rabia animal y humana. "Si todos y cada uno estuviéramos siempre conscientes de que tener perros y gatos supone una responsabilidad social y personal", prosigue diciendo el Dr. Escobar, "y los vacunáramos, esa sería la mejor salvaguardia de amos y animales contra la terrible plaga".
La campaña, que se ha extendido a otras zonas urbanas de la República, ha hecho abrigar similares esperanzas; por ejemplo, en el primer semestre del año pasado se registraron únicamente cuatro defunciones por rabia. Los especialistas de la Organización Mundial de la Salud (OMS) hacen hincapié en un hecho: los resultados logrados en Colombia demuestran que, cuando las autoridades responsables se proponen luchar contra la rabia, se pueden obtener resultados positivos en un plazo corto.
Para lograr el pleno control de la rabia en todo el país es indispensable afrontar el problema que plantea en las zonas rurales la rabia paresiante o derriengue (rabia paralítica del ganado). Año tras año muere un número indeterminado de bovinos, equinos y otros animales de granja atacados por la rabia que les transmiten los vampiros, lo cual redunda en importantes pérdidas económicas. El Dr. Germán Bello, director del Programa de Epidemiología del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), opina que la situación es grave, e insta a los granjeros y hacendados a que inmunicen a sus animales en las regiones donde abundan los murciélagos, particularmente en las comarcas de la costa atlántica. Se les insiste en que informen al ICA de las zonas en que sería necesario implantar medidas para combatir a los murciélagos.
En la ardua tarea de limitar la población de quirópteros, los científicos del Instituto Nacional de Investigaciones Pecuarias de México han hecho importantes descubrimientos. Una investigación minuciosa de los vampiros atrapados y el trabajo de campo de las brigadas de especialistas para localizar las cuevas y escondrijos de estos animales nocturnos, permitió descubrir que dedican hasta tres horas diarias a actividades de aseo corporal; una de ellas consiste en lamerse unos a otros. Este fenómeno sugirió la posibilidad de aplicar a los animales capturados ciertos anticoagulantes de acción lenta que originan hemorragias internas. Tal como se esperaba, al ponerlos en libertad regresaron a su hábitat natural y propagaron el compuesto, causando la muerte entre otros animales de su especie. Este procedimiento, también aplicado en Brasil, en Bolivia y en Nicaragua después del terremoto de 1972, dio excelentes resultados. Nos ofrece una buena perspectiva de éxito en la erradicación de la rabia paresiante.
Respecto a la rabia humana, se cuenta ahora con un medio perfeccionado para la inoculación antirrábica: la vacuna Fuenzalida y Palacios (nombre de los científicos, chileno y cubano, que la inventaron) es de mayor potencia y elimina casi totalmente el riesgo de reacciones secundarias. Para que la nueva vacuna sea eficaz, hay que inyectarla durante 14 días consecutivos, y en los países Iberoamericanos se ha extendido mucho su utilización. La vacuna se elabora con tejido cerebral de ratones recién nacidos infectados con el virus fijo de la rabia. A diferencia de las vacunas en que se usa tejido nervioso de conejo o carnero, o embriones de pollo o pato, en la Fuenzalida y Palacios se utiliza el tejido nervioso de los ratones lactantes, que no tiene mielina (sustancia que integra la vaina medular), por lo que se reduce la posibilidad de lesiones neuroparalíticas en los humanos.
Las perspectivas parecen muy halagüeñas: el Instituto Wistar de Filadelfia ha elaborado una vacuna tan potente que bastan tres inyecciones relativamente indoloras para inmunizar al sujeto; además, este producto, al parecer, no ocasiona reacciones secundarias. La vacuna humana de células diploides se elabora actualmente con fines experimentales en el Instituto Mérieux de Francia y en los Laboratorios Wyeth de Estados Unidos. Para obtenerla se cultivan en frascos cepas puras de células humanas que se inoculan con virus rábico previamente fijado. Se deja que el virus se multiplique, se le separa de las células y, por último, se concentra y se inactiva por medios químicos. El resultado es un antígeno casi puro, sustancia que estimula en el organismo la producción de los anticuerpos salvadores. A diferencia de las vacunas elaboradas con tejido nervioso de animales, este nuevo producto sólo contiene vestigios de tejido celular; como se trata de elementos de procedencia humana, los tolera bien el organismo receptor.
Con este nuevo tipo de vacuna esposible prevenir la rabia. Varios cientos de estudiantes de medicina veterinaria en Europa, América y Asia han recibido ya la vacunación preventiva con resultados sorprendentes: en algunos sujetos basta una sola inyección para aumentar los anticuerpos sanguíneos en magnitud varias veces superior a la que se supone suficiente para proteger perfectamente al organismo. Estos nuevos adelantos, aunados a las campañas intensivas contra la enfermedad emprendidas en Colombia, permiten augurar que un día no lejano la rabia será sólo una pesadilla que pasó a la historia.
NO CONFUNDAMOS LOS SINTOMAS
LA RABIA se manifiesta en los animales de maneras muy diversas, pues en las fases iniciales de la enfermedad se producen en ellos cambios de conducta. Ciertos animales normalmente mansos, de los que el hombre no suele recelar, se vuelven de repente agresivos y atacan a quienes se les pongan por delante; los animales silvestres afectados olvidan su natural timidez y salen de sus madrigueras.
Los especialistas advierten que todo cambio en el comportamiento habitual de un animal deberá infundirnos sospechas de que esté rabioso. Así lo ha demostrado la experiencia en casos como el del gato frenético que saltó de pronto desde el antepecho de una ventana para atacar a su ama, o del perro que acometió a un automovilista ocupado en cambiar un neumático a su vehículo. Ambos animales tenían rabia. En cambio, llama menos la atención el perro antes juguetón que un buen día se torna apático y anda con la quijada caída y la lengua fuera; nadie sospechaba la verdadera índole de su mal hasta que el veterinario diagnosticó: ¡ rabia! Para entonces fue preciso vacunar a toda la familia.
Qué hacer en caso de mordedura de animal
1. Lavar inmediata y perfectamente con agua y jabón las heridas.
2. De ser posible, aplicar en la lesión antisépticos que contengan amoniaco.
3. Sobre todo, no perder tiempo: acudir cuanto antes al más cercano hospital, Centro de Salud o al médico.