NUEVOS MEDICAMENTOS PARA TRATAR LA HIPERTENSIÓN
Publicado en
mayo 18, 2014
Víctima de la mortífera hipertensión, el autor pudo volver a la vida normal merced a un triunfo callado de la medicina.
Por James Winchester.
HACE cinco años, a la edad de 45, sufrí un ataque apoplético porque una arteria del cerebro, debilitada por años de alta tensión arterial, se dilató y reventó. Se me paralizaron el brazo y la pierna del lado derecho.
Esos ataques, la insuficiencia renal y la cardiopatía congestiva pueden ser algunos de los efectos devastadores de la hipertensión (como se llama en medicina a la tensión arterial alta y persistente). Hasta hace pocos años no había tratamiento médico eficaz para la enfermedad. Cuando el padecimiento duraba demasiado, se consideraba inevitable la muerte o algún accidente desastroso.
Ahora, como he podido comprobar, la hipertensión ha sido vencida, y los antiguos terrores que despertaba no tienen ya razón de ser ante los nuevos medicamentos. Es cada vez mayor el número de medicinas que logran mantener la tensión a niveles alejados de los que pueden poner en peligro la vida, y así se ha reducido de manera asombrosa la mortalidad por hipertensión y enfermedades cardiacas relacionadas con ella. Los medicamentos hacen que la tensión arterial vuelva a lo normal en la mayoría de los pacientes. Mi propia tensión arterial, que alguna vez llegó a las peligrosas cifras de 200/140, se mantiene en la actualidad en las normales de 140/90. Mi hipertensión no se ha curado, pero puedo vivir con ella. Afortunadamente me restablecí del ataque y trabajo activamente.
Todavía no se conocen bien las causas de la hipertensión en la mayoría de los enfermos. Pocas de sus víctimas sospechan que la tienen. El dolor de cabeza puede ser un síntoma, pero quien puede decir si uno tiene alta la tensión arterial es el médico, que la mide en el momento en que se contrae el músculo cardiaco para impulsar la sangre y enviarla a todo el organismo. Esa es la tensión sistólica, cuya cifra indica la intensidad del máximo trabajo cardiaco. El médico hace una segunda lectura cuando el corazón descansa entre un latido y otro; esa es la tensión mínima o diastólica.
Las dos lecturas se expresan con la cifra de la sistólica sobre la diastólica. Por ejemplo: 130/90. La mayoría de las personas se preocupan por la cifra alta. En realidad, la más peligrosa es la cifra menor. Es la que indica las tensiones que sufre el corazón durante los intervalos entre las contracciones, cuando se supone que está recuperándose en su reposo vital. Hay diversos factores (inclusive la edad y el sexo) para determinar cuál es la tensión arterial "normal". Pero en general se acepta que si se mantiene continuamente en 150 de máxima y 100 de mínima, o más, requiere asistencia médica.
Por primera vez me enteré de mi propia hipertensión arterial en 1942, cuando no pasé un reconocimiento médico en el Ejército. Esto fue casi 20 años antes de que se hubiera logrado dominar la hipertensión con medicamentos. No había entonces un arma específica contra mi padecimiento. No me preocupó gran cosa; me sentí muy bien durante años, hasta que sufrí el ataque mencionado.
Los ejercicios de reeducación restauraron los movimientos normales de mis miembros, y mientras estuve en el hospital los médicos encontraron la combinación más eficaz de medicamentos para que mi tensión arterial se mantuviera en niveles normales. Durante los seis meses siguientes a mi salida del hospital, el médico me examinaba una vez al mes. Ahora lo visito sólo dos o tres veces al año, y concuerdo con él cuando me dice: "El tratamiento que usted siga no puede tener éxito si trastorna su vida normal. Usted no puede dejar de vivir". Y no he dejado.
El primero de los nuevos medicamentos contra la hipertensión arterial que me han resultado valiosos se elaboró poco después de 1950. En el Instituto Nacional de Investigaciones Médicas, de Inglaterra, había grupos científicos que buscaban un sustituto del curare, el complejo veneno para flechas, paralizante de los músculos, que elaboran los indios sudamericanos con la corteza de un árbol. Años antes los médicos habían usado el curare en dosis muy atenuadas para relajar temporalmente los músculos durante operaciones delicadas y para tratamientos de choque en desórdenes mentales. En busca de un relajante muscular más seguro, los ingleses dieron con un compuesto de estructura química general igual a la del curare, y descubrieron que también reducía notablemente la tensión arterial cuando se inyectaba directamente en las venas de un paciente. Pero los efectos secundarios eran graves. El paso siguiente fue un agente más suave, mejor tolerado, conocido con el nombre de hidralazina.
Mientras tanto, el Dr. Emil Schlittler, químico de Basilea (Suiza.), aisló la reserpina de las raíces secas de la planta rauwolfia, empleada desde hace siglos en la India como sedante para los niños. Las pruebas de laboratorio mostraron que la reserpina actuaba con notable efecto calmante sobre los animales. El Dr. Robert Wilkins, de la, Facultad de Medicina de la Universidad de Boston, comenzó a emplear el medicamento en pacientes hipertensos y encontró que no solo ejercía efecto calmante, sino que también reducía la tensión arterial. Los médicos de todas partes comenzaron a seguir esta pista.
A esos medicamentos iniciales, todavía en uso, ha seguido toda una serie de nuevas medicinas, de las cuales las dos principales son :
Guanetidina. Es el más potente de los medicamentos hipotensores; impide que se libere dentro de la corriente sanguínea la poderosa hormona llamada noradrenalina, producida por las glándulas suprarrenales, que constriñe los vasos sanguíneos y obliga al corazón a trabajar más intensamente para elevar la tensión y forzar la circulación de la sangre por todo el organismo.
El Dr. Robert Mull y sus colaboradores en la Compañía Farmacéutica Ciba, lograron sintetizar la guanetidina después de años de experimentos. Entró en el mercado con el nombre de Ismelin en 1960, y se emplea primordialmente para enfermos con hipertensión arterial crónica y en la hipertensión maligna (fase rápidamente progresiva de la enfermedad que antes terminaba con la muerte). Han utilizado eficazmente este medicamento, que baja las tensiones arteriales hasta en 80 puntos, más de 1.500.000 pacientes de hipertensión grave.
Tiazidas (diuréticos). Las tiazidas son los compuestos que más se emplean en el tratamiento de los enfermos hipertensos. Se comenzaron a elaborar poco antes de 1960 para aliviar el edema —acumulación anormal de líquidos en los tejidos corporales— y la insuficiencia cardiaca congestiva, eliminando el exceso de sales y líquidos del organismo. Con el profuso empleo y observación de esos productos se ha descubierto que también son agentes hipotensores moderadamente eficaces.
Los casos leves de hipertensión responden a un solo diurético, pero los casos moderados o graves reaccionan mejor cuando el diurético se combina con uno de los medicamentos hipotensores más potentes. Por ejemplo, la rauwolfia y la guanetidina, si se emplean solas, pueden producir extremados efectos secundarios. Administradas con un diurético, se pueden disminuir hasta en un cincuenta por ciento las dosis de esos medicamentos, que se complementan cada uno con el otro para producir un buen efecto general, al mismo tiempo que reducen al mínimo sus efectos secundarios.
Se necesita gran cuidado para encontrar la debida asociación de medicinas para cada enfermo hipertenso. Cada uno responde de manera diferente. Mi tratamiento se inició en el hospital con 30 miligramos de Ismelin al día y 500 miligramos de un diurético. Varias veces al día me tomaban la tensión arterial y me hacían análisis químicos. Todos los días me preguntaba el médico cómo me sentía. ¡Me sentía terriblemente mal! La tensión arterial había bajado, pero cuando me ponía de pie me sentía débil y me daban vértigos. El diurético estaba expulsando el potasio de mi organismo, junto con otras sales y líquidos. Cada paso que daba era como si subiera una colina. Agregaron a mi régimen cloruro de potasio (sal cristalina que activa la vitalidad y exalta la fuerza).
Pasaron varias semanas. Seguían tomándome diariamente la tensión arterial. Entonces tuve dificultad para respirar. Cualquier ejercicio me ponía el pecho en llamas. Me recetaron una dosis diaria de digital para ayudar al corazón a impeler la sangre, y se me quitó el dolor. Después de tres meses de ensayos lograron determinar cuál era la asociación adecuada de medicamentos para mantenerme baja la tensión: con guanetidina, un diurético, cloruro de potasio y digital (diez tabletas al día que costaban poco), pude llevar una vida normal.
Los investigadores tratan de resolver el misterio de la hipertensión arterial. Un estudio reciente indica que la herencia tal vez sea uno de los factores de esta enfermedad, porque se ha demostrado que los hijos de padre y madre hipertensos tienen grandes probabilidades de sufrir también de hipertensión. Se está explorando la influencia de la alimentación, lo mismo que la de la angiotensina (poderoso agente tensor que pasa de los riñones a la sangre), que actúa directamente sobre los vasos arteriales. En los pacientes cuya hipertensión se debe a un bloqueo de la corriente sanguínea a los riñones, la angiotensina parece estar presente en concentraciones mucho más altas que las habituales.
Mientras tanto, los médicos siguen buscando medicamentos hipotensores aun más eficaces. Están a prueba la ciclopentiazida, diurético tiazídico 100 veces más poderoso que los empleados en la actualidad. La debrisoquina, medicamento nuevo, hasta ahora solo ensayado en Inglaterra, es comparable a la guanetidina, aunque con menos efectos secundarios. Otro, el diazóxido, que ejerce efecto directo sobre las arteriolas cuando se administra por inyección, puede resultar uno de los medicamentos más útiles para combatir la hipertensión aguda.
Para mí, como para la multitud de personas víctimas de la hipertensión arterial en algún momento de su vida, las perspectivas nunca han sido tan brillantes. Aunque no estoy curado, mi enfermedad está regulada. Desde mi ataque he recorrido más de 400.000 kilómetros, por más de 40 países, e inclusive he pasado el reconocimiento médico de cuatro horas al que se someten anualmente los pilotos de la Real Fuerza Aérea de Suecia. He sido corresponsal de guerra en Vietnam, y el pasado mes de junio celebré mi quincuagésimo cumpleaños escalando una cumbre de los Alpes austriacos.
El Dr. Irvine Page, autoridad mundial en enfermedades cardio-vasculares, llama a este triunfo médico sobre la hipertensión "una revolución callada; una gran victoria sin pregonar". Y el Dr. Howard Rusk, del afamado Instituto de Medicina Física y Reeducación, de la Universidad de Nueva York, agrega: "La hipertensión es un asesino al que estamos domando".