Publicado en
mayo 18, 2014
LA AGUDEZA de oído del famoso guitarrista Andrés Segovia es legendaria, y para él no hay peor enemigo que un sonido áspero.
Un visitante del artista tomó en una ocasión la guitarra recién adquirida por Segovia (el inapreciable instrumento firmado por Hermann Hauser que el virtuoso había llevado consigo durante 30 años, había cogido lo que el artista describía como un "misterioso mal: una sordera de la cuerda en fa sostenido") y estaba tocando algún pasaje musical, cuando el maestro le interrumpió:
—Amigo mío —le dijo, con agitado acento—, se acaba usted de cortar las uñas, pero todavía no se las ha limado.
El confuso visitante hubo de reconocer que, en efecto, tal era el caso.
Segovia sacó de la caja de su guitarra, caja forrada de hule espuma, una bolsa que contenía una tela de esmeril, unas tijerillas, limas y un compuesto de plástico para suavizar las uñas, y procedió a dar a su amigo una idea del homenaje que incluso el genio debe rendir alos detalles para triunfar en toda una vida.
— D. H.
RICHARD TUCKER, el célebre tenor de ópera, trató una vez de cambiar un cheque de 100 dólares en un banco donde no era conocido. No llevaba papeles de identificación en aquel momento, y el gerente de la sucursal le dijo:
—Parece que la única manera que tendrá usted para convencerme de que en realidad es Richard Tucker, el de la Ópera Metropolitana, será cantarme algo aquí mismo.
Tucker se echó al bolsillo el cheque diciendo:
—Si cantara por 100 dólares, podría usted estar seguro de que no era yo Richard Tucker.
—Leonard Lyons
NIELS BOHR, el gran físico danés, ganador del Premio Nobel en 1922 por sus trabajos acerca del átomo, era hombre afable y bondadoso, pero al mismo tiempo era pensador metódico, cuidadoso y lógico. Sus trabajos de física eran notables por la claridad de su dialéctica... y su épica extensión. Para descansar de la pesada carga de su trabajo como jefe del famoso Instituto de Física Teórica de Copenhague, una de sus expansiones favoritas eran las películas de vaqueros, a las cuales era muy aficionado. Pero a aquel genio, cuyo cerebro estaba acostumbrado a incursionar en los más intrincados y desconcertantes problemas de la física, le era difícil seguir el argumento de una película.
—Uno de nuestros deberes al acompañar al cine a Bohr —dice George Gamow, uno de sus colaboradores— era explicarle la trama. Era pensador lento y siempre hacía preguntas como la siguiente: "¿Es aquella la hermana del vaquero que trató de robar el hato de vacas que pertenecía al cuñado de ella ?"
—Ruth Moore, en Niels Bohr
EL ÁRBITRO de béisbol Eddie Hurley juzga desfavorablemente a sus colegas que no se muestran descorteses, violentos y aun antisociales. "Por mi parte, cuando me comporto con urbanidad", dice, "es que estoy fingiendo".
—M.S.
HACE algunos años Ronald Reagan, ex actor de cine y hoy gobernador de California, debía presentar al orador invitado a dar una conferencia en Beverly Hills. Reagan llegó al salón de actos para descubrir que allí reinaba gran consternación. La sala se hallaba atestada y el público impaciente, pero el micrófono no funcionaba. No se había presentado el estudiante que debía encargarse de conectar el sistema de sonido, sistema instalado en una casilla, arriba del anfiteatro. Reagan no tardó en hacerse cargo del asunto. Dijo a un ayudante que se comunicara con el director de la escuela para ver si podía obtenerse la llave de la casilla. En seguida subió al escenario y, para hacerse oír, gritaba a todo pulmón. A poco, el público estaba muy entretenido. Dijeron entonces al actor que el teléfono del director no contestaba. Ronald se alejó del proscenio para ir a asomarse a la ventana. Había una cornisa de 30 centímetros de ancho que rodeaba el edificio, dos pisos encima de la calle. Reagan, con sus habilidades propias de Hollywood, se salió por la ventana a la cornisa y, con los brazos extendidos para guardar el equilibrio, siguió a lo largo de ella hasta llegar a la ventana de la casilla, cuyo cristal rompió con el codo. Luego la abrió y saltó al interior. En un momento conectó el micrófono, ajustó los botones del amplificador... y el principal orador fue entonces presentado al público y dio comienzo el acto.
—W.M.
EN UNA junta en la Casa Blanca durante la primera guerra mundial, el magnate ferroviario norteamericano Daniel Willard leía unas declaraciones escritas, en las que empleaba la frase: "en otras palabras". El presidente Woodrow Wilson, antiguo profesor universitario, le amonestó vivamente.
—No siga usted —dijo el Presidente—. Hay solo dos razones para usar la expresión "en otras palabras". La una, que el orador no haya hablado con suficiente claridad y deba repetir su idea. En el caso de usted esa razón no es válida. La otra es que el que oye o lee no es muy inteligente y necesita que se le repita lo dicho. Y yo me ufano, señor Willard, de que en mi caso también esa razón carece de validez por completo.
— H.J.S.