LA FÓRMULA PARA NO ENGORDAR
Publicado en
mayo 11, 2014
Eulogia estaba preocupada con las dietas... Soñaba, como toda mujer, con ponerse esos vestidos ajustados de la "boutique" . Para eso debía perder al menos 10 kilos y eso implicaba hacer una dieta "milagrosa".
Por Elizabeth Subercaseaux.
Casi todas las mujeres, a cualquier edad, luchan por mantenerse en un peso adecuado y deben enfrentar, día a día, la realidad de la balanza... ¿Quién quiere estar gorda a los 18, los 30, los 40 o los 70? Bueno, si es posible evitarlo, nadie. Junto con las guerras por las religiones, la guerra de los kilos es una de las más antiguas de la modernidad en Occidente. El problema está en determinar quién, a lo largo de más de un siglo, ha ganado esta guerra. Las mujeres, desde luego, no. Sin embargo, alguien debe ser vencedor en estas batallas, pues de otra forma la guerra habría terminado. Y no termina.
Lo trágico de esta historia de dietas de la luna, del repollo, ejercicios que hagan sudar hasta el alma, y hambre voluntaria, es que, mientras más avanza la ciencia, mientras más descubrimientos se realizan sobre los alimentos que conviene echarse a la boca, más engorda la gente. Y mientras más engorda la gente, más flacas se ven las modelos de la tele, más pequeñas las tallas de esos vestidos divinos que uno nunca podría usar. Hay algo en esta ecuación que no funciona. Uno podría tener un ataque de cinismo y afirmar, por ejemplo, que los modistos y fabricantes de ropas se han puesto de acuerdo con los canales de televisión y estos con los fabricantes de alimentos y estos con las farmacéuticas. Todos para ganar dinero a costa de las mujeres que quieren verse escuálidas, "maravillosas", talla 34. Si aquello fuese cierto el ciclo sería más o menos así: una mujer ve a las modelos, flaquitas y estupendas, con sus andares de princesas etéreas y sus piernas largas, y algo se le clava en la mente. Esa noche se sueña linda, flaquita, preciosa, echada en un diván, junto al marido, que le ofrece una copa de champán mientras abre una cajita que contiene un brillante (esta imagen también la ha visto en la tele). Al día siguiente, se dirige a la boutique de la esquina y compra un vestidito ajustado (y caro) que seguramente podrá meterse en el cuerpo cuando pierda 10 kilos; pero, claro, primero hay que perderlos; entonces va al súper y compra todo lo que diga desgrasado, cero calorías, light, parece que fuera pero no es, y se dispone a hacer una dieta "milagrosa". Pero comiendo estos alimentos que no son en realidad alimentos y que a la larga desequilibran completamente la dieta, la mujer se enferma y debe acudir al médico.
El médico la examina de arriba abajo, se cala sus lentes, mira su librito de notas sobándose la panza y, al cabo de un rato, le receta un remedio para el dolor de cabeza, uno para el malestar del estómago, otro para la acidez, un tercero para normalizar la digestión y un cuarto ¡para bajar de peso, por supuesto!
Y el ciclo comienza de nuevo. No sé si las cosas serán de esa manera y prefiero pensar que no, pero... tal vez... nunca se sabe cuál es la terrible cara del lobo que está detrás de aquella puerta. En nuestros tiempos, y, por lo general, cuando las mujeres han llegado a la edad de la menopausia, caen en la cuenta de que lo importante no era perder peso ni verse como tal o cual modelo de la tele... No, señora, lo importante era la salud. Y más aún: si hubiera comido apropiadamente no solo hubiera tenido buena salud... sino que, ¡milagro!, hubiera perdido los kilos.
La tía Eulogia había cumplido 40 años cuando llegó a esa conclusión. Todo sucedió a partir de una conversación que tuvo con Roberto. No es que ella y Roberto se la pasaran conversando. Después de más de 20 años de matrimonio, ya no había mucho de qué hablar. Pero, esa noche, estaban en un restaurante para celebrar el cumpleaños de Eulogia. Y, bajo el calor de unas buenas copas de vino, se les había soltado la lengua y el interés por lo que el otro pensaba. De pronto, pasó por su lado una mujer bellísima. Debía de andar por los cincuenta y tantos años. Tenía buena figura. No era delgada, en realidad, pero sus proporciones eran bonitas. Muy poco maquillaje en la cara y el cabello recogido en un moño. Su piel era reluciente, su porte majestuoso. En un momento, el ambiente se colmó con su presencia.
—Mira a esa mujer tan linda —comentó Roberto.
—A ver, esto me interesa, ¿por qué la encuentras tan linda? Yo la veo un poco gorda —dijo la tía Eulogia—. ¿Qué es lo que te gusta de ella?
—Se ve sana —dijo Roberto.
Y esas palabras fueron la clave de la conversación de las próximas dos horas.
La verdad es que, desde que Roberto se hizo metrosexual, era más atinado. Y, cuando veía pasar a una mujer bella, se fijaba en otras cosas: sus ojos ya no iban directo a los pechos para bajar hasta las piernas; se detenían en el rostro, en la expresión. Tal vez era la edad. O la conciencia de que la tía Eulogia ya no estaba por hacerse la tonta con la flaca de la esquina. Tampoco quería poner en riesgo su matrimonio con ella por segunda vez.
—Sí, se ve muy sana. Eso es lo que más me gusta de ella —repitió Roberto, y luego habló del valor que tenía la salud de una mujer ante los ojos de un hombre.
La tía Eulogia lo escuchaba profundamente sorprendida. ¿La salud? ¿O sea que no era la figura lo importante? ¿No decían que lo que a los hombres les gustaba es que ellas tuvieran menos kilos, más senos, un trasero con el volumen exacto y las piernas como las de una gacela...?
—No, por supuesto que no —dijo Roberto—. Nunca han sido los kilos ni la figura más importantes... Ni le dan tanta seguridad... Para un hombre es importante la salud de la mujer que ama.
—¡No te puedo creer! ¿Quieres decir que todos los años que llevo haciendo dietas para adelgazar han sido en vano? ¿No han servido de nada ante tus ojos? ¿No te gusto flaca?
Entonces Roberto le dijo lo que según la tía Eulogia resultó ser la mayor revelación de su vida sobre la dieta para adelgazar:
—Las mujeres no hacen dietas para los hombres, Eulogia, sino para competir con las otras mujeres. ¿No te das cuenta?
Dos cosas suceden aquí, se dijo Eulogia mientras lo miraba fijo a los ojos: "Roberto está envejeciendo o a la hora de los kilos yo he sido una verdadera tonta".
—Dime una cosa: ¿qué le encontrabas a la flaca de la esquina? La flaca es esquelética. ¿Me dirás que no te gustaba tanto?
—Si me hubiera gustado tanto no estaría aquí, contigo, Eulogia —musitó Roberto y le tomó la mano con un gran cariño.
En esas estaban, cuando se acercó el mesero con el menú. La tía Eulogia lo tomó en sus manos y luego lo puso a un lado sin leerlo.
—¿No quiere ver las delicias que tenemos, señora? —preguntó, confundido, el hombre.
—Tráigame lo más sano que haya en su menú —dijo la tía Eulogia.
—Lo mismo para mí —dijo Roberto, con aire de satisfacción.
El mesero se marchó con la cabeza baja y, al poco rato, regresó acompañado del chef.
—Me dice el mesero que quieren lo más sano de la lista. ¿Qué quieren comer exactamente? —preguntó el chef con un fuerte acento extranjero.
—Cualquier cosa que no tenga aceites rancios, que no sea frita, ni llena de grasas, ni que tenga verduras enlatadas. ¿Tiene algo fresco, rico, sano?
El rostro del chef se iluminó:
—¡Usted es francesa! —exclamó.
—No, no soy francesa —dijo Eulogia—, soy solo una clienta que no quiere enfermarse.
Y, entonces, el chef se sintió de regreso en el sur de Francia, su querido país, y le prometió que, en menos de 20 minutos, le enviaría la mejor comida imaginable.
Y así fue. Comieron como reyes. Pero nada de lo que se echaron a la boca era grasiento, ni rancio, ni precocido, ni enlatado, sino fresco, liviano. ¡Delicioso!
Esa noche, de regreso en la casa, ya en la cama, Roberto miró a su mujer fijamente y le dijo:
—Para responder a la pregunta que me hiciste en el restaurante: no, flaca no me gustas. Si quieres que te diga con honestidad lo que pienso de la extremada delgadez de las mujeres, ahí va: se ven mal, porque lucen enfermas.
Eulogia soñó con la deliciosa ensalada, el conejo con zanahorias a la cacerola, el arroz basmati recién hecho, el postre de manzanas asadas, el vino con sus fulgores dorados... y ella rozagante y sana frente a su plato de comida. Y fue feliz, porque se dio cuenta de que había encontrado, por fin, una fórmula inteligente para no engordar. ¡Y para gustarle siempre a Roberto!
ILUSTRACION: TERESITA PARERA
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 08 DEL 2007